Vamos a enumerar ahora algunos deberes siguiendo la división
corriente que se hace de ellos en deberes para con nosotros mismos y deberes
para con los demás hombres, así como deberes perfectos y deberes imperfectos. Un hombre que, por una serie de desgracias rayanas en la
desesperación, siente despego de la vida, tiene aún suficiente razón como
para preguntarse si no será contrario al deber para consigo mismo quitarse la
vida. Pruebe a ver si la máxima de su acción puede convertirse en ley
universal de la naturaleza. Su máxima es me hago, por egoísmo, el principio
de abreviar mi vida cuando ésta, a la larga, me ofrezca más males que bienes.
Se trata ahora de saber si tal principio egoísta puede ser una ley universal de
la naturaleza. Muy pronto se ve que una naturaleza cuya ley fuese destruir la
vida misma mediante el mismo impulso encargado de conservarla sería, sin duda
alguna, una naturaleza contradictoria y que no podría subsistir. Por lo tanto,
aquella máxima no puede realizarse como ley natural universal y, en
consecuencia, contradice por completo al principio supremo de todo deber.
Otro hombre se ve apremiado por la necesidad de pedir dinero
prestado. Sabe perfectamente que no podrá pagar, pero también sabe que nadie
le prestará nada si no promete formalmente devolverlo en determinado tiempo.
Siente deseos de hacer tal promesa, pero aún le queda conciencia bastante como
para preguntarse: ¿no está prohibido, no es contrario al deber salir de apuros
de esta manera? Supongamos que, pese a todo, decide hacerlo, por lo que la
máxima de su acción vendría a ser ésta: cuando crea estar apurado por la
falta de dinero tomaré prestado y prometeré el pago, aun cuando sé que no voy
a realizarlo nunca. Este principio del egoísmo o de la propia utilidad es
quizá compatible con todo mi bienestar futuro, pero la cuestión ahora es la
siguiente: ¿es lícito esto? Transformo, pues, la exigencia del egoísmo en una
ley universal y propongo así la pregunta: ¿qué sucedería si mi máxima se
convirtiese en ley universal? Enseguida veo que no puede valer como ley natural
universal ni estar de acuerdo consigo misma sino que siempre ha de ser
contradictoria. En efecto, la universalidad de una ley que sostenga que quien
crea estar apurado puede prometer lo que se le ocurra proponiéndose no
cumplirlo haría imposible la promesa misma y el fin que con ella pudiera
obtenerse, pues nadie creería en tales promesas y todos se reirían de ellas
como de un vano engaño. (Kant.
Fundamentación de la metafísica de las costumbres)
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