Al llegar a este punto del diálogo, Platón, hace referencia al malestar de Protágoras por el interrogatorio al que le tenía sometido Sócrates. Y es que, Protágoras, era consciente de las contradicciones en las que estaba cayendo. En definitiva se encontraba ante un auditorio, que le tenía por un maestro de virtud, pero que también estaba viendo como su interlocutor (Sócrates) exigía de él una definición clara del objeto de aquello que decía enseñar, es decir, la virtud, y que, el sofista, no acababa de aclarar. Todo esto motiva que, Protagoras, para salir del paso comience de nuevo a evadirse del método socrático de preguntas y respuestas y decida volver a realizar discursos largos y, evidentemente, bellos. En este caso lleva a cabo una exposición, claramente dialéctica y digna de Heráclito, acerca de cómo unas cosas que son buenas, sin embargo, a su vez, no son útiles y viceversa. Ante tal exposición, Sócrates, le ruega que, ya que Protágoras dice ser un maestro tanto de los discursos largos como de los cortos, vuelva otra vez a los cortos. Protágoras da a entender que ya no está dispuesto a seguir por ese camino. Ante tal postura, Sócrates, afirma que si no se sigue el camino de los discursos cortos y claros, él está dispuesto a marcharse y finalizar así el diálogo. (Ver Texto7)

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