Creo que podemos llegar a concluir los límites entre el alcance de la
fe y de la razón, pues la falta de estos límites ha sido la causa, si no de
grandes desórdenes, al menos sí de grandes disputas, y tal vez de errores en
el mundo. Pues en tanto no se resuelva hasta dónde nos guiamos por la razón, y
hasta dónde por la fe, en vano mantendremos disputas y nos empeñaremos en
convencer- nos los unos a los otros en asuntos de religión...... Por tanto,
pienso que la razón, aquí y en cuanto algo que se distingue de la fe, consiste
en el descubrimiento de la certidumbre o de la probabilidad de tales
proposiciones o verdades que la mente llega a alcanzar por medio de la deducción
que realiza a partir de unas ideas obtenidas mediante el empleo de sus
facultades naturales, es decir, por medio de la sensación o de la reflexión.
La fe, por el contrario, es el asentimiento dado a cualquier proposición que no
ha sido establecida mediante la deducción de la razón, sino a partir del crédito
de la persona que lo propone, el cual proviene de Dios por alguna manera
extraordinaria de comunicación. A esta manera de descubrir verdades a los
hombres es lo que llamamos revelación.
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En lo que se refiere a nuestras ideas simples, que
constituyen el fundamento y la única materia de todas nuestras nociones y
conocimientos, dependemos por entero de nuestra razón, es decir, de nuestras
facultades naturales, y en modo alguno las podemos recibir a partir de la
revelación tradicional. Digo «revelación tradicional» para distinguirla de
la «revelación original», pues por ésta significo la primera impresión que
Dios realiza inmediatamente sobre la mente de cualquier hombre...Así pues, en
primer lugar, afirmo que «ningún hombre inspirado por Dios puede, mediante
revelación alguna, comunicar a los demás ninguna idea simple que no haya
tenido antes por sensación o por reflexión»....
Porque las palabras, vistas o escuchadas, no llevan a
nuestros pensamientos sino aquellas ideas que acostumbramos a significar de esa
manera, pero no pueden introducir ninguna que sea totalmente nueva, ni ninguna
idea simple que antes nos fuera desconocida. ....Así, sean cuales fueren las cosas que fueron descubiertas a San Pablo cuando
fue arrebatado al tercer cielo y cualesquiera las ideas nuevas que su mente
recibido allí, la única descripción que él puede hacer a los
otros de este lugar es ésta: «Que son cosas de tal naturaleza, que ningún ojo
vio jamás, ni oído alguno escuchó, ni ningún corazón humano había sentido». |
En segundo lugar, afirma que las mismas verdades que se pueden descubrir
y aceptar a partir de la revelación son descubribles por la razón por aquellas
ideas que naturalmente tenemos. De esta manera, Dios podría, por medio de la
revelación, habernos descubierto la verdad de cualquiera de las proposiciones
de Euclídes, al igual que los hombres, mediante el empleo de sus facultades
naturales, podrían haber llegado a des cubrirlas por sí mismos....Ahora bien, cualquier verdad que lleguemos a descubrir
claramente, a partir del conocimiento, y de la contemplación de nuestras
propias ideas, será siempre más cierto que aquel que nos llega mediante la
revelación tradicional. ... Por ejemplo, si se viniera
revelando desde edades muy remotas que los tres ángulos de un triángulo son
iguales a dos rectos, yo podría asentir a la verdad de esta proposición a
partir del crédito de la tradición que me ha sido revelada; pero jamás llegaría
a una certidumbre tan grande como la que me originaría un conocimiento basado
en la comparación y medición de mis propias ideas sobre dos ángulos rectos y
sobre los tres ángulos de un triángulo.....Así pues, en aquellas proposiciones cuya
certidumbre se funda en la clara percepción del acuerdo o des- acuerdo de
nuestras ideas, alcanzada bien por una intuición intermedia, como ocurre en las
proposiciones evidentes por sí mismas, bien por las deducciones evidentes de la
razón en las demostraciones, no necesitamos la ayuda de la revelación como
algo necesario para otorgarle nuestro asentimiento y para introducirla en
nuestras mentes.
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Y, por
tanto, «ninguna proposición puede ser resumida como una revelación divina, u
obtener el asentimiento que a tales proposiciones se debe, si resulta
contradictoria con nuestro conocimiento claro e intuitivo», pues esto supondría
subvertir los principios y los fundamentos de todo conocimiento, de cualquier
evidencia y de cualquier asentimiento;....Ello
hace que nunca podamos asentir a una proposición que
afirme que el mismo cuerpo pueda estar en dos lugares distintos a la vez, aunque
ello intentara tener la autoridad de una revelación divina. Por tanto, es inútil el tratar de imponer como asuntos de fe
proposiciones que son contrarias a la clara percepción del acuerdo o desacuerdo
de cualesquiera de nuestras ideas. Estas no pueden provocar nuestro asentimiento
en base a ningún título. Pues nunca podrá convencernos la fe de nada que
contradiga nuestro conocimiento, ya que, aunque la fe esté fundada en el
testimonio de Dios (que no puede mentir) al revelarnos alguna proposición, sin
embargo, no podemos tener la seguridad de que se trata en verdad de una revelación
divina, cuya garantía es mayor que nuestro conocimiento....ya que
en el caso de que la tuviéramos por verdadera, supondría el desmoronamiento de
todos los principios y fundamentos de un conocimiento. |
Las cosas que están
por encima de la razón son, cuando son reveladas, la materia más propia
de la fe.... De esta manera el que una parte de los ángeles se rebelara
contra Dios y perdiera por ello el estado de felicidad que originariamente tenían,
el que los muertos resuciten y vivan de nuevo, estas cosas y otras similares, al
estar más allá de las posibilidades de descubrimiento por medio de la razón,
son únicamente materia de fe, con las que la razón nada tiene que ver
directamente.... En algunos de aquellos asuntos en los
que nuestras facultades naturales sean capaces de dar una determinación
probable, la revelación, cuando le ha parecido a Dios oportuno concederla, debe
tener más peso que las conjeturas probables del hombre. Porque como la mente no
tiene la certeza de la verdad de lo que no conoce con evidencia, sino que únicamente
se rinde ante la probabilidad que aparece en ella, es preciso que otorgue su
asentimiento a un testimonio que proviene de alguien que no puede equivocarse y
que no desea engañar. Sin embargo, siempre compete a la razón el juzgar si la
verdad es una revelación, y el decidir sobre el significado de las palabras en
las que ha deliberado. Además, si alguna cosa que sea contraria a los
principios evidentes de la razón, y al conocimiento manifiesto que tiene la
mente de sus propias y distintas ideas, se tiene por una revelación, la razón
debe hacer prevalecer su voz.
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