VOLUNTAD Y DEBER
En relación con la cuestión referida a las relaciones entre la Voluntad y el Deber, Kant, tiene en cuenta dos niveles: 1º) Si hablamos de la voluntad como algo absolutamente incondicionado (voluntad santa), entonces estaríamos ante algo que es algo absolutamente bueno en sí y que, por tanto, no tendría que actuar por deber para ser buena en sí. 2º) Lo que sucede es que, en la práctica, tal voluntad se encuentra situada en una realidad que está condicionada lo que lleva a tal voluntad a tener que superar obstáculos continuos. En este contexto, la voluntad es buena cuando actúa por deber. En definitiva, la voluntad santa, es decir, la voluntad que actuaría al margen de de inclinaciones y tendencias individuales, no es buena en sí porque actúe por deber sino que OBRA POR DEBER PORQUE ES BUENA. Esa misma voluntad, situada en el mundo de las condiciones sensibles, podría decirse que ES BUENA CUANDO ACTÚA POR DEBER. Si se entiende esta diferencia, se comprende porque Kant afirma, por un lado, que una voluntad que obra por deber es buena, y, por otro, que una voluntad buena es la que obra por deber.
Por otro lado, Kant, diferencia entre ACCIONES POR DEBER y ACCIONES CONFORME AL DEBER. En relación a lo que denomina acciones conforme al deber, Kant, hace referencia al comerciante atento a no cobrar a sus clientes más de lo debido. En principio parece que tal acción tendría que proceder de una voluntad absolutamente buena en sí; sin embargo no tendría porque ser necesariamente así ( ello no significa que, según Kant, tal actuación fuera mala desde el punto de vista moral ) ya que podría no estar actuando por deber sino conforme al deber. Por ejemplo, tal comerciante podría cobrar precios justos a sus clientes pero por motivos de prudencia, es decir, porque piensa que si es honrado así puede vender más y tener mayor cantidad de clientes. Al actuar así, el comerciante lo estaría haciendo conforme al deber. Pues bien, según Kant, solamente tendrían un auténtico valor moral aquellas acciones realizadas POR DEBER. En este contexto, Kant, nos pone también un ejemplo: preservar la vida propia es un deber; pero, además, todos tenemos una inclinación natural e inmediata a conservarla. Pues bien, teniendo en cuenta estos dos supuestos: 1º) conservar la vida por deber. 2º) conservar la vida por inclinación natural, si alguien preserva su vida simplemente porque siente una inclinación a hacerlo así, entonces un acción no tendría un auténtico valor moral. Ello no quiere decir que sea moralmente malo conservar la vida por inclinación; sin embargo, Kant, únicamente la define como acción oportuna y laudable, pero nada más. Para que tal acción tenga valor moral, la acción tendría que llevarse a cabo a causa de que es un deber propio el preservar la vida, es decir, tal acción debería realizarse por obligación moral.
Resumiendo brevemente lo señalado hasta ahora: 1º) Kant quiere analizar la naturaleza de una voluntad buena en sí misma, es decir, una voluntad que actúe al margen de inclinaciones y tendencias. 2º) Una voluntad de este tipo es aquella que actúa por deber y no conforme al deber. Ahora bien, ¿QUÉ SIGNIFICA ACTUAR POR DEBER? Kant afirma que actuar por deber significa obrar por referencia a LA LEY (moral). Por ello, afirma que el deber es la necesidad de obrar por reverencia a la ley. ¿Cómo entender todo esto? Kant, en principio habla de la ley como tal, es decir, refiriéndose tanto a la ley física como la moral. En este contexto, ambas participan de una característica común: la UNIVERSALIDAD. Esto implica que si la ley física es universal, entonces la ley moral también tiene que serlo. Lo que sucede - y aquí comienzan las diferencias - es que mientras las leyes físicas ( de las cuales también participa el hombre en cuanto ser fenoménico ) concuerdan de modo necesario e inconsciente con la idea de ley; los seres racionales son capaces de concordar de modo consciente con la idea de ley moral. De ahí que, para que sus acciones tengan un valor moral, los seres humanos deban reverenciar y respetar a tal ley moral. Por todo ello, el valor moral de las acciones humanas no procede de las consecuencias de sus acciones: por ejemplo, uno no es justo por tratar bien a sus empleados y pagarles un salario digno, sino que tales acciones, para tener valor moral, deben concordar en sus máximas ( de un modo respetuoso y reverente ) con los principios de la ley moral. En definitiva, actuar por deber significa el lograr una concordancia absoluta y necesario entre los deseos del individuo ( máximas ) y los principios universales de la ley moral. Kant resume magistralmente todo esto cuando afirma: el único bien en sí es la voluntad buena la cual se manifiesta en la acciones por deber; y tal deber significa acción por respeto o reverencia a la ley (es decir, lograr una concordancia entre las máximas individuales y los principios de la ley moral); y, en donde, tal ley (moral) es esencialmente universal
Ahora bien, ¿cómo llevar todo esto a la práctica? ¿cómo lograr una concordancia entre las máximas subjetivas del comportamiento humano y los aspectos objetivos presentes en la universalidad de la ley moral? Para responder a esta cuestión, Kant, afirma que es necesario entender las diferencias existentes entre PRINCIPIO y MÁXIMA. El PRINCIPIO es una ley moral objetiva que tiene su fundamento en la razón pura práctica. Si todos los hombres fueran exclusivamente racionales obrarían siempre, y, de modo necesario, de acuerdo con los principios objetivos de la ley moral. La MÁXIMA es un principio subjetivo de volición, es decir, un principio según el cual una determinada persona actúa. En este sentido, las máximas pueden concordar o no con los principios objetivos de la ley moral. Así, por ejemplo, una persona puede ser justa de acuerdo con su máxima particular que le dice que así alcanzará el cielo, o que le permite tener su conciencia tranquila, o quedar bien con sus empleados, o ascender en política, o que le dice que ese es su deber. En este sentido es evidente que, en este último caso, su decisión particular ( máxima ) concordará con la ley moral si decide ser justo y actúa por deber; y no habrá concordancia si lo hace por alguno de los otros motivos. Pues bien, dado que las máximas pueden concordar o no la ley moral, es por lo que Kant diferencia también entre MÁXIMA EMPÍRICA O MATERIAL y MÁXIMA A PRIORI O FORMAL. La primera se refiere a las actuaciones que se rigen por deseos, inclinaciones o fines. Tales máximas deberían estar excluidas de una auténtico comportamiento moral. La segunda no se refiere a actuaciones que se encuentran condicionadas por fines o inclinaciones sino que se refieren únicamente a actuaciones que obedecen, sin más, a la ley moral universal. En definitiva, la máxima formal a priori implica obedecer siempre a la ley moral universal por mero respeto a esa ley. En esos momentos existe concordancia entre las dos ( máxima formal ) y los principios de la ley moral. En definitiva, la máxima subjetiva, realmente válida desde el punto de vista moral, consiste no en seguir las inclinaciones de las leyes particulares sino el deber de obedecer y respetar la ley moral.
A partir de todo lo dicho hasta ahora, vamos
analizar un
UN EJEMPLO QUE INTENTA JUSTIFICAR PORQUE, SEGÚN KANT, LOS
HOMBRES DEBERÍAN SER JUSTOS.
Según Kant la voluntad que es buena por sí tendería a la realización del bien por sí mismo al margen de fines e inclinaciones y no pensando nunca en los efectos que sus acciones pudieran traer. En otras palabras, el sujeto sería justo al actuar por deber, es decir, practicaría la virtud de la justicia no pensando en los beneficios que su acción pudiera reportarle sino únicamente porque su deber es ser siempre justo.
Un sujeto es justo, por tanto, porque actúa por deber y actúa por deber porque el sujeto justo logra establecer una concordancia entre la razón humana y la ley moral universal que establece como valor moral necesario y universal la existencia de la justicia. ¿Cómo sería posible lograr tal concordancia?
Para lograr la tal concordancia, es necesario establecer una relación entre los aspectos subjetivos ( máximas ) y la objetividad moral ( principio ). El principio o ley moral de la razón práctica establece el valor universal del deber de la justicia. Por su parte, la máxima subjetiva del sujeto que decide practicar la justicia puede concordar o no con el principio objetivo moral. Cuando la máxima es empírica, entonces la concordancia es imposible ya el sujeto intentaría ser justo actuando por motivos diferentes a los que están presentes en la ley moral. Cuando la máxima es a priori o formal, entonces la disposición subjetiva del hombre que decide ser justo consistiría en obedecer y respetar siempre a la ley moral. En este caso, se produciría una total concordancia entre la subjetividad y la objetividad de la ley moral con lo que el hombre que decide ser justo lo sería auténticamente. En definitiva, como más adelante señalará Kant, con su actuación el sujeto sería justo ya que ha obrado de tal modo que logra que su máxima particular se convierta en una ley universal. Por todo ello afirma Kant: puesto que he privado a la voluntad de todos los impulsos que le podían proporcionar el seguir una ley particular, lo único que puede servirse de principio es la conformidad universal de las acciones a la ley moral. O sea: he de obrar siempre del tal modo que pueda, al mismo tiempo, querer que mi máxima empírica sea una ley universal. En definitiva: la máxima formal nos dice que hemos de respetar y obedecer siempre la conformidad con la ley ya que la voluntad se debe encontrar privada de todos los impulsos y estímulos. Desde el momento que se establece tal máxima formal subjetiva, entonces estamos obligados ( para actuar por deber ) a poner todas nuestras máximas empírica en concordancia con la ley moral universal. Si somos capaces de llevar a cabo todo esto, en relación con la virtud de la justicia, entonces seríamos auténticamente justos.
Ahora bien, podríamos preguntarnos también:
¿Por qué habríamos de querer necesariamente que nuestra máxima concuerde
siempre con la ley moral? ¿Por qué sería mejor lograr tal concordancia y no
hacer lo contrario, es decir, permitir que exista discordancia? ¿Cuáles son
las razones que justificarían el por qué debemos acomodar nuestras máximas
particulares al contenido de los principios de la ley moral universal?
Para contestar a todas estas cuestiones lo mejor es analizar el siguiente ejemplo que Kant nos pone: supongamos, afirma Kant, que un hombre en una situación difícil de la que solamente puede liberarse formulando una promesa que no tiene intención de cumplir, es decir, que nuestro hombre no puede mejorar su situación sino MINTIENDO. ¿Le sería lícito mentir? ¿Por qué sería mejor, desde el punto de vista moral, no mentir que mentir? ¿Por qué debería acomodar su máxima a una ley moral universal que establece que nunca se debe mentir? ¿Por qué es moralmente bueno no- mentir y malo lo contrario? La respuesta de Kant es la siguiente:
Si el el hombre del ejemplo actuara efectivamente tal como es su intención, entonces su máxima debería establecer: tengo derecho a formular una promesa pero sin intención de cumplirla, es decir, tengo derecho a mentir.
Ahora bien, a partir de ahí deberíamos plantearnos, según Kant, lo siguiente: ¿puede ese hombre querer que su máxima se convierta en una ley universal? Si la respuesta es afirmativa, entonces, una vez universalizada, nos llevaría ante una ley moral universal que debería establecer lo siguiente: todo el mundo tiene derecho a mentir ( y no cumplir sus promesas ) cuando se encuentre en apuros o situaciones difíciles en su vida.
Pues bien, según Kant, sería imposible querer tal universalización pues ello significaría convertir la mentira en una ley universal.
En definitiva, para que nuestras voluntades
puedan ser moralmente buenas tenemos que preguntarnos si podemos querer que
nuestras máximas, nuestros principios subjetivos de volición, se conviertan en
leyes universales. Si no podemos hacerlo, entonces hemos de rechazar tales máximas.
Si, por el contrario, si lo podemos querer, entonces debemos admitirlas y
respetarlas en virtud de nuestro mismo respeto a la ley objetiva como tal.