EL SOFISTA SITUADO EN EL GÉNERO DE LOS PRESTIDIGITADORES


Extranjero. -Es preciso definir al sofista, diciendo que es un charlatán y un imitador.

Teetetes. ¿Cómo no definirlo así?

Extranjero. -¡Ánimo, pues! Ahora no dejemos escapar la caza. Le hemos envuelto en la red de los razonamientos con que le hemos sitiado por todas partes, y no puede escapar.

Teetetes. -¿De qué?

Extranjero. –De ser considerado como un miembro de la familia de los prestidigitadores.

Teetetes. -La misma idea me formo yo del sofista.

Extranjero. -En consecuencia, es preciso que cuanto antes dividamos el arte de producir imágenes. Cuando hayamos llegado a determinar sus partes, si el sofista nos aguarda a pie firme, nos apoderamos de él, según la orden del rey, al cual se lo entregaremos, como una ofrenda de nuestra caza. Si huye y se oculta en alguna de las divisiones del arte de imitar, le perseguiremos, analizando el punto en que él se ha refugiado, hasta que le hayamos cazado. Seguramente, ni él, ni ningún otro, se alabará nunca de haberse librado del método de los que saben abrazar las cosas, a la vez, en sus detalles y en su conjunto.

Teetetes. –Perfectamente, eso es lo que debe hacerse.

Extranjero. -Siguiendo nuestro método precedente de división, creo encontrar dos especies en el arte de imitar. Pero, ¿a cuál de las dos pertenece la forma que buscamos? No me considero capaz de encontrarla.

Teetetes. -Comienza por decirnos y explicarnos, cuáles son estas dos especies.

Extranjero. –Distingo, desde luego, en el arte de imitar el de copiar. Copiar es reproducir las proporciones del modelo, en longitud, latitud y profundidad y, además, añadir, a cada rasgo del dibujo, los colores convenientes, de tal manera que la imitación sea perfecta.

Teetetes. -¿Pero, no es eso mismo lo que intentan hacer todos los que se proponen imitar un objeto?

Extranjero. -No, por lo menos, los que ejecutan las grandes obras de pintura y escultura. Sabes bien que, si diesen sus verdaderas proporciones a las bellas figuras, que representan, las partes superiores nos parecerían demasiado pequeñas y las inferiores, demasiado grandes; porque vemos las unas de lejos, y las otras, de cerca. Así, nuestros artistas de hoy, sin cuidarse de la Verdad, calculan las proporciones de sus figuras, teniendo en cuenta, no la realidad, sino la apariencia.

Teetetes. -Así es, en efecto, como proceden.

Extranjero. -¿No es oportuno llamar una copia a esta primera clase de imitación, puesto que se parece al objeto?

Teetetes. -Sí

Extranjero. –¿Y no es preciso llamar, como dijimos antes, el arte de copiar a esta parte del arte de imitar?

Teetetes. -Es preciso llamarla así.

Extranjero. -¿Y cómo llamaremos lo que tiene apariencia de bello, porque, en vista de lo bello, se ha arreglado la perspectiva, pero que cuando se considera por despacio, se ve que no se parece al objeto, cuya imagen representa? Puesto que se parece, sin parecerse realmente, ¿no es un fantasma?

Teetetes. -En efecto.

Extranjero. -¿No es ésta una parte considerable de la pintura, o, en general, del arte de imitar?

Teetetes. –Incontestablemente.

Extranjero. -Y el arte que produce, en lugar de una copia fiel, un fantasma, ¿no deberá llamársele, con toda propiedad, fantasmagoría?

Teetetes. –Sin duda.

Extranjero. -He aquí las dos especies del arte de hacer imágenes de que yo hablaba: el arte de copiar y la fantasmagoría.

Teetetes. -Muy bien.

Extranjero. -En cuanto a la cuestión que me tenía inquieto y cuyo objeto era averiguar en cuál de estas especies se coloca al sofista, no lo veo aún claro. ¡En verdad, es un extraño personaje y muy difícil de conocer! Hele aquí, ahora, oculto en el rincón de alguna división, donde no es fácil descubrirle.  

Teetetes. -Así parece.

Extranjero. -¿Me concedes esto con conocimiento de causa o bien has cedido al hábito, dejándote como llevar por la oleada del discurso, para admitirlo tan pronto?    

Teetetes. -¿Qué quieres decir, y qué significa esta pregunta?

Extranjero. -Verdaderamente, excelente amigo, hemos llegado a una indagación que no puede ser más difícil. Parecer y asemejarse sin ser; hablar sin decir nada verdadero, son cosas contradictorias, lo han sido, lo mismo antes que ahora. Que se pueda declarar que hay realmente palabras falsas y falsos juicios, y que, afirmándolo, no se ponga en contradicción uno consigo mismo, es, Teetetes, la cosa más inconcebible.

Teetetes. ¿Cómo?

Extranjero. -Eso nos lleva nada menos que a suponer que el NO-SER es una realidad; de otra manera, lo falso no podría existir. El gran Parménides, mi querido amigo, cuando comenzaba a hablar y cuando concluía, en prosa o en verso, no cesaba de repetir esto a nosotros, que éramos niños, entonces: “No; jamás comprenderás que lo que no existe, existe. Haz que su pensamiento en sus indagaciones se separe de esta senda". Tal es el testimonio de Parménides. Pero esto se prueba, sobre todo, por el razonamiento, sin necesidad de insistir mucho. Examinemos, por lo pronto, esta dificultad, si no lo llevas a mal.

No-ser