Cuando
éstos (los dioses) recibieron
un principio inmortal de alma, le tornearon un cuerpo mortal alrededor, a
imitación de lo que él había hecho. Como vehículo le dieron el tronco y las
extremidades en los que anidaron otra especie de alma, la mortal, que tiene en sí
procesos terribles y necesarios: en primer lugar el placer, la incitación mayor
al mal, después, los dolores, fugas de las buenas acciones, además, la osadía
y el temor, dos consejeros insensatos, el apetito, difícil de consolar, y la
esperanza, buena seductora. Por medio de la mezcla de todos estos elementos con
la sensibilidad irracional y el deseo que todo lo intenta compusieron con
necesidad el alma mortal. Por esto, como los dioses menores se cuidaban de no
mancillar el género inmortal del alma, a menos que fuera totalmente necesario,
implantaron la parte mortal en otra parte del cuerpo separada de aquélla y
construyeron un istmo y límite entre la cabeza y el tronco, el cuello, colocado
entremedio para que estén separadas. Ligaron el género mortal del alma al pecho y al así llamado tórax. Puesto que una parte del
alma mortal es por
naturaleza mejor y otra peor, volvieron a dividir la cavidad del tórax y la
separaron con el diafragma colocado en el medio, tal como se hace con las
habitaciones de las mujeres y los hombres. Implantaron la parte del alma que participa de la valentía
y el coraje más cerca de la cabeza, entre el
diafragma y el cuello, para que escuche a la razón y junto con ella coaccione
violentamente la parte apetitiva, cuando ésta no se encuentre en absoluto
dispuesta a cumplir voluntariamente la orden y la palabra proveniente de la acrópolis.
Hicieron al corazón, nudo de las venas y fuente de la sangre que es distribuida
impetuosamente por todos los miembros, la habitación de la guardia, para que,
cuando bulle la furia de la parte volitiva porque la razón le comunica que
desde el exterior los afecta alguna acción injusta o, también, alguna
proveniente de los deseos internos, todo lo que es sensible en el cuerpo perciba
rápidamente a través de los estrechos las recomendaciones y amenazas, las
obedezca y cumpla totalmente y permita así que la parte más excelsa del alma
los domine. Como previeron que, en la palpitación del corazón ante la
expectativa de peligros y cuando se despierta el coraje, el fuego era el origen
de una fermentación tal de los encolerizados, idearon una forma de ayuda e
implantaron el pulmón, débil y sin sangre, pero con cuevas interiores,
agujereadas como esponjas para que, al recibir el aire y la bebida, lo enfríe y
otorgue aliento y tranquilidad en el incendio. Por ello, cortaron canales de la
arteria en dirección al pulmón y a éste lo colocaron alrededor del corazón,
como una almohadilla, para que el corazón lata sobre algo que cede, cuando el
coraje se excita en su interior, y se enfríe, de modo que sufra menos y pueda
servir más a la razón con coraje.
Entre
el diafragma y el límite hacia el ombligo, hicieron habitar a la parte del alma
que siente apetito de comidas y bebidas y de todo lo que necesita la naturaleza
corporal, para lo cual construyeron en todo este lugar como una especie de
pesebre para la alimentación del cuerpo. Allí la ataron, por cierto, como a
una fiera salvaje: era necesario criarla atada, si un género mortal iba a
existir realmente alguna vez. La colocaron en ese lugar para que se apaciente
siempre junto al pesebre y habite lo más lejos posible de la parte
deliberativa, de modo que cause el menor ruido y alboroto y permita reflexionar
al elemento superior con tranquilidad acerca de lo que conviene a todas las
partes, tanto desde la perspectiva común como de la particular. Sabían que no
iba a comprender el lenguaje racional y que, aunque lo percibiera de alguna
manera, no le era propio ocuparse de las palabras, sino que las imágenes y
apariciones de la noche y, más aún, del día la arrastrarían con sus
hechizos. Ciertamente, a esto mismo tendió un dios cuando construyó el hígado
y lo colocó en su habitáculo. Lo ideó denso, suave, brillante y en posesión
de dulzura y amargura, para que la fuerza de los pensamientos proveniente de la
inteligencia, reflejada en él como en un espejo cuando recibe figuras y deja
ver imágenes, atemorice al alma apetitiva. Cuando utiliza la parte de amargura
innata e, irritada, se acerca y la amenaza, entremezcla la amargura rápidamente
en todo el hígado y hace aparecer una coloración amarillenta, lo contrae
totalmente, lo arruga y hace áspero, dobla y contrae su lóbulo, obtura y
cierra sus cavidades y accesos, causa dolores y náuseas. Cuando, por otro lado,
alguna inspiración de suavidad proveniente de la inteligencia dibuja las imágenes
contrarias, le da un reposo de la amargura, porque no quiere ni mover ni entrar
en contacto con la naturaleza que le es contraria, y le aplica al hígado la
dulzura que se encuentra en él. Entonces, endereza todo el órgano, lo suaviza
y libera y hace agradable y de buen carácter a la parte del alma que habita en
el hígado y le otorga un estado apacible durante la noche con el don de
adivinación durante el sueño, ya que éste no participa ni de la razón ni de
la inteligencia. Como nuestros creadores recordaban el mandato del padre cuando
ordenó hacer lo mejor posible el género mortal, para disponer también así
nuestra parte innoble, le dieron a ésta la capacidad adivinatoria con la
finalidad de que de alguna manera entre en contacto con la verdad. Platón.
Timeo