El hombre, aunque tenga gran variedad de
pensamientos, y de tal clase que de ellos otros hombres, al igual que él,
puedan recibir provecho y satisfacción, sin embargo, tiene alojados en su pecho
estos pensamientos, escondidos e invisibles a la mirada de los demás hombres,
de tal manera que no se pueden manifestar por sí solos. Pero como el confort y
progreso de la sociedad no se podían lograr sin la comunicación de los
pensamientos, se hizo necesario que el hombre encontrara unos signos externos
sensibles, por los que esas ideas invisibles, de las que están hechos sus
pensamientos, pudieran darse a conocer a los demás hombres. Y para cumplir este
fin, nada más a propósito, tanto por su riqueza como por su rapidez, que
aquellos sonidos articulados de los que se encontró dotado y podía producir
con tanta facilidad y variedad. De esta manera es como podemos llegar a imaginar
cómo las palabras, tan bien adaptadas por naturaleza a aquel fin, llegaron a
ser empleadas por los hombres para que sirvieran de signos
de sus ideas; y no porque hubiese relación entre determinadas ideas y los
sonidos articulados, pues en ese caso existiría un único lenguaje entre todos
los hombres, sino por una imposición voluntaria, por la que una palabra se
convierte, de forma arbitraria, en el signo de una idea determinada. De esta
forma, el uso de las palabras consiste en que sean las señales sensibles de las
ideas
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Las palabras, en su significación primera o inmediata, no significan nada,
excepto las ideas que están en la mente del que las emplea, por muy imperfecta
o descuidadamente que esas ideas se hayan recogido de las cosas que se suponen
representan. Cuando un hombre se dirige a otro, es para que éste le entienda; y
la finalidad del habla consiste en que aquellos sonidos puedan, en cuanto señales,
dar a conocer sus ideas al oyente. Resulta, por tanto, que las palabras son las
señales o signos de las ideas del hablante. |
Siendo las palabras signos voluntarios, no pueden
ser signos voluntarios impuestos por el que desconoce las cosas. Ello supondría
hacerlas signos de nada, sonidos sin significación. Un hombre no puede hacer de
sus palabras los signos o cualidades de las cosas, o de las concepciones en la
mente de los otros hombres, si él mismo no tiene ninguna idea de ello. Hasta el
momento en que él no tenga algunas ideas propias,.... no podrá usar signos para
ellas: serían signos de lo que desconoce, y, por tanto, de nada. Pero cuando se
representa a sí mismo las ideas de otros hombres por algunas ideas propias, si
consiente en darles los mismos nombres que otros hombres, sigue dándoles
nombres a sus propias ideas, a las ideas que tiene, no a las que no tiene...... El niño que solamente tiene noticia del
metal llamado oro por su brillante color amarillo, aplicará la palabra oro tan
sólo a la idea de este color, y a nada más. Y, por tanto, denominará con el
mismo color la cola del pavo real. Pero otro que haya observado más
detenidamente añadirá al amarillo brillante la idea de gran peso, y entonces,
al usar la palabra oro, significará la idea compleja de una sustancia que es
amarilla brillante y de gran peso. Otra persona añadirá la fusibilidad a esas
cualidades, con lo que la palabra oro pasará a significar un cuerpo, brillante,
amarillo, fusible y muy pesado. Aún habrá otro que añada la cualidad de
maleable. Cada una de esas personas usa la misma palabra oro cuando tiene la
ocasión de expresar la idea a la que la ha aplicado; pero resulta evidente que
cada uno puede aplicarla tan sólo a su propia idea, y no convertirla en signo
de una idea compleja que no tenga. |
Pero aun cuando las palabras, según las usan los
hombres, sólo puedan significar propia e inmediatamente las ideas que están en
la mente del hablante, sin embargo, hacen en su pensamiento una referencia
secreta a otras dos cosas.
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Asimismo, conviene tener en cuenta, en lo que se
refiere a las ideas, lo siguiente:
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