A
pesar de que ya el demiurgo había completado todo lo demás en lo que atañe a
la similitud con aquello a lo que se asemejaba, hasta la generación del tiempo
inclusive, el universo todavía no poseía en su interior todos los animales
generados, en lo que aún era disímil. Este resto lo llevó a cabo estampando
una impresión en la naturaleza de la copia. Pensó, pues, que este mundo debía
tener en sí especies de una cualidad tal y en tanta cantidad como el intelecto
ve que hay en el ser viviente ideal. Hay, ciertamente, cuatro: una es el género
celeste de los dioses, otra el alado y de los animales que surcan el aire; la
tercera es el género acuático y la cuarta corresponde al que marcha sobre los
pies y a los animales terrestres.
Hizo la mayor parte de la forma de lo divino (dioses visibles) de fuego para que fuera el género más bello y más luminoso para la vista, y
lo construyó perfectamente circular, semejante al universo. Lo colocó en la
inteligencia de lo excelso, para que lo siguiera, y lo distribuyó por todo el
cielo en círculo, de modo que fuera un verdadero adorno bordado en toda su
superficie. A cada uno le dio dos movimientos, uno en lo mismo y según lo
mismo, para que piense para sí siempre lo mismo acerca de lo mismo, el otro
hacia adelante, dominado por la revolución de lo mismo y semejante, pero inmóvil
y fijo respecto de los cinco movimientos, para que cada uno de ellos llegara a
ser lo más perfecto posible. Por esta causa, por tanto, surgieron las estrellas
fijas, que son seres vivos divinos e inmortales que giran según lo mismo en el
mismo punto y permanecen siempre. Las que tienen un punto de retorno y un curso
errático, como fue descrito más arriba, nacieron como fue dicho. Construyó la
tierra para que sea nodriza nuestra y, por medio de su rotación alrededor del
eje que se extiende a través del universo, guardia y artesana de la noche y del
día, la primera y más anciana de las divinidades que hay en el universo. Sería
un esfuerzo vano nombrar sin representaciones visuales las danzas corales de
estas últimas, sus mutuas conjunciones, el retorno de las órbitas sobre sí
mismas y sus avances y qué dioses se unen en los encuentros y cuántos se
oponen, y en qué y después de qué tiempos se nos ocultan colocándose uno
delante de otro y, al reaparecer, producen temor, y dan signos de lo que ha de
suceder a los que no son capaces de calcular. Sea éste, por tanto, un final
adecuado para estos asuntos y para lo dicho acerca de la naturaleza de los
dioses visibles y generados.
Decir
y conocer el origen de las otras divinidades (invisibles) es una tarea que va más allá de
nuestras fuerzas. Hay que creer, por consiguiente, a los que hablaron antes,
dado que en tanto descendientes de dioses, como afirmaron, supongo que al menos
conocerían bien a sus antepasados. No es posible, entonces, desconfiar de hijos
de dioses, aunque hablen sin demostraciones probables ni necesarias, sino,
siguiendo la costumbre, debemos creerles cuando dicen que relatan asuntos
familiares. Aceptemos y refiramos pues el origen de los dioses tal como lo
exponen ellos. Océano y Tetis fueron hijos de Gea y Urano, de ellos nacieron
Forcis, Cronos, Rea y todos los de su generación; de Cronos y Rea, Zeus, Hera y
todos los que sabemos que son llamados sus hermanos y, además, los restantes
que son descendientes de éstos. Platón. Timeo