MAS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL
(Secciones 6ª,7ª,8ª,9ª y Epodo)
SECCIÓN SEXTA:NOSOTROS LOS DOCTOS
A riesgo de que el moralizar manifieste ser también aquí lo que siempre ha
sido - a saber, un intrépido montreu ses plaies [mostrar las propias llagas], según
Balzac -, yo me atrevería a oponerme a un indebido y pernicioso desplazamiento de rango
que hoy, de manera completamente inadvertida y como con la mejor conciencia, amenaza con
establecerse entre la ciencia y la filosofía. Quiero decir que, partiendo de nuestra
experiencia, - ¿experiencia significa siempre, según me parece a mí, mala experiencia?
- hemos de tener derecho a intervenir en la discusión sobre esa elevada cuestión de
rango: para no hablar como hablan del color los ciegos o como hablan contra la ciencia las
mujeres y los artistas (« ¡ay, esa perversa
ciencia!, suspiran el instinto y el pudor de éstos, ¡ella averigua siempre lo quehay
detrás de las cosas!» -). La declaración de independencia del hombre científico, su
emancipación de la filosofía, constituye una de las repercusiones más sutiles del orden
y desorden democráticos: por todas partes la autoglorificación y autoexaltación del
docto encuéntranse hoy en pleno florecimiento Y en su mejor primavera, - con lo cual no
queremos decir que en este caso la albanza de sí mismo huela de modo agradable «¡Nada de dueño » - eso es lo que quiere
también aquí el instinto del hombre plebeyo; y después de que la ciencia se ha
liberado, con el más feliz éxito de la teología, de la cual fue «sierva» durante
mucho tiempo, aspira ahora con completa altanería e insensatez a dictar leyes a la
filosofía y a representar ella por su parte el papel de «señor» - ¡qué digo!, de
filósofo. Mi memoria - ¡memoria de un hombre científico, permítaseme decirlo! - rebosa
de las ingenuidades, basadas en la soberbia; que sobre la filosofía y los filósofos he
oído decir a los los jovenes investigadores de la naturaleza y a los viejos médicos
(para no hablar de los más cultos y más engreídos
de todos los doctos, los filólogos y pedagogos que son ambas cosas por profesión -) Unas
veces era especialista y mozo de esquina el que instintivamente se ponía en guardia
contra todas las tareas y capacidades sintéticas; otras, el obrero diligente el que
había percibido un olor de otium [ocio] y de aristocrática exuberancia en la
economía anímica del filósofo, y que por ello se sentía menoscabado y empequeñecido.
Otras veces era ese daltonismo del hombre utilitario que no ve en la filosofía más que
una serie de sístemas refutados y un lujo derrochador que a nadie «aprovecha». Otras,
lo que resaltaba era el miedo a una mística disfrazada y a una rectificación de las
fronteras del conocer; a veces en la desestimación de algunas filosofías la que se
había generalizado arbitrariamente, convirtiéndose en desestimación de la filosofía
misma. Con muchísima frecuencia, en fin, encontré en jóvenes doctos, detrás del
soberbio menosprecio de la filosofía, la perversa repercusión de un filósofo al cual se
le había negado ciertamente obediencia en conjunto, pero sin haber escapado al hechizo de
sus despreciativas valoraciones de otros filósofos: - lo que tenía como resultado una
disposición global de ánimo opuesta a toda filosofía. (Tal me parece ser, por ejemplo,
la repercusión de Schopenhauer sobre la Alemania más reciente: - con su poco inteligente
furia contra Hegel ha conseguido que la última generación entera de alemanes se separe
de la conexión con la cultura alemana, cultura que, bien sopesadas todas las cosas, ha
representado una cima y una sutileza adivinatoria del sentido
históricol pero Schopenhauer mismo era, justo en este punto, tan pobre, tan poco
receptivo, tan poco alemán, que llegaba a la genialidad.) Hablando en general, acaso ha
sido principalmente lo humano, demasiado humano, en suma, la miseria misma de los
filósofos recientes lo que de modo más radical haya dañado al respeto a la filosofía y
haya abierto las puertas al instinto del hombre de la plebe. Confesémonos, pues, hasta
qué punto le falta a nuestro mundo moderno la especie entera de los Heráclitos,
Platones, Empédocles y como se hayan denominado todos esos regios y magníficos eremitas
del espíritu; y con cuánta razón, a la vista de los representantes de la filosofía que
hoy, gracias a la moda, están tanto por encima como por debajo - en Alemania, por
ejemplo, los dos leones de Berlín, el anarquista Eugen
Dühring y el amalgamista Eduard von Hartmann ,
le es licito a un honesto hombre de ciencia sentirse de una especie y una ascendencia
mejores. Es en especial el espectáculo de esos filósofos del revoltijo que a sí mismos
se denominan «filósofos de la realidad» o «positivistas» el que consigue introducir
una peligrosa desconfianza en el alma de un docto joven, ambicioso: éstos son, en efecto,
en el mejor de los casos, doctos y especialistas, ¡eso se palpa! - éstos son, en efecto,
todos ellos, hombres vencidos y sometidos de nuevo al dominio de la ciencia, que alguna
vez han querido de sí algo más, sin tener derecho a ese «más» y a la responsabilidad
de ese «más» - y que ahora, honorables, furiosos, vengativos, representan con sus
palabras y sus hechos la falta de fe en la tarea señorial y en la soberanía de 1a
filosofía. En fin: ¡cómo podría ser de otro modo! Hoy la ciencia florece y muestra en
su rostro con abundancia la buena conciencia, mientras que aquello a lo que ha venido a
parar poco a poco toda la filosofía alemana reciente, ese residuo de filosofla de hoy,
suscita contra sí desconfianza y fastidio cuando no burla y compasión. La filosofía
reducida a «teoría del conocimientoa, y que ya no es de hecho más que una tímida epojística y doctrina de la abstinencia: una
filosofía que no llega más que hasta el umbral y que se prohíbe escrupulosamente el
derecho a entrar - ésa es una filosofía que está en las últimas, un final, una
agonía, algo que produce compasión. ¡Cómo podría semejante filosofía - dominar!
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Los peligros que amenazan al desarrollo del filósofo son hoy en verdad tan múltiples que
se dudaría de que ese fruto pueda llegar aún en absoluto a madurar. La extensión de las
ciencias la torre construida por ellas han crecido de modo gigantesco, con lo cual ha
aumentado también la probabilidad de que el filósofo se canse ya mientras aprende o se
deje retener en un lugar cualquiera y «especializarse»: de modo que no llegue ya en
absoluto hasta su altura, es decir, que no tenga una mirada desde arriba, a la redonda,
hacia abajo. O que llegue arriba demasiado tarde, cuando ya su mejor época y su mejor
fuerza han pasado; o que llegue dañado, embrutecido, degenerado, de modo que su mirada,
su juicio global de valor signifiquen ya poco. Acaso sea precisamente la finura de su
conciencia intelectual la que le haga dudar en el camino y retrasarse; tiene miedo de la
seducción que lo incita a convertirse en diletante, en ciempiés y en ciententáculos,
sabe demasiado bien que quien se haya perdido el respeto a sí mismo no es ya, tampoco en
cuanto hombre de conocimiento, el que manda, el que grita: tendría, pues, que queer
convertirse en el gran comediante, en el Cagliostro y cazarratas filosófico de los
espíritus, en suma, en seductor. Esta es, en última instancia, una cuestión de
conciencia. A lo cual se añade, para redoblar más aún la dificultad del filósofo, que
éste se exige a sí mismo dar un juicio, un sí o un no, no sobre las ciencias, sino
sobre la vida y el valor de la vida, - que le cuesta aprender a creer que él tenga
derecho o incluso deber de pronunciar ese juicio, y que sólo partiendo de las vivencias
más extensas - acaso las más perturbadoras, las más destructoras - y a menudo
vacilando, dudando, enmudeciendo, es como él tiene que buscar su camino hacia ese juicio
y esa creencia. De hecho durante largo tiempo la multitud no ha comprendido al filósofo y
lo ha confundido con otros, bien con el hombre científico y con el docto ideal, bien con
el iluso y ebrio de Díos, religiosamente elevado, desensualizado, «desmundanizado»; y
cuando hoy oímos que se alaba a alguien diciendo que vive sabiamente» o «como un
filósofo», eso no significa casi nada más que vive «de modo inteligente y apartado».
Sabiduría: a la plebe le parece ésta una especie de huida, un medio y artificio para
escapar bien a un mal juego; pero el filósofo verdadero - ¿no nos parece así a
nosotros, amigos míos? - vive de manera «no filosófica» y «no sabia», sobre todo de
manera no inteligente, y siente el peso y deber de cien tentativas y tentaciones de la
vida: - se arriesga a si mismo constantemente, juega el juego malo...
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En relación con un genio, es decir, con un ser que o
bien fecunda a otro, o bien da a luz, tomadas ambas expresiones en su máxima extensión,
- el docto, el hombre de ciencia medio, tiene siempre algo de solterona: pues, como ésta,
no entiende nada de las dos funciones más valiosas del ser humano. De hecho a ambos, a
doctos y a solteronas, a modo de indemnización, por asi decirlo, se les reconoce
respetabilidad - se subraya en estos casos la respetabilidad -, y la forzosidad de ese
reconocimiento proporciona idéntica dosis de fastidio. Míremos las cosas con más
detalle: ¿qué es el hombre científico? Por lo pronto, una especie no aristocrática de
hombre, con las virtudes de una especie no aristocrática de hombre, es decir, no
dominante, no autoritaria y tampoco contenta de sí misma: el hombre científico tiene
laboriosidad, paciencia para ocupar su sitio en la fila, regularidad y mesura en sus
capacidades y necesidades, tiene el instinto para reconocer cuáles son sus iguales y qué
es lo que sus iguales necesitan, por ejemplo aquella dosis de independencia y de prado
verde sin la cual no hay tranquilidad en el trabaio, aquella pretensión de que se le
honre y reconozca (la cual presupone primero y ante todo conocimiento, cognoscibilidad -),
aquel rayo de sol de un buen nombre, aquella constante insistencia en su valor y en su
utilidad, con la que es necesario superar una y otra vez la desconfianza íntima que hay
en el fondo del corazón de todos los hombres dependientes y animales de rebaño. El docto
tiene también, como es obvio, las enfermedades y defectos de una especie no
aristocrática: tiene mucha envidia pequeña y posee un ojo de lince para ver cuanto de
bajo hay en las naturalezas a cuyas alturas él no puede ascender.
Es confiado, mas sólo como uno que se deja ir paso a paso, pero no fluir como una
corriente; y justo frente al hombre de la gran corriente el docto adopta una actitud tanto
más fija y cerrada, - su ojo es entonces como un lago liso y disgustado, en el cual ya no
aparece la onda de ningún embeleso, de ninguna simpatía. Las cosas peores y más
peligrosas que un docto es capaz de hacer le vienen del instinto de mediocridad de su
especie: de aquel jesuitismo de la mediocridad que trabaja instintivamente para aniquilar
al hombre no usual y que intenta romper o - ¡mejor aún! - aflojar todo arco tenso.
Aflojarlo, claro está, con consideración, con mano indulgente -, aflojarlo con cariñosa
compasión: éste es el auténtico arte del jesuitismo, que ha sabido siempre presentarse
como religión de la compasión. -
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Por grande que sea el agradecimiento con que acojamos el espíritu objetivo - ¡y quién
no habría estado ya alguna vez harto hasta la muerte de todo lo subjetivo y de su maldita
ipsissimosidad! -, al final tenemos que
aprender a tener cautela también con nuestro agradecimiento y poner freno a la
exageración con que la renuncia del espíritu a sí mismo y su despersonalización vienen
siendo ensalzadas últimamente, cual si fueran, por así decirlo, una meta en sí, una
redención y transfiguración: cosa que suele ocurrir sobre todo en el interior de la
escuela de los pesimistas, escuela que, por su parte, tiene también buenas razones para
otorgar los máximos honores al «conocer desinteresado». El hombre objetivo, que ya no
lanza maldiciones e injurias como el pesimista, el docto ideal, en el cual el instinto
científico consigue florecer y prosperar tras miles de fracasos totales y de fracasos a
medias, es con toda seguridad uno de los instrumentos más preciosos que existen: pero
debe ser manejado por alguien más poderoso. El es tan sólo un instrumento, digamos: un
espejo, - no una «finalidad por sí misma». El hombre objetivo es de hecho un espejo:
habituado a someterse a todo lo que quiere ser conocido, sin ningún otro placer que el
que le proporciona el conocer, el «reflejar», - ese hombre aguarda hasta que algo llega,
y entonces se extiende con delicadeza, para que sobre su superficie y piel no se pierdan
tampoco las huellas ligeras y el fugaz deslizarse de seres fantasmales. El resto de
«persona» que todavía le queda parécele algo casual, algo con frecuencia arbitrario y,
con más frecuencia aún, perturbador: hasta tal punto se ha convertido a sí mismo en
lugar de paso y en reflejo de figuras y acontecimientos njenos. Le cuesta reflexionar
sobre «sí mismo», y no raras veces yerra al hacerlo; fácilmente se confunde a sí
mismo con otros, se equivoca en lo referente a sus propias necesidades, y esto es lo
único en que se muestra burdo y negligente. Tal vez le atormenten la salud, o la
mezquintind y ell aire enrarecido
de mujeres y amigos, o la fnlta de compañeros y compañía, más aún, se fuerza a sí
mismo a reflexionar sobre su tormento: ¡en vano! Ya su pensamiento divaga lejos, yendo
hacia el caso más general, y mañana sabe tan poco como sabía ayer de qué modo se le ha
de ayudar. Ha perdido la seriedad para consigo mismo, también el tiempo: es jovial, no
por falta de penas, sino por falta de dedos y de manos para tocar sus penas. La
condescendencia habitúal con toda cosa y acontecimiento, la alegre e imparcial
hospitalidad con que acoge todo lo que choca con él, su especie de inconsiderada
benevolencia, de peligrosa despreocupación por el sí y el no: ¡ay, se dan bastantes
casos en que tiene que expiar esas virtudes suyas! - y en cuanto ser humano conviértese
con demasiada facilidad en el caput mortuum [cabeza muerta] de esas virtudes. Si se quiere
de él amor y odio, quiero decir amor y odio tal como los entienden Dios, la mujer y el
animal-: él hará lo que pueda, y dará lo que pueda. Pero no debemos extrañarnos de que
no sea mucho, - de que justo en esto se muestre inauténtico, frágil, equívoco y
podrido. Su amor es querido, su odio es artificial y más bien un tour de force [prueba de
fuerza], una pequeña vanidad y exageración. En efecto, él es auténtico nada
más que en la medida en que le es lícito ser objetivo: únicamente en su jovial
totalismo continúa siendo «naturaleza» y «natural». Su alma reflectante y que
eternamente está alisándose no sabe ya afirmar, no sabe ya negar; no da órdenes;
tampoco destruye. Je ne méprise presque rien [yo no
desprecio casi nada] - dice con Leibniz : ¡no se pase por alto ni se infravalore el
presque [casi]! Tampoco es un hombre modelo; no va delante de nadie, ni detrás de nadie;
se sitúa en general demasiado lejos como para tener motivo de tomar partido entre el bien
y el mal. Al confundirle durante tanto tiempo con el filósofo, con el cesáreo
disciplinador y violentador de la cultura: se le han otorgado honores demasiado elevados y
se ha dejado de ver lo más esencial que hay en él, - él es un instrumento, un ejemplar
de esclavo, aunque también, ciertamente, la especie más sublime de esclavo, pero, en sí
mismo, nada, presque rien! [¡casi nada!]. El hombre objetivo es un instrumento, un
instrumento de medida y una obra maestra de espejo, precioso, fácil de romper y de
empañar, al que se le debe tratar con cuidado y honrar; pero no es una meta, un resultado
y elevación, un hombre complementario en el cual se justifique la restante existencia, no
es una conclusión - y menos aún es un comienzo, una procreación y causa primera, no es
algo rudo, poderoso, plantado en sí mismo, que quiere ser señor: antes bien, es sólo un
delicado, hinchado, fino, móvil recipiente formal, que tiene que aguarda a un contenido y
a una sustancia cualesquiera para «configurarse» a sí mismo de acuerdo con ellos, - de
ordinario es un hombre sin contenido ni sustancia, un hombre «sin sí mismo». En
consecuencia, tampoco es una cosa para mujeres, in parenthesi [dicho sea entre
paréntesis]. -
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Cuando un filósofo da a entender hoy que él no es un escéptico, - yo espero que se haya
percibido eso en la descripción que acabo de hacer del espirítu objetivo - todo el mundo
oye eso con disgusto; se le examina con cierto recelo, se querría preguntarle y
preguntarle muchas cosas..., más aún, entre los oyentes tímidos, que ahora existen en
gran cantidad, se le califica, desde ese momento, de peligroso. Les parece como si, en el
repudio del escepticismo por parte de aquel, ellos escuchasen desde lejos un ruido malvado
y amenazador, como si en alguna parte se estuviera ensayando una nueva sustancia
explosiva, una dinamita del espíritu, quizá una nihilina rusa recién descubierta, un
pesimismo bonae voluntatis [de buena voluntad]
que no se limita a decir no, a querer no, sino - ¡cosa horrible de pensar! - a hacer
no. Contra esa especie de «buena voluntad» - una
no voluntad de negación real y efectiva de la vida - no hay hoy, según es reconocido por
todos. mejor somnífero que la suave, amable, tranquilizante adormidera del escepticismo;
el mismo Hamlet es recetado hoy, por los médicos de la época, como un medicamento contra
el «espíritu» y sus rumores subterraneos. «¿No tenemos ya enteramente llenos los
oídos de rumores perversos? - dice el escéptico, presentándose como amigo de la
tranquilidad y casi como una especie de policía de seguridad: - ¡ese no subterráneo es
horrible! ¡Callaos por fin, topos pesimistas! » En efecto, el escéptico, esa criatura
delicada, se horroriza con demasiada facilidad; su conciencia está amaestrada para
sobresaltarse y sentir algo así como una mordedura cuando oye cuálquier no, es incluso
cuando oye un sí duro y decidido. ¡Sí! y ¡no! - esto repugna a su moral; por el
contrario, le gusta agasajar a su virtud con la noble abstención, diciendo acaso con
Montaigne: «¿Qué sé yo?» O con Sócrates: «Yo sé que no sé nada.» O: «Aquí no
me fío de mí, aquí no esta abierta ninguna
puerta para mí.» O: «Suponiendo que estuviera abierta,para qué entrar en seguida! »
O: ¿de qué sirven todas las hipótesis apresuradas? No hacer hipótesis podría
fácilmente formar parte del buen gusto. ¿Es que teneis que enderezar inmediatamente lo torcido? ¿Que tapar todo
agujero con una estopa cualquiera? ¿No tiene esto su tiempo? ¿No tiene tiempo el tiempo?
Oh muchachos del diablo, ¿no podéis aguardar en modo alguno? También lo incierto tiene
sus atractivos, también la Esfinge es una Circe, también Circe fue una filósofa.» -
Así se consuela a sí mismo un escéptico; y es cierto que tiene necesidud de algún
consuelo. En efecto, el escepticismo es la expresón más espiritual de una cierta
constitución psicológica compleja a la que, en el lenguaje vulgar, se le da el nombre dc
debilidad nerviosa y constitución enfermiza; el escepticismo surge siempre que razas o
estamentos largo tiempo separados entre sí se entrecruzan de manera decidida y súbita.
En la nueva estirpe, la cual, por así decirlo, acoge en su sangre por herencia medidas y
valores diferentes, todo es inquietud, turbación, duda, ensayo; las fuerzas mejores
producen un efecto inhibitorio, las virtudes mismas no se dejan unas a otras crecer ni
fortalecerse, en el cuerpo y en el alma faltan el equilibrio, el centro de gravedad, la
segurídad perpendicular. Pero lo que más hondamente enferma y degenera en esos mestizos
es la voluntad: ellos ya no conocen en absoluto la independencia en la resolución,
el valiente sentimiento de placer en el querer, - incluso en sus sueños dudan de la
«libertad de la voluntad». Nuestra Europa de hoy, escenario de un ensayo absurdo y
repentino de mezclar radicalmente entre sí los estamentos y, en consecuencia, las razas,
es por ello escéptica tanto arriba como abajo, exhibiendo unas veces ese móvil
escepticismo que salta, impaciente y ávido, de una rama a otra, y presentándose otras
torva cual una nube cargada de signos de interrogación, - ¡y a menudo mortalmente harta
de su voluntad! Parálisis de la voluntad: ¡en qué lugar no encontramos hoy sentado a
ese tullido! ¡Y a menudo, incluso, muy ataviado! ¡Qué seductoramente engalanado! Para
esta enfermedad existen los más hermosos vestidos de gala y de mentira; y que, por
ejemplo, la mayor parte de lo que hoy se exhibe a sí mismo en los escaparates como
«objetividad», «cientificismo», l'art pour l'art,
«conocer puro, independiente de la volnntad», no es otra cosa que escepticismo y
parálisis de la voluntad engalanados, - ése es un diagnóstico de la enfermedad europea
del que yo quiero salir responsable. - La enfermedad de la voluntad se ha extendido sobre
Europa de una manera no uniforme: donde más amplia y compleja se muestra es allí donde
más tiempo hace que la cultura está aposentada, y desaparece en la medida en que «el
bárbaro» hace valer todavía - o de nuevo - su derecho bajo la desaliñada vestimenta de
la cultura occidental. En la Francia actual es, por tanto, y esto es cosa tan fácil de
deducir como de palpar con la mano, donde más enferma se encuentra la voluntad; y
Francia, que siempre ha tenido una habilidad magistral para transformar en algo atractivo
y seductor incluso los giros más fatales de su espíritu, muestra hoy propiamente su
preponderancia cultural sobre Europa en su calidad de escuela y escaparate de todas las
magias del escepticismo. La fuerza de querer, y de querer, en verdad, una voluntad única
durante largo tiempo, es ya un poco más fuerte en Alemania, y en el norte alemán es, a
su vez, más fuerte que en el centro; considerablemente más fuerte es en Inglaterra, en
España y Córcega, ligada en el primer caso a la flema, y en el segundo a los cráneos
duros, - para no hablar de Italia, la cual es demasiado joven como para saber lo que
quiere, y que tiene que demostrar primero si es capaz de querer -, pero donde más fuerte
y más asombrosa se muestra es en aquel imperio intermedio en el que Europa, por así
decirlo, refluye hacia Asia, en Rusia. Allí la fuerza de querer ha venido siendo
reservada y acumulada desde hace mucho tiempo, allí la voluntad - quién sabe si como
voluntad de afirmación o de negación - aguarda amenazadoramente el momento en que se la
accione, para tomar prestado a los físicos de hoy su palabra preferida. Para que Europa
quede libre de su máximo peligro acaso sean necesarias no sólo guerras en India y
complicaciones en Asia, sino revoluciones internas, la desmembración del Reich en
pequeños cuerpos y, sobre todo, la introducción de la imbecilidad parlamentaria, además
de la obligación para todo el mundo de leer su periódico durante el desayuno. Yo no digo
esto porque lo desee: antes bien, yo desearía lo contrario, - quiero decir, un aumento
tal de la amenaza representada por Rusia que Europa tuviera que decidirse a volverse
amenazadora en esa misma medida, esto es, a adquirir una voluntad única mediante el
instrumento de una nueva casta que dominase sobre Europa, a adquirir una voluntad propia
prolongada, terrible, que pudiera proponerse metas para milenios: - para que por fin
acabasen tanto la comedia, que ha durado demasiado, de su división en pequeños Estados
como sus veleidades dinásticas y democráticas. El tiempo de la política pequeña ha
pasado: ya el próximo siglo trae consigo la lucha por el dominio de la tierra, - la
coacción a hacer una política grande.
209
Hasta qué punto la nueva edad bélica en que nosotros los europeos hemos manifiestamente
entrado va a favorecer quizá también el desarrollo de una especie distinta y más fuerte
de escepticismo es cosa sobre la cual yo quisiera expresarme por el momento nada más que
mediante una imagen, que los amigos de la historia alemana comprenderán. Aquel
irreflexivo entusiasta de los granaderos guapos y altos que, como rey de Prusia, dio vida a un genio militar y escéptico - y
con ello, en el fondo, a ese nuevo tipo de alemán que justo ahora aparece victoriosamente
en el horizonte -, el ambiguo y loco padre de Federico el Grande, tuvo también en un
único punto la zarpa y la garra afortunada del genio: supo qué era lo que faltaba
entonces en Alemania, y cuál era la falta que resultaba cien veces más angustiosa y
urgente que, por ejemplo, la falta de cultura y de forma social, - su aversión por el
joven Federico provenía de la angustia de un instinto profundo. Faltaban varones; y él
recelaba, para amarguísimo fastidio suyo, que su propio hijo no era suficientemente
varón. En esto se engañó: mas ¿quién no se habría engañado en su lugar? Veía a su
hijo víctima del ateísmo, del Esprit [espíritu]l de la deleitosa frivolidad de
franceses llenos de ingenio: - veia en el trasfondo la gran chupadora de sangre, la araña
del escepticismo, sospechaba la incurable miseria de un corazón que ya no es bastante
fuerte ni para el bien ni para el mal, de una voluntad rota que ya no da órdenes, que ya
no puede dar órdenes. Pero entre tanto se desarrolló en su hijo aquella especie nueva,
más peligrosa y más dura, de escepticismo, - ¿quién sabe hasta qué punto favorecida
precisamente por el odio del padre y por la gélida melancolía de una voluntad que se
había hecho solitaria? - el escepticismo de la virilidad temeraria, que está
estrechamente emparentado con el genio para la guerra y para la conquista y que hizo su
primera entrada en Alemania bajo la figura del gran Federico. Este escepticismo desprecia
y, sin embargo, atrae hacia sí; socava y se posesiona; no cree, pero no se pierde en eso;
otorga al espíritu una libertad peligrosa, pero al corazón lo sujeta con rigor; es la forma alemana del escepticismo,
que, en forma de un fredericianismo prolongado y elevado hasta lo más espiritual, ha
tenido sometida durante largo tiempo a Europa bajo el dominio del espíritu alemán y de
su desconfianza crítica e histórica. Gracias al indomable, fuerte y tenaz carácter
viril de los grandes filólogos y críticos de la historia alemanes (los cuales, si se los
mira bien fueron todos ellos también artistas de la destrucción y de la disgregación)
se estableció poco a poco, pese a todo el romanticismo en música o en filosofía, un
nuevo concepto del espíritu alemán, en el que destacaba decisivamente la tendencia al
escepticismo viril: ya, por ejemplo, como intrepidez de la mirada, ya como valentía y
dureza de la mano al descomponer cosas, ya como tenaz voluntad de emprender peligrosos
viajes de descubrimiento, espiritualizadas expediciones al polo norte bajo cielos
desolados y peligrosos. Sin duda está bien justificado el que hombres humanitarios, de
sangre fría, superficiales, se santigüen precisamente ante ese espíritu: cet esprit
fataliste, ironique, rnéphistophéliqe [ese espíritu fatalista, irónico, mefistofélico]
lo denomina, no sin estremecimientos, Michelet. Pero
si alguien quiere percibir qué distinción tan grande representa ese miedo al avarón»
existente en el espíritu alemán, que despertó a Europa de su «somnolencia dogmática», recuerde el antiguo
concepto que fue necesario superar con él, - y cómo no hace tanto tiempo que a una mujer
masculinizada le fue lícito, con una desbocada
presunción, osar recomendar los alemanes a la simpatía de Europa, como cretinos suaves y
poéticos, huecos de corazón y débiles de voluntad.
Entiéndase por fin con suficiente profundidad el asombro de Napoleón cuando vio a
Goethe: ese asombro delata lo que durante siglos se había entendido por «espíritu
alemán». «Voilà un homme»-. quería decir: «¡Eso
es un varón! ¡Y yo había aguardado únicamente un alemán!»-
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Suponiendo, pues, que en la imagen de los filósofos del futuro haya algún rasgo que
permita adivinar que acaso ellos tengan que ser escépticos en el sentido recién
insinuado, con esto no habríamos designado más que algo en ellos - y no a ellos mismos.
Idéntico derecho tienen a hacerse llamar críticos; y sin ninguna duda serán hombres de
experimentos. Mediante el nombre con que he osado bautizarlos he subrayado ya de modo
expreso el experimentar y el placer de experimentar:¿ lo he hecho porque a ellos, en
cuanto críticos de los pies a la cabeza, les gusta servirse del experimento en un sentido
nuevo, quizá más amplio, quizá más peligroso? En su pasión de conocimiento, ¿tienen
ellos que llegar, con sus temerarios y dolorosos experimentos, más allá de lo que puede
aprobar el reblandecido y debilitado gusto de un siglo democrático? - No hay duda: a esos
venideros es a los que menos les será lícito abstenerse de aquellas propiedades serias y
no exentas de peligro que diferencian al crítico del escéptico, quiero decir, la
seguridad de los criterios valorativos, el manejo consciente de una unidad de método, el
coraje alertado, el estar solos y el poder responder de sí mismos; más aún, admiten la
existencia en ellos de un placer en el decir no y en el desmembrar las cosas, y de una
cierta crueldad juiciosa que sabe manejar el cuchillo con seguridad · finura, aun cuando
el corazón sangre. Serán más duros (y quizá no sólo siempre contra sí mismos) de lo
que las personas humanitarias pensarían, no establecerán relaciones con la «verdad»
para que ésta les «agrade» o los «eleve» o los «entusiasme»: - antes bien, será
parca su creencia de que precisamente la verdad comporta tales placeres para el
sentimiento. Sonreirán, estos espíritus rigurosos, cuando alguien diga ante ellos. «Ese
pensamiento me levanta: ¿cómo no iba a ser él verdadero?» O: «Esa obra me encanta:
¿cómo no iba a ser ella hermosa?» O: «Ese artista me engrandece: ¿cómo no iba a ser
él grande?» - acaso tengan preparada no sólo una sonrisa, sino una auténtica náusea
frente a todo lo que de ese modo sea iluso, idealista, femenino, hermafrodita, y quien
supiera seguirlos hasta las cámaras ocultas de su corazón difícilmente encontraría
allí el propósito de conciliar los «sentimientos cristianos» con el «gusto antiguo»
y menos aún con el «parlamentarismo moderno» (propósito conciliador que, en nuestro
muy inseguro y, por consiguiente, muy conciliador siglo, se encontrará incluso entre los
filósofos). Esos filósofos del futuro se exigirán a sí mismos no sólo una disciplina
crítica y todos los hábitos que conducen a la limpieza y al rigor en los asuntos del
espíritu: les será lícito ex-hibirse a sí mismos como su especie de ornamento, - a
pesar de ello, no por esto quieren llamarse todavía críticos. Paréceles una afrenta no
pequeña que se hace a la filosofía el que se decrete, como hoy se gusta de hacer: «la
filosofía misma es crítica y ciencia crítica - ¡y nada más que eso!» Aunque esta
valoración de la filosofía goce del aplauso de todos los positivistas de Francia y de
Alemania (- y sería posible que hubiese halagado incluso al corazón y al gusto de Kant
recuérdese el título de sus obras capitales -): nuestros nuevos filósofos dirán a
pesar de eso: ¡los críticos son instrumentos del filósofo, y precisamente por eso, por
ser instrumentos, no son aún, ni de lejos, filósofos! También el gran chino de Königsberg era únicamente un gran crítico. -
211
Insisto en que se deje por fin de confundir a los obreros filosóficos y, en general, a
los hombres científicos con los filósofos, - en que justo aquí se dé rigurosamente «a
cada uno lo suyo», a los primeros no demasiado, y a los segundos no demasiado poco. Acaso
para la educación del verdadero filósofo se necesite que él mismo haya estado alguna
vez también en todos esos niveles en los que permanecen, en los que tienen que permanecer
sus servidores, los obreros científicos de la filosofía; él mismo tiene que haber sido
tal vez crítico y escéptico y dogmático e historiador y, además, poeta y coleccionista
y viajero y adivinador de enigmas y moralista y vidente y «espíritu libre» y casi todas
las cosas, a fin de recorrer el círculo entero de los valores y de los sentimientos de
valor del hombre y a fin de poder mirar con muchos ojos y conciencias, desde la altura
hacia toda lejanía, desde la profundidad hacia toda altura, desde el rincón hacia toda
amplitud. Pero todas estas cosas son únicamente condiciones previas de su tarea: esta
misma quiere algo distinto, - exige que él crec valoves. Aquellos obreros filosóficos
modelados según el noble patrón de Kant y de Hegel tienen que establecer y que reducir a
fórmulas cualquier gran hecho efectivo de valoraciones - es decir, de anteriores
posiciones de valor, creaciones de valor que llegaron a ser dominantes y que durante
algún tiempo fueron llamadas «verdades» - bien en el reino de lo lógico, bien en el de
lo político (moral), bien en el de lo artístico. A estos investigadores les incumbe el
volver aprehensible, manejable, dominable con la mirada, dominable con el pensamiento todo
lo que hasta ahora ha ocurrido y ha sido objeto de aprecio, el acortar todo lo largo, más
aún, «el tiempo» mismo, y el sojuzgar el pasado entero: inmensa y maravillosa tarea en
servir a la cual pueden sentirse satisfechos con seguridad todo orgullo sutil, toda
voluntad tenaz. Pero los anténticos filósofos
son hombres que dan órdenes y legislan: dicen «¡así debe ser! », son ellos los que
determinan el «hacia dónde» y el «para qué» del ser humano, disponiendo aquí del
trabajo previo de todos los obreros filosóficos, de todos los sojuzgadores del pasado, -
ellos extienden su mano creadora hacia el futuro, y todo lo que es y ha sido conviértese
para ellos en medio, en instrumento, en martillo. Su «conocer» es crear, su crear es
legislar, su voluntad de verdad es - voluntad de poder, - ¿Existen hoy tales filósofos?
¿Han existido ya tales filósofos? ¿No tienen qué existir tales filósofos?....
212
Va pareciéndome cada vez más que el filósofo, en cuanto es un hombre necesario del
mañana y del pasado manana, se ha encontrado y ha tenido que encontrarse siempre en
contradicción con su hoy: su enemigo ha sido siempre el ideal de hoy. Hasta ahora todos
esos extraordinarios promotores del hombre a los que se les da el nombre de filósofos, y
que raras veces se han sentido a sí mismos como amigos de la sabiduría, sino más bien
como necios desagradables y como peligrosos signos de interrogación, - han encontrado su
tarea, su dura, involuntaria, inevitable tarea, pero finalmente la grandeza de su tarea,
en ser la conciencia malvada de su tiempo. Al poner su cuchillo, para viviseccionarlo,
precisamente sobre el pecho de las virtudes de su tiempo, delataban cuál era su secreto
propio: conocer una nueva grandeza del hombre, un nuevo y no recorrido camino hacia su
engrandecimiento. Siempre han puesto al descubierto cuánta hipocresía, espíritu de
comodidad. dejarse ir y dejarse caer, cuánta mentira yace oculta bajo los tipos más
venerados de la moralidad contemporánea, cuánta virtud estaba anticuada, siempre
dijeron: «Nosotros tenemos que ir allá, allá fuera, donde hoy vosotros menos os sentís
como en vuestra casa.» A la vista de un mundo de «ideas modernas», el cual confinaría
a cada uno a un rincón y «especialidad», un filósofo, en el caso de que hoy pueda
haber filósofos, se vería forzado a situar la grandeza del hombre, el concepto
«grandeza», precisamente en su amplitud y multiplicidad, en su totalidad en muchas
cosas: incluso determinaría el valor y el rango por el número y diversidad de cosas que
uno solo pudiera soportar y tomar sobre sí, por la amplitud que uno solo pudiera dar a su
responsabilidad. Hoy el gusto de la época y la virtud de la época debilitan y
enflaquecen la voluntad, nada está tan en armonía con la época como la debilidad de la
voluntad: por tanto, en el ideal del filósofo tienen que formar parte del concepto
«grandeza» justo la fortaleza de la voluntad, justo la dureza y capacidad para adoptar
resoluciones largas; con el mismo derecho con que la doctrina opuesta y el ideal de una
humanidad idiota, abnegada, humilde, dcsinteresada serían adecuados a una época opuesta,
a una época que, como el siglo XVI, sufriese a causa de su acumulada energía de voluntad
y a causa de las aguas y mareas totalmente salvajes del egoísmo. En la época de
Sócrates, entre hombres de instinto fatigado, entre viejos atenienses conservadores que
se dejaban ir - «hacia la felicidad», según ellos decían, hacia el placer, según
ellos obraban - y que, al hacerlo, continuaban empleando las antiguas y espléndidas
palabras a las cuales no les daba derecho alguno su vida desde hacía mucho tiempo, quizá
fuese necesaria, para la grandeza del alma, la ironia, aquella maliciosa ironía
socrática del viejo médico y plebeyo que sajaba sin misericordia tanto su propia carne
como la carne y el corazón del «aristócrata», con una mirada que decía bastante
inteligiblemente: «¡No os disfracéis delante de mí! ¡Aquí - somos iguales! » Hoy, a
la inversa, cuando en Europa es el animal de rebaño el único que recibe y que reparte
honorcs, cuando la «igualdad de derechns» podría transformarse con demasiada facilidad
en la igualdad en la injusticia: yo quiero decir, combatiendo conjuntamente todo lo raro,
extraño, privilegiado del hombre superior, del deber superior, de la responsabilidad
superior, de la plenitud de poder y el dominio superiores, - que hoy el ser aristócrata,
el querer ser para sí, el poder ser distinto, el estar solo y el tener que vivir por sí
mismo forman parte del concepto «grandeza»; y el filósofo delatará algo de su propio
ideal cuando establezca: «El más grande será el que pueda ser el más solitario, el
más oculto, el más divergente, el hombre más allá del bien y del mal, el señor de sus
virtudes, el sobrado de voluntad; grandeza debe llamarse precisamente el poder ser tan
múltiple como entero, tan amplio como pleno.» Y hagamos una vez más la pregunta: ¿es
hoy - posible la grandeza?
213
Lo que un filósofo es, eso resulta difícil de aprender, pues no se puede enseñar: hay
que «saberlo», por experiencia, - o se debe tener el orgullo de no saberlo. Pero que hoy
todo el mundo habla de cosas con respecto a las cuales no puede tener experiencia alguna,
eso es algo que se aplica ante todo y de la peor manera a los filósofos y a los estados
de ánimo filosóficos: - poquísimos son los que los conocen, poquísimos son aquellos a
los que les es lícito conocerlos, y todas las opiniones populares sobre ellos son falsas.
Así, por ejemplo, la mayor parte de los pensadores y doctos no conocen por experiencia
propia esa coexistencia genuinamente filosófica entre una espiritualidad audaz y
traviesa, que corre presto, y un rigor y necesidad dialécticos que no dan ningún paso en
falso, y por ello, en el caso de que alguien quisiera hablar de esto delante de los
mismos, resultaría indigno de fe. Ellos se representan toda necesidad como una pena,como
un penoso tener-que-seguir y ser-forzado; y el mismo pensar lo conciben como algo lento,
vacilante, casi como una fatiga, y, con bastante frecuencia, como «digno del sudor de los nobles» - ¡pero no, en modo alguno, como
algo ligero, divino, estrechamente afín al baile, a la petulancia! «Pensar» y «tomar
en serio», «tomar con gravedad» una cosa - en ellos esto va junto: únicamente así lo
han «vivido» ellos - Acaso los artistas tengan en esto un olfato más sutil: ellos, que
saben demasiado bien que justo cuando no hacen ya nada «voluntariamente», sino todo
necesariamente, es cuando llega a su cumbre su sentimiento de libertad, de finura, de
omnipotencia, de establecer, disponer, configurar creadoramente, - en suma, que entonces
es cuando la necesidad y la «libertad de la voluntad» son en ellos una sola cosa. Hay,
finalmente, una jerarquía de estados anímicos a la cual corresponde la jerarquía de los
problemas; y los problemas supremos rechazan sin piedad a todo aquel que se atreve a
acercarse a ellos sin estar predestinado, por la altura y el poder de su cspiritualiad a
darles solución. ¡De que sirve el que flexibles cabezas universales o mecánicos y
empíricos desmañados y bravos se esfuercen, como hoy sucede de tantos modos, por
acercarsc: a ellos con su ambición de plebeyos y por penetrar, si cabe la expresion, en
esa «corte de las cortes»! Pero a los pies groseros nunca les es lícito pisar tales
alfombras: de eso ha cuidado la ley primordial de las cosas; las puertas permanecen
cerradas para estos intrusos, aunque se den de cabeza contra ellas y se la rompan! Para
entrar en un mundo elevado hay que haber nacido, o dicho con más claridad, hay que haber
sido cuiado para él: derecho a la filosofía - tomando esta palabra en el sentido grande
- sólo se tiene gracias a la ascendencia, también aquí son los antecesores, la
«sangre» los que deciden. Muchas generaciones tienen que haber trabajado
anticipadamente para que surja el filósofo; cada una de sus virtudes tiene que haber sido
adquirida, cultivada, heredada, apropiada individualmente, y no sólo el paso y carrera
audaces, ligeros, delicados de los pensamientos, sino sobre todo la prontitud para las
grandes responsabilidades, la soberanía de las miradas dominadoras, de las miradas hacia
abajo, el sentirse a sí mismo separado de la multitud y de sus deberes y virtudes, el
afable proteger y defender aquello que es malentendido y calumniado, ya sea Dios, ya sea
el demonio, el placer. Si la ejercitación en la gran justicia, el arte de mandar, la
amplitud de la voluntad, el ojo lento, que raras veces admira, raras veces mira hacia
arriba, raras veces ama...
ARTISTAS:
Vease, antes, nota 66.
ALABANZAS AGRADABLES:
Nietzsche alude aquí al provervio alemán Eigenlob
stinkt [La alabanza de sí mismo hiede].
ENGREIDOS:
En alemán hace Nietzsche un juego de palabras
con los términos gebildet [culto] y eingebildet [engreido].
EUGEN DÜHRING:
En repetidas ocasiones insiste Nietzsche en
calificar de ese modo a E. Dühring. Así, en La genealogia de la moral,
II, 11, lo llama «agitador», y más adelante, III, 14, «apóstol berlinés de la
venganza». En III, 26, vuelve a hablar de su anarquismo.
EDUARD von HARTMANN:
La calificación de amalgamista», aplicada
aquí por Nietzsche a Eduard von Hartmann (1842-1906), filósofo
alemán, cuya obra principal es La filosofía del inconsciente (1869), se refiere
al intento de este filósofo de fundir o amalgamar a Hegel (el espíritu), Schelling (el
inconsciente) y Schopenhauer (la voluntad).
EPOJÍSTICA:
Nietzsche acuña el término alemán Epochistik derivándolo del griego Épojé
(inhibición, suspensión del juicio), usado por los escépticos antiguos. Según Sexto
el Empírico, la Èpojé consiste en «un estado de reposo mental en el cual
ni afirmamos ni negamos».
EL GENIO:
Nietzsche repite este mismo pensamiento más
tarde, en el aforismo 248 . La concepción nietzscheana del genio puede verse en
innumerables pasajes de sus obras, y de manera muy especial en Crepúsculo de los
ídolos, «Incursiones de un intempestivo», aforismo 44, titulado «Mi concepto del
genio».
IPSISSIMOSIDAD:
Ipsissimosität es término
acuñado por Nietzsche, derivándolo del latín ipsissimus [mismísimo],
superlativización de ipse [el mismol. Tal vez se podría castellanizar también por
«mismisimosidad».
JE NE MÉPRISE PRESQUE RIEN:
El contexto en que aparece esta expresión en Leibniz
es el siguiente: «Yo no desprecio casi nada, y nadie es menos crítico
que yo. Suena raro: pero yo apruebo casi todo lo que leo, pues sé bien que las cosas se
pueden concebir de modos muy distintos, y, por eso, mientras leo, encuentro muchas cosas
que toman bajo su protección o defienden al autor.»
PESIMISMO DE LA BONAE VOLUNTATIS:
Las expresiones Nein sagen [decir no], Nein
wollen [querer no] y Nein tun [hacer no],
verdaderamente violentadoras del lenguaje, ya las habia empleado Nietzsche varias
veces en Asi habló Zaratustra. Véase también Ecce homo. Mantenemos su
violencia en esta traducción, en lugar de suavizarla.
ENDEREZAR LO TORCIDO:
Nietzsche adapta aquí, empleándola a su
manera, una expresión biblica (Miqueas, 3, 9: «Escuchad vosotros los que
volvéis torcido todo lo derecho»). En Asi habló Zaratustra, «En
las islas afortunadas», habia dicho Nietzsche: «Dios es un pensamiento que
vuelve torcido todo lo derecho.»
L' ART POUR L' ART:
«El arte por el arte» es frase acuñada en
1836 por el filósofo francés V. Cousin (1792-1867) y difundida sobre todo por Th.
Gautier (1811-1872) en el prólogo a su novela Mademoiselle
de Maupin. Con ella se rechaza toda heteronomia del arte. Nietzsche alude a
ella también más tarde, en el aforismo 254.
POLÍTICA GRANDE:
Sobre la «política grande» véase Aurora,
aforismo 189, «De la gran política». Véase asimismo Ecce homo, «Por qué soy
un destíno»,1 : «Sólo a partir de mí existe en la tierra la gran política.»
REY DE PRUSIA:
Nietzsche alude al rey de Prusia Federico
Guillermo I (1688-1740), llamado «el rey sargento», padre de Federico el Grande; el
enfrentamíento de éste con su padre (al que luego alude Nietzsche) fue tan
grande que, tras una tentativa de fuga, el hijo fue encarcelado en 1730, en Küstrin, y su
amigo Katte, ejecutado.
CORAZÓN SUJETO:
Véanse, antes, nota 60, y aforismo 87 de esta obra.
MICHELET:
Jules Michelet (1798-1874). Uno de los más
grandes historiadores franceses del siglo pasado. Su obra fundamental es Historia de
Francia, en 17 tomos (publicada desde 1833 hasta 1867). La derrota de Francía a
manos de Alemania en 1870 le hizo escribir uno de sus libros más conocidos: Francia
ante Europa.
SOMNOLENCIA DOGMÁTICA:
Nietzsche toma prestada de Kant la
expresión dogmatischer Schlummer con que éste (Prolegómenos,
introducción) califica su situación filosófica anterior a la lectura de Hume.
El texto de Kant es el siguiente: «Lo confieso con franqueza: la advertencia
de David Hume fue precisamente la que, hace muchos años, interrumpió en primer término
mi somnolencia dogmática, y la que dio una dirección completamente distinta a mis
investigaciones en el campo de la filosofia especulativa.»
MUJER MASCULINIZADA:
La «mujer masculinizada» a que Nietzsche alude
es la escritora francesa baronesa de Staël (1766-1817), quien con su obra De
l'Allemagne (1810) creó en Francia la imagen de una Alemania habitada por pensadores
ajenos al mundo y por poetas soñadores. En Asi habló Zaratustra, «De la virtud
empequeñecedora») había empleado Nietzsche una expresión similar: «Hay
aquí pocos hombres: por ello se masculinizan sus mujeres.» Más adelante,
aforismos 232 y 233, vuelve Nietzsche a referirse a la baronesa de
Staël.
VOILA UN HOMME:
El encuentro de Goethe con Napoleón
tuvo lugar en Erfurt, el 2 de octubre de 1808, en presencia de Talleyrand y de otros
dignatarios. En él ambos hablaron del Werther, del Mahoma de Voltaire,
y del teatro clásico. La escena y las palabras exactas de Napoleón, tal como las narra Goethe
en sus recuerdos, se desarrollaron de este modo: «A las doce del día estaba
citado con el emperador... Me introducen... El emperador está sentado a una gran mesa
redonda, almorzando... El emperador me indica por señas que me acerque. Yo me mantengo en
pie, a la debida distancia. Luego me mira atentamente Y me dice: Vous étes un
homme! Yo me inclino...»
EL GRAN CHINO:
En esta extraña fórmula culmina, por asi decirlo, la
siempre viva relación, mezcla de admiración y de insatisfacción, de Nietzsche
frente a Kant. Desde los tiempos (1868) en que quiso hacer una tesis doctoral
sobre el tema «El concepto de lo orgánico a partir de Kant» (influido por la detenida
lectura del Kant de K. Fischer), pasando por el magnífico homenaje que le rinde en El
nacimiento de la tragedia, 18, hasta los sarcasmos de La gaya ciencia,
aforismo 335 (Kant como una zorra que, habiendo conseguido
romper los barrotes de su jaula, vuelve a entrar por error en ella), y los de esta misma
obra (véanse antes aforismo 5, y aforismo 11), Nietzsche alaba y censura
constantemente a Kant, pero lo tiene presente en todo instante. Lo que aquí
quiere decir «chino» (Níetzsche vuelve a emplear otra vez ese
mismo adjetivo para calificar a Kant en El Anticristo, aforismo 11) puede
aclararse leyendo el aforismo 267 del libro que el lector tiene en sus manos, y recordando
que en La gaya ciencia, aforismo 377, «chineria»
equivale a «mediocrización», asi como lo que dice en La
genealogia de la moral, I, 16, donde afirma que chinos, alemanes y judíos tienen
cualidades análogas, pero que estos últimos son de primer rango, mientras que los dos
primeros lo son de quinto.
SUDOR DE LOS NOBLES:
La frase citada por Nietzsche es de F. G.
Klopstock (1724-1803), quien dice repetidas veces en su oda El lago de Zurich
que la inmortalidad del poeta es «digna del sudor de los nobles».
SECCIÓN SEPTIMA:Nuestras virtudes
¿Nuestras virtudes? - Es probable que también nosotros sigamos teniendo
nuestras virtudes, aunque, como es obvio, no serán aquellas candorosas y macizas virtudes
en razón de las cuales honramos a nuestros abuelos, pero también los mantenemos un poco
distanciados de nosotros. Nosotros los europeos de pasado mañana, nosotros primicias del
siglo xx, - con toda nuestra peligrosa curiosidad, con nuestra complejidad y nuestro arte
del disfraz, con nuestra reblandecida y, por-así decirlo, endulzada crueldad de espíritu
y de sentidos, - nosotros, si es que debíeramos tener virtudes, tendremos presumiblemente
sólo aquellas que hayan aprendido a armonizarse de manera óptima con nuestras
inclinaciones más secretas e íntimas, con nuestras necesidades más ardientes: ¡bien,
busqué moslas de una vez en nuestros laberintos!- en los cuales, como es sabido, son
muchas las cosas que se extravían, muchas las cosas que se pierden del todo. ¿Y hay algo
más hermoso que buscar nuestras propias virtudes? ¿No significa esto ya casi: creer en
nuestra propia virtud? Pero este «creer en nuestra virtud» - ¿no es en el fondo lo
mismo que en otro tiempo se llamaba nuestra «buena conciencia», aquella venerable trenza
conceptual de larga cola que nuestros abuelos se colgaban detrás de su cabeza y, con
bastante frecuencia, también detrás de su entendimiento? Parece, pues, que, aunque
nosotros nos consideremos muy poco pasados de moda y muy poco respetables a la manera de
nuestros abuelos, hay una cosa en la que, sin embargo, somos los dignos nietos de tales
abuelos, nosotros los últimos europeos con buena conciencia: también nosotros seguimos
llevando la trenza de ellos. - ¡Ay! ¡Si supieseis qué pronto, qué pronto ya - las
cosas serán distintas!
215
Así como en el reino de los astros son a veces dos los soles que determinan la órbita de
un único planeta, así como en determinados casos soles de color diverso iluminan un
único planeta, unas veces con luz roja, otras con luz verde, y luego lo iluminan de nuevo
los dos a la vez y lo inundan de una luz multicolor: así nosotros los hombres modernos,
gracias a la complicada mecánica de nuestro «cíelo estrellado», estamos determinados -
por morales diferentes; nuestras acciones brillan alternativamente con colores distintos,
raras veces son unívocas, - y hay bastantes casos en que realizamos acciones
multicolores.
216
¿Amar a nuestros enemigos? Yo creo que eso se ha aprendido bien: hoy eso ocurre de mil
maneras, en lo grande y en lo pequeño; más aún, a veces ocurre ya algo más elevado y
más sublime - nosotros aprendemos a despreciar cuando amamos, y precisamente cuando mejor
amamos: - pero todo esto ocurte de manera inconsciente, sin ruido, sin pompa, con aquel
pudor y ocultamiento de la bondad que prohíben a la boca decir la palabra solemne y la
fórmula de la virtud. La moral como afectación - repugna hoy a nuestro gusto. Esto es
también un progreso: como el progreso de nuestros padres fue el que a su busto acabase
por repugnarle la religión como afectación, incluidas la hostilidad y la acritud
volteriana contra la religión (y todo lo que en aquel tiempo formaba parte del lenguaje
de gestos de los librepensadores). Con la música que hay en nuestra conciencia, con el
baile que hay en nuestro espíritu es con lo que no quieren armonizar ninguna letanía
puritana, ningún sermón moral y ninguna probidad.
217
¡Ponerse en guardia contra quienes dan mucho valor a que se confíe en su tacto y
sutileza morales en materia de distinciones morales! Ellos no nos perdonan jamás el
haberse equivocado alguna vez en presencia nuestra (y, más aún, a propósito de
nosotros), - inevitablemente se convierten en nuestros calumniadores y detractores
instintivos, aun cuando continúen siendo «amigos» nuestros. - Bienaventurados los
olvidadizos: pues «digerirán» incluso sus estupideces.
218
Los psicólogos de Francia - ¿y en qué otro lugar existen hoy psicólogos? - no han acabado aún de saborear el
amargo y multiforme placer que encuentran en la bêtise bourgeoise [estupidez burguesa],
como si, por así decirlo..., basta, con esto ellos delatan una cosa. Flaubert, por
ejemplo, el honrado burgués de Rouen, no vio, ni oyó, ni saboreó, en última instancia,
más que esto: constituía su especie propia de autotortura y de sutil crueldad. Ahora
bien, yo recomiendo, para variar - pues la cosa se vuelve aburrida-, algo maravillosamente
distinto: la astucia inconsciente con que todos los buenos,
gordos y honrados espíritus de la mediocridad se comportan respecto de los espíritus
superiores y las tareas de éstos, aquella astucia sutil, ganchuda, jesuítica, que
resulta mil veces más sutil que el entendimiento y el gusto de esa clase media en sus
mejores instantes - más sutil incluso que el entendimiento de sus victimas -: para que
quede reiteradamente demostrado que el «instinto» es la más inteligente de todas las
especies de inteligencia descubiertas hasta ahora. En suma, estudiad, psicólogos, la
filosofía de la «regla» en lucha con la «excepción»: ¡ahí tenéis un espectáculo
que resulta bastante bueno para los dioses y para la malicia divina! O, dicho de modo más
actual: ¡viviseccionad al «hombre bueno», al homo bonae voluntatis [hombre de buena
voluntad]..., a nosotros!
219
El juicio y la condena morales constituyen la venganza favorita de los hombres
espiritualmente limitados contra quienes no lo son tanto, y también una especie de
compensación por el hecho de haber sido mal dotados por la naturaleza, y, en fin, una
ocasión de adquirir espíritu y volverse sutiles: - la maldad espiritualiza. En el fondo
de su corazón les agrada que exista un criterio frente al cual incluso los hombres
colmados de bienes y privilegios del espíritu se equiparan a ellos: - luchan por la
«igualdad de todos ante Dios», y para esto casi necesitan ya la fe en Dios. Entre ellos
se encuentran los adversarios más vigorosos del ateísmo. Quien les dijera «una
espiritualidad elevada no tiene comparación con ninguna probidad ni respetabilidad de un
hombre que sea precisamente sólo moral», los pondría furiosos: - yo me guardaré de
hacerlo. Quisiera, antes bien, halagarlos con mi tesis de que una espiritualidad elevada
subsíste tan sólo como último aborto de cualidades morales; que ella constituye una
síntesis de todos aquellos estados atribuidos a los hombres «sólo morales», una vez
que se los ha conquistado, uno a uno, mediante una disciplina y un ejercicio prolongados,
tal
vez en cadenas enteras de generaciones; que la espiritualidad elevada es precisamente la
espiritualización de la justicia y de aquel rigor bonachón que se sabe encargado de
mantener en el mundo el orden del rango, entre las cosas mismas - y no sólo entre los
hombres.
220
Dado que la alabanza del «desinteresado» es tan popular ahora, tenemos que cobrar
consciencia, tal vez no sin algún peligro, de qué es aquello por lo que el pueblo se
interesa propiamente y de cuáles son en general las cosas de que el hombre vulgar se
preocupa por principio y a fondo: incluidos los hombres cultos, incluso los doctos, y, si
no me equivoco del todo, casi también los filósofos. El hecho que aquí sale a luz es
que la mayor parte de las cosas que interesan y atraen a gustos más sutiles y exigentes,
a toda naturaleza superior, ésas le parecen completamente «no interesantes» al hombre
medio: - y si éste, a pesar de todo, observa una dedicación a ellas, la califica de
désintéressé [desinteresada] y se asombra de que sea posible actuar
«desinteresadamente». Ha habido filósofos que han sabido dar una expresión seductora y
místicamente ultraterrenal a ese asombro popular (- ¿acaso porque no conocían por
experiencia la naturaleza superior?)- en lugar de establecer la verdad desnuda e
íntimamente justa de que la acción «desinteresada» es una acción muy
interesante e interesada, presuponiendo que... «¿Y el amor?» - ¡Cómo! ¿También una
accción realizada por amor será «no egoísta»? ¡Pero, cretinos! - «¿Y la alabanza
del que se sacrifica?» - Mas quien ha realizado verdaderamente sacrificios sabe que él
quería algo a cambio de ellos, y que lo consiguió, - tal vez algo de sí a cambio de
algo de sí - que dio algo en un sitio para tener más en otro, acaso para ser más o para
sentirse a sí mismo como «más». Es éste, sin embargo, un reino de preguntas y
respuestas en el que a un espíritu exigente no le gusta detenerse: hasta tal punto
necesita aquí la verdad imprimir el bostezo cuando tiene que dar respuesta. En última
instancia es la verdad una mujer: no se le debe hacer
violencia.
221
Ocurre, decía un pedante y doctrinario moralista, que yo honro y trato con distinción a
un hombre desinteresado: pero no porque éste sea desinteresado, síno porque me parece
que tiene derecho a ser, a costa suya, útil a otro hombre. Bien, la cuestión está
siempre en saber quién es aquél y quién es éste. En un hombre destinado y hecho para
mandar, por ejemplo, el negarse sí mismo y el posponerse modestamente no sería una
virtud, sino la disipación de una virtud: asi me parece a mí. Toda moral no egoísta que
se considere a sí misma incondicional y que se dirija a todo el mundo no peca solamente
contra el gusto: es una incitación a cometer pecados de omisor:. es una seducción
más, bajo máscara de filantropía - y cabalmente una seducción y un daño de los
hombres superiores, más raros, más privilegiados. A las morales hay que forzarlas a que
se inclinen sobre todo ante la jerarquía, hay que meterles en la conciencia su
presunción, - hasta que todas acaben viendo con claridad que es inmoral decir: «Lo que
es justo para uno es justo para otro.» - Así dice mi pedante y bonhomme [buen hombre
moralista]: ¿merecería sin duda que nos riésemos de él cuando así
predicaba moralidad a las morales? Más si queremos tener de nuestro lado a los que rien
no debemos tener demasiada razón; una pizca de falta de razór forma parte incluso del
buen gusto.
222
En los lugares en que hoy se predica compasión - y, si se escucha bien, ahora no se
predica ya ninguna otra religión -, abra el psicólogo sus oídos: a través de toda la
vanidad, a través de todo el ruido que son propios de tales predicadores (como de todos
los predicadores), oirá un ronco, quejoso, genuino acento de autodesprecio. Este forma
parte de aquel ensombrecimiento y afeamiento de Europa que desde hace un siglo no hace
más que aumentar (y cuyos primeros síntomas están consignados ya en una pensativa carta
de Galiani a madame D' Epinay): ¡si es que no es la causa de ellos! El hombre de las
«ideas modernas», ese mono orgulloso, está inmensamente descontento consigo mismo: esto
es seguro. Padece: y su vanidad quiere que él sólo «com-padezca»...
223
El mestizo hombre europeo -. Un plebeyo bastante feo, en conjunto - necesita desde luego
un disfraz: necesita la ciencia histórica como guardarropa de disfraces. Es cierto que se
da cuenta de que ninguno de éstos cae bien a su cuerpo, - cambia y vuelve a cambiar.
Examínese el siglo xix en lo que respecta a esas predilecciones y variaciones rápidas de
las mascaradas estilísticas; también en lo que se refiere a los instantes de
desesperación porque «nada nos cae bien». - Inútil resulta exhibirse con traje
romántico, o clásico, o cristiano, o florentino, o barroco, o «nacional» in moribus et
artibus [en las costumbres y en las artes]: ¡nada «viste»! Pero el «espintu», en
especial el «espíritu histórico», descubre su ventaja incluso en esa desesperación:
una y otra vez un nuevo fragmento de prehistoria y de extranjero es ensayado, adaptado,
desechado, empaquetado y, sobre todo,
estudiado - nosotros somos la primera época estudiada in puncto [en asunto] de
«disfraces», quiero decir, de morales, de artículos de fe, de gustos artisticos y de
religiones, nosotros estamos preparados, como ningún otro tiempo lo estuvo, para el
carnaval de gran estilo, para la más espiritual petulancia y risotada de carnaval, para
la altuta trascendental de la estupidez suprema y de la irrisión aristofanesca del mundo.
Acaso nosotros hayamos descubierto justo aquí el reino de nuestra invención, aquel reino
donde también nosotros podemos ser todavía originales, como parodistas, por ejemplo, de
la historia universal y como bufones de Dios, - ¡tal vez, aunque ninguna otra cosa de hoy
tenga futuro, téngalo, sin embarge, precisamente nuestra risa!
224
El sentido histórico (o capacidad de adivinar con rapidez la jerarquía de las
valoraciones según las cuales han vivido un pueblo, una sociedad, un ser humano, el
«instinto adivinatorio» de las relaciones existentes entre esas valoraciones, de la
relación entre la autoridad de los valores y la autoridad de las fuerzas efectivas): ese
sentido histórico que nosotros los europeos reivindicamos como nuestra peculiaridad lo ha
traído a nosotros la encantadora y loca semibarbarie en que la mezcolanza democrática de
estamentos y razas ha precipitado a Europa, - el siglo xix ha sido el primero en conocer
ese sentido como su sexto sentido. El pasado de cada forma y de cada modo de vivir, de
culturas que antes se hallaban duramente yuxtapuestas, superpuestas, desemboca gracias a
esa mezcolanza, en nosotros, «almas modernas», a partir de ahora nuestros instintos
corren por todas partes hacia atrás, nosotros mismos somos una especie de caos -:
finalmente, como hemos dicho, «el espíritu» descubre en esto su ventaja. Gracias a
nuestra semibarbarie de cuerpo y de deseos tenemos accesos secretos a todas partes,
accesos no poseídos nunca por ninguna época aristocrática, sobre todo los accesos al
laberinto de las culturas incompletas y a toda semibarbarie que alguna vez haya existido
en la tierra; y en la medida en que la parte muy considerable de la cultura humana ha sido
hasta ahora precisamente semibarbarie, el «sentido histórico» significa casi el sentido
y el instinto para percibir todas las cosas, el gusto y la lengua para saborear todas las
cosas: con lo que inmediatamente revela ser un sentido no aristocrático. Volvemos a
gozar, por ejemplo, a Homero: quizá nuestro avance más afortunado sea el que sepamos
saborear a Homero, al que los hombres de una cultura arístocrática (por ejemplo, los
franceses del siglo xvii, como Saint-Evremond, que le
reprocha el esprit vaste [espíritu vastol e incluso todavía Voltaire, acorde final de
aquélla) no saben ni han sabido apropiárselo con tanta facilidad. El sí y el no, muy
precisos, de su paladar, su náusea fácil de aparecer, su vacilante reserva con relación
a todo lo heterogéneo, su miedo a la falta de gusto que puede haber incluso en la
curiosidad más viva, y, en general, aquella mala voluntad de toda cultura aristocrática
y autosatisfecha para confesarse un nuevo deseo, una insatisfacción en lo propio, una
admiración de lo extraño: todo eso predispone y previene desfavorablemente a estos
aristócratas aun frente a las mejores cosas del mundo que no sean propiedad suya o que no
puedan convertirse en presa suya, - y ningún sentido resulta más ininteligible a tales
hombres que justo el sentido histórico y su curiosidad sumisa, propia de plebeyos. Lo
mismo ocurre con Shakespeare, esa asombrosa síntesis hispano-moro-sajona del gusto, del
cual se habría reído o con el cual se habría enojado casi hasta morir un ateniense
antiguo,
amigo de Esquilo; pero nosotros - aceptamos precisamente, con una familiaridad y
cordialidad secretas, esa salvaje policromía; esa mezcla de lo más delicado sero y
artificial, nosotros gozamos a Shakespeare considerándolo como el refinamiento del arte
reservado precisamente a nosotros, y al hacerlo dejamos que las exhalaciones repugnantes y
la cercanía de la plebe inglesa, en medio de las cuales viven el arte y el gusto de
Shakespeare, nos incomoden tan poco como nos incomodan por ejemplo, en la Chiaja de Nápoles: donde nosotros seguimos nuestro camino
llevando todos los sentidos abiertos, fascinados y dóciles, aunque el olor de las cloacas
de los barrios plebeyos llene el aire. Nosotros los hombres del «sentido histórico»: en
cuanto tales, poseemos nuestras virtudes, no puede negarse, - carecemos de pretensiones,
somos desinteresados, modestos, valerosos, llenos de autosuperación, llenos de
abnegación, muy agradecidos, muy pacientes, muy acogedores: - con todo esto, quizá no
tengamos mucho «buen gusto». Confesémonoslo por fin: lo que a nosotros los hombres del
«sentido histórico» más difícil nos resulta captar, sentir, saborear, amar, lo que en
el fondo nos encuentra prevenidos y casi hostiles, es justo lo perfecto y lo
definitivamente maduro en toda cultura y en todo arte, lo auténticamente aristocrático
en obras y en seres humanos, su instante de mar liso y de autosatisfacción alciónica, la
condición áurea y fría que muestran todas las cosas que han alcanzado su perfección.
Tal vez nuestra gran virtud del sentido histórico consista en una necesaria antítesis
del buen gusto, al menos del óptimo gusto, y sólo de mala manera, sólo con
vacilaciones, sólo por coacción somos capaces de reproducir en nosotros precisamente
aquellas pequeñas, breves y supremas jugadas de suerte y transfiguraciones de la vida
humana que acá y allá resplandecen: aquellos instantes y prodigios en que una gran
fuerza se ha detenido voluntariamente ante lo desmedido e ilimitado -, en que gozamos de
una sobreabundancia de sutil placer en el repentino domeñarnos y quedarnos petrificados,
en el establecernos y fijarnos sobre un terreno que todavía tiembla. La moderación se
nos ha vuelto extraña, confesémoslo; nuestro prurito es
cabalmente el prurito de lo infinito, desmesurado. Semejantes al jinete que, montado sobre
un corcel, se lanza hacia adelante, asi nosotros dejamos caer las riendas ante lo
infinito, nosotros los hombres modernos, nosotros los semibárbaros - y no tenemos nuestra
bienaventuranza más que allí donde más - peligro corremos.
225
Lo mismo el hedonismo que el pesimismo lo mismo el utilitarismo que el eudemonismo: todos
esos modos de pensar que miden el valor de las cosas por el placer y el sufrimiento que
éstas producen, es decir, por estados concomitantes y cosas accesorias, son ingenuidades
y modos superficiales de pensar, a los cuales no dejará de mirar con burla, y también
con compasión, todo aquel que se sepa poseedor de fuerzas configuradoras y de una
conciencia de artista. ¡Compasión para con vosotros! no es, desde luego, la compasión
tal como vosotros la entendéis: no es compasión para con la «miseria» social, para con
la «sociedad» y sus enfermos y lisiados, para con los viciosos y arruinados de antemano,
que yacen por tierra a nuestro alrededor; y menos aún es compasión para con esas
murmurantes, oprimidas, levantiscas capas de esclavos que aspiran al dominio - ellas lo
llaman libertad - Nuestra compasión es una compasión más elevada, de vision más larga:
- ¡nosotros vemos cómo el hombre se empequeñece, cómo vosotros lo empequeñecéis- y
hay instantes en los que contemplamos precisamente vuestra compasión con una ansiedad
indescriptible, en los que nos defendemos de esa compasión --, en los que encontramos que
vuestra seriedad es más peligrosa que cualquier ligereza. Vosotros quereis, en lo
posible, eliminar el sufrimiento - y no hay ningún «en lo posible» más loco que ése
-; ¿y nosotros? - ¡parece cabalmente que nosotros preferimos que el sufrimiento sea más
grande y peor que lo ha sido nunca! El bienestar, tal como vosotros lo entendéis - ¡eso
no es, desde luego, una meta, eso a nosotros nos parece un final! Un estado que en seguida
vuelve ridículo y despreciable al hombre, - ¡que hace desear el ocaso de éste! La
disciplina del sufrimiento, del gran sufrimiento - ¿no sabéis que únicamente esa
disciplina es la que ha creado hasta ahora todas las elevaciones del hombre? Aquella
tensión del alma en la infelicidad, que es la que le inculca su fortaleza, los
estremecimientos del alma ante el espectáculo de la gran ruina, su ínventiva y valentía
en el soportar, perseverar, ínterpretar, aprovechar la desgracia, así como toda la
profundidad, misterio, máscara, espíritu, argucia, grandeza que le han sido donados al
alma: - ¿no le han sido donados bajo sufrimientos, bajo la disciplina del gran
sufrimiento? Criatura y creador están unidos en el hombre: en el hombre hay materia,
fragmento, exceso, fango, basura, sinsentido, caos; pero en el hombre hay también un
creador, un escultor, dureza de martillo, dioses-espectadores y séptimo día: -
¿entendéis esa antítesis? ¿Y que vuestra compasión se dirige a la «criatura en el
hombre», a aquello que tiene que ser configurado, quebrado, forjado, arrancado, quemado,
abrasado, purificado, a aquello que necesariamente tiene que sufrir y que debe sufrir? Y
nuestra compasión - ¿no os dais cuenta de a qué se dirige nuestra opuesta compasión,
cuando se vuelve contra vuestra compaslon, considerándola como el más perverso de todos
los reblandecimientos y debilidades? - ¡Así, pues, compasión contra compasión! - Pero,
dicho una vez más, hay problemas más altos que todos los problemas del placer, del
sufrimiento y de la compasión; y toda filosofía que no aboque a ellos es una ingenuidad.
-
226
¡Nosotros los inmoralistas! - Ese mundo que nos concierne a nosotros, en el cual nosotros
hemos de sentir miedo y sentir amor, ese mundo casi invisille e inaudible del mandato
sutll, de la obediencia sutil, un mundo del «casi» en todos los sentidos de la palabra,
ganchudo, insidioso, agudo, delicado: ¡sí, ese mundo está bien defendido contra los
espectadores obtusos y contra la curiosidad confianzuda! Nosotros nos hallamos
encarcelados en una rigurosa red y camisa de deberes, y no podemos salir de ella -, ,en
eso precisamente somos, también nosotros, ¡hombres del deber»! A veces, es verdad,
bailamos en nuestras «cadenas» y entre nuestras «espadas»; con mayor frecuencia aún,
no es menos verdad, rechinamos los dientes bajo ellas y estamos impacientes a causa de la
secreta dureza de nuestro destino. Pero hagamos lo que hagamos: los cretinos y la
apariencia visible dicen contra nosotros «ésos son hombres sin deber» - ¡nosotros
tenemos siempre en contra nuestra a los cretinos y a la apariencia visible!
227
La honestidad, suponiendo que ella sea nuestra virtud, de la cual no podemos desprendernos
nosotros los espíritus libres - bien, nosotros queremos laborar en ella con toda malicia
y con todo amor y no cansarnos de «perfeccionarnos» en nuestra virtud, que es la única
que nos ha quedado: ¡que alguna vez su brillo se extienda, cual una dorada, azul,
sarcástica luz de atardecer, sobre esta cultura envejecida y sobre su obtusa y sombría
seriedad! Y si, a pesar de todo, algún día nuestra honestidad se cansase y suspirase y
estirase los miembros y nos considerase demasiado duros y quisiera ser tratada mejor, de
un modo más ligero, más delicado, cual un vicio agradable: ¡permanezcamos duros,
nosotros los últimos estoicos!,y enviemos en su ayuda todas las cosas demoníacas que
aún nos quedan - nuestra náusea frente a lo burdo e impreciso, nuestro nitimur in vetitum [nos lanzamos a lo prohibido],
nuestro valor de aventureros, nuestra curiosidad aleccionada y exigente, nuestra más
sutil, más enmascarada, más espiritual voluntad de poder y de superación del
mundo, la cual merodea y yerra ansiosa en torno a todos los reinos del futuro, ¡acudamos
en ayuda de nuestro «dios» con todos nuestros «demonios»! Es probable que a causa de
esto no nos reconozcan y nos confundan con otros: ¡qué importa! Dirán: «Su
'honestidad' - ¡es su demonismo, y nada más que eso!» ¡Qué importa! ¡Aun cuando
tuviesen razón! ¿No han sido todos los dioses hasta ahora demonios rebautizados y
declarados santos? ¿Y qué sabemos nosotros, en última instancia, de nosotros? ¿Y cómo
quiere llamarse el espíritu que nos guía! (es una cuestión de nombres). ¿Y cuántos
espíritus albergamos nosotros? Nuestra honestidad, nosotros los espíritus lires, -
¡cuidemos de que no se convierta en nuestra vanidad, en nuestro adorno y vestido de gala,
en nuestra limitación, en nuestra estupidez! Toda virtud se inclina a la estupidez, toda
estupidez, a la virtud; «estúpido hasta la santidad», dícese en Rusia, ¡tengamos
cuidado de no acabar nosotros convirtiéndonos, por honestidad, en santos ) aburridos!
¿no es la vida cien veces demasiado corta - para aburrirse en ella? En la vida eterna
tendríamos que creer para...
228
Perdóneseme el descubrimiento de que toda la filosofía moral ha sido hasta ahora
aburrida y ha constituido un somnífero - y de que, a mi ver, ninguna otra cosa ha
perjudicado más a «la virtud» que ese aburrimiento de sus abogados; con lo cual no
quisiera yo haber dejado de reconocer la utilidad general de éstos. Importa mucho que
sean los menos posibles los hombres que reflexionen sobre moral, - ¡importa mucho, por
tanto, que la moral no deje un día a hacerse interesante! ¡Pero no se tenga cuidado! Las
cosas continúan estando también hoy como han estado siempre: no veo a nadie en Europa
que tenga (o que dé) una idea de que la reflexión sobre la moral podría ser cultivada
de un modo peligroso, capcioso, seductor, - ¡de que en ello podría haber una
«fatalidad»! Contémplese, por ejemplo, a los incansables, inevitables utilitaristas
ingleses, de qué modo tan burdo y venerable caminan y marchan tras las huellas de Bentham (una comparación homérica lo dice con más claridad'), de igual modo que
éste caminó va tras las huellas del venerable Helvetius (¡no,
un hombre peligroso no lo fue ese Helvetius! ). Ni
un pensamiento nuevo, ni un giro y un pliegue más sutiles dados a un pensamiento antiguo,
ni siquiera una verdadera historia de lo pensado con anterioridad: una literatura
imposible en conjunto, suponiendo que no se sea experto en sazonarla con un poco de
malicia. También en estos moralistas, en efecto (a los que hay que leer con todas las
reservas mentales, en el caso de que haya que leerlos -), se ha introducido furtivamente
aquel viejo vicio inglés que se llama cant [guardar las apariencias] y que es tartufería
moral, oculta esta vez bajo la nueva forma del cientificismo; tampoco falta un rechazo
secreto de los remordimientos de conciencia, que padecerá obviamente una raza de antiguos
puritanos, no obstante ocuparse de modo científico de la moral. (¿No es un moralista lo
contrario de un puritano? ¿A saber, en cuanto es un pensador que considera la moral como
algo problemático, cuestionable, en suma, como problema? ¿Moralizar no sería -
inmoral?) En última instancia todos ellos quieren que se dé la razón a la moralidad
inglesa: en la medida en que justamente de ese modo es como mejor se sirve a la humanidad,
o al «provecho general», o a la «felicidad de los más», ¡no!, a la felicidad de
Inglaterra; querrían demostrarse a sí mismos con todas sus fuerzas que el aspirar a la
felicidad inglesa, quiero decir al comfort [comodidad] y a la fashion [elegancia] (y, en
supremo lugar, a un puesto en el Parlamento), es a la vez también el justo sendero de la
virtud, más aún, que toda la virtud que ha habido hasta ahora en el mundo ha consistido
cabalmente en tal aspiración. Ninguno de esos animales de rebaño, torpes, inquietos en
su conciencia (que pretenden defender la causa del egoísmo como causa del bienestar
general -), quiere saber ni oler nada de que el «bienestar general» no es un ideal, ni
una meta, ni un concepto aprehensible de algún modo, sino uinicamente un vomitivo, - de
que lo que es justo para uno no puede ser de ningún modo justo para otro, de que exigir
una moral para todos equivale a lesionar cabalmente a los hombres superiores, en suma, de
que existe un orden jerárquico entre un hombre y otro hombre mas alla del blen y del mal
y, en consecuencia, también entre una moral y otra moral. Constituyen una especie de
hombres modesta, fundamentalmente mediocre, esos ingleses utilitaristas, y, como queda
dicho: de su utilidad, por el hecho de ser aburridos, nunca podrá ser suficientemente
elevada la idea que tengamos. Incluso se los debería alentar, como se ha intentado
hacerlo en parte con los versos siguientes:
¡Salud a vosotros, bravos carreteros,
Siempre «cuanto más largo, tanto mejor»,
Tiesos siempre de cabeza y rodilla,
Carentes de entus!asmo, carentes de bromas,
Indestructiblemente mediocres,
Sans genie er sans esprit!
[¡sin genio y sin espíritu!].
229
En esas épocas tardías que tienen derecho a estar orgullosas de su humanitarismo
subsisten, sin embargo, tanto miedo, tanta superstición del miedo al «animal salvaje y
cruel», cuyo sometimiento constituye cabalmente el orgullo de esas épocas más humanas,
que incluso las verdades palpables permanecen inexpresadas durante siglos, como si hubiera
un acuerdo sobre ello, debido a que aparentan ayudar a que aquel animal salvaje, matado
por fin, vuelva a la vida Quizá yo corra algún riesgo por dejarme escapar esa verdad:
que otros la capturen de nuevo y le den a beber la necesaria cantidad de «leche del modo piadoso de pensar» para que quede quieta y
olvidada en su antiguo rincón. - Tenemos que cambiar de ideas acerca de la crueldad y
abrir los ojos; tenemos que aprender por fin a ser impacientes, para que no continúen
paseándose por ahí, con aire de virtud y de impertinencia, errores inmodestos y gordos,
tales como los que, por ejemplo, han sido alimentados con respecto a la tragedia por
filósofos viejos y nuevos. Casi todo lo que nosotros denominamos «cultura superior» se
basa en la espiritualización y profundización de la crueldad - tal es mi tesis; aquel
«animal salvaje» no ha sido matado en absoluto, vive, prospera, únicamente - se ha
divinizado. Lo que constituye la voluptuosidad dolorosa de la tragedia es crueldad; lo que
produce un efecto agradable en la llamada compasión trágica y, en el fondo, incluso en
todo lo sublime, hasta llegar a los más altos y delicados estremecimientos de la
metafisica, eso recibe su dulzura únicamente del ingrediente de crueldad que lleva
mezclado. Lo que disfrutaba el romano en el circo, el cristiano en los éxtasis de la
cruz, el español ante las hogueras o en las corridas de
toros, el japonés de hoy que se aglomera para ver la tragedia, el obrero del suburbio de
París que tiene nostalgia de revoluciones sangrientas, la wagneriana que «aguanta», con
la voluntad en vilo, Tristán e Isolda, - lo que todos ésos disfrutan y aspiran a beber
con un ardor misterioso son los brebajes aromáticos de la gran Circo «crueldad». En
esto, desde luego, tenemos que ahuyentar de aquí a la psicología cretina de otro tiempo,
la cual únicamente sabía enseñar, acerca de la crueldad, que ésta surge ante el
espectáculo del sufrimiento ajeno: también en el sufrimiento propio, en el
hacerse-sufrir-a-sí-mismo se da un goce amplio, amplísimo, - y en todos los lugares en
que el hombre se deja persuadir a la autonegación en el sentido religioso, o a la automutilación, como ocurre entre los fenicios y
ascetas, o, en general, a la desensualización, desencarnación, contrición, al espasmo
puritano de penitencia, a la vivesección de la conciencia y al pascaliano sacrifizio dell' intelletto [sacrificio del
entendimiento], allí es secretamente atraido y empujado hacia adelante por su crueldad,
por aquellos peligrosos estremecimientos de la crueldad vuelta contra nosotros mismos.
Finalmente, considérese que incluso el hombre del conocimiento, al coaccionar a su
espiritu a conocer, en contra de la inclinación del espíritu y también, con bastante
frecuencia, en contra de los deseos del corazón, - es decir, al coaccionarle a decir no
alli donde él querría decir sí, amar, adorar -, actúa como artista y glorificador de
la crueldad; el tomar las cosas de un modo profundo y radical constituye y una violación,
un querer-hacer-daño a la voluntad fundamental del espíritu, la cual quiere ir
incesantemente hacia la apariencia y hacia las superficies, - en todo querer-conocer hay
ya una gota de crueldad.
230
Quizá no se entienda sin más lo que acabo de decir acerca de una «voluntad fundamental
del espíritu»: permítaseme un esclarecimiento. - Ese algo imperioso a lo que el pueblo
llama «el espíritu» quiere ser señor y sentirse señor dentro de sí mismo y a su
alrededor: tiene voluntad de ir de la pluralidad a la simplicidad, una voluntad opresora,
domeñadora, ávida de dominio y realmente dominadora. Sus necesidades y capacidades son
en esto las mismas que los fisiólogos atribuyen a todo lo que vive, crece y se
multiplica. La fuerza del espíritu para apropiarse de cosas ajenas se revela en una
tendencia enérgica a asemejar lo nuevo a lo antiguo, a simplificar lo complejo, a pasar
por alto o eliminar lo totalmente contradictorio: de igual manera, el espíritu subraya,
destaca de modo arbitrario y más fuerte, rectifica, falseándolos, determinados rasgos y
líneas de lo extraño, de todo fragmento de «mundo externo». Su propósito se orienta a
incorporar a si nuevas «experiencias», a ordenar cosas nuevas bajo órdenes antiguos, --
es decir, al crecimiento, o dicho de modo más preciso aún, al sentimiento de la fuerza
multiplicada. Al servicio de esa misma voluntad hállase también un instinto
aparentemente contrario del espíritu, una súbita resolución de ignorar, de aislarse
voluntariamente, un cerrar las propias ventanas, un decir interiormente no a esta o a
aquella cosa, un no dejar que nada se nos acerque, una especie de estado de defensa contra
muchas cosas de las que cabe tener un saber, un contentarse con la oscuridad con el
horizonte que nos aísla, un decir si a la ignorancia y un darla por buena: todo lo cual
es necesario, de acuerdo con el grado de nuestra propia fuerza de asimilación, de nuestra
«fuerza digestiva», para hablar en imágenes - y en realidad a lo que más se asemeja
«el espíritu» es a un estómago. Asimismo forma
parte de lo dicho la ocasional voluntad del espíritu de dejarse engañar, acaso porque
barrunte pícaramente que las cosas no son de este y el otro modo, que únicamente
nosotros las consideramos de ese y el otro modo, un placer en toda inseguridad y
equivocidad, un exultante autodisfrute de laestrechez y clandestinidad voluntarias de un
rincón, de lo demasiado cerca, de la fachada, de lo agrandado, empequeñecido,
desplazado, embellecido, un autodisfrute de la arbitrariedad de todas esas
exteriorizaciones de poder. Forman, en fin, parte de lo dicho aquella prontitud del
espíritu, que no deja de dar que pensar, para engañar a otros espíritus y disfrazarse
ante ellos, aquella presión y empuje permanentes de un espíritù creador, configurador,
transmutador: el espíritu goza aquí de su pluralidad de máscaras y de su astucia, goza
también del sentimiento de su seguridad en ello, - ¡son cabalmente sus artes proteicas,
en efecto, las que mejor le defienden
y esconden! - En contra de esa voluntad de apariencia, de simplificación, de máscara, de
manto, en suma, de superficie - pues toda supeíficie es un manto - actúa aquella sublime
tendencia del hombre del conocimiento a tomar y querer tomar las cosas de un modo
profundo, complejo, radical: especie de crueldad de la conciencia y el gusto intelectuales
que todo pensador valiente reconocerá en sí mismo, suponiendo que, como es debido, haya
endurecido y afilado durante suficiente tiempo su ojo para verse a sí mismo y esté
habituado a la disciplina rigurosa, también a las palabras rigurosas. Ese pensador dirá
«hay algo cruel en la tendencia de mi espiritu»: - ¡que los virtuosos y amables
intenten disuadirle de ello! De hecho, más agradable de oír seria el que de nosotros -
de nosotros los espíritus libres, muy libres -- se dijese, se murmurase, se alabase que
poseemos, por ejemplo, en lugar de crueldad, una «desenfrenada honestidad»: - ¿y acaso
será eso lo que diga en realidad nuestra- fama póstuma? Entre tanto - pues hay tiempo
hasta entonces - a lo que menos nos inclinamos nosotros sin duda es a adornarnos con tales
brillos y guirnaldas morales de palabras: todo nuestro trabajo realizado hasta ahora nos
quita las ganas cabalmente de ese gusto y de su alegre exuberancia. Palabras hermosas,
resplandecientes, tintineantcs, solemnes son: honestidad, amor a la verdad, amor a la
sabiduría, inmolación por el conocimiento, heroísmo del hombre veraz, - hay en ellas
algo que hace hincharse a nuestro orgullo. Pero nosotros los eremitas y marmotas, nosotros
hace ya mucho tiempo que nos hemos persuadido, en el secreto de una conciencia de eremita,
de que también ese digno adorno de palabras forma parte de los viejos y mentidos adornos,
cachivaches y polvos de oro de la inconsciente vanidad humana, de que también bajo ese
color u esa capa de pintura halagadores tenemos que reconocer de nuevo el terrible texto
básico homo natura [el hombre naturaleza]. Retraducir, en efecto, el hombre a
la naturaleza; adueñarse de las numerosas, vanidosas e ilusas interpretaciones y
significaciones secundarias que han sido garabateadas y pintadas hasta ahora sobre aquel
eterno texto básico homo natura; hacer que en lo sucesivo el hombre se enfrente al hombre
de igual manera que hoy, endurecido en la disciplina de la ciencia, se enfrenta ya a la
otra naturaleza con impertérritos ojos de Edipo y con tapados oidos de Ulises, sordo a
las atrayentes melodías de todos los viejos cazapájaros metafísicos que durante
demasiado tiempo le han estado soplando con su flauta: «¡Tú eres más! ¡Tú eres
superior! ¡Tú eres de otra procedencia!»- quizá sea ésta una tarea rara y loca, pero
es una tarea - ¡quién iba a negarlo! ¿Por qué hemos elegido nosotros esa tarea loca? O
hecha la pregunta de otro modo: «¿Por qué, en absoluto, el conocimiento?» - Todo el
mundo nos preguntará por esto. Y nosotros, apremiados de ese modo, nosotros, que ya cien
veces nos hemos preguntado a nosotros mismos precisamente eso, no hemos encontrado ni
encontramos respuesta mejor que...
231
El aprender nos transforma, hace lo que hace todo alimento, el cual no se limita tampoco a
«mantener» -: como sabe el fisiólogo. Pero en el fondo de nosotros, totalmente «allá
abajo», hay en verdad algo rebelde a todo aleccionamiento, una roca granítica de fatum
[hado] espiritual, de decisión y respuesta predeterminadas a preguntas predeterminadas y
elegidas. En todo problema radical habla un inmodificable «esto soy yo»; acerca del
varón y de la mujer, por ejemplo, un pensador no puede aprender nada nuevo, sino sólo
aprender hasta el final, - sólo descubrir hasta el final lo que acerca de esto «está
fijo». Muy pronto encontramos ciertas soluciones de problemas que constituyen cabalmente
para nosotros una creencia sólida; quizá las llamemos en lo sucesivo nuestras
«convicciones». Más tarde - vemos en ellas únicamente huellas que nos conducen al
conocimiento de nosotros misrnos, indicadores que nos señalan el problema que nosotros
somos, - o más exactamente, la gran estupidez que nosotros somos, nuestro fatum [hado]
espiritual, aquel algo rebelde a todo aleccionamiento que está totalmente «allá
abajo». - Teniendo en cuenta estas abundantes delicadezas que acabo de tener conmigo
mismo, acaso me estará permitido enunciar algunas verdades acerca de la «mujer en sí»:
suponiendo que se sepa de antemano, a partir de ahora, hasta qué punto son cabalmente
nada más que - mis verdades. -
232
La mujer quiere llegar a ser independiente: y para ello comienza ilustrando a los hombres
acerca de la «mujer en sí» - éste es uno de los peores progresos del afeamiento
general de Europa. ¡Pues qué habrán de sacar a luz esas burdas tentativas del
cientificismo y autodesnudamiento femeninos! Son muchos los motivos de pudor que la mujer
tiene; son muchas las cosas pedantes, superficiales, doctrinarias, mezquinamente
presuntuosas, mezquinamente desenfrenadas e inmodestas que en la mujer hay escondidas -
¡basta estudiar su trato con los niños! , cosas que, en el fondo, por lo que mejor han
estado reprimidas y domeñadas hasta ahora ha sido por el miedo al varón. ¡Ay si alguna
vez a lo «eternamente aburrido que hay en la
mujer»- ¡tiene abundancia de ello! - le es lícito atreverse a manifestarse!, ¡si ella
comienza a olvidar radicalmente y por principio su inteligencia y su arte, la inteligencia
y el arte de la gracia, del jugar, del disipar las preocupaciones, de volver ligeras las
cosas y tomárselas a la ligera, su sutil destreza para los deseos agradables! Alzanse ya
ahora voces femeninas que, ¡por San Aristófanes!, hacen temblar, se nos amenaza con
decirnos con claridad médica qué es lo que la mujer quiere ante todo y sobre todo del
varón. ¿No es de pésimo gusto que la mujer se disponga así a volverse
científica? Hasta ahora, por fortuna, el aclarar las cosas era asunto de hombres,
don de hombres - con ello éstos permanecían «por debajo de sí mismos»; y, en última
instancia, con respecto a todo lo que las muieres escriban sobre «la mujer» es lícito
reservarse una gran desconfianza acerca de si la mujer quiere propiamente aclaración
sobre sí misma - y puede quererla... Si con esto una mujer no busca un nuevo adorno para
sí - yo pienso, en efecto, que el adornarse forma parte de lo eternamente femenino -,
bien, entonces lo que quiere es despertar miedo de ella: - con esto quizá quiera dominio.
Pero no quiere la verdad: ¡qué le importa la verdad a la mujer! Desde el comienzo, nada
resulta más extraño, repugnante, hostil en la mujer quc la verdad, - su gran arte es la
mentira, su máxima preocupación son la apariencia y la belleza. Confesémoslo nosotros
los varones: nosotros honramos y amamos en la mujer cabalmente ese arte y ese instinto:
nosotros, a quienes las cosas nos resultan más difíciles y que con gusto nos juntamos,
para nuestro alivio, con seres bajo cuyas manos, miradas y delicadas tonterías
parécennos casi una tontería nuestra seriedad, nuestra gravedad y profundidad. -
Finalmente yo planteo esta pregunta: ¿alguna vez una mujer ha concedido profundidad a una
cabeza de mujer, justicia a un corazón de mujer? ¿Y no es verdad que, a grandes rasgos,
«la mujer» ha sido hasta ahora lo más desestimado por la mujer - y no, en modo alguno
por nosotros! - Nosotros los varones deseamos que la mujer no continúe desacreditándose
mediante la ilustración: así como fue preocupación y solicitud del varón por la mujer
el hecho de que la Iglesia decretase: mulier taceat in
ecclesia [¡calle la mujer en la iglesia!] Fue en provecho de la mujer por lo que
Napoleón dio a entender a la demasiado locuaz Madame de Staël: mulier taceat in politicis![:¡calle la mujer en los
asuntos políticos!] - y yo pienso que es un auténtico amigo de la mujer el que hoy les
grite a las mujeres: mulier taceat de muliere! [¡calle la
mujer acerca de la mujer!]
233
Delata una corrupción de los instintos - aun prescindiendo de que delata un mal gusto -
el que una mujer invoque cabalmente a Madame Roland o a Madame de Staël o a Monsieur George Sand como si con esto se demostrase algo a favor de la
«mujer en sí». Las mencionadas son, entre nosotros los varones, las tres mujeres
ridículas en sí - ¡nada más! - y, cabalmente, los mejores e involuntarios
contra-argumentos contra la emancipación y contra la soberania femenina.
234
La estupidez en la cocina; la mujer como cocinera; ¡el horroroso descuido con que se
prepara el alimento de la familia y del dueño de la casa! La mujer no comprende qué
significa la comida: ¡y quiere ser cocinera! ¡Si la mujer fuese una criatura pensante
habria tenido que encontrar desde hace milenios, en efecto, como cocinera, los más
grandes hechos fisiológicos, y asimismo habría tenido que apoderarse de la medicina! Las
malas cocineras - la completa falta de razón en la cocina, eso es lo que más ha
retardado, lo que más ha perjudicado el desarrollo del hombre: hoy mísmo las cosas
están únicamente un poco mejor. Un discurso para
alumnas de los cursos superiores.
235
Hay giros y ocurrencias del espíritu, hay sentencias, un pequeño puñado de palabras, en
que una cultura entera, una sociedad entera quedan cristalizadas de repente. De ellos
forma parte aquella frase incidental de Madame de Lambert a su hijo: mon ami, ne vouss
permettez jamais que de folies, qui vous feron grand plaisir
[amigo mío, no os permitáis nunca más que locuras que os produzcan un gran placer]: -
dicho sea de paso, la frase más maternal y más inteligente que se ha dirigido nunca a un
hijo.
236
Lo que Dante y Goethe creyeron de la mujer - el primero, al cantar ella guardaba suso, ed
io in lei [ella miraba hacia arriba, y yo hacia
ella], el segundo, al traducir «lo eterno femenino nos arrastra hacia arriba -: yo no
dudo de que toda mujer un poco noble se opondrá a esa creencia, pues ella cree cabalmente
eso de lo eterno masculino...
237
Siete refranillos sobre las mujeres
¡Cómo vuela el aburrimiento más prolongado cuando un hombre se arrastra hacia nosotras!
La vejez, ¡ay!, y la ciencia dan fuerza incluso a la virtud débil.
El traje negro y el mutismo visten de inteligencia a cualquier mujer.
¿A quién estoy agradecida en mi felicidad? ¡A Dios! - y a mi costurera.
Joven: caverna florida. Vieja: de ella sale un dragón.
Nombre noble, pierna bonita y, además, un varón: ¡oh si éste fuera mío!
Discurso corto, sentido largo - ¡hielo resbaladizo para la burra!
Las mujeres han sido tratadas hasta ahora por los hombres como pájaros que, desde una
altura cualquiera, han caído desorientados hasta ellos: como algo más fino, más
frágil, más salvaje, más prodigioso, más dulce, más lleno de alma, - como algo que
hay que encarcelar para que no se escape volando.
238
No acertar en el problema básico «varón y mujer», negar que aquí se dan el
antagonismo más abismal y la necesidad de una tensión eternamente hostil, soñar aquí
tal vez con derechos iguales, educación igual, exigencias y obligaciones iguales: esto
constituye un signo tipico de superficialidad, y a un pensador que en este peligroso lugar
haya demostrado ser superficial - ¡superficial de
instinto! es lícito considerarlo sospechoso, más aún, traicionado, descubierto:
probablemente será demasiado «corto» para todas las cuestiones básicas de la vida,
también de la vida futura, y no podrá descender a ninguna profundidad. Por el contrario,
un varón que tenga profundidad, tanto en su espíritu como en sus apetitos, que tenga
también aquella profundidad de la benevolencia que es capaz de rigor y dureza, y que es
fácil de confundir con éstos, no puede pensar nunca sobre la mujer más que de manera
oriental: tiene que concebir a la mujer como posesión, como propiedad encerrable bajo
llave, como algo predestinado a servir y que alcanza su perfeccción en la servidumbre, -
tiene que apoyarse aquí en la inmensa razón de Asia, en la superioridad de instintos de
Asia: como lo hicieron antiguamente los griegos, los mejores herederos y discípulos de
Asia, quienes, como es sabido, desde Homero hasta los tiempos de Pericles, conforme iba
aurmentando su cultura y extendiéndose su fuerza, se fueron haciendo también, paso a
paso, más rigurosos con la mujer, en suma, más orientales. Qué necesario, qué lógico,
qué humanamente deseable fue esto: ¡reflexionemos sobre ello en nuestro interior!
239
El sexo débil en ninguna otra época ha sido tratado por los varones con tanta estima
como en la nuestra - esto forma parte de la tendencia y del gusto básico democráticos,
lo mismo que la irrespetuosidad para con la vejez -: ¿qué de extraño tiene el que muy
pronto se vuelva a abusar de esa estima? Se quiere más, se aprende a exigir, se acaba
considerando que aquel tributo de estima es casi ofensivo, se preferiría la rivalidad por
los derechos, más aún, propiamente la lucha: en suma, la mujer pierde pudor. Añadamos
en seguida que pierde también gusto. Desaprende a temer al varón: pero la mujer que
«desaprende el temor» abandona sus instintos más femeninos. Que la mujer se vuelve
osada cuando ya no se quiere ni se cultiva aquello que en el varón infunde temor o,
digamos de manera más precisa, el varón existente en el varón, eso es bastante obvio,
también bastante comprensible; lo que resulta más difícil de comprender es que
cabalmente con eso - la mujer degenera. Esto es lo que hoy ocurre: ¡no nos engañemos
sobre ello! En todos los lugares en que el espíritu industrial obtiene la victoria sobre
el espíritu militar y aristocrático la mujer aspira
ahora a la independencia económica y jurídica de un dependiente de comercio: «la mujer
como dependiente de comercio» se halla a la puerta de la moderna sociedad que está
formándose. En la medida en que de ese modo se posesiona de nuevos derechos e intenta
convertirse en «señor» e inscribe el «progreso» de la mujer en sus banderas y
banderitas, en esa misma medida acontece, con terrible claridad, lo contrario: la mujer
retrocede. Desde la Revolución francesa el influjo de la mujer ha disminuido en Europa en
la medída en que ha crecido en derechos y exigencias; y la «emancipación de la mujer»,
en la medida en que es pedida y promovida por las mujeres mismas (y no sólo por cretinos
masculinos), resulta ser de ese modo un sintoma notabilísimo de la debilitación y el
embotamiento crecientes de los más femeninos de todos los instintos. Hay estupidez en ese
movimiento, una estupidez casi masculina, de la cual una mujer bíen constituida - que es
siempre una mujer inteligente - tendría que avergonzarse de raíz. Perder el olfato para
percibir cuál es el terreno en que con más seguridad se obtiene la victoria; desatender
la ejercitación en nuestro auténtico arte
de las armas; dejarse ir ante el varón, tal vez incluso «hasta el libro», en lugar de
observar, como antes, una disciplina y una sutil y astuta humildad; trabajar, con virtuoso
atrevimiento, contra la creencia del varón en un ideal radicalmente distinto
encubierto en la mujer, en lo eterno y necesariamente femenino; disuadir al hombre, de
manera expresa y locuaz, de que la mujer tiene que ser mantenida, cuidada, protegida,
tratada con indulgencia, cual un animal doméstico bastante delicado, extrañamente
salvaje y, a menudo, agradable; el torpe e indignado rebuscar todo lo que de esclavo y
servil ha tenido y aún tiene la posción de la mujer en el orden social vigente hasta el
momento (como si la esclavitud fuese un contraargumento y no, más bien, una condición de
toda cultura superior, de toda elevación de la cultural: - ¿qué significa todo eso más
que una disgregación de los instintos femeninos, una desfeminización? Desde
luego, hay bastantes amigos idiotas de la mujer y bastantes pervertidores idiotas de la
mujer entre los asnos doctos de sexo masculino que aconsejan a la mujer desfeminizarse de
ese modo e imitar todas las estupideces de que en Europa está enfermo el «varón», la
«masculinidad» europea, - ellos quisieran rebajar a la mujer hasta la «cultura
general», incluso hasta a leer periódicos e intervenir en la política. Aquí y allá se
quiere hacer de las mujeres librepensadores y literatos: como si una mujer sin piedad no
fuera, para un hombre profundo y ateo, algo completamente repugnante o ridículo -; casi
en todas partes se echa a perder los nervios de las mujeres con la más enfermiza y
peligrosa de todas las especies de música (nuestra musica alemana más reciente)y se las
vuelve cada día más histéricas y más incapaces para atender a su primera y última
profesión, la de dar luz hijos robustos. Se las quiere «cultivar más aún, y,
según se dice, se quiere, mediante la cultura, hacer fuerte al «sexo débil»:
como si la historia no enseñase del modo más insistente posible que el «cultivo» del
ser humano y el debilitamiento - es decir, el debilitamiento, la disgregación, el
enfermar de la fuerza de la voluntad, han marchado siempre juntos, y que las mujeres más
poderosas e influyentes del mundo (últimamente, la madre de Napoleón) han debido su
poder y su preponderancia sobre los varones precisamente a su fuerza de voluntad - ¡y no
a los maestros de escuela! - Lo que en la mujer infunde respeto y, con bastante
frecuencia, temor es su naturaleza, la cual es «más natural» que la del hombre, su
elasticidad genuina y astuta, como de animal de presa, su garra de tigre bajo el guante,
su ingenuidad en el egoísmo, su ineducabilidad y su interno salvajismo, el carácter
inaprensible, amplio, errabundo de sus apetitos y virtudes... Lo que, pese a todo el
miedo, hace tener compasión de ese peligroso y bello gato que es la «mujer» es el hecho
de que aparezca más doliente, más vulnerable, más necesitada de amor y más condenada
al desengaño que ningún otro animal. Miedo y compasión: con estos sentimientos se ha
enfrentado hasta ahora el varón a la mujer, siempre con un pie ya en la tragedia, la cual
desgarra en la medida en que embelesa -. ¿Cómo? ¿Y estará acabando esto ahora?
¿Y se trabaja para desencantar a la mujer? ¿Aparece lentamente en el horizonte la
aburridificación de la muier? ¡Oh Europa! ¡Europa! ¡Es conocido el animal con cuernos que más atractivo ha sido siempre para ti del
cual te viene siempre el peligro! Tu vieja fábula podría volver a convertirse en
«historia», - ¡la estupidez podría volver a adueñarse de ti y a arrebatarte! Y bajo
ella no se escondería un dios, ¡no!, ¡sino únicamente una «idea», una «idea
moderna»
PSICÓLOGOS:
En el prólogo de 1886 al primer tomo de Humano,
demasiado humano, pregunta también Nietzsche: «Pero ¿dónde
existen hoy psicólogos? En Francia, con toda certeza; tal vez
en Rusia; con toda seguridad, no en Alemania.» Véase tambien Ecce homo:
«No veo en absoluto en qué siglo de la historia resultaria posible pescar de
un solo golpe psicólogos tan curiosos y a la vez tan delicados como en el Paris de hoy.»
LA VERDAD COMO MUJER:
Sobre la verdad concebida como mujer
véase, antes, nota 1.
SAINT-EVREMOND:
Carlos de Marguetel de Saint-Denis, senor de
Saint-Evremond (1610-1703), cortesano, militar y literato francés, es uno de los
precursores de Voltaie y Montesquieu, y el crítico literario francés más importante
anterior a Diderot. En sus Dissertations sur la tragédie ancienne et moderne et sur
les poemes de anciens (1685) dice a propósito de la palabra «vaste»: «Respecto
a Homero, es maravilloso en cuanto es puramente natural: justo en los caracteres, natural
en las pasiones, admirable en conocer bien y en expresar bien lo que depende de nuestra
naturaleza. Cuando su espíritu vasto se ha extendido sobre la naturaleza de los dioses,
ha hablado tan extravagantemente que Platón le ha expulsado de su República como a un
loco.»
LA CHIAJA:
La Chiaja es un barrio popular de Nápoles que
se extiende en dirección a Posilipo. Nietzsche visitó estos lugares a mediados
de febrero de 1877, durante su estancia en Sorrento.
NITIMUR IN VETITUM:
Expresión de Ovidio (3 Amores, 4, 17),
repetida por Nietzsche en otros muchos lugares. El contexto en Ovidio
es: Nitimur in vetitum semper cupimusque negata; sic interdictis imminet aeger
aquis [Nos lanzamos siempre hacia lo prohibido y deseamos lo que se nos
niega; asi el enfermo acecha las aguas prohibidas]. Para Nietzsche
llegó a ser casi un lema.
BENTHAM:
J. Bentham (1748-1832),
filósofo y economista inglés, fundador del utilitarismo como sistema de moral.
COMPARACIÓN HOMÉRICA:
Sin duda, Nietzsche se refiere a la Ilíada, VI, 424,
donde Homero habla de los Bousiv Eilipódessiv (bueyes de paso tardo). La
clásica traducción alemana de Voss dice: schwerhinwandelndes Hornvieh;
también Nietzsche usa aquí el verbo hinwandeln.
HELVETIUS:
A. Helvetius (1715-1771),
fil6sofo francés de la época de la Ilustración, defensor del sensualismo en teoría del
conocimiento y del hedonismo en la moral. En su ejemplar de Más allá del bien y del
mal, Nietzsche, tras «ese Helvetius,, añadió las siguientes palabras: «ce
senateur Pococurante, para decirlo con Galiani».
LECHE DEL MODO PIADOSO DE PENSAR:
Die Milch der frommen Denkart es un conocido verso de Schiller en Guillermo Tell (acto IV, escena III; monólogo de Guillermo Tell mientras espera matar a Geszler). Nietzsche vuelve a emplearlo en La genealogía de la moral
AUTOMUTILACIÓN:
Vease, antes, nota 45.
SACRIFICIO DEL INTELECTO:
Véanse, antes, notas 30 y 44.
EL ESPÍRITU COMO ESTÓMAGO:
También en Así habló Zaratustra, dice
Nietzsche que «el espiritu es un estómago».
LO ETERNAMENTE ABURRIDO DE LA MUJER:
Das Ewig-Langweilige am Weibe es evidente parodia de los dos versos finales del Fausto, de Goethe, apoyada en la similitud entre weiblich (femenino)y langweiblich (aburrido):
Das Ewig-Weibliche
Zieht uns hinan
[Lo eterno femenino
nos arrastra hacia lo alto]
MULIER TACEAT IN ECCLESIA:
La frase citada por Nietzsche procede de Pablo,
Primera carta a los Corintios, 14, 34: Mulieres in ecclessiis taceant
[las mujeres están calladas en las reuniones o asambleas]. Suele usarse esta
frase, sin embargo, no en plural, sino en singular, como hace Nietzsche. Quien
dio popularidad a tal expresión en Alemania fue Goethe, con uno de sus Zahnie Xenien
[Epigramas suaves], libro VII:
Was werden das für Zeiten:
In Ecclesia mulier taceat!
Jetzt, da eine Jegliche Stimme hat,
was will Ecclesia bedeuten?
¡Qué tiempos aquellos!:
In Ecclesia mulier taceat.
Ahora, cuando cualquier mujer tiene voz,
¿qué va a significar Ecclesia)
Probablemente, Nietzsche conoce esta expresión a través de Goethe.
MULIER TACEAT IN POLITICIS:
Son conocidas las disputas entre Napoleón y
la baronesa de Staël. El primero, en 1802, desterró de París a la segunda,
irritado por sus continuas intromisiones en politica, y en 1810 mandó destruir la primera
edición del libro de ésta De 1'Allemagne, que fue reimpreso en Londres en 1819.
MADAMES ROLAND-STAËL-SAND:
Las tres mujeres citadas aquí por Nietzsche
eran consideradas en su tiempo como símbolos de la emancipación femenina. Madame
Roland (1754-1793) fue la esposa de un político girondino, en los tiempos
de la Revolución francesa. Ganada por el estudio de la Antigüedad para la causa de la
República, ejerció en París, desde 1791, una gran influencia sobre los jefes de los
girondinos. Al fracasar este partido, fue condenada a muerte y guillotinada. Suya es la
frase, pronunciada al subir al cadalso: «¡Oh libertad, cuántos crímenes se
cometen en tu nombre!» De Madame de Staël ya se
ha hablado antes, en las notas 111 y 129. En cuanto a la tercera mujer, sarcásticamente
llamada por Nietzsche Monsieur, George Sand es el
seudónimo de la escritora francesa Aurora Dupin (1804-1876), célebre tanto por
sus amores como por sus escritos. En sus novelas ataca la moral burguesa y defiende el
derecho de la mujer al amor extramatrimonial. En Crepúsculo de los ídolos Nietzsche
se ensañó con ella; así, en el apartado «Incursiones de un intempestivo», 1, dice:«George
Sand: lactea ubertas [abundancia de leche], o dicho en alemán: la vaca de leche
con 'bello estilo'.» Y en el 6, dedicado enteramente a ella, la califica de
«fecunda vaca de escribir».
COCINA Y MUJER:
Sobre la importancia que Nietzsche atribuía a
la cocina y a los problemas de la alimentación véase sobre todo el capítulo «Por qué
soy tan inteligente», 1, de Ecce homo.
MADAME DE LAMBERD:
A. T. de Lambert (1647-1733),
escritora y moralista francesa, escribe la citada frase en su obra Avis d' une mere a
son fils (1726). La cita exacta es: Mon ami, ne vous permettez jamais que des
folies qui vous fassent plaisir.
MIRAR HACIA ARRIBA Y HACIA ABAJO:
La frase de Dante se encuentra en la Divína
Comedia, «Paraíso», II, 22: Beatrice in suso, ed io in lei guardava.
LO ETERNO FEMENINO NOS ARRASTRA HACIA ARRIBA::
Con estos dos versos, como es sabido, concluye el Fausto,
de Goethe. Parodiando estos versos, ha hablado antes Nietzsche de «lo eterno
aburrido en la mujer». Véase también nota 127.
SIETE REFRANILLOS SOBRE LAS MUJERES:
En las siete sentencias que siguen Nietzsche imita
otros tantos refranes alemanes.
MEMO Y SUPERFICIAL:
La palabra Flachköpfigkeit (literal: cabeza
poco honda), empleada por Nietzsche, y que hemos traducido por «superficialidad», tíene
también el significado de «memez».
ESPÍRITU INDUSTRIAL MILITAR Y ARISTOCRÁTICO:
La relación entre el espíritu industrial, por un
lado, y el espíritu militar y aristocrático, por otro, es tema tratado por Nietzsche
en otros lugares. Véase, por ejemplo, La gaya ciencia, aforismo 31, titulado
«Comercio y noblaa», y antes, Humano, demasiado humano, I, aforismo 441,
titulado «De sangre». Sobre la llamada «cultura industrial», véase La gaya
ciencia, aforismo 40, «De la falta de forma aristocrática».
EUROPA Y EL TORO:
El «animal con cuernos» es, claro está, el mitológico toro de
inmaculada blacura (o Zeus animalizado en figura de toro) que raptando a la princesa
Europa, se la llevó consigo a Creta.
SECCIÓN OCTAVA:Pueblos y Patrias
240
He vuelto a oír, por vez primera, _ la obertura de Richard Wlagner para Los maestros cantores: es éste un arte suntuoso,
sobrecargado, grave y tardío, el cual tiene el orgullo de presuponer que, para
comprenderlo, continúan estando vivos dos siglos de música: - ¡honra a los alemanes el
que semejante orgullo no se haya equivocado en el cálculo! ¡Qué savias y fuerzas, qué
estaciones y climas están aquí mezclados! Unas veces nos parece anticuado, otras,
extranjero, áspero y superjoven, es tan caprichoso como pomposamente tradicional, no
raras veces es pícaro y, con más frecuencia aún, rudo y grosero, - tiene fuego y coraje
y, a la vez, la reblandecida y amarillenta piel de los frutos que han madurado demasiado
tarde. Corre ancho y lleno: y de repente surge un instante de vacilación inexplicable,
como un vacío que se abre entre causa y efecto, una opresión que nos hace soñar, casi
una pesadilla -, pero ya vuelve a fluir, ancha y
extensa, la vieja corriente de bienestar, de un bienestar sumamente complejo, de una
felicidad vieja y nueva, en cuya cuenta se incluye, y mucho, la felicidad que el artista
siente en sí mismo, de la cual no quiere hacer un secreto, su asombrada y feliz
consciencia de artisticos nuevos, recién adquiridos y no probados antes, como parece
darnos a entender. Vistas las cosas en conjunto, no hay aquí belleza, ni sur, ni la
meridional y fina luminosidad del cielo, ni gracia, ni baile, ni apenas voluntad de
lógica; incluso hay una cierta torpeza, que además es subrayada, como si el artista
quisiera decirnos: «ella forma parte de mi intención»; un aderezo pesado, una cosa
voluntariamente bárbara y solemne, un centelleo de preciosidades y recamados doctos y
venerables; una cosa alemana en el mejor y en el peor sentido de la palabra, una cosa
compleja, informe e inagotable a la manera alemana; una cierta potencialidad y
sobreplenitud alemanas del alma, que no tienen miedo de esconderse bajo los refinamientos
de la decadencia, - que acaso sea allí donde más a gusto se encuentren; un exacto y
auténtico signo característico del alma alemana, que es a la vez joven y senil,
extraordinaïiamente madura y extraordinariamente rica todavía de futuro. Esta especie de
música es la que mejor expresa lo que yo pienso de los alemanes: son de antes de ayer y
de pasado mañana, - aun no tienen hoy.
241
Nosotros «los buenos europeos»: también nosotros tenemos horas en las que nos
permitimos una patriotería decidida, un batacazo y una recaída en viejos amores y
estrecheces - acabo de dar una prueba de ello - horas de hervores nacionales, de ahogos
patrióticos y de todos los demás anticuados desbordamientos sentimentales. Espíritus
más tardos que nosotros tardarán acaso amplios espacios de tiempo en desembarazarse de
eso que en nosotros se limita a unas horas y en unas horas concluye, unos tardarán medio
año, otros, media vida, según la rapidez y fuerza de su digestión y de su
«metabolismo». Más aún, yo podría imaginarme razas torpes, vacilantes, que incluso en
nuestra presurosa Europa necesitarían medio siglo para superar tales atávicos accesos de
patriotería y de apegamiento al terruño y para volver a retornar a la razón, quiero
decir, al «buen europeísmo». Y mientras estoy divagando sobre esa posibilidad, me
acontece que asisto como testigo de oído a una conversación entre dos viejos
«patriotas», - evidentemente ambos oían mal, y por ello hablaban tanto más alto. «Ese entiende y sabe de filosofía tanto como un labrador o un
estudiante afiliado a una corporación - decía uno -: todavía es inocente. ¡Mas qué
importa eso hoy! Estamos en la época de las masas: éstas se prosternan ante todo
lo masivo. Y eso ocurre también in politicis [en los asuntos políticos]. Un estadista
que les levante una nueva torre de Babel, un monstruo cualquiera de Imperio y poder, ése
es 'grande' para ellos: - qué importa que nosotros los que somos más previsores y más
reservados continuemos sin abandonar por el momento la vieja creencia, según la cual
únicamente el pensamiento grande es el que da grandeza a una acción o a una causa.
Suponiendo que un estadista pusiese a su pueblo en condiciones de tener que hacer en
adelante 'gran política', para la cual hállase aquél mal dotado y preparado por
naturaleza: de modo que, por amor a una nueva y problemática mediocridad, se viese
obligado a sacrificar sus virtudes viejas y seguras, - suponiendo que un estadista
condenase a su pueblo a 'hacer política' sin más, siendo asi que hasta ahora ese mismo
pueblo tuvo algo mejor que hacer y que pensar, y que en el fondo de su alma no se ha
liberado de una previsora náusea frente a la inquietud, vaciedad y ruidosa pendenciosidad
de los pueblos que propiamente hacen política: - suponiendo que ese estadista aglomerase
las adormecidas pasiones y apetitos de su pueblo, le reprochase su anterior timidez y su
anterior gusto en permanecer al margen, le culpase de su extranjerismo y de su secreta infinitud,
desvalorizase sus más decididas inclinaciones, diese la vuelta a su conciencia, hiciese
estrecho su espíritu, 'nacional' su gusto, - ¡cómo!, ¿es que un estadista que hiciera
todo eso, y al que su pueblo tendría que espiar por todo el futuro, en el caso de que
tenga futuro, es que semejante estadista sería grande?» «¡Indudablemente! respondió
con vehemencia el otro viejo patriota-. ¡de lo contrario, no habría sido capaz de hacer
lo que ha hecho! ¡Quizá haya sido una locura querer algo así! ¡Mas tal vez todo lo
grande no haya sido en sus comienzos más que una locura!» - «¡Abuso de las palabras! -
replicó a gritos su interlocutor: - ¡fuerte! ¡fuerte!, ¡fuerte y loco! ¡No grande!»
- Los viejos se habían evidentemente acalorado cuando de ese modo se gritaban a la cara
sus «verdades»; pero yo, en mi felicidad y mi más-allá, consideraba cuán pronto
dominaría al fuerte otro más fuerte; y también, que exise una compensación para la
superficialización espiritual de un pueblo, a saber, la qlue se realiza mediante la
profundización de otro. -
242
Bien se denomine «civilización» o «humanización» «progreso» a aquello en lo que
ahora se busca el rasto que distingue a los europeos; o bien se lo denomine
sencillamente, sin alabar ni censurar, con una fórmula política, el movimiento
democrático de Europa: detrás de todas las fachadas morales y políticas a que con tales
fórmulas se hace referencia está realizándose un ingenuo proceso fisiológico, que
fluye cada vez más, - el proceso de un asemejamiento de los europeos, su creciente
desvinculación de las condiciones en que se generan razas ligadas a un clima y a un
estamento, su progresiva independencia de todo milieu [medio] determinado, que a lo
largo de siglos se inscribiría en el alma y en el cuerpo con exigencias idénticas, - es
decir, la lenta aparición en el horizonte de una especie esencialmente supranacional y
nómnda de ser humano, la cual, hablando fisiológicamente, posee, como tipico rasgo
distintivo suyo un máximo de arte y de fuerza de adaptación. Este proceso del europeo
que está deviniendo, proceso que puede ser retardado en su tempo [ritmo] por grandes
recaídas, pero que tal vez justo por ello gane y crezca en vehemencia y profundidad - de
él forma parte el todavía furioso Sturm und Drang
[borrasca e ímpetu] del
«sentimiento nacional», y asimismo el anarquismo que acaba de aparecer en el horizonte
-: ese proceso está abocado probablemente a resultados con los cuales acaso sea con los
que menos cuenten sus ingenuos promotores y panegiristas, los apóstoles de las «ideas
modernas». Las mismas condiciones nuevas bajo las cuales surgirán, hablando en términos
generales, una nivelación y una mediocrización del hombre - un hombre animal de rebaño
útíl, laborioso, utilizable y diestro en muchas cosas son idóneas en grado sumo para
dar origen a hombres-excepción de una cualidad peligrosísima y muy atrayente. En efecto,
mientras que aquella fuerza de adaptación que ensaya minuciosamente condiciones siempre
cambiantes y que comienza un nuevo trabajo con cada generación, casi con cada decenio, no
hace posible en modo alguno la potencialidad del tipo: mientras que la impresión global
producida por tales europeos futuros será probablemente la de obreros aptos para mutuas
areas, charlatanes, pobres de voluntad y extraordinariamente adaptables, que necesitan del
señor, del que mandia, como del pan de cada día; mientras que la democratización de
Europa está abocada, por tanto, a procrear un tipo preparado para la esclavitud en el
sentido más sutil: en el caso singular y excepcional el hombre fuerte tendrá que
resultar más fuerte y más rico que acaso nunca hasta ahora, - gracias a la falta de
prejuicios de su educación, gracias a la ingente multiplicidad de su ejercitación, su
arte y su máscara. He querido decir: la democratización de Europa es a la vez un
organismo involuntario para criar tiranos, - entendida esta palabra en todos los sentidos,
también en el más espiritual.
243
Con placer oigo decir que nuestro sol se desplaza con rápido moviniento hacia la
constelación de Hécules: y yo espero que el homlre que vive en esta tierra actúe igual
que el sol. ¡Y en vanguardia nosotros, nosotros los buenos europeos! -
244
Hubo un tiempo en que la gente estnba habituada a otorgar a los alemanes la distinción de
llamarlos «profundos»: ahora, cuando el tipo de mayor éxito del nuevo germanismo está
ansioso de honores completamente distintos, y en todo lo que tiene profundidad echa de
menos tal vez el «arrojo», casi resulta tempestiva y paranoica la duda de si en otro
tiempo la gente no se engañaba con aquella alabanza: en suma, de si la profundidad
alemana no era en el fondo algo distinto y peor - y algo de que, gracias a Dios, se está
en trance de desprenderse con éxito. Hagamos, pues, el intento de modificar nuestras
ideas sobre la profundidad alemana: para esto no se necesita más que una pequeña
vivisección del alma alemana. - El alma alemana es, ante todo, compleja, tiene orígenes
dispares, se compone más bien de elementos yustapuestos y superpuestos, en lugar de estar
realmente estructurada: esto depende de su procedencia. Un alemán que quisiera atreverse
a afirmar «dos almas habitan, ¡ay!, en mi pecho»,
faltaría gravemente a la verdad o, mejor dicho, quedaría muchas almas por detrás de la
verdad. Por ser un pueblo en que ha habido la más gigantesca mezcolanza y rozamiento de
razas, tal vez incluso con una preponderancia del elemento pre-ario, por ser un «pueblo
del medio» en todos los sentidos, los alemanes son más inasibles, más amplios, más
contradictorios, más desconocidos, más incalculables, más sorprendentes, incluso más
terribles que lo son otros pueblos para sí mismos:-escapan a la definición, y ya por eso
son la desesperación de los franceses. A los alemanes los caracteriza el hecho de que
entre ellos la pregunta «¿qué es alemán?» no se
extingue nunca. Kotzebue conocía ciertamente
bastante bien a sus alemanes: «Nos han reconocido», decíanle éstos, jubilosos, - pero
también Sand creia conocerlos. Jean Paul sabía lo que hacía cuando protestó
furiosamente contra las mentirosas, pero patrióticas adulaciones y exageraciones de Fichte, - mas es probable que Goethe pensase sobre los
alemanes de modo distinto que Jean Paul, a pesar de que dio la razón a éste en lo
referente a Fichte. ¿Qué ha pensado Goethe propiamente sobre los alemanes? - Sobre
muchas cosas de las que le rodeaban él nunca habló con claridad, y durante toda su vida
fue experto en callar sutilmente: - probablemente tenía buenas razones para hacerlo. Es
cierto que no fueron las «guerras de liberación»
las que le hicieron alzar los ojos con mayor alegría, así como tampoco lo fue la
Revolución francesa, - el acontecimiento que le hizo cambiar de pensamiento sobre su
Fausto, más aún, sobre el entero problema «hombre» fue la aparición de Napoleón. Hay
frases de Goethe en las cuales éste enjuicia con una impaciente dureza, como desde un
país extranjero, aquello que los alemanes cuentan entre sus motivos de orgullo: el famoso
Gemüth [talante] alemán lo define una vez como «indulgencia para con las debilidades ajenas y propias» ¿No tiene razón al
decir esto? -- a los alemanes los caracteriza el hecho de que raras veces se carece
totalmente de razón al hablar sobre ellos. El alma alemana tiene dentro de sí galerías
y pasillos, hay en ella cavernas, escondrijos, calabozos; su desorden tiene mucho del
atractivo de lo misterioso; el alemán es experto en los caminos tortuosos que conducen al
caos. Y como toda cosa ama su símbolo, así el alemán ama las nubes y todo lo que es
poco claro, lo que se halla en devenir, lo crepuscular, lo húmedo y velado: lo incierto,
lo no configurado, lo que se desplaza, lo que crece, cualquiera que sea su índole, eso
él lo siente como «profundo». El alemán mismo no es, sino que deviene, «se
desarrolla». El «desarrollo» es, por eso, el auténtico hallazgo y acierto alemán en
el gran imperio de las fórmulas filosóficas: - un
concepto soberano, que, en alianza con la cerveza alemana y con la música alemana,
trabaja en germanizar a Europa entera. Los extranjeros se detienen, asombrados y
atraídos, ante los enigmas que les plantea la naturaleza contradictoria que hay en el
fondo del alma alemana (naturaleza contradictoria que Hegel redujo a sistema, y Richard
Wanner últimamente todavía a música). «Bonachones y pérfidos» - esa yuxtaposición,
absurda con respecto a cualquier otro pueblo, se justifica por desgracia con demasiada
frecuencia en Alemania: ¡basta vivir un poco tiempo entre suabos!
La torpeza del docto alemán, su insulsez social se compadecen horrosamente bien con una volatinería íntima y
con una desenvuelta audacia, de las cuales todos los dioses han aprendido ya a tener
miedo. Si se quiere el «alma alemana» mostrada ad oculos [ante la vista]
basta con mirar en el interior del gusto alemán, de las artes y costumbres alemanas:
¡qué palurda indiferencia. frente al gusto! ¡Como se hallan juntos allí lo más noble
y lo más vulgar! ¡Qué desordenada y rica es toda esa economía anímica! El alemán
lleva a rastras su alma, lleva a rastras todas las vivencias que tiene. Digiere mal sus
acontecimientos, no se «desembaraza» nunca de ellos; la profundidad alemana es a menudo
tan sólo una mala y diferida «digestión». Y así como todos los enfermos crónicos,
todos los dispépticos, tienen inclinación a la comodidad, así el alemán ama la
«franqueza» y la «probidad»: ¡qué cómodo es ser france y probo! - Acaso hoy el
disfraz más peligroso y más afortunado en que el alemán es experto consista en ese
carácter familiar, complaciente, de cartas boca arriba, que tiene la honestidad alemana:
ése es su auténtico arte mefistofélico, ¡con él puede llegar todavía lejos»! El
alemán se deja ir, y contempla esto con sus fieles, azules, vacíos ojos alemanes - ¡y
en seguida el estranjero lo confunde con su camisa de dormir! - He querido decir: sea lo
que sea la «profundidad alemana», - ¿acaso no nos permitimos, muy entre nosotros,
reírnos de ella? - hacemos bien en continuar honrando su apariencia y su buen nombre y en
no cambiar a un precio demasiado barato nuestra vieja reputación de pueblo de la
profundidad por el «arrojo» prusiano y por el ingenio y la arena de Berlín. Para un
pueblo es cosa inteligente hacerse pasar por profundo, inhábil, bonachón, honesto,
no-inteligente: esto podría incluso - ¡ser profundo! En última instancia: debemos
honrar nuestro propio nombre - no en vano nos llamamos das «tiusche» Volk, el pueblo engañoso...
245
Los «viejos y buenos tiempos» han pasado, con Mozart entonaron su última canción: -
¡qué felices somos nosotros por el hecho de que su rococó nos continúe hablando, por
el hecho de que a su «buena sociedad» a su delicado entusiasmo y a su gusto infantil por
lo chinesco y florido, a su cortesía del corazón, a su anhelo de cosas graciosas,
enamoradas, bailarinas, bienaventuradas hasta el llanto, a su fe en el sur les continúe
siendo lícito apelar a un cierto residuo existente en nosotros! ¡Ay, alguna vez esto
habrá pasado! - ¡mas quién dudaría de que antes aún habrá desaparecido la capacidad
de entender y saborear a Beethoven! - el cual no fue, en efecto, más que el acorde final
de una transición estilística y de una ruptura de estilo, y no, como Mozart, el acorde
final de un gran gusto europeo que había durado siglos. Beethoven es el acontecimiento
intermedio entre un alma vieja y reblandecida, que constantemente se resquebraja, y
un alma futura y superjoven que está
llegando constantemente; sobre su música se extiende esa crepuscular luz propia del
eterno perder y del eterno y errabundo abrigar esperanzas, - la misma luz en que Europa
estaba bañada cuando, con Rousseau, había soñado, cuando bailó alrededor del árbol de
la libertad de la Revolución y, por fin, casi adoró a Napoleón. Más con qué rapidez
se desvanece ahora precisamente ese sentimiento, qué difícil resulta hoy saber algo de
ese sentimiento, -¡qué extraña suena a nuestro oído la lengua de aquellos Rousseau,
Schiller, Shelley, Byron, en los cuales, juntos, encontró su camino hacia la palabra el
mismo destino de Europa que en Beethoven había sabido cantar! - La música alemana que
vino después forma parte del romanticismo, es decir, de un movimiento que, en un cálculo
histórico, es aún mjs corto, aún más fugaz, aún más superficial que aquel gran
entreacto, que aquella
transición de Europa que se extiende desde Rousseau hasta Napoleón y hasta la aparición
de la democracia en el horizonte. Weber: ¡qué son para
nosotRos hoy Der Freischütz [El cazador furtivo] y Oberón! ¡O Hans Heiling y El
vampiro, de Marschner! ¡E incluso el Tannhäuser,
de Wagner! Es ésta una música que ha ido dejando de sonar, si bien todavía no está
olvidada. Toda esta música del romanticismo, además, no era suficientemente
aristocrítica, no era suficientemente música como para lograr imponerse también en
otros lugares distintos, a más de en el teatro y ante la multitud; era de antemano
música de segundo rango, que entre músicos verdaderos es tenida poco en cuenta. Cosa
distinta ocurrió con Félix Mendelssohn, ese maestro alciónico que, por tener un alma
más ligera, más pura, más afortunada, fue rapidamente honrado y asimismo rápidamente
olvidado: como el bello intermedio de la música alemana. En lo que se refiere a Robert
Schumann, que tomaba todo en serio y a quien desde el principio se le tomó también en
serio - es el último que ha fundado una escuela -: ¿no se considera hoy entre nosotros
como una felicidad, como un respiro de alivio, como una liberación el hecho de que
precisamente ese romanticismo schumanniano este esté superado? Schumnnn, refugiado en la suiza sajona» de su alma, hecho a medias a la manera de
Werther y a medias a la manera de Jean Paul, ¡ciertamente no a la de Beethoven!,
¡ciertamente, no a la de Byron! - su musica sobre el Manfredo es un desscierto y un
malentendido que llegan hasta la injusticia -,
Schumann, con su gusto, que en el fondo era un gusto pequeño (es decir, una tendencia
peligrosa, doblemente peligrosa entre alemanes, hacia el tranquilo lirismo y la borrachera
del sentimiento), un hombre que constantemente se hace a un lado, que se encoge y se
retrae tímidamente, un noble alfeñique que se regodeaba en una felicidad y un dolor
meramente anónimos, una especie de muchacha y de noli me
tangere [no me toques] desde el comienzo: este Schumann no fue ya en música
más que un acontecimiento alemán, y no uno europeo, como lo fue Beethoven, como lo
había sido, en medida más amplia aún, Mozart, - con él la música alemana corrió su
máximo peligro de perder la voz para expresar el alma de Europa y de rebajarse a ser una
mera patriotería.
246
-¡Qué tortura son los libros escritos en alemán para quien dispone de un tercer oído!
¡Con qué repugnancia se detiene éste junto a ese pantano, que lentamente va dándose la
vuelta, de acordes carentes de armonía, de ritmos sin baile, que entre alemanes se llama
un «libro»! ¡Y nada digamos del alemán que lee libros! ¡De qué manera tan perezosa,
tan a regañadientes, tan mala lee! Qué pocos alemanes saben y se exigen a sí mismos
saber que en toda frase buena se esconde arte, - ¡arte que quiere ser adivinado en la
medida en que la frase quiere ser entendida! Un malentendido acerca de su tempo [ritmo],
por ejemplo: ¡y la frase misma es malentendida! No permitirse tener dudas acerca de
cuáles son las sílabas decisivas para el ritmo, sentir como algo querido y como un
atractivo la ruptura de la simetría demasiado rigurosa, prestar oídos finos y pacientes
a todo staccato [despegado], a todo rubato [ritmo libre], adivinar el sentido
que hay en la sucesión de las vocales y diptongos y el modo tan delicado y vario como
pueden adoptar un color y cambiar de color en su sucesión: ¿quien, entre los alemanes
lectores de libros, está bien dispuesto a reconocer tales deberes y exigencias y a
prestar atención a tanto arte e intención encerrados en el lenguaje? La gente no tiene,
en última instancia, precisamente «oído para esto»: por lo cual no se oyen las
antítesis más enérgicas del estilo y se derrocha inútilmente, como ante sordos, la
maestría artística más sutil. - Estos fueron mis pensamientos cuando noté de qué modo
tan torpe y obtuso la gente confundía entre sí a dos maestros en el arte de la prosa,
uno al que las palabras le gotean lentas y frías, como desde el techo de una húmeda
caverna - él cuenta con su sonido y su eco sofocados -- y otro que maneja su lengua como
una espada flexible y que desde el brazo hasta los dedos del pie siente la peligrosa
felicidad de la hoja vibrante, extraordinariamente afilada, que quiere morder, silbar,
cortar. -
247
Que el estilo alemán tiene que ver muy poco con la armonía y con los oídos muéstralo
el hecho de que justo nuestros buenos músicos escriben mal. El alemán no lee en voz
alta, no lee para el oído, sino simplemente con los ojos: al leer ha encerrado su oído
en el cajón. El hombre antiguo, cuando leía - esto ocurría bastante raramente - lo que
hacía era recitarse algo a sí mismo, y desde luego en voz alta; la gente se admiraba
cuando alguien leía en voz baja, preguntándose a escondidas por las razones de ello. En
voz alta: esto quiere decir, con todas las hinchazones, inflexiones, cambios de tono y
variaciones de tempo [ritmo] en que se complacía el mundo público de la Antigüedad.
Entonces las leyes del estilo escrito eran aún las mismas que las del estilo hablado; y
las leyes de éste dependían, en parte, del asombroso desarrollo, de las refinadas
necesidades del oído y de la laringe y, en parte, de la fuerza, duración y potencia del
pulmón antiguo. Tal como lo entendían los antiguos, un período es en primer término un
todo fisiológico, en la medida en que está contenido en una sola respiración. Períodos
tales como los que aparecen en Demóstenes, en Cicerón, que se hinchan dos veces y otras
dos veces se deshinchan, y todo ello dentro de una sola respiración: ésos son goces para
hombres antiguos, los cuales, por su propia instrucción escolar, sabían apreciar la
virtud que hay en ello, lo raro y difícil que es declamar tal período: - ¡nosotros no
tenemos propiamente ningún derecho al gran período,
nosotros los modernos, nosotros los hombres de aliento corto en todos los sentidos!
Aquellos antiguos, en efecto, eran todos ellos diletantes de la oratoria, y en
consecuencia expertos, y en consecuencia críticos, - de este modo empujaban a sus
oradores a llegar hasta el extremo de igual manera que en el siglo pasado, cuando todos
los italianos e italianas eran expertos en cantar, el virtuosismo del canto (y con esto
también el arte de la melodía) llegó entre ellos a la cumbre. Pero en Alemania (hasta
la época más reciente, en que una especie de elocuencia de tribunos agita a sus jóvenes
alas con bastante timidcz y torpeza) no ha habido propiamente más que un único género
de oratoria pública y más o menos conforme a las reglas del arte: la que se hacía desde
el púlpito. Sólo el predicador sabía en Alemnnia cuál es el peso de una sílaba, cuál
el de una palabra, hasta qué punto una frase golpea, salta, se precipita, corre, fluye,
él era el único que en los oídos tenía conciencia, con bastante frecuencia una
conciencia malvada: pues no faltan motives para pensar que preciamente el alemán alcanza
habilidad en la oratoria raras veces, casi siempre demasiado tarde. La obra maestra de la
prosa alemana es por ello. obviamente, la obra maestra de su máximo predicador: la Biblia
ha sido hasta ahora el mejor libro alemán. Comparado con la Biblia de Lutero, casi todo
lo demás es sólo «literatura» - con esta
que no es en Alemania donde ha crecido, y que por ello tampoco ha arraigado ni arraiga en
los corazones alemanes: como lo ha hecho la Biblia.
248
Hay dos especies de genio: uno que ante todo fecunda y
quiere fecundar a otros, y otro al que le gusta dejarse fecundar y dar a luz. Y de igual
modo, hay entre los pueblos geniales unos a los que les ha correspondido el problema
femenino del embarazo y la secreta tarea de plasmar, de madurar, de consumar - los
griegos, por ejemplo, fueron un pueblo de esa especie, asimismo los franceses -; y otros
que tienen que fecundar y que se convierten en causa de nuevos órdenes de vida, - como
los judíos, los romanos, ¿y, hecha la pregunta con toda modestia, los alernanes? -
pueblos atormentados y embelesados por fiebres desconocidas, pueblos irresistiblemente
arrastrados fuera de sí mismos, enamorados y ávidos de razas extrañas (de las que se
«dejan fecundar» -) y, en esto, ansiosos de dominio, como todo lo que se sabe lleno de
fuerzas fecundantes, y, en consecuencia, «por la gracia de Dios». Estas dos especies de
genio búscanse como el bombre y la mujer; pero
también se malentienden uno al otro, - como el hombre y la mujer.
249
Cada pueblo tiene su tartufería propia, y la denomina sus virtudes. - Lo mejor que uno
es, eso él no lo conoce, - no puede conocerlo.
250
¿Qué debe Europa a los judíos? - Muchas cosas, buenas y malas, y sobre todo una que es
a la vez de las mejores y de las peores: el gran estilo en la moral, la terribilidad y la
majestad de exigencias infinitas, de significados infinitos, todo el romanticismo y
sublimidad de las problemáticas morales - y, en consecuencia, justo la parte más
atractiva, más capciosa y más selecta de aquellos juegos de colores y de aquellas
seducciones que nos incitan a vivir, en cuyo resplandor final brilla - tal vez deja de
brillar - hoy el cielo de nuestra cultura europea, su cielo de atardecer. Nosotros los
artistas entre
los espectadores y filósofos sentimos por ello frente a los judíos - gratitud.
251
Es preciso resignarse al hecho de que sobre el espíritu de un pueblo que padece, que
quiere padecer de la fiebre nerviosa nacional y de la ambición política - pasen
múltiples nubes y perturbaciones o, dicho brevemente, pequeños ataques de
estupidizamiento: por ejemplo, entre los alemanes de hoy, unas veces la estupidez
antifrancesa, otras la antijudía, otras la antipolaca, otras la cristiano-romántica,
otras la wagneriana, otras la teutónica, otras la prusiana (contémplese a esos pobres historiadores, a esos Sybel y Treitzschke y sus
cabezas reciamente vendadas -), y como quieran llamarse todas esas pequeñas
obnubilaciones del espíritu y la conciencia alemanes. Perdóneseme el que tampoco yo,
durante una breve y osada estancia en terrenos muy infectados, haya permanecido
completamente inmune a la enfermedad, y el que a mí, como a todo el mundo, hayan empezado
ya a ocurrírseme pensamientos sobre cosas que en nada me atañen: primera señal de la
infección política. Por ejemplo, sobre los judíos: óigaseme. - Todavía no me he
encontrado con ningún alemán que haya sentido simpatía por los judíos; y por muy
incondicional que sea la repulsa del auténtico antisemitismo por parte de todos los
previsores y políticos, tampoco esa previsión y esa política se dirigen, sin embargo,
contra el género mismo del sentimiento, sino sólo contra su peligrosa inmoderación, en
especial contra la expresión insulsa y deshonrosa de ese inmoderado sentimiento, - sobre
esto no es licito engañarse. Que Alemania tiene judíos en abundancia suficiente, que el
estómago alemán, la sangre alemana tienen dificultad (y seguirán teniendo dificultad
durante largo tiempo) aun sólo para liquidar ese quantum [cantidad] de «judío» - de
igual manera que lo han liquidado el italiano, el francés, el inglés, merced a una
digestión más robusta -: eso es lo que dice y expresa ciertamente un instinto general al
cual hay que prestar oído, de acuerdo con el cual hay que actuar. «¡No dejar entrar
nuevos judíos! ¡Y, sobre todo, cerrar las puertas por el Este (también por el Imperio del Este)!», eso es lo que ordena el instinto de
un pueblo cuya naturaleza es todavía débil e indeterminada, de modo que con facilidad se
la podría hacer desaparecer, con facilidad podría ser borrada por una raza más fuerte.
Pero los judíos son, sin ninguna duda, la raza más fuerte, más tenaz y más pura que
vive ahora en Europa; son diestros en triunfar aun en las peores condiciones (mejor
incluso que en condiciones favorables), merced a ciertas virtudes que hoy a la gente le
gusta tildar de vicios, - gracias sobre todo a una fe decidida, la cual no necesita
avergonzarse frente a las «ideas modernas»; los judíos se modifican siempre, cuando se
modifican, de la misma manera que el Imperio ruso hace sus conquistas, - como un Imperio
que tiene tiempo y que no es de ayer -: es decir, de acuerdo con la máxima «¡lo más
lentamente posible!» Un pensador que tenga sobre su conciencia el futuro de Europa
contará, en todos los proyectos que trace en su interior sobre ese futuro, con los
judíos y asimismo con los rusos, considerándolos como los factores por lo pronto más
seguros y más probables en el gran juego y en la gran lucha de las fuerzas. Lo que hoy en
Europa se denomina «nación», y que en realidad es más una res facta [cosa hecha] que
nata [cosa innata] (más aún, a veces se asemeja, hasta confundirse con ella, a una res
ficta et picta [cosa fingida y pintada] -), es en todo caso algo que está en
devenir, una cosa joven, fácil de desplazar, no es todavía una raza, y mucho menos algo aere perennius [más perenne que el bronce], como lo es la
raza judía: ¡esas naciones deberían, pues, evitar con mucho cuidado toda concurrencia y
toda hostilidad nacidas de un tener caliente la cabeza! Que los judíos, si quisieran - o
si se los coaccionase a ello, como parecen querer los antisemitas -, podrían detentar ya
ahora la preponderancia, más aún, hablando de modo completamente literal, el dominio de
Europa, eso es una cosa segura y tambien lo es que no trabajan ni hacen planes en ese
sentido. Antes bien, por el memento lo que quieren y desean, incluso con cierta
insistencia, es ser absorbidos y succionados en Europa, por Europa, anhelan estar fijos
por fin en algún sitio, ser permitidos, respetados, y dar una meta a la vida nórnada, al
«judío eterno» y se debería tener mucho en cuenta y
complacer esa tendencia y ese impulso (los cuales acaso manifiesten una atenuación de los
instintos judíos): para lo cual tal vez fuera útil y oportuno desterrar a todos los
voceadores antisemitas del país. Se debería acoger a los judíos con toda cautela,
haciendo una selección; más o menos, como actúa la nobleza inglesa. Resulta manifiesto
que quienes podrían entrar en relaciones con ellos sin el menor escrúpulo son los tipos
más fuertes y más firmemente troquelados ya de la nueva germanidad, por ejemplo el
oficial noble de la Marca: tendría múltiple interés
ver si no se podría hacer un injerto, un cruce entre el arte heredado de mandar y
obedecer - en ambas cosas resulta hoy clásico el mencionado país - y el genio del
dinero y de la paciencia (y sobre todo, algo de espíritu de espiritualidad, que tanto
faltan en el mencioaado lugar -). Sin embargo, lo que aquí procede es interrumpir mi
jovial alemanería y mi solemne discurso: pues
estoy llegando a lo que para mí es serio, al «problema europeo» tal como yo lo
entiendo, a la seleección de un nueva casta que gobierne en Europa. --
252
No son una raza filosófica - esos ingleses: Bacon significa un atentado contra el
espíritu filosófico en cuanto tal, Hobbes, Hume y Locke, un envilecimiento y
devaluación del concepto «filosófico» por más de un siglo. Contra Hume se levantó y
alzó Kant; de Locke le fue lícito a Schelling decir: je meprise Locke [yo desprecio a
Locke]; en la lucha contra la cretinización anglo-mecanicista del mundo estuvieron
acordes Hegel y Schopenhauer (con Goethe), esos dos hostiles genios-hermanos en
filosofía, que tendían hacia los polos opuestos del espíritu alemán y que por ello se
hacían injusticia como sólo se la hacen cabalmente los hermanos. - Qué falta y qué ha
faltado siempre en Inglaterra sabíalo bastante bien aquel semi-comediante y retor,
aquella insulsa cabeza revuelta que era Carlyle, el cual trataba de ocultar bajo muecas
apasionadas lo que él sabía de sí mismo: a saber, qué era lo que le faltaba a Carlyle - auténtica potencia en la espiritualidad,
auténtica profundidad en la mirada espiritual, en suma, filosofía. - A esa
no-filosófica raza caracterízala el hecho de atenerse rigurosamente al cristianismo:
necesita la disciplina «moralizadora» y
humanizadora de éste. El inglés, que es más sombrío, más sensual, más fuerte de
voluntad y más brutal que el alemán - es justo por ello, por ser el más vulgar de los
dos, más piadoso también que el alemán: tiene más necesidad cabalmente del
cristianismo. Para olfatos más sutiles ese mismo cristianismo inglés despide incluso un
efluvio genuinamente inglés de spleen [desgana] y de desenfreno alcohólico,
contra los cuales se le usa, por buenas razones, como medicina, - es decir, se usa un
veneno más fino contra otro más grosero: un envenenamiento más fino representa ya de
hecho, entre pueblos torpes, un progreso, un paso hacia la espiritualización. La torpeza
y la rústica seriedad de los ingleses encuentran su disfraz más soportable, o dicho con
más exactitud: su interpretación y reinterpretación más soportables en el lenguaje
mímico cristiano y en la acción de orar y cantar salmos; y para ese rebano de borrachos
y disolutos que aprende a gruñir moralmente, en otro tiempo bajo la violencia del
metodismo, y de nuevo, recientemente, en forma de «Ejército de Salvación», una
convulsión de penitencia puede ser en verdad la realización relativamente más alta de
«humanidad» a la que se le puede elevar: admitir esto es lícito y justo. Pero lo que
resulta ofensivo incluso en el inglés más humano es su falta de música, o, hablando con
metáfora (y sin metáfora -): el inglés no tiene ritmo ni baile en los movimientos de su
alma y de su cuerpo, más aún, ni siquiera tiene el deseo de ritmo y baile, de
«música». Oigasele hablar; véase caminar a las inglesas
más bellas - no existen en ningún país de la tierra palomas y cisnes más bellos', - en
fin: óigaselas cantar! Pero yo exijo demasiado...
253
Hay verdades tales que son las cabezas mediocres las que mejor las perciben, pues son las
más conformes a ellas, hay verdades tales que sólo poseen atractivos y fuerzas de
seducción para espíritus mediocres: - a esta tesis, tal vez desagradable, vémonos
empujados precisamente ahora, desde que el espíritu de unos ingleses estimables, pero
mediocres - doy los nombres de Darwin, John Stuart Mill y Herbert Spencer - comienza a
adquirir preponderancia en la región media del gusto europeo. De hecho, ¿quién pondría
en duda la utilidad de que dominen temporalmente tales espíritus? Sería un error
considerar que cabalmente los espíritus de elevado linaje y de vuelo separado son
especialmente hábiles para detectar muchos pequeños hechos vulgares, para coleccionarlos
y reducirlos a fórmulas: - antes bien, en cuanto son excepciones, de antemano carecen de
una actitud favorable para con las «reglas». En última instancia, tienen algo más que
hacer que sólo conocer - a saber, ¡ser algo nuevo, significar algo nuevo, representar
valores nuevos! El abismo entre tener conocimientos y
tener capacidad de obrar quizá sea más grande, también más inquietante de lo que se
piensa: el capaz de realizar algo en gran estilo, el creador, tendrá que ser posiblemente
un ignorante, - mientras que, por otro lado, para hacer descubrimientos científicos del
tipo de los de Darwin no constituyen una mala disposición indudablemente una cierta
estrechez una cierta avidez y una cierta solicitud diligente, en suma, un carácter
inglés. - No se olvide, en fin, que los ingleses han causado ya una vez, con su bajo
nivel medio, una depresión global del espíritu europeo: lo que se llama «las ideas
modernas» o «las ideas del siglo dieciocho o tambien «las ideas francesas» - es decir,
aquello contra lo que el espíritu alemán se levantó con profunda náusea - eso era de
origen inglés, de ello no cabe duda. Los franceses fueron tan sólo los monos y
comediantes de esas ideas, también sus mejores soldados, asimismo, por desgracia, sus
primeras y más completas victimas: pues a causa de la condenada anglomanía de las
«ideas modernas» el ame francaise [alma francesa] ha acabado volviéndose tan flaca y
macilenta que hoy nos acordamos, casi sin creerlo, de sus siglos xvi y xvii, de su
profunda y apasionada fuerza, de su ínventiva aristocracia. Pero es preciso retener con
los dientes esta tesis de equidad histórica y defenderla contra el instante y la apariencia visible: la noblesse [nobleza] europea -
del sentimiento, del gusto, de la costumbre, en suma, entendida esa palabra en todo
sentido elevado - es obra e invención de Francia, la vulgaridad europea, el plebeyismo de
las ideas modernas - de Inglaterra . _
254
También ahora continua siendo Francia la sede de la cultura más espiritual y refinada de
Europa y la alta escuela del gusto: pero hay que saber encontrar esa «Francia del
gusto». Quien forms parte de ella se mantiene bien oculto: - sin duda constituyen un
número pequeño las personas en las que esa Francia se encarna y vive, y son, además,
hombres quc no están asentados sobre piernas muy robustas, hombres en parte fatalistas,
de ceño sombrío, enfermos, y en parte enervados y artificiosos, que tienen la ambición
de ocultarse. Algo es común a todos ellos: cierran sus oídos a la furibunda estupidez y
a la ruidosa locuacidad del bourgeois [burgués] democrático. De hecho lo que hoy se
agita en el primer plano es una Francia que se ha vuelto estúpida y grosera, - ella ha
celebrado recientemente, en el entierro de Víctor
Hugo, una verdadera orgía de falta de gusto y, a
la vez, de admiración de sí misma. También otra cosa les es común: una buena voluntad
de oponerse a la germanización espiritual - ¡y una incapacidad todavia mejor de
lograrlo! En esta Francia del espíritu, que es también una Francia del pesimismo, tal
vez haya llegado ahora Schopenhauer a estar más en su casa, en su patria, que lo estuvo
nunca en Alemania; para no hablar de Heinrich Heine, el cual hace ya mucho tiempo que ha
pasado a formar parte de la carne y la sangre de los más sutiles y exigentes líricos de
París, o de Hegel, que hoy, en la figura de Taine - es decir, del primer
historiador vivo -, ejerce un influjo casi tiránico. En lo que se refiere a Richard
Wagner: cuanto más aprenda la música francesa a configurarse de acuerdo con las
verdaderas necesidades del ame moderne [alma moderna], tanto más
«wagnerizará», eso es lícito predecirlo, -- ¡ya ahora lo hace bastante! Tres son, sin
embargo, las cosas que los franceses pueden hoy mostrar con orgullo como herencia y
patrimonio suyos y como indeleble serial de una vieja superioridad de cultura sobre
Europa, a pesar de toda la voluntaria o involuntaria germanización y aplebeyamiento del
gusto: en primer lugar, la capacidad de sentir pasiones artísticas, de entregarse a la
«forma», capacidad para designar la cual se ha inventado, junto a otras mil, la frase l' art pour l' art [el arte por el arte]: - esto
es algo que no ha faltado en Francia desde hace tres siglos y que ha posibilitado una y
otra vez, gracias al respeto al «número pequeño», una especie de música de cámara de
la litetatura, que en vano se busca en el resto de Europa - Lo segundo sobre lo que los
franceses pueden fundar una superioridad sobre Europa es su antígua y compleja cultura
moralista, la cual hace que, hablando en general, incluso en pequeños romanciers
[novelistas] de los periódicos y en ocasionales boulevardiers de Paris [escritores de
boulevard de París] se encuentre una excitabilidad y una curiosidad psicológicas de que
en Alemania, por ejemplo, no se tiene la menor idea (¡y mucho menos la cosa! ). Fáltales
a los alemanes para ello un par de siglos de carácter moralista, que, como hemos dicho,
Francia no se ha ahorrado; quien llame por ello «ingenuos» a los alemanes cambia un
defecto suyo en una alabanza. (Como antítesis de la inexperiencia e inocencia alemanas in
voluptate Psichologica [en la voluptuosidad psicológica], las cuales están
emparentadas, y no de lejos, con el aburrimiento de la vida social alemana, - y como
expresión logradísima de una curiosidad y un talento inventivo auténticamente franceses
para este reino de estremecimientos dedicados podemos considerar a Henri Beyle, ese
notable hombre anticipador y precursor que, con un tempo [ritmo] napoleónico,
atravesó a la carrera otra Europa, muchos siglos de alma europea, como un rastreador y
descubridor de esa alma: - dos generaciones han sido precisas para darle alcance en cierto
modo, para adivinar tardíamente algunos de los enigmas que le atormentaban y embelesaban
a él, a ese prodigioso epicúreo y hombre-interrogación, que ha sido el último
psicólogo grande de Francia -.) Hay todavía un tercer título de superioridad: en la
esencia de los franceses se da una síntesis, lograda a medias, entre el norte y el sur,
la cual les permite comprender muchas cosas y les ordena hacer otras que un inglés no
comprenderá jamás; su temperamento, que periódicamente se vuelve
hacia el sur y se aleja de él, en el cual la sangre provenzal y ligur rebosa de cuando en
cuando, presérvalos del horrible claroscuro del norte y de los espectros conceptuales y
la anemia debidos a la falta de sol, - nuestra enfermedad
alemana del gusto, contra cuyo exceso se ha recetado por el momento, con gran decisión,
sangre y hierro, quiero decir: la «gran política» (de acuerdo con una terapéutica
peligrosa, que a mí me enseña a aguardar y a aguardar, pero, hasta ahora, no todavia a
tener esperanzas -). También ahora continúa habiendo en Francia una comprensión
anticipada y un adelantarse hacia aquellos hombres más raros, y raras veces satisfechos,
que son demasiado abarcadores como para encontrar su satisfacción en una patriotería
cualquiera y que saben amar en el norte el sur, en el sur el norte, - hacia los
mediterráneos natos, hacia los «buenos europeos». - Para ellos ha escrito su música
Bizet, ese último genio que ha visto una belleza y seducción nuevas, - que ha
descubierto un fragmento de sur en la música.
255
Contra la música alemana considero que se imponen algunas cautelas. Suponiendo que
alguien ame el sur igual que yo lo amo, como una gran escuela de curación en las cosas
más espirituales y en las más sensuales, como una plenitud solar y una transfiguración
solar incontenibles, desplegadas sobre una existencia que es dueña de sí misma, que cree
en sí misma: bien, ése aprenderá a ponerse un poco en guardia frente a la música
alemana, pues ésta, en la medída en que vuelve a echar a perder su gusto, vuelve a echar
a perder también su salud. Ese hombre meridional, meridional no por ascendencia, sino por
fe, tiene que soñar, en el caso de que sueñe con el futuro de la música, también con
que la música se redima del norte, y tiene que sentir en sus oidas el preludio de una
música más honda, más poderosa, acaso más malvada y misteriosa, de una música
sobrealemana que no se desvanezca, que no se vuelva amarillenta y pálida ante el
espectáculo del mar azul y voluptuoso y de la claridad mediterránea del cielo, como le
ocurre a toda la música alemana, sentir en sus oídos el preludio de una música sobreeuropea que se afirme
incluso frente a las grises puestas del sol del desierto, cuya alma esté emparentada con
la palmera y sepa vagar y sentirse como en su casa entre los grandes, hermosos, solitarios
animales de presa... Yo podría imaginarme una música cuyo más raro encanto consistiria
en que no supiese yo nada del bien y del mal, y sobre la cual tal vez sólo acá y allá
se deslizasen una cierta nostalgia de navegante, algunas sombras doradas y algunas blandas
debilidades: un arte que, desde una gran lejanía, viese cómo corren a refugiarse en én
los colores de un mundo moral que se hunde en su ocaso y que se ha vuelto casi
incomprensible, y que fuese lo bastante hospitalario y profundo como para recibir a esos
rezagados fugitivos. -
256
Gracias al morboso extrañamiento que la insania de las nacionalidades ha introducido y
continúa introduciendo entre los pueblos de Europa, gracias asimismo a los políticos de
mirada corta y de mano rápida que hoy están arriba con la ayuda de esa insania y que no
presienten en absoluto hasta qué punto la politica disgregacionista que practican no
puede ser necesariamente más que una politica de entreacto, - gracias a todo eso y a
otras muchas cosas, totalmente inexpresables hoy, ahora son pasados por alto o
reinterptetados de manera arbitraria y mendaz los indicios más inequívocos en los cuales
se expresa que Europa quiere llegar a ser una. En todos los hombres más profundos y más
amplios de este siglo su verdadera orientación global en el misterioso trabajo de su alma
tendia a preparar el camino a esta nueva síntesis y a anticipar a modo de ensayo el
europeo del futuro: sólo en sus aspectos superficiales o en horas de debilidad, por
ejemplo en la vejez, pertenecian las «patrias», - no hacían otra cosa que descansar de
sí mismos cuando se volvían «patriotas». Pienso en hombres como Napoleón, Goethe,
Beethoven, Stendhal, Heinrich Heine, Schopenhauer: no se me tome a mal el que también
cuente entre ellos a Richard Wagner, respecto del cual no es Lícito dejarse seducir por
sus propios malentendidos, - los genios de su especie tienen raras veces el derecho a
entenderse a sí mismos. Menos aún, desde luego, por el incivilizado ruido con que ahora
la gente en Francia se opone y se defiende contra Richard Wagner: sigue siendo un hecho, a
pesar de todo, que el tardio romanticismo francés de los años cuarenta y Richard Wagner
se hallan emparentados de manera muy estrecha e íntima. Se hallan empatentados,
radicalmente emparentados, en todas las alturas y profundidades de sus necesidades: es
Europa, la única Europa, cuya alma, a través de su arte multiforme y tumultuoso, aspira
a ir más allá, más arriba, y tiende - ¿hacia dónde?, ¿hacia una nueva luz?, ¿hacia
un nuevo sol? ¿Mas quién expresaría
exactamente lo que todos esos maestros de nuevos medios lingüísticos no supieron
expresar con claridad? Lo que es cierto es que a ellos los atormentaba un mismo Sturm und Drang [borrasca e impulso], que ellos
buscaban del mismo modo, ¡esos últimos grandes buscadores! Todos ellos dominados por la literatura hasta en sus ojos y oídos - los primeros
artistas dotados de una cultura literaria mundial -, la mayoria de las veces, incluso,
también escritores, poetas, intermediarios y amalgamadores de las artes y de los sentidos
(Wagner, en cuanto músico, es un pintor, en cuanto poeta, un músico, en cuanto artista
sin más, un comediante); todos ellos fanáticos de la expresión «a cualquier precio» -
destaco a Delacroix, el más afín de todos a Wagner -, todos ellos grandes descubridores
en el reino de lo sublime, también de lo feo y horrible, y descubridores más grandes
aún en el producir efecto, en la puesta en escena, en el arte de los escaparates, todos
ellos talentos que superaban en mucho a su genio -,
virtuosos de pies a cabeza, dotados de inquietantes accesos a todo lo que seduce, atrae,
coacciona, subyuga, enemigos natos de la lógica y de las líneas rectas, ávidos de lo
extraño, erótico, monstruoso, curvo, de lo que se contradice a sí mismo; como hombres,
Tántalos de la voluntad, plebeyos llegados a la cumbre, que se sabían incapaces, en la
vida y en la creación, de un tempo [ritmo] aristocrático, de un lento, - piénsese, por
ejemplo, en Balzac - trabajadores desenfrenados, casi destructores de sí mismos mediante
el trabajo; antinomistas y rebeldes en las costumbres, ambiciosos e insaciables, carentes
de equilibrio y de goce; todos ellos, en fin, prosternados y arrodillados ante la cruz
cristiana (y esto, con toda razón: pues ¿quién de ellos habría sido suficientemente
profundo y originario para una filosofía del Anticristo? -), en conjunto una especie
temerariamente audaz, espléndidamente violenta de hombres superiores, que volaba alto y
arrastraba hacia la altura, especie que hubo de empezar por enseñar a su siglo - ¡y es
el siglo de la masa! - el concepto de «hombre superior»... Que los amigos alemanes de
Richard Wagner decidan por si mismos si en el arte wagneriano hay algo alemán de verdad,
o si no ocurre que lo que cabalmente distingue a ese arte es el provenir de fuentes e
impulsos supraalemanes: y en esto no se infravalore el hecho de que, para que se formase
del todo el tipo de Wagner, resultó indispensable justamente París, hacia el cual la
profundidad de sus instintos le mandó aspirar En la época más decisiva, y que toda su
manera de presentarse, de hacer apostolado de si mismo, sólo pudo alcanzar su perfección
a la vista del modelo de los socialistas franceses. Tal vez se encontrará, en una
comparación más sutil, para honra de la naturaleza alemana de Richard Wagner, que éste
fue en todo más fuerte, más audaz, más duro, superior a cuanto podría serlo un
francés del siglo xix, - gracias a la circunstancia de que nosotros los alemanes estamos
más próximos a la barbarie quc los franceses -; tal vez, incluso, resulte inaccesible,
inexperimentable, inimitable siempre, y no sólo hoy, a la raza latina entera, tan
tardía, lo más notable que Richard Wagner ha creado: la figura de Sigfrido, aquel hombre
muy libre, el cual acaso sea de hecho demasiado libre, demasiado duro, demasiado jovial,
demasiado sano, demasiado anticatólico para el gusto de viejos y marchitos pueblos
civilizados. Tal vez ese Sigfrido antilatino haya sido incluso un pecado contra el
romanticismo: ahora bien, ese pecado Wagner lo ha espiado abundantemente en los días
confusOs de su veJez, cuando - anticipando un gusto que entre tanto se ha convertido en
política - comenzó, si no a recorrer, sí al menos a predicar, con la vehemencia
religiosa que le era peculiar, el camino hacia Roma. - A fin de que no se me malentienda
por estas últimas palabras, voy a recurrir a la ayuda de ciertos vigorosos versos que
revelarán, también a oídos menos sutiles, qué es lo que yo quiero, - lo que yo quiero
contra el «último Wagner» y la música de su Parsifal.
-¿Es esto aún alemán? -
¿De un corazón alemán ha salido este sofocante vocear?
¿Y propio de un cuerpo alemán es este desencarnarse a sí mismo?
¿Es alemán este sacerdotal abrir las manos?
¿Esta excitación de los sentidos olorosa a incienso?
¿Y es alemán este chocar, caer, tambalearse,
este incierto bimbambolearse?
¿Esas miradas de monja, ese repiqueteo de campanas del ave,
todo ese falsamente extasiado mirar al cielo y al supercielo?
- ¿Es esto aún alemán? -
¡Reflexionad! Todavia estáis a la puerta: -
Pues lo que oís es Roma, - ¡la fe de Roma sin palabras!
PESADILLA:
Juego de palabras entre Druck (opresión) y Alpdruck (pesadilla).
ESE (Bismarck)
La conversación siguiente alude de modo claro a Bismarck, tal como Nietzsche
lo veía en esa época de su vida. En lugar del nombre propio, Nietzsche escribe, por
menosprecio o por temor a la censura, «ése».
EXTRANJERISMO:
Nietzsche contrapone aquí Vaterländerei (patriotería) a Ausländerei
(extranjerismo, desmedida afición por lo extranjero). Sobre la Ausländerei
véase Humano,demasiado humano, II, «Opi-
niones y sentencias mezcladas», 324, titulado Ausländereien.
STURM UND DRANG:
Sturm und Drang es el nombre del movimiento
cultural y literario prerromántico alemán, que se extiende desde finales de los años 60
hasta comienzos de los años 80 del siglo xviii. El nombre deriva del título de un drama
(1776) del escritor F. M. von Klinger (1752-1871). También se emplea esa
denominación, como aquí, para indicar un movimiento espiritual especialmente violento.
DOS ALMAS QUE HABITAN EN MI PECHO:
Zweí Seelen whonen, ach! in meiner Brust,
Die eine will sich von der andern trennen.
[Dos almas habitan, ¡ay! en mi pecho,
la una quiere separarse de la otra].
Son dos versos famosos pronunciados por Fausto en la escena
titulada «Ante la puerta de la ciudad», al comienzo del Fausto, de Goethe,
en su diálogo con Wagner (versos 1.112-1.113).
¿QUÉ ES ALEMÁN?
La pregunta Was ist deutsch? [¿Qué es alemán?] es,
entre otras cosas, el título de un famoso artículo de Wagner publicado en los Bayreuther
Blätter [Hojas de Bayreuth] en febrero de 1878.
A ella contesta Nietzsche en el aforismo 323 de Humano, demasiado humano,
II, «Opiniones y sentencias mezdadas», con estas palabras: «Esa pregunta la
responderá en la práctica todo buen alemán precisamente por la superación de sus
propiedades alemanas.» Véase también La gaya ciencia, aforismo
357, titulado «Sobre el viejo problema: ¿qué es alemán?», citado por Nietzsche
en La genealogía de la moral, III, 27.
KOTZEBUE:
A. von Kotzebue (1761-1819), politico y escritor
alemán; en Humano, demasiado humano, II, Opiniones y sentencias mezcladas»,
aforismo 170, titulado «Los alemanes en el teatro», Nietzsche lo califica de
«el auténtico talento teatral de los alemanes». En el Semanario Literario, fundado por Kotzebue
en 1818, este autor se burló de las ideas liberales, así como de los ideales
patrióticos de las asociaciones estudiantiles (Burschenschaften). Por ello fue
muerto a puñaladas en Mannheim, por un estudiante de teologia de la Universidad de Jena,
Ilamado K. L. Sand (1795-1820), miembro de la Burschenschaft de Jena, quien fue
condenado a muerte y ejecutado. Su acción dio motivo a que el gobierno persiguiese a las
asociaciones estudiantiles politizadas, lo que hizo sobre todo a través de las
«Resoluciones de Karlsbad» (agosto de 1819), obra de Metternich, que impusieron una
estricta vigilancia de las universidades y una censura rigurosa.
FICHTE:
Nietzsche alude aquí a los Dircursos a la nación
alemana de J. G. Fichte (1762-1814), catorce lecciones pronunciadas
por este filósofo en la Universidad de Berlín desde el 15 de diciembre de 1807 al 20 de
mayo de 1808. Esta obra es un ejemplo máximo, en la literatura alemana, de lo que Nietzsche
llama aquí, con todo desprecio, Vaterländerei (patrioteria).
A ellas respondió el escritor Jean Paul (1763-1825) con su Friedenspredigt an
Deutschland [Sermón de paz a Alemania], obra publicada también en 1808,
en la cual defiende, en el espíritu de Herder, «una Alemania cosmopolita y abierta al
mundo».
GUERRAS DE LIBERACIÓN:
Freiheitskriege: es el término alemán usual para
designar las tres campañas de 1813 (primavera y otono), 1814 y 1815 que liberaron a
Alemania del dominio francés y acarrearon la caida del Imperio de Napoleón.
IMPERIO DE LAS FÓRMULAS FILOSÓFICAS:
Nietzsche alude aquí a Hegel y al término tan repetido
por éste, Entwicklung (traducible también por «evolución»,
«despliegue», etc.) En el aforismo de La gaya ciencia citado antes, en la nota
145, alude al mismo problema, citando expresamente a Hegel.
SUABOS:
La antipatía de Nietzsche por los suabos queda atestiguada también en otras
partes de su obra. Así, en El Anticristo, 10, dice: Los suabos son
los que mejor mienten en Alemania, mienten inocentemente...»
PROFUNDIDAD ALEMANA Y DIGESTIÓN:
Véase Ecce homo: El espíritu alemán es una
indigestión.»
PUEBLO ENGAÑOSO:
Nietzsche establece aquí, sin duda en broma, una arbitraria
significación del vocablo deutsch (medio alto alemán): tiu(t)sch),
asimilándolo a täuschen [engañar], con el que no tiene nada que ver
etimológicamente (aunque en medio alto alemán tardío «engañar» se decía tiuschen).
CARL MARÍA von WEBER:
Carl María von Weber (1786-1826), compositor
alemán, el más importante del prerromanticismo alemán e iniciador con sus obras de los
temas capitales de la ópera romántica: populismo, cercanía a la naturaleza, poderes
suprasensibles, medievalismo y leyenda.
MARSCHNER:
H. Marschner (1795-1861), compositor de óperas del
romanticismo alemán. De las catorce compuestas por él, las más celebradas en su época
fueron las citadas por Nietzsche: El vampiro (de 1828) y Hans
Heiling (de 1833).
LA SUIZA SAJONA:
La «Suiza sajona» es el nombre de una región sajona que se extiende
entre los llamados Montes Metálicos y Lausitz (centro de Alemania), famosa por su
paisaje.
SCHUMAN Y SU MÚSICA SOBRE EL MANFREDO:
En Ecce homo vuelve Nietzsche a referirse a Schumann
llamándole «ese empalagoso sajón» y afirmando que él, Nietzsche, compuso su Manfred-Meditation
[Meditación sobre el Manfredo, para piano a cuatro manos] propiamente como una
antiobertura de la de Schumann.
NOLI ME TANGERE:
Noli me tangere es expresión evangélica: palabras de
Jesús resucitado a María de Magdala (Evangelio de Juan, 20, 17), que se había arrojado
a sus pies para abrazarlos. En Así habló Zaratustra había empleado Nietzsche
esa misma expresión, dirigiéndose al día: «¡Déjame! ¡Déjame! Yo soy
demasiado puro para ti. ¡No me toques! ¿No se ha vuelto perfecto en este instante
mi mundo? Mi piel es demasiado pura para tus manos. ¡Dejame, tú, día estúpido,
grosero, torpe! ¿No es más luminosa la medianoche?»
DERECHO AL GRAN PERÍODO:
En Ecce homo, sin embargo, hablando Nietzsche de su estilo
en Así habló Zaratustra, lo describe con palabras de significado parecido al de
las aquí empleadas, y hace alusión a «la longitud, la necesidad de un ritmo amplio.
ESPECIES DE GENIO:
Véanse, antes, aforismo 206 y lo dicho en la nota 100.
POBRES HISTORIADORES:
H. von Sybel (1817-1895), historiador y politico
alemán, discípulo de Ranke, fundador en 1859 de la famosa Historische Zeitschrift
(la más importante revista de la historiografía alemana, aún existente) y violento
adversario de Bismarck. En una carta de 23 de febrero de 1887 dice Nietzsche a su
amigo O.Overbeck: «Estoy leyendo la obra principal de Sybel, pero en
traducción francesa. H. G. von Treitzschke (1834-1896),
también, como el anterior, historiador y politico alemán, profesor de la Universidad de
Berlin, historiador del reino y parlamentario. A diferencia de Sybel, Treitzschke fue
partidario y colaborador de Bismarck. Véase la sarcástica alusión de Nietzsche a
Treitzschke en Ecce homo.
AERE PERENNIUS:
Expresión, como es bien sabido, de Horacio, Odas, III, 30, 1: Exegi
monumentum aere perennius [Me he levantado un monumento más perenne que el bronce].
LA MARCA:
La «Marca» es término empleado para designar, en general, las fronteras
del Reich alemán (y también de otras unidades políticas en la Edad Media). Pero aqui se
refiere a la Marca de
Brandeburgo (es decir, en lo esencial, a Prusia), de donde procedía la
mayor parte de la oficialidad militar alemana.
JOVIAL ALEMANERÍA:
Deutschthümelei: esta palabra podría también traducirse por
«teutomanía».
THOMAS CARLYLE:
Thomas Carlyle (1795-1881). Historiador de la literatura y filósofo
escocés. Gran conocedor de la literatura alemana, su obra más difundida es, tal vez, Sartus
Resartus. Dedicó varios libros a exponer su concepto del «héroe». Nietzsche
habla de él casi siempre con desprecio. Véase Ecce homo, donde lo llama «ese
gran falsario involuntario e inconsciente».
DISCIPLINA MORALIZADORA Y HUMANIZADORA DEL CRISTIANISMO:
Sobre la acción «moralizadora» y «humanizadora» del cristianismo véase
La genealogía de la moral, en general todo el tratado tercero: «¿Qué significan
los ideales ascéticos?», y de modo particular el apartado 21.
EL CAMINAR DE LAS INGLESAS:
Algo similar, en Ecce homo: «Los ingleses no tenen pies, sino
piernas».
EL ABISMO ENTRE CONOCER Y OBRAR:
Sobre este mismo tema véase Humano, demasiado humano, I, 157, donde
Nietzsche habla de la diferencia entre el genio del conocer y el de la capacidad
operativa.
DEFENSA DE LA EQUIDAD HISTORICA CONTRA EL INSTANTE Y LO
APARENTE:
Juego de palabras entre Augenblick [mirada de los ojos, pestañeo,
instante] y Augenschein [apariencia de los ojos, apariencia visible]. Nietzsche
quiere decir que hay que defender esa tesis
tanto contra las ideas de la época (instante) como contra el testimonio de los sentidos
(apariencia visible, evidencia).
INGLATERRA Y EL PLEBEYISMO DE LAS IDEAS MODERNAS:
Nietzsche vuelve a repetir esto mismo, con nuevas precisiones, en La
genealogía de la moral, I, 4. También en el aforismo 358 de La gaya
ciencia, titulado «La rebelión de los campesinos en el terreno del espiritu».
EL ENTIERRO DE VICTOR HUGO:
El entierro de Víctor Hugo, el 1 de junio de 1885, contemporáneo
de la época en que Nietzsche escribia Más allá del bien y del mal,
fue, en efecto, de una grandiosidad extremada. El gobierno francés decretó honras
fúnebres de carácter nacional; el féretro quedó expuesto bajo el Arco de Triunfo y
luego trasladado al Panteón.
L' ART POUR L' ART:
Vease, antes, nota 105.
ENFERMEDAD ALEMANA DEL GUSTO POR EL HIERRO Y LA SANGRE:
Nietzsche alude a Bismarck, quien había dicho en el
Parlamento el 30 de septiembre de 1862: «No es con discursos ni con acuerdos
de la mayoria como se deciden las grandes cuestiones de la época - ése fue el error de
1848 y 1849 -, sino con hierro y sangre.
STURM UND DRANG:
Véase, antes, nota 143.
INFLUENCIA DE LA LITERATURA:
Con esta frase alude Nietzsche, claro está, a la influencia que la
«literatura» ejercía en aquella época sobre los pintores (ojos) y los músicos
(oídos).
GENIOS Y TALENTOS:
La relación entre genio y talento es tema aludido varias veces por Nietzsche.
Véanse, en esta misma obra, sobre el talento, aforismos 130 y 151.
EL PARSIFAL:
Véase, antes, nota 145.
SECCIÓN NOVENA:¿Qué es
aristocrático?
257
Toda elevación del tipo «hombre» ha sido hasta ahora obra de una sociedad
aristocrática - y así lo seguirá siendo siempre: la cual es una sociedad que cree en
una larga escala de jerarquía y de diferencia de valor entre un hombre y otro hombre y
que, en cierto sentido, necesita de la esclavitud. Sin el pathos
de la distancia tal como éste surge de la inveterada diferencia entre los estamentos, de
la permanente mirada a lo lejos y hacia abajo dirigida por la clase dominante sobre los
súbditos e instrumentos, y de su ejercitación, asimismo permanente, en el obedecer y el
mandar, en el mantener a los otros subyugados y distanciados, no podría surgir tampoco en
modo alguno aquel otro pathos misterioso, aquel deseo de ampliar constantemente la
distancia dentro del alma misma, la elaboración de estados siempre más elevados, más
raros, más lejanos, más amplios, más abarcadores, en una palabra, justamente la
elevación del tipo «hombre», la continua «auto-superación
del hombre» para emplear en sentido sobremoral una fórmula moral. Ciertamente: no es
lícito entregarse a embustes humanítarios en lo referente a la historia de la
génesis de una
sociedad aristocrática (es decir, del presupuesto de aquella elevación del tipo
«hombre» -): la verdad es dura. ¡Digámonos sin miramientos de qué modo ha cornenzado
hasta ahora en la tierra toda cultura superior! Hombres dotados de una naturaleza todavía
natural, bárbaros en todos los sentidos terribles de esta palabra, hombres de presa,
poseedores todavia de fuerzas de voluntad y de apetitos de poder intactos, lanzáronse
sobre razas más débiles, más civilizadas, más pacíficas, tal vez dedicadas al
comercio o al pastoreo, o sobre viejas culturas marchitas, en las cuales justamente la
última fuerza vital se extinguía en brillantes fuegos artificiales de espíritu y de
corrupción. La casta aristocrática ha sido síempre al comienzo la casta de los
bárbaros: su preponderancia no residía ante todo en la fuerza física, sino en la psíquica - eran hombres más enteros (lo cual significa
también, en todos los niveles, «bestias más enteras» -).
258
La corrupción, como expresión del hecho de que dentro de los instintos amenaza la
anarquía y de que el cimiento de los afectos, el cual se llama «vida», está
quebrantado: la corrupción es algo radicalmente distinto según sea la formación vital
en que se muestre. Cuando, por ejemplo, una aristocracia como la de Francia al comienzo de
la Revolución arroja lejos de sí sus privilegios con una náusea sublime y se sacrifica
a sí misma a un desenfreno de su sentimiento moral, esto es corrupción: - propiamente
fue tan sólo el acto conclusivo de una corrupción que duraba siglos, en virtud de la
cual aquella aristocracia había abandonado paso a paso sus prerrogativas señoriales y se
había rebajado hasta convertirse en una funcción de la realeza (últimamente, incluso,
en un adorno y vestido de gala de ésta). Lo esencial en una aristocracia buena y sana es,
sin embargo, que no se
sienta a sí misma como función (ya de la realeza, ya de la comunidad), sino como sentido
y como suprema justificación de éstas, _ que acepte, por tanto, con buena conciencia el
sacrificio de un sinnúmero de hombres, los cuales, por causa de ella, tienen que ser
rebajados y disminuidos hasta convertirse en hombres incompletos, en esclavos, en
instrumentos. Su creencia fundamental tiene que ser cabalmente la de que a la sociedad no
le es lícito existir para la sociedad misma, sino sólo como infraestructura y andamiaje,
apoyándose sobre los cuales una especie selecta de seres sea capaz de elevarse hacia su
tarea superior y, en general, hacia un ser superior: a semejanza de esas plantas
trepadoras de Java, ávidas de sol - se las llama sipó matador -, las cuales estrechan
con
sus brazos una encina todo el tiempo necesario y todas las veces necesarias hasta que,
finalmente, muy por encima de ella, pero apoyadas en ella, pueden desplegar su corona a
plena luz y exhibir su felicidad. -
259
Abstenerse mutuamente de la ofensa, de la violencia, de la explotación: equiparar la
propia voluntad a la del otro: en un cierto sentido grosero esto puede llegar a ser una
buena costumbre entre los individuos, cuando están dadas las condiciones para ello (a
saber, la semejanza efectiva entre sus cantidades de fuerza y entre sus criterios de
valor, y la homogeneidad de los mismos dentro de un solo cuerpo). Mas tan pronto como se
quisiera extender ese principio e incluso considerarlo, en lo posible, como principio
fundamental de la sociedad, tal principio se mostraría en seguida como lo que es: como
voluntad de negación de la vida, como principio de disolución y de decadencia. Aquí
resulta necesario pensar a fondo y con radicalidad y defenderse contra toda debilidad
sentimental: la vida misma es esencialmente apropiación, ofensa, avasallamiento de lo que
es extraño y más débil, opresión, dureza, imposición de formas propias, anexión y al
menos, en el caso más suave, explotación, - ¿más para qué emplear siempre esas
palabras precisamente, a las cuales se les ha impreso desde antiguo una intención
calumniosa? También aquel cuerpo dentro del cual, como hemos supuesto antes, trátanse
los individuos como iguales - esto sucede en toda aristocracia sana - debe realizar, al
enfrentarse a otros cuerpos, todo eso de lo cual se abstienen entre sí los individuos que
están dentro de él, en el caso de que sea un cuerpo vivo y no uno moribundo: tendrá que
ser la encarnada voluntad de poder, querrá crecer, extenderse, atraer a sí, obtener
preponderancia, - no partiendo de una moralidad o inmoralidad cualquiera, sino porque
vive, y porque la vida es cabalmente voluntad de poder. En níngún otro punto, sin
embargo, se resiste más que aqui a ser enseñada la consciencia común de los europeos: hoy se fantasea en todas partes,
incluso bajo disfraces científicos, con estados venideros de la sociedad en los cuales
«el carácter explotador» desaparecerá: a mis oídos esto suena como si alguien
prometiese inventar una vida que se abstuviese de todas las funciones orgánicas. La
«explotación» no forma parte de una sociedad corrompida o imperfecta y prímitiva:
forma parte de la esencia de lo vivo, como función orgánica fundamental es una
consecuencia de la auténtica voluntad de poder, la cual es cabalmente la voluntad propia
de la vida. - suponiendo que como teoría esto sea una innovación, - como realidad es el
hecho primordial de toda historia: ¡seamos, pues, honestos con nosotros mismos hasta este
punto!
260
En mi peregrinación a través de las numerosas morales, más delicadas y más groseras,
que hasta ahora han dominado o continúan dominando en la tierra, he encontrade ciertos
rasgos que se repiten juntos y que se coligan entre sí de modo regular: hasta que por fin
se me han revelado dos tipos básicos, y se ha puesto de relieve una difefencia
fundamental. Hay una moral de señores y una moral de esclavos; - me apresuro a añadir
que en todas las culturas más altas y más mezcladas aparecen también intentos de
mediación entre ambas morales, y que con mayor frecuencia aún aparecen la confusión de
las mismas y su recíproco malentendido, y hasta a veces una ruda yuxtaposición entre
ellas - incluso en el mismo hombre, dentro de una sola alma. Las diferenciaciones morales
de los valores han surgido o bien entre una especie dominante, la cual adquirió
consciencia, con un sentimiento de bienestar, de su diferencia frente a la especie
dominada - o bien entre los dominados, los esclavos y los subordinados de todo grado. En
el primer caso, cuando los dominadores son quienes definen el concepto «bueno», son los
estados anímicos elevados y orgullosos los que son sentidos como aquello que distingue y
que determina la jerarquía. El hombre aristocrático separa de si a aquellos seres en los
que se expresa lo contrario de tales estados elevados y orgullosos: los desprecia.
Obsérvese en seguida que en esta primera especie de moral la antítesis «bueno» y
«malo» es sinónima de «aristocrático» y «despreciable»: - la antítesis «bueno»
y «malvado» es de otra procedencia. Es despreciado el cobarde, el miedoso, el mezquino,
el que piensa en la estrecha utilidad; también el desconfiado de mirada servil, el que se
rebaja a sí mismo, la especie canina de hombre que se deja maltratar, el adulador que
pordiosea, sobre todo el mentiroso: - creencia fundamental de todos los aristócratas es
que el pueblo vulgar es mentiroso. «Nosotros los veraces»
- éste es el nombre que se daban a sí mismos los nobles en la antigua Grecia. Es
evidente que las calificaciones morales de los valores se aplicaron en todas partes
primero a seres humanos, y sólo de manera derivada y tardía a acciones: por lo cual
constituye un craso desacierto el que los historiadores de la moral partan de preguntas
como ¿por qué ha sido alabada la acción compasiva?» La especie aristocrática de
hombre se siente o sí misma como determinadora de los valores, no tiene necesidad de
dejarse autorizar, su juicio es «lo que me es perjudicial a mí, es perjudicial en sí»,
sabe que ella es la que otorga dignidad en absoluto a las cosas, ella es creadora de
valores. Todo lo que conoce que hay en ella misma lo honra: semejante moral es
autoglorificación. En primer plano se encuentran el sentimiento de la plenitud, del poder
que quiere desbordarse, la felicidad de la tensión elevada, la consciencia de una riqueza
que quisiera regalar y repartir: - tambien el hombre aristocrático socorre al
desgraciado, pero no, o casi no, por compasión, sino más bien por un impulso engendrado
por el exceso de poder. El hombre aristocrático honra en sí mismo al poderoso, también
al poderoso que tiene poder sobre él, que es diestro en hablar y en callar, que se
complace en ser riguroso y duro consigo mismo y siente veneración por todo lo riguroso y
duro. «Wotan me ha puesto un corazón duro en el pecho», dícese en una antigua saga
escandinava: ésta es la poesía que brotaba, con todo derecho, del alma de un vikingo
orgulloso. Semejante especie de hombre se siente orgullosa cabalmente de no estar hecha
para la compasión: por ello el héroe de la saga añade, con tono de admonición, «el
que ya de joven no tiene un corazón duro, no lo tendrá nunca». Los aristócratas y
valientes que así piensan están lo más lejos que quepa imaginar de aquella moral que ve
el indicio de lo moral cabalmente en la compasión, o en el obrar por los demás, o en el
désintéressement [desinterés]; la fe en sí mismo, el orgullo de sí mismo,
una radical hostilidad y una ironía frente al «desinterés» forman parte de la moral
aristocrática, exactamente del mismo modo que un ligero menosprecio y cautela frente a
los sentímientos de simpatía y el «corazón cálido - Los poderosos son los que
entienden de honrar, esto constituye su arte peculiar, su reino de la invención. El
profundo respeto por la vejez y por la tradición - el derecho entero se apoya en ese
doble respeto - la fe y el prejuicio favorables para con los antepasados y desfavorables
para con los venideros son típicos en la moral de los poderosos; y cuando, a la inversa,
los hombres de las «ideas modernas» creen de modo casi instintivo en el «progreso» y
en «el futuro» y tienen cada vez menos respeto a la vejez,
esto delata ya suficientemente la procedencia no aristocrática de esas «ideas». Pero lo
que más hace que al gusto actual le resulte extraña y penosa una moral de dominadores es
la tesis básica de ésta de que sólo frente a los iguales se tienen deberes; de que,
frente a los seres de rango inferior, frente a todo lo extraño, es lícito actuar como
mejor parezca, o «como quiera el corazón», y, en todo caso,
«más allá del bien y del mal» -: acaso aqui tengan su sitio la compasión y otras
cosas del mismo tipo. La capacidad y el deber de sentir un agradecimiento prolongado y una
venganza prolongada - ambas cosas, sólo entre iguales -, la sutileza en la represalia, el
refinamiento conceptual en la amistad, una cierta necesidad de tener enemigos (como
canales de desagüe, por así decirlo, para los afectos denominados envidia, belicosidad,
altivez - en el fondo, para poder ser buen amigo): todos esos son caracteres típicos de
la moral aristocrática, la cual, como ya hemos insinuado, no es la moral de las «ideas
modernas», por lo cual hoy resulta difícil sentirla, y también es difícil
desenterrarla y descubrirla. - Las cosas ocurren de modo distinto en el segundo tipo de
moral, la moral de esclavos. Suponiendo que los atropellados, los oprimidos los dolientes,
los serviles, los inseguros y cansados de sí mismos moralicen: ¿cuál será el carácter
común de sus valoraciones morales? Probablemente se expresará aqui una suspicacia
pesimista frente a la entera sítuación del hombre, tal vez una condena del hombre, asi
como de la situación del mismo. La mirada del esclavo no ve con buenos ojos las virtudes
del poderoso: esa mirada posee escepticismo y desconfianza, es sutil en su desconfianza
frente a todo lo «bueno» que allí es honrado -, quisiera convencerse de que la misma
felícidad no es allí auténtica. A la inversa, las propiedades que sirven para aliviar
la existencia de quienes sufren son puestas de relieve e inundadas de luz: es a la
compasión, a la mano afable y socorredora, al corazón cálido, a la paciencia, a
la diligencia, a la humildad, a la amabilidad a lo que aquí se honra, pues éstas son
aquí las propiedades más útiles y casi los únicos medios para soportar la presión de
la existencia. La moral de esclavos es, en lo esencial, una moral de la utilidad. Aquí
reside el hogar donde tuvo su génesis aquella famosa antítesis «bueno» y «malvado»:
- se considera que del mal forman parte el poder y la peligrosidad, así como una cierta
terribilidad y una sutilidad y fortaleza que no permiten que aparezca el desprecio. Así,
pues, según la moral de esclavos, el «malvado» inspira temor; según la moral de
señores, es cabalmente el «bueno» el que inspira y quiere inspirar temor, mientras que
el hombre «malo» es sentido como despreciable. La antítesis llega a su cumbre cuando,
de acuerdo con la consecuencia propia de la moral de esclavos, un soplo de menosprecio
acaba por adherirse también al «bueno» de esa moral - menosprecio que puede ser ligero
y benévolo -, porque, dentro del modo de pensar de los esclavos, el bueno tiene que ser
en todo caso el hombre no peligroso: es bonachón, fácil de engañar, acaso un poco
estúpido, un bonhomme [un buen hombre]. En todos los lugares en que la moral
de esclavos consigue la preponderancia, el idioma muestra una tendencia a aproximar entre
sí las palabras «bueno» y «estúpido». - Una última diferencia fundamental: el
anhelo de libertad, el instinto de la felicidad y de las sutilezas del sentimiento de
libertad forman parte de la moral y de la moralidad de esclavos con la misma necesidad con
que el arte y el entusiasmo en la veneración, en la entrega, son el síntoma normal de un
modo aristocrático de pensar y valorar. - Ya esto nos hace
entender por qué el amor como pasión - es nuestra especialidad europea - tiene que tener
sencillamente una procedencia aristocrática: como es sabido, su invención es obra de los
poetas-caballeros provenzales, de aquellos magnificos e ingeniosos hombres del «gai
saber», a los cuales Europa debe tantas cosas y casi su propia existencia. -
261
Entre las cosas que tal vez le resulten más difíciles de comprender a un hombre
aristocrático está la vanidad: se sentirá tentado a negarla incluso allí donde otra
especie de hombre cree asirla con ambas manos. El problema para él consiste en
representarse unos seres que buscan despertar acerca de si mismos una buena opinión que
ellos mismos no tienen de sí - y, por tanto, tampoco «merecen» -, y que posteriormente
creen, sin embargo, en esa buena opinión. Esto le parece, por un lado, algo tan falto de
gusto y de respeto para consigo mismo, y, por otro, algo tan barrocamente irracional que
le gustaría concebir la vanidad como una excepción, y en la mayoría de los casos en que
se habla de ella, la pone en duda. Dirá, por ejemplo: «Yo puedo equivocarme sobre mi
valor y, por otro lado, exigir, sin embargo, que mi valor sea reconocido también por
otros exactamente tal como yo lo establezco, - perr eso no es vanidad (sino presunción o,
en los casos más frecuentes, eso que se llama 'humildad' o también 'modestia').» O
también: «Yo puedo alegrarme, por muchas razones, de la buena opinión de los demás
sobre mí, acaso porque los honro y amo y me alegro de cada una de sus alegrias, acaso
también porque su buena opinión confirma y refuerza en mi la fe en mi propia buena
opinión, acaso porque la buena opinión de los otros, incluso en los casos en que yo no
la comparta, me es útil o promete serlo, - pero nada de esto es vanidad.» De manera
forzada, especialmente con ayuda de la ciencia histórica, es como el hombre
aristocrático tiene que formarse la idea de que, desde tiempos inmemoriales, en todas las
capas populares dependientes de alguna manera el hombre vulgar era sólo aquello que
valia: - no estando habituado de ningún modo a establecer valores por si mismo, ni
siquiera a si mismo se atribuía un valor distinto del que sus señores le atribuían (el
auténtico derecho señorial es el de crear valores). Sin duda habrá que considerar como
consecuencia de un atavismo tremendo el hecho de que, todavía ahora, el hombre ordinario
continúe aguardando siempre una opinion acerca de él, y luego se someta instintivamente
a ella: pero no tan sólo, en modo alguno, a una «buena» opinión, sino también a una
mala e injusta (piénsese, por ejemplo, en la mayor parte de las autoapreciaciones y
autodepreciaciones que las mujeres crédulas aprenden de sus confesores, y que en general
el cristiano crédulo aprende de su Iglesia). De hecho ahora, merced a la lenta aparición
en el horizonte del orden democrático de las cosas (y de su causa, la mezcla de sangre
entre señores y esclavos), el impulso originariamente aristocrático y raro a atribuirse
un valor a sí mismo desde sí mismo, y a «pensar bien» de sí, se verá alentado y se
extenderá cada vez más: pero ese impulso tiene en todo momento en contra suya una
tendencia más antigua, más amplia, arraigada más básicamente, - y en el fenómeno de
la «vanidad» esa tendencia más antigua predomina sobre la más reciente. El vanidoso se
alegra de toda buena opnión que oye acerca de sí mismo (totalmente al margen de todos
los puntos de vista de la utilidad de la misma, y prescindiendo asimismo de que sea
verdadera o falsa), de igual modo que sufre por toda opinión mala: pues se somete a
ambas, se siente sometido a ellas, merced a aquel antiquísimo instinto de sumisión que
en él se abre paso. - «El esclavo» que hay en la sangre del vanidoso, residuo de la
picardía del esclavo - ¡y cuánto «esclavo»
perdura aún ahora, por ejemplo, en la mujer! -, ése es el que intenta llevarnos
engañosamente a tener buenas opiniones sobre él; es asimismo el esclavo el que luego se
prosterna en seguida ante esas opiniones, como si no las hubiera provocado él. - y, dicho
una vez más: la vanidad es un atavismo.
262
Una especie surge, un tipo se fija y se hace fuerte bajo una larga lucha con condiciones
desfavorables esencialmente idénticas. A la inversa, sabemos por las experíencias de los
ganaderos que las especies a las que se les asigna una alimentación sobreabundante y, en
general, un exceso de protección y de cuidado propenden en seguida, de manera muy
intensa, a la variación del tipo y son abundantes en prodigios y monstruosidades
(también en vicios monstruosos). Considérese ahora una comunidad aristocrática, una
antigua polis griega o Venecia, por ejemplo, como una instítución, ya voluntaria, ya
involuntaria, destinada a la selección: hay allí hombres que conviven juntos y que
dependen de sí mismos, los cuales quieren imponer su especie, la mayor parte de las veces
porque tienen que imponerla o de lo contrario corren un peligro horroroso de ser
exterminados. Faltan
aquí aquellos cuidados, aquella sobreabundancia, aquella protección bajo los cuales la
variación se encuentra favorecida; la especie tiene necesidad de sí misma como especie,
como algo que, justamente en virtud de su dureza, de su uniformidad, de su simplicidad de
forma, puede en absoluto imponerse y hacerse duradera, en la continua lucha con los
vecinos o con los oprimidos ya rebelados o que amenazan con rebelarse. La experiencia más
variada le enseña a esa especie cuáles son las propiedades a las que sobre todo debe
ella el seguir existiendo, el continuar triunfando, pese a todos los dioses y hombres: a
esas propiedades llámalas virtudes, sólo ésas son las virtudes que ella cultiva. Hace
esto con dureza, más aún, quiere la dureza; toda moral aristocrática es intolerante, lo
es en la educación de la juventud, en la legislación sobre las mujeres, en las
costumbres matrimoniales, en la relación entre viejos y jóvenes, en las leyes penales
(las cuales sólo tienen en cuenta a los que degeneran): - coloca la intolerancia misma
entre las virtudes, bajo el nombre de «justicia». Un tipo dotado de unos rasgos escasos,
pero muy fuertes, una especie de hombres rigurosos, belicosos, inteligentemente callados
cerrados y reservados (y, en cuanto tales, dotados de un sentimiento sutilísimo para
percibir los encantos y nuances [matices] de la sociedad), queda así fijada por encima
del cambio de las generaciones; la continua lucha con condiciones desfavorables siempre
idénticas, como hemos dicho, es la causa de que un tipo se fije y se endurezca. Pero
finalmente surge alguna vez una situación afortunada, la inmensa tensión se relaja;
acaso no haya ya
enemigos entre los vecinos, y los medios para vivir, incluso para gozar de la vida, se den
con sobreabundancia. De un golpe desgárranse el lazo y la coacción de la antigua
disciplina: ya no se la siente como necesaria, como condicionante de la existencia - si
quisiera seguir subsistiendo, sólo podria hacerlo como una forma de lujo, como un gusto
arcaizante. La variación, bien como desviación de la especie (hacia algo superior, más
fino, más raro), bien como degeneración y monstruosidad, sale inmediatamente a escena
con su plenitud y su magnificencia máximas, el individuo se atreve a ser único y a
separarse del resto. En estos virajes de la historia muéstranse juntos, y a menudo
enmarañados y entremezclados, un magnífico, multiforme, selvático crecer y tender hacia
lo alto, una especie de tempo [ritmo] tropical en la emulación del crecimiento, y, por
otro lado, un inmenso perecer y arruinarse, merced a los egoísmos que se oponen
salvajemente entre sí y que, por así decirlo, explotan, egoísmos que luchan unos con
otros «por el sol y la luz» y
no saben ya extraer, de la moral vigente hasta ese momento, ni limite ni freno ni
consideración alguna. Fue esta misma moral la que acumuló de manera ingente la fuerza
que ahora ha tensado el arco tan amenazadoramente: - ahora esa metal ha vivido demasiado,
se ha «anticuado». Se ha alcanzado el punto peligroso e inquietante en que una vida más
grande, más compleja, más amplia, vive por encima de la antigua moral; ahora el
«individuo» está forzado a darse su propia legislación, sus propias artes y astucias
de auto-conservación, auto-elevación, auto-redención. Todos los fines son nuevos, todos
los medios son nuevos, no hay ya ninguna fórmula común, el malentendido y el menosprecio
aparecen aliados entre sí, la decadencia, la corrupción y los más altos deseos,
horriblemente anudados, el genio de la raza desborda de todos los cuernos de la abundancia
de lo bueno y lo perverso, surge una funesta simultaneidad de primavera y otoño, llena de
nuevos atractivos y velos que son propios de la corrupción reciente, aún no agotada,
aún no fatigada. De nuevo está alli el peligro, padre de la moral, el gran peligro, esta
vez trasladado al individuo, al prójimo y amigo, a la calle, al propio hijo, al propio
corazón, a todo lo más intimo y secreto del deseo y de la voluntad: ¿qué habrán de
predicar ahora los filósofos de la moral que por este tiempo aparecen en el
horizonte? Descubren, estos agudos observadores y mozos de esquina, que ahora se
camina rápidamente hacia el final, que todo lo que los rodea se corrompe a si mismo y
corrompe a otros, que nada se mantiene en pie hasta pasado mañana, excepto una sola
especie de hombres, los incurablemente mediocres. Sólo los mediocres tienen perspectivas
de continuar, de propagarse, - ellos son los hombres del futuro, los únicos que
sobreviven; «¡sed como ellos!,¡haceos mediocres!», dice a partir de ese momento la
única moral que todavía tiene sentido, que todavía encuentra oídos. - pero es difícil
de predicar esa moral de la mediocridad! - ¡no le es licito, en efecto, confesar nunca lo
que es y lo que quiere! Tiene que hablar de moderación y de dignidad y de deber y de amor
al prójimo; - ¡tendrá necesidad de ocultar la ironia! -
263
Hay un instinto para percibir el rango que es ya, más que cualquier otra cosa, indicio de
un rango elevado; hay un placer en las nuances [matices] del respeto que permite adivinar
una procedencia y unos hábitos aristocráticos. La sutileza, bondad y altura de un alma
son puestas peligrosamente a prueba cuando a su lado pasa algo que es de primer rango,
pero que todavía no está protegido, por los estremecimientos de la autoridad, contra
asaltos y torpezas inoportunos: algo que recorre su camino como una viviente piedra de
toque, sin haber sido aún catalogado ni descubierto, algo lleno de tentaciones, acaso
velado y disfrazado voluntariamente. El hombre de cuya tarea y ejercitación forma parte
el escrutar almas utilizará cabalmente ese arte, de múltiples formas, para establecer
cuál es el valor último de un alma, cuál es la jerarquía innata e irreversible a que
pertenece: la pondrá a prueba en su instinto de respeto. Différence engendre haine [la diferencia engendra
odio]: la vulgaridad de más de una naturaleza arroja de repente una salpicadura, cual si
fuese agua sucia, cuando a su lado pasan un recipiente sagrado cualquiera, una preciosidad
cualquiera sacada de armarios cerrados, un libro cualquiera que lleva las señales del
gran destino; y, por otra parte, existen un enmudecimiento involuntario una vacilación de
la mirada, una inmovilización de todos los gestos, en los cuales se expresa que un alma
siente la cercanía de lo más digno de veneración. La manera como en conjunto se ha
mantenido hasta ahora en Europa el respeto a la Biblia es tal vez el mejor elemento de
disciplina y de refinamiento de la costumbre que Europa debe al cristianismo: tales libros
profundos y sumamente significativos necesitan, para su protección, una tiranía de
autoridad
venida de fuera a fin de conquistar esos milenios de duración que se precisan para
agotarlos y descifrarlos. Mucho se ha conseguido cuando a la gran masa (a los
superficiales, a los intestinos veloces de toda especie) se le ha infundido por fin el
sentimiento de que a ella no le es lícito tocar todo; de que hay vivencias sagradas ante
las cuales tiene que quitarse los zapatos y mantener alejada su sucia mano, - esto
constituye casi su suprema elevación en humanidad. A la inversa, en los denominados
hombres cultos, en los creyentes de las «ideas modernas» acaso ninguna otra cosa
produzca tanta náusea como su falta de pudor, su cómoda insolencia de ojo y de mano, con
la que tocan, lamen, palpan todo; y es posible que hoy en el pueblo, en el pueblo bajo,
sobre todo entre
los campesinos, continúe habiendo más relativa
aristocracia del gusto y más tacto del respeto que entre el semimundo del espíritu, que lee los periódicos, entre
los cultos.
264
No es posible borrar del alma de un hombre aquello que sus antepasados hicieron de manera
más gustosa y más constante: bien fueran, por ejemplo, asiduos ahorradores y, por así
decirlo, simples piezas de una escribanía o de una caja fuerte, modestos y burgueses en
sus apetitos, modestos también en sus virtudes; o bien viviesen habituados a dar órdenes
desde la mañana hasta la tarde, propensos a las distracciones toscas y, junto a eso, tal
vez, a unos deberes y unas responsabilidades más toscos aún; o bien, finalmente, hayan
sacríficado en algún momento viejos privilegios de nacimiento y de posesión a fin de
vivir integramente para su fe - su «Dios» -, como hombres de conciencia implacable y
delicada, la cual se ruboriza de toda mediación. No es posible en modo alguno que un
hombre no tenga en su cuerpo las propiedades y predilecciones de sus padres y antepasados: y ello, digan lo que digan las
apariencias. Este es el problema de la raza. Suponiendo que sepamos algo de los padres,
está permitido sacar una conclusión sobre el hijo: cierta incontinencia repugnante,
cierta envidia mezquina, un torpe darse a sí mismo la razón - y estas tres cosas juntas
han constituido en todas las épocas el auténtico tipo plebeyo - tienen que pasar al hijo
con la misma seguridad con que pasa la sangre corrompida; y con ayuda de la mejor
educación y de la mejor cultura lo único que se conseguirá cabalmente es engañar
acerca de esa herencia. - ¡Y qué otra cosa quieren hoy la educación y la cultura!
En nuestra época tan popular, quiero decir tan plebeya, «educación» y
«cultura» tienen que ser esencialmente el arte de engañar - de engañar acerca de la
procedencia, acerca de la plebe heredada en el cuerpo y en el alma. Un educador que hoy
predicase ante todo veracidad y que exhortase constantemente a sus discípulos de este
modo: «¡Sed verdaderos!, ¡sed naturales!, ¡mostraos tal cual sois!» - incluso
semejante asno virtuoso y cándido aprendería en poco tiempo a recurrir a aquella furca
[horcón] de Horacio, para naturam expellere [expulsar la naturaleza]: ¿con qué
resultado? La «plebe» usque recurret [vuelve
siempre].-
265
A riesgo de descontentar a oídos inocentes yo afirmo esto: de la esencia del alma
aristocrática forma parte el egoísmo, quiero decir, aquella creencia ínamovible de que
a un ser como «nosotros lo somos» tienen que estarle sometidos por naturaleza otros
seres y tienen que sacrificarse a él. El alma aristocrática acepta este hecho de su
egoísmo sin ningún signo de interrogación y sin sentimiento alguno de dureza,
coacción, arbitrariedad, antes bien como algo que acaso esté fundado en la ley
primordial de las cosas: - si buscase un nombre para designarlo diría «es la justicia
misma». En determinadas ciícunstancias, que al comienzo la hacen vacilar, ese alma se
confiesa que hay quienes tienen idénticos derechos que ella; tan pronto como ha aclarado
esta cuestión de rango, se mueve entre esos iguales, dotados de derechos idénticos, con
la misma seguridad en el pudor y en el respeto delicado que tiene en el trato consigo
misma, - de acuerdo con un innato mecanismo celeste que todos los astros conocen. Esa
sutileza y autolimitación en el trato con sus iguales es una parte más de su egoísmo -
todo astro es un egoísta de ese género-: se honra a si misma en ellos y en los derechos
que ella les concede, no duda de que el intercambio de honores y derechos, esencia de todo
trato, forma parte asimismo del estado natural de las cosas. El alma aristocrática da del
mismo modo que toma, partiendo del apasionado y excitable instinto de corresponder a todo
lo que reside en el fondo de ella. Inter pares [entre iguales] el concepto de «gracia»
no tiene sentido ni buen olor; acaso haya una manera sublime de dejar descender sobre sí los regalos desde arriba, por
así decirlo, y de beberlos ávidamente cual si fueran gotas: mas el alma aristocrática
carece de habilidad para ese aire y ese gesto. Su egoismo se lo impide: en general mira a
disgusto hacia «arriba», - mira, o bien ante sí, de manera horizontal y lenta, o bien
hacia abajo: - ella se sabe en la altura. -
266
«Sólo se puede estimar verdaderamente a quien no se busca a sí mismo.» - Goethe al
consejero Schlosser.
267
Hay entre los chinos un proverbio que las madres enseñan ya a sus hijos: siao-sin «¡haz
pequeño tu corazón!» Esta es la auténtica tendencia fundamental en las civilizaciones
tardías: yo no dudo de que lo primero que un griego antiguo reconocería también en
nosotros los europeos de hoy sería el autoempequenecimiento - con sólo esto
«repugnaríamos ya a gusto». -
268
¿Qué es, en última instancia, la vulgaridad? - Las palabras son signos-sonidos de
conceptos; pero los conceptos son signos-imágenes, más o menos determinados, de
sensaciones que se repiten con frecuencia y aparecen juntas, de grupos de sensaciones.
Para entenderse unos a otros no basta ya con emplear las mismas palabras: hay que emplear
las mismas palabras también para referirse al mismo género de vivencias internas, hay
que tener, en fin, una experiencia común con el otro. Por ello los hombres de un mismo
pueblo se entienden entre sí mejor que los pertenecientes a pueblos distintos, aunque
éstos se sirvan de la misma lengua; o, más bien, cuando los hombres han vivido juntos
durante mucho tiempo en condiciones similares (de clima, de suelo, de peligro, de
necesidades, de trabajo), surge de aquí algo que «se entiende», un pueblo. En todas las
almas ocurre que un mismo número de vivencias que se repiten a menudo obtiene la primacia
sobre las que se dan más raramente: acerca de ellas la gente se entiende con rapidez, de
un modo cada vez más rápido - la historia de la lengua es la historia de un proceso de
abreviación -; sobre la base de ese rápido entendimiento la gente se vincula de un modo
estrecho, cada vez más estrecho. Cuanto mayor es el peligro, tanto mayor es la necesidad
de ponerse de acuerdo con rapidez y facilidad sobre lo que hace falta; el no malentenderse
en el peligro es algo de que los hombres no pueden prescindir en modo alguno para el trato
mutuo. También en toda amistad o relación amorosa se hace esa misma prueba: nada de ello
tiene duración desde el momento en que se averigua que uno de los dos, usando las mismas
palabras, siente, piensa, barrunta, desea, teme de modo distinto que el otro. (El miedo al
«eterno malentendido»: ése es el genio benévolo que, con tanta frecuencia, a personas
de sexo distinto las aparta de uniones demasiado precipitadas, aconsejadas por los
sentidos y el corazón - ¡y no un schopenhaueriano «genio de la especie» cualquiera -!)
Cuáles son los grupos de sensaciones que se despiertan más rápidamente dentro de un
alma, que toman la palabra, que dan órdenes: eso es lo que decide sobre la jerarquía
entera de sus valores, eso es lo que en última instancia determina su tabla de bienes.
Las valoraciones de un hombre delatan algo de la estructura de su alma y nos dicen en qué
ve ésta sus condiciones de vida, su auténtica necesidad. Suponiendo que desde siempre la
necesidad haya aproximado entre sí únicamente a hombres que podían aludir, con signos
similares, a necesidades similares, a vivencias simílares, resulta de aquí, en conjunto,
que una comunicabilidad fácil de la necesidad, es decir, en su último fondo, el
experimentar vivencias sólo ordinarias y vulgares tiene que haber sido la más poderosa
de todas las fuerzas que han dominado a los hombres hasta ahora. Los hombres más
similares, más habituales, han tenido y tienen siempre ventaja, los más selectos, más
sutiles, más raros, más dífíciles de comprender, ésos fácilmente permanecen solos en
su aislamiento, sucumben a los accidentes y se propagan raras veces. Es preciso apelar a
ingentes fuerzas contrarias para poder oponerse a este natural, demasiado natural,
progressus in simile [progreso hacia lo semejante], al avance del hombre hacia
lo semejante, habitual, ordinario, gregario - ¡hacia lo vulgar! -
269
Cuanto más se vuelve un psicólogo - un psicólogo y adivinador de almas nato, inevitable
- hacia los casos y los hombres más selectos, tanto más aumenta su peligro de asfixiarse
de compasión: más que ningún otro hombre necesita él dureza y jovialidad. La
corrupción, la ruina de los hombres superiores, de las almas de constitución más
extraña, representan, en efecto, la regla: es terrible tener siempre ante los ojos
semejante regla. La multiforme tortura del psicólogo que ha descubierto esa ruina, que ha
descubierto primero una vez, y luego casi siempre, toda esa «incurabilidad interna» del
hombre superior, ese eterno «¡demasiado tarde!» en todos los sentidos, a lo largo de la
historia entera, - puede llegar quizá a convertirse un día en causa de que se vuelva con
amargura contra su propia suerte y haga un ensayo de autodestrucción, - de que se
«corrompa» a si mismo. Casi en todos los psicólogos percibiremos una propensión y un
placer delatores a tratar con hombres
ordinarios y bien ordenados: en esto se delata que ellos precisan siempre de una
curación, que necesitan una especie de huida y olvido, lejos de aquello que sus
penetraciones e incisiones, que su «oficio», han hecho pesar sobre su conciencia. El
miedo a su memoria es peculiar de ellos. Ante el juicio de otros enmudecen fácilmente:
con rostro inmóvil escuchan cómo la gente honra, admira, ama, glorifica, allí donde
ellos han visto, - o incluso encubren su mutismo asintiendo de modo expreso a una opinión
superficial cualquiera. Acaso la paradoja de su situación llegue tan terriblemente lejos
que la muchedumbre, los cultos, los entusiastas aprendan por su parte el gran respeto
justo allí donde ellos han aprendido la gran compasión al lado del gran desprecio, - el
respeto a los «grandes hombres» y animales prodigiosos por causa de los cuales se
bendice y se honra a la patria, a la tierra, a la dignidad de la humanidad, a sí mismo, y
que son propuestos a la juventud como modelo para su educación... y quién sabe si hasta
ahora no ha venido ocurriendo en todos los grandes casos cabalmente lo mismo: que la
muchedumbre adoraba a un dios, - ¡y que el «dios» no era más que un pobre animal para
el sacrificio! El éxito ha sido siempre el máximo mentiroso, - y la «obra» misma es un
éxito; el gran estadista, el conquistador, el descubridor están envueltos en el disfraz
de sus creaciones hasta el punto de resultar irreconocibles la «obra», la del artista,
la del filósofo, ella es la inventora de quien la ha creado de quien la habria creado;
los «grandes hombres», tal como se los venera, son poemas pequeños y malos compuestos
con posterioridad; en el mundo de los valores históricos domina la moneda falsa. Por
ejemplo, esos grandes poetas, esos Byron, Musset, Poe, Leopardi, Kleist, Gogol, - tal como
estan ahora ahí, tal como acaso tienen que estar: hombres de instantes, hombres
entusiasmados, sensuales, pueriles, hombres inconsiderados y súbitos en la desconfianza y
en la confianza; en cuyas almas se disimula de ordinario una grieta; que a menudo se
vengan con sus obras de un ensucíamiento interno; que a menudo buscan con sus vuelos
olvidarse de una memoria demasiado fiel, que a menudo se extravían en el fango y casi se
enamoran de él, hasta volverse iguales a fuegos fatuos que vagan en torno a los pantanos
y simulan ser estrellas - el pueblo los llama entonces idealistas, - que a menudo luchan
con una nausea prolongada, con un fantasma que siempre retorna de incredulidad, el cual
los hace fríos y los fuerza a desvivirse por la gloria y a devorar la «fe en sí
mismos» tomándola de las manos de aduladores ebrios: - ¡qué tortura son estos grandes
artistas y, en general, los hombres superiores para quien los ha descifrado una vez!
Resulta muy comprensible que sea justamente de parte de la mujer - la cual es clarividente
en el mundo del sufrimiento y, por desgracia, también está ansiosa de ayudar y salvar,
más allá de sus fuerzas - de quien experimenten ellos con .mucha facilidad aquellas
explosiones de compasión ilimitada y abnegadisima que la muchedumbre, sobre todo la
muchedumbre que venera, no entiende y sobre las cuales acumula interpretaciones llenas de
curiosidad y autosatisfacción. Esa compasión se engaña ordinariamente con respecto a su
fuerza; la mujer quisiera creer que el amor todo lo puede, - es su auténtica creencia.
¡Ay, quien conoce el corazón adivina cuán pobre, estúpido, desamparado, presuntuoso,
desacertado, más fácilmente destructor que salvador es incluso el amor mejor y más
hondo! - Es posible que bajo la fábula y el disfraz sagrados de la vida de Jesús se
esconda uno de los casos más dolorosos de martirio del
saber acerca del amor: el martirio del corazón más inocente y más lleno de deseos, que
nunca había tenido bastante con ningún amor de hombre, que exigia amor, ser amado y
ninguna otra cosa más que ésa, con dureza, con insensatez, con explosiones terribles
contra quienes le rehusaban su amor; la historia de un pobre insaciado e insaciable en el
amor, que tuvo que inventar el infierno para enviar a él a quienes no le querían amar, -
y que al fin, habiendo alcanzado saber acerca del amor humano, tuvo que inventar un dios
que es totalmente amor, totalmente capacidad-de-amar, - ¡que se compadece del amor humano
por ser éste tan pobre, tan ignorante! Quien así siente, quien tiene tal saber acerca
del amor, - busca la muerte. - ¿Mas por qué entregarse a estas cosas dolorosas?
Suponiendo que no haya que hacerlo. -
270
La soberbia y la náusea espirituales de todo hombre que haya sufrido profundamente - la
jerarquía casi viene determinada por el grado de profundidad a que los hombres pueden
llegar en su sufrimiento - su estremecedora certeza, que le impregna y colorea
completamente, de saber más, merced a su sufrimiento, que lo que pueden saber los más
inteligentes y sabios, de ser conocido y haber estado alguna vez «domiciliado» en muchos
mundos lejanos y terribles, de los que «¡vosotros nada sabéis!», esa soberbia
espiritual y callada del que sufre, ese orgullo del elegido del sufrimiento, del
«iniciado», del casi sacrificado, encuentra necesarias todas las formas de disfraz para
protegerse del contacto de manos importunas y compasivas y, en general, de todo aquello
que no es su igual en el dolor. El sufrimiento profundo vuelve aristócratas a los
hombres, separa. Una de las formas más sutiles dedisfraz es el epicureísmo, así como
una cierta valentía del gusto, exhibida a partir de ese momento, la cual toma el
sufrimiento a la ligera y se pone en guardia contra todo lo triste y profundo. Hay
«hombres joviales» que se sirven de la jovialidad porque, merced a ella, son
malentendidos: - quieren ser malentendidos. Hay «hombres científicos» que se sirven de
la ciencia porque ésta proporciona una apariencia jovial y porque el cientificismo lleva
a inferir que el hombre es superficial: - quieren inducir a una falsa inferencia. Hay
espíritus libres e insolentes que quisieran ocultar y negar que son corazones rotos,
orgullosos, incurables: y a veces la misma necedad
es la máscara usada para encubrir un saber desventurado demasiado cierto. - De lo cual se
deduce que a una humanidad más sutil le es inherente el tener respeto «por la máscara»
y el no cultivar la psicología y la curiosidad en lugares falsos.
271
Lo que más profundamente separa a dos seres humanos son un sentido y un grado distintos
de limpieza. De nada sirven toda honradez y toda recíproca utilidad, de nada sirve toda
buena voluntad del uno para con el otro: en última instancia se está siempre en lo mismo
- «¡no pueden olerse!» El supremo instinto de limpieza sitúa a quien lo tiene en el
aislamiento más prodigioso y peligroso, como si fuese un santo: pues la santidad es
cabalmente eso - la espiritualización suprema del mencionado instinto. Una cierta
consciencia de una indescriptible plenitud en la felicidad del baño, un cierto ardor y
una cierta sed que empujan constantemente al alma a salir de la noche y entrar en la
mañana, a salir de lo turbio, de la «tribulación», y entrar en lo claro, lo
resplandeciente, lo profundo, lo sutil -: esa inclinación, en la misma medida en que
distingue - es una inclinación aristocrática -, también separa. - La compasión propia
del santo es la compasión por la suciedad de lo humano, demasiado humano. Y hay grados y
alturas en los que la compasión misma es sentida por él como contaminación, como
suciedad...
272
Signos de aristocracia: no pensar nunca en rebajar nuestros deberes a deberes de todo el
mundo; no querer ceder, no querer compartir la propia responsabilidad; contar entre los
deberes propios los privilegios propios y su ejercicio.
273
Un hombre que aspire a cosas grandes considera a todo aquel con quien se encuentra en su
ruta, o bien como un medio, o bien como una rémora y obstáculo, - o bien como un lecho
pasajero para reposar. Su peculiar bondad, de alto linaje, para con el prójimo sólo es
posible cuando él está en su altura y ejerce dominio. La impaciencia, así como su
consciencia de haber estado condenado siempre a la comedia hasta aquel momento - pues
incluso la guerra es una comedia y sirve de ocultación, de igual modo que todo medio
sirve de ocultación a una finalidad -, le echan a perder todo trato humano: esa especie
de hombre conoce la soledad y todas las cosas venenosísimas que ésta tiene en sí.
274
El problema de los gue aguardan. - Se necesitan golpes de suerte, además de muchas cosas
incalculables, para que un hombre superior, dentro del cual dormita la solución de un
problema, llegue a actuar en tiempo aún oportuno - «a estallar», como podría decirse.
De ordinario esto no acontece, y en todos los rincones de la tierra hállanse sentadas
gentes que aguardan y que apenas saben hasta qué punto aguardan, y menos aún que
aguardan en vano. A veces también llega demasiado tarde la llamada despertadora, aquel
azar que otorga «permiso» para obrar, - cuando ya la mejor juventud y la mejor energía
para obrar se han gastado, a fuerza de estar sentadas y quietas; ¡y más de uno ha
encontrado con espanto, justo cuando «se puso de pie», que sus miembros estaban dormidos
y que su espíritu estaba ya demasiado pesado! «Es demasiado tarde» - se dijo, perdida
ya la fe en si mismo e inútil para siempre a partir de entonces -. ¿Acaso, en el reino
del genio, el «Rafael sin manos», entendida esta
expresión en su sentido más amplio, constituiria no la excepcion, sino la regla? -
Quizá el genio no sea tan raro: pero sí lo son las quinientas manos que él necesita
para tiranizar el xaipos, «el momento oportuno» - ¡para coger el azar por los pelos!
275
Quien no quiere ver lo elevado de un hombre fija su vista de un modo tanto más penetrante
en aquello que en é1 es bajo y superficial - traicionándose
a si mismo con ello.
276
En toda especie de herida y de pérdida el alma inferior y más grosera se halla en
mejores condiciones que el alma más aristocrática: los peligros de esta última tienen
que ser mayores, su probabilidad de sufrir una desgracia y de perecer es incluso enorme,
dada la multiplicidad de sus condiciones de vida. - En un lagarto un dedo perdido vuelve a
crecer: no así en el hombre. -
277
-¡Tanto peor! ¡Otra vez la vieja historial Cuando uno ha acabado de construir su casa,
advierte que, haciéndola, ha aprendido, sin darse cuenta, algo que tendria que haber
sabido absolutamente antes de - comenzar a construir. El eterno y molesto «¡demasiado
tarde!» - ¡La melancolía de todo lo terminado!...
278
-Viajero, ¿quién eres tú? Veo que reconoces tu camino sin desdén, sin amor, con ojos
indescifrables; húmedo y triste cual una sonda que, insaciada, vuelve a retornar a la luz
desde toda profundidad - ¿qué buscaba allá abajo? -, con un pecho que no suspira, con
un labio que oculta su náusea, con una mano que ya sólo con lentitud cierra las cosas:
¿Quién eres tú? ¿Qué has hecho? Descansa aquí: este lugar es hospitalario para todo
el mundo - ¡recupérate! Y seas quien seas: ¿Qué es lo que ahora te agrada? ¿Qué es
lo que te sirve para reconfortarte? Basta con que lo nombres: ¡lo que yo tenga te lo
ofrezco! - «¿Para reconfortarme? ¿Para reconfortarme? Oh tú, curioso, ¡qué es lo que
dices! Pero dame, te lo ruego -». ¿Qué? ¿Qué? ¡Dilo! - «¡Una máscara más! ¡Una
segunda máscara!»...
279
Los hombres de tristeza profunda se traicionan cuando son felices: tienen una manera de
aferrar la felicidad como si quisieran estrangularla y ahogarla, por celos, - ¡ay,
demasiado bien saben que se les escapa!
280
«¡Mal! iMal! ¿Cómo?, ¿no va - hacia atrás?» - ¡Sí! Pero entendéis mal a ese
hombre cuando os quejáis de eso. Va hacia atrás como todo aquel que quiere dar un gran
salto. - -
281
- «¿Se me creerá? Pero yo solicito que se me crea: en mí, sobre mí, he pensado
siempre sólo mal, sólo en casos muy raros, sólo de manera forzada, siempre sin placer
«por el asunto», presto a divagar lejos de «mí», siempre sin fe en el resultado,
gracias a una indomeñable desconfianza con respecto a la posibilidad del
auto-conocimiento, la cual me ha conducido tan lejos que he llegado a percibir una
contradictio in adjeto [contradicción en el adjetivo] en el concepto de «conocimiento
inmediato» que los teóricos se permiten: - este hecho entero es casi lo más seguro que
yo sé sobre mi. Tiene que haber en mí una especie de aversión a creer algo determinado
sobre mí. - ¿Se esconde aquí acaso un enigma? Probablemente; pero, por fortuna, no uno
para mis propios dientes. - ¿Tal vez esto delata la species a que yo pertenezco? - Pero
no me lo delata a mí: que es lo
que yo deseo. -»
282
«¿Pero qué te ha ocurrido?» - «No lo sé, dijo titubeante; quizá las arpías hayan pasado volando sobre mi mesa».- Hoy ocurre
a veces que un hombre dulce, mesurado, discreto, se pone de repente furioso, rompe los
platos, vuelca la mesa, grita, alborota, injuria a todo el mundo - y acaba por irse de
allí avergonzado, rabioso contra sí mismo, - ¿hacia dónde?, ¿para qué? ¿Para morir
de hambre en su aislamiento? ¿Para asfixiarse con su recuerdo? - Quien tenga los deseos
propios de un alma elevada y descontentadiza, y sólo raras veces encuentre puesta su
mesa, preparado su alimento, correrá en todas las épocas un gran peligro: pero éste, es
hoy extraordinario. Arrojado dentro de una época ruidosa y plebeya, con la cual no le
gusta comer de un mismo plato, fácilmente puede perecer de hambre y de sed, o, en el caso
de que acabe por «alargar la mano», - de una náusea
repentina. - Probablemente todos nosotros nos hemos sentado ya a mesas que no eran
las nuestras; y precisamente los más espirituales de nosotros, los que somos más
difíciles de alimentar, conocemos aquella peligrosa dyspepsia [alteración digestiva] que
se deriva de un conocimiento y un desengaño repentinos acerca de nuestra comida y de
nuestros vecinos de mesa, - la náusea de los postres.
283
Suponiendo que queramos alabar, constituye un autodominio sutil y a la vez aristocrático
el alabar siempre tan sólo cuando no estemos de acuerdo: - de lo contrario nos
alabaríamos, en efecto, a nosotros mismos, lo cual va contra el buen gusto - desde luego
es ése un autodominio que ofrece una ocasión y un motivo magnificos para ser
constantemente malentendidos. Para que nos sea lícito permitirnos ese verdadero lujo de
susto y de moralidad tenemos que vivir, no entre los cretinos del espíritu, sino más
bien entre hombres a quienes incluso los malentendidos y las equivocaciones los diviertan
a causa de su sutileza, - ¡o tendremos que pagarlo caro! - «El me alaba: por tanto, me
da la razón» - esta asnada de deducción lógica nos echa a perder media vida a nosotros
los eremitas, pues introduce a los asnos entre nuestros vecinos y amigos.
284
Vivir con una dejadez inmensa y orgullosa; siempre más allá. - Tener y no tener, a
voluntad, nuestros afectos, nuestros pros y contras, condescender con ellos, por horas;
montarnos sobre ellos como sobre caballos, a menudo como sobre asnos: - hay que saber
aprovechar, en efecto, tanto su estupidez como su fuego. Reservarnos nuestras trescientas
razones delanteras, también las gafas negras: pues hay casos en los que a nadie le es
lícito mirarnos a los ojos, y menos aún a nuestros «fondos»
y elegir como compañía ese vicio granuja y jovial, la cortesía. Y permanecer dueños de
nuestras cuatro virtudes: el valor, la lucidez, la simpatía, la soledad. Pues la soledad
es en nosotros una virtud, en cuanto constituye una inclinación y un impulso sublimes a
la limpieza, los cuales adivinan que en el contacto entre hombre y hombre - «en
sociedad» - las cosas tienen que ocurrir
de una manera inevitablemente sucia. Toda comunidad nos hace de alguna manera, en algún
lugar, alguna vez - «vulgares».
285
Los acontecimientos y pensamientos más grandes - y los pensamientos más grandes son los
acontecimientos más grandes - son los que más se tarda en comprender: las generaciones
contemporáneas de ellos no tienen la vivencia de tales acontecimientos, - viven al margen
de ellos. Ocurre aquí algo parecido a lo que ocurre en el reino de los astros. La luz de
los astros más lejanos es la que más tarda en llegar a los hombres; y antes de que haya
Ilegado, el hombre niega que alli - existan astros. «¿Cuántos siglos necesita un
espíritu para ser comprendido?» - éste es también un criterio de medida, con él se
crean también una jerarquía y una etiqueta cuales se precisan: para el espiritu y para
el astro. -
286
«Aqui la vista es despejada, el espíritu está elevado»
Existe, sin embargo, una especie opuesta de hombres, la cual también está en la altura y
también tiene despejada la vista - pero mira hacia abajo.
287
-¿Qué es aristocrático? ¿Qué continúa significando hoy para nosotros la palabra
«aristocrático? ¿En qué se delata, en qué se reconoce el hombre aristocrático, bajo
este cielo pesado y cubierto del dominio incipiente de la plebe, que vuelve opaco y
plomizo todo? - No son las acciones las que constituyen su demostración, - las acciones
son siempre ambiguas, siempre insondables -; tampoco son las «obras». Entre los artistas
y los doctos encontramos hoy muchos que delatan con sus obras que un profundo deseo los
empuja hacia lo aristocrático: pero justo esa necesidad de lo aristocrático es
radicalmente distinta de las necesidades del alma aristocrática misma y, en realidad, el
elocuente y peligroso síntoma de su carencia. No son las obras, es la fe la que aquí
decide, la que aquí establece la jerarquía, para volver a tomar una vieja fórmula religiosa en un sentido nuevo y más profundo: una
determinada certeza básica que un alma aristocrática tiene acerca de sí misma, algo que
no se puede buscar, ni encontrar, ni, acaso, tampoco perder. - El alma aristocrática
tiene respeto de si misma. -
288
Hay hombres que inevitablemente tienen espíritu, aunque anden con los rodeos y pretextos
que quieran y aunque se tapen con las manos los ojos delatores (- ¡como si la mano no
fuera un delator! -): al final siempre resulta que ellos tienen algo que ocultar, a saber,
espíritu. Uno de los medios más sutiles para engañar, al menos durante el mayor tiempo
posible, y para fingirse, con éxito, más estúpido de lo que uno es - cosa que en la
vida vulgar es a menudo tan deseable como un paraguas - llámase entusiasmo: sumando a
éste lo que de él forma parte, por ejemplo la virtud. Pues, como dice Galiani, que
tenía que saberlo -: vertu est enthousiasme [virtud es entusiasmo].
289
En los escritos de un eremita óyese siempre también algo del eco del yermo, algo del
susurro y del tímido mirar en torno propios de la soledad; hasta en sus palabras más
fuertes, hasta en su grito continúa sonando una especie nueva y más peligrosa de
silencio, de mutismo. Quien durante años y años, durante días y noches ha estado
sentado solo con su alma, en disputa y conservación íntimas, quien en su caverna - que
puede ser un laberinto, pero también una mina de oro - convirtióse en oso de cavernas, o
en excavador de tesoros, o en guardián de tesoros y dragón: ése tiene unos conceptos
que acaban adquiriendo un color crepuscular, propio, un olor tanto de profundidad como de
moho, algo incomunicable y repugnante, que lanza un soplo frío sobre todo el que pasa a
su lado. El eremita no cree que nunca un filósofo - suponiendo que un filósofo haya
comenzado siempre por ser un eremita - haya expresado en libros sus opiniones auténticas
y últimas: ¿nos se escriben precisamente libros para ocultar lo que escondemos dentro de
nosotros ? - más aún, pondrá en duda que un filósofo pueda tener en absoluto opiniones
«últimas y auténticas», que en él no haya, no tenga que haber, detrás de cada
caverna, una caverna más profunda todavía - un mundo más amplio, más extraño, más
rico, situado más allá de la superficie, un abismo detrás de cada fondo, detrás de
cada «fundamentación». Toda filosofía es
una filosofía de fachada - he aquí un juicio de eremita: «Hay algo arbitrario en el
hecho de que él permaneciese quieto aquí, mirase hacia atrás, mirase alrededor, en el
hecho de que no cavase más hondo aquí y dejase de lado la azada, - hay
también en ello algo de desconfianza.» Toda filosofía esconde también una filosofía;
toda opinión es también un escondite, toda palabra, también una máscara.
290
Todo pensador profundo tiene más miedo a ser entendido que a ser malentendido. A causa de
lo último padece tal vez su vanidad; a causa de lo primero, en cambio, su corazón, su
simpatía, que dice siempre: «Ay, ¿por qué queréis vosotros que las cosas os pesen
tanto como a mí?»
291
El hombre, animal complejo, mendaz, artificioso e impenetrable, inquietante para los
demás animales no tanto por su fuerza cuanto por su astucia y su inteligencia, ha
inventado la buena conciencia para disfrutar por fin de su alma como de un alma sencilla;
y la moral entera es una esforzada y prolongada falsificación en virtud de la cual se
hace posible en absoluto gozar del espectáculo del alma. Desde este punto de vista acaso
formen parte del concepto «arte» más cosas de las que comúnmente se cree.
292
Un filósofo: es un hombre que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera, sueña
cosas extraordinarias; alguien al que sus propios pensamientos le golpean como desde
fuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo su especie peculiar de
acontecimientos y rayos; acaso él mismo sea una tormenta que camina grávida de nuevos
rayos; un hombre fatal, rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y
acontecimientos inquietantes. Un filósofo: ay, un ser que con frecuencia huye de sí
mismo, que con frecuencia tiene miedo de sí, - pero que es demasiado curioso para no
«volver a sí» una y otra vez...
293
Un hombre que dice: «Esto me agrada, esto yo me lo apropio y quiero protegerlo y
defenderlo contra todos»; un hombre que puede sostener una causa, cumplir una decisión,
guardar fidelidad a un pensamiento, retener a una mujer, castigar y abatir a un temerario;
un hombre que tiene su cólera y su espada, y al cual los débiles, los que sufren, los
oprimidos, también los animales, se allegan con gusto y le pertenecen por naturaleza, en
suma, un hombre que por naturaleza es señor, - cuando un hombre asi tiene compasión,
¡bien!, ¡esa compasión tiene valor! ¡Qué importa, en cambio, la compasión de los que
sufren! ¡O de los que incluso predican compasión! Hay hoy en casi todos los lugares de
Europa una sensibilidad y una susceptibilidad morbosas para el dolor, y asimismo una
repugnante incontinencia en la queja, un enternecimiento que quisiera adornarse con la
religión y con los trastos filosóficos para padecer algo superior, - existe un verdadero
culto del sufrimiento. La falta de virilidad de lo que en tales circulos de ilusos se
bautiza con el nombre de compasión es lo primero que, a mi parecer, salta siempre a la
vista. - Hay que desterrar con energía y a fondo esta novísima especie del mal gusto; y
yo deseo en fin que, para combatir esto, la gente se ponga en el corazón y en el cuello
el buen amuleto del «gai saber», - la «gaya ciencia», para aclararlo a los alemanes.
294
El vicio olimpico. - A despecho de ese filósofo que, como genuino inglés, intentó crear
entre todas las cabezas que piensan una mala fama al reír - «el reír es un grave
defecto de la naturaleza humana, que toda cabeza que piensa se esforzará en superar»
(Hobbes) -, yo me permitiria incluso establecer una jerarquía de los filósofos según el
rango de su risa - hasta terminar, por arriba, en
aquellos que son capaces de la carcajada áurea. Y suponiendo que también los dioses filosofen, cosa a la que más de una conclusión me
ha empujado ya -, yo no pongo en duda que, cuando lo hacen, saben reír también de una
manera sobrehumana y nueva - ¡y a costa de todas las cosas serias! A los dioses les
gustan las burlas: parece que no pueden dejar de reír ni siquiera en las acciones
sagradas.
295
El genio del corazón, tal como lo posee aquel gran
oculto, el dios-tentador y cazarratas nato de las conciencias, cuya voz sabe descender
hasta el inframundo de toda alma, que no dice una palabra, no lanza una mirada en las que
no haya un propósito y un guiño de seducción, de cuya maestría forma parte el saber
parecer - y no aquello que él es, sino aquello que constituye, para quienes lo siguen,
una constricción más para acercarse cada vez más a él, para seguirle de un modo cada
vez más íntimo y radical: - el genio del corazón, que a todo lo que es ruidoso y se
complace en sí mismo lo hace enmudecer y le enseña a escuchar, que pule las almas rudas
y les da a gustar un nuevo deseo, - el de estar quietas como un espejo, para que el cielo
profundo se refleje en ellas -; el genio del corazón, que a la mano torpe y apresurada le
enseña a vacilar y a coger las cosas con mayor delicadeza, que adivina el tesoro oculto y
olvidado, la gota de bondad y de dulce espiritualidad escondida bajo el cielo grueso y
opaco y es una varita mágica para todo grano dc oro que yació largo tiempo sepultado en
la prisión del mucho cieno y arena; el genio del corazón, de cuyo contacto todo el mundo
sale más rico, no agraciado y sorprendido, no beneficiado y oprimido como por un bien
ajeno, sino más rico de sí mismo, más nuevo que antes, removido, oreado y sonsacado por
un viento tibio, tal vez más inseguro, más delicado, más frágil, rnás quebradizo,
pero lleno de esperanzas que aún no tienen nombre, lleno de nueva voluntad y nuevo fluir,
lleno de nueva contravoluntad y nuevo refluir... ¿pero qué es lo que estoy haciendo,
amigos míos¿ ¿De quién os estoy hablando? ¿Acaso me he distraído hasta el
punto de no haberos dicho ni siquiera su
nombre? A no ser que no hayais adivinado ya por vosotros mismos quien es ese espíritu y
dios problemático que quiere ser alabado de este modo. Lo mismo que le ocurre, en efecto,
a todo aquel que desde la infancia ha estado siempre en camino y en el extranjero,
también a mí me han salido al paso muchos espíritus extraños y peligrosos, pero sobre
todo ese de quien acabo de hablar, y ése lo ha hecho una y otra vez, nadie menos, en
efecto, que el dios Dioniso, ese gran dios ambiguo y tentador, a quien en otro tiempo,
como sabéis, ofrecí mis primicias con todo secreto
y con toda veneración - siendo yo, a mi parecer, el último que le ha ofrecido un
sacrificio: pues no he encontrado a nadie que haya entendido lo que yo hice entonces.
Entre tanto he aprendido muchas más cosas, demasiadas cosas sobre la filosofía de este
dios, y, como queda dicho, de boca a boca, - yo, el último discípulo e iniciado del dios
Dioniso: ¿y me sería lícito acaso comenzar por fin alguna vez a daros a gustar a
vosotros, amigos míos, en la medida en que me esté permitido, un poco de esta
filosofía? A media voz, como es justo: ya que se trata aquí de muchas cosas ocultas,
nuevas, extrañas, prodigíosas, inquietantes. Que Dioniso es un filósofo, y que, por
tanto, también los
dioses filosofan, paréceme una novedad que no deja de ser insidiosa, y que tal vez
suscite desconfianza cabalmente entre filósofos, - entre vosotros, amigos míos, no hay
tanta oposición contra ella, excepto la de que llega demasiado tarde y a destiempo: pues
no os gusta creer, según me han dicho, ni en dios ni en dioses. ¿Acaso también tenga yo
que llegar, en la franqueza de mi narración, más allá de lo que resulta siempre
agradable a los rigurosos hábitos de vuestros oídos? Ciertamente el mencionado dios
llegó, en tales diálogos, muy lejos, extraordinariamente lejos, e iba siempre muchos
pasos delante de mí... Más aún, si estuviera permitido, yo le atríbuiría, según el
uso de los humanos, hermosos y solemnes nombres de gala y de virtud, y haría un gran
elogio de su valor de investigador y descubridor, de su osada sinceridad, veracidad y amor
a la verdad. Pero con todos estos venerables cachivaches y adornos no sabe qué hacer
semejante dios. «¡Reserva eso, diría, para ti y para tus iguales, y para todo aquel que
lo necesite! ¡Yo - no tengo ninguna razón para cubrir mi desnudez! » - Se adivina: ¿le falta acaso pudor a esta
especie de divinidad
y de filósofos? - En una ocasión me dijo así: «En determinadas circunstancias yo amo a
los seres humanos - y al decir esto aludía a Ariadna, que estaba presente -: el hombre es
para mí un animal agradable, valiente, lleno de inventiva, que no tiene igual en la
tierra y que sabe orientarse incluso en todos los laberintos. Yo soy bueno con él: con
frecuencia reflexiono sobre cómo hacerlo avanzar más y volverle más fuerte, más
malvado y más profundo de cuanto es.» «¿Más fuerte, más malvado y más profundo?»,
pregunté yo, asustado. «Sí, repitió, más fuerte, más malvado y más profundo;
también más hermoso» - y al decir esto sonreía este dios-tentador con su sonrisa
alciónica, como si acabara de decir una encantadora gentileza. Aquí se ve a un mismo
tiempo: a esta divinidad no le falta sólo pudor -; y hay en general buenos motivos para
suponer que, en algunas cosas, los dioses en conjunto podrían venir a aprender de
nosotros los hombres. Nosotros los hombres somos - más humanos ...
296
¡Ay, qué sois, pues, vosotros, pensamientos míos escritos y pintados! No hace mucho
tiempo erais aún tan multicolores, jóvenes y maliciosos, tan llenos de espinas y de
secretos aromas, que me hacíais estornudar y reír - ¿y ahora? Ya os habéis despojado
de vuestra novedad, y algunos de vosotros, lo temo, estáis dispuestos a convertiros en
verdades: ¡tan inmortal es el aspecto que ellos ofrecen, tan honesto, tan aburrido, que
parte el corazón! ¿Y alguna vez ha sido de otro modo? ¿Pues qué cosas escribimos y
pintamos nosotros, nosotros los mandarines de pincel chino, nosotros los eternizadores de
las cosas que se dejan escribir, que es lo único que nosotros somos capaces de pintar?
¡Ay, siempre únicamente aquello que está a punto de marchitarse y que comienza a perder su perfume! ¡Ay, siempre únicamente tempestades que se alejan y se disipan, y amarillos
sentimientos tardíos! ¡Ay, siempre únicamente pájaros cansados de volar y que se
extraviaron en su vuelo, y que ahora se dejan atrapar con la mano - con nuestra mano!
¡Nosotros eternizamos aquello que no puede ya vivir y volar mucho tiempo, únicamente
cosas cansadas y reblandecidas! Y sólo para pintar vuestra tarde, oh pensamientos míos
escritos y pintados, tengo yo colores acaso muchos colores, muchas multicolores
delicadezas y cincuenta amarillos y grises y verdes y rojos: - pero nadie me adivina, a
base de esto, qué aspecto ofrecíais vosotros en vuestra mañana, vosotros chispas y
prodigios repentinos de mi soledad, ¡vosotros mis viejos y amados - - pensamientos
perversos!
PATHOS DE LA DISTANCIA:
La expresión «pathos de la distancia», que aquí aparece por vez primera,
es usada con bastante frecuencia por Nietzsche a partir de ahora. Véase La
genealogía de la moral; también en Crepúsculo de los ídolos,
«Incursiones de un intempestivo»,37, y en El Anticristo, aforismo 44.
AUTOSUPERACIÓN DEL HOMBRE:
Sobre este tema véase Asi habló Zaratustra, apartado titulado precisamente «De la superación de sí mismo». Y lo que dice en La genealogia de la moral, III, 27.
PREPONDERANCIA PSÍQUICA:
Véase también La genealogía de la moral.
NOSOTROS LOS VERACES:
Sobre la «veracidad» y su relación con la nobleza, véase La genealogía
de la moral, I, 5.
FALTA DE RESPETO A LA VEJEZ:
Véase, antes, aforismo 127.
EL ESCLAVO QUE PERDURA EN LA MUJER:
Véase Asi habló Zaratustra: «¿Eres un esclavo?
Entonces puedes ser amigo. ¿Eres un tirano? Entonces no puedes tener amigos. Durante
demasiado tiempo se ha ocultado en la mujer a un esclavo y un tirano. Por ello la mujer no
es todavía capaz de amistad: sólo conoce el amor.» («Del amigo»).
LA DIFERENCIA ENGENDRA ODIO:
La frase es de Stendhal, en Le Rouge et
le Noir.
ARISTOCRACIA DEL GUSTO EN LOS CAMPESINOS:
Véase Así habló Zaratustra: «El mejor y el preferido
continúa siendo para mi hoy un sano campesino, tosco, astuto, testarudo, tenaz: ésa es
hoy la especie más noble.» («Coloquio con
los reyes, palabras del «rey de la derecha»
SEMIMUNDO DEL ESPÍRITU:
Traducimos literalmente el alemán Halbwelt, que es a su vez
versión literal del término francés demi-monde, significativo de un mundo
elegante, pero canalla, y que se extendió por toda Europa a raíz del estreno de la
comedia de ese título de A. Dumas hijo (1855).
LOS PADRES Y LOS ANTEPASADOS:
Véase Así habló Zaratustra: «¡Allí donde están
los vicios de vuestros padres no debeis querer pasar por santos! Si los padres de alguien
fueron aficionados a las mujeres y a los vinos fuertes y a la carne de jabalí, ¿qué
ocurirría si ese alguien pretendiese de sí la castidad? ¡Una necedad sería ello!»
(«Del hombre superior», 8 13.)
EXPULSAR LA NATURALEZA:
Véase Horacio, I Epístolas, 10, 24:
Naturam expelles furca, tamen usque recurret
[Aunque expulses la naturaleza con el horcón, volverá siempre].
CORAZONES INCURABLES:
En su ejemplar impreso Nietzsche añadió, tras la palabra
«incurable», lo siguiente: «(el cinismo de Hamlet - el caso Galiani).»
RAFAEL SIN MANOS:
Nietzsche alude a una conocida expresión de Lessing en su
comedia Emilia Galotti (1772), acto I, escena IV, en donde Emilia Galotti
pregunta al príncipe: «¿O cree usted, príncipe, que Rafael no habria sido
el más grande de los genios pictóricos si, por desgracia, hubiera nacido sin manos?»
TRAICIÓN A UNO MISMO:
Véase Así habló Zaratustra: «Y muchos que no son
capaces de ver lo elevado de los hombres llaman virtud a ver ellos muy de cerca sus
bajezas:así llaman vittud a su malvada mirada.» («De los virtuosos»)
ARPÍAS VUELAN SOBRE MI MESA:
Para entender la alusión de Nietzsche a las arpias recuérdese
que éstas (según la mitología griega, tres pájaros fabulosos, con rostro de
mujer y cuerpo de ave de rapiña) tenían fama de sucias
y malolientes.
NAUSEA REPENTINA:
Véase Así habló Zaratustra, «De la chusma»
NUESTROS FONDOS:
Nietzsche hace aqui un juego de palabras en alemán con los vocablos Vordergrund
[primer plano, razón delantera o superfiual] y Grund [fondo,
razón, motivo].
LA COMUNIDAD NOS HACE VULGARES:
Véase, antes, nota 43. Idéntico juego de palabras que allí.
VISTA DESPEJADA Y ESPÍRITU ELEVADO:
Conocidos versos del «Doctor Marianus» (hablando desde la celda
más alta y más pura) en el Fausto, parte II, acto V, versos 11.990-91:
Hier ist die Aussicht frei,
Der Geist erhoben.
FÓRMULA RELIGIOSA:FRENTE A LAS OBRAS ESTÁ LA FÉ:
Reminiscencia de Pablo, Carta a los Hebreos, 9, 14.
FUNDAMENTACIÓN:
Juego de palabras en aleman parecido al señalado en la nota 196, entre Abgrund
[abismo, sin-fondo], Grund [fondo, razón] y Begründung
[fundamentación].
EL RANGO DE LA RISA:
Véase Asi habló Zaratustra.
LOS DIOSES COMO FILÓSOFOS:
La afirmación de Nietzsche es una antitesis, sin duda consciente,
de la conocida tesis de Platón en el Banquete (203 d): «Ninguno de los
dioses filosofa ni desea hacerse sabio.» (Palabras de Diotima.) Nietzsche
vuelve a repetir su afirmación, con especial referencia a Dioniso, en el
aforismo siguiente.
GENIO DEL CORAZÓN:
La palabra «genio» tiene aqui el significado del griego; es decir, de
«deidad inspiradora».
PRIMICIAS:
Nietzsche alude aqui a su primera obra, El nacimiento de la
tragedia (1872).
CUBRIR LA DESNUDEZ:
La «desnudez de los dioses» aparece repetidas veces en Así habló Zaratustra.
DESDE
LAS ALTAS MONTAÑAS
Epodo
¡Oh mediodia de la vida! ¡Tiempo solemne!
¡Oh jardín de verano!
Inquieta felicidad de estar de pie y atisbar y aguardar: -
A los amigos espero impaciente, preparado día y noche,
¿Dónde permanecéis, amigos? ¡Venid! ¡Ya es tiempo!
[¡Ya es tiempo!
¿No ha sido por vosotros por quienes el gris del glaciar
Se ha adornado hoy de rosas?
A vosotros os busca el arroyo, y hoy el viento y la nube
Anhelantes se elevan, se empujan hacia el azul,
Para atisbaros a vista lejanisima de pájaro.
En lo más alto estaba preparada mi mesa para vosotros: -
¿Quién habita tan cerca
De las estrellas, quién tan cerca de las pardísimas lejanias
[del abismo?
Mi reino - ¿qué reino se ha extendido más que él?
Y mi miel - ¿quién la ha saboreado?
-¡Ahi estáis ya, amigos! - Ay, ¿es que no es a mí
A quien queríais llegar?
Titubeáis, os quedáis sorprendidos - ¡ay, preferible sería que sintierais rencor
¿Es que yo - ya no soy yo? ¿Es que están cambiados
mi mano, mi paso, mi rostro?
¿Es que lo que yo soy, eso, para vosotros, - no lo soy?
¿Es que me he vuelto otro? ¿Y extraño a mí mismo?
¿Es que me he evadido de mí mismo?
¿Es que soy un luchador que se ha domeñado demasiadas
[veces a sí mismo?
¿Que demasiadas veces ha contendido con su propia fuerza,
Herido y estorbado por su propia victoria?
¿Es que yo he buscado allí donde más cortante sopla el viento?
¿Es que he aprendido a habitar
Donde nadie habita, en desiertas zonas de osos polares,
y he olvidado el hombre y Dios, la maldición y la plegaria?
¿Es que me he convertido en un fantasma que camina
[sobre glaciares?
- ¡Vosotros viejos amigos! ¡Mirad! ¡Pero os habéis quedado pálidos,
Llenos de amor y de horror!
No,marchaos! ¡No os enojéis! ¡Aquí - vosotros no
[podríais tener vuestra casa!:
Aquí, en el lejanísimo reino del hielo y de las rocas, -
Aquí es necesario ser cazador e igual que las gamuzas.
¡En un perverso cazador me he convertido! - ¡Ved cuán tirante
Se tensa mi arco!
El más fuerte de todos fue quien logró tal tirantez - -:
¡Pero ay ahora! Peligrosa es la flecha
Como ninguna otra, fuera de aqui! ¡Por vuestro bien!...
¿Os dais la vuelta? - Oh corazón, has soportado bastante,
Fuerte permaneció tu esperanza:
¡Mantén abiertas tus puertas para nuevos amigos!
¡Deja a los viejos! ¡Abandona el recuerdo!
Si en otro tiempo fuiste joven, ahora - ¡eres joven de
un modo mejor!
Lo que en otro tiempo nos ligó, el lazo de una misma
esperanza, -
¿Quién continúa leyendo los signos
Que un día el amor grabó, los pálidos signos?
Yo te compare al pergamino, que la mano
Tiene miedo de agarrar, - como él ennegrecido, tostado.
¡Ya no son amigos, son - ¿qué nombre darles?-
Sólo fantasmas de amigos!
Sin duda ellos continúan golpeando, por la noche, en mi
corazón y en mi ventana,
Me miran y dicen: «¿es que no hemos sido amigos?»-
- ¡Oh palabra marchita, que en otro tiempo olió a rosas!
¡Oh anhelo de juventud, que se malentendió a sí mismo!
Aquellos a quienes yo anhelaba,
A los que yo imaginaba afines a mí, cambiados como yo,
El hecho de hacerse viejos los ha alejado de mi:
Sólo quien se transforma permanece emparentado conmigo.
¡Oh mediodía de la vida! ¡Segunda juventud!
iOh jardín de verano!
¡Inquieta felicidad de estar de pie y atisbar y aguardar!
A los amigos espero impaciente, preparado día y noche,
¡A los nuevos amigos! ¡Venid! ¡Ya es tiempo !Ya es tiempo!
Esta canción ha terminado, - el dulce grito del anhelo
Ha expirado en la boca:
Un mago la hizo, el amigo a la hora justa,
El amigo de mediodía - ¡no!, no preguntéis quién es -
Fue hacia el mediodía cuando uno se convirtió en dos...
Ahora nosotros, seguros de una victoria conjunta, celebramos
La fiesta de las fiestas:
¡El amigo Zaratustra ha llegado, el huésped de los huéspedes!
Ahora el mundo ríe, el telón gris se ha rasgado,
El momento de las bodas entre luz y tinieblas ha venido...
DESDE LAS ALTAS MONTAÑAS:
Con ligeras variantes, este poema (excepto las dos estrofas finales,
compuestas más tarde) fue enviado por Nietzsche a Heinrich von Stein en
una carta escrita desde Niza a finales de noviembre de 1884. Tras la transcripción del
poema, la carta concluye con estas palabras: «Este poema es para usted,
estimado amigo, en recuerdo de Sils-Maria y como agradecimiento por su carta, ¡por semejante
carta!» La carta a que Nietzsche alude es la que, en tono exaltado
de gratitud, le habia dirigido Von Stein el 24 de septíembre de ese mismo año.
Y el «recuerdo de Sils-Maria» se refiere a la visita que H. von Stein hizo a Nietzsche
en aquel lugar desde el 26 al 28 de agosto de 1884. En Ecce homo, Nietzsche
recuerda esa visita.