La fiesta en el jardín

...una corneja blanca...


Hilde estaba como petrificada en la cama. Notaba los brazos rígidos, y las manos, con las que tenía sujeta la carpeta,le temblaban. Eran casi las once. Había estado leyendo durante más de dos horas. Alguna que otra vez, había levantado la vista de la carpeta riéndose a carcajadas, pero también pasaba hojas gimoteando. Menos mal que no había nadie en casa.

¡Todo lo que había leído en dos horas! Empezó con que Sofia tenía que despertar la atención del mayor cuando regresaba a casa despues de haber estado en la Cabaña del Mayor. Al final se habia subido a un árbol, y entonces llegó Morten, el ganso que venía del Líbano, como un ángel liberador.

Hilde se acordaba siempre de que su padre le había leído cuando era pequeña El maravilloso viaje de Nils Holgersson. Durante muchos años, ella y su padre habían tenido un idioma secreto relacionado con aquel libro. Y ahora su padre volvía a sacar a relucir al viejo ganso. Luego Sofía estuvo sola, por primera vez, en un café. A Hilde le llamo especialmente la atención lo que Alberto contó sobre Sartre y el existencialismo. Casi había conseguido convertirla, pero tambien era verdad qur había estado a punto de convertirla en muchas otras ocasiones durante la lectura.

Hacia un año Hilde había comprado un libro sobre astrología.En otra ocasión había llevado a casa unas cartas de tarot. Y otra vez se había presentado con un pequeño libro sobre espiritismo. Todas las veces, su padre le había echado un pequeño sermón, utilizando palabras como "sentido crítico",y
superstición, pero hasta ahora no se había vengado. Y lo había preparado, bien. Estaba claro que su hija no iba a hacerse mayor sin haber sido seriamente advertida contra esas cosas. Para estar totalmente seguro, la había saludado con la mano a través de un televisor en una tienda de electrodomésticos. Se podría haber ahorrado eso último...

Lo que más le intrigaba era la chica del pelo negro. Sofía... ¿quién eres, Sofía? ¿de dónde vienes? ¿Por qué te has cruzado en mi camino? Al final Sofia había recibido un libro sobre ella misma. ¿Sería el mismo libro que Hilde tenía en las manos en ese momento, y que no era más que una carpeta? Pero, de todos modos, ¿cómo era posible encontrarse con un libro sobre una misma en un libro sobre ella misma? ¿Qué ocurriría si Sofia empezaba a leer ese libro? ¿Qué iba a ocurrir ahora? ¿Qué podía ocurrir ahora?

Hilde notó con los dedos que quedaban ya muy pocas hojas. Al volver a casa, Sofía se encontró con su madre en el autobús. ¡Qué mala suerte! ¿Qué diría cuando viera el libro que llevaba en la mano? Sofía intentó meterlo en la bolsa con los confetis y los globos que había comprado para la fiesta, pero no le dio tiempo.

-¡Hola, Sofía! ¿Que casualidad que hayamos cogido el mismo autobús? ¡Qué bien!

-Hola...

-¿Has comprado un libro?

-No exactamente.

-El mundo de Sofía, qué curioso.

Sofía se dio cuenta de que ni siquiera tenía una mínima posibilidad de mentir.

-Me lo ha regalado Alberto.

-Ya me lo figuro. Bueno, como ya he dicho antes, tengo muchas ganas de conocer a ese hombre. ¿Me dejas ver?

-Mamá, ¿no puedes esperar por lo menos hasta que lleguemos a casa?  Es mi libro.

-Si sí, es tu libro. Solo quiero mirar la primera página. Pero... «Sofía Amundsen volvia a casa después del instituto».

-¿Lo pone de verdad?

-Sí, Sofía, lo pone. Está escrito por alguien que se llama Albert Knag. Es desconocido. ¿Cómo se llama ese Alberto tuyo?

-Knox.

-Tal vez ese extraño hombre haya escrito un libro entero sobre ti, Sofía. Puede que haya usado lo que se llama un pseudónimo.

-No es él, mamá. Déjalo, de todos modos no vas a entender nada.

-Bueno, si tú lo dices. Mañana será por fin la fiesta. Ya verás como todo se arregla.

-Alberto Knag  vive en otra realidad. Este libro es una corneja blanca.

-Por favor, déjalo ya. ¿No era un conejo blanco?

-¡Basta! La conversación entre madre e hija no dio más de sí, antes de que tuvieran que bajarse en Camino del Trébol. Allí se encontraron con una manifestación.

-¡Qué fastidio! -exclamó Helene Amundsen-. Creía que por lo menos en este barrio nos libraríamos del «parlamento callejero» No había más que diez o doce personas. En las pancartas ponía:

A Sofía casi le daba pena su madre.

-No te preocupes por ellos, mamá -dijo.

-Pero qué manifestación tan rara, ¿no, Sofía? Casi un poco absurda.

-No es nada.

-El mundo cambia cada vez más deprisa. En realidad, ni siquiera me sorprende.

-Por lo menos debería sorprenderte el hecho de que no te sorprenda.

-En absoluto. Siempre que no sean violentos. Espero que no hayan pisado los rosales. No veo la necesidad de hacer una manifestación en un jardín.

-Ha sido una manifestación filosófica, mamá. Los filósofos auténticos no pisan los rosales.

-¿Sabes una cosa, Sofía? No sé si creo en los filósofos auténticos. En nuestros días casi todo es sintético. Pasaron la tarde haciendo preparativos. A la mañana siguiente, decoraron la mesa y el jardín. Luego llegó Jorunn.

¡Madre mía! Mis padres vendrán con los otros. Es culpa tuya que vengan, Sofía. Media hora antes de llegar los invitados, todo estaba preparado.Los árboles del jardín estaban decorados con confetis y farolillos japoneses. Habían metido cables alargadores por una ventana del sótano. La verja, los árboles de la entrada y la fachada de la casa estaban decorados con globos. Sofía y Jorunn habían estado toda la tarde soplando para hincharlos. En la mesa había pollo y ensaladas, panecillos y pan trenzado. En la cocina había bollos, rosquillas y tartas de nata y chocolate, pero en medio de la mesa ya habían colocado un gran pastel de veinticuatro anillas. En lo alto del pastel, su madre había colocado la figurita de una muchacha vestida para la confirmación. La madre había dicho que la figura no tenía por qué representar a una muchacha de confirmación, pero Sofía estaba convencida de que la había colocado sólo porque ella había dicho, en alguna ocasión, que no sabía si se iba a confirmar o no.Para su madre era como si con ese pastel y con esa fiesta estuvieran celebrando la confirmación de Sofía.

-Esta vez no hemos escatimado en nada -dijo varias veces durante la última media hora antes de llegar los invitados. Llegaron los invitados. Primero llegaron tres de las chicas de la clase, con blusas veraniegas, faldas largas, chaquetas de punto y un poco de rímel. Un poco más tarde aparecieron por allí Jorgen y Lasse. Entraron por la puerta del jardín con una mezcla de timidez y arrogancia típica de los chicos de su edad.

-¡Felicidades!

-Por fin, tú también te has hecho mayor. Sofía se dio cuenta de que Jorunn y Jorgen ya se estaban mirando disimuladamente. Había algo en el aire. Y además era San Juan. Todo el mundo traía regalos, y como se trataba de una fiesta filosófica, varios de los invitados habían intentado averiguar lo que era la filosofía. Aunque no todos habían conseguido encontrar regalos filosóficos, la mayoría de ellos se había esforzado en escribir algo filosófico en la tarjeta. Le regalaron un diccionario de filosofía y un diario con llave en el que ponía:  « MIS ANOTACIONES FILOSÓFICAS PERSONALES».  Conforme iban llegando los invitados, la madre de Sofía les servía sidra en copas altas de vino blanco.

-Bienvenido... ¿Cómo se llama este joven?... A ti no te conozco...Cuánto me alegro de verte, Cecilie. Cuando todos los jóvenes habían llegado y estaban bajo los árboles frutales con sus copas, el Mercedes blanco de los padres de Jorunn aparcó delante de la casa. El asesor fiscal vestía un correcto traje gris de irreprochable corte. La señora llevaba un traje y pantalón rojo con lentejuelas de color rojo oscuro. Sofía habría jurado que la señora había entrado en una tienda de juguetes a comprar una muñeca Barbie que llevara ese traje pantalón. Luego le había dado la muñeca a un sastre, encargándole que le hiciera uno idéntico. También podría ser que el asesor fiscal hubiese comprado la muñeca y que se la hubiese entregado a un mago para que la convirtiera en una mujer de carne y hueso. Pero esta posibilidad era tan improbable que Sofía la rechazó. Bajaron del Mercedes y, al entrar en el jardín, los jóvenes se quedaron mudos de asombro. El asesor fiscal en persona, de parte de toda la familia Ingebrigtsen, entregó a Sofía un paquete largo y estrecho. Sofía intentó no perder los estribos cuando resultó ser una... sí eso... una muñeca Barbie.

-¿Estáis tontos o qué? ¡Sofía ya no juega con muñecas! La señora Ingebrigtsen acudió en seguida,haciendo tintinear las lentejuelas.

-Es para que la tenga de adorno, claro está.

-Bueno, muchas gracias -dijo Sofía intentando suavizar la situación. La gente empezaba a circular alrededor de la mesa.

-Entonces ya sólo falta Alberto -dijo la madre de Sofía en un tono ligeramente excitado, intentando ocultar su preocupación.Ya entre los demás invitados había corrido el rumor sobre ese invitado tan especial.

-Ha prometido venir, y vendrá.

-Entonces no nos podemos sentar antes de que venga, ¿no?

-Sí, sentémonos. Helene Amundsen se puso a colocar a los invitados alrededor de la larga mesa, cuidando de que quedara una silla libre entre ella y Sofía. Hizo algún comentario sobre lo que iban a comer, sobre el tiempo, y sobre el hecho de que Sofía era ya una mujer adulta. Llevaban ya media hora en la mesa cuando un hombre de mediana edad, con perilla y boina, llegó andando por el Camino del Trébol. Traía un gran ramo con quince rosas rojas.

-¡Alberto! Sofía se levantó de la mesa y fue a recibirle. Le dio un fuerte abrazo y cogió el ramo. Él contestó a la bienvenida hurgando en los bolsillos de su chaqueta, de donde sacó un par de grandes petardos a los que prendió fuego y lanzó al aire. Luego se colocó en el sitio libre entre Sofía y su madre.

-¡Felicidades de todo corazón ! -dijo. El grupo estaba atónito. La señora Ingebrigtsen lanzó una elocuente mirada a su marido. La madre de Sofía, por el contrario, experimentó tal alivio al ver que el hombre había venido, que podría perdonarle cualquier cosa. La homenajeada tuvo que reprimir la risa que le estaba haciendo cosquillas en la tripa. Helene Amundsen pidió la palabra y dijo:

-Doy la bienvenida también a Alberto Knox a esta fiesta filosófica. Él no es mi nuevo amante; aunque mi marido esté siempre viajando no tengo ningún amante. Este extraño señor es el nuevo profesor de filosofía de Sofía. Además de saber lanzar petardos, sabe muchas más cosas. Este hombre es capaz de sacar un conejo vivo de un sombrero negro de copa. ¿O era una corneja, Sofía?

-Gracias, muchas gracias -dijo Alberto, y se sentó.

-¡Salud! -dijo Sofía, y todos levantaron sus copas con coca-cola.

Estuvieron sentados comiendo durante mucho tiempo. De pronto Jorunn se levantó de la mesa, se acercó con paso decidido a Jorgen y le dio un sonoro beso en la boca, a lo que él respondió intentando tumbarla sobre la mesa para poder agarrarla mejor y devolverle el beso.

-Creo que voy a desmayarme -exclamó la señora Ingebrigtsen.

-En la mesa no, hijos míos -fue el único comentario de la señora Amundsen.

-¿Por qué no? -preguntó Alberto volviéndose hacia ella.

-¿Qué pregunta tan extraña?

-Para un auténtico filósofo nunca está de más preguntar.

Y entonces, algunos de los chicos que no habían recibido ningún beso empezaron a tirar huesos de pollo al tejado. Esto también provocó un comentario de la madre de Sofía:

-No hagáis eso, por favor. Resulta muy molesto tener huesos de polio en los canalones.

-Pedimos disculpas -dijo uno de los chicos. Y comenzaron a tirar los huesos de pollo al otro lado de la verja.

-Creo que ha llegado la hora de recoger los platos y sacar el postre -dijo finalmente la señora Amundsen.

-¿Cuántos quieren café? Los señores Ingebrigtsen, Alberto y otros dos invitados levantaron la mano.

-Sofía y Jorunn, ¿queréis ayudarme? En el camino hacia la cocina, las dos amigas pudieron charlar un poco.

-¿Por qué le besaste?

-Estaba mirando su boca, y de repente me entraron muchas ganas de besarle. No pude resistirme.

-¿A qué te supo?

-Un poco distinto de lo que me había imaginado, pero...

-¿Era la primera vez?

-Pero no será la última. En seguida estuvieron sobre la mesa el café y las tartas. Alberto había empezado a repartir petardos entre los chicos, pero la madre de Sofía pidió la palabra otra vez.

-No haré un gran discurso -dijo-. Pero sólo tengo una hija, y ha pasado exactamente una semana y un día desde que cumplió quince años. Como podéis ver, no hemos escatimado en nada. En el pastel hay veinticuatro anillas, así que por lo menos hay una anilla para cada uno. Los que se sirvan primero, pueden coger dos anillas, porque empezamos desde arriba, y las anillas se hacen cada vez más grandes. Lo mismo pasa con nuestras vidas. Cuando Sofía era pequeña, daba pasitos en redondo en círculos pequeños y modestos. Pero con los años, los círculos han ido ensanchándose cada vez más. Ahora van desde casa hasta el casco viejo y luego vuelven otra vez a casa. Y como además tiene un padre que viaja mucho, ella llama por teléfono a todo el mundo. ¡felicidades, Sofía!

-¡Qué delicia! -exclamó la señora Ingebrigtsen. Sofía no sabía si se refería a la madre, al discurso en sí, al pastel de anillas o a la propia Sofía. El grupo aplaudía, y un chico lanzó un petardo a un peral. Jorunn se levantó de la mesa e intentó levantar a Jorgen de su silla. Él se dejó llevar, se tumbaron en la hierba y siguieron besándose. Al cabo de un rato, rodaron por el suelo bajo unos groselleros.

-Hoy en día son las chicas las que llevan la iniciativa -dijo el asesor fiscal. Dicho esto, se levantó de la mesa y se fue hacia los groselleros, donde se quedó para estudiar el fenómeno de cerca. Todos los invitados siguieron su ejemplo. Sólo Sofía y Alberto se quedaron sentados en sus sitios. Pronto los invitados estaban formando un semicírculo alrededor de Jorunn y Jorgen, que ya habían abandonado los inocentes besos, para pasar a una forma más descarada de caricias.

-No hay manera de pararlos -dijo la señora Ingebrigtsen, no sin cierto orgullo.

-Cierto -dijo su marido-. Las generaciones siguen a las generaciones. Miró a su alrededor para ver si sus acertadas palabras habían sido bien recibidas. Como sólo se encontró con cabezas mudas, añadió:

-¡Qué remedio! Desde lejos, Sofía vio que Jorgen intentaba desabrochar la blusa de Jorunn, que ya estaba bastante manchada de hierba.Ella estaba manoseando el cinturón de él.

-A ver si os vais a acatarrar -dijo la señora Ingebrigtsen.

Sofía miró abatida a Alberto.

-Esto avanza más deprisa de lo que yo había pensado -dijo él-. Tenemos que marcharnos de aquí; pero antes, quiero decir algunas palabras. Sofía comenzó a dar palmas.

-¿Queréis volver a sentaros? Alberto va a decir algo. Todos, menos Jorunn y Jorgen, se acercaron a la mesa y se sentaron.

-¿Nos va a hablar? -dijo Helene Amundsen-. ¡Qué amable!

-Cracias a usted.

-Y luego le encanta pasear, ¿verdad que sí? Dicen que es muy importante mantenerse en forma. Resulta muy simpático, en mi opinión, llevarse al perro de paseo. Se llama Hermes, ¿no? Alberto se levantó y pidió la palabra.

-Querida Sofía -dijo-, creo recordar que ésta es una fiesta filosófica y, por lo tanto, voy a dar un discurso filosófico. Y fue interrumpido por un aplauso.

-En esta desenfrenada fiesta no vendría mal un poco de razón. Pero no nos olvidemos de felicitar a la anfitriona, que ha cumplido quince años. Aún no había acabado la frase, cuando se oyó el ruido de un avión que se estaba acercando. Pronto se encontraba volando muy bajo sobre el jardín. El avión llevaba una especie de bandera muy larga en la que ponía: «¡Felicidades en tu decimoquinto cumpleaños!» Más aplausos y más fuertes.

-Ya véis -exclamó la señora Amundsen-. Este hombre sabe otras cosas aparte de lanzar petardos.

-Gracias, no ha sido nada. Durante las últimas semanas, Sofía y yo hemos realizado una investigación filosófica de gran envergadura. Deseo aquí y ahora exponer los resultados a los que hemos llegado. Vamos a desvelar los secretos más íntimos de la existencia. De pronto se hizo tal silencio que se oía el canto de los pájaros. También se oían sonoros besos que venían de los groselleros.

-¡Continúa! -dijo Sofía.

-Tras profundas indagaciones, que han abarcado desde los primeros filósofos griegos hasta hoy, nos hemos encontrado con que vivimos nuestras vidas en la conciencia de un mayor. Este señor presta en la actualidad sus servicios como observador de las Naciones Unidas en el Líbano, pero también ha escrito un libro a su hija, que vive en Lillesand. Ella se Ilama Hilde Moller Knag y cumplió quince años el mismo día que Sofía. El libro, que trata sobre todos nosotros, estaba encima de su mesilla cuando ella se despertó temprano en la mañana del día l5 de junio. En realidad se trata de una carpeta de anillas. Y justo en este momento está notando que las últimas hojas le hacen cosquillas en los dedos. Una especie de nerviosismo había comenzado a extenderse alrededor de la mesa.

-Nuestra existencia no es ni más ni menos que una especie de entretenimiento para el cumpleaños de Hilde Moller Knag. Porque todos hemos sido creados por la imaginación del mayor, sirviéndole como una especie de fondo para la enseñanza filosófica que ha recibido su hija.Esto quiere decir, por ejemplo, que el Mercedes blanco que hay en la puerta no vale un centimo. No es nada. No vale más que todos esos Mercedes blancos que ruedan y ruedan por la cabeza de un pobre mayor de las Naciones Unidas, que en este momento acaba de sentarse a la sombra de una palmera, con el fin de evitar una insolación. Hace mucho calor en el Líbano, amigos míos.

-¡Tonterías! -exclamó el asesor fiscal-. No son más que disparates.

-La palabra es libre, desde luego -dijo Alberto, que seguía imperturbable-. Pero la verdad es que lo que es un disparate es esta fiesta, y la única pequeña dosis de razón en todo esto es mi discurso. Entonces el asesor fiscal se levantó y dijo:

-Uno intenta llevar adelante sus negocios de la mejor manera posible. Y además procura tener cuidado en todos los sentidos. Y encima tiene que tolerar que venga un sinvergüenza vago que, con ciertas aseveraciones «filosóficas», intenta derribar todo lo que has conseguido. Alberto asintió con la cabeza.

-Contra este tipo de comprensión filosófica no sirve ningún seguro. Estamos ante algo peor que las catástrofes naturales, señor asesor fiscal. Como usted sabe, el seguro tampoco cubre ese tipo de catástrofes.

-Esto no es ninguna catástrofe de la naturaleza.

-No, es una catástrofe existencial. Eche usted un vistazo a los groselleros y comprenderá lo que quiero decir. Uno no puede asegurarse contra el derrumbamiento de su existencia. Tampoco puede asegurarse contra el apagón del sol.

-¿Tenemos que tolerar esto? -dijo el padre de Jorunn mirando a su mujer. Ella dijo que no con la cabeza y lo mismo hizo la madre de Sofía.

-Qué pena -dijo-. Y aquí era donde no se había escatimado en nada. Sin embargo, los jóvenes tenían las miradas clavadas en Alberto. Pues suele ocurrir que la juventud está más abierta a nuevos pensamientos e ideas que la gente que ya ha vivido bastantes años.

-Nos gustaría seguir oyéndote -dijo un chico de pelo rubio rizado y gafas.

-Gracias, pero en realidad no queda mucho por decir. Cuando se ha llegado a la certeza de que se es una imagen soñada en la conciencia adormecida de otra persona, entonces, en mi opinión, es más sensato callarse. Pero puedo concluir recomendando a los jóvenes un pequeño curso sobre la historia de la filosofía. Así desarrollaréis una postura crítica ante el mundo en el que vivís. Es muy importante adoptar una postura crítica ante los valores de la generación de los padres. Si en algo me he esforzado,es en enseñarle a Sofía a pensar críticamente. Hegel lo llamó «pensar negativamente». El asesor fiscal aún no se había vuelto a sentar. Se había quedado de pie dando pequeños golpes en la mesa con las yemas de los dedos.

-Este agitador intenta destruir todas esas posturas sanas ante la escuela y la Iglesia que intentamos inculcar en las nuevas generaciones, pues ellos son los que tienen la vida por delante, y los que algún día heredarán nuestras propiedades. Si este agitador no abandona inmediatamente la fiesta, llamaré a mi abogado. Él sabrá lo que hay que hacer.

-Poco importa lo que quiera hacer, pues usted no es más que una imagen de sombras. Por otra parte, Sofía y yo abandonaremos la fiesta dentro de un instante. Pues el curso de filosofía no ha sido simplemente un proyecto filosófico. También ha tenido su lado práctico. Cuando llegue el momento, desapareceremos por arte de magia. De esa manera también queremos salirnos a escondidas de la conciencia del mayor. Helene Amundsen agarró a su hija por el brazo.

-¿No irás a dejarme, Sofía? Sofía abrazó a su madre. Miró a Alberto y dijo:

-Mamá se pondrá muy triste...

-No, eso es una tontería. No debes olvidar lo que has aprendido. Es precisamente de esa tontería de la que debemos librarnos. Tu madre es una mujer tan agradable y simpática como la cesta de Caperucita Roja, que estaba llena de comida para su abuelita. Pero su tristeza no es mayor que la necesidad que tiene ese avión que acaba de pasar de coger combustible.

-Creo que entiendo lo que quieres decir -admitió Sofía. Se volvió hacia su madre-: Por eso tengo que dejarte, mamá. Algún día tendría que hacerlo.

-Te echaré de menos -dijo la madre-. Pero si hay un cielo por encima de éste, más vale que vueles. Me ocuparé de Govinda. ¿Debo ponerle una o dos hojas de lechuga al día? Alberto le puso una mano en el hombro.

-Ni tú ni nadie más nos echaréis de menos, y la razón es simplemente que no existís. Y entonces tampoco tenéis ningún mecanismo con el que echarnos de menos.

-¡Ésta es la ofensa más grave que pueda imaginarse! -exclamó la señora Ingebrigtsen. El asesor fiscal le dio la razón.

-De cualquier forma, le cogeremos por injurias. A lo mejor es comunista. Quiere quitarnos todo aquello que apreciamos. Es un canalla. Un malvado grosero... Tras esto, Alberto y el asesor fiscal se sentaron. Este último estaba rojo de ira. Jorunn y Jorgen vinieron a sentarse a la mesa. Sus ropas estaban sucias y arrugadas. El pelo rubio de Jorunn estaba lleno de barro y tierra.

-Mamá,  estoy embarazada -dijo.

-Bueno, pero espera a que lleguemos a casa. En seguida recibió el apoyo de su marido.

-Tendrá que aguantarse. Y si el bautismo es esta noche, tendrá que arreglárselas ella sola. Alberto lanzó una seria mirada a Sofía. Ha llegado la hora.

-¿Por qué no nos haces un poco de café antes de irte? -dijo la madre.

-Sí, mamá, lo haré. Sofía se llevó el termo a la cocina y se puso a hacer más café. Mientras esperaba a que se hiciera el café, dio de comer a los pájaros y a los peces. También entró en el baño para dar una hoja de lechuga a Govinda. Al gato no lo vio, pero abrió una lata grande de comida para gatos y la echó en un plato hondo que puso delante de la puerta. Notó que tenía los ojos humedecidos. Cuando volvió al jardín, se dio cuenta de que la fiesta parecía ya más una fiesta infantil que la de alguien que acabara de cumplir quince años. Había botellas volcadas, habian untado por toda la mesa un trozo de tarta de chocolate, la fuente de los bollos estaba tirada en el suelo. En el momento de salir Sofía, un chico estaba poniendo un petardo en la tarta de nata. Estalló y toda la nata se esparció entre la mesa y los invitados. El más perjudicado fue el traje pantalón de la señora Ingebrigtsen. Lo curioso fue que tanto ella, como todos los demás,lo tomaron con la mayor naturalidad del mundo. Jorunn cogio un gran trozo de tarta de chocolate y le untó la cara a Jorgen. Después, empezó a lamerle. La madre de Sofía y Alberto se habían sentado en el balancín, un poco alejados de los demás. Llamaron a Sofía.

-Por fin habéis podido hablar a solas -dijo Sofía.

-Y tú tenías toda la razón -dijo la madre, entusiasmada. Alberto es una persona muy generosa. Te dejo en sus fuertes brazos. Sofía se sentó entre ellos. Dos de los chicos habían logrado llegar al tejado.Una chica se dedicaba a pinchar todos los globos con una horquilla. También llegó en moto un huésped no invitado. Traía vino y aguardiente. Fue recibido por algunos que se prestaron gustosamente a ayudarle a descargar. El asesor fiscal se levantó de la mesa. Dio unas palmadas y dijo:

-¡Vamos a jugar, niños!

Se aseguró una de las botellas de cerveza, la vació y la colocó en medio de la hierba. Luego volvió a la mesa y cogió las últimas cinco anillas del pastel. Mostró a los invitados cómo había que tirar las anillas por encima de la botella.

-¡Qué pueril! -dijo Alberto-. Tenemos que escaparnos antes de que el mayor ponga el punto final y Hilde cierre la carpeta.

-Entonces vas a tener que recoger todo tú sola, mamá.

-No importa, hijita. Esto no es vida para ti. Si Alberto te puede proporcionar una existencia mejor, nadie se alegrará más que yo. ¿Dijiste que tenía un caballo blanco? Sofía miró al jardín. Estaba irreconocible. Botellas y huesos de pollo, bollos y globos estaban pisoteados en la hierba.

-Esto fue mi pequeño paraíso -dijo.

-Y ahora serás expulsada del paraíso -contestó Alberto. Uno de los chicos se había sentado dentro del Mercedes blanco. Arrancó y se precipitó por la puerta cerrada del jardín, entró en el camino de gravilla y bajó al jardín. Sofía notó que alguien la agarraba fuertemente por el brazo. Algo la llevó
hacia el Callejón. Oyó la voz de Alberto que decía:

-¡Ahora! Al mismo tiempo, el Mercedes blanco destrozó un manzano. Las manzanas verdes rodaron por el capó.

-¡Esto es demasiado! -gritó el asesor fiscal-. Exijo una sustanciosa indemnización. Recibió el apoyo incondicional de su encantadora mujer.

-La culpa la tiene ese grosero. ¿Dónde está?

-Es como si se los hubiera tragado la tierra -dijo Helene Amundsen, y lo dijo no sin cierto orgullo. Se enderezó, se acercó a la mesa manchada y comenzó a recoger algo de la fiesta filosófica del jardín.

-¿Quiere alguien más café?

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