Estoy seguro de que, a estas alturas, mi lector tendrá la sensación de
que durante todo este tiempo no he estado construyendo sino un castillo en el
aire, y que estará tentado de preguntarme que a qué viene tanto ruido. Afirmas
- me podrá decir - que el conocimiento no es sino la percepción del
acuerdo o desacuerdo de nuestras propias ideas, pero ¿quién sabe lo que son
esas ideas? ¿Existe algo más extravagante que la imaginación del cerebro
humano? ¿Dónde existe una cabeza que no tenga una quimera en ella? O si hay un
hombre justo y sabio, ¿qué diferencia puede haber, según tus reglas, entre su
conocimiento y el de la mente más extravagante y fantasioso del mundo? Ambos
tienen sus ideas y perciben el acuerdo o desacuerdo que existe entre ellas. Si
alguna diferencia hay entre ellos, la ventaja estará de parte del hombre de
imaginación más calenturienta, ya que tendrá mayor número de ideas, y más
vivaces. Y de este modo, según tus reglas, él será el más conocedor. Y si es
verdad que todo conocimiento depende únicamente de la percepción del acuerdo o
desacuerdo de nuestras propias ideas, las visiones de un entusiasta y los
razonamientos de un hombre sobrio serán igualmente ciertas. Nada importa cómo
sean las cosas: será suficiente con que un hombre observe el acuerdo de sus
propias imaginaciones, y con que hable de manera convincente, para que todo sea
verdad, para que todo sea cierto. Semejantes castillos en el aire serán unas
fortalezas de verdad tan grandes como las demostraciones de Euclídes. Que una
arpía no es un centauro es, de esta manera, un conocimiento tan cierto y tan
verdadero como que un cuadrado no es un círculo. Pero ¿para
qué le sirve todo este bonito conocimiento de la imaginación de los hombres al
hombre que pregunte por la realidad de las cosas? Las fantasías de los hombres
no tienen ninguna importancia; es el conocimiento de las cosas lo que se debe
valorar; lo único que da valor a nuestros razonamientos, y preferencia al
conocimiento de una persona sobre el de otra, es que este conocimiento esté
basado en como realmente son las cosas, y no en sueños y fantasías.
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Nuestro conocimiento, por ello, sólo es real en
la medida en que existe una conformidad entre nuestras ideas y la realidad de
las cosas. Pero ¿cuál será ese criterio? ¿Cómo puede la mente, puesto que
no percibe nada sino sus propias ideas, saber que están de acuerdo con las
cosas mismas? Esto, aunque parece ofrecer cierta dificultad, pienso que se puede
resolver, sin embargo, con la consideración de que existen dos clases de ideas
que podemos asegurar están de acuerdo con las cosas.....Las primeras son las ideas simples, porque como la mente, según ya se ha
mostrado, no puede forjarlas de ninguna manera por sí misma, tienen que ser
necesariamente el producto de las cosas que operan sobre la mente de una manera
natural, y que producen en ella aquellas percepciones .... De aquí
resulta que las ideas simples no son ficciones nuestras, sino productos
naturales y regulares de las cosas que están fuera de nosotros, que operan de
una manera real sobre nosotros, y que de esta manera llevan toda la conformidad
que se pretendió, o que nuestro estado requiere...Así, la idea de blancura, o la de
amargo, tal como está en la mente, respondiendo exactamente a ese poder de
producirla que hay en cualquier cuerpo, tiene toda la conformidad real que puede
o debe tener con las cosas que están fuera de nosotros. Y esta conformidad
entre nuestras ideas simples y la existencia de las cosas resulta suficiente
para un conocimiento real....En segundo lugar, como todas nuestras ideas complejas, a excepción de las de
las sustancias, son arquetipos forjados por la mente, y no intentan ser copia de
nada, ni referirse a la existencia de ninguna cosa que sirva como original, no
pueden carecer de ninguna conformidad necesaria para un conocimiento real.
Porque aquello que no está destinado a representar ninguna cosa sino a sí
mismo, nunca puede ser capaz de una representación errónea... según he mostrado en otro lugar, son combinaciones de
ideas que la mente, por su libre elección, reúne sin considerar que tengan
ninguna conexión con la naturaleza. Y de aquí resulta que en todas estas
clases las ideas mismas son consideradas como los arquetipos, y las cosas son
consideradas únicamente en tanto en cuanto se ajustan a ellos. De manera que no
podemos por menos que estar infaliblemente seguros de que todo el conocimiento
que tenemos sobre estas ideas es real, y que alcanza las cosas mismas. Porque en
todos nuestros pensamientos, razonamientos y discursos de esta clase, no nos
dirigimos a la consideración de las cosas sino en tanto
en cuanto se conforman a nuestras ideas.
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No dudo que se admitirá fácilmente que el
conocimiento que tenemos de las verdades matemáticas no es sólo un
conocimiento cierto, sino también real, y no la mera y vacía visión de una
quimera insignificante del cerebro. Y, sin embargo, si lo consideramos
detalladamente, encontraremos que se trata sólo de nuestras propias ideas. El
matemático considera la verdad y las propiedades que pertenecen a un rectángulo
o a un círculo únicamente en cuanto están en unas ideas de su propia mente.
Pues seguramente nunca encontró ninguna de esas dos verdades existiendo precisamente, en su vida. Y, sin embargo, el conocimiento que tiene de
cualquiera de las verdades o propiedades que pertenecen a un círculo, o a
cualquier otra figura matemática, es el de algo verdadero y cierto, incluso de
cosas realmente existentes, ya que las cosas reales no van más allá, ni se
tienen en cuenta en tales proposiciones sino en cuanto se conforman con aquellos
arquetipos de la mente. En la idea de un triángulo, ¿es cierto que sus tres ángulos
son iguales a dos rectos? En caso afirmativo, también será cierto de un triángulo
dondequiera que realmente exista. Y si cualquier otra figura existente no
responde exactamente a la idea de triángulo que tiene en su mente, en absoluto
se refiere a esa proposición. Y por todo ello él tiene la certidumbre de que
su conocimiento sobre tales ideas es un conocimiento real, porque, como no
pretende que las cosas vayan más lejos de su conformidad con aquellas ideas
suyas, está seguro de que conoce lo que se refiere a esas figuras, en el
momento en que ellas tenían una existencia meramente ideal en su mente, así
como se tendrá también la verdad de aquéllas cuando tengan una existencia
real en la materia....
De lo anterior se evidencia que el conocimiento moral es tan capaz de una
certidumbre real como el matemático. Pues como la certidumbre no es sino la
percepción del acuerdo o desacuerdo de nuestras ideas,... todo el acuerdo
o des acuerdo que encontremos en ellas producirá un conocimiento real, al
igual que el conocimiento de las figuras matemáticas....Todos los discursos de los matemáticos sobre la
cuadratura del círculo, sobre las secciones cónicas o sobre cualquier otra
parte de las matemáticas nada tienen que ver con la existencia de esas figuras,
sino que sus demostraciones, que dependen de sus ideas, son las mismas, con
independencia de que en el mundo existan un cuadrado o un círculo. De la misma
manera, la verdad y la certidumbre de los discursos morales abstraen de las
vidas de los hombres y de la existencia en el mundo de aquellas virtudes sobre
las que tratan;.... no son menos ciertos porque no exista
nadie en el mundo que practique tales reglas.... Si es verdad dentro de la especulación, es
decir, dentro de la idea, que el asesino se hace acreedor a la muerte, también
será cierto en la realidad de cualquier acción que exista conforme con esa
idea de asesinato.....Admito que el cambio en un nombre, debido a la falta de propiedad
del lenguaje podrá, en un principio, confundir a quien no conozca la idea que
se quiere significar;.... Exactamente
igual ocurre con respecto al conocimiento moral. Imaginemos que un hombre tiene
la idea de quitar las cosas a los demás, sin el consentimiento de éstos, cosas
que ellos han obtenido de manera honrada, y se le ocurre llamar a esta idea «justicia».
Quien tome aquí el nombre sin la idea que conlleva, incurrirá en un error al
unir otra idea suya a ese mismo nombre...ello hace que los
nombres equivocados en los discursos morales son, por regla general, origen de
discordias, ya que no resulta tan fácil el rectificarlos como en las matemáticas,
donde la figura, una vez dibujada y vista, deja el nombre sin utilidad y sin
ninguna fuerza.... Pero en los nombres morales esto no
puede conseguirse de una forma tan rápida y breve... Sin embargo, y pese a todo esto, la confusión de cualquiera de esas
ideas que haga que se den nombres contrarios a la usual significación de las
palabras en un lenguaje determinado, no impide que podamos tener un conocimiento
cierto y demostrativo sobre sus distintos acuerdos y desacuerdos,
siempre que nos atengamos cuidadosamente, como hacemos en las matemáticas, a
las mismas ideas precisas. Si separamos la idea que estemos
considerando del signo que la significa, nuestro conocimiento marchará igual
mente hacia el descubrimiento de una verdad real y cierta. |
En tercer lugar, hay otra clase de ideas complejas que, al referirse a
arquetipos que están fuera de nosotros, pueden diferir de ellos y de esta
manera, nuestro conocimiento puede llegar a ser escasamente real. Tales son
nuestras ideas de las sustancias que, consistiendo en una colección de ideas
simples, que se supone han sido tomadas de las obras de la naturaleza, pueden,
sin embargo, ser diferentes de aquellos.... Así, pues, afirmo que para tener ideas de las sustancias que por su conformidad
con las mismas pueden ofrecernos un conocimiento real, no es suficiente, como en
los modos, con reunir ideas tales que no sean inconsistentes, aunque nunca hayan
existido de esa manera; así, por ejemplo, las ideas de sacrilegio, de perjurio,
etc., que eran unas ideas tan reales y verdaderas antes, como después de la
existencia de esos hechos. Pero como se supone que nuestras ideas de las
sustancias son copias, y se refieren a unos arquetipos que están fuera de
nosotros, deben haber sido tomadas de cosas que existen o han existido....La razón de
esto es que, como no conocernos cuál sea la constitución real de las
sustancias de la que dependen nuestras ideas simples, y cuál sea efectivamente
la causa de la estricta unión de algunas de ellas con otras, y de la exclusión
de otras, hay muy pocas de las que podamos asegurar que son consistentes o
inconsistentes en la naturaleza, más allá de lo que la experiencia y la
observación sensible alcanzan.
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