La tercera proposición, consecuencia de las dos anteriores,
yo la formularía de esta manera: el deber es la necesidad de una acción por
respeto a la ley. Por ejemplo, como efecto de la acción que me propongo
realizar, puedo tener inclinación, mas nunca respeto, justamente porque es un
efecto y no una actividad de la voluntad. De igual modo, por una inclinación en
general, sea mía o de cualquier otro, no puedo tener respeto; a lo sumo, puedo
aprobarla en el primer caso, y en el segundo, a veces incluso amarla, es decir,
considerarla favorable a mi propio provecho. Pero objeto de respeto, y en
consecuencia un mandato, solamente puede serlo aquello que se relaciona con mi
voluntad sólo como fundamento y nunca como efecto, aquello que no está al
servicio de mi inclinación sino que la domina, o al menos la descarta por
completo en el cómputo de la elección, esto es, la simple ley en sí misma.
Una acción realizada por deber tiene que excluir completamente, por tanto, el
influjo de la inclinación, y con éste, todo objeto de la voluntad. No queda,
pues, otra cosa que pueda determinar la voluntad más que, objetivamente, la
ley, y subjetivamente, el respeto puro a esa ley práctica, y, por lo tanto, la
máxima
de obedecer siempre a esa ley, incluso con perjuicio de todas mis inclinaciones.
(Kant. Fundamentación de la metafísica de las
costumbres)
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