La continencia y la incontinencia tienen que ver con los
placeres y los dolores. Ahora bien, según Aristóteles, de las cosas que
producen placer unas son necesarias y otras son apetecibles por sí mismas.
Son necesarias las corporales (alimento, sexo); son apetecibles por sí
mimas los honores, las victorias, las riquezas y todos los placeres de esta
índole. Pues bien, según Aristóteles, no hay depravación en apetecer
estas cosas ya que son naturalmente apetecibles. Lo malo son los excesos y
eso es lo que debería rehuirse. Pues bien el incontinente no es malo porque
desee placeres necesarios o que sean apetecibles por sí mismos sino porque
cae en excesos a la hora de elegir entre ellos. La incontinencia y la
continencia se refieren, por tanto, a los APETITOS Y PLACERES
CORPORALES, aunque hay que establecer una diferencia entre éstos. Y
es que unos son humanos y naturales, y otros son brutales o debidos a a
mutilaciones o enfermedades.
Entre los excesos de la incontinencia, Aristóteles, hace
referencia a la la BRUTALIDAD. Considera como brutales
actos como los llevados a cabo por mujeres que abren las entrañas a las
preñadas y se comen a sus niños; o los actos realizados por los salvajes
del Ponto que comen carne humana o se entregan los niños unos a otros para
sus banquetes. Otras disposiciones brutales son el efecto de enfermedades
que, al llevar a la locura, llevan a actos como quien sacrifica a su madre y
se la come o la del esclavo que se come el hígado de sus compañeros.
Aristóteles sitúa también dentro de la incontinencia bruta a la homosexualidad. Sin embargo, aquí, diferencia entre relaciones sexuales
naturales entre varones y relaciones producto del hábito. Afirma que cuando
la causas de la homosexualidad son producto de la naturaleza, no es
incontinente quien tiene relaciones sexuales con otros hombres. La
incontinencia surgiría cuando se tiene una disposición morbosa producto,
no de la naturaleza, sino del
hábito.