Pero ahora debemos dejar esto de lado,
y atribuyamos los tipos de figuras que acaban de surgir en el discurso al fuego,
tierra, agua y aire. Asignemos, pues, la figura cúbica a la tierra, puesto que
es la menos móvil de los cuatro tipos y las más maleable de entre los cuerpos
y es de toda necesidad que tales cualidades las posea el elemento que tenga las
caras más estables. Entre los triángulos supuestos al comienzo, la superficie
de lados iguales es por naturaleza más segura que la de lados desiguales y la
superficie cuadrada formada por dos equiláteros está sobre su base
necesariamente de forma más estable que un triángulo, tanto en sus partes como
en el conjunto. Por tanto, si atribuimos esta figura a la tierra salvamos el
discurso probable, y, además, de las restantes, al agua, la que con más
dificultad se mueve; la más móvil, al fuego y la intermedia, al aire; y, otra
vez, la más pequeña, al fuego, la más grande, al agua, y la mediana, al aire;
y, finalmente, la más aguda, al fuego, la segunda más aguda, al aire y la
tercera, al agua. En todo esto es necesario que la figura que tiene las caras más
pequeñas sea por naturaleza la más móvil, la más cortante y aguda de todas
en todo sentido, y, además, la más liviana, pues está compuesta del mínimo
de partes semejantes, y que la segunda tenga estas mismas cualidades en segundo
grado y la tercera, en tercero. Sea, pues, según el razonamiento correcto y el
probable, la figura sólida de la pirámide elemento y simiente del fuego,
digamos que la segunda en la generación corresponde al aire y la tercera, al
agua. Debemos pensar que todas estas cosas son en verdad tan pequeñas que los
elementos individuales de cada clase nos son invisibles por su pequeñez, pero
cuando muchos se aglutinan, se pueden observar sus masas y, también, que en
todas partes dios adecuó la cantidad, movimientos y otras características de
manera proporcional y que todo lo hizo con la exactitud que permitió de buen
grado y obediente la necesidad. Platón. Timeo