INTRODUCCIÓN
1. La investigación acerca del entendimiento es agradable y útil
Puesto que el entendimiento es lo que sitúa al hombre por encima de los seres sensibles y le concede
todas las ventajas y potestad que tiene sobre ellos, es ciertamente un asunto, por su propia dignidad, que
supervalora el trabajo de ser investigado. El entendimiento, como el ojo, aunque nos
permite ver y percibir todas las demás cosas, no se advierte a sí mismo, y precisa arte y esfuerzo para ponerse a distancia y
convertirse en su propio objeto. Pero sean cuales fueren las dificultades que ofrezca esta
situación y sea cual fuese lo que nos sitúa tan en la oscuridad a nosotros mismos, estoy seguro de que toda luz que
podamos derramar sobre nuestras propias mentes, todo el trato que podamos
establecer con nuestro propio entendimiento, no sólo será agradable, sino que nos
traerá grandes ventajas para el gobierno de nuestro pensamiento en la búsqueda de las
demás cosas.
2. El designio
Puesto que es mi intención investigar los orígenes, alcance y certidumbre del entendimiento
humano, junto con los fundamentos y grados de creencias, opiniones y sentimientos, no entraré
aquí en consideraciones
físicas de la mente, ni me ocuparé de examinar en qué puede consistir su esencia, o por qué alteraciones de
nuestros espíritus o de nuestros cuerpos llegamos a tener sensaciones en nuestros órganos, o ideas en
nuestros entendimientos, ni tampoco si en su formación esas ideas dependen, o no, algunas o todas, de
la materia. Estas especulaciones, por muy curiosas o entretenidas que sean, las
dejaré a un lado como ajenas a los designios que ahora tengo. Bastará para mi actual
propósito considerar la facultad de discernimiento del hombre según se emplea
respecto a los objetos de que se ocupa, y creo que no habré malgastado mi empeño
en lo que se me ocurra referente a este propósito, si mediante este sencillo método histórico logro dar
alguna razón de la forma en que nuestro entendimiento alcanza esas nociones que tenemos de las cosas, y si
puedo establecer algunas reglas de certidumbre de nuestro conocimiento o mostrar los
fundamentos de esas persuasiones que se encuentran entre los hombres, tan variadas, distintas y totalmente contradictorias,
pero afirmadas, sin embargo, en algún lugar, con tanta seguridad y confianza, que quien considere las
opiniones de los hombres, observe sus contradicciones y, al mismo tiempo, considere el cariño y devoción con que son mantenidas y la resolución y vehemencia con que
se las defiende, quizá llegue a sospechar que o bien falta eso que se llama la verdad o que el hombre no
pone los medios suficientes para lograr un conocimiento cierto de ella.
3. El Método
Merece la pena, pues, descubrir los límites entre la opinión y el conocimiento, y examinar, respecto de
las cosas que no tenemos conocimiento cierto, por qué medios debemos regular nuestro asentimiento y
moderar nuestras persuasiones. Para este fin, me ajustaré al siguiente método:
Primero, investigaré el origen de esas ideas, nociones o como quieran llamarse, que un hombre puede
advertir y las cuales es consciente que tiene en su mente, y la manera como el entendimiento
llega a hacerse con ellas.
Segundo, intentaré mostrar qué conocimiento tiene por esas ideas el entendimiento, y su certidumbre,
evidencia y alcance.
Tercero, haré alguna investigación respecto a la naturaleza y a los fundamentos de fe u
opinión, con lo que quiero referirme a ese asentimiento que otorgamos a cualquier proposición dada en cuanto
verdadera, pero de cuya verdad aún no tenemos conocimiento cierto. Aquí tendremos oportunidad de examinar las razones
y los grados de asentimiento.
4. La utilidad de conocer el alcance de nuestra comprensión
Si por esta investigación sobre la naturaleza del entendimiento humano logro descubrir sus potencias;
hasta dónde llegan; respecto a qué cosas están en algún grado en proporción y dónde nos traicionan, creo que
será útil que prevalezca en la ocupada mente de los hombres la conveniencia de que es necesario ser más
cuidadoso al. tratar de cosas que sobrepasan su comprensión, de detenerse cuando ha
llegado al último limite de sus posibilidades, y situarse en reposada ignorancia sobre
aquellas cosas que, una vez examinadas, muestran que están más allá del alcance de nuestra
capacidad. Tal vez, entonces, no seamos tan osados, al presumir de un conocimiento universal, como para
suscitar cuestiones y para sumirnos y asumir a otros en
perplejidades en torno a algunas cuestiones para las que nuestro entendimiento no esta adecuado, y de las
que no podemos tener en nuestras mentes ninguna percepción clara y distinta, o de las que
( como sucede, quizá, con demasiada frecuencia ) carecemos completamente de noción.
Si logramos averiguar hasta qué punto puede llegar la mirada del entendimiento; hasta
qué punto tiene facultades para alcanzar la certeza, y en qué punto tiene facultades para alcanzar la
certeza, y en qué casos sólo puede juzgar y adivinar, quizá aprendamos a conformarnos con lo que nos es
asequible en nuestra situación presente.
5. Nuestras capacidades son las adecuadas a nuestro estado y a nuestros intereses
Porque, aunque la comprensión de nuestros entendimientos se quede muy corta respecto a
la vasta extensión de las cosas, tendremos motivos suficientes para alabar al generoso autor de nuestro ser por
aquella porción y grado de conocimiento que nos ha concedido, tan por encima de todos los demás habitantes
de nuestra morada. Los hombres tienen una buena razón para estar satisfechos con lo que Dios ha creído
que les conviene, puesto que les ha dado ( como dice San Pedro: Todas las cosas que pertenecen a la vida
y a la piedad; II, Pedro, c. I, v. ) cuanto es necesario para la comodidad en la vida y para el
conocimiento de la virtud, ya que ha puesto al alcance de sus descubrimientos las previsiones de un bienestar en esta vida y les ha mostrado el camino que conduce a otra
mejor. Por cortos que sean sus conocimientos respecto a una comprensión universal o perfecta de lo que
existe, asegura, no obstante, que su gran interés tendrá luz suficiente para conducirlos al conocimiento de su
Hacedor, y para mostrarles cuales son sus deberes. Los hombres encontrarían materia suficiente para ocupar sus mentes y para emplear sus
manos con variedad, gusto y satisfacción, si no se pusieran en osado conflicto con su propia
constitución y desperdiciaran los beneficios que tienen en sus manos cuando éstas no
sean lo bastante grandes para abarcarlo todo. No tendríamos motivo para lamentarnos de la pequeñez de
nuestras mentes si las dedicáramos a aquello que pueda sernos útil, porque de ello son absolutamente capaces.
Y sería una displicencia imperdonable, al mismo tiempo que pueril, si desestimáramos las
ventajas que nos ofrece nuestro conocimiento y si nos descuidáramos en mejorarlo con vistas a
los fines para los que nos fue dado, sólo porque hay algunas cosas que están fuera
de su alcance. No sería una buena excusa la de un criado perezoso y terco, alegar que le hacía falta la
luz del sol para negarse a cumplir su oficio a la luz de un candil. El candil que
nos alumbra brilla lo suficiente para todos nuestros menesteres. Los descubrimientos que su luz nos permite deben
satisfacernos, y sabremos emplear de buena manera nuestros entendimientos cuando nos ocupemos de todos los
objetos en la manera y proporción en que se adapten a nuestras facultades y que sobre tales bases sean
capaces de proponérsenos, sin requerir perentoria o destempladamente una
demostración, ni exigir certeza allí donde sólo debemos aspirar a probabilidad, y esto es
bastante para regir todas nuestras preocupaciones. Si vamos a descreerlo todo, sólo porque no podemos
conocer todo con certeza, obraremos tan necesariamente como un hombre que no quisiera usar sus piernas y
pereciera por permanecer sentado, sólo porque carece de alas para volar.
6. Conocer el alcance de nuestras capacidades cura el escepticismo y la pereza
Cuando conocemos nuestras fuerzas, sabemos mejor qué cosas emprender para salir adelante; y cuando
hemos medido bien el poder de nuestras mentes y calculado lo que podemos esperar de él, no caeremos en
la tentación de estarnos quietos y abstenernos de todo trabajo por desesperación de no
llegar a saber nada, ni, por otra parte, de poner en duda cualquier conocimiento sólo porque algunas cosas no puedan
entenderse. Al marino le es de gran utilidad saber el alcance de la sonda, aunque con ella no pueda medir todas
las profundidades del océano; le es suficiente con saber que es lo necesariamente larga para
alcanzar el fondo de aquellos lugares por los que va dirigir su viaje y, de esta forma, prevenir el peligro de navegar contra escollos que pudieran proporcionarle la ruina.
Nuestro propósito aquí no es conocer todas las cosas, sino aquellas que afectan a nuestra conducta. Si
conseguimos averiguar las reglas mediante las cuales un ser racional, puesto en el estado en que el hombre está
en este mundo, puede y debe gobernar sus opiniones y los actos que de ellas dependan, ya no es necesario
preocuparnos porque otras cosas trasciendan nuestro conocimiento.
7. La ocasión de este Ensayo
Estas consideraciones me ofrecieron la ocasión de escribir este «Ensayo sobre el entendimiento», porque
pensé que el primer paso para satisfacer algunas investigaciones que la mente del hombre suscita con
facilidad era revisar nuestro propio entendimiento, examinar nuestras propias fuerzas y ver a qué cosas
están adaptadas. Pensé que mientras en vano la satisfacción que nos proporciona la posesión sosegada y
segura de las verdades que más nos importan, mientras dábamos libertad a nuestros pensamientos para entrar
en el vasto océano del ser, como si ese piélago ilimitado fuese la natural e indiscutible posesión de nuestro
entendimiento, donde nada estuviese exento de su detección y nada escapase a su comprensión. Así, los
hombres extienden sus investigaciones más allá de su capacidad y permiten que sus pensamientos se
adentren en aquellas profundidades en las que no encuentran apoyo seguro, y no es
extraño que susciten cuestiones y multipliquen las disputas que, no alcanzando jamás solución clara, sólo sirven
para prolongar y aumentar sus dudas y para confirmarlos, finalmente, en un perfecto escepticismo. Si, por el contrario, se
tuvieran bien en cuenta nuestras capacidades, una vez visto el alcance de nuestro
conocimiento y hallado el horizonte que fija los límites entre las partes iluminadas
y oscuras de las cosas, el hombre tal vez reconociera su ignorancia en lo primero, y
dedicara sus pensamientos v elucubraciones con mas provecho a lo segundo.
8. Lo que nombra la palabra Idea
Esto fue lo que creí necesario decir respecto a la ocasión de esta investigación sobre el entendimiento
humano. Pero, antes de proseguir con lo que a ese propósito he pensado, debo excusarme, desde ahora,
con el lector por la frecuente utilización de la palabra «idea» que encontrara en el tratado que va a
continuación. Siendo este término el que, en mi opinión, sirve mejor para nombrar lo que es el objeto del
entendimiento cuando un hombre piensa, lo he empleado para expresar lo que se entiende por fantasma,
noción o especie, o aquello con que se ocupa la mente cuando piensa; y no puedo evitar el
uso frecuente de dicho término,
Supongo que se me concederá sin dificultad que existan tales ideas en la mente de
los hombres: todos tienen conciencia de ellas en sí mismos, y las palabras y los
actos de los hombres muestran satisfactoriamente que están en la mente de los otros.
Así pues, nuestra primera investigación será preguntar cómo entran las ideas en la mente.