PROTÁGORAS Y LOS DISCURSOS LARGOS
Me pareció que Protágoras comenzaba a irritarse y que el responder le angustiaba y le hacía sufrir. Al verle en esta actitud, me precaví y le pregunté pausadamente:
– Protágoras –le dije–, ¿te refieres a las que no son útiles a ninguno de los hombres o a las que no son útiles en absoluto? ¿A éstas últimas las llamas buenas?
– De ninguna manera; pero conozco muchas cosas perjudiciales para los hombres, por lo que respecta a alimentos, bebidas, fármacos y otras mil cosas; y conozco también otras, que les son útiles: otras, que son indiferentes para los hombres, pero no para los caballos; otras, que son útiles sólo para los bueyes o sólo para los perros; otras, que no lo son para ninguno de éstos, pero sí para los árboles. Y por lo que respecta a las del árbol, unas, que son buenas para las raíces, pero dañinas para los brotes; por ejemplo, el estiércol: es bueno echarlo a las raíces de todas las plantas, pero si se te ocurre echarlo sobre los vástagos y las ramas tiernas, lo mata todo. Así también, el aceite es completamente nocivo para todas las plantas y muy perjudicial para el pelo de todos los animales excepto el del hombre; para el del hombre, así como para el resto de su cuerpo, sirve de protector. Por consiguiente, qué sea lo bueno resulta tan diverso y multiforme que incluso esto mismo, el aceite, es bueno para el hombre, aplicado a las partes externas de su cuerpo, pero muy malo, aplicado a las internas. Y por eso, todos los médicos prohíben a los enfermos el uso del aceite, salvo muy pequeñas dosis en aquellos alimentos que van a ingerir, lo imprescindible para eliminar la repugnancia que provocan en nuestros órganos olfativos ciertas viandas o carnes.
Dicho esto, los presentes aplaudieron lo bien que había hablado. Pero yo le dije:
– Protágoras, da la casualidad de que yo soy un hombre olvidadizo, y si alguien me hace discursos largos, me olvido de qué se habla. Si, por otra parte, yo fuera algo sordo y te pusieras a disputar conmigo, estimarías necesario elevar la voz más que con los demás; así también ahora, puesto que te las has con un olvidadizo, reduce y abrevia las respuestas, para que yo pueda seguirte.
– Entonces –dijo– ¿cómo exiges que responda con brevedad? ¿He de responderte con mayor brevedad que la debida?
– De ninguna manera –repuse.
– ¿Con cuanta sea precisa, entonces? –dijo.
– Sí –repuse .
– ¿Entonces, tengo que responderte, con cuanta me parece a mí que es preciso responder o con cuanta te parece a tí?
– Al menos, he oído –repuse–, que sobre un mismo tema, cuando quieres, eres capaz de tú mismo hacer, y de enseñar a otros a hacer, discursos largos, de modo que nunca te falte la palabra, y asimismo, de hacer discursos cortos, de modo que nadie lo diría en menos palabras que tú. Si, pues, vas a disputar conmigo, emplea este segundo método: el arte de los discursos cortos.
– Sócrates –replicó– desde hace tiempo, vengo contendiendo verbalmente con muchos hombres, y si hubiese hecho esto que tu exiges: disputar como el adversario me exige, entonces yo no parecería mejor que ningún otro, ni el nombre de Protágoras sería célebre entre los helenos .
Entonces yo me di cuenta de que no había quedado contento con las respuestas anteriores y de que no estaba dispuesto a seguir la disputa teniendo que responder. Pensando, pues, que ya no tenía objeto para mí asistir a esas reuniones, dije:
– Protágoras, tampoco yo tengo deseos de que nuestra conversación continúe en contra de tu parecer; cuando tengas a bien disputar en la forma en que yo puedo seguirte, entonces disputaré contigo. Pues tú, según se dice y tú mismo declaras, eres capaz de sostener una conversación, tanto con discursos largos, como con discursos cortos; pues eres sabio. Yo, en cambio, con los largos soy incapaz, aunque bien quisiera ser capaz. Pero tú, que eres capaz con ambos, deberías transigir, para que la conversación pudiera continuar. Pero, como ahora tú no quieres y yo tengo otras ocupaciones, siéndome imposible esperar a que desarrolles largos discursos, adiós: tengo que irme, aunque seguramente te habría escuchado éstos últimos no sin placer.
Al tiempo que decía esto, me levanté como para salir....