MAS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL
(Prólogo y Secciones 1ª,2ª,3ª,4ª y 5ª)


PROLOGO

Suponiendo que la verdad sea una mujer -, ¿cómo?, ¿no está justificada la sospecha de que todos los filósofos, en la medida en que han sido dogmáticos, han entendido poco de mujeres?,  ¿de que la estremecedora seriedad, la torpe insistencia con que hasta ahora han solido acercarse a la verdad eran medios inhábiles e ineptos para conquistar los favores precisamente de una mujer? Lo cierto es que ella no se ha dejado conquistar: - y hoy toda especie de dogmática está ahí en pie, con una actitud de aflicción y desánimo. ¡Si es que en absoluto permanece en pie! Pues burlones hay que afirman que ha caido, que toda dogmática yace por el suelo, más aún, que toda dogmática se encuentra en las últimas. Hablando en serio, hay buenas razones que abonan la esperanza de que todo dogmatizar en filosofía, aunque se haya presentado como algo muy solemne, muy definitivo y válido, acaso no haya sido más que una noble puerilidad y cosa de principiantes; y tal vez esté muy cercano el tiempo en que se comprenderá cada vez más qué es lo que propiamente ha bastado para poner la primera piedra de esos sublimes e incondicionales edificios de filósofos que los dogmáticos han venido levantando hasta ahora, - una superstición popular cualquiera procedente de una época inmemorial (como la superstición del alma, la cual, en cuanto superstición del sujeto y superstición del yo, aún hoy no ha dejado de causar daño), acaso un juego cualquiera de palabras, una seducción de parte de la gramática o una temeraria generalización de hechos muy reducidos, muy personales, muy humanos, demasiado humanos.La filosofía de los dogmáticos ha sido,esperémoslo, tan sólo un hacer promesas durante milenios: como lo fue, en una época más antigua aún, la astrología, en cuyo servicio es posible que se hayan invertido más trabajo, dinero, perspicacia, paciencia que los invertidos hasta ahora en favor de cualquiera de las verdaderas ciencias: - a ella y a sus pretensiones «sobreterrenales» se debe en Asia y en Egipto el estilo grandioso de la arquitectura. Parece que todas las cosas grandes, para inscribirse en el corazón de la humanidad con sus exigencias eternas, tienen que vagar antes sobre la tierra cual monstruosas y tremebundas figuras grotescas: una de esas figuras grotescas fue la filosofía dogmática, por ejemplo la doctrina del Vedanta en Asia y en Europa el platonismo.No seamos ingratos con ellas,aunque también tengamos que admitir que el peor, el más duradero y peligroso de todos los errores ha sido hasta ahora un error de dogmáticos, a saber, la invención por Platón del espíritu puro y del bien en si. Sin embargo, ahora que ese error ha sido superado, ahora que Europa respira aliviada de su pesadilla y que al menos le es lícito disfrutar de un mejor - sueño, somos nosotros cuya tarea es el estar despiertos, los herederos de toda la fuerza que la lucha contra ese error ha desarrollado y hecho crecer. En todo caso, hablar del espíritu y del bien como lo hizo Platón significaría poner la verdad cabeza abajo y negar el perspectivismo, el cual es condición fundamental de toda vida; más aún, en cuanto médicos nos es lícito preguntar: «¿de dónde procede esa enfermedad que aparece en la más bella planta de la Antigüedad, en Platón?, ¿es que la corrompió el malvado Sócrates?, ¿habría sido Sócrates, por tanto, el corruptor de la juventud?, ¿y habría merecido su cicuta?» - Pero la lucha contra Platón o, para decirlo de una manera más inteligible para el «pueblo», la lucha contra la opresión cristiano-eclesiástica durante siglos -pues el cristianismo es platonismo para el «pueblo»- ha creado en Europa una magnífica tensión del espíritu, cual no la había habido antes en la tierra: con un arco tan tenso nosotros podemos tomar ahora como blanco las metas más lejanas. Es cierto que el hombre europeo siente esa tensión como un estado penoso; y ya por dos veces se ha hecho, con gran estilo, el intento de aflojar el arco, la primera, por el jesuitismo, y la segunda, por la ilustración democrática: - ¡a la cual le fue dado de hecho conseguir, con ayuda de la libertad de prensa y de la lectura de periódicos, que el espíritu no se sintiese ya tan fácil a sí mismo como penosidad»! (Los alemanes inventaron  la pólvora -¡todos mis respetos por ello!, pero volvieron  a repararlo-, inventaron la prensa.) Mas nosotros que no somos ni jesuitas, ni demócratas, y ni siquiera suficientemente alemanes; nosotros los buenos europeos y espíritus libres, muy libres - ¡nosotros la tenemos todavia, tenemos la penosidad toda del espíritu y la entera tensión de su arco! Y acaso también la flecha, la tarea y, ¿quién sabe?, incluso el blanco...

Sils-Maria, Alta Engadina,
en junío de 1885.


Prólogo
Presentación
















LA VERDAD ES COMO UNA MUJER:
También en el prólogo de 1886 a la segunda edición de La gaya ciencia, emplea Nietzsche esta misma imagen: «Se debería honrar más el pudor con que la naturaleza se ha escondido detras de enigmas y de multicolores incertidumbres. ¿Acaso es la verdad una mujer que tiene razones para no dejar ver sus razones? En Así habló Zaratustra, «Del leer y el escribir» se califica de mujer a la sabiduría: «Valerosos, despreocupados, irónicos, violentos - asi nos quiere la sabiduria: es una mujer y ama siempre únicamente a un guerrero.En fin, en el aforismo 220 de este mismo libro vuelve Nietzsche a repetir idéntica comparación: «En última instancia es la verdad una mujer: no se le debe hacer violencia


Prólogo
















SEDUCCIÓN:
Verführung: este termino alemán, además de «seducción», significa también: «Llevar por caminos errados» «descaminar», guiar equivocadamente». Ambos significados se funden en la intención de Nietzsche siempre que las palabías «seducir» «seducción, aparecen en este libro. Por vía de ejemplo, véase el comienzo del aforismo 1.


Prólogo
















ESTAR DESPIERTOS:
En Así hablo Zaratustra, «De las cátedras de la virtud»  había atacado ya Nietzsche con suma ironia a los «predicadores del sueño». En esa misma obra el eremita del bosque que ve bajar a Zaratustra de la montaña califica a éste de «el despierto».


Prólogo
















PERSPECTIVISMO:
El «perspectivismo» de Nietzsche, que aparece bastante pronto en su obra, pero en forma dispersa (véase sobre todo el aforismo 354, «Del 'genio de la especie' », de La gaya ciencia), encuentra sus mayores formulaciones temáticas en los escritos póstumos. En una carta escrita por Nietzsche a su amigo Overbeck a mediados de julio de 1881, desde Sils-Maria, dice lo siguiente: 'Estoy metido hasta el cuello en mis problemas; mi teoría, según la cual el mundo del bien y del mal es un mundo únicamente aparente y perspectivista, representa una innovación tal, que a veces me quedo completamente pasmado.» Una breve, pero suficiente exposición del «perspectivismo» nietzscheano, comparado con la «perspectiva» de Ortega, puede verse en J. Marías, Ortega, I (Madrid, 1960), págs. 393-395.


Prólogo
















LECTURA DE PERIÓDICOS:
La «lectura de periódicos» fue un tema tocado por Nietzsche desde muy temprano, y siempre en sentido negativo. Véase ya la primera de las Consideraciones intempestivas: David Strauss, el
confesor y el escritor, 8 4
. En más de una ocasión compara esa costumbre a la «diaria visita a la cervecería», y dice que es un sustitutivo de las «oraciones diarias». Especialmente violentos son
sus ataques contra los periódicos y su lectura en Así habló Zaratustra.


Prólogo
















SECCIÓN PRIMERA
(De los prejuicios de los filósofos)

La voluntad de verdad, que todavía nos seducirá a correr más de un riesgo, esa famosa veracidad de la que todos los filósofos han hablado hasta ahora con veneración: ¡qué preguntas nos ha propuesto ya esa voluntad de verdad! ¡Qué extrañas, perversas, problemáticas preguntas! Es una historia ya larga, - ¿y no parece, sin embargo, que apenas acabá de iniciarse? ¿Puede extrañar el que nosotros acabemos haciéndonos desconfiados, perdiendo la paciencia y dándonos la vuelta impacientes? ¿El que también nosotros, por nuestra parte, aprendamos de esa esfínge a preguntar? ¿Quién es propiamente el que aquí nos hace preguntas? ¿qué cosa existente en nosotros es la que aspira propiamente a la «verdad»? -- De hecho hemos estado detenidos durante largo tiempo ante la pregunta que  interroga por la causa de ese querer, - hasta que hemos acabado deteniéndonos del todo ante una pregunta más radical aún. Hemos preguntado por el valor de esa voluntad. Suponiendo que nosotros queramos la verdad: ¿por qué no, más bien, la no-verdad?  ¿Y la incertidumbre?  ¿Y  aun la ignorancia? - El problema del valor de la verdad se plantó delante de nosotros, - ¿o fuimos nosotros quienes nos plantamos delante del problema? ¿Quien de nosotros es aquí Edipo? ¿Quién Esfinge?  Es éste, a lo que parece, un lugar donde preguntas y signos de interrogación se dan cita. - ¿Y se creería que a nosotros quiere parecernos, en última instancia, que el problema no ha sido planteado nunca hasta ahora, - que ha sido visto, afrontado, osado por vez primera por nosotros? Pues en él hay un riesgo, y acaso no exista ninguno mayor.

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«¿Cómo podría una cosa sugir de su antítesis? ¿Por ejemplo, la verdad, del error? ¿O la voluntad de verdad, de la voluntad de engaño? ¿O la acción desinteresada, del egoísmo? ¿O la pura y solar contemplación del sabio, de la concupiscencia? Semejante genesis es imposible; quien con ello sueña, un necio, incluso algo peor; las cosas de valor sumo es precise que tengan un origen distinto, propio, - ¡no son derivables de este mundo pasajero, seductor, engañador, mezquino, de esta confusión de delirio y deseo! Antes bien, en el seno del ser, en lo no pasajero, en el Dios oculto, en la «cosa en sí» - ¡ahí es donde tiene que estar su fundamento, y en ninguna otra parte! » - Este modo de juzgar constituye el prejuicio típico por el cual resultan reconocibles los metafísicos de todos los tiempos; esta especie de valoraciones se encuentra en el trasfondo de todos sus procedimientos lógicos; partiendo de este «creer» suyo se esfuerzan por obtener su «saber», algo que al final es bautizado solemnemente con el nombre de «la verdad». La creencia básica de los metafísicos es la creencia en las antitesis de los valores. Ni siquiera a los más previsores entre ellos se les ocurrió dudar ya aquí en el umbral, donde más necesario era, sin embargo: aun cuando se habían jurado de omnibus dubitandum [dudar de todas las cosas]. Pues, en efecto, es lícito poner en duda, en primer término, que existan en absoluto antitesis, y, en segundo término, que esas populates valoraciones y antítesis de valores sobre las cuales los metafísicos han impreso su sello sean algo más que estimaciones superficiales, sean algo más que perspectivas provisionales y, ademas, acaso, perspectivas tomadas desde un ángulo, desde abajo hacia arriba, perspectivas de rana , por así decirlo, para tomar prestada una expresión corriente entre los pintores. Pese a todo el valor que acaso corresponda a lo verdadero, a lo veraz, a lo desinteresado: sería posible que a la apariencia, a la voluntad de engaño, al egoismo y a la concupiscencia hubiera que atribuirles un valor mas elevado o más fundamental para toda vida. Sería incluso posible que lo que constituye el valor de aquellas cosas buenas y veneradas consistiese precisamente en el hecho de hallarse emparentadas, vinculadas, entreveradas de manera insidiosa con estas cosas malas, aparentemente antitéticas, y quizá en ser idénticas esencialmente a ellas. ¡Quizá! - ¡Mas quién quiere preocuparse de tales peligrosos «quizás»  Hay que aguardar para ello a la llegada de un nuevo género de filósofos, de filósofos que tengan gustos e inclinaciones distintos y opuestos a los tenidos hasta ahora, - filósofos del peligroso «quizá», en todos los sentidos de esta palabra. - Y hablando
con toda seriedad: yo veo surgir en el horizonte a esos nuevos filósofos.

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Tras haber dedicado suficiente tiempo a leet a los filósofos entre líneas y a mirarles a las manos, me digo: tenemos que contar entre las actividades instintivas la parte más grande del pensar consciente, y ello incluso en el caso del pensar filosófico; tenemos que cambiar aquí de opinión, lo mismo que hemos cambiado en lo referente a la herencia y a lo «innato». Así como el acto del nacimiento no entra en consideración para nada en el curso anterior y ulterior de la herencia: así tampoco es la «consciencia», en ningún sentido decisivo, antitética de lo instintivo, - la mayor parte del pensar consciente de un filósofo está guiada de modo secreto por sus instintos y es forzada por éstos a discurrir por determinados carriles. También detrás de toda lógica y de su aparente soberanía de movimientos se encuentran valoraciones o, hablando con mayor claridad, exigencías fisiológicas orientadas a conservar una determinada especie de vida. Por ejemplo, que lo determinado es más valioso que lo indeterminado, la apariencía, menos valiosa que la «verdad»: a pesar de toda su importancia regulativa para nosotros, semejantes estimaciones podrían ser, sin embargo, nada más que estimaciones superficiales, una determinada especia de niaiserie [bobería], quizá necesaria precisamente para conservar seres tales como nosotros. Suponiendo, en efecto, que no sea precisamente el hombre la «medida de las cosas»...

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La falsedad de un juicio no es para nosotros ya una objeción contra el mismo; acaso sea en esto en lo que más extraño suene nuestro nuevo lenguaje. La cuestión está en saber hasta qué punto ese juicio favorece la vida, conserva la vida, conserva la especie, quizá incluso selecciona la especie; y nosotros estamos inclinados por principio a afirmar que los juicios más falsos (de ellos forman parte los juicios sintéticos a priori) son los más imprescindibles para nosotros, que el hombre no podría vivir si no admitiese las ficciones lógicas, si no midiese la realidad con la medida del mundo puramente inventado de lo incondicionado, idéntico-a-sí-mismo, si no falsease permanentemente el mundo mediante el número, - que renunciar a los juicios falsos sería renunciar a la vida, negar la vida. Admitir que la no-verdad es condición de la vida: esto significa, desde luego, enfrentarse de
modo peligroso a los sentimientos de valor habituales; y una filosofía que osa hacer esto se coloca, ya sólo con ello, más allá del bien y del mal.

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Lo que nos incita a mirar a todos los filósofos con una mirada a medias desconfiada y a medias sarcástica no es el hecho de darnos cuenta una y otra vez de que son muy inocentes - de que se equivocan y se extravían con mucha frecuencia y con gran facilidad, en suma, su infantilismo y su puerilidad, - sino el hecho de que no se comporten con suficiente honestidad  siendo así que todos ellos levantan un ruido grande y virtuoso tan pronto como se toca, aunque sólo sea de lejos, el problema de la veracidad. Todos ellos simulan haber descubierto y alcanzado sus opiniones propias mediante el autodesarrollo de una dialéctica fría, pura, divinamente despreocupada (a diferencia de los misticos de todo grado, que son más honestos que ellos y más torpes - éstos hablan de «inspiración» -): siendo asi que, en el fondo, es una tesis adoptada de antemano, vana ocurrencia, una «inspiración», casi siempre un deseo íntimo vuelto abstracto y pasado por la criba lo que ellos defienden con razones buscadas posteriormente: - todos ellos son abogados que no quieren llamarse así, y en la mayoría de los casos son incluso pícaros patrocinadores de sus prejuicios, a los que bautizan con el nombre de «verdades», - y están muy lejos de la valentía de la conciencia que a sí misma se confiesa esto, precisamente esto, muy lejos del buen gusto de la valentía que da también a entender esto, ya para poner en guardia a un enemigo o amigo, ya por petulancia y por burlarse de sí misma. La tan tiesa como morigerada tartufería del viejo Kant, con la cual nos atrae hacia los tortuosos caminos de la dialéctica, que encaminan o, más exactamente, descaminan  hacia su «imperativo categórico» - esa comedia nos hace sonreír a nosotros, hombres exigentes que encontramos no para diversión en indagar las sutiles malicias de los viejos moralistas y predicadores de moral. Y no digamos aquel hocus-pocus [fórmula mágica] de forma matemática con el que Spinoza puso como una coraza de bronce a su filosofía y la enmascaró -en definitiva, «el amor a su sabiduría», interpretando esta palabra en su sentido correcto y justo-, a fin de intimidar así de antemano el valor del atacante que osase lanzar una mirada sobre esa invencible virgen y -Palas Atenea: - ¡cuánta timidez y vulnerabilidad propias delata esa mascarada de un enfermo eremítico!

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Poco a poco se me ha ido manifestando qué es lo que ha sido hasta ahora toda gran filosofia: a saber, la autoconfesión de su autor y una especie de memoires [memorias] no queridas y no advertidas; asimismo, que las intenciones morales (o inmorales) han constituido en toda filosofia el auténtico germen vital del que ha brotado siempre la planta entera. De hecho, para aclarar de qué modo han tenido lugar propiamente las afirmaciones metafísicas más remotas de un filósofo es bueno (e inteligente) comenzar siempre preguntándose: ¿a qué moral quiere esto (quiere él -) llegar? Yo no creo, por tanto, que un «instinto de conocimiento» sea el padre de la filosofía, sino que, aqui como en otras partes, un instinto diferente se ha servido del conocimiento (¡y del desconocimiento!) nada más que como de un instrurnento. Pero quien examine los instintos fundamentales del hombre con el propósito de saber hasta qué punto precisamente ellos pueden haber actuado aquí como genios (o demonios o duendes -) inspiradores encontrará que todos ellos han hecho ya alguna vez filosofía, - y que a cada uno de ellos le gustaria mucho presentarse justo a si mismo como finalidad última de la existencia y como legítimo señor de todos los demás instintos. Pues todo instinto ambiciona dominar: y en cuanto tal intenta filosofar. - Desde luego entre los doctos, entre los hombres auténticamente científicos acaso las cosas ocurran de otro modo -«mejor», si se quiere-, acaso haya allí realmente algo así como un instinto cognoscitivo, un pequeño reloj independiente que, una vez que se le ha dado bien la cuerda, se pone a trabajar de firme, sin que ninguno de los demás instintos del hombre docto participe esencialmente en ello. Por esto los auténticos «intereses» del docto se encuentran de ordinario en otros lugares completamente distintos, por ejemplo en la familia, o en el salario, o en la política; más aún, casi resulta indiferente el que su pequeña máquina se aplique a este o a aquel sector de la ciencia, y el que el joven y «esperanzador» obrero haga de sí mismo un buen filólogo, o un experto en hongos, o un químico: - lo que le caracteriza no es que él llegue a ser esto o aquello. En el filósofo, por el contrario, nada, absolutamente nada es impersonal; y es especialmence su moral la que proporciona un decidido y decisivo testimonio de quién es él - es decir, de en qué orden jerárquico se encuentran recíprocamente situados los instintos más íntimos de su natutaleza.

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¡Qué malignos pueden ser los filósofos! Yo no conozco nada más venenoso que el chiste que Epicuro se permitió contra Platón y los platónicos: los llamó dionysiokolakes. Esta palabra, según su sentido literal, y en primer tétmino, significa «aduladores de Dionisio», es decir, agentes del tirano y gentes serviles; pero, además, quiere decir «todos ellos son comediantes, en ellos no hay nada auténtico» (pues dionysokolax era una designación popular del comediante). Y en esto último consiste propiamente la malicia que Epicuro lanzó contra Platón: a él le molestaban los modales grandiosos, el ponerse uno a sí mismo en escena, cosa de que tanto entendían Platón y todos sus disclpulos, - ¡y de la que no entendía Epicuro!, él, el vieio maestro de escuela de Samos que permaneció escondido en su jardincillo de Atenas y escribió trescientos libros, ¿quién sabe?, ¿acaso por rabia y por ambición contra Platón? - Fueron necesarios cien años para que Grecia se diese cuenta de quién había sido aquel dios del jardín, Epicuro. - ¿Se dio cuenta? -

8
En toda filosofía hay un punto en el que entra en escena la «convicción» del filósofo: o, para decirlo en el lenguaje de un antiguo mysterium:

adventavit asinus
pulcher 'et fortissimus
(ha Ilegado un asno
hermoso y muy fuerte).

9
¿Queréis vivir «según la naturaleza»? ¡Oh nobles estoicos, qué embuste de palabras! Imaginaos un ser como la naturaleza, que es derrochadora sin medida, indiferente sin medida, que carece de íntenciones y miramientos, de piedad y justicia, que es feraz y estéril e incierta al mismo tiempo, imaginaos la indiferencia misma como poder - ¿cómo podríais vivir vosotros según esa indiferencia? Vivir - ¿no es cabalmente un querer ser-distinto de esa naturaleza? ¿Vivir no es evaluar, preferir, ser injusto, ser limitado, querer-ser-diferente? Y suponiendo que vuestro imperativo «vivir según la naturaleza» signifique en el fondo lo mismo que «vivir según la vida» - ¿cómo podríais no vivir así? ¿Para qué convertir en un principio aquello que vosotros mismos sois y tenéis que ser? - En verdad, las cosas son completamente distintas: ¡mientras simuláis leer embelesados el canon de vuestra ley en la naturaleza, lo que queréis es algo opuesto, vosotros extraños comediantes y engañadores de vosotros mismos! Vuestro orgullo quiere prescribir e incorporar a la naturaleza, incluso a la naturaleza, vuestra moral, vuestro ideal, vosotros exigís que ella sea naturaleza «según la Estoa y quisierais hacer que toda existencia existiese tan sólo a imagen vuestra -, ¡cual una gigantesca y eterna glorificación y generalización del estoicísmo! Pese a todo vuestro amor a la verdad, os coaccionáis a vosotros mismos, sin embargo, durante tanto tiempo, tan obstinadamente, con tal fuerza hipnótica, a ver la naturaleza de un modo falso, es decir, de un modo estoico, que ya no sois capaces de verla de otro modo, - y cierta soberbia abismal acaba infundiéndoos incluso la insensata esperanza de que, porque vosotros sepáis tiranizaros a vosotros mismos - estoicismo es tiranía de sí mismo -, también la naturaleza se deja tiranizar; ¿no es, en efecto, el estoico un fragmento de la naturaleza?... Pero esta es una historia vieja, eterna: lo que en aquel tiempo ocurrió con los estoicos sigue ocurriendo hoy tan pronto como una filosofía comienza a creer en sí misma. Ella crea siempre el mundo a su imagen, no puede actuar de otro modo; la filosofía es ese instinto tiránico mismo, la más espiritual voluntad de poder, de «crear el mundo», de ser causa prima [causa primera] .

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El afán y la sutileza, yo diria incluso: la astucia con que hoy se afronta por todas partes en Europa el problema «del mundo real y del mundo aparente, es algo que da que pensar y que incita a escuchar; y quien aqui no oiga en el trasfondo más que una «voluntad de verdad» y ninguna otra cosa, ése no goza ciertamente de oídos muy agudos. Tal vez en casos singulares y raros intervengan realmente aquí esa voluntad de verdad, un cierto valor desenfrenado Y aventurero, una ambición metafísica de conservar el puesto perdido, ambición que en definitiva continúa prefiriendo siempre un puñado de «certeza» a toda una carreta de hermosas posibilidades; acaso existan incluso fanáticos puritanos de la conciencia que prefieren echarse a morir sobre una nada segura antes que sobre un algo incierto. Pero esto es nihilismo e indicio de un alma desesperada, mortalmente cansada: y ello aunque los gestos de tal virtud puedan parecer muy valientes. En los pensadores más fuertes, más llenos de vida, todavía sedientos de vida, las cosas parecen ocurrir, sin embargo, de otro modo: al tomar partido contra la apariencia y pronunciar ya con soberbia la palabra «perspectivista», al conceder a la credibilidad de su propio cuerpo tan poco aprecio como a la credibilidad de la apariencia visible, la cual dice que «la tierra está quieta», y al dejar escaparse así de las manos, con buen humor al parecer, la posesión más segura (pues ¿en qué se cree ahora con más seguridad que en el propio cuerpo?), ¿quién sabe si en el fondo no quieren reconquistar algo que en otro tiempo fue poseído con mayor seguridad aún, algo perteneciente al viejo patrimonio de la fe de otro tiempo, acaso «el alma inmortal», acaso el viejo dios», en suma, ideas sobre las cuales se podía vivir mejor, es decir, de un modo más vigoroso y jovial que sobre las «ideas modernas»?  Hay en esto desconfianza frente a estas ideas modernas, hay falta de fe en todo lo que ha sido construido ayer y hoy; hay quizá, mezclado con lo anterior, un ligero disgusto y sarcasmo, que ya no soporta el bric-a-bric [baratillo] de conceptos de la más diversa procedencia, que es la figura con que hoy se presenta a sí mismo en el mercado el denominado positivismo, hay una náusea del gusto más exigente frente a la policromía de feria y el aspecto harapiento de todos estos filosofastros de la realidad, en los cuales no hay nada nuevo y auténtico, excepto esa policromía. En esto se debe dar razón, a mi parecer, a
esos actuales escépticos anti-realistas y microscopistas del conocimiento: su instinto, que los lleva a alejarse de la realidad moderna, no está refutado, - ¡qué nos importan a nosotros sus retrógrados caminos tortuosos! Lo esencial en ellos no es que quieran volver «atrás»: sino que - quieran alejarse. Un poco más de fuerza, de vuelo, de valor, de sentido artístico: y querrían ir más allá, -¡Y no hacia atrás!-

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Me parece que la gente se esfuerza ahora en todas partes por apartar la mirada del auténtico influjo que Kant ha ejercido sobre la filosofía alemana y, en particular, por resbalar prudentemente sobre el valor que él se atribuyó a sí mismo. Kant estaba orgulloso, ante todo y en primer lugar, de su tabla de categorias, con ella en las manos dijo: «Esto es lo más difícil que jamás pudo ser emprendido con vistas a la metafísica» - ¡Entiéndase bien, sin embargo ese «pudo ser»! el estaba orgulloso de haber descubierto en el hombre una facultad nueva, la facultad de los juicios sintéticos a priori.Aun suponiendo que en esto se haya engañado a sí mismo: sin embargo, el desarrollo y el rápido florecimiento de la filosofia alemana dependen de ese orgullo y de la emulación surgida entre todos los más jóvenes por descubrir en lo posible algo más orgulloso todavía -¡y  en todo caso, «nuevas facultades»! - Pero reflexionemos: ya es fiempo de hacerlo. ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori?, se preguntó Kant, - ¿y qué respondió propiamente?  En virtud de una facultad: mas por desgracia él no lo díjo con esas cinco palabras, sino de un modo tan detallado, tan venerable, y con tal dierroche de profundidad y floritura alemanas que la gent pasó por alto la divertida niaiserie allemande [bobería alemana] que en tal respuesta se esconde. La gente estaba incluso fuera de sí a causa de esa nueva facultad, y el júbilo llegó a su cumbre cuando Kant descubrió también, además, una capacidad moral en el hombre: - pues entonces los alemanes eran todavia morales, y no, en absoluto, «politicos realistas». - Llegó la luna de miel de la  filosofía alemana; todos los jóvenes teólogos del seminario (Stift) de Tubinga salieron en seguida a registrar la maleza -- todos buscaban   facultades. ¡Y qué cosas se encontraron,en aquella época inocente, rica, todavía juvenil del espititu alemás en la cual el romanticismo, hada maligna, tocaba su música, entonaba sus cantos, en aquella época en la que aún no se sabía mantener separados el «encontrar» y el «inventar»! Sobre todo, una fncultad para lo «suprasensible»: Schelling la bautizó con el nombre de intuición intelectual, y con ello satisfizo los deseos más íntimos de sus alemanes, llenos en el fondo de anhelos piadosos. A todo este petulante y entusiasta movimiento, que era juventud, por muy audazmente que se disfrazase con conceptos grisáceos y seniles, la mayor injusticia que se le puede hacer es tomarlo en serio, y más aún el tratarlo acaso con indignación moral; en suma, la gente se hizo más vieja, - el sueño se disipó. Vino una época en que todo el mundo se restregaba la frente: todavía hoy continúa haciéndolo. Se había soñado: ante todo y en primer lugar - el viejo Kant. «En virtud de una facultad» - había dicho o al memos querido decir él. Pero ¿es esto - una respuesta?
¿Una aclaración? ¿O no es más bien tan sólo una repetición de la pregunta?   ¿Cómo hace dormir el opio?  «En virtud de una facultad», a saber, por su virtus dormitiva [fuerza dormitiva] - responde aquel médico en Molière,

quia est in eo virtus dormitiva
cujus est natura sensus assoupire
[porque hay en ello un fuerza dormitiva
cuya naturaleza consiste en adormecer los sentidos].

Pero tales Pespuestas tienen su lugar en la comedia, y ha Ilegado por fin la hora de sustituir la pregunta kantiana «¿cómo son posibles los juicios sintéticos a priori?» por una pregunta distinta «¿por qué es necesaria la creencia en tales juicios?» - es decir, la hora de comprender que, para la finalidad de conservar seres de nuestra especie, hay que creer que tales juicios son verdaderos; ¡por lo cual, naturalmente, podrían ser incluso juicios falsos! O, dicho de modo más claro, y más rudo, y más radical: los juicios sintéticos a priori no deberían «ser posibles» en absoluto: nosotros no tenemos ningún derecho a ellos, en nuestra boca son nada más que juicios falsos. Sólo que, de todos modos, la creencia en su verdad es necesaria, como una creencia superficial y una apariencia visible pertenecíentes a la óptica perspectivística de la vida. - Para volver a referirnos por última vez a la gigantesca influencia que «la filosofia alemana» -¿se comprende, como espero, su derecho a las comillas?  - ha tenido en toda Europa, no se dude de que una cierta virtus dormitiva [fuerza dormitiva] ha intervenido aquí: los ociosos nobles, los virtuosos, los místicos, los artistas, los cristianos en sus tres cuartas partes y los oscurantistas políticos de todas las naciones estaban encantados de poseer, gracias a la filosofía alemana, un antídoto contra el todavía prepotente sensualismo que desde el siglo pasado se desbordaba sobre éste, en suma - sensus assoupire [adormecer los sentidos]...

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En lo que se refiere al atomismo materialista: es una de las cosas mejor refutadas que existen; y acaso no haya ya hoy en Europa entre los doctos nadie tan indocto que continúe arribuyéndole una significación seria, excepto para el uso manual y doméstico (es decir, como una abreviación de los medios expresivos)- gracias sobre todo a aquel polaco Boscovich, que, junto con el polaco Copérnico, ha sido hasta hoy el adversario más grande y victorioso de la apariencia visible. Pues mientras que Copérnico nos ha persuadido a creer, contra todos los sentidos, que la tierra no está fija, Boscovich nos enseñó a abjurar de la creencia en la última cosa de la tierra que «estaba fija», la creencia en lo «corporal» en la materia», en el átomo, ese último residuo y partícula terrestre: fue éste el triunfo más grande sobre los sentidos alcanzado hasta ahora en la tierra. - Pero hay que ir
más allá todavía, - y declarar la guerra, una despiadada guerra a cuchillo, también a la «necesidad atomista», la cual continúa sobreviviendo de manera peligrosa en terrenos donde nadie la barrunta, análogamente a como sobrevive aquella «necesidad metafisica» , más famosa aún: - en primer término hay que acabar también con aquel otro y más funesto atomismo, que es el que mejor y más prolongadamente ha enseñado el cristianismo, el atomismo anímico. Permítaseme designar con esta expresión aquella creencia que concibe el alma como algo indestructible, eterno, indivisible, como una mónada, como un átomo: ¡esa creencia debemos expulsarla de la ciencia! Dicho entre nosotros, no es necesario en modo alguno desembarazarse por esto de «el alma» misma y renunciar a una de las hipótesis más antiguas y venerables: cosa que suele ocurrirle a la inhabilidad de los naturalistas, los cuales, apenas tocan «el alma», la pierden. Pero está abierto el camino que lleva a nuevas formulaciones y refinamientos de la hipótesis alma: y conceptos tales como «alma mortal» y «alma como pluralidad del sujeto» Y «alma como estructura social (Gesellschaftsbau) de los instintos y afectos» desean tener, de ahora en adelante, derecho de ciudadanía en la ciencia. El nuevo psicólogo, al poner fin a la superstición que hasta ahora proliferaba con una frondosidad casi tropical en torno a la representación alma, se ha desterrado a sí mismo, desde luego, por así decirlo, a un nuevo desierto y a una nueva desconfianza -es posible que los psicólogos antigiuos viviesen de modo más cómodo y divertido-: pero en definitiva aquél se sabe condenado, cabalmente por esto,
también a inventar -y, ¿quien sabe?, acaso a encontrar.-

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Los fisiólogos deberían pensárselo bien antes de afirmar que el instinto de autoconservación es el instinto cardinal de un ser orgánico. Algo vivo quiere, antes que nada, dar libre curso a su fuerza -la vida misma es voluntad de poder-: la autoconservación es tan sólo una de las consecuencias indirectas y más frecuentes de esto. - En suma, aquí, como en todas partes, ¡cuidado con los principios teleológicos superfluos ! -como lo es el instinto de autoconservación (lo debemos a la inconsecuencia de Spinoza-). Así lo ordena, en efecto, el método, el cual tiene que ser esencialmente economía de principios.

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Acaso sean cinco o seis las cabezas en las cuales va abriéndose paso ahora la idea de que también la física no es más que una interpretación y un arreglo del mundo (¡isegún nosotros!, dicho sea con permiso), y no una aclaración del mundo: pero en la medida en que la física se apoya sobre la fe en los sentidos se la considera como algo más, y durante largo tiempo todavía tendrá que ser considerada como algo más,a saber, como aclaración. Tiene a su favor los ojos y los dedos, tiene a su favor la apariencia visible y la palpable: esto ejerce un influjo fascinante, persuasivo convincente sobre.una época cuyo gusto básico es plebeyo, -- Semejante época se guía instintivamente, en efecto, por el canon de verdad del sensualismo eternamente popular. ¿Qué es claro, qué está «aclarado»?  Sólo aquello que se deja ver y tocar, - hasta ese punto hay que llevar cualquier problema. A la inversa: justo en su oposición a la evidencia de los sentidos residía el encanto del modo platónico de pensar, que era un modo aristocrático de pensar, -- acaso entre hombres que disfrutaban incluso de sentidos más fuertes y más exigentes que los que poseen nuestros contemporáneos pero que sabían encontrar un triunfo más alto en permanecer dueños de esos sentidos: y esto, por medio de pálidas, frias, grises redes conceptuales que ellos lanzaban sobre el multicolor torbellino de los sentidos - la plebe de los sentidos, como decia Platón. -   En esta victoria sobre el mundo y en esta interpretación del mundo a la manera de Platón había una especie de goce distinto del que nos ofrecen los físicos de hoy, y asimismo los darwinistas y antiteleólogos entre los obreros de la fisiología, con su principio de la «fuerza mínima» y de la estupidez máxima. «Allí donde el hombre no tiene ya nada que ver y que agarrar, tampoco tiene nada que buscar» - éste es, desde luego, un imperativo distinto del platónico, un imperativo que, sin embargo, acaso sea cabalmente el apropiado para una estirpe ruda y laboriosa de maquinistas y de constructores de puentes del futuro, los cuales no tienen que realizar más que trabajos groseros.

15
Para cultivar la fisiología con buena conciencia hay que sostener que los órganos de los sentidos no son fenómenos en el sentido de la filosofía idealista: ¡en cuanto tales no podrían ser, en efecto, causas! Por tanto, hay que aceptar el sensualismo, al menos como hipótesis regulativa, por no decir como principio heurístico. - ¿Cómo?, ¿y otros llegan a decir que el mundo exterior sería obra de nuestros órganos? ¡Pero entonces nuestro cuerpo, puesto que es un fragmento de ese mundo exterior, sería obra de nuestros órganos! ¡Pero entonces nuestros órganos mismos serían - obra de nuestros órganos! Esta es, a mi parecer, una reductio ad absurdum [reducción al absurdo] radical: suponiendo que el concepto causa sui [causa de sí mismo] sea algo radicalmente absurdo. ¿En consecuencia el mundo externo no es obra de nuestros órganos --?

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Sigue habiendo cándidos observadores de sí mismos que creen que existen «certezas inmediatas», por ejemplo «yo pienso», o, y ésta fue la superstición de Schopenhauer, «yo quiero»: como si aquí, por así decirlo, el conocer lograse captar su objeto de manera pura y desnuda, en cuanto «cosa en sí, y ni por parte del sujeto ni por parte del objeto tuviese lugar ningún falseamiento. Pero que «certeza inmediata», así como «conocimiento absoluto» y «cosa en sí» encierran una contradictio in adjecto [contradicción en el adjetivo], eso lo repetiré yo cien veces: ¡deberíamos liberamos por fin de la seducción de las palabras! Aunque el pueblo crea que conocer es un conocer-hasta-el.final, el filósofo tiene que decirse: «cuando yo analizo el proceso expresado en la proposición 'yo pienso' obtengo una serie de aseveraciones temerarias cuya fundamentación resulta difícil, y tal vez imposible, por ejemplo, que yo soy quien piensa, que tiene que existir en absoluto algo que piensa, que pensar es una actividad y el efecto de un ser que es pensado como causa, que existe un yo, y, finalmente, que está establecido qué es lo que hay que designar con la palabra pensar, - que yo sé qué es pensar. Pues si yo no hubiera tomado ya dentro de mí una decisión sobre esto, ¿de acuerdo con qué apreciaría yo que lo que acaba de ocurrir no es tal vez 'querer' o  'sentir'. En suma, ese 'yo pienso' presupone que yo compare mi estado actual con otros estados que yo conozco ya en mí, para de ese modo establecer lo que tal estado es: en razón de ese recurso a un 'saber' diferente tal estado no tiene para mí en todo caso una certeza' inmediata».En lugar de aquella «certeza inmediata» en la que, dado el caso, puede creer el pueblo, el filósofo encuentra asi entre sus manos una serie de cuestiones de metafísica, auténticas cuestiones de conciencia del intelecto, que dicen asi: ¿De dónde saco yo el concepto pensar?  ¿Por qué creo en la causa y en el efecto?  ¿Qué me da a mi derecho a hablar de un yo, e incluso de un yo como causa, y, en fin, incluso de un yo causa de pensamientos?» El que, invocando una especie de intuición del conocimiento, se atreve a responder en seguida a esas cuestiones metafísicas, como hace quien dice: "yo pienso, y yo sé que al menos esto es verdadero real, cierto», ese encontrará preparados hoy en un filósofo una sonrisa y dos signos de interrogación. «Señor mío, le dará tal vez a entender el filósofo, es inverosímil que usted no se equivoque: mas ¿por qué tambien la verdad a toda costa?» -

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En lo que respecta a la superstición de los lógicos: no me cansaré de subrayar una y otra vez un hecho pequeño y exiguo, que esos supersticiosos confiesan a disgusto,-a saber, que un pensamiento viene cuando "él" quiere, y no cuando «yo» quiero; de modo que es un falseamiento de la realidad efectiva decir: el sujeto "yo» es la condición del predicado «pienso». Ello piensa: pero que ese «ello» sea precisamente aquel antiguo y famoso «yo», eso es, hablando de modo suave, nada más que una hipótesis, una aseveración, y, sobre todo, no es una «certeza inmediata». En definitiva, decir «ello piensa» es ya decir demasiado: ya ese «ello» contiene una interpretación del proceso y no forma parte del mismo. Se razona aquí según la rutina gramatical que dice «pensar es una actividad, de toda actividad forma parte alguien que actúe, en consecuencia-». Más o menos de acuerdo con idéntico esquema buscaba el viejo atomismo, además de la «fuerza» que actúa, aquel pedacito de materia en que la fuerza reside, desde la que actúa, el átomo; cabezas más rigurosas acabaron aprendiendo a pasarse sin ese «residuo terrestre», y acaso algún día se habituará la gente, también los lógicos, a pasarse sin aquel pequeño «ello» (a que ha quedado reducido, al volatilizarse, el honesto y viejo yo).

18
No es ciertamente el atractivo menor de una teoría el que resulte refutable: justo por ello atrae a las cabezas más sutiles. Parece que la cien veces refutada teoría de la «voluntad libre» debe su perduración tan sólo a ese atractivo -: una y otra vez llega alguien y se siente lo bastante fuerte para refutarla.

19
Los filósofos suelen hablar de la voluntad como si ésta fuera la cosa mas conocida del mundo; más aún, Schopenhauer dio a entender que la voluntad era la única cosa que nos era propiamente conocida, conocida del todo y por  entero, conocida sin sustracción ni anadidura. Pero a mí continúa pareciéndome que también en este caso, Schopenhauer no hizo más que lo que justo los filósofos suelen hacer: tomó un prejuicio popular y lo exageró. A mí la volición me parece ante todo algo complicado, algo que sólo como palabra forma una unidad, - y justo en la unidad verbal se esconde el prejuicio popular que se ha adueñado de la siempre exigua cautela de los filósofos. Seamos, pues, más cautos, seamos «afilosóficos», digamos: en toda volición hay, en primer término, una pluralidad de sentimientos, a saber, el sentimiento del estado de que nos alejamos, el sentimiento del estado a que tendemos, el sentimiento de esos mismos «alejarse» y «tender», y, además,  un sentimiento muscular concomitante que, por una especie de hábito, entra en juego tan pronto como «realizamos una volición», aunque no pongamos en movimiento brazos  y piernas». Y así como hemos de admitir que el sentir, y desde luego un sentir múltiple, es un ingrediente de la voluntad, asi debemos admitir también, en segundo término, el pensar: en todo acto de voluntad hay un pensamiento que manda; - ¡y no se crea que es posible separar ese pensamiento de la «volición», como si entonces ya sólo quedase voluntad! En tercer término, la voluntad no es sólo un complejo de sentir y pensar, sino sobre todo, además, un afecto: y, desde luego, el mencionado afecto del mando. Lo que se llama «libertad de la voluntad» es esencialmente el afecto de superioridad  con respecto a quien tiene que obedecer: «yo soy libre, 'él' tiene que obedecer» - en toda voluntad  se esconde esa conscicncia, y asimismo aquella tensión de la atención, aquella mirada derecha que se fija exclusivamente en una sola cosa, aquella valoración incondicional «ahora se necesita esto y no otra cosa», aquella interna certidumbre de que se nos obedecerá, y todo lo demás que forma parte del estado propio del que manda. Un hombre que realiza una volición - es alguien que da una orden a algo que hay en él, lo cual obedece, o él cree que obedece. Pero obsérvese ahora lo más asombroso en la voluntad, - esa cosa tan compleja para designar la cual no tiene el pueblo más que una única palabra: en la medida en que, en un caso dado, nosotros somos a la vcz los que mandan y los que obedecen, y, además, conocemos, en cuanto somos los que obedecen, los sentimientos de coaccionar, urgir, oprimir, resistir, mover, los cuales suelen comenzar inmediatamente después del acto de la voluntad; en la medida en que, por otro lado, nosotros tenemos el hábito de pasar por alto, de olvidar engañosamente esa dualidad, gracias al concepto sintético «yo», ocurre que de la volición se ha enganchado, además, toda una cadena de conclusiones erróneas y  por tanto, de valoraciones falsas de la voluntad misma, -- de modo que el volente cree de buena fe que la volición basta para la acción. Dado que la mayoría de los casos hemos realizado una volición únicamente cuando resultaba lícito aguarar también el efecto del mandato, es decir, la obediencia, es decir, la acción, ocurre que la apariencia se ha traducido en el sentimiento de que existe una necesidad del afecto; en suma, el volente cree, con un elevado grado de seguridad, que voluntad y acción son de algún modo una única cosa -,atribuye el buen resultado, la ejecución de la volición, a la voluntad misma, y con ello disfruta de un aumento de aquel sentimiento de poder que todo buen resultado lleva consigo~ «Libertad de la voluntad» - ésta es la expresión para designar aquel complejo estado placentero del volente, el cual manda y al mismo tiempo se identifica con el ejecutor, - y disfruta también en cuanto tal el triunfo sobre las resistencias, pero dentro de sí mismo juzga que es su voluntad la que propiameate vence las resistencias. A su sentimiento placentero de ser el que manda añade así el volente los sentimientos placenteros de los instrumentos que ejecutan, que tienen éxito, de las serviciales «subvoluntades» o subalmas - nuestro cuerpo, en efecto, no es más que una estructura social de muchas almas -. L' effet c'est moi [el efecto soy yo]: ocurre aquí lo que ocurre en toda colectividad bien estructurada y feliz, que la clase gobernante se identifica con los éxitos de la colectividad. Toda volición consiste sencillamente en mandar y obedecer, sobre la base, como hemos dicho, de una estructura social de muchas «almas»: por ello un filósofo debería arrogarse el derecho de considerar la volición en sí desde el ángulo de la moral: entendida la moral, desde luego, como doctrina de las relaciones de dominio en que surge el fenómeno «vida». -

20
Que los diversos conceptos filosóficos no son algo arbitrario, algo que se desarrolle de por sí, sino que crecen en relación y parentesco mutuos, que, aunque en apariencia se presenten de manera súbita y caprichosa en la historia del pensar, forman parte, sin embargo, de un sistema, como lo forman todos los miembros de la fauna de una parte de la tierra: esto es algo que, en definitiva, se delata en la seguridad  que los filósofos más diversos cumplen una y otra vez un cierto esquema básico de filosofías posibles. Sometidos a   un hechizo invisible, vuelven a recorrer una vez más la misma órbita: por muy independientes que se sientan los unos de los otros con su voluntad crítica o sistemática: algo existente en ellos los guía, algo los empuja a sucederse en determinado orden, precisamente aquel innato sistematismo y parentesco de los conceptos. El pensar de los filósofos no es, de hecho, tanto un descubrir cuanto un reconocer, un recordar de nuevo, un volver hacia atrás y un repatriarse a aquella lejana, antiquísima economia global del alma, de la cual habían brotado en otro tiempo aquellos conceptos: - filosofar es, en este aspecto, una especie de atavismo del más alto rango.  El asombroso parecido de familia de todo filosofar indio, griego, alemán, se explica con bastante sencillez. Justo alli donde existe un parentesco lingüístico resulta imposible en absoluto evitar que, en virtud de la común filosofía de la gramática - quiero decir, en virtud del dominio y la dirección inconscientes ejercidos por funciones gramaticales idénticas -, todo se halle predispuesto de antemano para un desarrollo y sucesión homogéneos de los sistemas filosóficos: lo mismo que parece estar cerrado el camino para ciertas posibilidades distintas de interpretación del mundo. Los filósofos del área lingüística uralo-altaica (en la cual el concepto de sujeto es el peor desarrollado) mirarán con gran probabilidad «el mundo» de manera distinta que los indogermanos o musulmanes y los encontraremos en sendas distintas a las de éstos: el hechizo de determinadas funciones gramaticales es, en definitiva, el hechizo de juicios de valor fisiológicos y de condiciones raciales. Todo esto, para refutar la superficialidad de Locke en lo referente a la procedencia de las ideas.

21
La causa sui [causa de sí mismo] es la mejor autocontradicción imaginada hasta ahora, una especie de estupro y monstruosidad lógicos: pero el desenfrenado orgullo del hombre le ha llevado a enredarse de manera profunda y horrible justo en ese sinsentido. La aspiración a la «libertad de la voluntad», entendida en aquel sentido metafísico y superlativo que, por desgracia, continúa dominando en las cabezas de los semiinstruidos, la aspiración a cargar uno mismo con la responsabilidad total y última de sus propias acciones, y a descargar de ella a Dios, al mundo, a los antepasados, al azar, a la sociedad, equivale, en efecto, nada menos que a ser precisamente aquella causa sui [causa de si mismo] y a sacarse a sí mismo de la ciénaga de la nada y a salir a la existencia a base de tirarse de los cabellos, con una temeridad mayor aún que la de Münchhausen.Suponiendo
que alguien llegue así a darse cuenta de la rústica simpleza de ese famoso concepto «voluntad libre» y se lo borre de la cabeza, yo le ruego entonces que dé un paso más en su «ilustración» y se borre también de la cabeza lo contrario de aquel monstruoso concepto «voluntad libre»: me refiero a la «voluntad no libre», que aboca a un uso erróneo de causa y efecto. No debemos cosificar equivocadamente «causa» y «efecto», como hacen los investigadores de la naturaleza (y quien, como ellos, naturaliza hoy en el pensar -) en conformidad con el dominante cretinismo mecanicista, el cual deja que la causa presione y empuje hasta que «produce el efecto»; debemos servirnos precisamente de la «causa», del «efecto» nada más que como de conceptos puros, es decir, ficciones convencionales, con fines de designación, de entendimiento, pero no de aclaración. En lo «en-sí» no hay «lazos causales», ni «necesidad», ni «no-libertad psicológica», allí no sigue «el efecto a la causa», allí no gobierna «ley» niinguna. Nosotros somos los únicos que hemos inventado las causas, la sucesión, la reciprocidad, la relatividad, la coacción, el número, la ley, la libertad, el motivo, la finalidad; y siempre que a este mundo de signos lo introducimos ficticiamente y lo entremezclamos, como si fuera un «en sí», en las cosas, continuamos actuando de igual manera que hemos actuado siempre, a saber, de manera mitológica. La «voluntad no libre» es mitología: en la vida real no hay más que voluntad fuerte y voluntad débil. - Constituye casi siempre ya un síntoma de lo que a un pensador le falta el hecho de que éste, en toda «conexión causal» y en toda «necesidad psicológica», tenga el sentimiento de algo de coacción, de necesidad, de sucesión obligada, de presión, de falta de libertad: el tener precisamente ese sentimiento resulta delator, - la persona se delata a si misma. Y en general, si mis observaciones son correctas, la «no libertad de la
voluntad» se concibe como problema desde dos lados completamente opuestos, pero siempre de una manera hondamente personal: los unos no quieren renunciar a ningún precio a su «responsabilidad», a la fe en si mismos, al derecho personal a su mérito (las razas vanidosas se encuentran en este lado -); los otros, a la inversa, no quieren salir responsables de nada, tener culpa de nada, y aspiran, desde un autodesprecio íntimo, a poder quitarse de en medio a si mismos, yéndose a cualquier parte. Estos últimos, cuando escriben libros, suelen asumir hoy la defensa de los criminales; una especie de compasión socialista es su disfraz más agradable. Y de hecho el fatalismo de los débiles de voluntad se embellece de modo sorprendente cuando sabe presentarse a sí mismo como la religion de la souffrance humaine [la religión del sufrimiento humano]: ése es su «buen gusto».

22
Perdóneseme el que yo, como viejo filólogo que no puede dejar su malicia, señale con el dedo las malas artes de interpretación: pero es que esa «regularidad de la naturaleza» de que vosotros los físicos habláis con tanto orgullo, como si - - no existe más que gracias a vuestra interpretación y a vuestra mala «filología», - ¡ella no es una realidad de hecho, no es un «texto», antes bien es tan sólo un arreglo y una distorión ingenuamente humanitarios del sentido, con los que complacéis bastante a los instintos democráticos del alma moderna! «En todas partes, igualdad ante la ley, - la naturaleza no se encuentra en este punto en condiciones distintas ni mejores que nosotros»: graciosa reticencia con la cual se enmascara una vez más la hostilidad de los hombres de la plebe contra todo lo privilegiado y soberano, y asimismo un segundo y más sutil ateísmo. Ni dieu, ni maitre [ni Dios, ni amo] - también vosotros queréis eso: y por ello «¡viva la ley natural!» - ¿no es verdad? Pero, como hemos dicho, esto es interpretación, no texto; y podría venir alguien que con una intención y un arte interpretativo antitéticos supiese sacar de la lectura de esa misma naturaleza, y en relación a los mismos fenómenos, cabalmente el triunfo tiránico, despiadado e inexorable de pretensiones de poder, - un intérprete que os pusiese de tal modo ante los ojos la universalidad e incondicionalidad vigentes en toda «voluntad de poder», que casi toda palabra, hasta la misma palabra «tiranía», acabase pareciendo inutilizable o una metáfora debilitante y suavizadora - algo demasiado humano -; y que, sin embargo, afirmase acerca de este mundo, en fin de cuentas, lo mismo que vosotros afirmais, a saber, que tiene un curso «necesario» y «calculable», pero no porque en él dominen leyes, sino porque faltan absolutamente las leyes, y todo poder saca en cada instante su última consecuencia. Suponiendo que también esto sea nada más que interpretación - ¿ y no os apresuraréis vosotros a hacer esa objeción? - bien, tanto mejor. -

23
La psicología entera ha venido estando pendiente hasta ahora de prejuicios y temores morales: no ha osado descender a la profundidad. Concebirla como morfología y como teoria de la evolución de la voluntad del poder, tal como yo la concibo - eso es algo que nadie ha rozado siquiera en sus pensamientos: en la medida, en efecto, en que está permitido reconocer en lo que hasta ahora se ha escrito un síntoma de lo que hasta ahora se ha silenciado. La fuerza de los prejuicios morales ha penetrado a fondo en el mundo más espiritual, en el mundo aparentemente más frío y más libre de presupuestos - y, como ya se entiende, ha producido efectos nocivos, paralizantes, ofuscadores, distorsivos. Una fisio-psicología auténtica se ve obligada a luchar con resistencias inconscientes que habitan en el corazón del investigador, ella tiene en contra suya «el corazón»: ya una doctrina que hable del condicionamiento recíproco de los instintos «buenos» y los «malos» provoca, cual si fuera una inmoralidad más sutil pena y disgusto a una conciencia todavía fuerte y animosa, - y más aún lo provoca una doctrina que hable de la derivabilidad de todos los instintos buenos de los perversos. Pero suponiendo que alguien considere que incluso los afectos odio, envidia, avaricia, ansia de dominio son afectos condicionantes de la vida, algo que tiene que estar presente, por pnncipio y de un modo fundamental y esencial, en la economía global de la vida, y que en consecuencia tiene que ser acrecentado en el caso de que la vida deba ser acrecentada- es alguien padecerá semejante orientación de su juicio como un mareo. Sin embargo, tampoco esta hipótesis es, ni de lejos, la más penosa y extraña que cabe hacer en este reino gigantesco casi nuevo todavia, de conocimientos peligrosos: - ¡y de hecho hay cien buenos motivos para que del mismo permanezca alejado todo el que - pueda!  Por otro lado: una vez que nuestro barco ha desviado su rumbo hasta aqui, ¡bien!, ¡adelante!, ¡ahora apretad bien los dienfes!, ¡abrid los ojos!, ¡firme la mano en el timón! - estamos dejando atrás, navegando derechamente sobre ella, la moral, con ello tal vez aplastemos, machaquemos nuestro propio residuo de moralidad, mientras hacemos y osamos hacer nuestro viaje hacía allá, ¡pero qué importamos nosotros! Nunca antes se ha abierto un mundo más profundo de conocimiento a viajeros y aventureros temerarios: y al psicólogo que de este modo «realiza sacrificios» ~ no es el sacrifizio dell'  intelleto [sacrificio del entendimiento], ¡al contrario!,-  será lícito
aspirar al memos a que la psicología vuelva a ser reconocida como señora de las cíencias, para cuyo servicio y preparación existen todas las otras ciencias. Pues a partir de ahora vuelve a ser la psicología el camino que conduce a los problemas fundamentales.


Prejuicios
Presentación

















LA VOLUNTAD DE VERDAD:
En Así habló Zaratustra, «De la superación de sí mismo», había preguntado Nietzsche: «¿Voluntad de verdad' llamáis vosotros, sapientísimos, a lo que os impulsa y os pone ardorosos?», para identificarla a renglón seguido con la voluntad de poder («Esa es toda vuestra voluntad, sapientísimos, una voluntad de poder»), cosa que vuelve a hacer en este libro, aforismo 10. En La genealogía de la moral, III, 24 dice que «esa voluntad incondicional de verdad (del filósofo) es la creencia en el ideal ascético mismo..., la creencia en un valor metafísico, en un valor en sí de la verdad». Y acaba preguntándose allí mismo: «¿Qué sentido tendria nuestro ser todo, a no ser el de que en nosotros aquella voluntad de verdad cobre consciencia de sí misma como problema


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CONCUPISCENCIA:
La lascivia que se oculta en el «conocimiento puro» había sido señalada ya por Nietzsche en Así hablo Zaratustra, «Del inmaculado conocimiento».


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DEL CREER AL SABER:
Empleando los mismos términos que Kant, Nietzsche alude aquí a la famosa frase de éste (Crítica de la razón pura, prólogo a la segunda edición): «Tuve, pues, que poner en suspenso el saber para dejar sitio al creer


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PERSPECTIVA DE RANA:
Froschperspektive: visión de un objeto desde un punto de vista situado por debajo de aquél; todo objeto situado por encima de la «altura del ojo» se dice que es mirado «con perspectiva de rana». Por extensión, este término signífica también en alemán: modo banal y corriente de pensar. Lo contrario de «con perspectiva de rana» es: «a vista de pájaro». Nietzsche contrapone en numerosas ocasiones estas dos formas de mirar la realidad.


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LOS PELIGROSOS ¡QUIZÁS!:
La personificación del quiza» es un recurso favorito de Nietzsche. Véase, por ejemplo, Así habló Zaratustra: «Ahí está la barca, - quizá navegando hacia la otra orilla se vaya a la gran nada. - ¿Quien quiere embarcarse en ese'quizá'


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DIALÉCTICA DESCAMINADORA:
Führen - verführen. En alemán, juego de palabras similar al de la traducción castellana. También aquí usa Nietzsche verführen en el doble sentido de seducir» y guiar erróneamente», es decir, descaminar.


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HOCUS-POCUS:.
Hocus-pocus es, al parecer, la abreviatura de una determinada fórmula de magia del siglo xvi (hax pax max deus adimax); Nietzsche emplea el térnino en sentido general, con el significado de «artificio diabólico, juego de prestidigitación, «förmula mágica».


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ADULADORES Y COMEDIANTES:
Como bien puede apreciar el lector, la malicia de Epicuro se basa en la similitud verbal entre Dionisío (tirano de Siracusa, con quien Platón tuvo trato) y Dioniso (divinidad griega). La expresión de Epicuro a que aqui alude Nietzsche (fragmento 93, 18-19) habla de «los dionysiokolakes [aduladores de Dionisiol que rodean a Platón» asimilándolos asi a los dionysokolakes [literalmente: aduladores de Dioniso; y en lenguaje popular: comediantes.


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FESTUM ASINORUM:
El texto mencionado por Nietzsche pertenece, en efecto, a un famoso festum asinorum medieval, conocido por Nietzsche, bien a traves de la Histoire de France, de Michelet, bien a través de
la Geschichte der Aufklärung, de Hartpole Lecky, obras manejadas ambas por Nietzsche. También aparece citado este texto en los Vermirchte Schriften, tomo V, de G. Chr. Lichtenberg (Göttingen, 1867), que Nietzsche tenia en su biblioteca. Sobre toda esta cuestión y sobre su posible influencia en el capítulo titulado «El despertar», de Así hablo Zaratustra vease la detalladfsima exposición de G. Naumann en su Zarathustra - Commentar, vierter Theil (Leipzig, 1901), págs. 179-191. El responsorium con que concluía la «fiesta del asno» se iniciaba con estos versos:

Orientis partibus - adventavit Asinus,
pulcher et fortirssimus - sarcinis aptissimus
[De oriente - ha llegado un Asno,
hermoso y muy fuerte - y muy apto para las cargas].

Nietzsche cita estos dos versos también en una carta escrita a su amigo Gersdorff, desde Venecía, el 9 de mayo de 1885.


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VIVIR SEGÚN LA NATURALEZA:
Como es bien sabido, la expresión: vivere secundum naturam, viene a ser la síntesis de la ética estoica. Según los estoicos, la felicidad- o el placer - es el bien supremo, y la felicidad consiste en la virtud, la cual consiste a su vez en «vivir de acuerdo con la naturaleza». Sobre los estoicos véanse luego los aforismos 46, 198  y 227. En este último dice Nietzsche: «nosotros los últimos estoicos...»


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REALIDAD Y APARIENCIA:
Sobre este problema véase El crepúsculo de los ídolos, apartado titulado «De cómo el 'mundo verdadero' acabó convirtiendose en una fábula», que lleva este subtítulo: Historia de un error.
En su alusión Nietzsche cita, sin mencionar el nombre, el titulo de un libro del filósofo G.Teichmüller (1832-1888), Die wirkliche und die scheimbate Welt [El mundo real y el mundo aparente], aparecido en 1882. Teichmülller habia coincidido con Nietzsche en Basilea, como catedrático de filosofía; a su marcha, Nietzsche intentó ser nombrado catedrático de filosofla, en sustitución de
aquél, mas no lo consiguió.


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FILOSOFÁSTROS DE LA REALIDAD:
Nietzsche alude aquí sarcásticamente a E. Dühring, que llamaba a la suya la «filosofía de la realidad». De E. Dühring (1833-1921), filósofo alemán y por algún tiempo profesor en la Universidad de Berlín, había leído Nietzsche con todo cuidado algunas de sus obras. Pero siempre que lo menciona es para motejarlo de «anarquista», «vocinglero» y «agitador». Véanse, más adelante, aforismo 204  y los ataques de detalle que le dirige en La genealogía de la moral, II, 11.


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LA EMPRESA MÁS DIFICIL CON VISTAS A LA METAFÍSICA:
La frase de Kant se encuentra en la Introducción a su obra Prolegómenos a cualquier metafísica futura..., dentro del siguiente contexto: «Esta deducción [de los conceptos a partir del entendimiento puro, y no de la experiencia, como había intentado hacer Hume], que a mi perspicaz antecesor le parecia imposible, y que a nadie fuera de él se le había ocurrido siquiera, aunque todo el mundo se servía confiadamente de los conceptos sin preguntar en qué se basa su validez objetiva, esa deducción, digo, fue lo más dificil que jamás pudo ser emprendido con vistas a la metafísica, y, cosa que es todavla lo peor, la metafísica, lo que de ella quedaba en algún lugar, no pudo proporcionarme la menor ayuda para ello, puesto que es esta deducción la que debe decidir primero la posibilidad de una metafísica


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POLITICOS REALISTAS:
Nietzsche alude aquí a la Realpolitik [política realista], puesta en circulación por L. von Rochau en su obra Principios de política realista (1853), con la cual se enfrentó a un liberalismo guiado por la pura ideología. La expresión «política realista» se aplicó luego sobre todo a la política de Bismarck (llamada también Machtpolitik [politica de poder]).


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FUERZA ADORMECEDORA:
La frase citada aquí por Nietzsche forma parte de la respuesta que en latin macarrónico da un médico al ser recibido en la Facultad. (Véase El enfermo imaginario, final de la obra.) En la
parodia hecha por Molière, el contexto es el siguiente (respuesta del recipiendario):

Mihi a docto doctore
Domandatur causam et rationem quare
Opium faciat dormire:
A lo que rerpondeo,
quia est in eo
Virtus dormitiva
Cuius est natura
Sensus amodorrativa.

Nietzsche sustituye amodorativa por assoupire.


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FILOSOFÍA ALEMANA ENTRE COMILLAS:
Gänsefusschen: es el término alemán corriente para designar el signo ortográfico llamado «comillas». Pero su traducción literal sería: «patitas de ganso». En esto se basa la ironia de Nietzsche.
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BOSCOVICH:
El jesuita R. J. Boscovich (1711-1787), que durante veinte años enseñó matemáticas y ciencias naturales en colegios de su Orden, y que estuvo muy influido por Newton y por Leibniz, postuló la existencia de «átomos inmateriales» para resolver el problema, muy discutido en su época, de la llamada acción a distancia». El conocimiento de este autor por Nietzsche se remonta a la época de Basilea; en marzo de 1873 y en abril y noviembre de 1874 Nietzsche, en conexión con sus estudios sobre Epicuro, tomó prestada de la Universidad de Basilea la obra capital de Boscovich, Philosophiae naturalis theoria redacta ad unicam legem virium in natura existentium (Viena, 1759). Otras alusiones de Nietzsche a Boscovich pueden verse en el aforismo 17, donde habla de «cabezas más rigurosas que aprendieron a pasarse sin ese 'residuo terrestre' », y sobre todo en los escritos póstumos   (Véanse Obras, edición de Schlechta, III, págs 1178 y 1212. El hecho de que Boscovich fuese dálmata (de Ragusa) y no polaco ha llevado a editores y traductores de Nietzsche a «corregir a éste, poniendo la palabra «dálmata en lugar de «polaco». Restituimos el texto de Nietzsche.


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NECESIDAD METAFÍSICA:
Nietzsche alude sin duda a Schopenhauer, el cual al capitulo XVII del libro I de El mundo como voluntad y como representación lo titula: «De la necesidad metaffsica en el hombre». Ya Kant había dicho (Crítica de la razón pura, segunda edición, páginas 18 y 21) que la metafisica era una «disposición natural inevitable y necesaria» en el hombre.


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LA PLEBE DE LOS SENTIDOS:
El pasaje de Platón se encuentra en Leyes, 689 a-b. El contexto dice así: «La parte del alma, en efecto, que experimenta dolor y placer equivale a lo que es el pueblo o muchedumbre en la ciudad


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VOLUNTAD COMO AFECTO:
El término Affekt, «afecto», empleado luego repetidas veces por Nietzsche, y que éste toma de la terminología psicológica y moral alemana, es mera germanización del latín affectus, introducido en la filosofia moderna por obra de Descartes y, sobre todo, de Spinoza. Tiene siempre el significado de «estado afectivo psicofisico». Véase, por ejemplo, la definición de Spinoza (Eth., III, def. III). Los afectos son «corporis affectiones,quibus ipsius corporis potentia augetur vel minuitur, iuvatur vel coercetur, et simul harum affectionum ideas.


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EL EFECTO SOY YO:
Como es evidente, Nietzsche parodia aquí la frase L'Etat c'est moi [El Estado soy yo], atribuida Luis XIV.

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PARENTESCO DE LOS CONCEPTOS FILOSÓFICOS:
Una aplicación de esta idea a sus propios pensamientos la hace Nietzsche en el prólogo a La genealogia de lo moral .


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LOCKE:
Sobre Locke véase también, más adelante, aforismo 252. A la «superficialidad de Locke alude Nietzsche en varios lugares. Así, por ejemplo, en una nota póstuma (véase Obras, edición de Schlechta, III, pág. 561) dice que Kant embrolló el escepticismo inglés y lo hizo aceptable para los alemanes, «pues Locke y Hume eran de suyo demasiado luminosos, demasiado claros, es decir, demasiado superficiales, a juicio de los instintos valorativos alemanes». Y en otra nota póstuma añade: «Comparados con eremitas del espíritu, tales como Pascal y Spinoza, resultan Hume y Locke hombres de la superficie.»


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MÜNCHHAUSEN:
Nietzsche alude aquí a la divertida anécdota del barón de Münchhausen, según la cual éste pretendía salir, tirándose de los cabellos, de un pozo en que habia caido. Anécdota muy popular en Alemania, y que ya habla empleado Schopenhauer, con fines muy similares, en La cuádruple raíz del principio de razón suficiente.


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NI DIEU, NI MAITRE:
Ni Dieu, ni maitre: esta expresión, que ha llegado a ser la divisa del anarquismo, parece tener un origen remoto y ser la adaptación de un proverbio alemán del siglo xv. En 1870, en el momento del plebiscito imperial, el doctor Susini, discipulo de Auguste Blanqui, publicó un folleto titulado Plus de Dieu, plus de Maitre. En 1880, a su vez, Blanqui fundó un periódico con el título Ni Dieu, ni Maitre, fijando asi definitivamente la fórmula. Probablemente es del titulo de este periódico de donde Nietzsche toma la fórmula. Más adelante, aforismo 202, vuelve a citarla.


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SACRIFIZIO DELL' INTELETTO:
La expresión italiana citada por Nietzsche se usaba de modo corriente en toda Europa, tras la definición de la infalibilidad pontificia por el Concilio Vaticano Primero (1870), para significar
la sumisión del conocimiento científico al dogma eclesiástico. Más adelante, aforismo 229 (pág. 176), habla Nietzsche del «sacrifizio dell'intelletto de Pascal».


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SECCIÓN SEGUNDA: El espíritu libre

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O sancta simplicitas! [¡Oh santa simplicidad!] ¡Dentro de qué simplificación y falseamiento tan extraños vive el hombre! ¡Imposible Resulta dejar de maravillarse una vez que hemos acomodado nuestros ojos para ver tal prodigio! ¡Cómo hemos vuelto luminoso y libre y fácil y simple todo lo que nos rodea!, ¡cómo hemos sabido dar a nuestros sentidos un pase libre para todo lo superficial, y a nuestro pensar un divino deseo de saltos y paralogismos traviesos!,- ¡cómo hemos sabido desde el principio mantener nuestra ignorancia, a fin de disfrutar una libertad, una despreocupación, una imprevisión, una intrepidez, una jovialidad apenas comprensibles de la vida, a fin de disfrutar la vida! A la ciencia, hasta ahora, le ha sido lícito levantarse únicamente sobre este fundamento de ignorancia, ahora ya firme y granítico, a la voluntad de saber sólo le ha sido lícito levantarse sobre el fundamento de una voluntad mucho más fuerte, ¡la voluntad de no-saber, de incertidumbre, de no-verdad! No como su antítesis, sino - ¡como su refinamiento! Aunque el lenguaje, aquí como en otras partes, sea incapaz de ir más allá de su propia torpeza y continúe hablando de antítesis allí donde únicamente existen grados y una compleja sutileza de gradaciones; aunque, igualmente, la inveterada tartufería de la moral, que ahora forma parte, de modo insuperable, de nuestra «carne y sangre», distorsione las palabras en la boca de nosotros mismos los que sabemos: sin embargo, acá y allá nos damos cuenta y nos reímos del hecho de que la mejor ciencia sea precisamente la que más quiere retenernos dentro de este mundo simplificado, completamente artificial, debidamente fingido, debidamente falseado, porque ella ama, queriéndolo sin quererlo, el error, porque ella, la viviente, - ¡ama la vida!

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Después de tan jovial preámbulo no quisiera dejar de ser oida una palabra seria: se dirige a los más serios. ¡Tened cuidado, vosotros los filósofos y amigos del conocimiento, y guardaos del martirio! ¡De sufrir «por la verdad»! ¡Incluso de defenderos a vosotros mismos! Corrompe toda la inocencia y toda la sutil neutralidad de vuestra conciencia, os vuelve testarudos en enfrentaros a objeciones y trapos rojos, os entontece, os animaliza, os convierte en toros el hecho de que vosotros, al luchar con el peligro, la difamación, la sospecha, la repulsa y otras consecuencias más toscas aún de la enemistad, tengáis que acabar presentándoos como defensores de la verdad en la tierra: - ¡como si «la verdad» fuese una persona tan indefensa y torpe que necesitase defensores!,  ¡y precisamente vosotros, caballeros de la tristísima figura, señores míos mozos de esquina y tejedores de telarañas del espíritu! ¡En última instancia, bien sabéis que no debe importar nada el hecho de que seáis precisamente vosotros quienes tengáis razón, y asimismo sabéis que hasta ahora ningún filósofo ha tenido todavía razón, y que sin duda hay una veracidad más laudable en cada uno de los pequeños signos de interrogación que colocáis detrás de vuestras palabras favorítas y de vuestras doctrinas preferidas (y, en ocasiones, detrás de vosotros mismos), que en todos los solemnes gestos y argumentos invencibles presentados ante los acusadores y los tribunales! ¡Es preferible que os retiréis! ¡Huid a lo oculto! Y tened vuestra máscara y sutileza para que os confundan con otros! ¡U os teman un poco! ¡Y no me olvidéis el jardín, el jardín con verjas de oro! y tened a vuestro alrededor hombres que sean como un jardín, o como música sobre aguas, a la hora del atardecer, cuando ya el día se convierte en recuerdo: - ¡elegid la soledad buena, la soledad libre, traviesa y ligera, la cual os otorga también derecho a continuar siendo buenos en algún sentido! ¡Qué venenosos, qué arteros, qué malos hace a los hombres toda guerra prolongada que no se puede llevar a cabo utilizando abiertamente la fuerza! ¡Qué personajes hace a los hombres un temor prolongado, un tener fijos los ojos largo tiempo en enemigos, en posibles enemigos! Estos proscritos de la sociedad, estos hombres perseguidos durante mucho tiempo, hostigados de manera perversa, - también los eremitas a la fuerza, los Spinoza o los Giordano Bruno - asaban siempre convirtiéndose, aunque sea bajo la mascarada más espiritual, y tal vez sin que ellos mismos lo sepan, en refinados rencorosos y envenenadores (¡exhúmese alguna vez el fundamento de la ética y de la teología de Spinoza! ), - para no hablar de esa majadería que es la indignación moral, la cual, en un filósofo, es el signo infalible de que ha perdido el humor filosófico. El martirio del filósofo, su «holocáusto por la verdad», saca a luz por fuerza la parte de agitador y de comediante que se hallaba escondida dentro de él; y suponiendo que hasta ahora sólo se haya contemplado al filósofo con una curiosidad artística, puede resultar ciertamente comprensible, con respecto a más de uno de ellos, el peligroso deseo de verlo también alguna vez en su degeneración (degenerado en «mártir», en vocinglero del escenario y de la tribuna). Sólo que quien abrió ese deseo tiene que saber con claridad qué es lo que, en todo caso, logrará ver aquí: - únicamente una comedia satírica, únicamente una farsa epilogal, únicamente la permanente demostración de que la tragedia prolongada y auténtica ha terminado   presuponiendo que toda filosofía haya sido al nacer una tragedia prolongada. -

26
Todo hombre selecto aspira instintivamente a tener un castillo y un escondite propios donde quedar redimido de la multitud, de los muchos, de la mayoría, donde tener derecho a olvidar, puesto que es excepción de ella, la regla «hombre»: - a excepción únicamente del caso en que un instinto más fuerte aún le empuje derechamente hacia esa regla, como hombre del conocimiento en el sentido grande y excepcional de la expresión. Quien en el trato con los hombres no aparezca revestido, según las ocasiones, con todos los cambiantes colores de la necesidad, quien no se ponga verde y gris de náusea, de fastidio, de compasión, de melancolía, de aislamiento, ése no es ciertamente un hombre de gusto superior; mas suponiendo que no cargue voluntariamente con todo ese peso y desplacer, que lo esquive constantemente y, como hemos dicho, permanezca escondido, silencioso y orgulloso, en su castillo, entonces una cosa es cierta: no está hecho, no está predestinado para el conocimiento. Pues si lo estuviera, algún dia tendría que decirse «¡que el diablo se lleve mi buen gusto! ¡pero la regla es más interesante que la excepción, - que yo, que soy la excepción!» - y se pondría en camino hacia abajo, sobre todo «hacia dentro». El estudio del hombre medio, un estudio prolongado, serio, y, para esta finalidad, mucho disfraz, mucha superación de sí mismo, mucha familiaridad, mucha mala compañía - toda compañía es mala, excepto la de nuestros iguales -: esto constituye una parte necesaria de la biografía de todo filósofo, tal vez la parte más desagradable, la más maloliente, la más abundante en desilusiones. Mas si el filósofo tiene suerte, cual corresponde a un favorito del conocimiento, encontrará auténticos abreviadores y facilitadores de su tarea, - me refiero a los llamados cínicos, es decir, a aquellos que reconocen sencillamente en sí el animal, la vulgaridad, la «regla», y, al hacerlo, tienen todavía el grado necesario de espiritualidad y prurito como para tener que hablar sobre sí y sobre sus iguales delante de testigos: - a veces se revuelcan incluso en libros como en su propio excremento. El cinismo es la única forma en que las almas vulgares rozan lo que es honestidad; y el hombre superior tiene que abrir los oídos siempre que tropiece con un cinismo bastante grosero y sutil, y felicitáse todas las veces que, justo delante de él, alcen su voz el bufón carente de pudor o el sátiro científico. Se dan incluso casos en que a la náusea se mezcla la fascinación: a saber, allí donde, por un capricho de la naturaleza, el genio va ligado a uno de esos machos cabríos y monos indiscretos, como ocurre con el Abbé [abate] Galiani,
el hombre más profundo, más perspicaz y, tal vez, también más sucio de su siglo - era mucho más profundo que Voltaire y, en consecuencia, también bastante menos locuaz. Con mayor frecuencia ocurre, como ya se ha insinuado, que la cabeza científica está asentada sobre un cuerpo de mono, y un sutil entendimiento de excepción, sobre un alma vulgar, - entre médicos y fisiólogos de la moral sobre todo, un caso nada raro. Y allí donde sin amargura, sino más bien despreocupadamente, alguien hable del hombre como de un vientre con dos necesidades y una cabeza con una sola; en todos los sitios donde alguien no vea, busque ni quiera ver nunca más que hambre, apetito sexual y vanidad, como si éstos fuesen los auténticos y únicos resortes de las acciones humanas; en suma, allí donde se hable «mal» (schlecht) - y no sólo «perversamente» (schlimm) - del hombre -, el amante del conocimiento debe escuchar sutil y diligentemente, debe tener sus oídos en todos aquellos lugares en que se hable sia indignación. Pues el hombre indignado, y todo aquel que con sus propios dientes se despedaza y desgarra a sí mismo (o, en sustitución de sí mismo, al mundo, o a Dios, o a la sociedad), ése quizá sea superior, según el cálculo de la moral, al sátiro reidor y autosatisfecho, pero en todos los demás sentidos es el caso más habitual, más indiferente, menos instructivo. Y nadie miente tanto como el indignado. -

27
Es difícil ser comprendido: en especial si uno piensa y vive gangasrotogati [al ritmo del Ganges] entre hombres que piensan y viven de otro modo, a saber, Kzrumagati [al ritmo de la tortuga] o, en el mejor de los casos, mandeikagati, «según el modo de caminar de la rana» ¡acabo de hacer todo lo posible para que resulte difícil comprenderme también a mí!, - y debemos estar cordialmente reconocidos por la buena voluntad de poner cierta sutileza en la interpretación. Mas en lo que se refiere a «los buenos amigos, los cuales son siempre demasiado cómodos y creen tener, justamente por ser amigos, derecho a la comodidad: hacemos bien en concederles de antemano un espacio libre.y una palestra de incomprensión: - así tenemos algo más de qué reír; - o en eliminarlos del todo, a esos buenos amigos, - ¡y también reír!

28
Lo que peor se deja traducir de una lengua a otra es el tempo [ritmo] de su estilo: el cual tiene su fundamento en el carácter de la raza, o, hablando fisiológicamente, en el tempo medio de su «metabolismo». Hay traducciones hechas honestamente que casi son falsificaciones, pues constituyen vulgarizamientos involuntarios del original, y ello debido simplemente a que no era susceptible de traducción el tempo valiente y alegre de éste, el tempo que salta por encima de todo lo que de peligroso hay en cosas y palabras y ayuda a dejarlo de lado. El alemán es casi incapaz de usar el presto [rápido] en su lengua: por tanto, es lícito inferir legítimamente, también es incapaz de muchas de las más divertidas y temerarias nuances [matices] del pensamiento libre, propio de espíritus libres. Así como el buffo [bufón] y el sátiro son ajenos a su cuerpo y a su conciencia, asi Aristófanes y Pettonio le resultan intraducibles. Todo lo serio, pesado, solemnemente torpe, todos los géneros fastidiosos y aburridos del estilo están desarrollados entre los alemanes con abundantísima multiformidad, - perdóneseme que diga, pues es un hecho, que ni siquiera la prosa de Goethe, con su mezcolanza de tíesura y gracia, constituye una excepción; ya que es reflejo de los «buenos tiempos antiguos», de los cuales forma parte, y expresión del gusto alemán en la época en que todavia existía un «gusto alemán»: el cual era un gusto rococó in movibus et artibus [en las costumbres y en las artes]. Lessing es una excepción, gracias a su naturaleza de comediante, que entendía muchas cosas y era entendido en multitud de ellas: él, que no en vano fue el traductor de Bayle y que gustaba de buscar refugio en la cercanía de Diderot y Voltaire y, más aún, entre los autores de la comedia romana: - tambíén en el tempo [ritmo] amaba Lessing el librepensamiento, la huida de Alemania. Mas cómo sería capaz la lengua alemana de imitar, ni siquiera en la prosa de un Lessing, el tempo de Maquiavelo, quien en su Principe nos hace respirar el aire seco y fino de Florencia y no puede evitar el exponer el asunto más serio en un allegrissimo impetuoso: acaso no sin un malicioso sentimiento de artista por la antítesis que osaba llevar a cabo, - los pensamientos, largos, pesados, duros, peligrosos, y el tempo, de galope y de óptimo y traviesísimo humor. A quién, en fín, le sería lícito atreverse a realizar una traducción alemana de Petronio, el cual ha sido, más que cualquier gran músico hasta ahora, el maestro del puesto, por sus invenciones, ocurrencias, palabras:- ¡qué importan, a fin de cuentas, todas las ciénagas del mundo enfermo, perverso, incluso del «mundo antiguo», cuando se tiene, como él, los pies, el soplo y el aliento, la liberadora burla de un viento que pone sanas todas las cosas haciéndolas correr! Y en lo que se refiere a Aristófanes, aquel espíritu transfigurador, complementario, en razón del cual se le perdona al helenismo entero el haber existido, suponiendo que hayamos comprendido a fondo qué es todo lo que en él precisa de perdón, de transfiguración: - no sabría yo indicar cosa alguna que me haya hecho soñar más sobre el secreto de Platón y su naturaleza de esfinge que este petit fait [pequeño hecho], afortunadamente conservado: que entte las almohadas de su lecho de muerte no se encontró ninguna «biblia», nada egipcio, pitagótico, platónico, - sino a Aristófanes. ¡Cómo habria soportado incluso un Platón la vida - una vida griega, a la que dijo no, - sin un Aristófanes! -

29
Es cosa de muy pocos ser independiente: - éste es un privilegio de los fuertes. Y quien intenta serlo sin tener necesidad, aunque tenga todo el derecho a ello, demuestra que, probablemente, no es sólo fuerte, sino temerario hasta el exceso. Se introduce en un laberinto, multiplica por mil los peligros que ya la vida trae consigo de por sí; de éstos no es el menor el que nadie vea con sus ojos cómo y en dónde él mismo se extravía, se aísla y es despedazado trozo a trozo por un Minotauro cualquiera de las cavernas de la conciencia. Suponiendo que ese hombre perezca, esto ocurre tan lejos de la comprensión de los hombres que éstos no lo sienten ni compadecen: - ¡y él no puede ya volver atrás!, ¡no puede retornar ya tampoco a la compasión de los hombres! - -

30
Nuestras intelecciones supremas parecen necesariamente - ¡y deben parecer! - tonterías y, en determinadas circunstancias, crímenes, cuando llegan indebidamente a oídos de quienes no están hechos ni predestinados para ellas. Lo exotérico y lo esotérico, distinción ésta que se hacía antiguamente entre los filósofos, tanto entre los indios como entre los griegos, persas y musulmanes, en suma, en todos los sitios donde se creía en un orden jerárquico y no en la igualdad y en los derechos iguales, - no se diferencian entre sí tanto porque el exotérico se encuentre fuera y sea desde fuera, no desde dentro, desde donde él ve, aprecia, mide y juzga las cosas: lo más esencial es que él ve las cosas de abajo arriba, - ¡el esotérico, en cambio, de arriba abajo! Hay alturas del alma que hacen que, vista desde ellas, hasta la tragedia deje de producir un efecto trágico; y si se concentrase en unidad todo el dolor del mundo, ¿a quién le sería lícito atreverse a decidir si su aspecto induciría y forzaría necesariamente a la compasión y, de este modo, a una duplicación del dolor?... Lo que sirve de alimento o de tónico a una especie superior de hombres tiene que ser casi un veneno para una especie muy diferente de aquélla e inferior. Las virtudes del hombre vulgar significarían tal vez vicios y debilidades en un filósofo; sería posible que un hombre de alto linaje, sólo en el supuesto de que llegase a degenerar y sucumbir, adquiriese propiedades por razón de las cuales fuese necesario venerarlo desde ese momento como santo en el mundo inferior a que había descendido. Hay libros que tienen un valor inverso para el alma y para la salud, según que se sirvan de ellos el alma inferior, la fuerza vital inferior, o el alma superior y más poderosa: en el primer caso son libros peligrosos, corrosivos, disolventes, en el segundo, llamadas de heraldo que invitan a los más valientes a mostrar su valentía. Los libros para todos son siempre libros que huelen mal: el olor de las gentes pequeñas se adhiere a ellos. En los lugares donde el pueblo come y bebe, e incluso donde rinde veneración, suele heder. No debemos entrar en iglesias si queremos respirar aire puro. - -

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En los años jóvenes veneramos y despreciamos careciendo aún de aquel arte de la nuance [matiz] que constituye el mejor beneficio de la vida, y, como es justo, tenemos que expiar duramente el haber asaltado de ese modo con un sí y un no a personas y a cosas. Todo está dispuesto para que al peor de todos los gustos, el gusto de lo incondicional, quede cruelmente burlado y profanado, hasta que el hombre aprende a poner algo de arte en sus sentimientos y, mejor aún, a atreverse a ensayar lo artificial: como hacen los verdaderos artistas de la vida. La cólera y la veneración, que son propias de la juventud, parecen no reposar hasta haber falseado tan a fondo las personas y las cosas que les resulte posible desahogarse en ellas: - la juventud es ya de por sí una cosa inclinada a falsear y a engañar. Más tarde, cuando el alma joven, torturada por puras desilusiones, se vuelve por fin contra sí misma con suspicacia, siendo todavía ardiente y salvaje incluso en su suspicacia y en sus remordimientos de conciencia: ¡cómo se enoja consigo misma, cómo se despedaza impacientemente a sí misma, cómo toma venganza de su prolongada auto-obcecación, cual si ésta hubiera sido una ceguera voluntaria! En este período de transición nos castigamos a nosotros mismos por desconfianza contra nuestro propio sentimiento; sometemos nuestro entusiasmo al tormento de la duda, más aún, sentimos la buena conciencia como un peligro, como autodisimulo y fatiga de la honestidad más sutil, por así decirlo; y, sobre todo, tomamos partido, por principio, contra «la juventud». - Un decenio más tarde: y comprendemos que también todo eso - ¡continuaba siendo juventud!

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Durante el período más largo de la historia humana - se lo llama la época prehistórica - el valor o el no-valor de una acción fueron derivados de sus consecuencias: ni la acción en sí ni tampoco su procedencia eran tenidas en consideración, sino que, de manera parecida a como todavía hoy en China un honor o un oprobio rebotan desde el hijo a sus padres, así entonces era la fuerza retroactiva del éxite o del fíacaso a que inducía a los hombres a pensar bien o mal de una acción. Denominemos a este período el período premoral de la humanidad: el imperativo ¡conócete a ti mismo!» era entonces todavía desconocido En los últimos diez milenios, por el contrario, paso a paso se ha llegado tan lejos en algunas grandes superficies de la tierra que ya no son las consecueencias, sino la procedencia de la acción lo que dejamos que decida sobre el valorde ésta: esto representa, en conjunto, un gran acontecimiento, un considerable refinamiento de la vision y del criterio de medida, la repercusión inconsciente del dominio de valores aristocráticos y de la fe en la «procedencia», el signo distintivo de un período al que es lícito denominar, en sentido estricto, período moral: la primera tentativa de conocerse a sí mismo queda así hecha. En lugar de las consecuencias, la procedencia: ¡qué inversión de la perspectiva! ¡Y, con toda seguridad, una inversión conquistada tras prolongadas luchas y vacilaciones! Desde luego: una funesta superstición nueva, una peculiar estrechez de la interpretación lograron justo por esto conquistar el dominio: se interpretó la procedencia de una acción, en el sentido más preciso del término, como procedencia derivada de una intención; se acordó creer que el valor de una acción reside en el valor de su intención. La intención, considerada como procedencia y prehistoria enteras de una acción: bajo este prejuicio se ha venido alabando, censurando, juzgando, también filosofando, casi hasta
nuestros días. - ¿No habríamos arribado nosotros hoy a la necesidad de resolvernos a realizar, una vez más, una inversion y un radical cambio de sitio de los valores, gracias a una autognosis y profundización renovadas del hombre, - no nos hallariamos nosotros en el umbral de un período que, negativamente, habría que calificar por lo pronto de extramoral: hoy, cuando al menos entre nosotros los inmoralistas alienta la sospecha de que el valor decisivo de una accció reside justo en aquello que en ella es no-intencionado, y de que toda su intencionalidad, todo lo que puede ser visto, sabido, conocido «conscientemente» por la acción, pertenece todavía a su superficie y a su piel, - la cual, como toda piel, delata algunas cosas, pero oculta más cosas todavía? En suma,
nosotros creemos que la intención es sólo un signo y un síntoma que precisan de interpretaaón, y, además, un signo que significa demasiadas cosas y que, en consecuencia, por sí solo no significa casi nada, - creemos que la moral, en el sentido que ha tenido hasta ahora, es decir, la moral de las intenciones, ha sido un prejuicío, una precipitación una provisionalidad acaso, una cosa de rango parecido al de la astrologia y la alquimia, pero en todo caso algo que tiene que ser superado. La superación de la moral, y en cierto sentido incluso la autosuperación de la moral: acaso sea éste el nombre para designar esa labor prolongada y secreta que ha quedado reservada a las más sutiles y honestas, también a las más maliciosas de las conciencias de hoy, por ser éstas vivientes piedras de toque del alma. -

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No queda remedio: es necesario exigir cuentas y someter a juicio despíadadamente a los sentimientos de abriegación, de sacrificio por el prójimo, a la entera moral de la renuncia a sí: y hacer lo mismo con la estética de la «contemplación desinteresada», bajo la cual un arte castrado intenta crearse hoy, de manera bastante seductora, una buena conciencia. Hay demasiado encanto y azúcar en esos sentimientos de por los otros», de «no por mí», como para que no fuera necesario volvernos aquí doblemente desconfiados y preguntar: «¿No se trata quizá - de seducciones?» _ El hecho de que esos sentimientos agraden - a quien los tiene, y a quien saborea sus frutos, también al mero espectador, _ no constituye aún un argumento a favor de ellos, sino que incita cabalmente a
la cautela. ¡Seamos, pues, cautos!

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Cualquiera que sea la posición filosófica que adoptemos hoy: mirando desde cualquier lugar, la indole errónea del mundo en que creemos vivir es lo más seguro y firme de todo aquello de que nuestros ojos pueden todavía adueñarse: - a favor de esto encontramos nurnerosas razones, las cuales querrían inducirnos a conjeturar que existe un principio engañador en la «esencia de las cosas». Mas quien hace responsable a nuestro pensar mismo, es decir, a «el espíritu» de la falsedad del mundo - honorable escapatoria a que recurre todo consciente o inconsciente advocatus dei [abogado de Dios] -: quien considera que este mundo, así como el espacio, el tiempo, la figura, el movimiento, son inferencias falsas: ése tendría al menos un buen motivo para aprender por fin a desconfiar de todo pensar: ¿no nos habría venido jugando éste hasta ahora la peor pasada de todas?,  ¿y qué garantía habría de que no continuará haciendo lo que slempre ha hecho? Con toda seriedad: la inocencia de los pensadores tiene algo que resulta conmovedor y que inspira respeto, y esa inocencia les permite continuar encarándose aun hoy a la consciencia con el ruego de que les de respuestas honestas: por ejemplo, si ella, la consciencia, es «real», y por qué en realidad está tan decidida a no saber nada del mundo exterior, y otras preguntas de ese tipo. La creencia en «certezas inmediatas» es una ingenuidad moral que nos honra a nosotros los filósofos: pero ¡nosotros no debemos ser hombres «sólo morales»! ¡Prescindiendo de la moral, esa creencia es una estupidez que nos honra poco! Aunque en la vida burguesa se considere que la desconfianza siempre a punto es signo de «mal carácter» y, en consecuencia, una falta de inteligencia: aquí entre nosotros, más allá del mundo burgués, y de su sí y su no, - qué nos impediría ser poco inteligentes y decir: el filósofo tiene ya derecho al «mal carácter», en cuanto es el ser que hasta ahora ha sido más burlado siempre en la tierra, - el filósofo tiene hoy el deber de desconfiar, de mirar maliciosamente de reojo desde todos los abismos de la sospecha. - Perdóneseme la broma de esta caricatura y este giro sombríos: pues precisamente yo mismo he aprendido hace ya mucho tiempo a pensar de modo distinto, a juzgar de otro modo sobre el engañar y el ser engañado, y tengo preparados al menos un par de empellones para la ciega rabia con que los filósofos se resisten a ser engañados. ¿Por qué no? Que la verdad sea más valiosa que la apariencia, eso no es más que un prejuicio moral; es incluso la hipótesis peor demostrada que hay en el mundo. Confesémonos al menos una cosa: no existía vida alguna a no ser sobre la base de apreciaciones y de apariencias perspectivistas; y si alguien, movido por la virtuosa exaltación y majadería de más de un filósofo, quisiera eliminar del todo el mundo aparente», entonces, suponiendo que vosotros pudierais hacerlo, - ¡tampoco quedaría ya nada de vuestra «verdad»!  Sí, ¿qué es lo que nos fuerza a suponer que existe una antitesis esencial entre «verdadero» y «falso»? ¿No basta con suponer grados de apariencia y, por así decirlo, sombras y tonos generales, más claros y más oscuros, de la apariencia, - ya- leurs [valores] diferentes, para decirlo en el lenguaje de los pintores?  ¿Por qué el mundo que nos concierne en algo - no iba a ser una ficción? Y a quien aquí pregunte: «¿es que de la ficción no forma parte un autor?», - ¿no sería lícito responderle francamente: por qué? ¿Acaso ese «forma parte» no forma parte de la ficción? ¿Es que no está permitido ser ya un poco irónico contra el sujeto, así como contra el predicado y el complemento? ¿No le sería lícito al filósofo elevarse por encima de la credulidad en la gramática? Todo nuestro respeto por los gobernantes: mas no sería tiempo de que la filosofía abjurase de la fe en los gobernantes? -

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¡Oh Voltaire! ¡Oh humanitarismo! ¡Oh imbecilidad! La «verdad», la búsqueda de la verdad, son cosas difíciles; y si el hombre se comporta aquí de un modo demasiado humano - il ne cherche le vrai que pour faire de bien [no busca la verdad más que para hacer el bien], - ¡apuesto a que no encuentra nada!

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Suponiendo que ninguna otra cosa esté «dada» realmente más que nuestro mundo de apetitos y pasiones, suponiendo que nosotros no podamos descender o ascender a ninguna otra «realidad» más que justo a la realidad de nuestros instintos, - pues pensar es tan sólo un relacionarse esos instintos entre sí -: ¿no está permitido realizar el intento y hacer la pregunta de si eso dado no basta para comprender también, partiendo de lo idéntico a ello, el denominado mundo mecánico (o «material»)  Quiero decir, concebir este mundo no como una ilusión, una «apariencia», una «representación» (en el sentido de Berkeley y Schopenhauer), sino como algo dotado de idéntico grado de realidad que el poseído por nuestros afectos, - como una forma más tosca del mundo de los afectos, en la cual está aún englobado en una poderosa unidad todo aquello que luego, en el proceso orgánico, se ramifica y se configura (y también, como es obvio, se atenúa y debilita -), como una especie de vida instintiva en la que todas las funciones orgánicas, la autorregulación, la asimilación, la alimentación, la secreción, el metabolismo, permanecen aún sintéticamente ligadas entre sí, - como una forma previa de la vida.-  En última instancia, no es sólo que esté permitido hacer ese intento: es que, visto desde la conciencia del método, está mandado. No aceptar varias especies de causalidad mientras no se haya llevado hasta su limite extremo (- hasta el absurdo, dicho sea con permiso) el intento de bastarnos con una sola: es ésta una moral del método a la que hoy no es lícito sustraerse; - esto se sigue «de su definición», como diría un matemático. En último término, la cuestión consiste en si nosotros reconocemos que la voluntad es realmente algo que actúa, en si nosotros creemos en la causalidad de la voluntad: si lo creemos - y en el fondo la creencia en esto es cabalmente nuestra creencia en la causalidad misma -, entonces tenemos que hacer el intento de considerar hipotéticamente que la causalidad de la voluntad es la única. La «voluntad», naturalmente, no puede actuar más que sobre la «voluntad» - y no sobre «materias» (no sobre «nervios», por ejemplo -): en suma, hay que atreverse a hacer la hipótesis de que, en todos aquellos lugares donde reconocemos que hay «efectos», una voluntad actúa sobre otra voluntad, - de que todo acontecer mecánico, en la medida en que en él actúa una fuerza, es precisamente una fuerza de la voluntad, un efecto de la voluntad. - Suponiendo, finalmente, que se consiguiese explícar nuestra vida instintiva. entera como la ampliación y ramificación de zona única forma básica de voluntad, - a saber, de la voluntad de poder, como dice mi tesis -; suponiendo que fuera posible reducir todas las funciones orgánicas a esa voluntad de poder, y que se encontrase en ella también la solución del problema de a procreación y nutrición - es  un único problema -, entonces habríamos adquirido el derecho a definir inequívocamente toda fuerza agente como: voluntad de poder. El mundo visto desde dentro, el mundo definido y designado en su «carácter inteligible», - sería cabalmente «voluntad de poder» y nada más que eso. -

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«¿Cómo? ¿No significa esto,  para hablar de manera popular: está refutado Dios, pero no el diablo -?» ¡Al contrario! ¡Al contrarío, amigos míos! Y, ¡qué diablos!, ¡quién os obliga a vosotros a hablar de manera popular! -

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Lo mismo que ha ocurrido todavía últimamente, a plena luz de los tiempos modernos, con la Revolución francesa, esa farsa horrible y, vista desde cerca, superflua,dentro de la cual, sin  embargo, los espectadores nobles y exaltados de toda Europa que la veían desde lejos han venido proyectando durante mucho tiempo y de manera muy apasionada la interpretación de sus propias indignaciones y entusiasmos, hasta que el texto desapareció bajo la interpretación: también podría ocurrir que una posteridad noble malentendiese alguna vez el pasado entero, y acaso de ese modo hiciese tolerable por vez primera su aspecto. - O más bien: ¿no ha ocurrido ya eso?, ¿no hemos sido nosotros mismos - esa «posteridad noble» ¿Y cabalmente ahora, en la medida en que nosotros nos damos cuenta de ello, - no es eso ya cosa pasada?

39
Nadie tendrá fácilmente por verdadera una doctrina tan sólo porque ésta haga felices o haga virtuosos a los hombres: exceptuados, acaso, los queridos «idealistas», que se entusiasman con lo bueno, lo verdadero, lo bello, y que hacen nadar mezcladas en su estanque todas las diversas especies de multicolores, burdas y bonachonas idealidades. La felicidad y la virtud no son argumentos. Pero a la gente, también a los espíritus reflexivos, le gusta olvidar que el hecho de que algo haga infelices y haga malvados a los hombres no es tampoco un argumento en contra. Algo podría ser verdadero: aunque resultase perjudicial y peligroso en grado sumo; más aún, podría incluso ocurrir que el que nosotros perezcamos a causa de nuestro conocimiento total formase parte de la constitución básica de la existencia, - de tal modo que la fortaleza de un espíritu se mediría justamente por la cantidad de «verdad» que soportase o, dicho con más claridad, por el grado en que necesitase que la verdad quedase diluida, encubierta, edulcorada, amortiguada, falseada. Pero no cabe ninguna duda de que, para descubrir ciertas partes de la verdad, los malvados y los infelices están mejor dotados y tienen mayor probabilidad de obtener éxito; para no hablar de los malvados que son felices, -especies que los moralistas pasan en silencio. Para el surgimiento del espiritu y filósofo fuerte, independiente, acaso la dureza y la astucia proporcionen condiciones más favorables que no aquella bonachoneria suave, fina, complaciente, y aquel arte de tomar todo a la ligera, cosas ambas que la gente aprecia, y aprecia con razón, en un docto. Presuponiendo, y esto es algo previo,
que no se restrinja el concepto «filósofo» al filósofo que escribe libros - ¡o que incluso lleva su filosofía a los libros! - A la imagen del filósofo de espíritu libre Stendhal agrega un último rasgo que yo no quiero dejar de subrayar en razón del gusto alemán: - pues ese rasgo va contra el gusto alemán. Pour etre bon philosophe, dice este último psicólogo grande - il faut etre sec, clair, sans illusion. Un banquier,  qui a fait fortune, a une partie du caractere requis pout faire des découvertes en philosophie, c'est-à-dire pour voir clair dans ce qui est [Para ser un buen filósofo hace falta ser seco, claro, sin ilusiones. Un banquero que haya hecho fortuna posee una parte del carácter requerido para hacer descubrimientos en filosofía, es decir, para ver claro en lo que es].

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Todo lo que es profundo ama la máscara; las cosas más profundas de todas sienten incluso odio por la imagen y el símbolo. ¿No sería la antitesis tal vez el disfraz adecuado con que caminaría el pudor de un dios? Es ésta una pregunta digna de ser hecha: sería extraño que ningún místico se hubiera atrevido aún a hacer algo así consigo mismo. Hay acontecimientos de especie tan delicada que se obra bien al recubrirlos y volverlos irreconocibles con una grosería; hay acciones realizadas por amor y por una magnanimidad tan desbordante que después de ellas nada resulta más aconsejable que tomar un bastón y apalear de firme al testigo de vista: a fin de ofuscar su memoria. Más de uno es experto en ofuscar y maltratar a su propia memoria, para vengarse al menos de ese único cómplice: - el pudor es rico en invenciones. No son las cosas peores aquellas de que más nos avergonzamos: no es sólo perfidia lo que se oculta detrás de una máscara, - hay mucha bondad en la astucia. Yo podria imaginarme que un hombre que tuviera que ocultar algo preciosa y frágil rodase por la vida grueso y redondo como un verde y viejo tonel de vino, de pesados  aros: la sutileza de su pudor así lo quiere. A un hombre que posea profundidad en el pudor, también sus destinos, así como sus decisiones delicadas, le salen al encuentro en caminos a los cuales pocos llegan alguna vez y cuya existencia no les es lícito conocer ni a sus más próximos e intimos: a los ojos de éstos queda oculto el peligro, que corre su vida, así como también su reconquistada seguridad vital. Semejante escondido, que por instinto emplea el hablar para callar y silenciar, y que es inagotable en escapar a la comunicación, quiere y procura que sea una máscara de él la que circule en lugar suyo por los corazones y cabezas de sus amigos; y suponiendo que no lo quiera, algún día se le abrirán los ojos y verá que, a pesar de todo, hay allí una máscara de él, - y que es bueno que así sea. Todo espíritu profundo necesita una máscara: más aún, en torno a todo espíritu profundo va creciendo continuamente una máscara, gracias a la interpretación constantemente falsa, es decir, superficial, de toda palabra de todo paso, de toda señal de vida que él da. -

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Tenemos que darnos a nosotros mismos nuestras pruebas de que estamos destinados a la independencia y al mando; y hacer esto a tiempo. No debemos eludir nuestras pruebas, a pesar de que acaso ellas sean el juego más peligroso que quepa jugar y sean, en última instancia, sólo pruebas que exhibimos ante nosotros mismos como testigos, y ante ningún otro juez. No quedar adherido a ninguna persona: aunque sea la más amada, - toda persona es una cárcel, y también un rincón. No quedar adherido a ninguna patria: aunque sea la que más sufra y la más necesitada de ayuda, -. menos difícil resulta desvincular el propio corazón de una patria victoriosa. No quedar adherido a ninguna compasión: aunque se dirigiese a hombres superiores, en cuyo raro martirio y desamparo un azar ha hecho que fijemos la mirada. No quedar adherido a ninguna ciencia: aunque nos atraiga hacia si con los descubrimientos más preciosos al parecer reservados precisamente a nosotros. No quedar adherido a nuestro propio desasimiento, a aquella voluptuosa lejanía y extranjería del pájaro que huye cada vez más lejos hacia la altura, a fin de ver cada vez más cosas por debajo de sí: - peligro del que vuela. No quedar adheridos a nuestras propias virtudes ni convertirnos, en cuanto totalidad, en víctima de cualquiera de nuestras singularidades, por ejemplo de nuestra «hospitalidad»: ése es el peligro de los peligros para las almas de elevado linaje y ricas, las cuales se tratan a sí mismas con prodigalidad, casi con indiferencia, y llevan tan lejos la virtud de la liberalidad que la convierten en vicio. Hay que saber reservarse: ésta es la más fuerte prueba de indenpendencia.

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Un nuevo género de filósofos está apareciendo en el horizonte: yo me atrevo a bautizarlos con un nombre no exento de peligros. Tal como yo los adivino, tal como ellos se dejan adivinar - pues forma parte de su naturaleza el querer seguir siendo enigmas en algún punto -, esos filósofos del future podrían ser llamados con razón, acaso también sin razón, tentadores. Este nombre mismo es, en última instancia, sólo una tentativa y, si se quiere, una tentación.

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¿Son, esos filósofos venideros, nuevos amigos de la «verdad»? Es bastante probable: pues todos los filósofos han amado hasta ahora sus verdades. Mas con toda seguridad no serán dogmáticos. A su orgullo, también a su gusto, tiene que repugnarles el que su verdad deba seguir siendo una verdad para cualquiera: cosa que ha constituido hasta ahora el oculto deseo y el sentido recóndito de todas las aspiraciones dogmáticas. «Mi juicio es mi juício: no es fácil que también otro tenga derecho a él» - dice tal vez ese filósofo del futuro. Hay que apartar de nosotros el mal gusto de querer coincidir con muchos. «Bueno» no es ya bueno cuando el vecino toma esa palabra en su boca. ¡Y cómo podr·ía existir un «bien común»! La expresión se contradice a sí misma: lo que puede ser común tiene siempre poco valor. En última instancia, las cosas tienen que ser tal como son y tal como han sido siempre: las grandes cosas están reservadas para los grandes, los abismos, para los profundos, las delicadezas y estremecimientos, para los sutiles, y, en general, y dicho brevemente, todo lo raro, para los raros. -

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¿Necesito decir expresamente, después de todo esto, que esos filósofos del futuro serán tambien espíritus libres, muy libres, - con la misma seguridad con que no serán tampoco meros espíritus libres, sino algo más, algo más elevado, más grande y más radicalmente distinto, que no quiere que se lo malentienda ni confunda con otras cosas? Pero al decir esto siento para con ellos, casi con igual fuerza con que lo siento para con nosotros, ¡nosotros que somos sus heraldos y precursores, nosotros los espíritus libres! - el deber de disipar y alejar conjuntamente de nosotros un viejo y estúpido prejuicio y malentendido que, cual una niebla, ha vuelto impenetrable durante demasiado tiempo el concepto de «espíritu libre». En todos los países de Europa, y asimismo en América, hay ahora gente que abusa de ese nombre, una especie de espíritus muy estrecha, muy prisionera, muy
encadenada, que quieren aproximadamente lo contrario de lo que está en nuestras intenciones e instintos, - para no hablar de que, por lo que respecta a esos filósofos nuevos que están emergiendo en el horizonte, ellos tienen que ser ventanas cerradas y puertas con el cerrojo corndo. Para decirlo pronto y mal, niveladores es lo que son esos falsamente llamados «espíritus libres» - como esclavos elocuentes y plumíferos que son del gusto democrático y de sus «ideas modernas»: todos elos, hombres carentes de soledad, de soledad propia, torpes y bravos motes a los que no se les debe negar ni valor ni costumbres respetables, sólo que son, cabalmente, gente no libre y ridículamente superficial, sobre todo en su tendencia básica a considerar que las formas de la vieja sociedad existente hasta hoy son más o menos la causa de toda miseria y fracaso humanos: ¡con lo cual la verdad viene a quedar felizmente cabeza abajo! A lo que ellos querrían aspirar con todas sus fuerzas es a la universal y verde felicidad-prado del rebaño, llena de seguridad, libre de peligro, repleta de bienestar y de facilidad de vida para todo el mundo: sus dos canciones y doctrinas más repetidamente canturreadas se llaman «igualdad de derechos» y «compasión con todo lo que sufre» - y el sufrimiento mismo es considerado por ellos como algo que hay que eliminar. Nosotros los opuestos a ellos, que hemos abierto nuestros ojos y nuestra conciencia al problema de en qué lugar y de qué modo la planta «hombre» ha venido hasta hoy creciendo de la manera más vigorosa hacia la altura, opinamos que esto ha ocurrido siempre en condiciones opuestas, opinamos que, para que esto se realizase, la peligrosidad de su situación tuvo que aumentar antes de manera gigantesca, que su energía de invención y de simulacióa (su «espiritu» -) tuvo que desarrollarse, bajo una presión y una coacción prolongadas, hasta convertirse en algo sutil y temerario, que su voluntad de vida tuvo que ir,tensificarse hasta llegar a la voluntnd incondicional de poder: - nosotros
opinamos que dureza, violencia, esclavitud, peligro en la calle y en los corazones, ocultación, estoicismo, arte de tentador y diablerías de toda especie, que todo lo malvado, terrible, tiránico, todo lo que de animal rapaz y de serpiente hay en el hombre sirve a la elevación de la especie «hombre» tanto como su contrario: -- y cuando decimos tan sólo eso no decimos siquiera bastante, y, en todo caso, con nuestro hablar y nuestro callar en este lugar nos encontramos en el polo opuesto de toda ideología moderna y de todos los deseos gregarios: ¿siendo sus antípodas acaso? ¿Cómo puede extrañar que nosotros los «espíritus libres» no seamos precisamente los espíritus más comunicativos?, ¿que no deseemos delatar en todos los aspectos de qué es de lo que un espíritu puede liberarse y cuál es el lugar hacia el que quizá se vea empujado entonces? Y en lo que se refiere a la peligrosa fórmula «más allá del bien y del mal», con la cual evitamos al menos ser confundidos con otros: nosotros somos algo distinto de los libres-penseurs, liberi pensatori, Freidenker [librepensadores], o como les guste denominarse a todos esos bravos defensores de las «ideas modernas». Hemos tenido nuestra casa, o al menos nuestra hospedería, en muchos países del espíritu; hemos escapado una y otra vez a los enmohecidos y agradables rincones en que el amo  y el odio preconcebidos, la juventud, la ascendencia, el azar de hombres y libros, e incluso las fatigas de la peregrinación parecían confinarnos; estamos llenos de malicia frente a los halagos de la
dependencia que yacen escondidos en los honores, o en el dinero, o en los cargos, o en los arrebatos de los sentidos; incluso estamos agradecidos a la necesidad y a la variable enfermedad, porque siempre nos desasieron de una regla cualquiera y de su «prejuicio», agradecidos a Dios, al demonio, a la oveja y gusano que hay. en nosotros, curiosos hasta el vicio, investigadores hasta la crueldad, dotados de dedos sin escrúpulos para asir lo inasible, de dientes y estómagos para digerir lo indigerible, dispuestos a todo oficio que exija perspicacia y sentidos agudos, prontos a toda osadía, gracias a una sobreabundancia de «voluntad libre», dotados de pre-almas y post-almas, en cuyas intenciones últimas no le es fácil penetrar a nadie con su mirada, cargados de pre-razones y post-razones que a ningún pie le es lícito recorrer hasta el final, ocultos bajo los mantos de la luz, conquistadores, aunque parezcamos herederos y derrochadores, clasificadores y coleccionadores desde la mañana a la tarde, avaros de nuestras riquezas y de nuestros cajones completamente llenos, parcos en el aprender y olvidar, hábiles en inventar esquemas, orgullosos a veces de tablas de categoría, a veces pedantes, a veces búhos del trabajo, incluso en pleno día; más aún, si es necesario, incluso espantapájaros, - y hoy es necesario: a saber, en la medida en que nosotros somos los amigos natos, jurados y celosos de la soledad, de nuestra propia soledad, la más honda, la más de media noche, la más de medio día: - ¡esa especie de hombres somos nosotros, nosotros los espíritus libres!, ¿y tal vez también vosotros sois algo de eso, vosotros los que estáis viniendo?, ¿vosotros los nuevos filósofos? -


Espíritu libre
Presentación
















SANCTA SIMPLICITAS:
O sancta simplicitas! es frase que se dice pronunciada por Juan Hus (1369-1415) cuando, encontrándose sobre la hoguera, a que se le había condenado por hereje, vio cómo una viejecilla,
movida por su celo religioso, arrojaba más leña a las llamas en que aquél se consumía. Nietzsche había empleado ya esta expresión en Así habló Zaratustra, «Del camino del creador».

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CARNE Y SANGRE:
«Carne y sangre» es expresión bíblica, que aparece en Génesis, 37, 27: «Venid, vamos a venderle a los ismaelitas; pero no pongamos la mano en él, porque es hermano nuestro, carne y sange nuestra.» (Palabras de Juda a sus hermanos, proponiéndoles desprenderse de su hermano Jose mediante su vents a unos ismaelitas.)


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CABALLEROS DE LA TRISTISIMA FIGURA:
Nietzsche superlativiza aquí la expresión, bien conocida entre espaíioles, con que Sancho Panza (Don Quijote, I, 19) designa a su señor.


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El ABATE GALIANI:
El abate Ferdinando Galiani (1728-1787), economista y literato napolitano, atrajo a Nietzsche no tanto por su estudios económicos (K. Marx utilizó, como es sabido, para su obra El capital el tratado de Galiani Dello moneta [De la moneda) cuanto por sus Cartas. Galiani produjo profunda impresión en Nietzsche. En una carta habla de Stendhal y de Galiani como de mis difuntos amigos». Véanse otras citas de Galiani en los aforismos 222 (pág. 167), 270 (pág. 240) y 289 (pág. 248).


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RITMO DEL GANGES Y LA TORTUGA Y EL CAMINAR DE LA RANA:
Las tres palabras sánscrítas utilizadas aquí por Nietzsche, y cuyo significado damos entre paréntesis en el texto, equivaldrían, respectivamente, si empleásemos los términos italianos musicales de que Nietzsche hace repetido uso, a presto, lento y staccoto.


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SUTILEZA EN LA INTERPRETACIÓN:
En una carta a su amigo Erwin Rohde, desde Niza, el 23 de febrero de 1886, felicitándole por su nombramiento de catedrático en la Universidad de Leipzig, Nietzsche expresa este mismo pensamiento, con el siguiente contexto: «Es difícil sentir como yo siento; hasta tal punto que siempre presupongo, incluso entre conocidos, ser mal entendido, y por ello me muestro cordialmente
reconocido por toda sutileza en la interpretación, incluso por la voluntad misma de sutileza.»


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LESSING:
G. E. Lessing (1729-1781), crítico, dramaturgo y pensador alemán, fue muy estimado por Nietzsche ya desde sus primeros tiempos. En El nacimiento de la tragedia, 15, le llama «el más
honesto de los hombres teóricos» y cita con aprobación su idea de que importa más la búsqueda de la verdad que la verdad misma. No se olvide que una de las primeras obras teatrales de Lessing (de 1749) se titulaba precisamente Der Freigeisf [El espiritu libre, El librepensador], y que esa misma palabra Freigeist fue para Nietzsche durante su primera época casi la definición del verdadero filósofo. Lessing atacó al teatro clásico frances e influyó en los comienzos del prerromanticismo alemán. De todos modos, la admiración de Nietzsche por Lessing no era incondicional, como
puede verse en Humano, demasiado humano, I, aforismo 221, titulado «La revolución en la poesia». Más adelante, aforismo 274, «El problema de los que aguardan» (véase pág. 242), Nietzsche cita la expresión de Lessing «Rafael sin manos».


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VER LAS COSAS DE ABAJO-ARRIBA:
Véase lo dicho antes por Nietzsche sobre la «perspectiva de rana», aforismo 2.
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LUGARES QUE HIEDEN:
Sobre este tema véase el apartado titulado «De la chusma», en la segunda parte de Así habló Zaratustra.


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EXTRAMORAL:
El concepto de «extramoral», en sus relaciones con «premoral» y *moral*, es importante en el pensamiento de Nietzsche. Uno de sus escritos breves más interesantes, que se remonta ya a
la época de 1873, se titula precisamente Sobre la verdad y mentira en sentido extramoral. Ulteriores precisiones sobre las mencionadas etapas en la historia de la humanidad se encuenuan más adelante, en los aforismos 55 y 201.


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SEDUCCIONES:
Véase, antes, nota 2.


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EXTRANJERÍA:
Como en tantas otras ocasiones, Nietzsche realiza aqui un indudable juego verbal e base de una aliteración: Ferne [lejanía] y Fremde [tierra extranjera].


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EL POCO VALOR DE LO COMÚN:
Nietzsche juega aquí con el doble sentido de la palabra gemein en alemán: común y vulgar. El «bien común» (Gemeingut), dice Nietzsche, es expresión que se contradice a sí misma, pues si es bien (y, por tanto, algo valioso), no puede ser común (es decir, vulgar y, por tanto, no valioso).


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SECCIÓN TERCERA: El ser religioso

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El alma humana y sus confines, el ámbito de las experiencias humanas internas alcanzado en general hasta ahora, las alturas, profundidades y lejanías de esas experiencias, la historia entera del alma hasta este momento y sus posibilidades no apuradas aún: ése es, para un psicólogo nato y amigo de la «gran caza», el terreno de caza predestinado. Mas con cuánta frecuencia tiene que decirse desesperado: «¡uno solo!, ¡ay, nada más que uno!, ¡y este gran bosque, esta selva virgen!» Y por ello desea tener unos centenares de monteros y de sabuesos finos y doctos que poder lanzar tras la historia del alma humana y cobrar en ella su pieza. En vano: una y otra vez hace la comprobación radical y amarga de que es difícil encontrar auxiliares y perros para todas las cosas que precisamente excitan su curiosidad. El inconveniente con que se tropieza al enviar doctos a terrenos de caza nuevos y peligrosos, en los cuales se precisan valor, inteligencia, sutileza en todos los sentidos, consiste en que aquéllos dejan de ser utilizables precisamente allí donde comienza la «gran caza», pero también el gran peligro: - cabalmente allí pierden ellos sus ojos y su hocico de sabuesos. Para adivinar y averiguar, por ejemplo, cuál es la historia que el problema de la ciencia y de la conciencia ha tenido hasta ahora en el alma de los homines religiosi [hombres religiosos] sería necesario tal vez ser uno mismo tan profundo, estar tan herido, ser tan inmenso como lo fue y estuvo la conciencia intelectual de Pascal: - y luego continuaría precisándose siempre de aquel cielo desplegado de espiritualidad luminosa, maliciosa, capaz de dominar, ordenar, reducir a fórmulas desde arriba ese hervidero de vivencias peligrosas y dolorosas. - ¡Pero quién me prestaría a mi ese servicio! ¡Y quién tendría tiempo de aguardar a tales servidores!- ¡Es evidente que brotan demasiado raramente, son muy improbables en todas las épocas! En última instancia, uno tiene que hacerlo todo por si mismo para saber algunas cosas: es decir, ¡uno tiene mucho que hacer!
- Pero una curiosidad de mi especie no deja de ser el más agradable de todos los vicios, - ¡perdón!, he querido decir: el amor a la verdad tiene su recompensa en el cielo y ya en la tierra. -

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La fe, tal como el primer cristianismo la exigió y no raras veces la alcanzó, en medio de un mundo de escépticos y librepensadores meridionales, el cual tenía detrás de sí y dentro de sí una lucha secular de escuelas filosóficas, a lo que hay que añadir la educación para la tolerancia que daba el Imperium Romanum [Imperio Romano], - esa fe no es aquella cándida y ceñuda fe de súbditos con la cual se apegaron a su Dios y a su cristianismo, por ejemplo, un Lutero o un Cromwell o cualquier otro nórdico bárbaro del espíritu; antes bien, era ya aquella fe de Pascal, que se parece de manera horrible a un continuo
suicidio de la razón, - de una razón tenaz, longeva, parecida a un gusano, que no se deja matar de una vez y con un solo golpe. La fe cristiana es, desde el principio, sacrificio: sacrificio de toda libertad, de todo orgullo, de toda autocerteza del espíritu; a la vez, sometimiento
y escarnio de sí mismo, mutilación de sí mismo. Hay crueldad y hay fenicismo religioso en esa fe, exigida a una conciencia reblandecida, compleja y muy mimada: su presupuesto es que la sumisión del espíritu produce un dolor indescriptible, que el pasado entero y los hábitos todos de semejante espíritu se oponen a ese absurdissimum [cosa totalmente absurda] que se le presenta como «fe». Los hombres modernos, con su embotamiento para toda la nomenclatura cristiana, no sienten ya la horrorosa superlatividad que había, para un gusto antiguo, en la paradoja de la fórmula «Dios en la cruz». Nunca ni en ningún lugar había existido hasta ese momento una audacia igual en dar la vuelta a las cosas, nunca ni en ningún lugar se había dado algo tan terrible, interrogativo y problemático como esa fórmula: ella prometía una transvaloración de todos los valores antiguos. -- El Oriente, el Oriente profundo, el esclavo oriental fueron los que de esa manera se vengaron de Roma y de su aristocrática y frívola tolerancia, del «catolicismo» romano de la fe: - y no fue nunca la fe, sino la libertad frente a la fe, aquella semiestoica y sonriente despreocupación frente a la seriedad de la fe la que sublevaba a los esclavos en sus señores, contra sus señores. La «ilustración» subleva: en efecto, el esclavo quiere lo incondicional, comprende sólo lo tiránico, también en la moral, ama igual que odia, sin nuance [matiz], a fondo, nasta el dolor, hasta la enfermedad, - su mucho y escondido sufrimiento se subleva contra el gusto aristocrático, que parece negar el sufrimiento. El escepticismo con respecto al sufrimiento, que en el fondo es tan sólo un rasgo afectado de la moral aristocrática, ha contribuido no poco al surgimiento de la última gran rebelión de esclavos, comenzada con la Revolución francesa.

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Dondequiera que ha aparecido hasta ahora en la tierra la neurosis religiosa, encontrámosla ligada a tres peligrosas prescripciones dietéticas: soledad, ayuno y abstinencia sexual, - pero sin que aquí se pueda decidir con seguridad cuál es la causa y cuál es el efecto, y si en absoluto hay aquí una relación de causa y efecto. Lo que autoriza esta última duda es el hecho de que cabalmente uno de los síntomas más regulares de esa neurosis, tanto en los pueblos salvajes como en los domesticados, es también la lascivia más súbita y desenfrenada, la cual se transforma luego, de modo igualmente súbito, en convulsiones de penitencia y en una negación del mundo y de la voluntad: ¿ambas cosas serían interpretables acaso como epilepsia enmascarada? Pero en ningún otro lugar deberíamos abstenernos tanto de las interpretaciones como aquí: no hay ningún tipo en torno al cual haya proliferado hasta ahora tal multitud de absurdos y supersticiones, ningún otro tipo parece haber interesado más, hasta este momento, a los hombres, incluso a los filósofos, - sería hora de mostrarse un poco frío precisamente aquí, de aprender cautela o, mejor aún, de apartar los ojos, de alejarse de aquí. - En el trasfondo de la última filosofía que ha aparecido, la schopenhaueriana, encuéntrase aún, constituyendo casi el problema en sí, ese espantoso signo de interrogación que son la crisis y el despertar religiosos. ¿Cómo es posible la negación de la voluntad?, ¿cómo es posible el santo? - ésta parece haber sido realmente la pregunta gracias a la cual Schopenhauer se hizo filósofo y por la que comenzó. Y de este modo fue una consecuencia genuinamente schopenhaueriana el hecho de que su partidario más convencido (acaso también el último, en lo que a Alemania se refiere -), es decir, Richard Wagner, finalizase justamente aquí la obra de toda su vida y acabase sacando a escena, en la figura de Kundry, ese tipo terrible y eterno, tipe véczu [tipo vivido], en carne y hueso; en la misma época en que los médicos alienistas de casi todos los países de Europa tenían ocasión de estudiarlo de cerca, en todos los lugares en que la neurosis religiosa - o, según lo llamo yo, «el ser religioso»- tuvo, en el «Ejército de Salvación», su última irrupción y desfile epidémicos. - Si se pregunta, sin embargo, qué es en realidad lo que en el fenómeno entero del santo ha resultado tan irresistiblemente interesante a los hombres de toda índole y de todo tiempo, también a los filósofos: eso es, sin ninguna duda, la apariencia de milagro que lleva consígo, es decir, la apariencia de una inmediata sucesión de antítesis, de estados anímicos de valoración moral antitética: se creía aferrar aquí con las manos el hecho de que de un «hombre malo» surgía de repente un «santo», un hombre bueno. La psicología habida hasta ahora ha naufragado en este punto: ¿y no habrá ocurrido esto principalmente porque ella se había colocado bajo el dominio de la moral, porque ella misma creía en las antítesis morales de los valores, y proyectaba tales antítesis sobre la visíón, sobre la lectura, sobre la interpretación del texto y del hecho? - ¡Cómo! ¿Sería el «milagro» tan sólo un error de interpretación? ¿Una falta de filología? -


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Parece que a las razas latinas su catolicismo les es más íntimo y propio que el cristianismo entero en general a nosotros los hombres del Norte: y que, en consecuencia, la incredulidad en los países católicos ha de significar algo totalmente distinto que en los protestantes --- a saber, una especie de sublevación contra el espintu de la raza, mientras que en nosotros es más bien un retorno al espíritu (o falta de espíritu -) de la raza. Nosotros los hombres del Norte provenimos indudablemente de razas bárbaras, también en lo que se refiere a nuestras dotes para la religión: nosotros estamos mas dotados para ésta. Es lícito hacer una excepción con los celtas, los cuales han proporcionado por ello también el mejor tetreno para la recepción de la infección cristiana en el Norte: - en Francia es donde el ideal cristiano ha llegado a su pleno florecimiento, en la medida en que el pálido sol del Norte lo ha permitido. ¡Cuán extrañamente piadosos continúan siendo para nuestro gusto incluso esos últimos escépticos franceses, en la medida en que hay en su ascendencia algo de sangre celta! ¡Qué olor tan católico, tan no-alemán tiene para nosotros la sociología de Auguste Comte, con su lógica romana de los instintos! ¡Qué olor jesuítico despide aquel amable e inteligente cicerone de Port-Royal, Sainte-Beuve, a pesar de toda su hostilidad contra los jesuitas! Y el mismo Ernest Renan: ¡cuán inaccesible nos resulta a nosotros los hombres del Norte el lenguaje de ese Renan, en el que, a cada instante, cualquier pízca de tension religiosa hace perder el equilibrio a su alma, alma voluptuosa en el sentido refinado y amante de la comodidad! Basta con repetir tras él estas bellas frases suyas, - ¡y cuánta malicia y petulancia se agitan en seguida, como respuesta, en nuestra alma, probablemente menos bella y más dura, es decir, más alemana! - disons donc hardiment que la religion est un produit de l'homme normal, que l'homme est le plus dans le vrai quand il est le plus religieux et le plus asstrré d'une destilzée infinie... C'est quand il est bon qu'il veut que la vertu corresponde à un ordve éternel, c'est quand il contemple les choses d'une manere désintéressée qu'il trouve la mort  révoltante et absurde. Comment ne pas supposer que c'est dans ces moments-là, que l' homme voit le mieuxr?... [digamos, pues, resueltamente que la religión es un producto del hombre normal, que el hombre está tanto más en lo verdadero cuanto más religioso es y cuanto más seguro está de un destino infinito.... Cuando es bueno, quiere que la virtud corresponda a un orden eterno; cuando contempla las cosas de una manera desinteresada, encuentra que la muerte es indignante y absurda. ¿Cómo no suponer que es en este momento cuando el hombre ve mejor?]  Estas frases son tan antipódicas de mis oídos y de mis hábitos que, cuando las encontré, mi primer movimiento de cólera escribió al mergen la niaiserie religieuse par excellence! [¡la bobería religiosa por excelencia! - ¡hasta que mi último movimiento de cólera terminó por hacérmelas gratas, a esas frases, con su verdad puesta cabeza abajo! ¡Resulta tan exquisito, tan distinguido, tener antípodas propios!


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Lo que nos deja asombrados en la religiosidad de los antiguos griegos es la indómita plenitud de agradecimiento que de ella brota: - ¡es una especie muy aristocrática de hombre la que adopta esa actitud ante la naturaleza y ante la vida! - Más tarde, cuando la plebe alcanza la preponderancia en Grecia, prolifera el temor también en la religión; y el cristisnismo se estaba preparando. -

50
La pasión por Dios: de ella hay especies rústicas, cándidas e importunas, así la de Lutero, - el protestantismo entero carece de la delicaterza [delicadeza meridional. En ella hay un oriental estar-fuera-de-sí, cual se presenta en un esclavo inmerecidamente agraciado o elevado, por ejemplo en Agustín, el cual carece, de una manera ofensiva, de toda aristocracia de gestos y de deseos. En ella hay una delicadeza y concupiscencia femeninas, que aspiran de manera púdica e ignorante a una unio mystica et physica [union mística y física], como ocurre en Madame de Guyon. En muchos casos, la citada pasión aparece, bastante curiosamente, como disfraz de la pubertad de una muchacha o de un joven; a veces incluso como histeria de una solterona, y también como la última ambición de ésta: - ya varias veces, en casos tales, la iglesia ha canonizado a la mujer.

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Hasta ahora los hombres más poderosos han venido inclinándose siempre con respeto ante el santo como ante el enigma del vencimiento de sí y de la renuncia deliberada y suprema: ¿por qué se inclinaban? Presentían en él - y, por así decirlo, detrás del signo de interrogación de su apariencia frágil y miserable - la fuerza superior que quería ponerse a prueba a sí misma en ese vencimiento, la fortaleza de la voluntad, en la que ellos reconocían y sabían venerar su propia fortaleza y su propio placer de señores: honraban algo de sí mismos cuando honraban al santo. A esto se añadía que el espectáculo de un santo los volvía suspicaces: tal monstruosidad de negación, de anti-naturaleza, no será deseada en vano, así se decían, interrogándose. ¿Acaso hay un motivo para hacer eso, un
peligro muy grande, que el asceta conoce más de cerca, gracias a sus secretos consoladores y visitantes? En suma, los poderosos del mundo aprendían un nuevo temor en presencia del santo, presentían un nuevo poder, un enemigo extraño, todavía no sojuzgado: - la «voluntad de poder» era la que los obligaba a detenerse delante del santo. Tenían que interrogarle - -

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En el «Antiguo Testamento» judío, que es el libro de la justicia divina, hombres, cosas y discursos poseen un estilo tan grandioso que las escrituras griegas e indias no tienen nada que poner a su lado. Con terror y respeto nos detenemos ante ese inmenso residuo de lo que el hombre fue en otro tiempo, y al hacerlo nos asaltarán tristes pensamientos sobre la vieja Asia y sobre Europa, su pequeña península avanzada, la cual significaría, frente a Asia, el «progreso del hombre». Ciertamente: quien no es, por su parte, más que un flaco y manso animal doméstico y no conoce más que necesidades de animal doméstico (como nuestros hombres cultos de hoy, incluidos los cristianos del cristianismo «culto» -), ése no ha de asombrarse ni menos aún afligirse bajo aquellas ruinas, el gusto por el Antiguo Testamento es una piedra de toque en lo referente a lo «grande» y lo «pequeño» -: tal vez ese hombre seguirá pensando que el Nuevo Testamento, el libro de la gracia, es más conforme a su corazón (hay en él mucho del genuino olor tierno y sofocante que exhalan los rezadores y las almas pequeñas). El haber encuadernado este Nuevo Testamento, que es una especie de rococó del gusto en todos los sentidos, junto con el Antiguo Testamento, formando un solo libro llamado la «Biblia», el «Libro en sí»: quizá sea ésa la máxima temeridad y el máximo «pecado contra el espíritu» que la Europa literaria tenga sobre su conciencia.

53
¿Por qué el ateísmo hoy? - «El padre» en Dios está refutado a fondo; también «el juez», «el renumerador». Asimismo, su «voluntad libre»: no oye, - y si oyese, no sabría, a pesar de todo, prestar ayuda. Lo peor es: parece incapaz de comunicarse con claridad: ¿es que es oscuro? - Esto es lo que yo he averiguado como causas de la decadencia del teísmo europeo, sacándolo de múltiples conversaciones, interrogando, escuchando; me parece que el instinto religioso está creciendo desde luego poderosamente, - pero que rechaza, con profunda desconfianza, justo la satisfación teista.

54
¿Qué es, pues, lo que la filosofia moderna entera hace en el fondo? Desde Descartes - y, ciertamente, más a pesar de él que a base de su precedente - todos los filósofos, bajo la apariencia de realizar una critica del concepto de sujeto y de predicado, cometen un atentado contra el viejo concepto de alma - es decir: un atentado contra el presupuesto fundamental de la doctrina cristiana. La filosofía moderna, por ser un escepticismo gnoseológico, es, de manera oculta o declarada, anticristiana: aunque en modo alguno sea antirreligiosa, quede dicho esto para oídos más sutiles. En otro tiempo, en efecto, se creía en «el alma» como se creía en la gramática y en el sujeto gramatical: se decía, «yo» es condición, «pienso» es predicado y condicionado - pensar es una actividad para la cual hay que pensar como causa un sujeto. Después, con una tenacidad y una astucia admirables, se hizo la tentativa de ver si no se podría salir de esa red, - de si acaso lo contrario era lo verdadero: «pienso», la condición, «yo», lo condicionado; «yo, pues, sólo una síntesis hecha por el pensar mismo. En el fondo Kant quiso demostrar que, partiendo del sujeto, no se puede demostrar el sujeto, - y tampoco el complemento: sin duda no le fue siempre extraña la posibilidad de una existencia aparente del sujeto, esto es, «del alma», pensamiento éste que, como filosofía del Vedanta, había existido ya una vez, y con inmenso poder, en la tierra.

55
Existe una larga escalera de la crueldad religiosa, que consta de numerosos peldaños; pero tres de éstos son los más importantes. En otro tiempo la gente sacrificaba a su dios seres humanos, acaso precisamente aquellos a quienes más amaba, - a esta categoría pertenecen.los sacrificios de los pnmogénitos, característicos de todas las religiones prehistóricas, y también el sacrificio del emperador Tiberio en la gruta de Mitra, de la isla de Capri, el más horrible de todos los anacronismos romanos. Después, en la época moral de la humanidad, la gente sacrificaba a su dios los instintos más fuertes que poseía, la «naturaleza» propia; esta alegría festiva brilla en la cruel mirada del asceta, del hombre entusiásticamente «antinatural». Finalmente, ¿qué quedaba todavia por sacrificar? ¿No tenía la gente que acabar sacrificando alguna vez todo lo consolador, lo santo, lo saludable, toda esperanza, toda creencia en una armonía oculta, en bienaventuranzas y justicias futuras?, ¿no tenía que sacrificar a Dios mismo y, por crueldad contra sí, adorar la piedra, la estupidez, la fuerza de la gratuidad, el destino, la nada? Sacrificar a Dios por la nada - este misterio paradójico de la crueldad suprema ha quedado reservado a la generación que precisamente ahora surge en el horizonte: todos nosotros conocemos ya algo de esto. -

56
Quien, como yo, se ha esforzado durante largo tiempo, con cierto afán enigmático, por pensar a fondo el pesimismo y por redimirlo de la estrechez y simpleza mitad cristianas mitad alemanas con que ha acabado presentándose a este siglo, a saber, en la figura de la filosofía schopenhaueriana; quien ha escrutado realmente, con un ojo asiático y superasiático, el interior y la hondura del modo de pensar más negador del mundo entre todos los modos posibles de pensar - haciendo esto desde más allá del bien y del mal, y ya no, como Buda y Schopenhauer, bajo la fascinación y la ilusión de la moral - quizá ése, justo por ello, sin que él lo quisiera propiamente, ha abierto sus ojos para ver el ideal opuesto: el ideal del hombre totalmente petulante, totalmente lleno de vida y totalrnente afirmador del mundo, hombre que no sólo ha aprendido a resígnarse y a soportar todo aquello que ha sido y es, sino que quiere volver a tenerlo tal como ha sido y como es, por toda la eternidad, gritando insaciablemente da capo [¡que se repita! ] no sólo a sí mismo, sino a la obra y al espectáculo entero, y no sólo a un espectáculo, sino, en el fondo, a aquel que tiene necesidad precisamente de ese espectáculo - y lo hace necesario: porque una y otra vez tiene necesidad de sí mismo - y lo hace necesario - - ¿Cómo? ¿Y esto no sería - circulus vitiosus deus [dios es un círculo vicioso)?

57
La lejanía y, por así decirlo, el espacio en torno al hombre crecen a medida que crece la fuerza de su mirada y penetración espirituales: su mundo se vuelve más profundo, hácensele visibles estrellas siempre nuevas, enigmas e imágenes siempre nuevos. Quizá todo aquello sobre lo que el ojo del espíritu ejercitó su perspicacia y su penetración no fuera más que precisamente un pretexto para ejercitarse, una cosa de juego, algo para niños y para cabezas infantiles. Acaso un día los conceptos más solemnes, por los cuales más se ha luchado y sufrido, los conceptos «dios» y «pecado», no nos parezcan más importantes que le parecen al hombre viejo un juego infantil y un dolor infantil, - y acaso «el hombre viejo» vuelva a tener entonces necesidad de otro juguete y de otro dolor, - ¡siempre todavía bastante niño, niño eterno!

58
¿Se ha observado bien hasta qué punto resulta necesaria, para una vida auténticamente religiosa (y tanto para nuestro predilecto trabajo microscópico de análisis de nosotros mismos como para aquella delicada dejadez que se llama «oración» y que es una preparación constante para la «venida de Dios»), la ociosidad o semiociosidad exterior, quiero decir la ociosídad con buena conciencia, desde antiguo, de sangre, a la cual no le es totalmente extraño el sentimiento aristocrático de que el trabajo deshonra, - es decir, que nos vuelve vulgares de alma y de cuerpo!¿Y que, en consecuencia, la laboriosidad moderna, ruidosa, avara de su tiempo, orgullosa de sí, estúpidamente orgullosa, es algo que educa y prepara, más que todo lo demás, precisamente para la «incredulidad»?  Entre aquellos que, por ejemplo ahora en Alemania, viven apartados de la religión encuentro hombres cuyo «librepensamiento» es de especie y ascendencia muy diversas, pero sobre todo una mayoría de hombres a quienes la laboriosidad les ha ido extinguiendo, generarión tras generación, sus instintos religiosos: de modo que ya no saben para qué sirven las religiones, y, por así decirlo, registran su presencia en el mundo con una especie de obtuso asombro. Esas buenas gentes se sienten ya muy ocupadas, bien por sus negocios, bien por sus diversiones, para no hablar de la «patria» y de los periódicos y de los «deberes de familia»: parece que no les queda tiempo alguno para la religión, tanto más cuanto que para ellos continúa estando oscura la cuestión de si aqui se trata de un nuevo negocio o de una nueva diversión, -- pues es imposible, se dicen, que la gente vaya a la iglesia meramente para echarse a perder el buen humor. No son enemigos de los usos religiosos; si en ciertos casos alguien, por ejemplo el Estado, les exige su participación en tales usos, hacen lo que se les exige del mismo modo que hacen tantas otras cosas, - con una paciencia y modesta seriedad y sin mucha curiosidad ni malestar: - justo ellos viven demasiado al margen y demasiado fuera de eso como para pensar que precisen tener siquiera un pro y un contra en tales cosas. De estos indiferentes forma parte hoy la gran mayoría de los protestantes alemanes de las clases medias, sobre todo en los grandes y laboriosos centros del comercio y del tráfico; asimismo la gran mayoria de los doctos laboriosos y todo el personal de las universidades (exduidos los teólogos, cuya existencia y posibilidad en aquéllas ofrece al psicólogo, para que los descifre, enigmas cada vez más numerosos y cada vez más sutiles). Raras veces de los hombres piadosos o simplemente de iglesia se hacen una idea de cuánta buena voluntad, también podria decirse voluntad arbitraria, se requiere ahora para que un docto alemán tome en serio el problema de la religión; su oficio entero (y, como hemos dicho, su laboriosidad profesional, a la que le obliga su conciencia moderna) inclina a éste hacia una jovialidad superior, casi bondadosa, con respecto a la religión, jovialidad a la cual se mezcla a veces un ligero menosprecio dirigido contra la «suciedad» de espíritu que él presupone en todos aquellos lugares donde la gente continúa adscribiéndose a la Iglesia. Sólo con ayuda de la historia (es decir, no a base de su experiencia personal) logra el docto alcanzar, en lo que se refiere a las religiones, una seriedad respetuosa y una cierta deferencia tímida; pero aunque haya elevado su sentimiento incluso hasta llegar a sentir gratitud frente a ella, con su persona, sin embargo, no se ha aproximado un solo paso a aquello que continúa subsistiendo como
Iglesia o como piedad: tal vez lo contrario. La indiferencia práctica frente a las cosas religiosas dentro de las cuales nació y fue educado suele sublimarse en él, convirtiéndose en una circunspección y limpieza que rehúyen el contacto con personas y cosas religiosas  y puede ser cabalmente la hondura de su tolerancia y humanidad la que le ordene evitar aquel sutil apuro que el tolerar trae consigo. - Cada época tiene su propia especie divina de ingenuidad, cuya invención otras épocas le envidiarán: - y cuánta ingenuidad, cuánta respetable, infantil, ilimitadamente torpe ingenuidad hay en esta creencia que el docto tiene de su superioridad, en la buena conciencia de su tolerancia, en la candorosa y simplista seguridad con que su instinto trata al hombre religioso como un tipo inferior y menos valioso, más allá del cual, lejos del cual, por encima del cual él ha crecido, - ¡él, el pequeño y presuntuoso enano y hombre de la plebe, el diligente y ágil obrero intelectual y manual de las «ideas», de las «ideas modernas»!

59
Quien ha. mirado hondo dentro del mundo adivina sin duda cuál es la sabiduría que existe en el hecho de que los hombres sean superficiales. Su instinto de conservación es el que los ensena a ser volubles, ligeros y falsos. Acá y allá encontramos una adoración apasionada y excesiva de las «formas puras», tanto entre filósofos como entre artistas: que nadie dude de que quien de ese modo necesita el culto de la superficie ha hecho alguna vez un intento desdichado por debajo de ella. Acaso continúe habiendo un orden jerárquico incluso entre esos niños chamuscados que son los artistas natos, los cuales no encuentran ya el goce de la vida más que en el propósito de falsear la imagen de ésta (por así decirlo, en una duradera venganza contra la vida -): el grado en que la vida se les ha hecho odiosa podría averiguarse por el grado en que desean ver falseada, diluida, allendizada, divinizada la imagen de aquélla, - a los homines religiosi [hombres religiosos] se los podría contar entre los artistas, como su categoría suprema. El miedo profundo y suspicaz a un pesimismo incurable es el que constriñe a milenios enteros a aferrarse con los dientes a una interpretación religiosa de la existencia: el miedo propio de aquel instinto que presiente que cabria apoderarse de la verdad demasiado prematuramente, antes de que el hombre hubiera llegado a ser bastante fuerte, bastante duro, bastante artista... Consideradas desde esa perspectiva, la piedad, la «vida por Dios» aparecerían entonces como el engendro más sutil y extremado del miedo a la verdad, como adoración y embriaguez de artista ante la más consecuente de todas las falsificaciones, como voluntad de volver del revés la verdad, de no-verdad a cualquier precio. Quizá no haya habido hasta ahora ningún medio más enérgico para embellecer al hombre mismo que precisamente la piedad: mediante ella puede el hombre llegar hasta tal punto a convertirse en arte, superficie, juego de colores, bondad, que su aspecto ya no haga sufrir. -

60
Amar al hombre por amor a Dios - ése ha sido hasta ahora el sentimiento más aristocrático y remoto a que han llegado los hombres.Que amar al hombre sin ninguna oculta intención santificadora es una estupidez y una brutalidad más, que la indignación a ese amor al hombre ha de recibir su medida, su finura, su grano de sal y su partícula de ámbar de una inclinación superior:-- quienquiera que haya sido el hombre que por primera vez tuvo ese sentimiento y esa «vivencia», y aunque acaso su lengua balbucease al intentar expresar semejante delicadeza, ¡continúe siendo para nosotros por todos los tiempos santo y digno de veneración, pues es el hombre que más alto ha volado hasta ahora y que se ha extraviado del modo más hermoso!

61
El filósofo, entendido en el sentido en que lo entendemos nosotros, nosotros los espíritus libres -, como el hombre que tiene la responsabilídad más amplia de todas, que considera asunto de su conciencia el desarrollo integral del hombre: ese filósofo se servirá de las religiones para su obra de selección y educación, de igual modo que se servirá de las situaciones políticas y económicas existentes en cada caso. El influjo selectivo, seleccionador, es decir, tanto destructor como creador y plasmador que se puede ejercer con ayuda de las religiones es un influjo múltiple y diverso según sea la especie de hombres que queden puestos bajo el anatema y la protección de aquéllas Para los fuertes, los independientes, los preparados y predestinados al mando, en los cuales se encarnan la razón y el arte de una raza dominadora, la religión es un medio más para vencer resistencias, para poder dominar: un lazo que vincula en común a señores y súbditos y que denuncia y pone en manos de los primeros las conciencias de los últimos, lo más oculto e íntimo de ellos, que con gusto se sustraería a la obediencía; y en el caso de que algunas naturalezas de esa procedencia aristocrática se inclinen, en razón de una espiritualidad elevada, hacia una vida más aristocrática y contemplativa y se reserven para sí únicamente la especie más refinada de dominio (la ejercida sobre discípulos escogidos o hermanos de Orden), entonces la religión puede ser utilizada incluso como medio de procurarse calma frente al ruido y las dificultades que el modo más grosero de gobernar entraña  asi como limpieza frente a la necesaria suciedad de todo hacer-política. Así lo entendieron, por ejemplo, los bramanes: con ayuda de una organización religiosa se atribuyeron a sí mismos el poder de designarle al pueblo sus reyes, mientras que ellos mismos se mantenían y se sentían aparte y fuera, como hombres destinados a tareas superiores y más elevadas que las del rey. Entre tanto, la religión proporciona también a una parte de los dominados una guía y una ocasión de prepararse a dominar y a mandar alguna vez ellos, se las proporciona, en efecto, a aquellas clases y estamentos que van ascendiendo lentamente, en los cuales se hallan en continuo aumento, merced a costumbres matrimoniales afortunadas, la fuerza y el placer de la voluntad, la voluntad de autodominio:- a ellos ofréceles la religión suficientes impulsos u orientaciones de recorrer los caminos que llevan hacia la espiritualidad más elevada, a saborear los sentimientos de la gran autosuperación, del silencio y de la soledad: - ascetismo y puritanismo son medios casi ineludibles de educación y ennoblecimiento cuando una raza quiere triunfar de su procedencia plebeya y trabaja por elevarse  hacia el futuro dominio. A los hombres ordinarios, en fin, a los más, que existen para servir y para el  provecho general, y a los cuales sólo en ese sentido les es licito existir, proporciónales la religion el don ineslimable de sentirse contentos con su situación y su modo deser, una múltiple paz del corazón, un ennoblecimiento de la obediencia, una felicidad y un sufrimiento más, compartidos con sus iguales, y algo de transfiguración y de embellecimiento, algo de justificaclon de la vida cotidiana entera, de toda la bajeza, de toda la pobreza semianimal de su alma. La religión y el significado religioso de la vida lanzan un rayo de sol sobre tales hombres siempre atormentados y les hacen soportable incluso su propio aspecto, actúan como suele actuar una filosofía epicúrea sobre personas sufrientes de rango superior, produciendo un influjo reconfortante, refinador, que, por así decirlo, saca provecho del sufrimiento y acaba incluso por santificarlo y justificarlo. Quizá no exista, ni en el cristianismo ni en el budismo, cosa más digna de respeto que su arte de enseñar aún a los más bajos a integrarse, por piedad, en un aparente orden superior de las cosas y, con ello, a seguir estando contentos con el orden real, dentro del cual ellos llevan una vida bastante dura - ¡y precisamente esa dureza resulta necesaria!

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Por último, ciertamente, para mostrar también la contrapartida mala de tales religiones y sacar a luz su inquietante peligrosidad: - es caro y terrible el precio que se paga siempre que las religiones no están en manos del filósofo, como medios de selección y de educación, sino que son ellas las que gobiernan por sí mismas y de manera soberana, siempre que ellas mismas quieren ser fines últimos y no medios junto a otros medios. Hay en el ser humano, como en toda otra especie animal, un excedente de tarados, enfermos, degenerados, decrépitos, dolientes por necesidad; los casos logrados son siempre, también en el ser humano, la excepción, y dado que el hombre es el animal aún no fijado, son incluso una excepción escasa. Pero hay algo peor todavía: cuanto más elevado es el tipo de un hombre que representa a aquél, tanto más aumenta la improbabilidad de que se logre:
lo azaroso, la ley del absurdo en la economía global de la humanidad muéstrase de la manera más terrible en el efecto destructor que ejerce sobre los hombres superiores, cuyas condiciones de vida son delicadas, complejas y difícilmente calculables. Ahora bien, ¿cómo se comportan esas dos religiones mencionadas, las más grandes de todas, frente a ese excedente de los casos malogrados? Intentan conservar, mantener con vida cualquier cosa que se pueda mantener, más aún, por principio toman partido a favor de los malogrados, como religiones para dolientes que son, ellas otorgan la razón a todos aquellos que sufren de la vida como de una enfermedad y quisieran lograr que todo otro modo de sentir la vida fuera considerado falso y se volviera imposible. Aunque se tenga una alta estima de esa indulgente y sustentadora solicitud, en la medida en que se aplica y se ha aplicado, junto a todos los demás, también el tipo más elevado de hombre, el cual hasta ahora ha sido casi siempre también el más doliente: en el balance total, sin embargo, las religiones habidas hasta ahora, es decir, las religiones soberanas cuéntanse entre las causas principales que han mantenido al tipo «hombre» en un nivel bastante bajo, - han conservado demasiado de aquello que debia pereer. Hay que agradecerles algo inestimable: ¡y quién será tan rico de gratitud que no se vuelva pobre frente a todo lo que los «hombres de Iglesia» del cristianismo, por ejemplo, han hecho hasta ahora por Europa! Sin embargo, cuando proporcionaban consuelo a los dolientes, ánimo a los oprimidos y desesperados, sostén y apoyo a los faltos de independencia, y cuando atraían hacia los
monasterios y penitenciarías anímicas, alejándolos asi de la sociedad, a los interiormente destrujdos y a los que se volvían salvajes: ¿qué tenían que hacer, además, para trabajar con una conciencia tan radicalmente tranquila en la conservación de todo lo enfermo y doliente, es decir, trabajar real y verdaderamente en el empeoramiento de la raza europea? Poner cabeza abajo todas las valoraciones -- ¡eso es lo que tenían que hacer! Y quebrantar a los fuertes, debilitar las grandes esperanzas, hacer sospechosa la felicidad inherente a la belleza, pervertir todo lo soberano, varonil, conquistador, ávido de poder, todos los instintos que son propios del tipo supremo y mejor logrado de «hombre», transformando esas cosas en inseguridad, tormento de conciencia, autodestrucción, más aún, dar la vuelta a todo el amor a lo terreno y al domino de la tierra, convirtiéndolo en odio contra la tierra y lo terreno - tal fue la tarea que la Iglesia se impuso, y que tuvo que imponerse, hasta que, a su parecer, «desmundanización», «desensualización» y «hombre superior» acabaron fundiéndose en un único sentimiento.Suponiendo que alguien pudiera abarcar con el ojo irónico e independiente de un dios epicúreo la comedia prodigiosamente dolorosa y tan grosera como sutil del cristianismo europeo, yo creo que no acabaría nunca de asombrarse y de reírse: ¿no parece, en efecto, que durante dieciocho siglos ha dominado sobre Europa una sola voluntad, la de convertir al hombre en un aborto sublime? Mas quien a esa degeneración y a esa atrofia casi voluntarias del hombre que es el europeo cristiano (Pascal, por ejemplo) se acercase con necesidades opuestas, es decir, no ya de manera epicúrea, sino con un  martillo divino en la mano,  ¿Se tendría ciertamente que gritar con rabia, con compasión, con espanto: «¡Oh vosotros majaderos, vosotros majaderos presuntuosos y compasivos, qué habéis hecho! ¡No era ése un trabajo para vuestras manes¡ ¡Cómo me habéis deteriorado y mancillado mi piedra más hermosa! ¡Qué cosas os habéis permitido vosotros!» - Yo he querido decir: el cristianismo ha sido hasta ahora la especie más funesta de auto-presunción. Hombres no lo bastante elevados ni duros como para que les fuera lícito dar, en su calidad de artistas, una forma al hombre; hombres no lo bastante fuertes ni dotados de mirada lo bastante larga como para dejar dominar, con un sublime sojuzgamiento de sí, esa ley previa de los miles de fracasos y ruinas; hombres no lo bastante aristocráticos como para ver la jerarquía abismalmente distinta y la diferencia de rango existentes entre hombre y hombre: - tales son los hombres que han dominado hasta ahora, con su «igualdad ante Dios», el destino de Europa, hasta que acabó formándose una especie empequeñecida, casi ridícula, un animal de rebaño, un ser dócil, enfermizo y mediocre, el europeo de hoy...


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Presentación
















SUICIDIO DE LA RAZÓN:
En numerosos pasajes expresa Nietzsche su pensamiento sobre las repercusiones del cristianismo en Pascal. Más adelante, aforismo 229, habla del «sacrifizio dell'intelletto de Pascal». Véase también La genealogía de la moral, III, 17, así como Ecce homo, donde lo describe como «la más instructiva víctima del cristianismo, asesinado con lentitud, primero corporalmente, después psicológicamente...»


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FENICISMO:
La palabra «fenicismo», acuñada aquí por Nietzsche, queda aclarada con lo que dice posteriormente, aforismo 229, al referirse a la «automutilación de fenicios y ascetas». Equivale, pues, a automutilación o autocastración, y se basa en alguno de los viejos cultos fenicios (por ejemplo, el de Atis, al que Cibeles obligó a emascularse).


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CATOLICISMO ROMANO DE LA FÉ:
Es obvio que Nietzsche emplea aquí la palabra «catolicismo» en su sentido etimológico de universalidad».


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SOLEDAD, AYUNO Y ABSTINENCIA SEXUAL:
Nietzsche vuelve a referirse con detalle a estas tres «prescripciones dietéticas en La genealogía de la moral, I, 6.


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KUNDRY:
Kundry es el nombre de una de las figuras capitales de la ópera Parsifal, de Wagner; representa el alma prisionera en la sensualidad instintiva, que intenta seducir a Parsifal sin conseguirlo y que al final es redimida por la pureza del heroe.


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EL RUSTICO LUTERO:
También en La genealogía de la moral, III, 22, vuelve Nietzsche a calificar a Lutero de rústico y campesino en sus relaciones con Dios.


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MADAME DE GUYON:
Jeaune Marie Bouvier de la Mothe-Guyon (1648-1717), mistica francesa y principal representante del quietismo en su país, mantuvo estrechas relaciones espirituales con Fénelon, quien la defendió frente a Bossuet. En La genealogía de la moral, III, 17, vuelve a aludir Nietzsche, rechazándolos, a los evoluptuosos desbordamientos y éxtasis de la sensualidad», concomitantes con fuertes fenómenos místicos o seudomísticos.


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El NUEVO TESTAMENTO PECADO CONTRA EL ESPÍRITU:
Su preferencia por el Antiguo Testamento y su repugnancia por el Nuevo la expresa Nietzsche también en varios lugares, pero con especial fuerza en La genealogía de la moral, III, 22.


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EL PADRE DIOS REFUTADO Y OSCURO:
Véase Así habló Zaratustra, «Jubilado», conversación de Zaratustra con el viejo papa: «El (el viejo Dios) era también oscuro. ¡Cómo se irritaba con nosotros, resoplando cólera, porque le entendíamos mal! Mas ¿por qué no hablaba con mayor nitidez?»


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ANACRONISMOS ROMANOS:
La figura del emperador Tiberio ejerció siempre una fuerte fascinauón sobre Nietzsche. Véase Aurora, aforismo 460, y sobre todo La gaya ciencia, aforismo 36, donde habla de su muerte,
comparándola con las de Augusto y Nerón. La gruta de Mitra», visítada por Nietzsche durante su estancia en Sorrento (1876-1877), se llama propiamente Mitromania o Matromania. En el Nachbericht zur vierten Abteilung (pág. 462), de la edición única de las obras de Nietzsche por G. Colli y M. Montinari, usan éstos un fragmento de la obra Figuren, Geschichte, Leben und Scenerei aus Italien [Figuras, historia, vida y escenarios de Italia] (Leipzig, 1856), de F. Gregorovius, sin duda conocida por Nietzsche, donde se aclara el nombre de la gruta y su relación con Tiberio: Todo habla en favor de que nos encontramos aqui ante una celda de un templo. El nombre Matromania que la gruta lleva y que el pueblo ha cambiado, con inconsciente ironia, en Matrimonio, como si Tiberio hubiera celebrado sus nupcias en esta cueva, deriva de 'Magnae Matris Antrum' o de 'Magnum Mithrae Antrum'. Se dice que el templo estuvo dedícado a Mitra, no tanto porque al dios-sol persa se le venerase en cuevas, cuanto porque se ha encontrado en esta gruta uno de esos relieves que representan el sacrificio de Mitra... Tales relieves presentan a Mitra con traje persa, arrodillado ante el toro, en cuyo cuello hunde el cuchillo del sacrificio, mientras que la serpiente, el escorpión y el perro le causan hetidas...En un cuaderno de notas de Nietzsche de la primavera-verano de 1878, donde acumula, bajo el nombre de Memorabilia, numerosas referencias a episodios de su vida, aparecen estas dos anotaciones relacionadas con el tema aqui tratado:
1 Mitra-esperanza: ¡demencia de Mira!
2) Tiberio: demencia del poder-obrar. Contrapartida: demencia del poder-saber.


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DA CAPO:
Nietzsche repite aqui un pensamiento expresado ya de igual forma en Así habló Zarathustra.


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MARTILLO DIVINO:
La imagen del martillo había aparecido ya en Asi habló Zaratustra y no se olvide que el subtítulo de Crepúsculo de los ídolos es «O cómo se filosofa con el martillo.


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IGUALDAD ANTE DIOS:
Contra la igualdad de los hombres y contra los predicadores de esa igualdad había dirigido Nietzsche el capítulo titulado «De las tarántulas», en la segunda parte de Asi habló Zaratustra. En El Anticricto, aforismo 62, dirá más tarde: «La igualdad de los hombres ante Dios es dinamita cristiana


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Sección cuarta:Sentencias e interludios

63
Quien es radicalmente maestro no toma ninguna cosa en serio más que en relación a sus discípulos, - ni siquiera a sí mismo.

64
«El conocimiento por el conocimiento» - ésa es la última trampa que la moral tiende: de ese modo volvemos a enredarnos completamente en ella.

65a
El atractivo del conocimiento sería muy pequeño si en el camino que conduce a él no hubiera que superar tanto pudor.

65b
Con nuestro propio Dios es con quien más deshonestos somos: ¡a él no le es lícito pecar!

66
La inclinación a rebajarse, a dejarse robar, mentir y expoliar podría ser el pudor de un dios entre los hom-
bres.

67
El amor a uno solo es una barbarie, pues se practica a costa de todos los demás. También el amor a Dios.

68
«Yo he hecho eso», dice mi memoria. Yo no puedo haber hecho eso - dice mi orgullo y permanece inflexible. Al final ·- la memoria cede.

69
Se ha contemplado mal la vida cuando no se ha visto también la mano que de manera indulgente - mata.

70
Si se tiene carácter, se tiene también una vivencia típica y propia, que retorna siempre.

71
El sabio como astrónomo. - Mientras continúes sintiendo las estrellas como un por-encima-de-ti» sigue faltándote la mirada del hombre de conocimiento.

72
No es la intensidad, sino la duración del sentimiento elevado la que constituye a los hombres elevados.

73
Quien alcanza su ideal, justo por ello va más allá del mismo.

73 a
Más de un pavo real oculta su cola a los ojos de todos - y a esto lo llama su orgullo.

74
Un hombte de genio resulta insoportable si no posee, además, otras dos cosas cuando menos: gratitud y limpieza.

75
Grado y especie de la sexualidad de un ser humano ascienden hasta la última
cumbre de su espíritu.

76
En situaciones de paz el hombre belicoso se abalanza sobre sí mismo.

77
Con nuestros principios queremos tiranizar o justificar u honrar o injuriar u ocultar nuestros hábitos: - dos hombres con principios idénticos probablemente quieren, por esto, algo radicalmente distinto.

78
Quien a sí mismo se desprecia continúa apreciándose, sin embargo, a sí mismo como despreciador.

79
Un alma que se sabe amada, pero que por su parte no ama, delata lo que está en su fondo: - lo más bajo de ella sube a la superficie.

80
Una cosa que queda explicada deja de interesarnos.- ¿Qué quería decir aquel dios que aconsejaba: «¡Conócete a ti mismo!»? ¿Acaso esto significaba: «Deja de interesarte a ti mismo! ¡Vuélvete objetivo! »~ -¿Y Sócrates! - ¿Y el «hombre científico»? -

81
Es terrible morir de sed en el mar. ~Tenéis vosotros que echar en seguida tanta sal a vuestra verdad que luego ni siquiera - apague ya la sed.

82
¡«Compasión con todos» - sentía dureza y tiranía contigo, señor vecino! -

83
El instinto. - Cuando la casa arde, olvidamos incluso el almuerzo. - Sí: pero luego lo recuperamos sobre la ceniza.

84
La mujer aprende a odiar en la medida en que desaprende - a hechizar.

85
Afectos idénticos tienen, sin embargo, un tempo [ritmo] distinto en el hombre y en la mujer: por ello hombre y mujer no cesan de malentenderse.

86
Las mujeres mismas continúan teniendo siempre, en el trasfondo de toda su vanidad personal, un desprecio impersonal - por «la mujer».  -

87
Corazón sujeto, espíritu libre. - Cuando sujetamos con dureza nuestro corazón y lo encarcelamos, podemos dar muchas libertades a nuestro espíritu: ya lo he dicho una vez. Pero no se me cree, suponiendo que no se lo sepa ya...

88
De las personas muy inteligentes comenzamos a desconfiar cuando se quedan perplejas.

89
Las vivencias horrorosas nos hacen pensar si quien las tiene no es, él, algo horroroso.

90
Precisamente con aquello que a otros los pone graves, con el odio y el amor, los hombres graves, melancólicos, vuélvense mas ligeros y se elevan temporalmente hasta su superficie.

91
¡Es tan frío, tan gélido, que al tocarlo nos quemamos los dedos! ¡Toda mano que lo agarra se espanta! - Y justo por ello más de uno lo tiene por ardiente.

92
¡Quién, por salvar su buena reputación, no se ha sacrificado ya alguna vez a sí mismo! -

93
En la afabilidad no hay nada de odio a los hombres, pero justo por ello hay demasiado desprecio por los hombres.

94
Madurez del varón: significa haber reencontrado la seriedad que de niño se tenía al jugar.

95
Avergonzarnos de nuestra inmoralidad: un peldaño en la escalera a cuyo final nos avergonzamos también de nuestra moralidad.

96
Debemos separarnos de la vida como Ulises se separó de Náusica, - bendiciéndola más bien que enamorado.

97
¿Cómo? ¿Un gran hombre? Yo veo siempre tan sólo al comediante de su propio ideal.

98
Si a nuestra conciencia la amaestramos, nos besa al mismo tiempo que nos muerde.

99
Habla el desilusionado. - «Esperaba oír un eco, y no oí más que alabanzas -»

100
Ante nosotros mismos todos fingimos ser más simples de lo que somos: así descansamos de nuestros semejantes.

101
Hoy un hombre de conocimiento fácilmente se sentiría a sí mismo como animalización  de Dios.

102
En realidad, el descubrir que alguien corresponde a nuestro amor debería desilusionar al amante acerca del ser amado. «¿Cómo?, ¿es él lo bastante modesto para amarte incluso a ti? ¿es lo bastante estúpido? O - O-»

103
El peligro en la felicidad. - «Ahora todo me sale bien, desde ahora amo todo destino: - ¿quien se complace en ser mi destino?»

104
No su amor a los hombres, sino la impotencia de su amor a los hombres es lo que a los cristianos de hoy les impide - quemarnos a nosotros.

105
Para el espíritu libre, para el «devoto del conocimiento» - la pia fraus [mentira piadosa] repugna a su gusto (a su «devoción») más aún que la impia fraus [mentira impía]. De aquí procede su profunda incomprensión frente a la Iglesia, a la que considera, pues él pertenece al tipo «espíritu libre», - como su no-libertad.

106
Merced a la música las pasiones gozan de sí mismas.

107
Una vez tomada la decisión, cerrar los oídos incluso al mejor de los argumentos en contra: señal de carácter enérgico. También, voluntad ocasional de estupidez.

108
No existen fenómenos morales, sino sólo una interpretación moral de fenómenos...

109
Con bastante frecuencia el criminal no está a la altura de su acto: lo empequeñece y calumnia.

110
Los abogados de un criminal raras veces son lo bastante artistas como para volver en favor del reo lo que de hermosamente horrible hay en su acto.

111
Cuando más dificil resulta ofender a nuestra vanidad es cuando nuestro orgullo acaba de ser ofendido.

112
A quien se siente predestinado a la contemplación y no a la fe, todos los creyentes le resultan demasiado ruidosos e importunos: se defiende de ellos.

113
«¿Quieres predisponer a alguien en favor tuyo? Fíngete desconcertado ante él -»

114
La inmensa expectación respecto al amor sexual y el pudor inherente a esa expectación échanles a perder de antemano a las mujeres todas las perspectivas.

115
Cuando en el juego no intervienen el amor o el odio, la mujer juega de manera mediocre.

116
Las grandes épocas de nuestra vida son aquellas en que nos armamos de valor y rebautizamos el mal que hay en nosotros llamándolo nuestro mejor bien.

117
La voluntad de superar un afecto no es, a fin de cuentas, más que la voluntad de tener uno o varios afectos distintos.

118
Existe una inocencia de la admiración: la tiene aquel a quien todavía no se le ha ocurrido que también él podría ser admirado alguna vez.

119
La náusea frente a la suciedad puede ser tan grande que nos impida limpiarnos, - «justificarnos».

120
A menudo la sensualidad apresura el crecimiento del amor, de modo que la raíz queda débil y es fácíl de arrancar.

121
Constituye una fineza el que Dios aprendiese griego cuando quiso hacerse escritor - y el que no lo aprendiese mejor.

122
Alegrarse de una alabanza es, en más de uno, sólo una cortesía del corazón - y cabalmente lo contrario de una vanidad del espíritu.

123
Tambien el concubinato ha sido corrompido: - por el matrimonio.

124
Quien, hallándose en la hoguera, continúa regocijándose, no triunfa sobre el dolor, sino sobre el hecho de no sentir dolor allí donde lo aguardaba. He aquí un símbolo.

125
Cuando tenemos que cambiar de opinión sobre alguien le hacemos pagar caro la incomodidad que con ello nos produce.

126
Un pueblo es el rodeo que da la naturaleza para llegar a seis, a siete grandes hombres. - Sí: y para eludirlos luego.

127
Para todas las mujeres auténticas la ciencia va contra el pudor. Les parece como si de ese modo se quisiera mirarlas bajo la piel, - ¡peor aún!, bajo sus vestidos y adornos.

128
Cuanto más abstracta sea la verdad que quieres enseñar, tanto más tienes que atraer hacia ella incluso a los sentidos.

129
El demonio posee perspectivas amplisimas sobre Dios, por ello se mantiene tan lejos de él: - el demonio, es decir, el más antiguo amigo del conocimiento.

130
Lo que alguien es comienza a delatarse cuando su talento declina, - cuando deja de mostrar lo que él es capaz de hacer. El talento es también un adorno; y un adorno es también un escondrijo.

131
Cada uno de los sexos se engaña acerca del otro: esto hace que, en el fondo, se honren y se amen sólo a si mismos (o a su propio ideal, para expresarlo de manera más grata -). Así, el varón quiere pacífica a la mujer, - pero cabalmente la mujer es, por esencia, por esencia, no-pacífica, lo mismo que el gato, aunque se haya ejercitado muy bien en ofrecer una apariencia de paz.

132
Por lo que más se nos castiga es por nuestras virtudes.

133
Quien no sabe encontrar el camino que conduce a su ideal lleva una vida más frívola y descarada que el hombre sin ideal.

134
De los sentidos es de donde procede toda credibilidad, toda buena conciencia, toda evidencia de la verdad.

135
El fariseísmo no es una degeneración que aparezca en el hombre bueno: una buena parte de aquél es, antes bien, la condición de todo ser-bueno.

136
Uno busca a alguien que le ayude a dar a luz sus pensamientos, otro, a alguien a quien poder ayudar: así es como surge una buena conversación.

137
En el trato con personas doctas y con artistas nos equivocamos fácilmente en dirección opuesta: detrás de un docto notable encontramos no pocas veces un hombre mediocre, y detrás de un artista mediocre encontramos incluso a menudo - un hombre muy notable.

138
También en la vigilia actuamos igual que cuando soñamos: primero inventamos y fingimos al hombre con quien tratamos - y en seguida lo olvidamos.

139
En la venganza y en el amor la mujer es más bárbara que el varón.

140
Consejo en forma de enigma. - «Para que el lazo no se rompa - es necesario que primero lo muerdas.»

141
El bajo vientre es el motivo de que al hombre no le resulte fácil tenerse por un dios.

142
La frase más púdica que yo he oído: Dans le véritable amour c'est l'âme, qui enveloppe le corps [En el amor verdadero el alma envuelve al cuerpo].

143
Aquello que nosotros mejor hacemos, a nuestra vanidad le gustaría que la gente lo considerase precisamente como lo que más difícil de hacer nos resulta. Para explicar el origen de más de una moral.

144
Cuando una mujer tiene inclinaciones doctas hay de ordinario en su sexualidad algo que no marcha bien. La esterilidad predispone ya para una cierta masculinidad del gusto; el varón es, en efecto, dicho sea con permiso, «el animal estéril».

145
Comparando en conjunto el varón y la mujer, es lícito decir: la mujer no poseería el genio del adorno si no tuviera el instinto del papel secundario.

146
Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti.

147
Sacado de viejas novelas florentinas, y además - de la vida: buona femmina e mala femmina vuol bastone [tanto la mujer buena como la mala precisan el palo] Sacchetti, Nov. 86 67

148
Inducir al prójimo a que se forme una buena opinión de nosotros y, a continuación, creer crédulamente en esa opinnión: ¿quién iguala a las mujeres en esa obra de arte? -

149
Lo que una época siente como malvado es de ordinario una reacuñacíón intempestiva de lo que en otro tiempo fue sentido como bueno, - el atavismo de un ideal más antiguo.

150
En torno al héroe todo se convierte en tragedia, en torno al semidiós, en drama satírico; y en torno a Dios- ¿cómo?, ¿acaso en «mundo»? -

151
Tener un talento no es suficiente: hay que tener también permiso vuestro para tenerlo, - ¿no es asi, amigos míos?

152
«Donde se alza el árbol del conocimiento, allí está siempre el paraíso»: esto es lo que dicen las serpientes más viejas y las más jóvenes.

153
Lo que se hace por amor acontece siempre más allá del bien y del mal.

154
La objeción, la travesura, la desconfianza jovial, el gusto por la burla son indicios de salud: todo lo incondicional pertenece a la patologia.

155
El sentido de lo trágico aumenta y disminuye con la sensualidad.

156
La demencia es algo raro en los individuos, - pero en los grupos, los partidos, los pueblos, las épocas constituye la regla.

157
El :pensamiento del suicidio es un poderoso medio de consuelo: con él se logra soportar más de una mala noche.

158
A nuestro instinto más fuerte, al tirano que hay dentro de nosotros, sométese no sólo nuestra razón, sino también nuestra conciencia.

159
Es preciso retribuir tanto lo bueno como lo malo: mas ¿por qué hacerlo precisamente con la persona que nos ha hecho bien o mal?

160
No amamos ya bastante nuestro conocimiento tan pronto como lo comunicamos.

161
Los poetas carecen de pudor con respecto a sus vivencias: las explotan.

162
«Nuestro prójimo no es nuestro vecino, sino el vecino de éste» - así piensa todo pueblo.

163
El amor saca a la luz las propiedades elevadas y ocultas de un amante, - sus cosas raras, excepcionales: en ese aspecto fácilmente engaña a propósito de lo que en él constituye la regla.

164
Jesús dijo a sus judíos: «La ley era para esclavos, ¡amad a Dios como lo amo yo, como hijo suyo! ¡Que nos importa la moral a nosotros los hijos de Dios!» -

165
A la vista de todos los partidos. - Un pastor siempre necesita, además, un carnero-guía, - o él mismo tiene que ser ocasionalmente carnero.

166
Sin duda mentimos con la boca; pero con la jeta que ponemos al mentir continuamos diciendo la verdad.

167
En los hombres duros la intimidad es una cuestión de pudor - Y algo precioso.

168
El cristianismo dio de beber veneno a Eros: - éste, ciertamente, no murió, pero degeneró convirtiéndose en vicio.

169
Hablar mucho de sí mismo es también un medio de ocultarse.

170
En el elogio hay más entrometimiento que en la censura.

171
En un hombre de conocimiento la compasión casi produce risa, como en un cíclope las manos delicadas.

172
Por amor a los hombres abrazamos a veces a un cualquiera (ya que no podemos abrazar a todos): pero precisamente eso no es lícito revelárselo a ese cualquiera...

173
No odiamos mientras nuestra estima es aún pequeña, sino sólo cuando es igual o mayor a la que tenemos por nosotros mismos.

174
Utilitaristas, ¿es que también vosotros amais todo utile [cosa útil] tan sólo como un vehiculo de vuestras inclinaciones, - es que también vosotros encontráis propiamente insoportable el ruido de sus ruedas?

175
En última instancia lo que amamos es nuestro deseo, no lo deseado.

176
La vanidad de los demás repugna a nuestro gusto tan sólo cuando repugna a nuestra vanidad.

177
Quizá nadie haya sido aún suficientemente veraz acerca de lo que es la «veracidad».

178
A los hombres inteligentes no les creemos sus tonterías ¡qué pérdida de derechos humanos!

179
Las consecuencias de nuestras acciones nos agarran por los cabellos, harto indiferentes a que entre tanto nosotros nos hayamos «mejorado».

180
Hay una inocencia en la mentira que es señal de que se cree con buena fe en una cosa.

181
Es inhumano bendecir cuando se nos ha maldecido.

182
La familiaíidad del superior resulta amarga porque no es licito corresponder a ella. -

183
«No el que tú me hayas mentido, sino el que yo ya no te crea a ti, eso es lo que me ha hecho estremecer». -

184
Hay una petulancia de la bondad que se presenta como maldad.

185
«Me desagrada.» - ¿Por qué? - «No estoy a su altura.» - ¿Ha respondido así alguna vez un hombre?


Sentencias e Interludios
Presentación

















CUMBRE DEL ESPÍRITU:
Véase Así hablo Zaratustra, «De la castidad»: «Estos son sin duda continentes: mas la perra sensualidad mira con envidia desde todo lo que hacen. Incluso hasta las alturas de su virtud y hasta la frialdad del espíritu síguelos ese bicho con su insatisfacción


Sentencias e Interludios
















EL HECHIZO DE LA MUJER:
Véase Humano, demasiado humano, I, aforismo 414, «Las mujeres en el odio».


Sentencias e Interludios
















DESPRECIO POR LA MUJER:
Véase, más adelante, aforismo 232.


Sentencias e Interludios
















CORAZÓN SUJETO,ESPÍRITU LIBRE:
Las reciprocas relaciones entre libertad y sujeción del corazón y del espíritu habían sido tratadas por Nietzsche ya desde antiguo. Véase, por ejemplo, Humano, demasiado humano, I, aforismos 226 y 229. Véase también Asi habló Zaratustra. Y más adelante, aforismo 209.


Sentencias e Interludios
















ULISES Y NAUSICA:
La despedida de Ulises y Náusica la relata la Odisea (VIII, 453-471) en los siguientes términos: «Y lavado ya y ungido con aceite (Ulises) por las esclavas, que le pusieron una túnica y un hermoso manto, salió y fuese hacia los hombres, bebedores de vino, que allí estaban; pero Náusica, a quien las deleidades habian dotado de belleza, paróse ante la colunna que sostenía el techo sólidamente construido, se admiró al clavar los ojos en Ulises y le dijo estas aladas palabras: 'Yo te saludo, huésped, para que en alguna ocasión, cuando estés de vuelta en tu patria, te acuerdes de mí, pues a mi debes antes que a nadie el rescate de tu vida. Respondióle el ingenioso Ulises: ¡Náusica, hija del magnánimo Alcínoo! Concédame Zeus, el tonante esposo de Hera, que llegue a mi casa y vea el dia de mi regreso, que allí te invocaré todos los días como a una diosa, porque fuiste tú, ¡oh doncella!, quien me salvó la vida.» Esta es la escena que Nietzsche tiene ante sus ojos al escribir este breve aforismo.


Sentencias e Interludios
















ANIMALIZACIÓN DE DIOS:
El término alemán Tierwerdung (animalización), acuñado por Nietzsche, es exacta réplica de Menschwerdung (humanización), que es el término tecnico con que se designa la encarnación de
Dios en Jesús según el dogma cristiano.


Sentencias e Interludios
















IMPIA FRAUS:
Pia fraus es expresión creada por Ovidio (Metamorfosis, IX, 711). En Crepúsculo de los ídolos, «Los que'mejoran' a la humanidad»,5,dice Nietzsche: «La pia fraus es el patrimonio hereditario de todos los filósofos y sacerdotes que 'han mejorado' a la humanidad.


Sentencias e Interludios
















MEDIOCRIDAD DE LA MUJER:
Dado el doble signifícado de las palabras alemanas Spiel («juego», pero también «comedia») y spielt («juega», pero también «representa un papel en una comedia»), otra traducción de este aforismo sería: «Cuando en la comedia no intervienen el amor y el odio, la mujer representa su papel de manera mediocre.» Ambos significados se funden en el texto alemán.


Sentencias e Interludios
















EL JUSTIFICARNOS:
La negativa a «justificarse» es tema tocado varias veces por Nietzsche. Véanse Aurora, aforismo 274, así como Ecce homo.


Sentencias e Interludios
















CIENCIA Y PUDOR:
Nietzsche ha tocado las relaciones entre la mujer y la ciencia, en un sentido similar al expresado aquí, en varios otros pasajes. Por ejemplo, en el tomo I de Humano, demasiado humano,
aforismo 416, y en II, aforismo 265. Véase también, más adelante, aforismo 204.


Sentencias e Interludios
















SACHETTI Y EL BASTÓN:
Franco Sacchetti (1335-1400), escritor florentino; su obra más famosa es una colección de cuentos titulada Trecento novelle, que no se publicó hasta 1857.


Sentencias e Interludios
















Sección quinta:Para la historia natural de la moral

186
El sentimiento moral es ahora en Europa tan sutil, tardío, multiforme, excitable, refinado, como todavía joven, incipiente, torpe y groseramente desmañada es la ciencia de la moral» que a él corresponde: - atractiva antítesis que a veces se encarna y hace visible en la persona misma de un moralista. Ya la expresión «ciencia de la moral» resulta, con respecto a lo designado por ella, demasiado presuntuosa y contraria al buen gusto: el cual suele ser siempre un gusto previo por las palabras rnás modestas. Deberíamos confesarnos, con todo rigor, qué es lo que aquí necesitamos todavía por mucho tiempo, qué es lo único que provisionalmente está justificado: a saber, recogida de material, formulación y clasificación conceptuales de un inmenso reino de delicados sentimientos y diferenciaciones de valor, que viven, crecen, engendran y perecen, - y, acaso, ensayos de mostrar con claridad las configuraciones más frecuentes y que más se repiten de esa viviente cristalización, - como preparación de una tipología de la moral. Desde luego: hasta ahora no hemos sido tan modestos. Con una envarada seriedad que hace reír, los filósofos en su totalidad han exigido de sí mismos, desde el momento en que se ocuparon de la moral como ciencia, algo mucho más elevado, más pretencioso, más solemne: han querido la fundamentación de la moral, - y todo filósofo ha creído hasta ahora haber fundamentado la moral; la moral misma, sin embargo, era considerada como «dada». ¡Qué lejos quedaba del torpe orgullo de tales filósofos la tarea aparentemente insignificante, y abandonada en el polvo y en el moho, de una descripción, aunque para realizarla es difícil que pudieran resultar bastante finos ni siquiera las manos y los sentidos más finos de todos! Justo porque los filósofos de la moral no conocían los facta [hechos] morales más que de un modo grosero, en forma de un extracto arbitrario o de un compendio fortuito, por ejemplo como moralidad de su ambiente, de su estamento, de su Iglesia, de su espíritu de época, de su clima y de su región, - justo porque estaban mal informados e incluso sentían poca curiosidad por conocer pueblos, épocas, tiempos pretéritos, no llegaron a ver en absoluto los auténticos problemas de la moral: - los cuales no emergen más que cuando se realiza una comparación de muchas morales. Aunque esto suene muy extraño, en toda «ciencia de la moral» ha venido faltando el problema mismo de la moral: ha faltado suspicacia para percibir queaquí hay algo problemático. Lo que los  filósofos llamaban «fundamentación de la moral», exigiéndose a sí mismos realizarla, era tan sólo, si se lo mira a su verdadera luz, una forma docta de la creencia candorosa en la moral dominante, un nuevo medio de expresión de ésta, y, por tanto, una idealidad de hecho dentro de una moralidad determinada, más aún, en última instancia, una especie de negación de que fuera lícito concebir esa moral como problema: - y en todo caso lo contrario de un examen, análisis, puesta en duda, vivisección precisamente de esa creencia. Escúchese, por ejemplo, con qué inocencia casi venerable plantea el mismo Schopenhauer su tarea propia, y sáquense conclusiones sobre la cientificidad de una ciencia» cuyos últimos maestros continúan hablando como los niños y las viejecillas: - «el principio, dice (pág. 136 de los
Problemas fundamentales de la moral), la tesis fundamental, sobre cuyo contenido todos los éticos están propiamente de acuerdo neminem laede, immo omnes, quantum potes, juva [no dañes a nadie, antes bien ayuda a todos en lo que puedas] - ésta es propinmente la tesis que todos los maestros de la ética se esfuerzan en fundamentar..., el auténtico fundamento de la ética, que desde hace milenios se viene buscando como la piedra filosofal». - La dificultad de fundamentar la mencíonada tesis es, desde luego grande - como es sabido, tampoco Schopenhauer lo consiguió -; y quien alguna vez haya percibído a fondo la falta de gusto, la falsedad y el sentimentalismo de esta tesis en un mundo cuya esencia es voluntad de poder - permítanos recordarle que Schopenhauer, aunque pesimista, propiamente - tocaba la flauta... Cada día, después de la comida: léase sobre este punto a su biógrafo. Y una pregunta de pasada: un pesimista, un negador de Dios y del mundo, que se detiene ante la moral, - que dice sí a la moral y toca la flauta, a la moral del laede neminem [no dañes a nadie]: ¿cómo?, ¿es propiamente- un pesimista?

187
Incluso prescindiendo del valor de afirmaciones tales como «dentro de nosotros hay un imperativo categórico», siempre se puede preguntar todavía: una afirmación así, ¿qué dice acerca de quien la hace? Hay morales que deben justificar a su autor delante de otros; otras morales deben tranquilizarle y ponerle en paz consigo mismo; con otras su autor quiere crucificarse y humillarse a sí mismo; con otras quiere vengarse, con otras esconderse, con otras, transfigurarse y colocarse más allá en la altura y en la lejania; esta moral le sirve a su autor para olvidar, aquélla, para hacer que se le olvide a él o alguna cosa; más de un moralista quisiera ejercer sobre la humanidad su poder y su capricho de creador; otros, acaso precisamente también Kant, dan a entender con su moral: «lo que en mí es respetable es el hecho de que yo puedo obedecer, - ¡y en vosotros las cosas no deben ser distintas que en mí!» - en una palabra, las morales no son más que un lenguaje mimico de los afectos.

188
En contraposición al laisser aller [dejar ir], toda moral es una tiranía contra la «naturaleza», también contra la «razón»: esto no constituye aún, sin embargo, una objeción contra ella, pues para esto habría que volver a decretar, sobre la base de alguna moral, que no está permitida ninguna especie de tiranía ni de sinrazón. Lo esencial e inestimable en toda moral consiste en que es una coacción prolongada: para comprender el estoicismo o Port-Royal o el puritanismo recuérdese bajo qué coacción ha adquirido toda lengua hasta ahora vigor y libertad, - la coacción métrica, la tiranía de la rima y del ritmo. ¡Cuántos esfuerzos han realizado en cada pueblo los poetas y los oradores! - sin exceptuar a algunos prosistas de hoy, en cuyo oído mora una conciencia implacable - «por amor a una tontería», como dicen los cretinos utilitaristas, que así se imaginan ser inteligentes, - «por sumisión a leyes arbitrarias», como dicen los anarquistas, que así creen ser «libres», incluso espíritus libres. Pero la asombrosa realidad de hecho es que toda la libertad, sutileza, audacia, baile y seguridad magistral que en la tierra hay o ha habido, ya en el pensar mismo, ya en el gobernar o en el hablar y persuadir, en las artes como en las buenas costumbres, se han desarrollado gracias tan sólo a la «tiranía de tales leyes arbitrarias»; y, hablando con toda seriedad, no es poca la probabilidad de que precisamente esto sea «naturaleza» y «natural» - ¡Y no aquel laisser aller [dejar ir]! Todo artista sabe que su estado «más natural», esto es, su libertad para ordenar, establecer, disponer, configurar en los instantes de «inspiratión», está muy lejos del sentimiento del dejarse-ir, - y que justo en tales instantes él obedece de modo muy riguroso y sutil a mil leyes diferentes, las cuales se burlan de toda formulación realizada mediante conceptos, basándose para ello cabalmente en su dureza y en su precisión (comparado con éstas, incluso el concepto más estable tiene algo de fluctuante, multiforme, equívoco -). Lo esencial «en el cielo y en la tierra» es, según parece, repitámoslo, el obedecer durante mucho tiempo y en una unica dirección: con esto se obtiene y se ha obtenido siempre, a la larga, algo por lo cual merece la pena vivir en la tierra, por ejemplo virtud, arte, música, baile, razón, espiritualidad, - algo transfigurador, refinado, loco y divino.La prolongada falta de libertad del espíritu, la desconfiada coacción en la comunicabilidad de los pensamientos, la disciplina que el pensador se imponía de pensar dentro de una regla -eclesiástica o cortesana o bajo presupuestos aristotélicos, la prolongada voluntad espiritual de interpretar todo acontecimiento de acuerdo con un esquema crístiano y de volver a descubrir y justificar al Dios cristiano incluso en todo azar, - todo ese esfuerzo violento, arbitrario, duro, horrible, antirracional ha mostrado ser el medio a través del cual fueron desarrollándose en el espíritu europeo su fortaleza, su despiadada curiosidad y su sutil movilidad: aunque admitimos que aquí tuvo asimismo que quedar oprimida,
ahogada y corrompida una cantidad grande e irreemplazable de fuerza y de espíritu (pues aquí, como en todas partes,.«la naturaleza» se muestra tal cual es, con toda su magnificencia pródiga e indiferente, la cual nos subleva, pero es aristocrática). El que durante milenios los pensadores europeos pensasen únicamente para demostrar algo -hoy resulta sospechoso, por el contrario, todo pensador que «quiere demostrar algo» -, el que para ellos estuviera fijo desde siempre aquello que debia salir como resultado de su reflexión más rigurosa, de modo parecido a como ocurría antiguamente, por ejemplo, en la astrología asiática, asi como sigue ocurriendo hoy en la candorosa interpretación moral-cristiana de los acontecimientos más próximos y personales, «para gloria
de Dios» y para la salvación del alma»: - esta tiranía, esta arbitrariedad, esta rigurosa y grandiosa estupidez son las que han educado el espíritu; al parecer, es la esclavitud, entendida en sentido bastante grosero y asimismo en sentido bastante sutil, el medio indispensable también de la disciplina y la selección espirituales. Examínese toda moral en este aspecto: la «naturaleza» que hay en ella es la que enseña a odiar el laisser aller, la libertad excesiva, y la que implanta la necesidad de horizontes limitados, de tareas próximas, - la que enseña el estrechamiento de la perspectiva y por tanto, en cierto sentido, la estupidez como condición de vida y de crecimiento. «Tú debes obedecer, a quien sea, y durante largo tiempo: de lo contrario perecerás y perderás tu última estima de ti mismo» - éste me parece ser el imperativo moral de la naturaleza, el cual, desde luego, ni es «categórico», como exigía de él el viejo Kant (de aquí el «de lo contrario» -), ni se dirige al individuo (¡qué le importa a ella el individuo! ), sino a pueblos, razas, épocas, estamentos, y sobre todo al entero animal «hombre», a el hombre.

189
Las razas laboriosas encuentran una gran molestia en soportar la ociosidad: fue una obra maestra del instinto inglés el santificar y volver aburrido el domingo hasta tal punto que el inglés vuelve a anhelar, sin darse cuenta, sus días de semana y de trabajo: - como una especie de ayuno inteligentemente inventado, inteligentemente intercalado, del cual pueden verse numerosos ejemplos también en el mundo antiguo (si bien no precisamente con vistas al trabajo, como es obvio en pueblos meridionales -). Es necesario que haya ayunos de múltiples especies; y en todas partes donde dominan instintos y hábitos poderosos, los legisladores deben procurar intercalar días en los que semejante instinto quede encadenado y aprenda a sentir hambre de nuevo. Vistas las cosas desde un lugar superior, generaciones y épocas enteras, cuando se presentan afectadas de algún fanatismo moral, parecen ser tales tiempos intercalados de coacción y de ayuno, durante los cuales un instinto aprende a agacharse y someterse, pero asimismo a purificarse y aguzarse; también algunas sectas filosóficas (por ejemplo, la Estoa en medio de la cultura helenística y de su atmósfera, una atmósfera que estaba sobrecargada de perfumes afrodisíacos y que se había vuelto voluptuosa) permiten semejante interpretación. - Esto nos proporciona asimismo una indicación para explicar la paradoja de por qué precisamente en el período más cristiano de Europa, y, en general, sólo bajo la presión de juicios de valor cristianos, el instinto sexual se ha sublimado hasta convertirse en amor (amour-passion [amor-pasión].


190
Hay en la moral de Platón algo que en propiedad no pertenece a él, sino que simplemente se encuentra en su filosofía, a pesar de Platón, podríamos decir: a saber, el socratismo, para el cual él era en realidad demasiado aristocrático. «Nadie quiere causarse daño a sí mismo, de aqui que todo lo malo (schlecht) acontezca de manera involuntaria. Pues el hombre malo se causa daño a sí mismo: no lo haría si supiese que lo malo es malo. Según esto, el hombre malo es malo sólo por error; si alguien le quita su error, necesariamente lo vuelve - bueno.» - Este modo de razonar huele a plebe, la cual no ve en el obrar-mal más que las consecuencias penosas, y propiamente juzga que «es estúpido obrar mal»; mientras que considera sin más que las palabras «bueno» y «útil y agradable» tienen un significado idéntico. En todo utilitarismo de la moral es lícito conjeturar de antemano ese mismo origen y hacer caso a nuestra nariz: rara vez nos equivocaremos. - Platón hizo todo lo posible por introducir algo sutil y aristocrático en la interpretación de la tesis de su maestro, introducirse sobre todo a si mismo -, él, el más temerario de todos los intérpretes, que tomó de la calle a Sócrates entero tan sólo como un tema popular y una canción del pueblo, con el fin de hacer sobre él variaciones infinitas e imposibles: a saber, prestándole todas sus máscaras y complejidades propias. Hablando en broma, y, además, a la manera homérica: ¿qué otra cosa es el Sócrates platónico sino prósze Pláton opizen te Pláton mésse te Ximaira [Platón por delante, Platón por detrás, y en medio la Quimera] ?

191
El viejo problema teológico de «creer» y «saber» - o, más claramente, de instinto y razón - es decir, la cuestión de si, en lo que respecta a la apreciación del valor de las cosas, el instinto merece más autoridad que la racionalidad, la cual quiere que se valore y se actúe por unas razones, por un «porqué», o sea por una conveniencia y utilidad, - continúa siendo aquel mismo viejo problema moral que apareció por vez primera en la persona de Sócrates y que ya mucho antes del cristianismo escindió los espíritus. Sócrates mismo, ciertamente, había comenzado poniéndose, con el gusto de su talento, - el gusto de un dialéctico superior - de parte de la razón; y en verdad, ¿qué otra cosa hizo durante toda su vida más que reírse de la torpe incapacidad de sus aristocráticos atenienses, los cuales eran hombres de instinto, como todos los aristócratas, y nunca podían dar suficiente cuenta de las razones de su obrar?  Sin embargo, en definitiva reíase también, en silencio y en secreto, de sí mismo: ante su conciencia más sutil y ante su fuero interno encontraba en sí idéntica dificultad e idéntica incapacidad. ¡Para qué, decíase, liberarse, por tanto, de los instintos! Hay que ayudarles a ellos y también a la razón a ejercer sus derechos, - hay que seguir a los instintos, pero hay que persuadir a la razón para que acuda luego en su ayuda con buenos argumentos. Esta fue la auténtica falsedad de aquel grande y misterioso ironista; logró que su conciencia se diese por satisfecha con una especie de autoengaño: en el fondo se había percatado del elemento irracional existente en el juicio moral. - Platón, más inocente en tales asuntos y desprovisto de la picardía del plebeyo, quiso demostrarse a sí mismo, empleando toda su fuerza - ¡la fuerza más grande que hasta ahora hubo de emplear un filósofo! - que razón e instinto tienden de por sí a una única meta, al
bien, a «Dios»; y desde Platón todos los teólogos y filósofos siguen la misma senda, - es decir, en cosas de moral ha vencido hasta ahora el instinto, o «la fe», como la llaman los cristianos, o «el rebaño», como lo llamo yo. Habría que excluir a Descartes, padre del racionalismo (y en consecuencia abuelo de la Revolución), que reconoció autoridad únicamente a la razón: pero ésta no es más que un instrumento, y Descartes era superficial.

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Quien ha seguido la historia de una ciencia particular encuentra en su desarrollo un hilo conductor para comprender los procesos más antiguos y más comunes de todo «saber y conocer»: en uno y otro caso lo primero que se ha desarrollado son las hipótesis precipitadas, las fabulaciones, la buena y estúpida voluntad de «creer», la falta de desconfianza y de paciencia, - nuestros sentidos aprenden muy tarde, y nunca del todo, a ser órganos de conocimiento sútiles, fieles, cautelosos. A nuestro ojo le resulta más cómodo volver a producir, en una ocasión dada, una imagen producida ya a menudo que retener dentro de sí los elementos divergentes y nuevos de una impresión: esto último exige más fuerza, más smoralidad». Al oído le resulta penoso y difícil oír algo nuevo; una música extraña la oímos mal. Al oír otro idioma intentamos involuntariamente dar a los sonidos escuchados la forma de palabras que tienen para nosotros un sonido más familiar y doméstico: así, por ejemplo, el alemán se formó en otro tiempo, del arcubalista oído por él, la palabra Armbrust [ballesta]. Lo nuevo encuentra hostiles y mal dispuestos también a nuestros sentidos; y, en general, ya en los procesos «más simples» de la sensualidad dominan afectos tales como temor, amor, odio, incluidos los afectos pasivos de la pereza. - Así como hoy un lector no lee en su totalidad cada una de las palabras (y mucho menos cada una de las silabas) de una página - antes bien, de veinte palabras extrae al azar unas cinco Y «adivina» el sentido que presumiblemente corresponde a esas cinco palabras -, así tampoco nosotros vemos un árbol de manera rigurosa y total en lo que respecta a sus hojas, ramas, color, figura; nos resulta mucho más fácil fantasear una aproximación de árbol. Continuamos actuando así aun en medio de las vivencias más extrañas: la parte mayor de la vivencia nos la imaginamos con la fantasía, y resulta difícil forzarnos a no contemplar cualquier proceso como «inventores». Todo esto quiere decir: de raíz, desde antiguo, estamos - habituados a mentir. O para expresarlo de modo más virtuoso e hipócrita, en suma, más agradable: somos mucho más artistas de lo que sabemos. - En el curso de una conversación animada yo veo a menudo ante mí de un modo tan claro y preciso el rostro de la persona con quien hablo, según el pensamiento que ella expresa, o que yo creo haber suscitado en ella, que ese grado de claridad supera con mucho la fuerza de mi
capacidad visual: - la finura del juego muscular y de la expresión de los ojos, por tanto, tiene que haber sido añadida por mi imaginación. Probablemcnte la persona tenía un rostro completamente distinto o, incluso, no tenía ninguno.

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Quidquid luce fuit, tenebris agit [lo que estuvo en la luz actúa en las tinieblas]: pero también a la inversa. Las vivencias que tenemos mientras soñamos, suponiendo que las tengamos a menudo, acaban por formar parte de la economía global de nuestra alma lo mismo que cualquier otra vivencia «realmente» experimentada: merced a esto somos más ricos o más pobres, sentimos una necesidad más o menos, y, por fin, en pleno día, e incluso en los instantes más joviales de nuestro espíritu despierto, somos llevados un poco en andaderas por los hábitos contraídos en nuestros sueños. Suponiendo que alguien haya volado a menudo en sus sueños y, al final, tan pronto como se pone a soñar cobra consciencia de que la fuerza y el arte de volar son privilegios suyos, y que constituyen asimismo su felicidad más propia y envidiable: ese alguien, que cree poder realizar toda especie de curvas y de ángulos con un impulso ligerísimo, que conoce el sentimiento de una cierta ligereza divina, un «hacia arriba» sin tensión ni coacción, un «hacia abajo» sin rebajamiento ni humillación - ¡sin pesadez! - ¡cómo un hombre que ha tenido tales experiencias y contraído tales hábitos en sus sueños no va a terminar encontrando que la palabra «felicidad» tiene un color y un significado distintos, incluso para su día despierto!, ¿cómo no va a aspirar a la felicidad - de modo distinto? En comparación con aquel «volar», el «vuelo» que los poetas describen tiene que parecerle demasiado terrestre, muscular, violento, demasiado «pesado».

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La diversidad de los seres humanos se muestra no sólo en la diversidad de sus tablas de bienes, es decir, en el hecho de que consideren deseables bienes distintos y estén en desacuerdo entre sí también sobre el valor mayor o menor, sobre la jerarquía de los bienes reconocidos por todos: - esa diversidad se muestra más todavía en lo que consideran qué es tener y poseer realmente un bien. En lo que se refiere a una mujer, por ejemplo, el más modesto considera ya que disponer de su cuerpo y gozar sexualmente del mismo constituyen indicio suficiente y satisfactorio del tener, del poseer; otro, acuciado por una sed más suspicaz y más exigente de posesión ve «el signo de interrogación», el carácter meramente aparente de tal tener, y quiere pruebas más sutiles, sobre todo para saber si la mujer no sólo se entrega a él, sino que también deja por él lo que tiene o le gustaría tener -: sólo así la considera «poseída». Pero un tercero tampoco ha llegado aún con eso al final de su desconfianza y de su voluntad de tener, éste se pregunta si la mujer, cuando deja todo por él, no lo hace por un fantasma de él: quiere primero ser bien conocido a fondo, más aún, en sus abismos, para poder ser en absoluto amado, él se atreve a dejarse adivinar. - Siente la amada completamente en posesión suya tan sólo cuando ésta ya no se engaña sobre él, cuando lo ama por su índole diabólica y su oculta insaciabilidad tanto como por su bondad, paciencia y espiritualidad. Hay quien querría poseer un pueblo: y para esa finalidad le parecen bien todas las artes superiores de Cagliostro y de Catilina. Otro, con una sed más sutil de posesión, se dice «no es lícito engañar cuando se quiere poseer» -, se siente irritado e impaciente al pensar que es una máscara de él la que manda sobre el corazón del pueblo: «¡por tanto, tengo que dejarme conocer y, primero, conocerme a mí mismo! » Entre hombres serviciales y benéficos encontramos de modo casi regular aquel torpe ardid consistente en formarse una idea corregida de la persona a que se trata de ayudar: pensando, por ejemplo, que ésta «merece» ayuda, que anhela precisamente su ayuda, y que se mostrará profundamente agradecida, adicta y sumisa a ellos por toda su ayuda, - con estas fantasías disponen de los necesitados como de una propiedad suya, al igual que son hombres benéficos y serviciales por un anhelo de propiedad. Los encontramos celosos cuando nos cruzamos con ellos o nos adelantamos a ellos en el prestar ayuda. Los padres hacen involuntariamente del hijo algo semejante a ellos - a esto lo llaman «educación» -, ninguna madre duda, en el fondo de su corazón, de que al
dar a luz al hijo ha dado a luz una propiedad suya, ningún padre discute el derecho de que le sea lícito someterlo a sus conceptos y valoraciones. Más aún, en otro tiempo a los padres parecíales justo el disponer a su antojo de la vida y la muerte del recién nacido (como ocurría entre los antiguos alemanes). Y al igual que el padre, también ahora el maestro, el estamento, el sacerdote, el príncipe continúan viendo en cada nuevo ser humano una ocasión cómoda de adquirir una nueva posesión. De lo cual se sigue...

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Los judíos - un pueblo «nacido para la esclavitud», como dicen Tácito y todo el mundo antiguo, «el pueblo elegido entre los pueblos»,  como dicen y creen ellos mismos - los judíos han llevado a efecto aquel prodigio de inversión de los valores gracias al cual la vida en la tierra ha adquirido, para unos cuantos milenios, un nuevo y peligroso atractivo: - sus profetas han fundido, reduciéndolas a una sola, las palabras «rico», «ateo», «malvado», «violento», «sensual», y han transformado por vez primera la palabra «mundo» en una palabra infamante. En esa inversion de los valores (de la que forma parte el emplear la palabra «pobre» como sinónimo de «santo» y «amigo») reside la importancia del pueblo judío: con él comienza la rebelión de los esclavos en la moral.

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Hay al lado del sol innumerables cuerpos oscuros que hemos de inferir, - aquellos que no veremos nunca. Esto es, dicho entre nosotros, un símbolo; y un psicólogo de la moral lee la escritura entera de las estrellas tan sólo como un lenguaje de símbolos y de signos que permite silenciar muchas cosas.


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Se malentiende de modo radical al animal de presa y al hombre de presa (por ejemplo, César Borgia), se malentiende la «naturaleza» mientras se continúe buscando una «morbosidad» en el fondo de esos monstruos y plantas tropícales, los más sanos de todos, o hasta un «infierno» congénito a ellos -: cosa que han hecho hasta ahora casi todos los moralistas. ¿No parece como que en éstos hay un odio contra la selva virgen y contra los trópicos? ¿Y que el «hombre tropical tiene que ser desacreditado a cualquier precio, presentándolo ya como enfermedad y degeneración del hombre, ya como infierno y autosuplicio propios? ¿Por qué? ¿A favor de las «zonas templadas»? ¿A favor de los hombres templados? ¿De los «morales»? ¿De los mediocres? - Esto, para el capítulo «moral como forma de miedo».

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Todas esas morales que se dirigen a la persona individual para procurarle su «felicidad», según se dice, - qué otra cosa son más que propuestas de comportamiento en relación con el grado de peligrosidad en que la persona individual vive a causa de si misma; recetas contra sus pasiones, sus inclinaciones buenas y malas, dado que éstas tienen voluntad de poder y quisieran desempeñar el papel de señor; ardides v artificios pequeños y grandes que despiden el rancio olor propio de viejos remedios caseros y de una sabiduría de viejas; todas ellas, barrocas e irracionales en la forma - porque se dirigen a «todos», porque generalizan donde no es lícito generalizar -, todas ellas, hablando en un tono incondicional, tomándose a sí mismas como algo incondicional, todas ellas, condimentadas no sólo con un único grano de sal, antes bien tolerables y a veces hasta seductoras sólo cuando aprenden a oler a algo exageradamente condimentado y peligroso, a oler principalmente «al otro mundo»: intelectualmente considerado, todo esto es poco valioso, y no es aún, ni de lejos, «ciencia», y mucho menos «sabiduría», sino, dicho por segunda y por tercera vez, inteligencia, inteligencia, inteligencia, mezclada con estupidez, estupidez, estupidez, - ya se trate de aquella indiferencia y aquella frialdad de estatuas frente a la ardorosa necedad de los afectos que los estoicos aconsejaban y prescribían como medicina; ya de aquel dejar-de-reír y dejar-de-llorar de Spinoza, su tan ingenuamente preconizada destrucción de los afectos mediante el análisis y la vivisección de los mismos; ya de aquel abatimiento de los afectos que los reduce a una inocua mediocridad, en la cual es lícito satisfacerlos, el aristotelismo de la moral; ya, incluso, de la moral entendida como goce de los afectos, pero intencionadamente atenuados y espiritualizados por medio del simbolismo del arte, enténdida, por ejemplo, como música, o como amor a Dios, o como amor a los hombres por amor a Dios - pues en la religión las pasiones vuelven a tener derecho de ciudadanía, suponiendo que...; ya se trate, finalmente, incluso de aquella condescendiente y traviesa entrega a los afectos, enseñada por Hafis y Goethe, de aquel audaz dejar sueltas las riendas, de aquella corporal-espiritual licentia morum [licencia de las costumbres] en el caso excepcional de estrafalarios y borrachos viejos y sabios, en los cuales «representa ya poco peligro». También esto, para el capítulo «moral como forma de miedo».

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Dado que, desde que hay hombres, ha habido también, en todos los tiempos, rebaños humanos (agrupaciones familiares, comunidades, estirpes, pueblos, Estados, Iglesias), y que siempre han sido muchísimos los que han obedecido en relación con el pequeño número de los que han mandado, - teniendo en cuenta, por tanto, que la obediencia ha sido hasta ahora la cosa mejor y más prolongadamente ensayada y cultivada entre los hombres, es lícito presuponer en justicia que, hablando en general, cada uno lleva ahora innata en sí la necesidad de obedecer, cual una especie de conciencia formal que ordena: «se trate de lo que se trate, debes hacerlo incondicionalmente, o abstenerte de ello incondicionalmente», en pocas palabras, «tú debes». Esta necesidad (Bedürfniss) intenta saturarse y llenar su forma con un contenido; en esto, de acuerdo con su fortaleza, su impaciencia y su tensión, actúa de manera poco selectivo, como un apetito grosero, y acepta lo que le grita al oído cualquiera de los que mandan - padres, maestros, leyes, prejuicios estamentales, opiniones públicas -. La extraña limitación del desarrollo humano, el carácter indeciso, lento, a menudo regresivo y tortuoso del mismo descansa en el hecho de que el instinto gregario de obediencia es lo que mejor se hereda, a costa del arte de mandar. Si imaginamos ese instinto llevado hasta sus últimas aberraciones, al final faltarán hombres que manden y que sean independientes, o éstos sufrirán interiormente de mala conciencia y tendrán necesidad, para poder mandar, de simularse a si mismos un engaño: a saber, el de que también ellos se limitan a obedecer. Esta es la situación que hoy se da de hecho en Europa: yo la llamo la hipocresía moral de los que mandan. No saben protegerse contra su mala conciencia más que adoptando el aire de ser ejecutores de órdenes más antiguas o más elevadas (de los antepasados, de la Constitución, del derecho, de las leyes o hasta de Dios), o incluso tomando en préstamo máximas gregarias al modo de pensar gregario, presentándose, por ejemplo, como los «primeros servidores de su pueblo» o como «instrumentos del bien común». Por otro lado, hoy en Europa el hombre gregario presume de ser la única especie permitida de hombre, y ensalza sus cualidades, que le hacen dócil, conciliante y útil al rebaño, como las vírtudes auténticamente humanas: es decir, espíritu comunitario, benevolencia, deferencia, diligencia, moderación, modestia, indulgencia, compasión. Y en aquellos casos en que se cree que no es posible prescindir de jefes y carneros-guías, hácense hoy ensayos tras ensayos de reemplazar a los hombres de mando por la suma acumulativa de inteligentes hombres de rebaño: tal es el origen, por ejemplo, de todas las Constituciones representatívas. Qué alivio tan grande, qué liberación de una presión que se volvía insoportable constituye, a pesar de todo, para estos europeos-animales de rebaño, la aparición de un hombre que mande incondicionalmente, eso es cosa de la cual nos ha dado el último gran testimonio la influencia producida por la aparición de Napoleón: - la historia de la influencia de Napoleón es casi la historia de la felicidad superior alcanzada por todo este siglo en sus hombres y en sus instantes más valiosos.

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El hombre perteneciente a una época de disolución, la cual mezcla unas razas con otras, el hombre que, por ser tal, lleva en su cuerpo la herencia de una ascendencia multiforme, es decir, instintos y criterios de valor antitéticos y, a menudo, ni siquiera sólo antitéticos, que se combaten recíprocamente y raras veces se dan descanso, - tal hombre de las culturas tardías y de las luces refractadas será de ordinario un hombre bastante débil: su aspiración más radical consiste en que la guerra que él es finalice alguna vez; la felicidad se le presenta ante todo, de acuerdo con una medicina y una mentalidad tranquilizantes (por ejemplo, epicúreas o cristianas), como la felicidad del reposo, de la tranquilidad, de la saciedad, de la unidad final, como «sábado de los sábados», para decirlo con el santo retórico Agustín, que era, él mismo, uno de esos hombres - Si, en cambio, la antítesis y la guerra actúan en una naturaleza de ese tipo como un atractivo y un estimulante más de la vida, - y si, por otro lado, una auténtica maestría y sutileza en el guerrear consigo mismo, es decir, en el dominarse a sí mismo, en el engañarse a sí mismo, se añaden, por herencia y por crianza a sus instintos poderosos e inconciliables: entonces surgen aquellos seres mágicamente inaprehensibles e inimaginables, aquellos hombres enigmáticos predestinados a vencer y a seducir, cuya expresión más bella son Alcibíades y César (- a quienes me gustaría añadir aquel que fue, para mi gusto, el primer europeo, Federico II Hohenstaufen), y, entre artistas, tal vez Leonardo de Vinci. Ellos aparecen cabalmente en las mismas épocas en que ocupa el primer plano aquel tipo más débil, con su deseo de reposo: ambos tipos se hallan relacionados entre sí y surgen de causas idénticas.

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Mientras la utilidad que domine en los juicios morales de valor sea sólo la utilidad del rebaño, mientras la mirada esté dirigida exclusivamente a la conservación de la comunidad, y se busque lo inmoral precisa y exclusivamente en lo que parece peligroso para la subsistencia de la comunidad: mientras esto ocurra, no puede haber todavía una «moral del amor al prójimo». Aun suponiendo que aquí exista también ya un pequeño y constante ejercicio del respeto, de la compasión, de la equidad, de la dulzura, de la reciprocidad en el prestar auxilio, aun suponiendo que en ese estado de la sociedad actúen ya todos aquellos instintos a los que más tarde se les da el honroso nombre de «virtudes» y que, al final, casi coinciden con el concepto de «moralidad»: en esa época tales cosas no forman aún parte, en nodo alguno, del reino de las valoraciones morales - todavía son extramorales. En la mejor época romana, a una acción compasiva, por ejemplo, no se la califica ni de buena ni de malvada, ni de moral ni de inmoral: e incluso cuando se la alaba, con tal alabanza continúa siendo perfectamente compatible una especie de involuntario menosprecio, a saber, tan pronto como se la compara con cualquier acción que sirva al fomento del todo, de la res publica [cosa pública]. En definitiva, el «amor al prójimo» es siempre, con relación al temor al prójimo, algo secundario, algo parcialmente convencional y aparente-arbitrario. Cuando la estructura de la sociedad en su conjunto ha quedado consolidada y parece asegurada contra peligros exteriores, es este temor al prójimo el que vuelve a crear nuevas perspectivas de valoración moral. Ciertos instintos fuertes y peligrosos, como el placer de acometer empresas, la audacia loca, el ansia de venganza, la astucia, la rapacidad, la sed de poder, que hasta ahora tenían que ser no sólo
honrados - bajo nombres distintos, como es obvio, a los que acabamos de escoger -, sino desarrollados y cultivados en un sentido de utilidad colectiva (porque cuando el todo estaba en peligro se tenía constante necesidad de ellos para defenderse contra los enemigos del todo), son sentidos a partir de ahora, con reduplicada fuerza, como peligrosos - ahora, cuando faltan los canales de derivación para ellos - y paso a paso son tachados de inmorales y abandonados a la difamación. Los instintos e inclinaciones antitéticos de ellos alcanzan ahora honores morales; el instinto de rebaño saca paso a paso su consecuencia. El grado mayor o menor de peligro que para la comunidad, que para la igualdad hay en una opinión, en un estado de ánimo y un afecto, en una voluntad, en un don, eso es lo que ahora constituye la perspectiva moral: también aquí el miedo vuelve a ser el padre de la moral. Cuando los instintos más elevados y más fuertes, irrumpiendo apasionadamente, arrastran al individuo más allá y por encima del término medio y de la hondonada de la conciencia gregaria, entonces el sentimiento de la propia dignidad de la comunidad se derrumba, y su fe en sí misma, su espina dorsal, por así decirlo, se hace pedazos: en consecuencia, a lo que más se estigmatizará y se calumniará será cabalmente a tales instintos. La espiritualidad elevada e independiente, la voluntad de estar solo, la gran razón son ya sentidas como peligro; todo lo que eleva al individuo por encima del rebaño e infunde temor al prójmo es calificado, a partir de este momento, de malvado (böse); los sentimientos equitativos, modestos, sumisos, igualitaristas, la mediocridad de los apetitos alcanzan ahora nombres y honores morales. Finalmente en situaciones de mucha paz faltan cada vez más la ocasión y la necesidad de educar nuestro propio sentimiento para el rigor y la dureza; y ahora todo rigor, incluso en la justicia, comienza a molestar a la conciencia; una arístocracia y una autorresponsabilidad elevadas y duras son cosas que casi ofenden y que despiertan desconfianza, «el cordero» y, más todavía, «la oveja» ganan en consideración. Hay un punto en la historia de la sociedad en el que el reblandecimiento y el languidecimiento enfermizos son tales que ellos mismos comienzan a tomar partido a favor de quien los perjudica, a favor del criminal, y lo hacen, desde luego, de manera seria y honesta. Castigar: eso les parece inicuo en cierto sentido, - lo cierto es que la idea del «castigo» y del «deber-castigar» les causa daño, les produce miedo. «¿No basta con volver no-peligroso al criminal? ¿Para qué castigarlo además? iEl castigar es cosa terrible!» - la moral del rebaño, la moral del temor, saca su última consecuencia con esta interrogación. Suponiendo que fuera posible llegar a eliminar el peligro, el motivo de temor, entonces se habría eliminado también esa moral: ¡ya no sería necesaria, ya no se consideraría a si misma necesaria! -- Quien examine la conciencia del europeo actual habrá de extraer siempre, de mil pliegues y escondites morales, idéntico imperativo, el imperativo del temor gregario: «¡queremos que alguna vez no haya ya nada que temer!» Alguna vez - la voluntad y el camino que conduce hacia allí llámase hoy, en todas partes de Europa, «progreso».

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Apresurémonos a repetir algo que hemos dicho ya cien veces: pues hoy los oídos no escuchan de buen grado tales verdades - nuestras verdades -. Sabemos ya suficientemente cuán ofensivo resulta oír que alguien incluya al hombre, de manera franca y sin metáforas, entre los animales; pero a nosotros se nos achaca casi como una ctítica el que empleemos constantemente, justo con relación a los hombres de las «ideas modernas», las expresiones «rebaño», «instintos gregarios» y otras semejantes. ¡Qué importa! No podemos obrar de otro modo: pues precisamente en esto consiste nuestro nuevo modo de ver las cosas. Hemos encontrado que Europa, incluidos aquellos países en que el influjo de Europa es dominante, se ha vuelto unánime en todos los juicios morales capitales: en Europa se sabe evidentemente aquello que Sócrates decía no saber y que la vieja y famosa serpiente prometió un día enseñar, - se «sabe» hoy qué es el bien y qué es el mal. Por ello tiene que sonar de manera dura y llegar mal a los oídos el que nosotros insistamos una y otra vez en esto: es el instinto del animal gregario hombre el que aquí cree saber, el que aquí, con sus alabanzas y sus censuras, se glorifica a sí mismo, se califica de bueno a sí mismo: ese instinto ha logrado irrumpir, preponderar, predominar sobre todos los demás instintos, y continúa lográndolo cada vez más, a medida que crecen la aproximación y el asemejamiento fisiológicos, de los cuales él es síntoma. La moral es hoy en Europa moral de animal de rebaño - por tanto, según entendemos nosotros las cosas, no es más que una especie de moral humana. al lado de la cual, delante de la cual, detrás de la cual son o deberían ser posibles otras muchas morales, sobre todo morales supervisores. Contra
tal «posibilidad», contra tal «deberían», esa moral se defiende, sin embargo, con todas sus fuerzas: ella dice con obstinación e inflexibilidad «¡yo soy la moral misma, y no hay ninguna otra moral! » - más aún, con ayuda de una religión que ha estado a favor de y ha adulado los deseos más sublimes del animal de rebaño, se ha llegado a que nosotros mismos encontremos una expresión cada vez más visible de esa moral en las instituciones políticas y sociales: el movimiento democrático constituye la herencia del movimiento cristiano. Ahora bien, que el tempo [ritmo] de aquel movimiento les resulta todavia demasiado lento y somnoliento a los más impacientes, a los enfermos e intoxicados del mencionado instinto, atestíguanlo los aullidos cada vez más furiosos, los rechinamientos de dientes cada vez menos disimulados de los perros-anarquistas que ahora rondan por las calles de la cultura europea: en antítesis aparentemente con los tranquilos y laboriosos demócratas e ideólogos de la Revolución, y más aún con los filosofastros cretinos y los ilusos de la fraternidad que se llaman a sí mismos socialistas y quieren la «sociedad libre», pero que en verdad coinciden con todos aquéllos en su hostilidad radical e instintiva a toda forma de sociedad diferente de la del rebaño autónomo (hasta llegar a rechazar incluso los conceptos «señor» y «siervo» - ni dieu ni maitre [ni Dios, ni amo], dice una fórmula socialista -); coinciden en la tenaz resistencia contra toda pretensión especial, contra todo derecho especial y todo privilegio (y esto significa, en última instancia, contra todo derecho: pues cuando todos son iguales, ya nadie necesita «derechos» -); coinciden en la desconfianza contra la justicia punitiva (como si ésta fuera una violencia ejercida
sobre el más débil, una injusticia frente a la necesaria consecuencia de toda sociedad anterior -); pero también coinciden en la religión de la compasión, en la simpatía, con tal de que se sienta, se viva, se sufra (hasta descender al animal, hasta elevarse a «Dios»: - la aberración de una «compasión para con Dios» es propia de una época democrática -); coinciden todos ellos en el clamor y en la impaciencia de la compasión, en el odio mortal contra el sufrimiento en cuanto tal, en la incapacidad casi femenina para poder presenciarlo como espectador, para poder hacer sufrir; coinciden en el ensombrecimiento y reblandecimiento involuntarios bajo cuyo hechizo Europa parece amenazada por un nuevo budismo; coinciden en la creencia en la moral de la compasión comunitaria, como si ésta fuera la moral en si, la cima, la alcanzada cima del hombre, la única esperanza del futuro, el consuelo de los hombres de hoy, la gran redención de toda culpa de otro tiempo: - coinciden todos ellos en la creencia de que la comunidad es la redentora, por tanto, en la creencia en el rebaño, en «sí mismos»...

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Nosotros los que somos de otra creencia -, nosotros los que consideramos el movimiento democrático no meramente como una forma de decadencia de la organización política, sino como forma de decadencia, esto es, de empequeñecimiento, del hombre, como su mediocrización y como su rebajamiento de valor, ¿a dónde tendremos que acudir nosotros con nuestras esperanzas? - A nuevos filósofos, no queda otra elección; a espíritus suficientemente fuertes y originarios como para empujar hacia valoraciones contrapuestas y para transvalorar, para invertir «valores eternos»; a precursores, a hombres del futuro, que aten en el presente la coacción y el nudo que coaccionen a la voluntad de milenios a seguir nuevas vías. Para enseñar al hombre que el futuro del hombre es voluntad suya, que depende de una voluntad humana, y para preparar grandes riesgos y ensayos globales de disciplina y selección destinados a acabar con aquel horrible dominio del absurdo y del azar que hasta ahora se ha llamado «historia» - el absurdo del «número máximo» es tan sólo su última forma -: para esto será necesaria en cierto momento una nueva especie de filósofos y de hombres de mando, cuya imagen hará que todos los espíritus ocultos, terribles y benévolos que en la tierra han existido aparezcan pálidos y enanos. La imagen de tales jefes es la que se cierne ante nuestros ojos: - ¿me es lícito decirlo en voz alta, espíritus libres? Las circunstancias que en parte habría que crear y en parte habría que aprovechar para que aquéllos surjan; las sendas y pruebas presumibles mediante las cuales un alma ascendería hasta una altura y poder tales que sintiese la coacción de realizar tales tareas; una transvaloración de los valores bajo cuya presión y martillo nuevos una conciencia se templaría, un corazón se transformaría en bronce, de modo que soportase el peso de semejante responsabilidad; por otro lado, la necesidad de tales jefes, el espantoso peligro de que puedan faltar o malograrse o degenerar-éstas son nuestras auténticas preocupaciones y ensombrecimientos, ¿lo sabéis, espíritus libres?, éstos son los pensamientos y borrascas pesados y lejanos que atraviesan el cielo de nuestra vida. Existen pocos dolores tan agudos como el haber visto, el haber adivinado, el haber sentido alguna vez cómo un hombre extraordinario se apartaba de su senda y degeneraba: pero quien posee el raro ojo que permite ver el peligro global de que «el hombre» mismo degenera, quien, como nosotros, ha conocido la. monstruosa casualidad que hasta ahora ha jugado su juego en lo que respecta al futuro del hombre -¡un juego en el que no intervenga ninguna mano y ni siquiera un «dedo de Dios! » -, quien adivina la fatalidad que se oculta en la idiota inocuidad y credulidad de las «ideas modernas», y más aún en toda la moral europeo-cristiana: ése padece una ansiedad con la que ninguna otra es comparable, - él abarca, en efecto, de una sola mirada todo aquello que, con una favorable concentración e incremento de fuerzas y de tareas, podría sacarse del hombre mediante su selección, él sabe, con todo el saber de su conciencia, cómo el hombre no está aún agotado para las posililidades máximas, y con cuánta frecuencia el tipo hombre se ha encontrado ya frente a decisiones misteriosas y frente a nuevos caminos: - y sabe más aún, por su dolorosísimo recuerdo, contra qué cosas miserables ha chocado hasta ahora de ordinario un ser de rango supremo en su evolución, naufragando, rompiéndose, deshaciéndose, hundiéndose, volviéndose miserable. La degeneración global del hombre, hasta rebajarse a aquello que hoy les parece a los cretinos y majaderos socialistas su «hombre del futuro» ¡su ideal! - esa degeneración y empequeñecimiento del hombre en completo animal de rebaño (o, como ellos dicen, en hombre de la «sociedad libre» ),esa animalización del hombre hasta convertirse en animal enano dotado de igualdad de derechos y exigencias son posibles, ¡no hay duda! Quien ha pensado alguna vez hasta el final esa posibilidad conoce una náusea más que los demás hombres, - ¡y tal vez también una nueva tarea!


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Presentación
















PROBLEMAS FUNDAMENTALES DE LA MORAL:
La edicón citada por Nietzsche es la hecha por Frauenstädt, Leipzig, 1874; el texto es de la Memoria sobre el fundamento de la moral 6, «El fundamento de la ética kantiana».
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BIOGRÁFO:
El biógrafo de Schopenhauer a que Nietzsche se refiere es W. Gwinner (1825-1917), quien mantuvo relaciones personales con Schopenhauer. La primera edición de su biografía llevaba el
titulo Arthur Schopenhauer aus persönlichen Umgang dargestellt. Ein Blick auf sein Leben, seinen Charakter und seine Lehre [Arthur Schopenhauer, expuesto a base de un trato personal con él. Una mirada a su vida, a su carácter y a su doctrina] (Leipzig, 1862). La segunda edición de esta obra, muy ampliada, con el título de Schopenhauer Leben [Vida de Schopenhauer], apareció
en 1878. Nietzsche se refieíe a esa biografla y a su autor en La genealogía de la inoral, III, 19.  Como es bien sabido por los conocedores de la biografía de Schopenhauer, éste aprendió en su juventud a tocar la flauta, y a lo largo de su vida no abandonó nunca este esparcimiento. Poseía varias flautas muy valiosas, que son mencionadas incluso en su testamento.


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EL OLVIDO:
Véase, antes, aforismo 77.


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EN EL CIELO Y EN LA  TIERRA:
«En el cielo y en la tierra» es, como se sabe, expresión evangélica; véanse, por ejemplo, Evangelio de Lucas, 28, 18; Epístola a los Efesios, 1, 10, etc. Nietzsche usa la versión luterana, como hace siempre que recurre a expresiones de la Biblia.


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OBEDECER:
La palabra  g'ehorcht puede significar aqui, además de «obedecer», «escuchar» (esto es, escuchar un mandato).


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AMOR-PASIÓN:
Amour-passion es expresión de Stendhal. Véase Del amor, de Stendhal, y el estudio de Ortega y Gasset, Amor en Stendhal. El capítulo primero del citado libro de Stendhal comienza así: «Hay cuatro amores diferentes: 1." El amor pasión... 2.' El amor placer... 3." El amor fisico... 4.' El amor vanidad...» Nietzsche vuelve a referirse a él en el aforismo 260.


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LA QUÍMERA:
Nietzsche parodia aqul un verso de la Biblia, VI, 181, en que se describe el mitológico animal llamado Quimera, el cual, según la fábula, tenía cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente. El verso de la Ilíada dice así: «León por delante, serpiente pot detrás, cabra por el medio» Evidentemenre, la «cabra de en medio es Sócrates. Nietzsche había acudido ya a esta misma parodia en la primera de sus Consideraciones intempestivas: David Srsauss, el confesor y el escritor, 4, donde dice: «Strauss por delante, Gervinus por detrás, y en medio la Quimera


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CREER Y SABER:
Véase, antes, nota 8.


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LAS RAZONES DEL OBRAR:
Véase, más adelante, aforismo 212.


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AMBRUST:
Arcuballista, «ballesta provista de arco», dio, en efecto, en alemán, a partir de la primera Cruzada, el término Armbrust, que significa también «ballesta», pero que se compone de las palabras alemanas Arm (brazo) y Brust (pecho).


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TÁCITO:
Las consideraciones de Tácito sobre los judíos se encuentran principalmente en Historias, V, 8.


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PUEBLO ELEGIDO:
La expresión bíblica «pueblo escogido» deriva del Salmo 105, 43.


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REBELIÓN DE LOS ESCLAVOS EN LA MORAL:
Un amplio desarrollo de esta ídea puede verse en el tratado I, 7 y 10, de La genealogía de la moral.


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ANIMAL DE PRESA Y MORALISTAS:
Véanse los desarrollos de este tema en Crepúsculo de los ídolos,«Incursiones de un intempestivo», 37, donde vuelve a citar a Cesar Borgia.


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HAFIS:
Hafis, «El que sabe de memoria el Corán», poeta persa, hacia 1319-1390, autor del Diván y uno de los inspiradores del Diván de Occidente y Oriente, de Goethe; muy conocido, a tavés de éste, en Alemania. También se le señala como uno de los inspiradores de Nietzsche en lo referente al etemo retorno.


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SERVIDORES DE UN PUEBLO:
Nietzsche alude aqui a la conocida frase de Federico el Grande en sus Memoires de Brandebourg  [Memorias de Brandeburgo]: «Un prince est le premier serviteur et le premier magistrat de l'Etat, En Así habló Zaratustra, Nietsche se había referido ya a esta frase: «'Yo sirvo, tú sirves, nosotros servimos' - así reza aqui también la hipocresía de los que dominan - ¡y ay cuando el primer señor es tan sólo el primer servidor!»


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AGUSTÍN DE HIPONA:
Las varias alusiones de Nietzsche a San Agustin tienen siempre un tono negativo. Véanse La gaya ciencia, aforismo 359; El Anticristo, aforismo 59. Véase tambien, antes, aforismo 50. Nietzsche había leido las Confesiones, de Agustín, en 1885. En un carta escrita a su amigo Overbeck desde Niza el 31 de mano de 1885 le dice lo siguiente: «He leido ahora, para esparcimiento, las Confesiones de San Agustín, lamentando grandemente el que tú no estuvieras a mi lado. ¡Oh ese viejo retor! ¡qué falso es, cómo pone los ojos en bianco! ¡Cómo me he reido; (Por ejemplo, acerca del   'hurto' de su juventud, que es en el fondo una historia de estudiantes.) ¡Qué falsedad psicológica! (Por ejemplo, cuando habla de la muerte de su mejor amigo, con quien tenía una sola alma, y dice que 'se decidió a seguir viviendo para que, de esa manera, su amigo no muriese del todo'. Algo así es mentiroso hasta la náusea.) El valor filosófico, igual a cero. Platonísmo aplebeyado, es decir, una forma de pensar inventada para la más elevada aristocracia del alma, acomodada aquí a naturalezas de esclavo. Por lo demás, leyendo este libro es posible ver las entrañas del cristianismo: asisto a ello con la curiosidad de un médico y filólogo radical»


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FEDERICO II HOHENSTAUFEN:
La admiración de Nietzsche por Federíco II Hohenstaufen queda declarada también en otros lugares; por ejemplo, en Ecce homo y en El Anticristo, aforismo 60.


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LO EXRAMORAL:
Véase, antes, nota 40.


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EL MIEDO COMO PADRE DE LA MORAL:
Nietzsche dice die Mutter der Moral [la madre de la morall, por ser de género femenino en alemán el término Furcht [miedo].


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NO PODER OBRAR DE OTRO MODO:
«Wir können nicht anders» [no podemos obrar de ouo modo] es la parte final, pero puesta por Nietzsche en plural, de la frase atribuida a Lutero, y muy popular en Alemania: «Hier stehe ich! Ich kann nicht anders» [Aquí me afirmo. No puedo obrar de otro modo], que Nietzsche cita repetidas veces en sus obras.


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NI DIEU NI MAITRE:
Véase, antes, nota 29.


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EL NUDO GORDIANO:
Nietzsche alude aquí, evidentemente, al «nudo gordiano», cortado con su espada por Alejandro Magno; en la cuarta de sus Consideraciones intempestivas: Richard Wagner en Bayreuth, 4, Nietzsche había reclamado «Antialejandros» que volviesen a atar el nudo de la cultura griega. A ello vuelve a referirse en Ecce homo.


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EL HOMBRE DEL FUTURO:
En La genealogía de la moral, II, 24, Nietzsche contrapone a este socialista «hombre del futuro otro distinto hombre del futuro», del que dice: «Ese hombre del futuro, que nos liberará del ideal vigente hasta ahora y asimismo de lo que tuvo que nacer con él de la gran náusea, de la voluntad de la nada, del nihilismo, ese toque de campana del mediodia y de la gran decisión, que de nuevo libera la voluntad, que devuelve a la tierra su meta y al hombre su esperanza, ese anticristo y antinihilista, ese vencedor de Dios y de la nada - alguna vez tiene que llegar...»


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SOCIEDAD LIBRE:
Nietzsche había polemizado ya con la socialista «sociedad libre» en La gaya ciencia, aforismos 356 y 377.


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NUEVA TAREA:
La nueva tarea» tantas veces anunciada por Nietzsche en esta obra es evidentemente la de filosofar con el martillo», la cual tiene su formulación en Crepúsculo de los ídolos.


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