La
descripción anterior, salvo unos pocos detalles, constituye la demostración de
lo que ha sido creado por la inteligencia. Debemos adjuntarle también lo que es
producto de la necesidad. El universo nació, efectivamente, por la combinación
de necesidad e inteligencia. Se formó al principio por medio de la necesidad
sometida a la convicción inteligente, ya que la inteligencia se impuso a la
necesidad y la convenció de ordenar la mayor parte del devenir de la mejor
manera posible. Por tanto, una exposición de cómo se originó realmente según
estos principios debe combinar también la especie de la causa errante en tanto
forma natural de causalidad. Debemos reiniciar, por ello, nuestra tarea y, tal
como hicimos anteriormente, empezar ahora otra vez desde el principio, adoptando
un nuevo punto de partida adecuado a esta perspectiva......Para ello es, necesario
distinguir entre dos tipos de causas, uno necesario, el otro divino, y con el
fin de alcanzar la felicidad hay que buscar lo divino en todas partes, en la
medida en que nos lo permita nuestra naturaleza. Lo necesario debe ser
investigado por aquello, puesto que debemos pensar que sin la necesidad no es
posible comprender la causa divina, nuestro único objeto de esfuerzo, ni
captarla ni participar en alguna medida de ella.Ahora
que, al igual que los carpinteros la madera, tenemos ante nosotros los tipos de
causas que se han decantado y a partir de los cuales es necesario entretejer el
resto del discurso, volvamos un instante al comienzo para marchar rápidamente
hasta el punto desde donde vinimos hasta aquí e intentar poner una coronación
final al relato que se ajuste a lo anterior. Como ya fuera dicho al principio,
cuando el universo se encontraba en pleno desorden, el dios introdujo en cada
uno de sus componentes las proporciones necesarias para consigo mismo y para con
el resto y los hizo tan proporcionados y armónicos como le fue posible.
Entonces, nada participaba ni de la proporción ni de la medida, si no era de
manera casual, ni nada de aquello a lo que actualmente damos nombres tales como
fuego, agua o alguno de los restantes, era digno de llevar un nombre, sino que
primero los ordenó y, luego, de ellos compuso este universo, un ser viviente
que contenía en sí mismo todos los seres vivientes mortales e inmortales. El
dios en persona se convierte en artífice de los seres divinos y manda a sus
criaturas llevar a cabo el nacimiento de los mortales.
Platón.
Timeo