Puesto que todo hombre es consciente para sí mismo de que piensa, y
siendo aquello en que su mente se ocupa, mientras está pensando, las ideas que
están allí, no hay duda de que los hombres tienen en su mente varias ideas,
tales como las expresadas por las palabras blancura, dureza, dulzura, pensar,
moción, hombre, elefante, ejército, ebriedad y otras. Resulta, entonces, que
lo primero que debe averiguarse es cómo llega a tenerlas. Ya sé que es
doctrina recibida que los hombres tienen ideas innatas y ciertos caracteres
originarios impresos en la mente desde el primer momento de su ser. Semejante
opinión ha sido ya examinada por mí con detenimiento, y supongo que cuanto
tengo dicho en el libro anterior será mucho más fácilmente admitido una vez
que haya mostrado de dónde puede tomar el entendimiento todas las ideas que
tiene, y por qué vías y grados pueden penetrar en la mente, para lo cual
invocaré la observación y la experiencia de cada quien.
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Supongamos, entonces, que la mente sea, como se dice, un papel en blanco, limpio
de toda inscripción, sin ninguna idea. ¿Cómo llega a tenerlas? ¿De dónde se
hace la mente con ese prodigioso cúmulo, que la activa e ilimitada imaginación
del hombre ha pintado en ella, en una variedad casi infinita? ¿De dónde saca
todo ese material de la razón y del conocimiento? A esto contesto con una sola
palabra: de la experiencia; he allí el fundamento de todo nuestro conocimiento,
y de allí es de donde en última instancia se deriva. Las observaciones que
hacemos acerca de los objetos sensibles externos o acerca de las operaciones
internas de nuestra mente, que percibimos, y sobre las cuales reflexionamos
nosotros mismos, es lo que provee a nuestro entendimiento de todos los
materiales del pensar. Esta son las dos fuentes del conocimiento de donde
dimanan todas las ideas que tenemos o que podamos naturalmente tener.
Comentario
En primer lugar, nuestros sentidos, que tienen trato con objetos
sensibles particulares, transmiten respectivas y distintas percepciones de cosas
a la mente, según los variados modos en que esos objetos los afectan, y es así
como llegamos a poseer esas ideas que tenemos del amarillo, del blanco, del
calor, del frío, de lo blando, de lo duro, de lo amargo, de lo dulce, y de
todas aquellas que llamamos cualidades sensibles. Cuando digo que eso es lo que
los sentidos transmiten a la mente, quiero decir que ellos transmiten desde los
objetos externos a la mente lo que en ella produce aquellas percepciones. A esta
gran fuente que origina el mayor número de las ideas que tenemos, puesto que
dependen totalmente de nuestros sentidos y de ellos son transmitidas al
entendimiento, la llamo sensación. Pero, en segundo lugar, la otra fuente de donde la experiencia provee de ideas
al entendimiento es la percepción de las operaciones interiores de nuestra
propia mente al estar ocupada en las ideas que tiene; las cuales operaciones,
cuando el alma reflexiona sobre ellas y las considera, proveen al entendimiento
de otra serie de ideas que no podrían haberse derivado de cosas externas: tales
son las ideas de percepción, de pensar, de dudar, de creer, de razonar, de
conocer, de querer y de todas las diferentes actividades de nuestras propias
mentes, de las cuales, puesto que tenemos de ellas conciencia y podemos
observarlas en nosotros mismos, recibimos en nuestro entendimiento ideas tan
distintas como recibimos de los cuerpos que afectan a nuestros sentidos. Esta
fuente de ideas la tiene todo hombre en sí mismo, y aunque no es un sentido, ya
que no tiene nada que ver con objetos externos, con todo se parece mucho y puede
llamársele con propiedad sentido interno. Pero, así como a la otra la llamé
sensación, a ésta la llamo reflexión, porque las ideas que ofrece son sólo
aquellas que la mente consigue al reflexionar sobre sus propias operaciones
dentro de sí misma.
Comentario
Por lo tanto, en lo que sigue de este discurso, quiero que se entienda por
reflexión esa advertencia que hace la mente de sus propias operaciones y de los
modos de ellas, y en razón de los cuales llega el entendimiento a tener ideas
acerca de tales operaciones. Estas dos fuentes, digo, a saber: las cosas
externas materiales, como objetos de sensación, y las operaciones internas de
nuestra propia mente, como objetos de reflexión, son, para mí, los únicos orígenes
de donde todas nuestras ideas proceden inicialmente. Aquí empleo el término
“operaciones” en un sentido amplio para significar, no tan sólo las
acciones de la mente respecto a sus ideas, sino ciertas pasiones que algunas
veces surgen de ellas, tales como la satisfacción o el desasosiego que
cualquier idea pueda provocar.
Comentario
Cuando los niños entran en el mundo, se hallan rodeados de casas nuevas,
las cuales, por una constante solicitud de sus sentidos, están llamando
continuamente a la mente hacia ellas obligándola a fijarse en lo nuevo, lo que
produce un gusto por la variedad de objetos cambiantes. De esta manera, los
primeros años se emplean generalmente en mirar hacia fuera; y como, por otra
parte, las ocupaciones de los hombres los llevan a familiarizarse con lo que se
encuentra en el exterior, el niño crece con la atención constantemente
dedicada a las sensaciones externas, y pocas veces se detiene a pensar en lo que
ocurre en su interior, hasta que alcanza la madurez; y algunos hay que ni
entonces lo hacen.
Comentario
Preguntar en qué momento tiene ideas un hombre es igual que preguntar
cuándo comienza a percibir, ya que tener ideas y percibir son la misma cosa. Sé
que es opinión aceptada que el alma siempre piensa, y que, mientras existe,
constantemente tiene en sí misma una percepción actual de ciertas ideas, y que
ese pensar actual es tan inseparable del alma como lo es del cuerpo la extensión
actual. Sí esto es cierto, preguntar por el comienzo de las ideas de un hombre
es lo mismo que inquirir por el comienzo de su alma; porque, según eso, el alma
y sus ideas, como el cuerpo y su extensión, empezarán a existir al mismo
tiempo.
Comentario
Pero que se suponga que el alma exista con anterioridad, o simultáneamente
o después de los primeros rudimentos u organización, o al inicio de la vida en
el cuerpo, es algo que dejo a la discusión de quienes lo hayan pensado más
detenidamente que yo. Admito que soy de esos que poseen un alma obtusa que no se
percibe a si misma en constante contemplación de ideas; ni tampoco imagino que
sea más necesario el que la mente esté siempre reflexionando o que el cuerpo
esté siempre en movimiento, ya que según concibo, la percepción de ideas es
para el alma lo que el movimiento para el cuerpo: no su esencia, sino tan sólo
una de sus operaciones, Por ello, por más que se suponga que la acción más
propia del alma es el pensar, no hace falta, sin embargo, creer que siempre está
pensando, que siempre está activa. Ese, tal vez, sea el privilegio del Autor
infinito y Conservador de todas las cosas, «que nunca se adormece ni duerme»;
pero no es acorde con ningún ser finito, o por lo menos con el alma humana.
Sabemos de manera cierta y por experiencia que algunas veces pensamos, y de aquí
podemos extraer esta conclusión infalible: existe algo, en nosotros que tiene
el poder de pensar; pero si piensa perpetuamente o no esa sustancia es algo de
lo que no podemos estar mas seguros que lo que la experiencia nos informa.
Comentario
Admito que el alma en un hombre en estado de vigilia nunca está sin
pensamiento, ya que esa es la condición de ese estado. Pero que el dormir sin
soñar no sea una acepción que haga referencia al hombre en su totalidad, en
mente y cuerpo, es algo que quizá merezca la pena que un hombre en estado de
vigilia considere, pues no resulta fácil concebir que alguien piense sin ser
consciente de ello. Si el alma piensa en un hombre dormido, sin tener conciencia
de ello, pregunto si mientras piensa de ese modo tiene algún placer o dolor, o
si es capaz de experimentar felicidad o tristeza. Estoy seguro de que no lo es más
de lo que lo sería la cama o el suelo en que descansa; porque ser feliz o
desgraciado sin ser consciente de ello, me parece totalmente inconsecuente e
imposible, O si acaso fuera posible que la mente pueda, mientras el cuerpo
duerme, tener por su cuenta sus pensamientos, sus placeres y preocupaciones, su
goce y su dolor, de los que el hombre no es consciente, es seguro que Sócrates
dormido y Sócrates despierto no son la misma persona; sino que el alma de Sócrates
mientras duerme, y Sócrates el hombre, compuesto de cuerpo y alma cuando está
despierto, son dos personas; ya que el Sócrates no tiene conocimiento, ni le
importa, de esa felicidad o miseria que su alma experimenta sola y por si
mientras él duerme, sin que nada perciba de ello, y que le es tan extraño como
la felicidad o miseria de un hombre en las Indias, cuya existencia desconoce
totalmente. Porque si privamos de manera total nuestras acciones y sensaciones
de toda conciencia sobre ellas, especialmente del placer y del dolor y del
remedio que siempre les acompaña, nos resultará difícil saber en qué parte
radica la identidad personal....... Supongamos, pues, que el alma de Cástor esté separada de su cuerpo mientras
duerme, y que tenga sus pensamientos aparte. Supongamos, además, que escogiera
como escenario de su pensar el cuerpo de otro hombre, el de Polux por ejemplo,
que está dormida sin alma; pues si cuando Cástor duerme, su alma puede pensar
aquello de que Cástor nunca será consciente, nada importa el lugar que su alma
elija para pensar. Nos encontramos así con los cuerpos de dos hombres y una
sola alma para los dos, y supondremos que éstos despiertan y duermen de manera
alternativa, de forma que el alma siempre piensa en el que esté despierto, y
acerca de lo cual, el que duerma, no tenga nunca conciencia ni percepción
alguna. Y ahora, pregunto, si Cástor y Polux, que sólo tienen un alma que
piensa y percibe en uno de los dos aquello de lo que no tiene conciencia ni se
preocupa del otro, no son dos personas tan diferentes como lo fueron Cástor y Hércules,
o Sócrates y Platón, y si no podrá suceder que uno de ellos sea muy feliz y
el otro totalmente desgraciado. Por idéntica razón, los que creen que el alma
puede pensar aparte sobre algo de lo que el hombre no es consciente, hacen dos
personas distintas del alma y del hombre; ya que supongo que nadie tratará de
hacer consistir la identidad de las personas en que el alma esté unida a un
mismo número de partículas de materia, pues si esto fuera necesario para la
identidad, sería imposible, en el fluir constante de las partículas de nuestro
cuerpo, que ningún hombre pudiera ser la misma persona dos días o dos momentos
seguidos.
Comentario
Es una manera muy inútil de pensar el hacerlo frecuentemente, sin
retener jamás ni por un momento lo que se piensa. Y el alma en semejante estado
del pensar excede en bien poco, si acaso, a un espejo que recibe continuamente
una multiplicidad de imágenes o ideas, pero sin retener ninguna: desaparecen y
se esfuman sin dejar ninguna huella. En nada aprovecha el espejo tales ideas, ni
semejantes pensamientos el alma. Tal ve se podrá decir que en un hombre en
estado de vigilia se emplean los materiales del cuerpo y se usan en el pensar, y
que se retiene el recuerdo de los pensamientos por las impresiones que se graban
en el cerebro y por las huellas que quedan una vez que han pasado; pero que
respecto al pensar del alma de que el hombre no es consciente cuando duerme, el
alma piensa aparte, y al no emplear las órganos del cuerpo, no deja ninguna
impresión y, por tanto, ningún recuerdo de tales pensamientos. Para no volver
a argumentar mas con lo absurdo de dos personas distintas que de esta suposición
se sigue, contesto que sean cuales fueren las ideas que puede recibir la mente y
que pueda considerar sin ayuda del cuerpo es razonable concluir que podría
también retenerlas sin ese auxilio, ya que de otro modo el alma, o cualquier
espíritu separado, obtendría al pensar un beneficio muy exiguo. Si carece del
recuerdo de sus propios pensamientos; si no puede almacenarlos para su provecho,
ni recordarlos cuando quiera; si no puede reflexionar sobre lo pasado y
beneficiarse de sus experiencias previas, de sus razonamientos y de sus
consideraciones, ¿con qué fin piensa? Quienes, según esto, hacen del alma una
cosa pensante, no hacen de ella un ser mucho más noble que aquellos a quienes
ésos condenan por creer que el alma no es sino la parte más sutil de la
materia. Porque, en resumen, son tan útiles y le prestan iguales beneficios al
sujeto los rasgos trazados en el polvo y que el primer soplo de aire borra, o
las impresiones realizadas en un montón de átomos o espíritus animales, que
los pensamientos de un alma que se extinguen al ser pensados, y que, una vez
fuera de su vista, desaparecen para siempre sin dejar ninguna memoria detrás de
ellos. La naturaleza nunca puede realizar cosas excelentes para usos bajos o
para ningún uso; y apenas puede concebirse que nuestro Creador, infinitamente
sabio, nos haya dotado de tan admirable facultad como es la potencia dc pensar,
la facultad que más se acerca a la excelencia de su propio e incomprensible
ser, para que se emplee de manera tan ociosa e inútil, al menos durante una
cuarta parte del tiempo que está aquí, en pensar constantemente sin recordar
ninguno de sus pensamientos, y sin que resulte provechoso para ella ni para los
demás, ni en modo alguno útil a ninguna otra parte de la Creación.
Comentario
Ciertamente, mientras dormimos, existen casos de percepción en los que
retenemos el recuerdo de esos pensamientos. Pero cuan extravagantes e
incoherentes son en su mayor parte, y que poco en consonancia con la perfección
y el orden propio de un ser racional, no hace falta decírselo a quienes están
familiarizados con los sueños. Y gustosamente querría que se me dijera, sobre
este particular, si el alma, cuando piensa de este modo por su cuenta y como
quien dice separada del cuerpo, actúa o no menos racionalmente que cuando está
unida a él. Si sus pensamientos separados son menos racionales, entonces esta
gente tendrá que afirmar que el alma debe al cuerpo la perfección del pensar
racional; si no es así, resulta sorprendente que nuestros sueños, en su mayor
parte, sean tan frívolos e irracionales, y que el alma no retenga nada de sus
monólogos y meditaciones mas racionales.
Comentario
Asimismo quisiera que me dijeran, aquellos que afirman de manera tan
confiada que el alma siempre está pensando qué son esas ideas que están en el
alma de un niño, antes o justo en el momento de la unión con el cuerpo, antes
de que haya recibido, por vía de sensación, ninguna idea, Según me parece,
las sueños del hombre dormido se fabrican con las ideas del despierto, aunque
en su mayor parte estas ideas se hilen de un modo extraño, Y sería extraño si
el alma tuviera ideas propias no provenientes de la sensación o de la reflexión
(como tendría que tenerlas, si pensara antes de recibir ninguna impresión del
cuerpo), que nunca, en su pensar privado (tan privado, que ni el mismo hombre lo
percibe), que no conservara ninguna de esas ideas en el preciso momento en que
despierta de ellas. Y de ese modo proporciona al hombre el placer de nuevos
hallazgos. Pero ¿a quien podrá parecerle razonable que el alma, sumergida en
su retiro durante el sueño, haya pensado durante tantas horas, y que, sin
embargo, nunca repare en alguna de esas ideas que no tomó prestadas ni de la
sensación ni de la reflexión, o por lo menos que no mantenga el recuerdo de
ninguna, excepto de aquellas que, por ser ocasionadas por el cuerpo,
necesariamente serán menos naturales para un espíritu? Es extraño que el alma
ni una sola vez en toda la vida del hombre recuerde ninguno de sus pensamientos
puros y originarios; ninguna de esas ideas que tuvo antes de que tomara nada
prestado al cuerpo, y que nunca le ofrezca, cuando está despierto, ninguna idea
diferente de las que retiene el olor del recipiente en que está encerrada, es
decir, de las que derivan de manera clara de su origen de la unión entre el
alma y el cuerpo. Si el alma piensa constantemente y, por tanto, ha tenido ideas
antes de unirse al cuerpo o antes de haber recibido ninguna idea de este, no es
de suponer sino que durante el sueño tendría que recordar las ideas que le son
originales, y que, durante esa incomunicación con el cuerpo mientras piensa por
si sola, las ideas en que se ocupa tendrían que ser, por lo menos algunas
veces, esas ideas más naturales y análogas que tuvo en si misma, y que no
proceden ni del cuerpo ni de una reflexión sobre sus operaciones propias sobre
las ideas así derivadas. Ahora bien, puesto que el hombre en estado de vigilia
nunca recuerda aquellas ideas, es necesario concluir de esta hipótesis o bien
que el alma recuerda algo que el hombre no recuerda, o bien que la memoria
pertenece solamente a aquellas ideas que proceden del cuerpo o de las
operaciones de la mente sobre ella.
Comentario
Porque es tan absolutamente ininteligible afirmar que un cuerpo es
extenso sin partes, como el decir que alguien piensa sin ser consciente de ello,
o sin darse cuenta de que lo hace. Los que así se expresan podrán afirmar con
idéntica razón, si su hipótesis lo requiere, que un hombre esta continuamente
hambriento, pero que no siempre siente el hambre, ya que el hambre consiste
precisamente en esa sensación del mismo modo que el pensar consiste en tener
conciencia de que uno lo hace.
Comentario
Y yo preguntaría a aquellos que afirman que un hombre siempre tiene conciencia
de que piensa cómo lo saben, ya que el tener conciencia es la percepción de lo
que pasa en la propia mente de un hombre. ¿Acaso puede otro hombre advertir que
yo tengo conciencia de algo, cuando yo no lo percibo en sí mismo? En esto, el
conocimiento del hombre no puede ir más lejos de su experiencia. Despertad a un
hombre de un sueño profundo y preguntarle qué es lo que pensaba en ese
momento. Si el mismo no tiene conciencia de haber estado pensando en nada, tendrá
que ser un adivino muy notable de pensamientos el que pueda asegurarle que
estaba pensando. ¿No podría, con mayor razón, asegurarle que no dormía? Esto
excede toda filosofía, y supone nada menos que una revelación el que otro
descubra en mi mente alguna idea, cuando yo no hallo ninguna en ella. Y
necesitarán una vista muy penetrante aquellos que puedan ver con certeza que yo
pienso, cuando yo mismo no puedo percibirlo y cuando afirmo que no pienso; éstos,
sin embargo, ven que los perros y los elefantes no piensan cuando nos ofrecen
todas las demostraciones que se puedan imaginar de lo contrario, excepto el
decirnos que piensan. No faltará quien sospeche que esto supone dar un paso más
allá de las pretensiones de los hermanos de la Rosa-Cruz, ya que parece más fácil
hacerse invisible a los demás que el hacer visible para mí los pensamientos de
otro, cuando no lo son para él mismo. Pero basta definir el alma como una
sustancia que siempre piensa, y asunto concluido. Si semejante definición goza
de alguna autoridad, no sé para que fin pueda servir si no es para hacer que
muchos hombres sospechen que carecen de alma, ya que se dan cuenta que buena
parte de sus vidas transcurren sin estar pensando. Porque, que yo sepa, no hay
definición, ni suposiciones de ninguna secta con el suficiente peso como para
destruir lo que enseña una experiencia constante; y quizás sea la presunción
de saber lo que está más allá de lo que percibimos lo que origina tanta inútil
disputa y tanto ruido en el mundo.
Comentario
No veo, por tanto, ninguna razón para creer que el alma piensa antes de
que los sentidos le hayan proporcionado ideas sobre las que reflexionar....Seguid
a un niño desde su nacimiento y observad las modificaciones que causa el
tiempo, y podréis ver que a medida que el alma se abastece más y más de ideas
pos medio de los sentidos llega a estar más y mas despierta: piensa más,
cuanto más materia tiene en que pensar. Pasado algún tiempo, empieza a
reconocer los objetos que, por serle más habituales, han dejado una impresión
duradera. De esta manera llega a conocer de manera gradual a las personas que
trata diariamente y diferenciarlas de los extraños; lo que es ejemplo u efecto
de que empieza a retener y a distinguir aquellas ideas que los sentidos le
comunican. Y de este modo podemos observar cómo la mente se perfecciona, de
manera gradual, en esas facultades y cómo marcha hacia el desarrollo de
aquellas otras que consisten en ampliar, componer y abstraer sus ideas, y en
raciocinar y reflexionar sobre la totalidad de esas ideas y de otras acerca de
las cuales podré hablar más detenidamente en adelante.
Comentario
Si se llega a preguntar: ¿en qué momento comienza un hombre a tener
ideas?, creo que la verdadera respuesta es que empieza en el momento en que
tiene una sensación por vez primera. Porque visto que, según parece, no
existen ideas en la mente antes de que se las comuniquen los sentidos, pienso
que las ideas en el entendimiento son simultáneas a la sensación, que es una
impresión hecha en alguna parte del cuerpo, de tal índole que provoca alguna
percepción en el entendimiento. Estas impresiones que producen en nuestros
sentidos los objetos externos son aquello en lo que la mente parece primero
ocuparse en las operaciones que denominamos percepción, recuerdo o raciocinio. La mente, a lo largo del tiempo, llega a reflexionar sobre sus propias
operaciones en torno a las ideas adquiridas por la sensación, y de ese modo
acumula una nueva serie de ideas, que son las que yo llamo ideas de reflexión.
Estas son las impresiones que en nuestros sentidos hacen los objetos exteriores,
impresiones extrínsecas a la mente; y sus propias operaciones, que responden a
potencias intrínsecas que le pertenecen de manera exclusiva, operaciones que,
cuando son motivo de una reflexión por la mente misma se convierten a sí
mismas en objetos de su contemplación, son, como dije, el origen de todo
nuestro conocimiento. De esta manera, la primera capacidad del intelecto humano
radica en que la mente está conformada para recibir las impresiones que en ella
producen bien los objetos exteriores a través de los sentidos, bien sus propias
operaciones, cuando reflexiona sobre ellas. Tal es el primer caso que todo
hombre da hacia el descubrimiento de cualquier hecho, y ésa es la base sobre la
que ha de construir todas esas nociones que debe poseer en este mundo de manera
natural. Todos esos extensos pensamientos que se elevan sobre las nubes y que
alcanzan las alturas del mismo cielo tienen su origen y su base en aquel
cimiento, y en toda esa inmensa extensión que recorre la mente cuando se
entrega a sus apartadas especulaciones que, al parecer, tanto la elevan, y no
excede ni en un ápice el alcance de esas ideas que la sensación y la reflexión
le han ofrecido como objetos de su contemplación. A este respecto, el. entendimiento es meramente pasivo y
no está a su alcance
el poseer o no esos rudimentos, o, como quien dice, esos materiales de
conocimiento. Porque, se quiera o no, en la mayoría de los casos los objetos de
nuestros sentidos imponen a nuestra mente las ideas que le son particulares; y
las operaciones de nuestra mente no permiten que estemos sin ninguna noción
sobre ellas, por muy oscuras que sean. Ningún hombre puede permanecer en
absoluta ignorancia de lo que hace cuando piensa. A estas ideas simples», que,
cuando se ofrecen a la mente, el entendimiento es tan incapaz de rechazar o de
alterar una vez impresas, o de borrar y fabricar una nueva, como lo es un espejo
de rechazar, cambiar, o extinguir las imágenes o ideas que producen en él los
objetos que se le ponen delante. Puesto que los cuerpos que nos rodean afectan
de maneras diferentes a nuestros órganos, la mente está obligada a recibir
esas impresiones, no puede evitar la percepción de las ideas que conllevan.
Comentario