En la naturaleza cada cosa actúa siguiendo ciertas leyes.
Sólo un ser racional posee la facultad de obrar por la representación de las
leyes, esto es, por principios, pues posee una voluntad. Como para
derivar las acciones a partir de las leyes es necesaria la razón, resulta que
la voluntad no es otra cosa que razón practica. Si la razón determina
indefectiblemente la voluntad de un ser, las acciones de éste, reconocidas como
objetivamente necesarias, son también subjetivamente necesarias, es decir, que
la voluntad es una facultad de no elegir nada más que lo que la razón reconoce
como prácticamente necesario, es decir, como bueno, independientemente de la
inclinación. Pero si la razón por sí sola no determina suficientemente la
voluntad; si la voluntad se halla sometida también a condiciones subjetivas
(ciertos resortes) que no siempre coinciden con las condiciones objetivas; en
una palabra, si la voluntad no es en sí plenamente conforme a la razón (tal y
como realmente sucede en los hombres), entonces las acciones consideradas
objetivamente necesarias son subjetivamente contingentes, y la determinación de
tal voluntad en conformidad con las leyes objetivas se denomina constricción,
es decir, que la relación de las leyes objetivas para con una voluntad no
enteramente buena se representa como la determinación de la voluntad de un ser
racional por medio de fundamentos racionales, pero a los cuales esta voluntad no
es por su naturaleza necesariamente obediente.
(Kant. Fundamentación de la
metafísica de las costumbres)
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