Este capítulo ha sido, ciertamente, sólo analítico, igual que
el primero. Pero para que la moralidad no sea un vano fantasma.....hace falta un
uso sintético posible de la razón pura práctica, algo que no nos es posible
adelantar sin que preceda una crítica de esa facultad......La autonomía de la
voluntad es el estado por el cual ésta es una ley para sí misma,
independientemente
de cómo están constituidos los objetos del querer. En este sentido, el
principio de la autonomía no es
más que elegir de tal manera que las máximas de la elección del querer mismo sean incluidas al mismo tiempo como leyes
universales. Que esta regla práctica es un imperativo, es decir,
que la voluntad de todo ser racional está vinculada necesariamente a tal regla
como su condición, es algo que por
el mero análisis de los conceptos integrantes en esta afirmación no puede demostrarse, pues es una proposición
sintética. Habría que salirse del conocimiento de los objetos y pasar
a una crítica del sujeto, es decir, a una crítica de la razón pura práctica,
ya que, al mandar apodícticamente,
esa proposición práctica debe poder ser conocida de un modo completamente a priori. Mas este asunto no pertenece
propiamente al presente capítulo. En cambio, sí puede mostrarse
muy bien, por medio de un simple análisis de los conceptos de la moralidad, que
el citado principio de autonomía
es el único principio de la moral, pues de esa manera se halla que debe ser un imperativo categórico, que, no
obstante, no manda ni más ni menos que esa autonomía justamente.
(Kant. Fundamentación de la
metafísica de las costumbres)
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