Cuando decimos que el hombre se elige, entendemos
que cada uno de nosotros se elige, pero también queremos decir con esto que, al
elegirse, elige a todos los hombres. En efecto, no hay ninguno de nuestros actos
que, al crear al hombre que queremos ser, no cree al mismo tiempo una imagen del
hombre tal como consideramos que debe ser. Elegir ser esto o aquello es afirmar
al mismo tiempo el valor de lo que elegimos, porque nunca podemos elegir mal; lo
que elegimos es siempre el bien, y nada puede ser bueno para nosotros sin serlo
para todos. Si, por otra parte, la existencia precede a la esencia y nosotros
quisiéramos existir al mismo tiempo que modelamos nuestra imagen, esta imagen
es valedera para todos y para nuestra época entera. Así, nuestra
responsabilidad es mucho mayor de lo que podríamos suponer, porque compromete a
la humanidad entera. Si soy obrero, y elijo adherirme a un sindicato cristiano
en lugar de ser comunista; si por esta adhesión quiero indicar que la
resignación es en el fondo la solución que conviene al hombre, que el reino
del hombre no está en la tierra, no comprometo solamente mi caso: quiero ser un
resignado para todos; en consecuencia, mi proceder ha comprometido a la
humanidad entera. Y si quiero—hecho más individual— casarme, tener hijos,
aun si mi casamiento depende únicamente de mi situación, o de mi pasión, o de
mi deseo, con esto no me encamino yo solamente, sino que encamino a la humanidad
entera en la vía de la monogamia. Así soy responsable para mí mismo y para
todos, y creo cierta imagen del hombre que yo elijo; eligiéndome, elijo al
hombre.
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