Así pues; hemos demostrado por lo menos que si el deber es
un concepto que ha de contener significación e influencia auténticamente
legisladora sobre nuestras acciones no puede expresarse más que en imperativos
categóricos, de ningún modo en imperativos hipotéticos. También (y esto ya
es bastante) hemos expuesto de manera clara y concreta en todos los sentidos el
contenido del imperativo categórico que debería encerrar el principio de todo
deber (si es que existe algo parecido). Pero no hemos llegado aún al punto de
poder demostrar a priori que tal imperativo existe realmente, que hay una ley
práctica que manda por sí misma, absolutamente y sin ningún resorte
impulsivo, y que la obediencia a esa ley constituye un deber.
Teniendo el propósito de llegar a esto, es de la mayor
importancia dejar sentada la advertencia de que a nadie se le ocurra derivar la
realidad de ese principio a partir de las propiedades particulares de la
naturaleza humana. El deber ha de ser una necesidad práctica incondicionada de
la acción y debe valer, por consiguiente, para todos los seres racionales (que
son los únicos seres a quienes puede referirse un imperativo), y sólo por eso
ha de ser una ley para todas las voluntades humanas. En cambio, lo que se derive
de la especial disposición natural de la humanidad, lo que se derive de ciertos
sentimientos y tendencias, e incluso de alguna orientación concreta que pudiera
estar inscrita en la razón del hombre, y no valga necesariamente para la
voluntad de todo ser racional, todo eso podrá darnos una máxima, pero no una
ley; podrá darnos un principio subjetivo según el cual tendremos inclinación
y tendencia a obrar de cierta manera, pero no un principio objetivo que nos
obligue a obrar de determinada manera, aun cuando nuestra tendencia,
inclinación y disposición naturales sean contrarias. Es más: tanto mayores
serán la grandeza y la dignidad interior de un mandato cuanto menores sean las
causas subjetivas favorables y mayores las contrarias, sin debilitar por ello en
lo más mínimo la constricción de la ley ni disminuir ni un ápice su validez.
(Kant. Fundamentación de la metafísica de
las costumbres)
Comentario
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