No hay la menor contradicción en que una
cosa como
fenómeno (perteneciente
al mundo sensible) esté sometida a ciertas leyes, y que esa misma cosa
como cosa o ser en sí
mismo sea independiente
de dichas leyes. Y el hecho de que él mismo deba representarse
y pensarse de esa doble
manera obedece, en lo
primero, a la conciencia que tiene de sí mismo
como objeto afectado por los sentidos, y en lo segundo, a la conciencia
que tiene de sí mismo como
inteligencia, o sea, como independiente de las impresiones sensibles en el
uso de su razón (es decir,
como perteneciente al mundo inteligible). La
razón práctica no traspasa sus límites al pensarse
en un mundo inteligible,
mientras que sí lo hace cuando
quiere intuirse, sentirse
en ese mundo. Lo primero es solamente, con respecto al mundo sensible,
un pensamiento negativo que no da ninguna ley a la razón en la
determinación de la voluntad.
Sólo es positivo en un aspecto: en que esa libertad, como determinación
negativa, va unida al mismo
tiempo a una facultad (positiva) y a una causalidad de la razón que
llamamos voluntad y que es la
facultad de obrar de tal forma que el principio de las acciones se adecúe
a la esencial propiedad de
una causa racional, es decir, a la condición de una validez universal de
la máxima como ley. Pero si
además fuera en busca de un objeto de la voluntad, esto es, de una causa
motivadora tomada del mundo
inteligible, entonces traspasaría sus límites y pretendería conocer
algo de lo que, en realidad, nada
sabe. En este sentido, el concepto de un mundo inteligible no es más
que un punto de vista
que la razón se ve obligada a tomar fuera de los fenómenos para pensarse
a sí misma como práctica,
punto de vista que no
sería posible si los influjos de la sensibilidad fueran determinantes
para el hombre, y que, además,
resulta necesario si no quiere quitársele al hombre la conciencia de
su yo como inteligencia y, por lo
tanto, como causa racional y activa por medio de la razón, es decir,
libremente eficiente. No hay duda de
que este pensamiento produce la idea de un orden y una legislación
distintos a los del mecanismo
natural relacionado con el mundo sensible y hace necesario el
concepto de un mundo inteligible (como el conjunto de los seres racionales
en cuanto cosas en sí), pero
sin la menor pretensión de pensarlo más que según su condición formal,
o sea, según la universalidad
de la máxima de la voluntad como ley y, por consiguiente, según la
autonomía de la voluntad,
que es lo único que resulta compatible con su libertad. En cambio, todas
las leyes que se determinan
en función de un objeto dan como resultado heteronomía, que no puede
encontrarse más que en leyes
naturales y que sólo se refiere al mundo sensible. Ahora
bien, si la razón emprendiera la tarea de explicar cómo puede ser
práctica la razón pura, que vendría
a ser lo mismo que explicar cómo es posible la libertad, entonces
traspasaría todos sus límites.
En efecto, no podemos explicar nada
más que reduciéndolo a leyes cuyo objeto pueda darse en alguna
experiencia posible. Mas la libertad es una idea pura cuya realidad
objetiva no puede exponerse
de ninguna manera por leyes naturales ni, por tanto, en ninguna
experiencia posible. Por consiguiente,
puesto que nunca puede darse un ejemplo de ella por medio de ninguna
analogía, no cabe
concebirla ni conocerla, sino que sólo vale como necesaria suposición de
la razón.
(Kant. Fundamentación
de la metafísica de las costumbres)
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