Cómo la mente es informada todos los días por
los dos sobre la alteración de aquellas ideas simples que
observa en las cosas exteriores, y cómo observa de qué manera una cosa termina
y cesa de ser, y otra, que no era antes, empieza a existir; reflexionando también
sobre lo que ocurre dentro de sí misma, y no tanto un cambio constante en sus
ideas, unas veces causado por la impresión de los objetos exteriores en los
sentidos, y otras por la determinación de su propia elección; y concluyendo a
partir de lo que observa constantemente, que en el futuro ocurrirán cambios
iguales en las mismas cosas, mediante iguales agentes y por iguales vías,
considera en una cosa la posibilidad de que sus ideas simples hayan cambiado, y
en otra cosa la posibilidad de realizar ese cambio; y, de esta manera, es como
llega a la idea que denominamos potencia. Así, decimos que el fuego tiene la
potencia de derretir el oro, es decir de destrozar la consistencia de sus partes
insensibles, y en consecuencia su dureza, para hacerlo fluido; y que el sol
tiene la potencia de blanquear la cera, y que la cera tiene la potencia de ser
blanqueada por el sol, por lo que su amarillez queda destruida, apareciendo en
su lugar la blancura. En éstos y en otros casos similares, la potencia que
advertimos se refiere al cambio de las ideas que se pueden percibir; porque no
podemos observar ninguna alteración u operación en ninguna cosa, si no es por
el cambio observable de sus ideas sensibles; ni podemos concebir que se ha
realizado ninguna alteración, si no es concibiendo un cambio de alguna de sus
ideas.... De esta manera considerada la potencia, es de dos clases, es decir: o
capaz de efectuar un cambio, o capaz de recibirlo. La primera, puede ser llamada
potencia activa, y la otra potencia pasiva.
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Nosotros estamos abundantemente provistos de la
idea de potencia activa por la mayor parte de las clases de las cosas sensibles...
Pero si lo consideramos atentamente, los cuerpos, por nuestros sentidos, no nos
ofrecen una idea tan clara y distinta de la potencia activa como la que tenemos
a partir de la reflexión sobre las operaciones de nuestras mentes. Porque, como
toda potencia tiene relación con la acción, y como no hay sino dos clases de
acciones de las que tengamos una idea, es decir, el pensamiento y el movimiento,
consideremos entonces de cuál tenemos una idea más clara sobre las potencias
que producen estas acciones. 1) Del pensamiento, el cuerpo no nos ofrece ninguna
idea, sino que sólo la obtenemos a partir de la reflexión. 2) Ni tenemos a
partir del cuerpo ninguna idea del comienzo del movimiento. Un cuerpo en reposo
no nos ofrece idea alguna de ninguna potencia activa en relación con el
movimiento; y cuando está en movimiento, ese movimiento es más bien una pasión
que una acción. Pues cuando las bolas de billar obedecen al impulso del palo,
no se trata de una acción de las bolas, sino de una mera pasión. Y cuando, por
su impulso, ponen en movimiento a otra bola que se encuentra en su camino, no
hacen sino comunicar el movimiento que han recibido de otro, y lo pierde en sí
misma desde el momento en que la otra bola lo recibe; todo lo cual no nos
proporciona sino una idea muy oscura de la potencia activa
de mover que hay en el cuerpo, pues observamos que transmite el movimiento, pero
no que lo produce. Porque no es sino una idea muy oscura de la potencia la que
alcanza no a la producción de la acción, sino a la continuación de la pasión.
Pues tal es el movimiento en un cuerpo empujado por otro; ya que la continuación
de la alteración que se produce del estado de reposo al de movimiento no es una
acción más de lo que lo es la continuación de la alteración de su forma que
el mismo golpe provoca. La idea de comienzo del movimiento no la obtenemos sólo
de la reflexión de lo que acontece en nosotros mismos, donde, por experiencia,
encontramos que por una simple volición, por un meto pensamiento de la mente,
podemos mover las partes de nuestro cuerpo que antes estaban en reposo. Así, me
parece que la observación por nuestros sentidos sobre las operaciones de los
cuerpos no llegamos sino a una idea muy oscura e imperfecta de la potencia
activa. |
Esto, al menos, me parece evidente; que nosotros
mismos encontramos una potencia para comenzar o para sufrir, para confirmar o
para acabar diversas acciones en nuestra mente, y distintos movimientos de
nuestros cuerpos, únicamente por un pensamiento o por una
preferencia de la mente que ordena, o, por así decir, manda que no se realice
determinada acción particular. Esta potencia que tiene la mente para mandar que
una idea sea sometida a consideración, o para impedir que se la considere, o
bien, para preferir en cualquier momento particular el movimiento de una parte
del cuerpo al de su reposo, y viceversa, es lo que llamamos la voluntad. El
ejercicio actual de esa potencia, produciendo cualquier acción particular, o
impidiendo que se realice, es lo que llamamos volición o consentimiento. |
Pienso que cada uno encuentra en sí mismo la potencia de
iniciar o de impedir, de continuar o de poner fin a sus distintas acciones. A
partir de la consideración sobre la extensión de esta potencia de la mente
sobre las acciones del hombre, que cada uno encuentra en sí mismo, surgen las
ideas de libertad y necesidad... Todas las acciones de las
que tenemos alguna idea, según ya hemos dicho, son de dos clases: pensamiento y
movimiento; y en la medida que un hombre tenga la potencia de pensar o de no
pensar, de moverse o de no moverse, según las preferencias o directrices de su
propia mente, será un hombre libre. Por el contrario, si no son iguales la
potencia de realizar una acción y de abstenerse de ella
en un hombre; si el hacer algo o el no hacerlo no responde igualmente a la
preferencia de su mente, no será un hombre libre, aunque, quizá, la acción
sea voluntaria. De manera que la idea de libertad consiste en la idea de la
potencia que tiene cualquier agente para hacer o dejar de hacer una acción
particular, según la determinación o pensamiento de su mente que elige lo uno
a lo otro; pero si no está dentro de la potencia del agente el actuar eligiendo
una de estas cosas, no existe libertad, y ese agente está bajo una necesidad.
De manera que la libertad no puede existir si no existe pensamiento, ni volición,
ni voluntad; pero puede existir pensamiento, voluntad o volición, sin que
exista libertad. Una pequeña consideración sobre uno o dos ejemplos nos pueden
aclarar bastante esto.....Una pelota de tenis, bien se encuentre en movimiento
por el golpe de la raqueta, bien esté en reposo, no será tomada por nadie como
un agente libre. Si investigamos sobre la razón de ello, encontraremos que es
porque no concebimos que una pelota de tenis piense, y que en consecuencia pueda
tener ninguna volición, o preferencia del movimiento sobre el reposo, o
viceversa; por tanto, no tiene libertad, no es un agente libre; sino que el
movimiento y el reposo caen bajo nuestra idea de lo necesario, por lo que así
se les denomina. De igual manera, un hombre que cae al agua (al derrumbarse el
puente sobre el que se encuentra) no tiene ninguna libertad, no es un agente
libre. Porque aunque tiene volición, aunque prefiera no caer al agua, sin
embargo como no entra en su poder el impedir este movimiento, la detención o
cese de ese movimiento no se sigue de su volición, y, por tanto, no es libre en
ese momento. De la misma manera un hombre que se golpea a sí mismo, o golpea a
un amigo mediante un movimiento convulsivo de su brazo,
que no está en su poder impedir por la volición de su mente, nadie pensará
que ha actuado con libertad, sino que todos lo compadecerán por haber actuado
impelido por la necesidad y el reflejo.... Supongamos que un hombre es llevado
mientras duerme a la habitación en la que se encuentra una persona que desea
ver y con la que quiere hablar; y que este hombre sea encerrado, de manera que
no pueda salir. Cuando despierte, estará feliz de encontrarse con la compañía
deseada con la que decidirá quedarse, es decir, que preferirá permanecer allí
en lugar de salir fuera. Y yo pregunto: ¿no es esta estancia voluntaria? Pienso
que nadie dudará que lo es y, sin embargo, como ha sido encerrado, resulta
evidente que no está en libertad de permanecer o de salir. De manera que la
libertad no es una idea que pertenezca a la volición o a la preferencia, sino
que es propia de la persona que tiene el poder de actuar o dejar de actuar, según
los designios o dictados de su mente. Nuestra idea de libertad llega hasta donde
alcanza esa potencia, y no más allá. Porque siempre que alguna restricción
impide la actuación de esa potencia, o que alguna confusión elimina esa
indiferencia de la habilidad de obrar o de dejar de hacerlo, ya no hay libertad,
ni existe en ese momento la noción que de ella tenemos. |
De la misma manera que ocurre con los movimientos
del cuerpo, acontece con los pensamientos de nuestras mentes: cuando cualquier
pensamiento es de tal clase que tenemos la potencia de conservarlo o desecharlo,
según lo que la mente elija, existe libertad. Un hombre despierto, que se
encuentra en la necesidad de tener algunas ideas constantemente en su mente, no
se halla en la libertad de pensar o de no pensar más de lo que lo está de
impedir que su cuerpo toque o deje de tocar a otro cuerpo; pero el que cambie su
contemplación de una idea a otra es algo que muchas veces depende de su elección,
y entonces, en ese sentido, tendrá la misma libertad de que dispone sobre otros
cuerpos en los que descansa, en los que puede transportarse de uno a otro, a su
gusto. Hay, sin embargo, algunas ideas para la mente que, como algunos
movimientos para el cuerpo, no pueden evitarse en determinadas circunstancias,
ni rechazarse por muchos esfuerzos que se empleen en ello. Un hombre no está en
la libertad de desechar la idea del dolor ni de divertirse con otras
contemplaciones. Y algunas veces una pasión vehemente ocupa nuestros
pensamientos, como un huracán impulsa nuestros cuerpos, sin dejarnos en
libertad de pensar en otras cosas, que quizá nos gustarían más. Pero desde el
momento en que la mente tiene el poder de parar o continuar, de comenzar o
impedir cualquiera de estos movimientos externos del cuerpo, o de los
pensamientos internos, según crea que prefiere lo uno a lo otro, nos
encontramos de nuevo ante la consideración de que el hombre es un agente libre.....
Siempre que falte totalmente el pensamiento, o la potencia de obrar o de dejar
de hacerlo según los dictados del pensamiento, nos encontramos ante la
necesidad. Esta, cuando se encuentra en un agente capaz de volición y cuando la
iniciación o la continuación de alguna acción es contraria a esa preferencia
de su mente, es llamada compulsión; cuando el impedimento o cese de alguna acción
es contrario a su volición, se denomina represión. |
Me parece ininteligible, que pregunta si la
voluntad de un hombre es o no libre... Y es que pienso que se percibirá
claramente que la libertad, que no es sino una potencia, pertenece sólo a los
agentes, y no puede ser un atributo o modificación de la voluntad, que no es,
asimismo, sino una potencia....Es evidente que la volición es un acto de la
mente que, conociéndolo, ejerce ese dominio que supone tener sobre cualquier
parte del hombre, para emplearla o impedirla en cualquier acción particular. Y
¿en qué otra cosa consiste la voluntad sino en la facultad de hacer esto? ¿Y
acaso esta facultad es otra cosa que una potencia, es
decir, la potencia de la mente para determinar los pensamientos que produce, la
continuación o el detenimiento de cualquier acción, si ello depende de
nosotros? Porque, ¿se puede negar que todo agente que tenga la potencia de
pensar sobre sus propias acciones, y de preferir su actuación u omisión, lo
uno a lo otro, tiene esa facultad llamada voluntad? Así pues, la voluntad no es
sino una potencia de esta clase. La libertad, por otra parte, es la potencia que
tiene un hombre para hacer o dejar de hacer cualquier acción particular, según
que el ejecutarla o el no hacerla tenga en ese momento una preferencia en su
mente; lo cual equivale a decir que es según que tenga esa volición.
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Así pues, resulta evidente que la voluntad no es
sino una potencia o habilidad, y que la libertad no es sino otra potencia o
habilidad de tal clase que preguntar si la voluntad es libre supone preguntar sí
una potencia tiene otra potencia, o si una habilidad tiene otra habilidad;
cuestión que, a primera vista, parece bastante absurda ...como
cuando decimos que la voluntad elige, o el entendimiento concibe, o lo que es más
habitual, que la voluntad dirige el entendimiento, o que el entendimiento
obedece o desobedece a la voluntad;...Esta manera de
hablar, a pesar de todo, ha prevalecido y, si no me equivoco, ha sido el motivo
de grandes confusiones. ...Y es que la potencia de pensar no opera sobre la
potencia de elegir, ni la de elegir sobre la de pensar, en mayor medida que lo
hace la potencia de danzar sobre la de cantar, o la potencia de cantar sobre la
de danzar, lo cual, cualquiera que reflexione sobre ello, podrá percibir fácilmente.
Y, sin embargo, esto es lo que afirmamos cuando decimos que la voluntad opera
sobre el entendimiento, o que el entendimiento lo hace sobre la voluntad..... No
tenemos una potencia que opere sobre otra potencia, sino que es la mente la que
opera y actúa sobre estas potencias; es el hombre el que realiza esas acciones;
es el agente el que tiene la potencia, o el que es capaz de obrar. Porque las
potencias son relaciones, no agentes; y solamente aquellos que tienen la
potencia, o de lo que carecen para operar, solamente eso es libre o no lo es, y
nunca la potencia misma. Porque la libertad, o la falta de libertad,
no pueden pertenecer sino a lo que tiene la potencia de actuar, o a lo que
carece de ella.....Para retornar a nuestra investigación en torno a la
libertad, creo que la cuestión no radica propiamente en saber si la voluntad es
libre, sino en si el hombre es libre. De esta manera creo lo siguiente: Primero,
que la medida en que cualquiera pueda, por dirección o elección de su mente,
prefiriendo la existencia de cualquier acción a la inexistencia de esa acción,
y viceversa, pueda hacer que esa acción exista o no exista, en esa misma medida
él es libre. Porque si dirigiendo el movimiento de mi dedo puedo hacer,
mediante el pensamiento, que se mueva el dedo que antes estaba en reposo, o
viceversa, me parece evidente que soy libre respecto a esa acción. Y si puedo,
también por medio del pensamiento, eligiendo lo uno sobre lo otro, emitir
palabras o guardar silencio, es evidente que tengo la libertad de hablar o de
mantenerme en silencio; y un hombre será libre hasta el punto en que su
potencia de obrar o de dejar de obrar alcance, según la determinación de su
pensamiento que le haga elegir lo uno a lo otro, Pues ¿acaso
podemos concebir una libertad mayor en un hombre que la de tener la potencia de
hacer según su voluntad? Y en la medida en que cualquiera pueda, eligiendo una
acción a su ausencia, o el reposo a cualquier acción, producir esa acción o
reposo, en esa medida puede hacer lo que es su voluntad. Porque una elección
semejante de una acción frente a su ausencia, es la volición de ella; y difícilmente
podríamos hacer que se imaginara a un ser cualquiera con más libertad que la
que le proporciona el ser capaz de hacer lo que su voluntad le dicta. |
En segundo lugar, puesto que el ejercicio de la
voluntad, o la volición, es una acción, y puesto que la libertad
consiste en una potencia de actuar o de no actuar, el hombre, en lo que se
refiere al ejercicio de su voluntad, o al acto de la volición, no puede ser
libre, cuando la acción que esté en su poder ha sido propuesta a su
pensamiento como algo que debe hacerse en ese momento... De suerte que, en lo que se refiere a la
acción misma de la voluntad, un hombre no es libre, ya que la
libertad estriba en la facultad de obrar o de no obrar, de la cual carece
entonces el hombre respecto a la volición. Porque un hombre se encuentra en una
necesidad inevitable de elegir el hacer o el dejar de hacer una acción que esté
en su poder, una vez que la cuestión se ofrece de esa manera a su pensamiento,
por lo que necesariamente tendrá que inclinar su volición hacia lo uno o hacia
lo otro, con lo que la acción que sin duda alguna se seguirá, o la ausencia de
la acción, según los designios de su volición, será realmente voluntaria.
Pero como el acto de la volición, o el de preferir una de las dos cosas, es
algo que no se puede evitar, es evidente que, en ese sentido, un hombre se
encuentra bajo una necesidad, y que, por tanto, no es libre a no ser que puedan
coexistir libertad y necesidad y que un hombre pueda ser libre al tiempo que está
forzado...Una cosa, por tanto, es evidente: que cuando un
hombre debe obrar de inmediato, no puede deliberar libremente, ni dejar de
hacerlo, según los designios de su voluntad, ya que no puede sino actuar de una
manera o de otra, dado que la libertad solamente consiste en la capacidad de
actuar o de dejar de hacerlo...Siendo esto así, resulta evidente
que un hombre que camina y a quien se le aconseja que deje de hacerlo no goza de
libertad en tanto en cuanto tendrá que decidirse por caminar o dejar de
hacerlo; es decir, necesariamente tendrá que elegir lo uno a lo otro;...Y en todas estas acciones, según ya lo he mostrado, la mente
carece, en lo que a la volición se refiere, de la potencia de actuar o de dejar
de hacerlo, circunstancia en la que radica la libertad. En estos casos, la mente
carece de la potencia de abstenerse de ejercer la voluntad, desde el momento en
que no puede dejar de decidirse, en una forma u otra, sobre estas acciones.....Así, pues, debe tenerse en cuenta lo primero que la libertad estriba en
que la existencia o inexistencia de cualquier acción depende de nuestra volición
sobre ella, y no en que cualquier acción o su contraria dependa de nuestra
preferencia. Un hombre que se encuentra en un acantilado está en libertad de
saltar veinte yardas más hacia el interior del mar, pero no porque tenga la
potencia de realizar la acción contraria, la cual consistiría en saltar veinte
yardas hacia arriba, lo cual evidentemente no puede hacer, sino porque su
libertad radica en que tiene la potencia de saltar o de no saltar. Pero si una
fuerza superior a la suya lo mantiene inmóvil o le obliga
a caer, ese hombre ya no es libre, desde el momento en que ya no está en su
poder el realizar o el dejar de realizar esa acción. |
Vemos
que con frecuencia se confunden la voluntad y varias de las acepciones y, sobre
todo, se utiliza en lugar de deseo, de manera indiscriminada, todo lo cual se
lleva a cabo por personas que se mostrarían muy reacias a admitir que carecen
de nociones muy distintas de las cosas y que han escrito de manera poco clara
sobre ellas. En el asunto en que estamos tratando, pienso que ésta ha sido una
de las ocasiones más importantes de oscuridad y error, por lo que, dentro de lo
que sea posible, debe intentar evitarse. Pues quien dirija sus pensamientos
hacia su interior, y contemple lo que sucede en su mente cuando tiene una volición,
podrá observar que la voluntad o potencia de volición no se atiene sino a esa
determinación particular de su mente, y que por sólo un pensamiento, la mente
trata de provocar, continuar o finalizar una acción cualquiera que imagina
puede manejar. Esto, si se considera adecuadamente, muestra palpablemente la
distinción que debe existir entre voluntad y deseo, el cual bien puede tener,
respecto a una misma acción, una tendencia contraria a la que nos impone la
voluntad. Un hombre a quien no puedo rehusarme, puede obligarme a que persuada a
otro que al mismo tiempo que le hablo yo puedo intentar persuadir. En este caso,
resulta evidente que la voluntad y el deseo se contraponen. Tengo la volición
de una acción dirigida en un sentido determinado, mientras mi deseo marcha en
una dirección opuesta, y eso es una oposición directa. Un hombre que, por un
violento ataque de gota en sus miembros, siente un malestar en su cabeza, o la
falta de apetito en su estómago, desea también que cese el dolor de sus
extremidades (pues desde el momento en que existe el dolor, existe el deseo de
que desaparezca), aunque, sin embargo, al comprender que la desaparición del
dolor pueda causar un cambio del humor nocivo a otra parte más vital, él no
puede determinarse con respecto a ninguna acción que pueda servir para aportar
esta disminución del dolor. De aquí resulta evidente que deseo y volición son
dos actos distintos de la mente. |
¿Qué es lo que determina la voluntad?,
la verdadera contestación y la más propia debe ser que es la mente. Porque
aquello que determina la potencia general de dirigir en una dirección
particular, sea ésta o aquélla, no es sino el agente mismo, cuando ejerce la
potencia que tiene de esa manera particular, Y si esta contestación no resulta
satisfactoria, parece evidente que el sentido de la pregunta ¿qué es lo que
determina la voluntad?, es éste: ¿qué es lo que mueve a la mente, en cada
caso particular, para determinar su potencia general de dirigir, en este o aquel
movimiento particular o en el reposo? A ello respondo que el motivo que nos
impulsa a mantenernos en el mismo estado o acción, es tan sólo la satisfacción
momentánea que encontramos en ello; que el motivo que nos incita a cambiar,
consiste siempre en un malestar, ya que nada nos puede impulsar a cambiar un
estado o a emprender una acción nueva, si no es algún estado molesto. Este es
el principal motivo que actúa sobre la mente para ponerla en acción, y a lo
cual llamaremos, en aras de la brevedad, determinación de la voluntad, concepto
que explicaré con más detenimiento después..... Así pues, volvamos a nuestra investigación sobre
lo que determina la voluntad respecto a nuestras acciones. Y, después de
reconsiderar la cuestión, creo que no es, como generalmente se supone, lo que
determina la voluntad aquello que aparece como más grato para la vista, sino
que es algún malestar (y generalmente el más agudo) el que hace que el hombre
se determine. Esto es lo que determina la voluntad sucesivamente, y nos hace
realizar las acciones que ejecutamos. A este malestar lo podemos llamar, porque
de hecho lo es, deseo, pues es un malestar de la mente provocado por la ausencia
de un bien. Todos los dolores corporales, sean de la clase que fueren, y toda
inquietud de la mente, provocan un malestar; y a éste siempre va unido un deseo
similar en proporción al dolor o a la inquietud que provoca, con lo que resulta
difícil distinguir entre las dos cosas. Porque, como el deseo no es sino el
malestar causado por la ausencia de un bien con respecto a un dolor que se
padece, ya que no hay nadie que sintiendo dolor no desee su alivio de una manera
similar a la intensidad de ese dolor, que le es inseparable. Y además de ese
deseo por mitigar el dolor, existe otro provocado por la ausencia de un bien
positivo, por lo que también el deseo y el malestar guardan una proporción de
igualdad. Padecemos un dolor en la medida en que deseamos algún bien ausente.
Pero debe notarse que todo bien ausente no produce un dolor con la misma
proporción de la grandeza o magnitud de ese bien, o de la
que le reconocimos, mientras que todo dolor, sí provoca un deseo igual a sí
mismo, porque la ausencia de un bien no siempre provoca un dolor, mientras que sí
lo hace la presencia del dolor. Y, por tanto, la ausencia de un bien puede ser
considerada y contemplada sin deseo. Pero siempre que haya algún deseo,
independientemente de su intensidad, se produce una sensación de malestar....Que el deseo es un estado de malestar, es algo que
quien reflexione sobre sí mismo podrá descubrir fácilmente. Quién, si no, ha
dejado de sentir aquello que dijo un hombre sabio sobre la esperanza (que no es
muy diferente de lo que aquí estamos tratando), que su aplazamiento hace
enfermar al corazón; y eso en proporción a la grandeza del deseo que, algunas
veces, hace llegar al malestar hasta el punto de provocar el grito de: «Dadme,
hijos, dadme lo que deseo, o moriré.» La vida misma, y todos sus placeres, se
convierten en una carga insoportable bajo la presión de un estado de malestar
semejante.....Es cierto que el bien y el mal, presentes o
ausentes, actúan sobre la mente; pero lo que inmediatamente determina la
voluntad en cada acción voluntaria es el deseo sobre algún bien que está
ausente, sea éste negativo, como en el caso del alivio del dolor, sea positivo,
como el que se obtiene de algún placer. |
El mayor bien, aunque sea aprehendido y confesado como tal, no determina
la voluntad, en tanto que nuestro deseo, que suscita un bien de esta naturaleza,
provoca un estado de ansiedad por la ausencia de dicho bien. Aunque se intente convencer a un hombre de que la abundancia es mejor que la
pobreza; aunque se le intente hacer ver que las comodidades de la vida son
preferibles a la penuria, sin embargo, mientras esté satisfecho con este último
estado y no experimente malestar por ello, no actuará; su voluntad no se moverá
hacia ninguna acción que lo lleve a otra situación diferente. Aunque un hombre
esté muy persuadido sobre las ventajas que tiene la virtud, y de que es algo
tan vital para el hombre que quiera cumplir sus fines en este mundo, o alcanzar
los del mundo futuro, como necesario es el alimento para la vida, sin embargo,
en tanto no sienta el hambre y sed de justicia, en tanto no experimente un
malestar por la ausencia de esa justicia, su voluntad no se encaminará a
conseguir ese bien superior, sino que se sentirá impulsada por cualquier otro
malestar a la realización de acciones diferentes......Porque, mientras estemos bajo la influencia de algún malestar, no podemos
pensar que somos felices, ni que estamos en el camino de llegar a serio; pues
como el dolor y la infelicidad son incompatibles con la felicidad, y, además,
como son algo que impiden disfrutar incluso de los bienes que se poseen, un
dolor mínimo bastará para anular todo el placer que teníamos. Y, por tanto,
lo que determina la elección de nuestra voluntad sobre la acción
inmediata es siempre el deseo de suprimir el dolor presente, como primer paso
necesario hacia la felicidad....Otra razón por la que el malestar es el único
que determina la voluntad es la siguiente: porque solamente él está presente,
y porque va contra la naturaleza de las cosas que lo ausente opere donde no
está....Si la voluntad estuviese determinada por la contemplación del bien,....
el bien posible, que es infinitamente
mayor, determinaría, de manera constante y regular, la voluntad en todas las
acciones sucesivas que dirige; con lo que permaneceríamos de un modo constante
e invariable en el camino hacia el cielo, sin que jamás nos detuviéramos, ni
encauzáramos nuestras acciones hacia otro destino, pues la eternidad que ese
estado futuro nos promete debería pesar mucho más que cualquier esperanza de
riquezas, honores u otros placeres mundanos cualesquiera que pudiéramos
imaginar, y cuya consecución nos resultase más viable; porque, como nada que
sea futuro es algo que tenemos ya, hasta la esperanza de esos placeres puede
engañarnos. Por tanto, si fuese verdad que el mayor bien a la vista determina
la voluntad, una vez que un bien tan excelso hubiese sido propuesto, no podrían
sino apoderarse de la voluntad, dirigiéndola hacia la obtención de ese bien,
sin que pudiera dirigirse nunca hacia otro sitio; ya que, si así fuera, la
voluntad, que tiene poder sobre los pensamientos lo mismo que sobre las otras
acciones, fijaría la mente en la contemplación de ese bien....Este sería el estado de la mente y la tendencia regular de la voluntad
en todas sus determinaciones, si realmente lo que determinara la voluntad fuera
el mayor bien que se considera que está a la vista de la mente. Pero que esto
no es así, es algo que se puede comprobar fácilmente por la experiencia. |
Si además se pregunta ¿qué es lo que mueve al deseo?, contestaré que
solamente es la felicidad. La felicidad y la desgracia son los términos que
indican dos extremos cuyos últimos límites desconocemos; aquello que «el ojo
no vio, ni oyó el oído, ni entró en el corazón del hombre».....Y así existirán placeres y dolores de la mente o del cuerpo, aunque,
para hablar con más propiedad, todos sean de la mente, si bien algunos se
originan en la mente por el pensamiento, y otros en el cuerpo a partir de
ciertas modificaciones del movimiento.....Así pues, la felicidad es, en su grado máximo,
el mayor placer de que somos capaces, y la desgracia, el mayor dolor; y el grado
ínfimo de lo que denominamos felicidad es aquel estado en el cual, lejos de
todo dolor, gozamos de un placer presente sin el cual no nos podríamos
contentar. Ahora bien, dado que el placer y el dolor se producen en nosotros
cuando determinados objetos operan sobre nuestra mente o sobre nuestro cuerpo,
en distintos grados, lo que tiene la capacidad de provocarnos un placer lo
denominamos bien, y lo que puede producirnos un dolor lo llamamos mal; y no por
otra razón que esa capacidad que tienen de producirnos placer y dolor, que es
en lo que consiste nuestra felicidad o miseria. |
Las necesidades ordinarias de nuestras vidas ocupan una parte muy
considerable de ellas por el malestar del hambre, de la sed, del calor, del frío,
del trabajo y del sueño, en sus sucesivas manifestaciones. A todo lo cual, si añadimos,
además de los males accidentales, el malestar provocado por nuestra fantasía
(como el deseo de honores, de poder, de riquezas, etc.)
que causa en nosotros la costumbre al uso, el ejemplo de los demás y nuestra
educación, y otros mil deseos que se han convertido en naturales para nosotros
por la costumbre, encontraremos que sólo una parte muy pequeña de nuestra vida
está exenta de tales molestias, como para permitirnos sentir la atracción de
un bien ausente que se muestra como más remoto. Pocas veces estamos lo bastante
libres de las solicitaciones de nuestros deseos naturales o adquiridos para que
los malestares que constantemente se suceden en nosotros, y que se originan a
partir de una acumulación continua de necesidades naturales o de hábitos
adquiridos, que se apoderan de la voluntad conforme van apareciendo, no hagan
que una vez hayamos finalizado una acción en la que nos había comprometido
nuestra voluntad, otro malestar haga que nos pongamos en acción de nuevo.
Porque, como el suprimir el dolor que nos molesta en un momento es la manera de
evitar el malestar, y, por tanto, lo primero que tenemos que hacer para
conseguir la felicidad, acontece, entonces, que el bien ausente, aunque ocupe
todos nuestros pensamientos y lo estimemos y contemplemos como tal bien, bien
que, sin embargo, no forma parte de nuestra desgracia al estar ausente, queda
desplazado para dar lugar a nuestros intentos de suprimir esas molestias que en
este momento nos apremian; y hasta que una debida y frecuente contemplación de
ese bien lo haga más próximo a nuestra mente, y nos ofrezca algún placer en
él, o nos inspire un deseo, que, empezando en ese momento a formar parte de
nuestro malestar presente, se encuentre en condiciones de igualdad respecto a
las demás molestias que queremos subsanar, hasta ese instante no llega el
momento en que la voluntad se determina, de acuerdo con la importancia de esta
molestia....Y, de esta manera, a partir de una consideración
adecuada y del examen de algún bien que nos ha sido propuesto,
podemos provocar nuestros deseos en una proporción equivalente al valor de ese
bien, que de esta manera, en su momento oportuno, podrá actuar sobre nuestra
voluntad y convencernos para que los obtengamos. Porque un bien, aunque parezca
muy excelente y se admita como tal, sin embargo, no actúa sobre nuestra
voluntad hasta que no provoca el deseo en nuestras mentes, que haga que nos
sintamos inquietos por su ausencia. |
Porque como la mente, en la mayoría de las ocasiones,
tiene
la potencia, como muestra la experiencia, de suspender la ejecución y
satisfacción de cualquiera de sus deseos; y como acontece así con todos ellos,
uno tras otro, tiene la libertad para considerar los objetos de esos deseos,
para examinarlos en todos sus aspectos, y para sopesarlos entre sí. En esto
radica la libertad del hombre; y de su empleo inadecuado se originan toda una
suerte de errores y de equivocaciones....Para evitar esto, tenemos
la facultad de suspender la búsqueda de la realización de este deseo o aquél,
según cada uno puede comprobar en sí mismo. Creo que ésta es la fuente de
toda la libertad, y en ello radica, desde mi punto de vista, eso que se llama
(pienso que impropiamente) «el libre albedrío», pues mientras se mantiene esa
suspensión de cualquier deseo, antes de que la voluntad quede determinada a esa
acción y antes de que la realice (lo cual haría después de su determinación),
tenemos la oportunidad de examinar, y de mirar y de juzgar sobre la bondad o
maldad de aquello que intentamos hacer; y cuando, tras un examen concienzudo,
emitimos un juicio, hemos cumplido con nuestra obligación y hemos hecho todo lo
que estaba en nuestra mano para conseguir nuestra felicidad. Y no es una falta,
sino más bien una perfección de nuestra naturaleza, el desear, el inclinar
nuestra voluntad y el actuar de acuerdo con el resultado definitivo de un examen
sincero....Tan lejos está de ser una limitación de la
libertad esto, que, por el contrario, resulta un perfeccionamiento y ventaja
para ella;....Una perfecta indiferencia de la mente, de manera que no pudiese determinar sobre
la bondad o la maldad que se suponen inclinan su juicio, estaría tan lejos de
constituir una ventaja y excelencia de cualquier naturaleza inteligente.....Un hombre tiene la libertad para elevar su
mano o su cabeza, o para dejarlas en reposo; respecto a lo uno u otro es
perfectamente indiferente; y sería una imperfección suya si no tuviera este
poder, si estuviera privado de esa indiferencia. Pero existiría una imperfección
del mismo calibre si tuviera una indiferencia idéntica para levantar su mano o
dejarla en reposo, cuando tuviera que defender su cabeza o sus ojos ante un
golpe que le amenazaba....Así pues, todo hombre está bajo la necesidad, a
partir de su constitución como un ser racional, de determinarse a inclinar su
voluntad hacia lo que estima que debe hacer, de acuerdo con los dictados de su
pensamiento y de su juicio.... Si la libertad estriba en desentenderse de la conducta de la
razón, y en perder el freno del examen y del juicio que es lo que nos impide
elegir o hacer lo peor; si, digo, la libertad consiste en eso, entonces resultará
que sólo los locos y los tontos son hombres libres. Sin embargo, pienso
que nadie querrá ser un loco por ese amor a la libertad, a no ser que ya lo
fuera.... Es decir, que tenemos la necesidad de detenernos cuando no estamos
seguros del camino que debemos emprender; la necesidad de examinar consultando
una guía; la determinación de la voluntad una vez realizada la investigación
para seguir las direcciones de ese guía, y quién tenga la potencia de obrar o
de no obrar, de acuerdo con semejante determinación será un agente libre, ya
que una determinación semejante no disminuye la potencia en la que la libertad
estriba. |
El cuidado
que debemos tener de no confundir la felicidad imaginaria con la verdadera, es
el fundamento necesario de nuestra libertad. Mientras más ligados estemos por
el empeño de obtener la felicidad en general, que es nuestro bien más grande,
Y por tanto, aquello hacia lo que nuestros deseos se encaminan con más firmeza,
más libres estaremos respecto a cualquier determinación voluntaria de nuestra
voluntad hacia una acción determinada y respecto a una necesaria aquiescencia a
nuestros deseos fijos sobre algún bien particular que en ese momento se nos
muestre como el más apetecible, en tanto que no ha-amos examinado debidamente
si, realmente, ese bien particular se inclina hacia nuestra verdadera felicidad
o si es incompatible con ella....Porque la inclinación y tendencia de sus
naturalezas hacia la felicidad constituye para ellos una obligación y un motivo
para que eviten confundirla o perderla, y, por tanto,
necesariamente es algo que los lleva a actuar de una forma determinada a la hora
de orientar sus acciones particulares, acciones que son los medios para
conseguir esa felicidad, con cautela, después de una reflexión, con prudencia..... Creo que en esto radica el privilegio que tienen los seres finitos
inteligentes...: que los
hombres pueden suspender sus deseos y detenerlos en la determinación de la
voluntad hacia cualquier acción, hasta que hayan examinado de una manera debida
e imparcial la bondad o maldad que pueda contraer, de acuerdo con los méritos
que el caso les proporcione...... Porque, puesto que
la voluntad supone un conocimiento que dirija nuestra elección, todo cuanto
podemos hacer es mantener nuestra voluntad en estado de indeterminación, en
tanto no hayamos examinado completamente lo bueno y lo malo de aquello que
deseamos..... a través de un examen detenido y maduro; ya
que la experiencia nos enseña que en la mayoría de los casos podemos suspender
la satisfacción inmediata de un deseo cualquiera. |
La mente tiene gustos diversos del mismo modo que
los tiene el paladar; y tan vanamente intentaría agradar a todos los hombres
con la riqueza o con la gloria (en lo cual algunos hombres hacen recaer su
felicidad), como inútil sería tratar de satisfacer el apetito de todos los
hombres con queso o con langosta, manjares que, aunque sean muy agradables y
apetitosos para muchos, son para otros desagradables y ofensivos, hasta tal
punto que muchas personas llegarían a elegir una situación de hambre a
satisfacer la misma con unos platos que, para otros, constituyen un banquete.
Creo que así se explica la razón por la que los filósofos antiguos
preguntaban en vano si el summum bonum consistía en la riqueza o en los
deleites corporales o estribaba en la virtud y en la contemplación. Tan poco
razonable habría sido el que disputaran sobre cuál era el sabor más atractivo
al paladar, si el de las manzanas, el de las ciruelas, o el de las nueces, y que
por ese motivo se hubieran dividido en distintas escuelas como lo fue esa
disputa. Porque, así como el sabor agradable no depende de las cosas en sí
mismas, sino de lo gratas que resulten para un paladar determinado, dentro de
una gran verdad, así también la mayor felicidad consiste en tener aquellas
cosas que producen el mayor placer, y en la ausencia de aquellas otras que
provocan alguna molestia o dolor. Ahora bien, para hombres diferentes, esas
cosas son cosas diferentes. Si, por tanto, los hombres solamente hacen recaer
sus esperanzas en esta vida; si solamente pretenden encontrar en ella el placer,
no es extraño, ni carece de fundamento, el que busquen su felicidad evitando
todo lo que pueda provocarles molestias, y procurando todo aquello que les dé
un placer, sin que deba asombrarnos que a este respecto exista una gran variedad
de gustos. Porque si no esperamos nada más allá de la tumba, lo que se puede
deducir, correctamente, es lo siguiente: «comamos y bebamos, disfrutemos de lo
que más nos deleita, pues mañana moriremos». Esto, creo, servirá para
mostrarnos el motivo por el que, aun cuando todos los deseos de los hombres
tienden a la felicidad, no todos se mueven con el mismo objeto. Los hombres podrían
elegir cosas diferentes, y, sin embargo, elegir todos
correctamente, suponiendo que, a semejanza de unos pobres insectos, algunos como
las abejas amasen a las flores y a su miel mientras que otros, como los
escarabajos, prefiriesen otros tipos de alimentos que, después de haberles
deleitado durante algún tiempo, dejarían de existir para no volver a existir
nunca más. |
Para dar cuenta de los distintos y opuestos
caminos que siguen los hombres, aunque todos tiendan a la felicidad, nosotros
debemos considerar de dónde surgen los distintos malestares que determinan la
voluntad en la preferencia de tal acción voluntaria: |
La última pregunta que sobre esta materia podemos
realizar consistiría en averiguar si está en poder del hombre el cambiar el
agrado o desagrado que acompaña a cualquier clase de acción; y a esta pregunta
contesto que, en la mayoría de los casos, es evidente que puede hacerlo. Los
hombres pueden y deben habituar su paladar para tomarle el gusto a aquello que
no lo tiene, o que suponen que no lo tiene. El gusto de la mente es tan diverso
como el del cuerpo.... Al comer un plato bien condimentado
y a gusto del paladar de una persona, nuestra mente puede ser sensible al placer
en sí que acompaña la acción de comer, sin que tenga que hacer referencia a
otra finalidad; pero la consideración del placer que encontramos en la salud y
en la fuerza (que es la razón de la supervivencia que existe en la comida)
puede añadir un nuevo gusto, capaz de hacernos ingerir un brebaje de sabor
desagradable. En este último sentido, cualquier acción
puede llegar a ser más o menos agradable sólo a partir de la visión de su
finalidad, y por la mayor o menor persuasión que tengamos para sentirnos unidos
a ella o impulsados hacia ella; pero el placer en la acción misma se adquiere
mejor, o se aumenta, mediante el uso y la práctica. Sucede a menudo que los
intentos terminan por reconciliarnos con aquello que, desde lejos, nos resulta
repugnante, y que su repetición provoca que disfrutemos de lo que en un primer
momento nos pudo desagradar. |
Para terminar esta investigación sobre la
libertad humana.... someto a luz de los sabios, y que en resumen estriba en lo
siguiente: la libertad es una potencia de actuar o de dejar de hacerlo, de
acuerdo con los designios de la mente. La potencia de dirigir las facultades
operativas del movimiento o del reposo es lo que denominamos voluntad. Aquello
que en el curso de nuestras acciones voluntarias determina la voluntad para que
realice algún cambio de operación, es un determinado malestar presente, que o
bien es un deseo, o al menos siempre va acompañado de deseo. El deseo siempre
está impulsado por el mal, como una manera de huir de él; ya que una liberación
total del dolor es algo que forma parte necesaria de nuestra felicidad. Pero,
todo bien, sin excepción del bien mayor, no mueve constantemente al deseo,
porque puede no formar, o puede no ser considerado como formando parte necesaria
de nuestra felicidad. Pues lo que más deseamos es, fundamentalmente, ser
felices. Pero que este deseo general de la felicidad actúa de una forma
constante e invariable, sin embargo, la satisfacción de cualquier deseo
particular puede dejarse en suspenso, impidiendo que la voluntad se determine
para realizar un acto cualquiera que tienda a esa satisfacción del deseo, en
tanto no hayamos examinado detenidamente si el bien particular aparente que
deseamos en ese momento forma parte de nuestra verdadera felicidad, o si es
contrario a la misma. El resultado de nuestro juicio, después de un examen tal,
es lo que en última instancia determina al hombre, el cual no sería realmente
libre si su voluntad estuviera determinada por una cosa distinta a su propio
deseo, que está guiado por su mismo juicio. Sé que algunas personas colocan la
libertad en la indiferencia del hombre, anterior a la determinación de su
voluntad. Me gustaría mucho que aquellos que tanto insisten en semejante
indiferencia que antecede a la determinación de la voluntad, nos dijeran
claramente si esa supuesta indiferencia es también anterior al pensamiento y al
juicio del entendimiento, al igual que lo es al decreto de la voluntad; pues
resulta muy difícil situarla entre estos dos términos, o sea, inmediatamente
después del juicio del entendimiento, y antes de la determinación de la
voluntad, ya que dicha determinación sigue de manera inmediata al juicio del
entendimiento; y el colocar la libertad en una indiferencia que sea anterior al
pensamiento y al juicio del entendimiento, me parece que es algo semejante a
situar la libertad en un estado de penumbra en el que nada podríamos ver ni
decir sobre la misma; al menos, es situarla en un sujeto incapaz de libertad,
pues se niega el que un agente cualquiera pueda obtener la libertad, ii no es
mediante el pensamiento y el juicio. Como no afino demasiado a la hora de
expresarme, tengo que reconocer a aquellos, los que pueden hacerlo de ese modo,
que la libertad está situada en la indiferencia; pero en una indiferencia que
viene después del juicio del entendimiento, más aún, incluso después de que
la voluntad se haya determinado. |
Hasta aquí he presentado, en un
breve esbozo, una visión de nuestras ideas originales, de las que se
deriva el resto, y de las cuales se forman las demás, de manera que si
las considero como filósofo, y examino de qué causas dependen, y de qué
están formadas, creo que todas se pueden reducir a unas cuantas primarias
y originales, a saber:
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