Digamos más bien que hay que comparar la elección moral con
la construcción de una obra de arte. Y aquí hay que hacer en seguida un alto
para decir que no se trata de una moral estética, porque nuestros adversarios
son de tan mala fe que nos reprochan hasta esto. El ejemplo que elijo no es más
que una comparación. Dicho esto, ¿se ha reprochado jamás a un artista que hace
un cuadro el no inspirarse en reglas establecidas a priori? ¿Se ha dicho jamás
cuál es el cuadro que debe hacer? Está bien claro que no hay cuadro definitivo
que hacer, que el artista se compromete a la construcción de su cuadro, y que
el cuadro por hacer es precisamente el cuadro que habrá hecho; está bien claro
que no hay valores estéticos a priori, pero que hay valores que se ven después
en la coherencia del cuadro, en las relaciones que hay entre la voluntad de
creación y el resultado. Nadie puede decir lo que será la pintura de mañana;
sólo se puede juzgar la pintura una vez realizada. ¿Qué relación tiene esto
con la moral? Estamos en la misma situación creadora. No hablamos nunca de la
gratuidad de una obra de arte. Cuando hablamos de un cuadro de Picasso, nunca
decimos que es gratuito; comprendemos perfectamente que Picasso se ha construido
tal como es, al mismo tiempo que pintaba; que el conjunto de su obra se
incorpora a su vida.Lo mismo ocurre en el plano de la moral. Lo que hay de común
entre el arte y la moral es que, con los dos casos, tenemos creación e
invención. No podemos decir a priori lo que hay que hacer. Creo haberlo
mostrado suficientemente al hablarles del caso de ese alumno que me vino a ver y
que podía dirigirse a todas las morales, kantiana u otras, sin encontrar
ninguna especie de indicación; se vio obligado a inventar él mismo su ley.
Nunca diremos que este hombre que ha elegido quedarse con su madre tomando como
base moral los sentimientos, la acción individual y la caridad concreta, o que
ha elegido irse a Inglaterra prefiriendo el sacrificio, ha hecho una elección
gratuita. El hombre se hace, no está todo hecho desde el principio, se hace al
elegir su moral, y la presión de las circunstancias es tal, que no puede dejar
de elegir una. No definimos al hombre sino en relación con un compromiso.
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En segundo lugar se nos dice: no pueden ustedes juzgar a los
otros. Esto es verdad en cierta medida, y falso en otra. Es verdadero en el
sentido de que, cada vez que el hombre elige su compromiso y su proyecto con
toda sinceridad y con toda lucidez, sea cual fuere por lo demás este proyecto,
es imposible hacerle preferir otro; es verdadero en el sentido que no creemos en
el progreso; el progreso es un mejoramiento; el hombre es siempre el mismo
frente a una situación que varía y la elección se mantiene siempre una
elección en una situación. El problema moral no ha cambiado desde el momento
en que se podía elegir entre los esclavistas y los no esclavistas, en el
momento de la guerra de Secesión, por ejemplo, hasta el momento presente, en
que se puede optar por el M.R.P. o los comunistas. Pero, sin embargo, se puede juzgar, porque, como he dicho, se
elige frente a los otros, y uno se elige a sí frente a los otros. Ante todo se
puede juzgar (y éste no es un juicio de valor, sino un juicio lógico) que
ciertas elecciones están fundadas en el error y otras en la verdad.
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Se puede
juzgar a un hombre diciendo que es de mala fe. Si hemos definido la situación
del hombre como una elección libre, sin excusas y sin ayuda, todo hombre que se
refugia detrás de la excusa de sus pasiones, todo hombre que inventa un
determinismo, es un hombre de mala fe. Se podría objetar: pero ¿por qué no podría elegirse a sí
mismo de mala fe? Respondo que no tengo que juzgarlo moralmente, pero defino su
mala fe como un error. Así, no se puede escapar a un juicio de verdad. La mala
fe es evidentemente una mentira, porque disimula la total libertad del
compromiso. En el mismo plano, diré que hay también una mala fe si elijo
declarar que ciertos valores existen antes que yo; estoy en contradicción
conmigo mismo si, a la vez, los quiero y declaro que se me imponen. Si se me
dice: ¿y si quiero ser de mala fe?, responderé: no hay ninguna razón para que
no lo sea, pero yo declaro que usted lo es, y que la actitud de estricta
coherencia es la actitud de buena fe. Y además puedo formular un juicio moral.
Cuando declaro que la libertad a través de cada circunstancia concreta no puede
tener otro fin que quererse a sí misma, si el hombre ha reconocido que
establece valores, en el desamparo no puede querer sino una cosa, la libertad,
como fundamento de todos los valores. Esto no significa que la quiera en
abstracto. Quiere decir simplemente que los actos de los hombres de buena fe
tienen como última significación la búsqueda de la libertad como tal. Un
hombre que se adhiere a tal o cual sindicato comunista o revolucionario,
persigue fines concretos; estos fines implican una voluntad abstracta de
libertad; pero esta libertad se quiere en lo concreto. Queremos la libertad por
la libertad y a través de cada circunstancia particular.
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