Una tercera persona encuentra cierto talento en su interior,
lo que, con la ayuda de alguna cultura, podría hacer de él un hombre útil en
diferentes aspectos. Sin embargo, se encuentra en circunstancias cómodas y
prefiere ir en búsqueda de placeres a esforzarse por ampliar y mejorar sus
afortunadas capacidades naturales. Pero se pregunta si su máxima de dejar sin
cultivar su talento natural, aparte de coincidir con su tendencia a la pereza,
se ajusta además a lo que se entiende por deber. Y entonces se ve que muy bien
puede subsistir una naturaleza que se rija por tal ley universal, aunque el
hombre (como hacen los habitantes de los mares del Sur) deje que se enmohezcan
sus talentos y entregue su vida a la ociosidad, el regocijo y la reproducción,
o sea, en una palabra, al disfrute. Pero no puede querer que ésta sea
una ley natural universal o que se halle impresa en nosotros por algún instinto
natural, pues, en cuanto ser racional, necesariamente quiere que se desarrollen
todas las facultades en él, ya que le han sido dadas y le sirven para todo
género de propósitos posibles.
Una cuarta persona a quien le van bien las cosas ve a otros
luchando contra grandes dificultades. Podría ayudarles, pero piensa: ¿a mí
qué me importa? ¡que cada uno sea lo feliz que el cielo le conceda o él mismo
quiera hacerse; nada voy a quitarle, y ni siquiera le tendré envidia; no tengo
ganas de contribuir a su bienestar o a su ayuda en la necesidad! Ciertamente, si
tal modo de pensar fuese una ley universal de la naturaleza podría muy bien
subsistir la raza humana, y sin duda, mejor aún que charlando todos de
compasión y benevolencia, poniéndolas por las nubes e incluso ejerciéndolas
en ocasiones, pero también engañando en cuanto se tiene la oportunidad,
traficando con el derecho de los hombres o lesionándolo de varias maneras. Pero
bien, sea como fuere, aun cuando sea posible que aquella máxima se mantenga
como ley natural universal, es imposible, sin embargo, querer que tal principio
valga siempre y por todas partes como ley natural, pues una voluntad que así lo
decidiera se contradiría a sí misma, ya que podrían suceder algunos casos en
que necesitara del amor y compasión de los demás, y entonces, por la misma ley
natural originada en su propia voluntad, se vería privado de toda esperanza de
ayuda).
(Kant. Fundamentación de la metafísica
de las costumbres)
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