La generosidad representa el término medio entre la prodigalidad ( se excede en dar y peca por defecto en el tomar ) y la avaricia ( peca por defecto en dar y se excede en tomar. )

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La generosidad es un virtud moral que se encuentra relacionada con la actividad humana que representan las riquezas. Aristóteles afirma que la virtud moral de la generosidad es un término medio relativo a dar y tomar riquezas. Ello implica que a un hombre se le tilda de generoso no por su buen comportamiento cuando actúa en una guerra, o en una asamblea política, sino por el modo en que gestiona su patrimonio económico.

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La prodigalidad ( del mismo modo que la generosidad ) también está relacionada con la actividad humana que representa la riqueza. Lo que sucede es que la prodigalidad es un exceso ya que llamamos pródigos a los que lo gastan todo con desenfreno, llevando a la ruina tanto a ellos mismo como a los suyos.

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La avaricia ( del mismo modo que la generosidad y la prodigalidad ) está relacionada con la actividad humana que representa la riqueza.  La avaricia es un defecto ya que el avaro peca por defecto en dar aunque también peca por exceso en tomar. En definitiva, el avaro se dedica a acumular riquezas de forma desenfrenada pero, al mismo tiempo, se niega a compartirlas con nadie.

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El hombre generoso representa el término medio entre la prodigalidad y la avaricia ya que es partidario de gastar sus riquezas allí donde se debe ( contrariamente a lo que hace el pródigo ) con aquellos que lo necesitan y, por otro lado, no es partidario de acumular sin más riqueza tras riqueza ( como hace el avaro ). El hombre generoso, señala Aristóteles, es aquel que sabe dar a quien debe, cuando y cuando debe; y todo ello lo hace con agrado y sin pesar.

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Según Aristóteles el hombre pródigo podría rehabilitarse si encuentra quien le ayude y le aconseje bien. Tal rehabilitación implicaría lograr el término medio que le llevaría a gastar lo que debe, como debe y cuando debe.
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Según Aristóteles, la avaricia sería un vicio incurable ya que la mayoría de los hombres son más amantes de acumular riqueza que de repartirlas. Incluso sería más difícil, según Aristóteles, ser pródigo que avaro.

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