Según Aristóteles, cada placer está íntimamente unido a
la actividad que perfecciona. Esto quiere decir que cada actividad es
intensificada por el placer que le es propio. Por ejemplo, llegan a ser geómetras
o músicos aquellos que comprenden mejor estas disciplinas y se deleitan en
ellas.
Parece evidente que el placer producido por un
actividad es un obstáculo para otra. Por ejemplo, los aficionados a la flauta
son incapaces de prestar atención a una conversación si están oyendo a un
flautista. En este sentido, por tanto, el placer de la flauta destruye la
actividad de la conversación. En definitiva parece que lo más agradable
expulsa a las demás cosas.
Ello explicaría, según Aristóteles, que hagamos
una cosa cuando no nos agrada otra; por ejemplo comer golosinas en los teatros
cuando la función y los actores son muy malos.
Aristóteles,
afirma que cada animal tiene un placer que le es propio y éste suele
corresponderse con la actividad propia que le define. Uno es el placer del
caballo, otro el del perro y otro distinto el del hombre.
En los animales la
cuestión del placer está muy definida: los placeres de animales específicamente
distintos, difieren también específicamente.
En el caso del hombre la cuestión
es menos definida: una misma cosa agrada a unos y molesta a otros. Ahora bien,
ello no implica, según Aristóteles, tener que defender el relativismo moral ya
que de lo dicho parece inferirse que daría lo mismo un placer bueno o malo ya
que todo dependería del modo como cada uno lo percibiese. En este contexto,
Aristóteles, diferencia entre los placeres vergonzosos, propios de hombres
corrompidos, y placeres buenos y propios del hombre virtuoso. ¿Cómo poder
diferenciar los unos de los otros? Según Aristóteles, teniendo muy en cuenta
lo que es la actividad específica del ser humano. Únicamente los placeres que
acompañen a este tipo de actividad serán placeres buenos y propios del hombre.
Los demás serán secundarios y no esenciales para la consecución de una vida
feliz.