Pero aun en este
caso, aunque la universal tendencia a la felicidad no determine su voluntad,
aunque la salud no entre para él tan necesariamente en los términos de su
apreciación, queda, sin embargo, aquí, como en todos los demás casos, una
ley, a saber: la de procurar cada cual su propia felicidad no por inclinación
sino por deber, y sólo entonces tiene su conducta un verdadero valor moral.
Así hay que entender, sin duda alguna, los pasajes de la
Escritura en donde se ordena que amemos al prójimo, incluso al enemigo. En
efecto, el amor como inclinación no puede ser mandado, pero hacer el bien por
deber, aun cuando ninguna inclinación empuje a ello y hasta se oponga una
aversión natural e invencible, es amor práctico y no patológico, amor
que tiene su asiento en la voluntad y no en una tendencia de la sensación, amor
que se fundamenta en principios de la acción y no en la tierna compasión, y
que es el único que puede ser ordenado.....Por lo tanto, ninguna otra cosa,
sino sólo la representación de la ley moral en sí misma....en cuanto que
ella, y no el efecto esperado, es el fundamento determinante de la voluntad,
puede constituir ese bien tan excelente que llamamos bien moral, el cual está
presente ya presente en la persona misma que obra según la ley. (Kant.
Fundamentación de la metafísica de los costumbres)
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