Al tener noticias por nuestros sentidos de las constantes
vicisitudes de las cosas, no podemos sino observar que varias cualidades y
sustancias particulares empiezan a existir y que reciben su existencia de la
debida aplicación y operación de algún otro ser. A partir de esta observación
obtenemos nuestras ideas de la causa y del efecto. Aquello que produce cualquier
idea simple o compleja es denotado por el nombre general causa, y aquello que es
producido, por el de efecto. De esta manera, al advertir en la sustancia que
llamamos cera que la fluidez, que es una idea simple que no estaba antes en ella
se produce de una manera constante mediante la aplicación de determinado calor,
llamamos a la idea simple de calor, en relación a la fluidez de la cera, la
causa de esa fluidez; y a la fluidez la llamamos el efecto. De esta manera también,
al observar que en la sustancia madera, que es una reunión de ciertas ideas
simples, se convierte, mediante la aplicación del fuego, en otra sustancia, la
ceniza, es decir, en otra idea compleja, que consiste en un conjunto de ideas
simples, muy distinta a la idea compleja que llamamos madera, considerarnos al
fuego con relación a la ceniza como la causa, y a la ceniza la consideramos
como el efecto.
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Primero, cuando la cosa ha sido hecha nueva de manera que
ninguna parte suya existía antes, como, por ejemplo, cuando una nueva partícula
de materia empieza a existir, in rerum natura, sin haber tenido antes
existencia, llamamos a ese proceso creación. |
El tiempo y el lugar son también los fundamentos
de relaciones muy amplias, y todos los seres finitos quedan comprendidos en
ellos. Pero, como ya mostramos en otro lugar, de qué manera adquirimos esas
ideas, tal vez sea suficiente con que aquí indiquemos que
la mayor parte de las denominaciones que las' cosas reciben en consideración al
tiempo no son sino relaciones. De esta manera, por ejemplo, cuando alguien
afirma que la reina Isabel vivió durante sesenta y nueve años y reinó durante
cuarenta y cinco, esas palabras tan sólo indican la relación que existe entre
esa duración y alguna otra cosa; y simplemente significa que la duración de su
existencia y la duración de su gobierno son iguales, respectivamente, a sesenta
y nueve y a cuarenta y cinco de los giros que el sol realiza todos los años.
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Además de esas palabras que se refieren al
tiempo, existen otras que también hacen referencia al mismo, pero de las que
normalmente se piensa significan ideas positivas, las cuales, sin embargo,
cuando se examinan, se muestran como relativas; así, por ejemplo, sucede con
las palabras joven, viejo, etc., que incluyen y hacen referencia a la relación
que toda cosa tiene respecto a cualquier longitud de duración de la cual
podamos tener la idea en nuestras mentes. De esta manera, habiendo establecido
en nuestros pensamientos que la idea de la duración
ordinaria de un hombre es de sesenta años, cuando afirmamos que un hombre es
joven queremos decir que su edad no comprende sino una pequeña parte de aquella
que habitualmente puede alcanzar un hombre. Y cuando afirmamos que alguien es
viejo, queremos decir que su duración ha llegado casi hasta unos límites que
generalmente los hombres no traspasan. De manera que no hacemos otra cosa sino
comparar la edad particular o duración de tal o cual hombre con la idea que
tenemos en la mente de aquella duración, que por lo ordinario pertenece a esa
especie animal. |
Pero como sucede con la duración, en el
caso de la extensión y del volumen también hay algunas ideas que son relativas
que se expresan con términos que se piensan que son positivos; tal ocurre con
grande y pequeño, que en realidad son relaciones. Porque también aquí,
habiendo establecido en la mente las ideas del tamaño de diversas clases de
cosas, según aquellas a las cuales estamos acostumbrados, convertimos, como si
dijéramos, esas ideas en patrones de medidas para designar el volumen de otras.
Así llamamos grande una manzana cuando es mayor que las manzanas con las que
ordinariamente tenemos relación; y decimos que un caballo es pequeño cuando no
alcanza el tamaño de la idea que tenemos en la mente que comúnmente pertenece
a los caballos. |
De la misma manera, los términos débil y fuerte no son sino
denominaciones relativas de potencia por comparación con alguna idea que
tenemos, en este momento, sobre una potencia mayor o menor. Así, cuando
afirmamos que un hombre es débil, queremos decir que no posee la misma fuerza y
el mismo poder que otro para mover alguna cosa, o nos referimos habitualmente a
un hombre de un tamaño diferente. Lo cual no es sino una forma de comparar su
dureza con la idea que tenemos de la fuerza habitual de los hombres o con el
tamaño de éstos. De esta manera, también, cuando afirmamos que todas las
criaturas son débiles; pues en este caso el término débil no es sino algo
relativo que alude a la desproporción existente entre la
potencia de Dios y la de las criaturas. Así pues, resulta que un gran número
de palabras de nuestro lenguaje usual significan tan sólo relaciones.
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