Los nombres comunes de las
sustancias, al igual que los otros términos generales, significan clases:
lo cual no representa otra cosa que el ser signos de ideas complejas
tales que en ellas concuerden o puedan concordar varias sustancias
particulares, en virtud de lo cual pueden quedar comprendidas en una
concepción común, y ser significadas por un nombre. He dicho que
concuerden o puedan concordar, porque aun cuando sólo exista un sol en el
mundo, sin embargo, abstraída la idea del ser de manera que más
sustancias (en el caso de que existieran varias) pudieran cada una
coincidir en ella, tanto constituiría esa idea una clase como si hubiese
tantos soles como estrellas. No carecen de razón aquellos que piensan que
los hay, y que cada estrella fija puede responder a la idea significada
por el nombre de sol, para aquel que esté situado a la debida distancia;
lo cual, en cualquier caso, puede mostrarnos hasta qué grado las clases
o, si se prefiere, los géneros y las especies de las cosas (pues esos términos
latinos no significan para mí otra cosa que la palabra clase).
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La medida y el límite de cada
clase o especie, por donde se constituye en esa clase particular y se
distingue de las otras, es lo que llamamos su esencia, que no es nada más
que la idea abstracta a la que va anejo el nombre, de manera que todo lo
que esté contenido en esa idea es lo esencial a esa clase. Esta, aunque
sea toda la esencia de las sustancias naturales que nosotros conocemos, o
por la que las distinguimos en clases, sin embargo, la denomino con un
nombre peculiar, la esencia nominal, para distinguirla de la constitución
real de las sustancias, de la que dependen esta esencia nominal y todas
las propiedades de esa clase, la cual
puede ser llamada, corno se ha dicho, la esencia real. Por ejemplo, la
esencia nominal del oro es esa idea compleja que significa la palabra oro,
a saber: un cuerpo amarillo, de un cierto peso, maleable, fusible y fijo.
Pero la esencia real es la constitución de las partes insensibles de ese
cuerpo, de la que esas cualidades y todas las demás propiedades del oro
dependen. Queda patente que se trata de dos cosas diferentes, aun cuando
ambas reciban el nombre de esencias. |
La próxima cosa que es necesario
considerar es por cuál de esas esencias son determinadas las sustancias
en clases o especies, y, evidentemente, es por la esencia nominal. Pues
eso sólo, que es la señal de la clase, es lo que el nombre significa.
Por tanto, resulta imposible que las clases de cosas, que ordenamos bajo
nombres generales, puedan ser determinadas por otra cosa distinta a esa
idea cuyo nombre ha sido designado como signo suyo; y esto es, según
hemos venido mostrando, lo que nosotros llamamos esencia nominal. ¿Por
qué decimos que esto es un caballo y ésa una mula, que esto es un animal
y eso una hierba? ¿Cómo sucede que una cosa particular llegue a ser de
esta clase o aquélla, sino porque tiene esa esencia nominal, o, lo que es
igual, porque se conforma a esa idea abstracta a la que va anexo el
nombre?
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Por tanto, nosotros no podemos
ordenar y clasificar las cosas y, en consecuencia, darles denominaciones
(que es la finalidad de la clasificación por sus esencias reales desde el
momento en que éstas nos son desconocidas. Nuestras facultades no nos
conducen más allá en el conocimiento y distinción de las sustancias de
una colección de aquellas ideas sensibles que podemos observar en ellas;
la cual, aunque se forme con la mayor diligencia y exactitud de la que
seamos capaces, está, sin embargo, más lejos de la verdadera constitución
interna de la que fluyen esas cualidades, que, como ya dije, lo está la
idea de un campesino del mecanismo interno de aquel famoso reloj de
Estrasburgo, del que tan sólo ve su forma externa y sus movimientos. No
hay planta o animal tan insignificantes que no siembren la confusión en
los más preclaros entendimientos; pues aunque el uso familiar de las
cosas con las que pisamos, o el hierro que manejamos todos los días, en
seguida encontramos que su hechura nos es desconocida, y que no podemos
dar razón de las diferentes cualidades que encontramos en ellos: resulta
evidente que su constitución interna, de la que dependen sus propiedades,
nos es desconocida. Pues para quedarnos tan sólo en las cosas más
groseras y obvias que podamos imaginar, ¿cuál es la textura de las
partes, esa esencia real que hace fusibles al plomo y al antimonio, y no a
la madera o a las piedras? Y ¿qué es lo que hace maleables al plomo y al
hierro, sin que lo sean el antimonio y las piedras? Y, sin embargo, cuán
infinitamente cortos resultan estos ejemplos respecto a los finísimos
mecanismos e inconcebibles esencias reales de las plantas y animales, es
algo que todo el mundo sabe. Los recursos empleados por el sapientísimo y
todopoderoso Dios en la grandiosa fabricación del universo y en cada una
de sus partes, exceden más la capacidad y comprensión del hombre más
inquisitivo e inteligente, que el mejor artificio del hombre más
ingenioso supera las concepciones de la más ignorante de las criaturas
racionales. En vano, pues, pretendemos ordenar las cosas en clases y
disponerlas en determinadas especies bajo nombres, por sus esencias
reales, que tan lejos están de ser descubiertas o comprendidas. Un ciego
que intentara clasificar las cosas por sus colores o el que, habiendo
perdido el olfato, quisiera distinguir una lila de una rosa por su aroma,
actuarían de la misma manera que el que quisiera clasificar las cosas por
una constitución interna que él desconoce. El que piense que puede
distinguir una oveja de una cabra por sus esencias reales que le son
desconocidas, deberá probar sus habilidades en esas especies llamadas
casuario y querenquinquio, y determinar, por sus esencias reales internas,
los límites de esas especies, sin conocer las ideas complejas de
cualidades sensibles que significan cada uno de esos nombres en los países
en que se encuentran dichos animales. |
Lo siguiente que debemos considerar
es cómo y por quién se hacen esas esencias. En cuanto a lo último,
resulta evidente que las hace la mente y no la naturaleza, pues si fueran
obra de la naturaleza no podrían ser tan varias y diferentes en los
distintos hombres como la experiencia nos dice que lo son. Pues si
examinamos esto, encontraremos que la esencia nominal de cualquier especie
de sustancia no es la misma en todos los hombres, ni siquiera aquella que
nos es más íntimamente familiar entre todas. No sería posible que la
idea abstracta a la que se da el nombre de hombre fuera diferente en los
distintos hombres si fuera una obra de la naturaleza; y que para uno fuera
un «animal rationale», y para otro, «animal
implume bipes latis unguibus». Aquel que una el nombre de hombre a una
idea compleja, formada de movimiento espontáneo y sensación, unidos a un
cuerpo de una forma determinada, tiene de esa manera una cierta esencia de
la especie hombre; y aquel que, después de un examen más minucioso, añada
la racionalidad, tendrá otra esencia de la especie que él llama hombre;
por lo que para uno será verdadero hombre, en tanto que para otro, el
mismo individuo, no lo será. Pienso que no puede haber nadie que admita
que esta figura erguida, tan bien conocida, constituya la diferencia
esencial de la especie hombre; y, sin embargo, con cuánta frecuencia los
hombres determinan las clases de animales por su aspecto exterior más
bien que por su descendencia, es algo bastante evidente.....El docto teólogo
y el jurista deberán, en tales casos, renunciar a su sagrada definición
de «animal rationale», y sustituirla por alguna otra esencia de la
especie humana. Monsieur Menage nos lo ilustra con un ejemplo que nos
parece apropiado para esta ocasión: «Cuando nació el abate de Saint
Martin - dice - poseía en tan escasa medida la forma de un hombre que más
bien parecía un monstruo. Durante algún tiempo se anduvo deliberando
sobre si le debería bautizar o no. Sin embargo, fue bautizado
y provisionalmente se le declaró hombre (hasta que el tiempo mostrase lo
que debía mostrar). Tan extrañamente había sido formado por la
naturaleza, que durante toda su vida fue llamado el abate Malotru; es
decir, mal-hecho. Era natural de Caen» (Menagiana, 278, 430). Podemos ver
cómo este niño estuvo muy cerca de ser excluido de la especie hombre
simplemente por su aspecto. Tal como era casi no se escapa, y es seguro
que de ser su forma exterior un poco más extraña, habría sido expulsado
y se le habría ejecutado como algo que no era digno de pasar por un
hombre. Y, sin embargo, no se puede dar ninguna razón para que, porque
las facciones de su rostro estuvieran un tanto alteradas, porque su cara
fuera un poco alargada, su nariz chata, o su boca muy grande, no se
alojara en él un alma racional, ni para que esas facciones no hubieran
podido compadecerse, así como el resto de su mala figura, con esa alma y
esas cualidades que lo hicieron, desfigurado y todo, capaz de llegar a ser
un dignatario dentro de la Iglesia.....Me gustaría saber, entonces, en qué
consisten los precisos e inamovibles límites de esa especie. Resulta
evidente, si examinamos el asunto, que la naturaleza no ha hecho, ni
establecido, ninguna cosa semejante entre los hombres. Es claro que no
conocemos la esencia real de esa sustancia ni de ninguna otra, y, por
tanto, tan indeterminadas son nuestras esencias nominales, que nosotros
hemos fabricado.... ¿Quién podría afirmar a qué especie pertenecía
ese monstruo del que hace mención Liceto (Lib1, cap. 3), que tenía la
cabeza de hombre y el cuerpo de cerdo? ¿O aquellos otros que con cuerpos
de hombre tenían cabezas de bestias como perros, caballos, etc.? Si
alguna de esas criaturas hubiera vivido y hubiese podido hablar, la
dificultad habría aumentado aún más. Si la parte superior hasta la
cintura hubiera sido de forma humana, y la de abajo de cerdo, ¿supondría
un asesinato su destrucción? ¿O se debería consultar al obispo para
saber si tenía lo suficiente de humano como para ser llevado a la pila
bautismal? Según me han dicho, un caso semejante sucedió en Francia hace
algunos años. Así de inciertos son los límites de las especies animales
para nosotros, que no tenemos otras medidas que las ideas complejas de
nuestra propia cosecha; y así de alejados nos encontramos de un
conocimiento exacto de lo que sea el hombre, aunque quizá se tenga como
signo de gran ignorancia el dudar sobre ello. |
Pero aunque esas esencias nominales
de las sustancias son elaboradas por la mente, no se hacen, sin embargo,
de una manera tan arbitraria como las de los modos mixtos. Para la
elaboración de cualquier esencia nominal es necesario, en primer lugar,
que las ideas en que consisten tengan una unión como para hacer una sola
idea, por muy compuesta que sea. En segundo lugar, que las ideas
particulares unidas de esta manera sean exactamente las mismas, ni más ni
menos. Pues si dos ideas complejas abstractas difieren en el número o en
la clase de sus partes componentes, constituyen dos esencias diferentes, y
no una y la misma esencia. En el primero de estos casos, la mente, al
formar sus ideas complejas de las sustancias, tan sólo sigue a la
naturaleza, y no junta ninguna de ellas que no tengan una unión en la
naturaleza. Nadie une el balido de una oveja con la forma de un caballo,
ni el color del plomo con el peso y la fijeza del oro, para formar de esta
manera las ideas complejas de unas sustancias reales cualesquiera, a no
ser que desee llenar su mente con quimeras y sus discursos con palabras
ininteligibles. Los hombres, observando ciertas cualidades que siempre se
dan unidas y conjuntamente, han copiado la naturaleza de manera que de
unas ideas así reunidas han formado sus ideas complejas de sustancias.
Porque aunque los hombres pueden forjar las ideas complejas que deseen, y
darles los nombres que les plazcan, sin embargo, si quieren que se les
entienda cuando hablan de cosas realmente existentes, tienen, en algún
grado, que conformar sus ideas a las cosas de las que quieren hablar, pues
si no el lenguaje dé los hombres sería como el de Babel; y siendo cada'
palabra solamente inteligible para el hombre que la emplea, ya no serviría
para la conversación ni para los asuntos ordinarios de la vida, si las
ideas por ellas significadas no respondieran de alguna manera a las
apariencias comunes y estuvieran conformes a las
sustancias, según realmente existen.....En segundo lugar, aunque la mente
humana, al forjar sus ideas complejas a partir de las sustancias, nunca reúne
ningunas que no existan realmente o que no se suponga que coexisten.....
Supongamos a Adán convertido en un hombre maduro, y dotado de un buen
entendimiento, pero en un país extraño, y rodeado
de cosas nuevas y desconocidas para él, y sin más dificultades para
conocerlas que las que tendría ahora un hombre de esta época. El se da
cuenta de que Lamech está más melancólico de lo habitual y se imagina
que es por una sospecha que tiene de que su mujer Adah (a la que ama
ardientemente) siente demasiada simpatía por otro hombre. Adán comunica
su pensamiento a Eva, y le expresa su deseo de que evite que Adah cometa
una locura, y en esta conversación con Eva emplea dos palabras nuevas:
kinneab y niouph. Al cabo del tiempo, se descubre el error de Adán,
cuando él se entera de que la preocupación de Lamech procede de que ha
matado a un hombre, pero las dos nuevas palabras, kinneab y niouph (la
primera de las cuales significa la sospecha de un marido respecto a la
lealtad de su mujer, y la segunda la deslealtad de la esposa), no pierden
sus distintas significaciones. Resulta evidente, pues, que aquí tenemos
dos ideas complejas distintas de modos mixtos.....Consideremos ahora de la
misma manera los nombres de las sustancias en su primera aplicación. Uno
de los hijos de Adán, que deambulaba por los montes, encuentra una
sustancia brillante que le resulta agradable a la vista. La lleva a casa
de Adán, quien, después de examinarla, encuentra que es dura, que tiene
un brillante color amarillo y un gran peso, Estas quizá sean, en un
principio, todas las cualidades que advierte en aquélla; y abstrayendo
esa idea compleja, que consiste en una sustancia que tiene ese peculiar
color amarillo brillante, y un peso bastante considerable en relación con
su tamaño, le da el nombre de zahab, para denominar y señalar todas las
sustancias que posean esas cualidades sensibles. Resulta evidente que, en
este caso, Adán actúa de una manera completamente diferente a como lo
hizo antes, cuando forjó esas ideas de los modos mixtos a las que dio los
nombres de kinneah y niouph. Pues en aquella ocasión solamente reunió
ideas a partir de su propia imaginación, sin tomarlas de la existencia de
cosa alguna, y les dio nombres para denominar cuanto sucediera acorde con
esas ideas abstractas suyas, sin considerar si tales cosas existían o no:
el modelo que había tomado era obra suya. Pero al formarse la idea de
esta nueva sustancia, actúa de una manera totalmente distinta, pues toma
el modelo de la naturaleza; y de esta manera, para representárselo a sí
mismo por la idea que tiene sobre él, incluso cuando no tenga este modelo
delante, no incluye en esta idea compleja ninguna idea simple que no haya
recibido por medio de la percepción a partir
de la cosa misma. Se preocupa de que su idea esté de acuerdo con el
arquetipo, e intenta que el nombre signifique una idea así ajustada. |
Esto se ajusta al verdadero fin del
lenguaje, que estriba en la manera más fácil y breve de comunicar
nuestras nociones. Pues, de este modo, el que quiera discurrir sobre las
cosas, en cuanto éstas se conforman con la idea compleja de extensión y
solidez, necesitará únicamente emplear la palabra cuerpo para denotar
todo esto. El que desee añadir otras ideas, significadas por las palabras
vida, sensación y movimiento espontáneo, necesitará solamente usar la
palabra animal para significar todo lo que participa de esas ideas; y el
que haya formado una idea compleja de un cuerpo, dotado de vida, sensación
y movimiento, más la facultad de raciocinio, y una cierta forma unida a
él, no necesitará más que emplear el breve monosílabo man (hombre)
para expresar todos los particulares que corresponden a esa idea compleja.
Este es el fin propio de los géneros y las especies. |
En resumen, éste es el caso: la
naturaleza hace muchas cosas particulares que coinciden entre sí en
muchas cualidades sensibles, y probablemente también en su estructura y
constitución interna; sin embargo, no es esta esencia real la que las
distingue en especies, sino el hombre, quien, partiendo de las cualidades
que encuentra unidas en ellas y en las que observa convergen a menudo
varios individuos, las ordena en clases por medio de nombres, para la
comodidad de tener signos comprensivos
bajo los cuales los individuos, según su conformidad con esta o aquella
idea abstracta, quedan clasificados como bajo enseñas; así que éste será
del regimiento azul, aquél del rojo; éste será un hombre, aquél un
mandril. Y en esto, según mi opinión, estriba todo este asunto de los géneros
y las especies.
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