Nuestro punto de partida, en efecto, es la subjetividad del
individuo, y esto por razones estrictamente filosóficas. No porque somos
burgueses, sino porque queremos una doctrina basada sobre la verdad, y no un
conjunto de bellas teorías, llenas de esperanza y sin fundamentos reales. En el
punto de partida no puede haber otra verdad que ésta: pienso, luego soy; ésta
es la verdad absoluta de la conciencia captándose a sí misma. Toda teoría que
toma al hombre fuera de ese momento en que se capta a sí mismo es ante todo una
teoría que suprime la verdad, pues, fuera de este cogito cartesiano, todos los
objetos son solamente probables, y una doctrina de probabilidades que no está
suspendida de una verdad se hunde en la nada; para definir lo probable hay que
poseer lo verdadero. Luego para que haya una verdad cualquiera se necesita una
verdad absoluta; y ésta es simple, fácil de alcanzar, está a la mano de todo
el mundo; consiste en captarse sin intermediario.
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En segundo lugar, esta teoría es la única que da una
dignidad al hombre, la única que no lo convierte en un objeto. Todo
materialismo tiene por efecto tratar a todos los hombres, incluido uno mismo,
como objetos, es decir, como un conjunto de reacciones determinadas, que en nada
se distingue del conjunto de cualidades y fenómenos que constituyen una mesa o
una silla o una piedra. Nosotros queremos constituir precisamente el reino
humano como un conjunto de valores distintos del reino material.
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Pero la
subjetividad que alcanzamos a título de verdad no es una subjetividad
rigurosamente individual porque hemos demostrado que en el cogito uno no se
descubría solamente a sí mismo, sino también a los otros. Por el yo pienso,
contrariamente a la filosofía de Descartes, contrariamente a la filosofía de
Kant, nos captamos a nosotros mismos frente al otro, y el otro es tan cierto
para nosotros como nosotros mismos. Así, el hombre que se capta directamente
por el cogito, descubre también a todos los otros y los descubre como la
condición de su existencia. Se da cuenta de que no puede ser nada (en el
sentido que se dice que es espiritual, o que se es malo, o que se es celoso),
salvo que los otros lo reconozcan por tal.
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Para obtener una verdad cualquiera sobre mí, es necesario
que pase por otro. El otro es indispensable a mi existencia tanto como el
conocimiento que tengo de mí mismo. En estas condiciones, el descubrimiento de
mi intimidad me descubre al mismo tiempo el otro, como una libertad colocada
frente a mí, que no piensa y que no quiere sino por o contra mí. Así
descubrimos en seguida un mundo que llamaremos la intersubjetividad, y en este
mundo el hombre decide lo que es y lo que son los otros.
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Además, si es imposible encontrar en cada hombre una esencia
universal que constituya la naturaleza humana, existe, sin embargo, una
universalidad humana de condición. No es un azar que los pensadores de hoy día
hablen más fácilmente de la condición del hombre que de su naturaleza. Por
condición entienden, con más o menos claridad, el conjunto de los límites a
priori que bosquejan su situación fundamental en el universo. Las situaciones
históricas varían: el hombre puede nacer esclavo en una sociedad pagana, o
señor feudal, o proletario. Lo que no varía es la necesidad para él de estar
en el mundo, de estar allí en el trabajo, de estar allí en medio de los otros
y de ser allí mortal. Los límites no son ni subjetivos ni objetivos, o más
bien tienen una faz objetiva y una faz subjetiva. Objetivos, porque se
encuentran en todo y son en todo reconocibles; subjetivos, porque son vividos y
no son nada si el hombre no los vive, es decir, si no se determina libremente en
su existencia por relación a ellos. Y si bien los proyectos pueden ser
diversos, por lo menos ninguno puede permanecerme extraño, porque todos
presentan en común una tentativa para franquear esos límites o para ampliarlos
o para negarlos o para acomodarse a ellos. En consecuencia, todo proyecto, por
más individual que sea, tiene un valor universal. Todo proyecto, aun el del
chino, el del hindú, o del negro, puede ser comprendido por un europeo. Puede ser comprendido; esto quiere decir que el europeo de
1945 puede lanzarse a partir de una situación que concibe hasta sus límites de
la misma manera, y que puede rehacer en sí el camino del chino, del hindú o
del africano. Hay universalidad en todo proyecto en el sentido de que todo
proyecto es comprensible para todo hombre. Lo que no significa de ninguna manera
que este proyecto defina al hombre para siempre, sino que puede ser
reencontrado. Hay siempre una forma de comprender al idiota, al niño, al
primitivo o al extranjero, siempre que se tengan los datos suficientes. En este
sentido podemos decir que hay una universalidad del hombre; pero no está dada,
está perpetuamente construida. Construyo lo universal eligiendo; lo construyo
al comprender el proyecto de cualquier otro hombre, sea de la época que sea.
Este absoluto de la elección no suprime la relatividad de cada época. Lo que
el existencialismo tiene interés en demostrar es el enlace del carácter
absoluto del compromiso libre, por el cual cada hombre se realiza al realizar un
tipo de humanidad, compromiso siempre comprensible para cualquier época y por
cualquier persona, y la relatividad del conjunto cultural que puede resultar de
tal elección; hay que señalar a la vez la relatividad del cartesianismo y el
carácter absoluto del compromiso cartesiano. En este sentido se puede decir, si
ustedes quieren, que cada uno de nosotros realiza lo absoluto al respirar, al
comer, al dormir, u obrando de una manera cualquiera. No hay ninguna diferencia
entre ser libremente, ser como proyecto, como existencia que elige su esencia, y
ser absoluto; y no hay ninguna diferencia entre ser un absoluto temporalmente
localizado, es decir que se ha localizado en la historia, y ser comprensible
universalmente.
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Esto no resuelve enteramente la objeción de subjetivismo. En
efecto, esta objeción toma todavía muchas formas. La primera es la que sigue.
Se nos dice: entonces ustedes pueden hacer cualquier cosa; lo cual se expresa de
diversas maneras. En primer lugar se nos tacha de anarquía; en seguida se
declara: no pueden ustedes juzgar a los demás, porque no hay razón para
preferir un proyecto a otro; en fin, se nos puede decir: todo es gratuito en lo
que ustedes eligen, dan con una mano lo que fingen recibir con la otra. Estas
tres objeciones no son muy serias. En primer lugar, la primera objeción: pueden
elegir cualquier cosa, no es exacta. La elección es posible en un sentido, pero
lo que no es posible es no elegir. Puedo siempre elegir, pero tengo que saber
que, si no elijo, también elijo. Esto, aunque parezca estrictamente formal,
tiene una gran importancia para limitar la fantasía y el capricho. Si es cierto
que frente a una situación, por ejemplo, la situación que hace que yo sea un
ser sexuado que puede tener relaciones con un ser de otro sexo, que yo sea un
ser que puede tener hijos— estoy obligado a elegir una actitud y que de todos
modos lleva la responsabilidad de una elección que, al comprometerme,
compromete a la humanidad entera, aunque ningún valor a priori determine mi
elección, esto no tiene nada que ver con el capricho; y si se cree encontrar
aquí la teoría gideana del acto gratuito, es porque no se ve la enorme
diferencia entre esta doctrina y la de Gide. Gide no sabe lo que es una
situación; obra por simple capricho. Para nosotros, al contrario, el hombre se
encuentra en una situación organizada, donde está él mismo comprometido,
compromete con su elección a la humanidad entera, y no puede evitar elegir: o bien
permanecerá casto, o bien se casará sin tener hijos, o bien se casará y
tendrá hijos; de todos modos, haga lo que haga, es imposible que no tome una
responsabilidad total frente a este problema. Sin duda, elige sin referirse a
valores preestablecidos, pero es injusto tacharlo de capricho.
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