Parece, pues, como si en la idea de libertad nos limitáramos a
suponer sin más la ley moral, o sea, el
principio
mismo de la autonomía de la voluntad, pero sin poder demostrar por sí misma su
realidad y necesidad objetivas....
Pero este juicio no es, en realidad, más que el resultado de haber supuesto
de antemano la importancia misma de las leyes morales una vez que, por medio de
la idea de libertad, nos separamos
de cualquier interés empírico. Pero seguimos sin poder comprender aún cómo
ocurre que nos separamos de ese interés empírico, es decir, cómo nos
consideramos libres en el obrar
debiendo considerarnos, sin embargo, sometidos al mismo tiempo a ciertas leyes
para hallar en nuestra persona un
valor que pueda compensar la pérdida de todo aquello que proporciona valor empírico a nuestro estado. Nos resulta
imposible comprender cómo es posible esto, es decir, por qué obliga
la ley moral...... Hay que confesar francamente que en este
asunto hace su aparición una especie de círculo vicioso del
que, al parecer, no hay manera de salir. Nos consideramos libres en el orden de
las causas eficientes para
pensarnos como sometidos a leyes morales en el orden de los fines, y luego nos consideramos sometidos a dichas leyes
porque nos hemos atribuido la libertad de la voluntad.....No obstante, aún
queda una salida, y es la de investigar si cuando nos pensamos, por medio de la libertad, como causas eficientes a priori,
adoptamos o no otro punto de vista que cuando nos representamos
a nosotros mismos, según nuestras acciones, como efectos que vemos ante
nuestros ojos...... Por todo ello,
un ser racional debe considerarse a sí mismo una inteligencia (o sea, no por
parte de sus potencias inferiores),
así como miembro no del mundo sensible sino del inteligible. Por consiguiente,
posee dos puntos de vista desde los cuales puede considerarse a sí mismo y
conocer las leyes del uso de sus
fuerzas y, en consecuencia, de todas sus acciones: el primer punto de vista, en cuanto que pertenece al mundo sensible y
está sometido a leyes naturales (heteronomía), y el segundo,
en cuanto que pertenece al mundo inteligible y se halla sometido a leyes
independientes de la naturaleza,
leyes fundamentadas solamente en la razón, no en la experiencia. Como
ser racional y, por tanto, perteneciente al mundo inteligible, el hombre nunca
puede pensar la causalidad de su propia voluntad más que bajo la idea de libertad,
pues ésta no es otra cosa que
la independencia de las
causas determinantes del mundo sensible (independencia que siempre debe atribuirse
a sí misma la razón). A la idea de libertad, por otro lado, viene a vincularse
necesariamente el concepto de autonomía,
y con ésta, el principio
universal de la moralidad que sirve de
fundamento a la idea de todas las acciones de los seres racionales, exactamente
igual que la noción de ley
natural sirve de fundamento a
todos los fenómenos..... El
ser racional se considera, al ser inteligencia, perteneciente al mundo
inteligible, y llama voluntad a su
causalidad porque la considera una causa eficiente perteneciente sólo a ese
mundo. Por otro lado, sin embargo,
tiene conciencia de sí también como parte del mundo sensible, en el que sus
acciones se encuentran como simples
fenómenos de aquella causalidad. Ahora bien, la posibilidad de tales acciones
no puede comprenderse por esa causalidad, pues no la conocemos, sino que son
más bien las acciones mismas las
que han de ser conocidas como determinadas por otros fenómenos, o sea, apetitos
e inclinaciones, pues pertenecen al mundo sensible. Como mero miembro del mundo inteligible todas mis acciones se
adecuarían perfectamente al principio de la autonomía de la voluntad,
mientras que como simple parte del mundo sensible mis acciones tendrían que ser
tomadas completamente conforme a la ley
natural de apetitos e inclinaciones, lo que es tanto como decir
de la heteronomía de la naturaleza: las primeras se asentarían en el supremo
principio de la moralidad; las
segundas, en el de la felicidad. No obstante, puesto que el mundo
inteligible contiene el fundamento
del mundo sensible y, por tanto, también de sus leyes, y es, con respecto a mi voluntad (que pertenece a él
completamente), inmediatamente legislador, y debe ser pensado como tal,
resulta de aquí que, aunque por otra parte me conozca también como un ser
perteneciente al mundo sensible,
habré de conocerme, en cuanto inteligencia, como un ser sometido a la ley del mundo inteligible, es decir, del mundo de
la razón, cuya ley (y por tanto también la ley de la autonomía de
la voluntad) es contenida en la idea de libertad. En este sentido, por
consiguiente, tendré que
considerar las leyes del mundo inteligible como imperativos para mí, y las
acciones prescritas por ellas, como
deberes.
(Kant. Fundamentación
de la metafísica de las costumbres)
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