Sartre señala que el existencialismo declara que el hombre es
ANGUSTIA. Y es angustia
porque el hombre cuando elige no solo se compromete a sí mismo sino
también a los demás. El hombre no solamente elige ser, sino que también
es un legislador, es decir, elige al mismo tiempo que a sí mismo a la
humanidad entera. Y lo trágico es que no puede escapar al sentimiento de
su total y profunda responsabilidad. Lo que sucede es que solemos enmascarar
la angustia y huir de ella, así como actuar mirando hacia otro lado. Por
ejemplo, cuando se le dice a alguien que ha elegido una determinada opción:
¿y si todo el mundo procediera así?, suelen encogerse de hombros y
contestar: no todo el mundo procede así, vivimos en libertad. Pero de lo
que no hay duda es que la pregunta siempre estará ahí y no es fácil
escaparse de esos pensamientos. Por eso, según Sartre, aunque intentemos
enmascarar la angustia, está siempre aparece de nuevo. Es lo que
Kierkegaard llamaba la angustia de Abraham.
Ahora bien, según Sartre, la existencia de la angustia en las elecciones humanas no
implica que ésta conduzca a la QUIETUD. La angustia
existencialista es un tipo de
angustia que conoce todo aquel que ha tenido responsabilidades. Sartre pone
el ejemplo del jefe militar que tiene que ordenar un ataque y, con ello,
enviar a un cierto número de hombres a una muerte segura. Es evidente que
en este tipo de decisiones no se puede dejar de tener cierta angustia. Ahora
bien, tal angustia no impide obrar sino que, al contrario, es la condición
misma de la acción. Y es que cuando se enfrentan una pluralidad de
posibilidades, y se tiene que elegir una, uno se da cuenta de únicamente
tiene valor porque ha sido elegida. Por lo tanto, la angustia
existencialista no es quietud ya que no nos separa de la acción, sino que
forma parte de la acción misma; aunque es cierto, afirma Sartre, que es una
angustia del desamparo ya que hay que sacar las últimas consecuencias de
saber que Dios no existe.
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