ASI HABLÓ ZARATHUSTRA
(CUARTA PARTE)


La ofrenda de la miel


Y de nuevo pasaron lunas y años sobre el alma de Zaratustra, y él no prestaba atención a eso; mas su cabello se volvió blanco. Un día, cuando se hallaba sentado sobre una
piedra delante de su caverna y miraba en silencio hacia afuera, - desde allí se ve el mar a lo lejos, al otro lado de abismos tortuosos - sus animales estuvieron dando vueltas, pensativos, a su alrededor y por fin se colocaron delante de él.
«Oh Zaratustra, dijeron, ¿es que buscas con la mirada tu felicidad?»'- - «¡Qué importa la felicidad!, respondió el, hace ya mucho tiempo que yo no aspiro a la felicidad, aspiro a mi obra.» - «Oh Zaratustra, hablaron de nuevo los animales, dices eso como quien está sobrado de bien. ¿No yaces tú acaso en un lago de felicidad azul como el cielo?» - «Pícaros, respondió Zaratustra, y sonrió, ¡qué bien habéis elegido la imagen! Pero también sabéis que mi felicidad es pesada, y no como una fluida ola de agua: me oprime y no quiere despegarse de mi y se parece a pez derretida.» -
Entonces los animales se pusieron a dar vueltas de nuevo, pensativos, a su alrededor, y otra vez se colocaron delante de él. Oh Zaratustra, dijeron, ¿a eso se debe, pues, el que tú mismo te estés poniendo cada vez más amarillo y oscuro, aunque tu cabello aparente ser blanco y como de lino? ¡Mira, estás sentado en tu pez!» - ¡Qué decís, animales míos, dijo Zaratustra y se rió, en verdad blasfemé cuando hablé de la pez. Lo que a mí me ocurre les ocurre a todos los frutos que maduran. La miel que hay en mis venas es lo que vuelve más espesa mi sangre, también, más silenciosa mi alma.» - «Así será, oh Zaratustra, respondieron los animales, y se arrimaron a él; mas ¿no quieres subir hoy a una alta montana? El aire es puro, y hoy se ve una parte del mundo mayor que nunca.»
-Sí, animales míos, respondió él, acertado es vuestro consejo y conforme a mi corazón: ¡hoy quiero subir a una alta montaña! Pero cuidad de que allí tenga a mano miel, miel de colmena, amarilla, blanca, buena, fresca como el hielo. Pues sabed que allá arriba quiero hacer la ofrenda de la miel.» - Sin embargo, cuando Zaratustra estuvo en la cumbre mandó a casa a sus animales, que lo habían acompañado, y vio que entonces estaba solo: - entonces se rió de todo corazón, miró a su alrededor y habló así:
¡El haber hablado de ofrendas, y de ofrendas de miel, fue sólo una argucia oratoria y, en verdad, una tontería útil! Aquí arriba me es lícito hablar con mayor libertad que delante de cavernas de eremitas y de animales domésticos de eremitas.
¡Por qué hacer una ofrenda! Yo derrocho lo que se me regala, yo derrochador de las mil manos: ¡cómo me sería lícito llamar a esto todavía - hacer una ofrenda!
Y cuando yo pedía miel, lo que pedía era tan sólo un cebo y un dulce y viscoso almíbar, al que son aficionados incluso los osos gruñones y los pájaros extraños, refunfuñadores, malvados:
- el mejor cebo, cual lo precisan cazadores y pescadores. Pues si el mundo es cual un oscuro bosque lleno de animales, y jardín de delicias de todos los cazadores furtivos, a mí me parece más bien, y aun mejor, un mar rico y lleno de abismos, - un mar lleno de peces y cangrejos de todos los colores, que hasta los dioses sentirían deseos de hacerse pescadores en su orilla y echadores de redes: ¡tan abundante es el mundo en rarezas grandes y pequenas!
Especialmente el mundo de los hombres, el mar de los hombres: - a él lanzo yo ahora mi caña de oro y digo: ¡ábrete, abismo del hombre!
¡Ábrete y arrójame tus peces y tus centelleantes cangrejos! ¡Con mi mejor cebo pesco yo hoy para mi los más raros peces humanos!
- mi propia felicidad arrójola lejos, a todas las latitudes y lejanías, entre el amanecer, el mediodía y el atardecer, a ver si muchos peces humanos aprenden a tirar y morder de mi felicidad.
Hasta que, mordiendo mis afilados anzuelos escondidos, tengan que subir a mi altura los más multicolores gobios de los abismos, subir hacia el más maligno de todos los pescadores de hombres.
-Pues eso soy yo a fondo y desde el comienzo, tirando, atrayendo, levantando, elevando, alguien que tira, que cría y corrige, que no en vano se dijo a sí mismo en otro tiempo: «¡Llega a ser el que eres
Así, pues, que los hombres suban ahora hasta mí: pues todavía aguardo los signos de que ha llegado el tiempo de mi descenso, todavía no me hundo yo mismo en mi ocaso como tengo que hacerlo, entre los hombres.
A esto aguardo aquí, astuto y burlón, en las altas montañas, ni impaciente ni paciente, sino más bien como quien ha olvidado hasta la paciencia, - porque ya no «padece.
Mi destino me deja tiempo, en efecto: ¿acaso me ha olvidado? ¿O está sentado a la sombra detrás de una gran piedra y se dedica a cazar moscas?
Y, en verdad, le estoy reconocido, a mi eterno destino, de que no me urja ni me apremie y me deje tiempo para bromas y maldades: de modo que hoy he subido a esta alta montaña a pescar peces.
¿Ha pescado un hombre alguna vez peces sobre altas montañas? Y aunque sea una tontería lo que yo quiero y hago aquí arriba: mejor es esto que no volverme solemne allá abajo, a fuerza de aguardar, y verde y amarillo - uno que resopla afectadamente de cólera a fuerza de aguardar, una santa tempestad rugiente que baja de las montañas, un impaciente que grita a los valles: «¡Oíd, u os azoto con el látigo de Dios!»
No es que yo me enoje por esto con tales coléricos: ¡me hacen reír bastante! ¡Impacientes tienen que estar esos grandes tambores ruidosos, que o hablan hoy o no hablan nunca!
Mas yo y mi destino - no hablamos al Hoy, tampoco hablamos al Nunca: para hablar tenemos paciencia, y tiempo, y más que tiempo. Pues un día tiene él que venir, y no le será lícito pasar de largo.
¿Quién tiene que venir un día, y no le será lícito pasar de largo? Nuestro gran Hazar, es decir, nuestro grande y remoto reino del hombre, el reino de Zaratustra de los mil años--
¿A qué distancia se encuentra ese algo «lejano»? ¡Qué me importa eso! Mas no por ello es para mí menos firme -, con ambos pies estoy yo seguro sobre ese fundamento, - sobre un fundamento eterno, sobre una dura roca primitiva, sobre estas montanas primitivas, las más elevadas y duras de todas, a las que acuden todos los vientos como a una divisoria meteorológica, preguntando por el ¿dónde? y por el ¿de dónde? y por el ¿hacia dónde?
¡Ríe aquí, ríe, luminosa y saludable maldad mía! ¡Desde las altas montañs arroja hacia abajo tu centelleante risotada burlona! ¡Pesca para mí con tu centelleo los más hermosos peces humanos!
Y lo que en todos los mares a mí me pertenece, mi en-mí y para-mí en todas las cosas, - péscame eso y sácalo fuera, sube eso hasta mí: eso es lo que aguardo yo, el más maligno de todos los pescadores.
¡Llejos, lejos, anzuelo mío! ¡Dentro, hacia abajo, cebo de mi felicidad! ¡Deja caer gota a gota tu más dulce rocío, miel de mi corazón! ¡Muerde, anzuelo mío, en el vientre de toda negra tribulación!
¡Lejos, lejos, ojos míos! ¡Oh, cuántos mares a mi alrededor, cuántos futuros humanos que alborean! Y por encima de mi- ¡qué calma rosada! ¡Qué silencio despejado de nubes!


Presentación
















El grito de socorro


Al día siguiente estaba sentado Zaratustra de nuevo en su piedra delante de la caverna mientras los animales andaban fuera errantes por el mundo para traer nuevo alimento, - también nueva miel: pues Zaratustra había consumido y derrochado la vieja miel hasta la última gota. Y mientras se hallaba así sentado, con un bastón en la mano, y dibujaba sobre la tierra la sombra de su figura, reflexionando, y, ¡en verdad!, no sobre sí mismo ni sobre su sombra, - de pronto se asustó y se sobresaltó: pues junto a su sombra veía otra sombra distinta.Y al mirar rápidamente a su alrededor y levantarse, he aquí que junto a él estaba el adivino, el mismo a quien en otro tiempo había dado de comer y de beber en su mesa, el anunciador de la gran fatiga, que enseñaba: «Todo es idéntico, nada vale la pena, el mundo carece de sentido, el saber estrangula». Pero su rostro había cambiado entretanto; y cuando Zaratustra le miró a los ojos, su corazón volvió a asustarse: tantos eran los males presagios y los rayos cenicientos que cruzaban por aquella cara.
El adivino, que se había dado cuenta de lo que ocurría en el alma de Zaratustra, se pasó la mano por el rostro como si quisiera borrarlo; lo mismo hizo también Zaratustra. Y cuando ambos de ese modo se hubieron serenado y reanimado en silencio, diéronse las manos en señal de que querían reconocerse.
«Bienvenido seas, dijo Zaratustra, tú adivino de la gran fatiga, no debe ser en vano el que en otro tiempo fueras mi comensal y mi huésped. ¡Come y bebe también hoy en mi casa, y perdona el que un viejo alegre se siente contigo a la mesa!»
- «¿Un viejo alegre?, respondió el adivino moviendo la cabeza: quien quiera que seas o quieras ser, oh Zaratustra, lo has sido ya mucho tiempo aquí arriba, - ¡dentro de poco no estará ya tu barca en seco!» - «¿Es que yo estoy en seco?, preguntó Zaratustra riendo. - «Las olas en torno a tu montaña, respondió el adivino, suben cada vez más, las olas de la gran necesidad y tribulación pronto levantarán también tu barca y te llevarán lejos de aquí». - Zaratustra calló al oír esto y se maravilló. - «¿No oyes todavía nada?, continuó diciendo el adivino: ¿no suben de la profundidad un fragor y un rugido?, - Zaratustra siguió callado y escuchó: entonces oyó un grito largo, largo, que los abismos se lanzaban unos a otros y se devolvían, pues ninguno quería retenerlo: tan funestamente resonaba.
«Tú, perverso adivino, dijo finalmente Zaratustra, eso es un grito de socorro y un grito de hombre, y sin duda viene de un negro mar. ¡Mas qué me importan las necesidades de los hombres! Mi último pecado, que me ha sido reservado para el final, - ¿sabes tú acaso cómo se llama?»
- «¡Compasión! respondió el adivino con el corazón rebosante, y alzó las dos manos - ¡oh Zaratustra, yo vengo para seducirte a cometer tu último pecado!» -
Y apenas habían sido dichas estas palabras retumbó de nuevo el grito, más largo y angustioso que antes, también mucho más cercano ya. «¿Oyes? ¿Oyes, Zaratustra?, exclamó el adivino, ese grito es para ti, a ti es a quien llama: ¡ven, ven, ven, es tiempo, ya ha llegado la hora!» -
Zaratustra callaba, desconcertado y trastornado; finalmente preguntó, como quien vacila en su interior: «¿Y quién es el que allí me llama?»
Tú lo sabes bien, respondió con violencia el adivino ¿por qué te escondes? ¡El hombre superior es quien grita llamándote!»
«¡El hombre superior!, gritó Zaratustra horrorizado: ¿qué quiere ése? ¿Qué quiere ése? ¡El hombre superior! ¿Qué quiere aqui ése?» - y su piel se cubrió de sudor.
Pero el adivino no respondió a la angustia de Zaratustra, sino que siguió escuchando hacia la profundidad. Y cuando se hizo allí un largo silencio, volvió su vista atrás y vio a Zaratustra de pie y temblando.
«Oh Zaratustra, empezó a decir con triste voz, no estás ahí como alguien a quien su felicidad le hace dar vueltas: ¡tendrás que bailar si no quieres caerte al suelo!
Pero aunque quisieras bailar y ejecutar todas tus piruetas delante de mí: a nadie le sería lícito decirme: Mira, ¡ahí baila el último hombre alegre!
En vano vendría hasta esta altura uno que buscase aquí a ese hombre: encontraría sin duda cavernas, y otras cavernas detrás de las primeras, y escondrijos para gente escondida, mas no pozos de felicidad ni tesoros ni filones vírgenes del oro de la felicidad.
Felicidad - ¿cómo encontrar felicidad entre tales sepultados y tales eremitas?  ¿Tengo que buscar todavía la última felicidad en islas afortunadas y a lo lejos entre mares olvidados?
¡Pero todo es idéntico, nada merece la pena, de nada sirve buscar, ya no hay tampoco islas afortunadas!» - -

Así dijo el adivino suspirando; mas al oír su último suspiro Zaratustra recobró su lucidez y su seguridad, como uno que sale desde un profundo abismo a la luz. «¡No! ¡No! ¡Tres veces no!, exclamó con fuerte voz y se acarició la barba - ¡De eso sé yo más que tú! ¡Todavía existen islas afortunadas! ¡Calla tú de eso, suspirante saco de aflicciones!
¡Deja de chapotear acerca de eso, tú nube de lluvia en la mañana! ¿No estoy ya mojado por tu tribulación, empapado como un perro?
Ahora voy a sacudirme y a alejarme de ti, para quedar seco de nuevo: ¡de esto no tienes derecho a asombrarte! ¿Te parezco descortés? Pero aquí está mi corte.
Y en lo que se refiere a tu hombre superior: ¡bien!, voy aprisa a buscarlo en aquellos bosques: de allí venía su grito. Tal vez lo acosa allí un malvado animal.
Está en mis dominios: ¡en ellos no debe sufrir ningún daño! Y, en verdad, hay muchos animales malvados en mi casa.» -
Dichas estas palabras Zaratustra se dio la vuelta para irse. Entonces dijo el adivino: «Oh Zaratustra, ¡eres un bribón!
Lo sé bien: ¡quieres librarte de mí! ¡Prefieres correr a los bosques y acechar animales malvados!
Mas ¿de qué te sirve eso? Al atardecer me tendrás de nuevo, en tu propia caverna permaneceré sentado, paciente y pesado como un leño - ¡y te aguardaré!»
«¡Así sea!, replicó Zaratustra yéndose: ¡y lo que en mi caverna es mío, también te pertenece a ti, huésped mío!
Y si todavía encontrases miel ahí dentro, ¡bien!, ¡lámetela toda, oso gruñón, y endulza tu alma! Pues al atardecer queremos estar los dos de buen humor.
- ¡de buen humor y contentos de que este día haya acabado! Y tú mismo debes bailar al son de mis canciones, como mi oso bailador.
¿No lo crees? ¿Mlueves la cabeza? ¡Bien! ¡Adelante! ¡Viejo oso! También yo - soy un adivino.»

Así habló Zaratustra.


Presentación
















Coloquio con los reyes

No había pasado aún una hora desde que Zaratustra andaba caminando por sus montañas y bosques cuando vio de pronto un extraño cortejo. Justo por el camino por el que él iba bajando venían dos reyes a pie, adornados con coronas y con cinturones de púrpura, tan multicolores como dos
flamencos: conducían delante de ellos un asno cargado. «¿Qué quieren esos reyes en mi reino?», dijo asombrado Zaratustra a su corazón, y se escondió rápidamente detrás de unas matas. Y cuando los reyes se acercaban adonde él estaba, dijo a media voz, como quien se habla a sí solo: «¡Qué extraño! ¡Qué extraño! ¿Cómo se compagina esto? Veo dos reyes - ¡y un solo asno!»
Entonces los dos reyes se detuvieron, sonrieron, miraron hacia el lugar de donde la voz venía, y luego se miraron ellos mismos cara a cara. «Esas cosas se las piensa también ciertamente entre nosotros, dijo el rey de la derecha, pero no se las dice.»
El rey de la izquierda se encogió de hombros y respondió: «Sin duda será un cabrero. O un eremita que ha vivido durante demasiado tiempo entre rocas y árboles. La falta total de sociedad, en efecto, acaba por echar a perder también las buenas costumbres».
¿Las buenas costumbres?, replicó malhumorado y con amargura el otro rey: ¿de qué vamos nosotros escapando?
¿No es de las "buenas costumbres"' ¿De nuestra "buena sociedad"?
Mejor es, en verdad, vivir entre eremitas y cabreros que con nuestra dorada, falsa y acicalada plebe - aunque se llame a sí misma "buena sociedad",
- aunque se llame a sí misma "nobleza'. Allí todo es falso, podrido, en primer lugar la sangre, gracias a viejas y malas enfermedades y a curanderos aun peores.
El mejor y el preferido continúa siendo para mi hoy un sano campesino, tosco, astuto, testarudo, tenaz: ésa es hoy la especie más noble.
El campesino es hoy el mejor; ¡y la especie de los campesinos debería dominar! Pero éste es el reino de la plebe, - ya no me dejo engañar. Y plebe quiere decir: mezcolanza.
Mezcolanza plebeya: en ella todo está revuelto con todo, santo y bandido e hidalgo y judío y todos los animales del arca de Noé.
¡Buenas costumbres! Todo es entre nosotros falso y podrido. Nadie sabe ya venerar: justo de eso es de lo que nosotros vamos huyendo. Son perros empalagosos y pegajosos, pintan con purpurina hojas de palma.
¡La náusea que me estrangula es que incluso nosotros los reyes nos hemos vuelto falsos, andamos recubiertos y disfrazados con la vieja y amarillenta pompa de nuestros abuelos, siendo medallones para los más estúpidos y para los más astutos y para todo el que hoy trafica con el poder!
Nosotros no somos los primeros - y, sin embargo, tenemos que pasar por tales: de esa superchería estamos ya hartos por fin, y nos produce náuseas.
De la chusma hemos escapado, de todos esos vocingleros y moscardones que escriben, del hedor de los tenderos, de la agitación de los ambiciosos, del aliento pestilente -: puf, vivir en medio de la chusma,
- puf, ¡pasar por los primeros en medio de la chusma! Ay, ¡náusea! ¡náusea! ¡náusea! ¿Qué importamos ya nosotros los reyes? -
«Tu vieja enfermedad te acomete, dijo entonces el rey de la izquierda, la náusea te acomete, pobre hermano mío. Pero ya sabes que hay alguien que nos está escuchando.»
Inmediatamente se levantó de su escondite Zaratustra, que había abierto del todo sus oídos y sus ojos a estos discursos, acercóse a los reyes y comenzó a decir: «Quien os escucha, quien con gusto os escucha, reyes, se llama Zaratustra.
Yo soy Zaratustra, que en otro tiempo dijo: ¡Qué importan ya los reyes! Perdonadme que me haya alegrado cuando os decíais uno a otro: ¡Qué importamos nosotros los reyes!
Éste es mi reino y mi dominio: ¿qué andáis buscando vosotros en mi reino? Pero acaso habéis encontrado en el camino lo que yo busco, a saber: el hombre superior.»
Cuando los reyes oyeron esto se dieron golpes de pecho y dijeron con una sola boca: «¡Hemos sido reconocidos!
Con la espada de esa palabra has desgarrado la más densa tiniebla de nuestro corazón. Has descubierto nuestra necesidad, pues ¡mira! Estamos en camino para encontrar al hombre superior,
- al hombre que sea superior a nosotros: aunque nosotros seamos reyes. Para él traemos este asno. Pues el hombre supremo, el superior a todos, debe ser en la tierra también el señor supremo.
No existe desgracia más dura en todo destino de hombre que cuando los poderosos de la tierra no son también los primeres hombres. Entonces todo se vuelve falso Y torcido y monstruoso.
Y cuando incluso son los últimos, y más animales que hombres: entonces la plebe sube y sube de precio, y al final la virtud de la plebe llega a decir: ¡mirad, virtud soy yo unicamente! -
¿Qué acabo de oír?, respondió Zaratustra: ¡Qué sabiduría en unos reyes! Estoy encantado y, en verdad, me vienen ganas de hacer unos versos sobre esto:
- aunque sean unos versos no aptos para los oídos de todos.
Hace ya mucho tiempo que he olvidado el tener consideraciones con orejas largas. ¡Bien! ¡Adelante!
(Pero entonces ocurrió que también el asno tomó la palabra: y dijo clara y malévolamente I-A

En otro tiempo - creo que en el año primero de la salvación -
Dijo la Sibila, embriagada sin vino:
«¡Ay, las cosas marchan mal!
¡Ruina! ¡Ruina! ¡Nunca cayó tan bajo el mundo!
Roma bajó a ser puta y burdel,
El César de Roma bajó a ser un animal, Dios mismo - ¡se hizo judío


Los reyes se deleitaron con estos versos de Zaratustra; y el rey de la derecha dijo: «¡Oh Zaratustra, qué bien hemos hecho en habernos puesto en camino para verte!
Pues tus enemigos nos mostraban tu imagen en su espejo: en él tú mirabas con la mueca de un demonio y con una risa burlona: de modo que teníamos miedo de ti.
¡Mas de qué servía esto! Una y otra vez nos punzabas el oído y el corazón con tus sentencias. Entonces dijimos finalmente: ¡qué importa el aspecto que tenga!
Tenemos que oírle a él, a él que enseña "¡debéis amar la paz como medio para nuevas guerras, y la paz corta más que la larga!
Nadie ha dicho hasta ahora palabras tan belicosas como: ¿Qué es bueno? Ser valiente es bueno. La buena guerra es la que santifica toda causa.
Oh Zaratustra, la sangre de nuestros padres se agitaba en nuestro cuerpo al oír tales palabras: era como el discurso de la primavera a viejos toneles de vino.
Cuando las espadas se cruzaban como serpientes de manchas rojas, entonces nuestros padres encontraban buena la vida; el sol de toda paz les parecía flojo y tibio, y la larga paz daba vergüenza.
¡Cómo suspiraban nuestros padres cuando veían en la pared espadas relucientes y secas! Lo mismo que éstas, también ellos tenían sed de guerra. Pues una espada quiere beber sangre y centellea de deseo.» - -
- Mientras los reyes hablaban y parloteaban así, con tanto ardor, de la felicidad de sus padres, Zaratustra fue acometido por unas ganas no pequeñas de burlarse de su ardor: pues eran visiblemente reyes muy pacíficos los que él veía delante de sí, reyes con rostros antiguos y delicados. Mas se dominó. ¡Bien!, dijo, hacia allá sigue el camino, allá se encuentra la caverna de Zaratustra; ¡y este día debe tener una larga noche!
Pero ahora me llama un grito de socorro que me obliga a alejarme de vosotros a toda prisa.
Es un honor para mi caverna el que unos reyes quieran sentarse en ella y aguardar: ¡pero, ciertamente, tendréis que aguardar mucho tiempo!
¡Bien! ¡Qué importa! ¿Dónde se aprende hoy a aguardar mejor que en las cortes? Y la entera virtud de los reyes, la que les ha quedado, - ¿no se Llama hoy poder-aguardar?»

Así habló Zaratustra.


Presentación
















La sanguijuela


Y Zaratustra siguió pensativo su camino, bajando cada vez más, atravesando bosques y bordeando terrenos pantanosos; y como le ocurre a todo aquel que reflexiona sobre cosas difíciles pisó, sin darse cuenta, a un hombre. Y he aquí que de pronto le salpicaron la cara un grito de dolor y dos maldiciones y veinte injurias perversas: de modo que, con el susto, alzó el bastón y golpeó además a aquel al que había pisado.
Pero inmediatamente recobró el juicio; y su corazón rió de la tontería que acababa de cometer.
«Perdona, dijo al pisado, el cual se había erguido furioso y se había sentado, perdona y escucha antes de nada una parábola.
Así como un viajero que sueña con cosas lejanas tropieza, sin darse cuenta, en una calle solitaria con un perro dormido, con un perro tendido al sol:
- y ambos se encolerizan, se increpan, como enemigos mortales, los dos mortalmente asustados: así nos ha ocurrido a nosotros.
¡Y sin embargo! Y sin embargo - ¡qué poco ha faltado para que ambos se acariciasen, ese perro y ese solitario! ¡Pues ambos son - solitarios!»
- «Quienquiera que seas, dijo, todavía furioso, el pisado, ¡también con tu parábola me pisoteas, y no sólo con tu pie!
Mira, ¿es que yo soy un perro?» - y en ese momento el sentado se levantó y sacó su brazo desnudo del pantano. Antes, en efecto, había estado tendido en el suelo, oculto e irreconocible, como quienes acechan la caza de los pantanos.
«¡Pero qué estás haciendo!, exclamó Zaratustra asustado, pues veía que por el desnudo brazo corría mucha sangre, -¿qué te ha ocurrido? ¿Te ha mordido, desgraciado, un perverso animal?»
El que sangraba rió, aunque todavía estaba encolerizado.«¡Qué te importa!, dijo, y quiso marcharse. Aquí estoy en mi casa y en mis dominios. Pregúnteme quien quiera: a un majadero difícilmente le responderé.»
«Te engañas, dijo Zaratustra compadecido, y lo retuvo, te engañas: aquí no estás en tu casa, sino en mi reino, y en él a nadie debe ocurrirle daño alguno.
Llámame como quieras, - yo soy el que tengo que ser. El nombre que me doy a mí mismo es Zaratustra.
¡Bien! Por ahí sube el camino que lleva hasta la caverna de Zaratustra: no está lejos, - ¿no quieres cuidar tus heridas en mi casa?
Mal te ha ido desgraciado, en esta vida: primero te mordió el animal, y luego - ¡te pisó el hombre!» Pero cuando el pisado oyó el nombre de Zaratustra, se transformó. «¡Qué me pasa!, exclamó, ¿quién me interesa aún en esta vida si no ese solo hombre, a saber, Zaratustra, y ese único animal que vive de la sangre, la sanguijuela?
A causa de la sanguijuela estaba yo aquí tendido junto a este pantano como un pescador, y ya mi brazo extendido había sido picado diez veces cuando aún me pica, buscando mi sangre, un erizo más hermoso, Zaratustra mismo!
¡Oh felicidad! ¡Oh prodigio! ¡Bendito sea este día que me indujo a venir a este pantano! ¡Bendita sea la mejor y más viva de las ventosas que hoy viven, bendito sea Zaratustra, gran sanguijuela de conciencias!» -
Así habló el pisado; y Zaratustra se alegró de sus palabras y de sus delicados y respetuosos modales: «¿Quién eres?, preguntó y le tendió la mano, entre nosotros queda mucho que aclarar y que despejar: pero ya, me parece, se está haciendo de día, un día puro y luminoso».
«Yo soy el concienzudo del espíritu, respondió el interrogado, y en las cosas del espíritu difícilmente hay alguien que las tome con mayor rigor, severidad y dureza que yo, excepto aquel de quien yo he aprendido eso, Zaratustra mismo.
¡Es preferible no saber nada que saber mucho a medias! ¡Es preferible ser un necio por propia cuenta que un sabio con arreglo a pareceres ajenos! Yo - voy al fondo:
- ¡qué importa que éste sea grande o pequeño! ¡Que se llame pantano o cielo! Un palmo de fondo me basta: ¡con tal que sea verdaderamente fondo y suelo!
- un palmo de fondo: sobre él puede uno estar de pie. En la verdadera ciencia concienzuda no hay nada grande ni nada pequeño.»
«¿Entonces tú eres acaso el conocedor de la sanguijuela?, preguntó Zaratustra; ¿y estudias la sanguijuela hasta sus últimos fondos, tú concienzudo?»
«Oh Zaratustra, respondió el pisado, eso sería una enormidad, ¡cómo iba a serme lícito atreverme a tal cosa!
En lo que yo soy un maestro y un conocedor es en el cerebro de la sanguijuela: - ¡ése es mi mundo!
¡También ése es un mundo! Mas perdona el que aquí tome la palabra mi orgullo, pues en esto no tengo igual. Por ello dije "aquí estoy en mi casa".
¡Cuánto tiempo hace ya que estudio esa única cosa, el cerebro de la sanguijuela, para que la escurridiza verdad no se me escurra ya aquí! ¡Aquí está mi reino!
- por esto eché por la borda todo lo demás, por esto se me volvió indiferente todo lo demás; y justo al lado de mi saber acampa mi negra ignorancia.
Mi conciencia del espíritu quiere de mí que yo sepa una única cosa y que no sepa nada de lo demás: ¡siento náuseas de todas las medianías del espíritu, de todos los vaporosos, fluctuantes, soñadores.
Donde mi honestidad acaba, allí yo soy ciego y quiero también serlo. Pero donde quiero saber, allí quiero también ser honesto, es decir, duro, riguroso, severo, cruel, implacable.
El que en otro tiempo tú dijeras, oh Zaratustra: "Espíritu es la vida que se saja a sí misma en vivo", eso fue lo que me llevó a tu doctrina y me indujo a seguirla. Y, en verdad, ¡con mi propia sangre he aumentado mi propio saber!»
«Como la
evidencia enseña», se le ocurrió a Zaratustra; pues aún seguía corriendo la sangre por el brazo desnudo del concienzudo. Diez sanguijuelas, en efecto, se habían agarrado  él.
¡Oh tú, extraño compañero, cuántas cosas me enseña esta evidencia, es decir, tú mismo! ¡Y tal vez no me sea lícito vaciarlas todas ellas en tus severos oídos!
¡Bien! ¡Separémonos aquí! Pero me gustaría volver a encontrarte. Por ahí sube el camino que lleva hasta mi caverna: ¡hoy por la noche debes ser mi huésped querido!
También me gustaría reparar en tu cuerpo el que Zaratustra te haya pisado: sobre eso reflexiono. Pero ahora me llama un grito de socorro que me obliga a alejarme de ti a toda prisa.»

Así habló Zaratustra.


Presentación
















El mago

Y cuando Zaratustra dio la vuelta a una roca vio no lejos debajo de sí, en el mismo camino, a un hombre que agitaba los miembros como un loco furioso y que, finalmente, cayó de bruces en tierra. «¡Alto!, dijo entonces Zaratustra a su corazón, ése de ahí tiene que ser sin duda el hombre superior, de él venia aquel perverso grito de socorro, - voy a ver si se le puede ayudar.» Mas cuando llegó corriendo al lugar donde el hombre yacía en el suelo encontró a un viejo tembloroso,con los ojos fijos, y aunque Zaratustra se esforzó mucho por levantarlo y ponerlo de nuevo en pie, fue inútil. El desgraciado no parecía ni siquiera advertir que alguien estuviese junto a él; antes bien, no hacía otra cosa que mirar a su alrededor, con gestos conmovedores, como quien ha sido abandonado por todo el mundo y dejado solo. Pero al fin, tras muchos temblores, convulsiones y contorsiones, comenzó a
lamentarse de este modo:
«Quién me calienta, quién me ama todavía?
¡Dadme manos ardientes!
¡Dadme braseros para el corazón!
¡Postrado en tierra, temblando de horror,
Semejante a un mediomuerto, a quien la gente le calienta los pies -
Agitado, ¡ay!  por fiebres desconocidas,
Temblando ante las agudas, gélidas flechas del escalofrío,
Acosado por ti, ¡ pensamiento!
¡Innombrable! ¡Encubierto! ¡Espantoso!
¡Tú, cazador oculto detrás de nubes!
Fulminado a tierra por ti,
Ojo burlón que me miras desde lo oscuro:
- Así yazgo,
Me encorvo, me retuerzo, atormentado
Por todas las eternas torturas,
Herido
Por ti, el más cruel de los cazadores,
¡Tú desconocido - Dios!·"'


¡Hiere más hondo,
Hiere otra vez!
¡Taladra, rompe este corazón!
¿Por qué esta tortura
Con flechas embotadas?
¿Por qué vuelves a mirar,
No cansado del tormento del hombre,
Con ojos crueles, como rayos divinos?
¿No quieres matar,
Sólo torturar, torturar?
¡Para qué - torturarme a mí,
Tú cruel, desconocido Dios! -

¡Ay, ay! ¿Te acercas a escondidas?
¿En esta medianoche
Qué quieres? ¡Habla!
Me acosas, me oprimes -
¡Ay! ¡ya demasiado cerca!
¡Fuera! ¡Fuera!
Me oyes respirar,
Escuchas mi coruzón.
Auscultas mi corazón,
Tú celoso -
Pero ¿celoso de qué?
¡Fuera! ¡Fuera! ¿Para qué esa escala?
¡Quieres entrar dentro,
en el corazón,
Penetrar en mis más ocultos
Pensamientos!
¡Desvergonzado! ¡Desconocido - ladrón!
¡Qué quieres robar!
¡Qué quieres escuchar?
¡Qué quieres arrancar con tormentos?
¡Tú atormentador!
¡Tú- Dios-verdugo!
¿O es que debo, como el perro,
Arrastrarme delante de ti?
¿Sumiso fuera de mí de entusiasmo,
Menear la cola declarándote - mi amor?

¡En vano! ¡Sigue pinchando
Cruelísimo aguijón! No,
No un perro - tu caza soy tan sólo,
¡Cruelísimo cazador!
Tu más orgulloso prisionero,
¡Salteador oculto detrás de nubes!
Habla por fin,
¿Qué quieres tú, salteador de caminos, de mí!
¡Tú oculto por el rayo! ¡Desconocido! Habla,
¡Qué quieres tú, desconocido Dios? - -

¿Cómo? ¿Dinero de rescate?
¿Cuánto dinero de rescarte quieres?
Pide mucho - ¡te lo aconseja mi segundo orgullo!
¡Ay! ¡Ay!
¿Y me torturas, necio,
Atormentas mi orgullo?
Dame amor- ¿quién me calienta  todavía?
¿Quién me ama todavía? - dame manos ardientes,
Dame braseros para el corazón,

Dame a mí, al más solitario de todos,
Al que el hielo, ay, un séptuplo hielo
Enseña a desear
Incluso enemigos,
Enemigos,
Dame, si, entrégame,
cruelísimo enemigo,

Dame - ¡a tí mismo!

¡Se fue!

¡Huyó tambien él!

Mi último y único compañero,

Mi gran enemigo,

Mi gran desconocido,

Mi Dios-verdugo!

-¡No! ¡Vuelve!

¡Con todas tus torturas!

¡Oh vuelve!

Al último de todos los solitarios!

¡Todos los arroyos de mis lágrimas

Corren hacia tí!

¡Y la última llama de mi corazón-

Para tí se alza ardiente!

¡Oh, vuelve

Mi desconocido Dios! ¡Mi dolor! ¡Mi última- felicidad!

 

2
- Mas aquí Zaratustra no pudo contenerse por más tiempo, tomó su bastón y golpeó con todas sus fuerzas al que se lamentaba. «¡Deténte!, le gritaba con risa llena de rabia, ¡detente, comediante! ¡Falsario! ¡Mentiroso de raíz! ¡Yo te conozco bien!
¡Yo voy a calentarte las piernas, mago perverso», entiendo mucho de - calentar a gentes como tú!»
-«¡Basta, dijo el viejo levantándose de un salto del suelo, no me golpees más, oh Zaratustra! ¡Esto yo lo hacia tan sólo por juego!
Tales cosas forman parte de mi arte; ¡al darte esta prueba he querido ponerte a prueba a ti mismo! Y, en verdad, has adivinado bien mis intenciones!
Pero también tú - me has dado una prueba no pequeña de ti: ¡eres duro, sabio Zaratustra! ¡Golpeas duramente con tus "verdades", tu garrota me fuerza a decir - esta verdad!
- «No me adules, respondió Zaratustra, todavia irritado, con mirada sombría, ¡comediante de raiz! Tú eres falso: ¡qué hablas tú - de verdad!
Tú pavo real de los pavos reales, tú mar de vanidad, ¿qué papel has representado delante de mí, mago perverso, en quién debía yo creer cuando te lamentabas de aquella manera?»
«El penitente del espíritu, dijo el viejo, ese personaje es el que yo representaba: ¡tú mismo inventaste en otro tiempo esa expresión -
- el poeta y mago que acaba por volver su espíritu contra sí mismo, el transformado que se congela a causa de su malvada ciencia y de su malvada conciencia.
Y confiésalo: ¡mucho tiempo pasó, oh Zaratustra, hasta que descubriste mi arte y mi mentira! Tú creías en mi necesidad cuando me sostenías la cabeza con ambas manos, -
- yo te oía lamentarte ¡lo han amado demasiado poco, demasiado poco! De haberte yo engañado hasta tal punto, de eso se regocijaba íntimamente mi maldad.»
«Es posible que hayas engañado a otros más sutiles que yo, dijo Zaratustra con dureza. Yo no estoy en guardia contra los engañadores, yo tengo que estar sin cautela: así lo quiere mi suerte.
Pero tú - tienes que engañar: ¡hasta ese punto te conozco! ¡Tú tienes que tener siempre dos, tres, cuatro y cinco sentidos!
¡Tampoco eso que ahora has confesado ha sido ni bastante verdadero ni bastante falso para mí!
Tú perverso falsario, ¡cómo podrías actuar de otro modo! Acicalarías incluso tu enfermedad si te mostrases desnudo a tu médico.
Y así acabas de acicalar ante mí tu mentira al decir: "¡esto yo lo hacía tan sólo por juego! También había seriedad en ello, ¡tú eres en cierta medida un penitente del espíritu!
Yo te comprendo bien: te has convertido en el encantador de todos, mas para ti no te queda ya ni una mentira ni una astucia, - ¡tú mismo estás para ti desencantado!
Has cosechado la náusea como tu única verdad. Ninguna palabra es ya en ti auténtica, pero sí lo es tu boca, es decir: la náusea que está pegada a tu boca».
¡Quién crees que eres!, gritó en este memento el mago con voz altanera, ¿a quién le es lícito hablarme así a mí, que soy el más grande de los que hoy viven?» - y un rayo verde salió disparado de sus ojos contra Zaratustra. Pero inmediatamente después cambió de expresión y dijo con tristeza:
«Oh Zaratustra, estoy cansado, siento náuseas de mis artes, yo no soy grande ¡por qué fingir! Pero tú sabes bien que - ¡yo he buscado la grandeza!
Yo he querido representar el papel de un gran hombre, y persuadí a muchos de que lo era: mas esa mentira era superior a mis fuerzas. Contra ella me destrozo:
Oh Zaratustra, todo es mentira en mí; mas que yo estoy destrozado - ¡ese estar yo destrozado es auténtico!» -
«Te honra, dijo Zaratustra sombrío, bajando y desviando la mirada, te honra, pero también te traiciona, el haber buscado la grandeza. Tú no eres grande.
Viejo mago perverso, lo mejor y más honesto que tú tienes, lo que yo honro en ti, es esto, el que te hayas cansado de ti mismo y hayas dicho: "yo no soy grande"
En esto yo te honro como a un penitente del espíritu: y si bien sólo fue por un momento, en ese único instante has sido - auténtico.
Mas dime, ¿qué buscas tú aquí en mis bosques y entre mis rocas? Y cuando te colocaste en mi camino, ¿qué prueba querías de mí? -
- ¿en qué querías tentarme a mí?» -
Así habló Zaratustra, y sus ojos centelleaban. El viejo mago calló un momento, luego dijo: «¿Te he tentado yo a ti? Yo - busco únicamente-
Oh Zaratustra, yo busco a uno que sea auténtico, justo, simple, sin equívocos, un hombre de toda honestidad, un vaso de sabiduría, un santo del conocimiento, ¡un gran hombre!
¡No lo sabes acaso, oh Zaratustra! Yo busco a Zaratustra.»

- Y en este instante se hizo un prolongado silencio entre ambos; Zaratustra se abismó profundamente dentro de sí mismo, tanto que cerró los ojos. Mas luego, retornando a su interlocutor, tomó la mano del mago y dijo, lleno de gentileza y de malicia:
«¡Bien! Por ahí sube el camino, allí está la caverna de Zaratustra. En ella te es lícito buscar a aquel que tú desearías encontrar.
Y pide consejo a mis animales, a mi águila y a mi serpiente: ellos te ayudarán a buscar. Pero mi caverna es grande. Yo mismo, ciertamente, - no he visto aún ningún gran hombre. Para lo que es grande el ojo de los más delicados es hoy grosero. Éste es el reino de la plebe.
A más de uno he encontrado ya que se estiraba y se hinchaba, y el pueblo gritaba: "Mirad, un gran hombre!  ¡Mas de qué sirven todos los fuelles del mundo! Al final lo que sale es viento.
Al final revienta la rana que se había hinchado durante demasiado tiempo: y lo que sale es viento. Pinchar el vientre de un hinchado es lo que yo llamo un buen entretenimiento.
¡Escushad esto, muchachos!
El día de hoy es de la plebe: ¡quién sabe ya qué es grande y qué es pequeño! ¡quién buscaría con fortuna la grandeza! Un necio únicamente: los necios son afortunados.
¿Tú buscas grandes hombres, tú extraño necio¿ ¿quién te ha enseñado eso?  ¿Es hoy tiempo de eso? Oh tú, perverso buscador, ¿por qué - me tientas?» - -

Así habló Zaratustra, con el corazón consolado, y siguió a pie su camino riendo.


Presentación
















Jubilado


No mucho después de haberse librado Zaratustra del mago vio de nuevo a alguien sentado junto al camino que él seguía, a saber, un hombre alto y negro, de pálido y descarnado rostro: éste le causó una violenta contrariedad. «Ay, dijo a su corazón, allí está sentada la
tribulación embozada, aquello me parece pertenecer a la especie de los sacerdotes: ¿qué quieren ésos en mi reino?
¡Cómo! Acabo de escapar de aquel mago: y tiene que atravesárseme de nuevo en mi camino otro nigromante, -
- un brujo cualquiera que practica la imposición de manos, un oscuro taumaturgo por gracia divina, un ungido calumniador del mundo, ¡a quien el diablo se lleve!
Pero el diablo no está nunca donde deberia estar: siempre llega demasiado tarde, ¡ese maldito enano y cojitranco!» -
Así maldecía Zaratustra, impaciente en su corazón, y pensaba en cómo pasaría rápidamente de largo junto al hombre negro mirando a otra parte: mas he aqui que las cosas ocurrieron de otro modo. Pues en aquel mismo instante el hombre sentado le había visto ya, y semejante a uno a quien le sale al encuentro una suerte imprevista se levantó de un salto y corrió hacia Zaratustra.
¡Quienquiera que seas, caminante, dijo, ayuda a un extraviado, a uno que busca, a un anciano al que con facilidad puede ocurrirle aquí algún daño!
Este mundo de aquí me es extraño y lejano, también he oído aullar a animales salvajes; y el que habría podido ofrecerme ayuda, ése no existe ya.
Yo buscaba al último hombre piadoso, un santo y un eremita, que, solo en su bosque, no había oído aún nada de lo que todo el mundo sabe hoy»-
«¿Qué sabe hoy todo el mundo?, preguntó Zaratustra. ¿Acaso que no vive ya el viejo Dios en quien todo el mundo creyó en otro tiempo?»
«Tú lo has dicho, respondió el anciano contristado. Y yo he servido a ese viejo Dios hasta su última hora. Mas ahora estoy jubilado, no tengo dueño y, sin embargo, no estoy libre, tampoco estoy alegre ni una sola hora, a no ser cuando me entrego a los recuerdos.
Por ello he subido a estas montañas, para celebrar por fin de nuevo una fiesta para mí, cual conviene a un antiguo papa y padre de la Iglesia: pues sábelo, ¡yo soy el último papa! - una fiesta de piadosos recuerdos y cultos divinos.
Pero ahora también él ha muerto, el más piadoso de los hombres, aquel santo del bosque que alababa constantemente a su Dios cantando y gruñendo.
A él no lo encontré ya cuando encontré su choza, - pero si a dos lobos dentro, que aullaban por su muerte - pues todos los animales lo amaban. Entonces me fui de allí corriendo.
¿Inútilmente había venido yo, por tanto, a estos bosques y montañas? Mi corazón decidió entonces que yo buscase a otro distinto, al más piadoso de todos aquellos que no creen en Dios -, ¡que yo buscase a Zaratustra!»
Así habló el anciano y miró con ojos penetrantes a aquel que se hallaba delante de él; mas Zaratustra cogió la mano del viejo papa y la contempló largo tiempo con admiración.
«Míra, venerable, dijo luego, ¡qué mano tan bella y tan larga! Esta es la mano de uno que ha impartido siempre bendiciones. Pero ahora esa mano agarra firmemente a aquel a quien tú buscas, a mí, Zaratustra.
Yo soy Zaratustra el ateo, que dice: ¿quién es más ateo que yo, para gozarme con sus enseñanzas?-
Así habló Zaratustra, y con sus miradas perforaba los pensamientos y las más recónditas intenciones del viejo papa. Por fin éste comenzó a decir:
«Quien lo amó y lo poseyó más que ningún otro, ése lo ha perdido también más que ningún otro -:
- mira, ¿no soy yo ahora, de nosotros dos, el más ateo? ¡Mas quién podría alegrarse de eso!» -
- «Tú le has servido hasta el final, preguntó Zaratustra pensativo, después de un profundo silencio, ¿sabes cómo murió? ¿Es verdad, como se dice, que fue la compasión la que lo estranguló?
- que vio cómo el hombre pendía de la cruz, y no soportó que el amor al hombre se convirtiese en su infierno y finalmente en su muerte!» - -
Mas el viejo papa no respondió, sino que tímidamente, y con una expresión dolorosa y sornbría, desvió la mirada.
«Déjalo que se vaya, dijo Zaratustra tras prolongada reflexión, mirando siempre al anciano derechamente a los ojos.
Déjalo que se vaya, ya ha desaparecido. Y aunque te honra el que no digas más que cosas buenas de ese muerto, tú sabes tan bien como yo quién era; y que seguía caminos extraños.»
«Hablando entre tres ojos, dijo, recobrado, el viejo papa  ( pues era tuerto ), en asuntos de Dios yo soy más ilustrado que el propio Zaratustra - y me es lícito serlo.
Mi amor le ha servido durante largos años, mi voluntad siguió en todo a su voluntad. Pero un buen servidor sabe todo, incluso muchas cosas que su señor se oculta a sí mismo.
Él era un Dios escondido, lleno de secretos. En verdad, no supo procurarse un hijo más que por caminos tortuosos. En la puerta de su fe se encuentra el adulterio.
Quien le ensalza como a Dios del amor no tiene una idea suficientemente alta del amor mismo. ¿No quería este Dios ser también juez? Pero mi amante ama más allá de la recompensa o la retribución.
Cuando era joven, este Dios del Oriente, era duro y vengativo y construyó un infierno para diversión de sus favoritos.
Pero al final se volvió viejo y débil y blando y compasivo, más parecido a un abuelo que a un padre, y parecido sobre todo a una vieja abuela vacilante.
Se sentaba alí, mustio, en el rincón de su estufa, se afliglía a causa de la debilidad de sus piernas, cansado del mundo, cansado de querer, y un día se asfixió con su excesiva compasión.
Tú viejo papa, le interrumpió aquí Zaratustra, ¿tú has visto eso con tus ojos?   Pues es posible que haya ocurrido así: así, y también de otra manera. Cuando los dioses mueren, mueren siempre de muchas especies de muerte.
Mas ¡bien! Así o asi, así y así - ¡se ha ido! Él contrariaba el gusto de mis oídos y de mis ojos, no quisiera decir nada peor sobre él.
Yo amo todo lo que mira limpiamente y habla con honestidad. Pero él - tú lo sabes bien, viejo sacerdote, en él había algo de tus maneras, de maneras de sacerdote - él era ambiguo.
Era también oscuro. ¡Cómo se irritaba con nosotros, resoplando cólera, porque le entendíamos mal! Mas ¿por qué no hablaba con mayor nitidez?
Y si dependía de nuestros oídos, ¿por qué nos dio unos oídos que le oían mal? Si en nuestros oídos había barro, ¡bien!, ¿quién lo había introducido alli?
¡Demasiadas cosas se le malograron a ese alfarero que no había aprendido del todo su oficio! Pero el hecho de que se vengase de sus pucheros y criaturas porque le hubiesen salido mal a él - eso era un pecado contra el buen gusto.
También en la piedad existe un buen gusto: éste acabó por decir ¡Fuera tal Dios! ¡Mejor!- ningún Dios, mejor construirse cada uno su destino a su manera, mejor ser un necio, mejor ser Dios mismo!
- «¡Qué oigo!, dijo entonces el papa aguzando los oídos; ¡oh Zaratustra, con tal incredulidad eres tú más piadoso de lo que crees! Algún Dios presente en ti te ha convertido a tu ateísmo.
¿No es tu piedad misma la que no te permite seguir creyendo en Dios? ¡Y tu excesiva honestidad te arrastrará más allá incluso del bien y Del mal!
Mira, pues, ¿qué se te ha reservado para el fìnal? Tienes ojos y mano y boca predestinados desde la eternidad a bendecir. No se bendice sólo con la mano.
En tu proximidad, aunque tú quieras ser el más ateo de todos, venteo yo un secreto aroma de incienso y un perfurne de prolongadas bendiciones: ello me hace bien y me causa dolor al mismo tiempo.
¡Permíteme ser tu huésped, oh Zaratustra, por una sola noche! ¡En ningún lugar de la tierra me siento ahora mejor que junto a ti!-
«¡Amén! ¡Así sea!, dijo Zaratüstra con gran admiración, por ahí arriba sube el camino, allí está la caverna de Zaratustra.
Con gusto, en verdad, te acompañaría yo mismo hasta alí, venerable, pues amo a todos los hombres piadosos. Pero ahora me llama un grito de socorro que me obliga a separarme de ti a toda prisa.
En mis dominios nadie debe sufrir daño alguno; mi caverna es un buen puerto. Y lo que más me gustaría sería colocar de nuevo en tierra firme y sobre piernas fìrmes a todos los tristes.
Mas ¿quién te quitaría a ti de los hombros el peso de tu melancolía? Para eso soy yo demasiado débil. Largo tiempo, en verdad, vamos a aguardar hasta que alguien te resucite a tu Dios.
Pues ese viejo Dios no vive ya: está muerto de verdad.» -

Así habló Zaratustra.


Presentación
















El más feo de los hombres


Y de nuevo corrieron los pies de Zaratustra por montañas ybosques, y sus ojos buscaron y buscaron, mas en ningún lugar pudieron ver a aquel a quien querían ver, al gran necesitado que gritaba pidiendo socorro. Durante todo el camino, sin embargo, se regocijaba en su corazón y estaba agradecido.
«¡Qué buenas cosas, decía, me ha regalado este
día para compensarme de haber comenzado mal! ¡Qué extraños interlocutores he encontrado!
Quiero rumiar durante largo tiempo sus palabras, como si fueran buenos granos; ¡mis dientes deberán desmenuzarlas y molerlas hasta que fluyan a mi alma como leche!» -
Mas cuando el camino volvió a girar en torno a una roca, el paisaje se transformó de repente y Zaratustra penetró en un reino de muerte. En él peñascos negros y rojos miraban rígidos hacia arriba: ni una brizna de hierba, ni un árbol, ni el canto de un pájaro. Era, en efecto, un valle que todos los animales evitaban, incluso los animales de rapiña; sólo una especie de serpientes feas, gordas, verdes, cuando se volvían viejas, iban allí a morir. Por esto los pastores llamaban a este valle: Muerte de la Serpiente.
Zaratuslra se sumergió en un negro recuerdo, pues le parecia que él había estado ya una vez en aquel valle. Y muchas cosas pesadas oprimieron su ánimo: de modo que comenzó a caminar cada vez más lentamente, hasta que por fin se detuvo. Entonces, al abrir los ojos, vio algo que se hallaba sentado junto al camino, algo que tenía una figura como de hombre, pero que apenas lo parecía, algo inexpresable. Y de golpe se apoderó de Zaratustra una gran vergüenza por haber visto con sus ojos algo así: enrojeciendo hasta la raíz de sus blancos cabellos apartó la vista y levantó el pie para abandonar aquel triste lugar. En ese instante aquel muerto desierto produjo un ruido: del suelo, en efecto, salia un gorgoteo y un resuello como los que hace el agua por la noche en tuberias atrancadas; y por fin surgió de alli una voz. humana y unas palabras de hombre: - que decian así:
¡Zaratustra! ¡zaratustra! ¡Resuelve mi enigma! ¡Habla, habla! ¿Cuál es  la venganza que se toma del testigo?
Yo te invito a que te vuelvas atrás, ¡aquí hay hielo resbaladizo! ¡Cuida, cuida de que tu orgullo no se rompa aquí las piernas!
¡Tú te crees sabio, orgulloso Zaratustra! Resuelve, pues, el enigma, tú duro cascanueces, - ¡el enigma que yo soy! ¡Di, pues: quién soy yo!»
- Mas cuando Zaratustra hubo oído estas palabras, - ¿qué crees que ocurrió en su alma? La compasión lo acometió; y se desplomó de golpe, como una encina que ha resistido durante largo tiempo a muchos leñadores, - de manera pesada, súbita, causando espanto incluso a quienes querían abatirla. Pero enseguida volvió a levantarse del suelo, y su rostro se endureció
«Te conozco bien, dijo con voz de bronce: ¡tú eres el asesino de Dios! Déjame irme.
No soportabas a Aquel que te veía, - que te veía siempre y de parte a parte, ¡tú el más feo de los hombres! ¡Te vengaste de ese testigo!
Así habló Zaratustra y quiso irse de allí; mas el inexpresable agarró una punta de su vestido v comenzó de nuevo a gorgotear y a buscar palabras. «¡Quédate!, dijo por fin -
- ¡quédate! ¡No pases de largo! He adivinado qué hacha fue la que te derribó: ¡Enhorabuena, Zaratustra, por estar de nuevo en pie!
Has adivinado, lo sé bien, qué sentimientos experimenta el que lo mató a Él, - el asesino de Dios. ¡Quédate! Toma asiento aquí cerca de mí, no será inútil.
¿A quién quería yo ir si no a ti? ¡Quédate, siéntate! ¡Pero no me mires!   Honra así - mi fealdad!
Ellos me persiguen: ahora eres tu mi último refugio. No con su odio, no con sus esbirros: - ¡oh, de tal persecución no me burlaría y estaría orgulloso y contento!
¿No estuvo hasta ahora siempre el éxito de parte de los bien perseguidos? Y quien persigue bien, aprende con facilidad a seguir:- ¡pues marcha - detrás! Pero es de su compasión -
- es de su compasión de lo que yo he huido, buscando refugio en ti. Oh Zaratustra, protégeme, tú mi último refugio, tú el único que me ha adivinado:
- tú has adivinado qué sentimientos experimenta el que lo mató a Él. ¡Quédate! Y si quieres irte, impaciente: no vayas por el camino que yo he seguido. Ese camino es malo.
¿Estás irritado conmigo porque hace ya mucho tiempo que hablo y chapurreo? ¿De que yo te dé consejos? Pero tú sabes que yo, el más feo de los hombres,
- yo soy también el que tiene asimismo los pies más grandes y rnás pesados. Por donde yo he pasado, allí el camino es malo. Todos los caminos pisados por mí quedan muertos y estropeados.
Mas en el hecho de que tú pasases a mi lado en silencio; de que te ruborizases, bien lo vi: en eso he reconocido que tú eres Zaratustra.
Cualquier otro me habría arrojado su limosna, su compasión, con miradas y palabras. Mas para esto - no soy yo bastante mendigo, eso tú lo has adivinado -
- para esto soy yo demasiado rico, ¡rico en cosas grandes, terribles, en las cosas más feas, más inexpresables! ¡Tu vergüenza, oh Zaratustra, me ha honrado!
A duras penas logré escapar de la muchedumbre de los compasivos, - para encontrar al único que hoy enseña "la  compasión es importuna - ¡a ti, oh Zaratustra!
- ya sea compasión de un Dios, ya sea compasión de los hombres: la compasión va contra el pudor. Y no querer-ayudar puede ser más noble que aquella virtud que se apresura solícita.
Mas entre todas las gentes pequeñas se da hoy el nombre de virtud a eso, a la compasión: - ellas no tienen respeto por la gran desgracia, por la gran fealdad, por el gran fracaso.
Yo miro por encima de todos éstos al modo como el perro mira por encima de los lomos de los pululantes rebaños de ovejas. Son pequeñas gentes grises, lanosas, benévolas.
Como una garza mira despectivamente por encima de los estanques poco profundos, con la cabeza echada hacia atrás: así miro yo por encima del hormigueo de grises y pequeñas olas y voluntades y almas.
Durante demasiado tiempo se les ha dado la razón a esas gentes pequeñas: con ello se les ha acabado por dar, finalmente, también el poder - ahora enseñan: "Bueno es tan sólo aquello que las gentes pequeñas llaman bueno"
Y "verdad" se llama hoy lo que dijo el predicador que procedía de ellos, aquel extraño santo y abogado de las gentes pequeñas, que atestiguó de sí mismo "yo - soy la verdad"
Desde hace ya mucho tiempo ese presuntuoso hacer hinchar la cresta a las gentes pequeñas, - él, que enseñó un error nada pequeño cuando enseñó "yo - soy la verdad".
¿Se ha dado nunca una respuesta más cortés a un presuntuoso? - Pero tú, oh Zaratustra, lo dejaste de lado al pasar y dijiste: "¡No! ¡No! ¡Tres veces no!"
Tú pusiste en guardia contra la compasión - no a todos, no a nadie, sino a ti y a los de tu especie.
Tú te avergüenzas de la vergüenza del que sufre mucho; y en verdad, cuando dices "de la compasión precede una gran nube, ¡atención, hombres!"
- cuando enseñas "todos los creadores son duros, todo gran amor está por encima de su propia compasión: ¡oh Zaratustra, qué bien me pareces entender de signos meteorológicos!
Pero tú mismo - ¡ponte en guardia también a ti mismo contra tu compasión! Pues muchos se encuentran en camino hacia ti, muchos que sufren, que dudan, que desesperan, que se ahogan, que se hielan -
También contra mí te pongo en guardia. Tú has adivinado mi mejor, mi peor enigma, a mí mismo y lo que yo había hecho. Yo conozco el hacha que te derriba.
Pero Él - tenía que morir: miraba con unos ojos que lo veían todo - veía las profundidades y las honduras del hombre, toda la encubierta ignominia y fealdad de éste.
Su compasión carecía de pudor: penetraba arrastrándose hasta mis rincones más sucios. Ese máximo curioso, superindiscreto, super-compasivo, tenía que morir.
Me veía siempre: de tal testigo quise vengarme - o dejar de vivir.
El Dios que veía todo, también al hombre: ¡ese Dios tenía que morir! El hombre no soporta que tal testigo viva.»
Así habló el más feo de los hombres. Y Zaratustra se levantó y se dispuso a irse: pues estaba aterido hasta las entrañas.
«Tú, inexpresable, dijo, me has puesto en guardia contra tu camino. Para agradecértelo voy a alabarte los míos. Mira, allá arriba está la caverna de Zaratustra.
Mi caverna es grande y profunda y tiene muchos rincones; allí encuentra su escondrijo el más escondido de los hombres.
Y junto a ella hay cien agujeros y hendiduras para los animales que se arrastran, que revolotean y que saltan.
Tú, expulsado que te has expulsado a ti mismo, ¿no quieres vivir en medio de los hombres y de la compasión humana?
¡Bien, obra como yo! Así aprenderás también de mí; sólo obrando se aprende.
¡Y ante todo y sobre todo, habla con mis animales! El animal más orgulloso y el animal más inteligente - ¡ellos son sin duda los adecuados consejeros para nosotros dos!» - -
Así habló Zaratustra y siguió sus caminos, aún más pensativo y lento que antes: pues se hacía muchas preguntas a sí mismo y no le era fácil darse respuesta.
«¡Qué pobre es el hombre!, pensaba en su corazón, ¡qué feo, qué resollante, qué lleno de secreta vergüenza!
Me dicen que el hombre se ama a sí mismo:¡ay, qué grande tiene que ser ese amor a sí mismo! ¡Cuánto desprecio tiene en su contra!
También ése de ahí se amaba a si mismo tanto como se despreciaba, - para mí es alguien que ama mucho y que desprecia mucho.
A nadie encontré todavía que se despreciase más profundamente: también esto-es altura. Ay, ¿acaso era ése el hombre superior, cuyo grito oi?
Yo amo a los grandes despreciadores. Pero el hombre es lgo que tiene que ser superado.


Presentación
















El mendigo voluntario

Cuando Zaratustra hubo dejado al más feo de los hombres se sintió solo: por su ánimo cruzaban, en efecto, muchos pensamientos fríos y solitarios, de modo que por este motivo también sus miembros se enfriaron más. Pero mientras continuaba su camino, subiendo, bajando, pasando unas veces al lado de verdes prados, pero también por barrancos salvajes y pedregosos, donde en otro tiempo, sin duda, un impaciente arroyo había tendido su lecho: de pronto sus pensamientos comenzaron a volverse más cálidos y cordiales.
«¿Qué me ha sucedido?, se preguntó, algo caliente y vivo me reconforta, y tiene que hallarse cerca de mí. Ya estoy menos solo; desconocidos hermanos y compañeros de viaje andan vagando a mi alrededor, su cálido aliento llega hasta mi alma.»
Mas cuando atisbó a su alrededor buscando a los consoladores de su soledad: ocurrió que eran unas
vacas que se hallaban reunidas en una altura; su cercanía y su olor habían caldeado su corazón. Aquellas vacas parecían escuchar con interés a alguien que les hablaba y no prestaban atención al que se acercaba. Y cuando Zaratustra estuvo junto a ellas oyó claramente que una voz de hombre salía de en medio de las vacas; y era manifiesto que todas ellas habían vuelto sus cabezas hacia quien hablaba.
Entonces Zaratustra se lanzó presurosamente en medio de los animales y los apartó, pues temía que le hubiese ocurrido una desgracia a alguien, al cual difícilmente podía servirle de ayuda la compasión de unas vacas. Pero en esto se había engañado; pues he aquí que había allí un hombre sentado en tierra y parecia exhortar a las vacas a que no tuviesen miedo de él, hombre pacífico y predicador de la montaña, en cuyos ojos predicaba la bondad misma. «¿Qué buscas tú aquí?», exclamó Zaratustra con asombro.
-¿Qué busco yo aquí?, respondió aquél: lo mismo que tú, ¡aguafiestas!, a saber, la felicidad en la tierra.
Mas para lograrlo quisiera aprender de estas vacas. Pues, sin duda lo sabes, hace ya media mañana que les estoy hablando, y justo ahora iban ellas a darme una respuesta. ¿Por qué las perturbas?
Mientras no nos convirtamos y nos hagamos como vacas no entraremos en el reino de los cielos. De ellas deberíamos aprender, en efecto, una cosa: el rumiar.
Y, en verdad, si el hombre conquistase el mundo entero y no aprendiese esa única cosa, el rumiar: ¡de qué le serviría! No escaparía a su tribulación,
- a su gran tribulación: la cual tiene hoy el nombre de náusea. ¡Quién no tiene hoy llenos de náusea el corazón, la boca y los ojos¡ ¡También tú! ¡También tú! ¡Contempla, en cambio, a estas vacas!» -
Así habló el predicador de la montaña, y luego volvió su mirada hacia Zaratustra, - pues hasta ese momento estuvo amorosamente pendiente de las vacas -: mas entonces se transformó. «¿Con quién estoy hablando?, exclamó espantado, y se levantó de un salto del suelo.
Éste es el hombre sin náusea, éste es Zaratustra en persona, el vencedor de la gran náusea, éstos son los ojos, ésta es la boca, éste es el corazón de Zaratustra en persona.
Y mientras esto decía besábale las manos a aquel a quíen hablaba, con ojos bañados en lágrimas, y se comportaba exactamente como uno a quien de improviso le cae del cielo un precioso regalo y un tesoro. Mas las vacas contemplaban todo esto y se maravillaban.
«No hables de mí, ¡hombre extraño!, ¡hombre encantador!, dijo Zaratustra defendiéndose de su ternura, ¡háblame primero de ti! ¿No eres tú el mendigo voluntario, que en otro tiempo arrojó lejos de sí una gran riqueza, -
- que se avergonzó de su riqueza y de los ricos, y huyó a los pobres para regalarles la abundancia y su corazón! Pero ellos a él no lo aceptaron.»
«Pero ellos a mí no me aceptaron, dijo el mendigo voluntario, lo sabes bien. Por esto acabé marchándome a los animales y a estas vacas.»
«Entonces aprendiste, interrumpió Zaratustra al que hablaba, que es más difícil dar bien que tomar bien, y que regalar bien es un arte y la última y más refinada maestría de la bondad»-
«Especialmente hoy en día, respondió el mendigo voluntario: hoy en que todo lo bajo se ha vuelto levantisco e intratable, y orgulloso a su manera, a saber: a la manera de la plebe.
Pues ha llegado la hora, tú lo sabes bien, de la grande, perversa, larga, lenta rebelión de la plebe y de los esclavos: ¡Rebelión que crece cada vez más!
Ahora toda beneficencia y todo pequeño regalo indignan a los de abajo; ¡y los demasiado ricos, que estén en guardia!
Quien hoy, semejante a una botella ventruda, gotea por cuellos demasiado estrechos: - a esas botellas la gente gusta hoy de romperles el cuello.
Codicia lasciva, envidia biliosa, rencor malhumorado, orgullo plebeyo: todo eso me ha saltado a la cara. Ya no es verdad que los pobres sean bienaventurados-. El reino de los cielos está entre las vacas».
¿Y por qué no está entre los ricos?, preguntó Zaratustra para tentarlo, mientras rechazaba a las vacas, que acariciaban familiarmente con su aliento a aquel apacible hombre.
-¿Por qué me tientas?, respondió éste. Tú mismo lo sabes mejor que yo. ¿Pues qué fue lo que me empujó a irme con los más pobres, oh Zaratustra? ¿No fue la náusea que me causaban los más ricos de entre nosotros?
- ¿los forzados de la riqueza, que recogen su ganancia de todas las barreduras, con ojos fríos, con pensamientos codiciosos, esa chusma cuyo hedor llega al cielo,
- esa plebe dorada, falsificada, cuyos padres fueron rateros, o pájaros de carroña, o traperos, esa plebe complaciente con las mujeres, lasciva, olvidadiza: - todos ellos no se diferencian apenas, en efecto, de una puta -
-¡plebe arriba, plebe abajo! ¡Qué significan ya hoy  "los pobres" y "los ricos"! Esa diferencia la he olvidado, - por ello me escapé lejos, cada vez más lejos, hasta llegar a estas vacas.»
Así habló el pacífico, y resoplaba y sudaba con sus palabras: de modo que las vacas se maravillaron de nuevo. Mas Zaratustra le estuvo mirando todo el tiempo a la cara, sonriendo, mientras aquél hablaba tan duramente, y movió la cabeza en silencio.
-Te haces violencia a ti mismo, predicador de la montaña, al emplear palabras tan duras. Para tal dureza no están hechos ni tu boca ni tus ojos.
Tampoco, según me parece, tu estómago: a él le repugna todo ese encolerizarse y odiar y enfurecerse. Tu estómago reclama cosas más suaves: tú no eres un carnicero.
Me pareces, antes bien, alguien que se alimenta de plantas y de raíces. Tal vez mueles grano. Y, con toda certeza, eres contrario a las alegrías de la carne y amas la miel.»
«Me has adivinado bien, respondió el mendigo voluntario, con el corazón aliviado. Yo amo la miel, también muelo grano, pues he buscado lo que agrada al paladar y hace puro el aliento:
- también lo que necesita largo tiempo, un trabajo que ocupe día y hocico de afables ociosos v haraganes.
Estas vacas, ciertamente, han llegado más lejos que nadie: se han inventado el rumiar y el estar echadas al sol.'También se abstienen de todos los pensamientos pesados, que hinchan el corazón.»
-- «¡Bien!, dijo Zaratustra: tú deberías ver también mis animales, mi águila y mi serpiente, - hoy no tienen igual en la tierra.
Mira, por ahí va el camino que conduce a mi caverna: sé huésped de ella esta noche. Y habla con mis anirnales acerca de la felicidad de los animales, -
- hasta que yo también vuelva a casa. Pues ahora me llama un grito de socorro que me obliga a alejarme de ti a toda prisa. Asimismo encontrarás miel nueva en mi casa, miel dorada de panales, fresca como el hielo: ¡cómela!
Mas ahora despídete en seguida de tus vacas, ¡hombre extraño!, ¡hombre encantador!, aunque te resulte difícil. ¡Pues son tus amigos y maestros más cálidos!» -
« - Excepto uno, al cual yo amo todavía más, respondió el mendigo voluntario. ¡Tú mismo eres bueno, y mejor incluso que una vaca, oh Zaratustra!»
«¡Vete, vete!, ¡vil adulador!, gritó Zaratustra con malignidad, ¿por qué me corrompes con esa alabanza y con miel de adulaciones!»
«¡Vete, vete!», volvió a gritar, y blandió el bastón hacia el tierno mendigo: pero éste escapó a toda prisa.


Presentación
















La sombra


Mas apenas acababa de irse el mendigo voluntario y volvía Zaratustra a estar solo consigo mismo cuando oyó a su espalda una nueva voz: ésta gritaba «¡Alto! ¡Zaratustra! ¡Aguarda! ¡Soy yo, oh Zaratustra, yo, tu sombra!» Pero Zaratustra no aguardó, pues un fastidio repentino se apoderó de él a causa de la gran muchedumbre y gentío que en sus montañas había. ¿ Dónde se ha ido mi soledad?, dijo.
Me estoy hartando, en verdad; estas montañas pululan de gente, mi reino no es ya de este mundo, necesito nuevas montañas.
¡Mi sombra me llama! ¡Qué importa mi sombra! ¡Que corra detrás de mí!, yo - escape de ella.»
Así habló Zaratustra a su corazón y escapó de allí. Mas aquel que se encontraba detrás de él lo seguía: de modo que muy pronto hubo tres que corrían uno detrás de otro, a saber, delante el mendigo voluntario, luego Zaratustra y en tercero y último lugar su sombra. Pero no hacía mucho que corrían de ese modo cuando Zaratustra cayó en la cuenta de su tontería y con una sacudida arrojó de sí su fastidio y su disgusto.
«¡Cómo!, dijo, ¿no  han ocurrido desde siempre las cosas más ridículas entre nosotros los viejos eremitas y santos?
¡En verdad, mi tontería ha crecido mucho en las montañas! ¡Y ahora oigo tabletear, una detrás de otra, seis viejas piernas de necios!
¿Le es lícito a Zaratustra tener miedo de una sombra? También me parece, a fin de cuentas, que ella tiene piernas más largas que yo.»
Así habló Zaratustra, riendo con los ojos y con las entrañas, se detuvo y volvióse con rapidez - y he aquí que al hacerlo casi arrojó al suelo a su seguidor y sombra: tan pegada iba ésta a sus talones, y tan débil era. Mas cuando la examinó con los ojos se espantó como si se le apareciese de repente un fantasma: tan flaco, negruzco, hueco y anticuado era el aspecto de su seguidor.
«¿Quién eres?, preguntó Zaratustra con vehemencia, ¿qué haces aquí? ¿Y por qué te llamas a ti mismo mi sombra? No me gustas.»
Perdona, respondió la sombra, que sea yo; y si no te gusto, bien, ¡oh Zaratustra!, en eso te alabo a ti y a tu buen gusto.
Un caminante soy que ha andado ya mucho detrás de tus talones: siempre en camino, pero sin una meta, también sin un hogar: de modo que, en verdad, poco me falta para ser el judío eterno, excepto que no soy eterno ni tampoco judío.
-¿Cómo? ¿Tengo que continuar caminando siempre? ¿Agitado, errante, arrastrado lejos por todos los vientos? ¡Oh tierra, para mí te has vuelto demasiado redonda!
En todas las superficies he estado ya sentado, en espejos y cristales de ventanas me he dormido, semejante a polvo cansado: todas las cosas toman algo de mí, ninguna me da nada, yo adelgazo, - casi me parezco a una sombra.
Pero a ti, oh Zaratustra, es a quien más tiempo he seguido volando y corriendo, y aunque de ti me ocultase he sido, sin embargo, tu mejor sombra: en todos los lugares en que has estado sentado tú, allí estaba también sentado yo.
Contigo he andado errante por los mundos más lejanos, más fríos, semejante a un fantasma que corre voluntariamente sobre tejados invernales y sobre nieve.
Contigo he aspirado a todo lo
prohibido, a lo peor, a lo más remoto: y si hay  en mí algo que sea virtud, eso es el no haber tenido miedo» de ninguna prohibición.
Contigo he quebrantano aquello que en otro tiempo mi corazón veneró, he derribado todos los mojones y todas las imágenes, he perseguido los deseos más peligrosos, - en verdad, por encima de todos los crímenes he pasado corriendo alguna vez.
Contigo perdí la fe en palabras y valores y en grandes nombres. Cuando el diablo cambia de piel, ¿no se despoja también de su nombre? El nombre es, en efecto, también piel. El diablo mismo es tal vez - piel.
"Nada es verdadero, todo está permitido: asi me decía yo para animarme. En las aguas más frías me arrojé de cabeza y de corazón. ¡Ay, cuántas veces me he encontrado, por esta causa, desnudo como un rojo cangrejo!
¡Ay, dónde se me han ido todo el bien y toda la vergüenza y toda la fe en los buenos! ¡Ay, dónde se ha ido aquella mentida inocencia que en otro tiempo yo poseia, la inocencia de los buenos y de sus nobles mentiras!
Con demasiada frecuencia, en verdad, he seguido de cerca a la verdad, pegado a sus pies: entonces ella me pisaba la cabeza. A veces yo creía mentir, y, ¡mira!, sólo entonces acertaba - con la verdad.
Demasiadas cosas se me han aclarado: y ahora nada me importa ya. Nada vive ya que yo ame, - ¿cómo iba a continuar amándome a mí mismo?
"Vivir como me plazca, o no vivir en absoluto": eso es lo que quiero yo, eso es lo que quiere también el más santo. Mas ¡ay!, ¿tengo yo ya - placer en algo?
¿Tengo yo - todavía una meta? ¿Un puerto hacia el que naveguen mis velas?
¿Un buen viento? Ay, sólo quien sabe hacia dónde navega sabe también qué viento es bueno y cuál es el favorable para su navegación.
¿Qué me ha quedado ya? Un corazón cansado y desvergonzado; una voluntad inestable; alas para revolotear; un espinazo roto.
Esta búsqueda de mi hogar: oh Zaratustra, lo sabes hien, esta búsqueda ha sido mi aflicción, que me devora.
¿Donde está - mi hogar? Por él pregunto y busco y he buscado, y no lo he encontrado. ¡Oh eterno estar en todas partes, oh eterno estar en ningún sitio, oh eterno - en  vano!

Así habló la sombra, y el rostro de Zaratustra se fue alargando al escuchar sus palabras. «¡Tú eres mi sombra!, dijo por fin con tristeza.
Tu peligro no es pequeño, ¡tú espíritu libre y  viajero»! Has tenido un mal día: ¡procura que no te toque un atardecer aún peor!
A los errantes como tú, incluso una cárcel acaba pareciéndoles la bienaventuranza. ¿Has visto alguna vez cómo duermen los criminales encarcelados? Duermen tranquilamente, disfrutan su nueva seguridad.
¡Ten cuidado de no caer, al final, prisionero de una fe más estrecha todavía, de una ilusión dura, rigurosa! A ti, en efecto, ahora te tienta y te seduce todo lo que es riguroso y sólido.
Has perdido la meta: ay, ¿cómo podrás librarte de esa pérdida y consolarte de ella?   Al perder la meta -- ¡has perdido también el camino!
¡Tú pobre vagabundo, soñador, tú mariposa cansada!, ¿quieres tener este atardecer un respiro y una morada? ¡Sube entonces a mi caverna!
Por ahí va el camino que lleva a mi caverna. Y ahora quiero volver a escapar rápidamente de ti. Ya pesa sobre mí algo parecido a una sombra.
Quiero correr solo, para que de nuevo vuelva a haber claridad a mi alrededor. Para ello tengo que estar todavía mucho tiempo alegremente sobre las piernas. Mas este atardecer en mi casa - ¡habrá baile!» - -

Así habló Zaratustra.


Presentación
















A mediodía

Y Zaratustra corrió y corrió y ya no volvió a encontrar a nadie y estuvo solo y se encontró continuamente a sí mismo y disfrutó y saboreó su soledad y pensó en cosas buenas, - durante horas. Mas hacia la hora del mediodía, cuando el sol se hallaba exactamente encima de su cabeza, Zaratustra pasó al lado de un viejo árbol, torcido y nudoso, el cual estaba abrazado y envuelto por el gran amor de una viña, quedando oculto a sí mismo: de él pendían, ofreciéndose al viajero, racimos amarillos en gran número. Entonces se le antojó calmar una pequeña sed y cortar un racimo; pero cuando ya extendía el brazo para hacerlo se le antojó todavía otra cosa, a saber:
echarse junto al árbol, a la hora del pleno mediodía, y dormir.
Esto hizo Zaratustra; y tan pronto como estuvo tendido en el suelo, en medio del silencio y de los secretos de la hierba multicolor, olvidó su pequeña sed y se durmió. Pues, como dice el proverbio de Zaratustra: una cosa es más necesaria que la otra. Ahora bien, sus ojos permanecían abiertos: - no se cansaban, en efecto, de ver y de alabar el árbol y el amor de la viña. Y mientras se dormía, Zaratustra habló así a su corazón.
¡Silencio! ¡Silencio! ¿No se ha vuelto
perfecto el mundo en este instante? ¿Qué es lo que me ocurre?
Así como un viento delicioso, no visto, danza sobre artesonado mar, baila ligero, ligero cual una pluma: asi - baila el sueño sobre mí.
No me cierra los ojos, me deja despierta el alma. Ligero es, ¡en verdad!, ligero cual una pluma.
Me persuade no sé cómo, tosa ligeramente mi interior con mano zalamera, me fuerza. Sí, me fuerza a que mi alma se estire: -
¡cómo se me vuelve larga y cansada mi extraña alma! ¿Le ha llegado el atardecer de un séptimo día justamente al mediodía? ¿Ha caminado ya durante demasiado tiempo, bienaventurada, entre cosas buenas y maduras?
Mi  alma se estira alargándose, alargándose - ¡cada vez más!, yace callada, mi extraña alma. Demasiadas cosas buenas ha saboreado Ya, esa áurea tristeza la oprime, ella tuerce la boca.
- Como un barco que ha entrado en su bahía más tranquila: - y entonces se adosa a la tierra, cansado de los largos viajes y de los inseguros mares. ¿No es más fiel la tierra?
Como un barco de ésos se adosa, se estrecha a la tierra: - basta entonces que una araña teja sus hilos desde la tierra hasta él. No se necesita aqui cable más fuerte.
Como uno de esos barcos cansados, en la más tranquila de todas las bahías: así descanso yo también ahora, cerca de la tierra, fiel, confiado, aguardando, atado a ella con los hilos más tenues.
¡Oh felicidad! ¡Oh felicidad! ¿Quieres acaso cantar, alma mía?  Yaces en la hierha. Pero ésta es la hora secreta, solemne, en que ningún pastor toca su flauta.
¡Ten cuidado! Un ardiente mediodía duerme sobre los campos. ¡No cantes! ¡Silencio! El mundo es perfecto.
¡No cantes, ave de los prados, oh alma mía! ¡No susurres siquiera! Mira - ¡silencio!, el viejo mediodia duerme, mueve la boya:¿no bebe en este momento una gota de felicidad -   una vieja, dorada gota de áurea felicidad, de áureo vino! Algo se desliza sobre él, su felicidad rie. Así - ríe un Dios. ¡Silencio! -
- «Para ser feliz, con qué poco basta para ser feliz!» .Así dije yo en otro tiempo, y me creí sabio. Pero era una blasfemia: esto lo he aprendido ahora. Los necios inteligentes hablan mejor.
Justamente la menor cosa, la más tenue, la mas ligera, el crujido de un lagarto, un soplo, un roce, un pestañeo - lo poco constituye la especie de la mejor felicidad. ¡Silencio!
- Qué me ha sucedido: ¡escucha! ¿Es que el tiempo ha huido volando? ¿No estoy cayendo? ¿No he caído - ¡escucha! - en el pozo de la eternidad?
- ¿Qué me sucede?  ¡Silencio! ¿Me han punzado - ay - en el corazón? ¡El corazón! ¡Oh, hazte pedazos, hazte pedazos, corazón, después de tal felicidad, después de tal punzada!
- ¿Cómo? ¿No se había vuelto perfecto el mundo hace un instante? ¡Redondo y maduro! Oh áureo y redondo aro- ¿adónde se escapa volando? ¡Sígale yo a la carrera! ¡Sus!
Silencio - - (y aquí Zaratuslra se estiró y sintió que dormía.)
¡Arriba!, se dijo a sí mismo, ¡tú dormilón!, ¡tú dormilón en pleno mediodía! ¡Vamos, arriba, viejas piernas! Es tiempo y más que tiempo, aún os queda una buena parte del camino -
Ahora habéis dormido bastante, ¡cuánto tiempo ¡Media eternidad! ¡Vamos, arriba ahora, viejo corazón mío! ¿Cuánto tiempo necesitarás despues de tal sueño - para despertarte?
(Pero entonces se adormeció de nuevo, y su alma habló contra él y se defendió y se acostó de nuevo.) - «¡ Déjame! ¡Silencio! ¿No se había vuelto perfecto el mundo en este instante?  ¡Oh aurea y redonda bola!
«¡Levántate, dijo Zaratustra, pequeña ladrona, perezosa! ¿Cómo? ¿Seguir extendida, bostezando, suspirando, cayendo dentro de pozos profundos?
¿Quién eres tú? ¡Oh alma mía!» (y entonces Zaratustra se asustó, pues un rayo de sol cayó del cielo sobre su rostro).
«Oh cielo por encima de mí, dijo suspirando y se sentó derecho,¿tú me contemplas? ¿Tú escuchas a mi extraña alma?
¿Cuándo vas a beber esta gota de rocío que cayó sobre todas las cosas de la tierra, - cuándo vas a beber esta extraña alma -
- cuándo, ¡pozo de la eternidad!, ¡sereno y horrible abismo del mediodía!, cuándo vas a beber, reincorporándola así a ti, mi alma?»

Así habló Zaratustra, y se levantó de su lecho junto al árbol como si saliese de una extraña borrachera: y he aquí que el sol aún continuaba estando encima exactamente de su cabeza.
De esto podría alguien deducir con razón que Zaratustra, entonces, no estuvo dormido mucho tiempo.


Presentación
















El saludo


Hasta el final de la tarde no volvío Zarathustra a su caverna, después de haber buscado y errado largo tiempo en vano. Mas cuando estuvo frente a ella, a no más de veinte pasos de distancia, ocurrió lo que él menos aguardaba entonces: de nuevo oyó el gran grito de socorro. Y, ¡cosa sorprendente!, esta vez aquel grito procedía de su propia caverna. Era un grito prolongado, múltiple, extraño, y Zaratustra distinguía con claridad que se hallaba compuesto de muchas voces: aunque, oído de lejos, sonase igual que un grito salido de una sola boca.
Entonces Zaratustra se lanzó de un salto hacia su caverna, y, ¡mira!, ¡qué espectáculo aguardaba a sus ojos después del que se había ofrecido ya a sus oídos! Allí estaban sentados juntos todos aquellos con quienes él se había encontrado por el camino durante el día: el rey de la derecha y el rey de la izquierda, el viejo mago, el papa, el mendigo voluntario, la sombra, el concienzudo del espíritu, el triste adivino y el asno; y el más feo de los hombres se había colocado una corona en la cabeza y se había ceñido dos cinturones de púrpura, - pues le gustaba, como a todos los feos, disfrazarse y embellecerse. En medio de esta atribulada reunión se hallaba el águila de Zaratustra, con las plumas erizadas e inquieta, pues debía responder a demasiadas cosas para las que su orgullo no tenía ninguna respuesta; y la astuta serpiente colgaba enrollada a su cuello
Todo esto lo contempló Zaratustra con gran admiración; luego fue examinando a cada uno de sus huéspedes con afable curiosidad, leyó en sus almas y de nuevo quedó admirado. Entretanto los reunidos se habían levantado de sus asientos y aguardaban con respeto a que Zaratustra hablase.Y Zaratustra habló asi:
¡Vosotros hombres desesperados! ¡Vosotros hombres extraños! ¿Es, pues, vuestro grito de socorro el que he oído? Y ahora sé también dónde hay que buscar a aquel a quien en vano he
buscado hoy: el hombre superior - :
-¡ en mi propia caverna se halla sentado el hombre superior! ¡Mas de que me admire! ¿No lo he atraído yo mismno hacia mí con ofrendas de miel y con astutos reclamos de mi felicidad?
Sin embargo, ¿me engaño si pienso que sois poco aptos para estar en compañía, que os malhumoráis el corazón unos a otros, vosotros los que dais gritos de socorro, al estar sentaos juntos aquí?  Tiene que venir antes uno, - uno que os vuelva a hacer reir, un buen payaso alegre, un bailarín y viento y fierabrás, algún viejo necio: - ¿qué os parece?
¡Perdonadme, hombres desesperados, que yo hable ante vosotros con estas sencillas palabras, indignas, en verdad, de tales huéspedes! Pero vosotros no adivináis qué es lo que vuelve petulante mi corazón:
-¡vosotros mismos y vuestra visión, perdonádmelo! En efecto, todo aquel que contempla a un desesperado cobra ánimos. Para consolar a un desesperado - siéntese bastante fuerte cualquiera.
A mí mismo me habéis dado vosotros esa fuerza, - ¡un buen don, mis nobles huéspedes! ¡Un adecuado regalo de huéspedes! ¡Bien, no os irritéis, pues, porque también yo os ofrezca de lo mío.
Éste es mi reino y mi dominio: pero lo que es mío, por esta tarde y esta noche debe ser vuestro. Mis animales deben serviros a vosotros: ¡sea mi caverna vuestro lugar de reposo!
En mi casa, aquí en mi hogar, nadie debe desesperar, en mi coto de caza yo defiendo a todos contra sus animales salvajes. Y esto es lo primero que yo os ofrezco: ¡seguridad!
Y lo segundo es: mi dedo meñique. Y una vez que tengáis ese dedo,¡tomaos la mano entera!, ¡y además, el corazón! ¡Bienvenidos aquí, bienvenidos, huéspedes mios!
Así habló Zaratustra, y rió de amor y de maldad. Tras este saludo sus huéspedes volvieron a hacer una inclinación y callaron respetuosamente; mas el rey de la derecha le contestó en nombre de ellos.
«Por el modo, oh Zaratustra, como nos has ofrecido mano y saludo reconocemos que eres Zaratustra. Te has rebajado ante nosotros; casi has hecho daño a nuestro respeto-:
- ¿mas quién sería capaz de rebajarse, como tú, con tal orgullo? Esto nos levanta a nosotros, es un consuelo para nuestros ojos y nuestros corazones.
Sólo por contemplar esto subiríamos con gusto a montañas más altas que ésta. Avidos de espectáculos hemos venido, en efecto, queríamos ver qué es lo que aclara ojos turbios.
Y he aquí que ya ha pasado todo nuestro gritar pidiendo socorro. Ya nuestra mente y nuestro corazón se encuentran abiertos y están extasiados. Poco falta: y nuestro valor se hará petulante.
Nada más alentador, oh Zaratustra, crece en la tierra que una voluntad elevada y fuerte: ésa es la planta más hermosa de la tierra. Todo un paisaje entero se reconforta con ello solo de tales árboles.
Al pino comparo yo al que crece como tú, oh Zaratustra: largo, silencioso, duro, solo, hecho de la mejor y más flexible leña,soberano,-
- y, en fin, extendiendo sus fuertes y verdes ramas hacia su dominio, dirigiendo fuertes preguntas a vientos y temporales y a cuanto tiene siempre su domicilio en las alturas,
- dando respuestas aún más fuertes, uno que imparte órdenes, un victorioso: oh, ¿quién no subiría, por contemplar tales plantas, a elevadas montañas?
Con tu árbol de aquí, oh Zaratustra, se reconforta incluso el hombre sombrío, el fracasado, con tu visión se vuelve seguro incluso el inestable, y cura su corazón.
Y, en verdad, hacia esta montaña y este árbol se dirigen hoy muchos ojos; un gran anhelo se ha puesto en marcha, y muchos han aprendido a preguntar: ¿quién es Zaratustra?
Y, aquel en cuyo oído has derramado tú alguna vez las gotas de tu canción y de tu miel: todos los escondidos, los eremitas solitarios, los eremitas en pareja, han dicho de pronto a su corazón:
¿Vive aún Zaratustra? Ya no merece la pena vivir, todo es idéntico, todo es en vano: o ¡tenemos que vivir con Zaratustra!
¿Por qué no viene él, que se anunció hace ya tanto tiempo?, así preguntan muchos; ¿se lo ha tragado la soledad?  ¿O acaso somos nosotros los que debemos ir a él?
Ahora ocurre que la propia soledad se ablanda y rompe como una tumba que se resquebraja y no puede seguir conteniendo a sus muertos. Por todas partes se ven
resucitados.
Ahora suben y suben las olas alrededor de tu montaña, oh Zaratustra. Y aunque tu altura es muy elevada, muchos tienen que subir hasta ti; tu barca no debe permanecer ya mucho tiempo en seco.
Y el hecho de que nosotros, hombres desesperados, hayamos venido ahora a tu caverna y ya no desesperemos: una premonición y un presagio es tan sólo de que otros mejores están en camino hacia ti, -
- pues también él está en camino hacia ti, el último resto de Dios entre los hombres, es decir: todos los hombres del gran anhelo, de la gran náusea, del gran hastío, todos los que no quieren vivir a no ser que aprendan de nuevo a tener esperanzas - ¡a no ser que aprendan de ti, oh Zaratustra, la gran esperanza!»
Así habló el rey de la derecha, y agarró la mano de Zaratustra para besarla; mas Zaratustra rechazó su homenaje y se echó hacia atrás espantado, silencioso y como huyendo de repente a remotas lejanías. Tras un breve intervalo, sin embargo, volvió a estar junto a sus huéspedes, los miró con ojos claros y escrutadores, y dijo:
«Huéspedes míos, vosotros hombres superiores, quiero hablar con vosotros en alemán y con claridad. No era a vosotros a quien yo aguardaba aquí en estas montañas.»
(«¿En alemán y con claridad? ¡Que Dios tenga piedad!, dijo entonces aparte el rey de la izquierda; ¡se nota que este sabio de Oriente no conoce a los queridos alemanes!
Pero querrá decir, "en alemán y con rudeza" - ¡bien! ¡No es éste hoy el peor de los gustos!,,)
«Es posible, en verdad, que todos vosotros seáis hombres superiores, continuó Zaratustra: mas para mí - no sois bastante altos ni bastante fuertes.
Para mí, es decir: para lo inexorable que dentro de mí calla, pero que no siempre callará. Y si pertenecéis a mí, no es como mi brazo derecho.
Pues quien tiene piernas enfermas y delicadas, como vosotros, ése quiere, lo sepa o se lo oculte, que se sea indulgente con él.
Mas con mis brazos y mis piernas yo no soy indulgente, yo no soy indulgente con mis guerreros: ¡cómo podríais vosotros servir para mi guerra!
Con vosotros yo me echaría a perder incluso las victorias. Y muchos de vosotros se desplomarían ya con sólo oír el sonoro retumbar de mis tambores.
Tampoco sois vosotros para mí ni bastante bellos ni bastante bien nacidos. Yo necesito espejos puros y lisos para mis doctrinas; sobre vuestra superficie se deforma incluso mi propia efigie.
Vuestros hombros están oprimidos por muchas cargas, por muchos recuerdos;  más de un enano perverso está acurrucado en vuestros rincones. También dentro de vosotros hay plebe oculta.
Y aunque seáis altos y de especie superior: mucho en vosotros es torcido y deforme. No hay herrero en el mundo que pueda arreglaros y enderezaros como yo quiero.
Vosotros sois unicamente puentes: ¡que hombres más altos puedan pasar sobre vosotros a la otra orilla! Vosotros representáis escalones: ¡no os irritéis, pues, contra el que sube por encima de vosotros hacia su propia altura!
Es posible que de vuestra simiente me brote alguna vez un hijo auténtico y un heredero perfecto: pero eso está lejos. Vosotros mismos no sois aquellos a quienes pertenecen mi herencia y mi nombre.
No es a vosotros a quienes aguardo yo aquí en estas montañas, no es con vosotros con quienes me es lícito descender por última vez. Habéis venido aquí tan sólo como presagio de que hombres más altos se muestran ya en camino hacia mí,
- no los hombres del gran anhelo, de la gran náusea, del gran hastío, y lo que habéis llamado el último residuo de Dios.
- ¡No! ¡No! ¡Tres veces no! Es a otros a quienes aguardo yo aquí en estas montañas, y mi pie no se moverá de aquí sin ellos,
- a otros más altos, más fuertes, más victoriosos, más alegres, cuadrados de cuerpo y de alma: ¡leones rientes tienen que venir!
Oh, huéspedes míos, vosotros hombres extraños, ¿no habéis oido nada aún de mis hijos? ¿Y de que se encuentran en camino hacia mi?
Habladme, pues, de mis jardines, de mis islas afortunadas, de mi nueva y bella especie, - ¿por qué no me habláis de esto?
Este es el regalo de huéspedes que yo reclamo de vuestro amor, el que me habléis de mis hijos. Yo soy rico para esto, yo me he vuelto pobre para esto: qué no he dado,
- qué no daría por tener una sola cosa: ¡esos hijos, ese viviente vivero, esos árboles de la vida de mi voluntad y de mi suprema esperanza!,
Así habló Zaratustra, y de repente se interrumpió en su discurso: pues lo acometió su anhelo, y cerró los ojos y la boca a causa del movimiento de su corazón!. Y también todos sus huéspedes callaron y permanecieron silenciosos y consternados: excepto el viejo adivino, que comenzó a hacer signos con manos y gestos.

Presentación
















La Cena

En este punto, en efecto, el adivino interrumpió el saludo entre Zaratustra y sus huéspedes: se adelantó como alguien que no tiene tiempo que perder, cogió la mano de Zaratustra y exclamó: «¡Pero Zaratustra!
Una cosa es más necesaria que la otra, así dices tú mismo: bien, una cosa es ahora para mí más necesaria que todas las otras.
Una palabra a tiempo: ¿no me has invitado a comer? Y aquí hay muchos que han recorrido largos caminos. ¿No querrás alimentarnos con discursos?
También os habéis referido todos vosotros, demasiado a mi parecer, al congelarse, ahogarse, asfixiarse y otras calamidades del cuerpo: pero nadie se ha acordado de mi calamidad, a saber: la de estar hambriento - »
(Así habló el adivino; y cuando los animales de Zaratustra oyeron tales palabras se fueron de allí corriendo, asustados. Pues veían que ni siquiera lo que ellos habían traído durante el día sería suficiente para llenar el estómago de aquel solo adivino. )
«Incluyendo también el estar sediento, prosiguió el adivino. Y aunque oigo ya al agua chapotear aquí, semejante a discursos de la sabiduría, es decir, abundante e incansable: yo -¡quiero vino!
No todos son, como Zaratustra, bebedores natos de agua. Además, el agua no les conviene a los cansados y mustios: a nosotros nos corresponde el vino, - ¡sólo él proporciona curación instantánea y salud repentina!»
En este punto, cuando el adivino pedía vino, ocurrió que también el rey de la izquierda, el taciturno, tomó a su vez la palabra. «Del
vino, dijo, nos hemos preocupado nosotros, yo y mi hermano el rey de la derecha: tenemos vino suficiente, - todo un asno cargado. Así, pues, no falta más que pan»
«¡Pan!, replicó Zaratustra y se rió. Justamente pan es lo que no tienen los eremitas. Pero el hombre no vive sólo de pan, sino también de la carne de buenos corderos, y yo tengo dos:
- a éstos debemos descuartizarlos  enseguida y prepararlos con especias, con salvia: así es como a mí me gustan. Y tampoco faltan raíces y frutos, suficientemente buenos incluso para golosos y degustadores; ni nueces y otros enigmas para cascar.
Vamos, pues, a preparar rápidamente un buen festín. Quien quiera comer tiene que intervenir asimismo en la preparación, incluso los reyes. En casa de Zaratustra, en efecto, le es lícito ser cocinero incluso a un rey.»
Esta propuesta encontró la aprobación de todos: sólo el mendigo voluntario se oponía a la carne y al vino y a las especias.
«¡ Pero oíd a este comilón de Zaratustra!, decía bromeando: ¡acude la gente a las cavernas y a las altas montañas para hacer tales comidas!
Ahora entiendo, ciertamente, lo que él nos enseñó en otro tiempo: ¡alabada sea la pequeña pobreza! Y por qué quiere suprimir a los mendigos»'
«Procura estar de buen humor, le respondió Zaratustra, como lo estoy yo. Permanece fiel a tu costumbre, hombre excelente, muele tu grano, bebe tu agua, alaba tu cocina: ¡si ésta es la que te pone alegre!
Yo soy una ley únicamente para los míos, no soy una ley para todos. Mas quien me pertenece tiene que tener huesos fuertes y también pies ligeros, -
- deben gustarle las guerras y las fiestas, no ser un hombre sombrío, ni un soñador, debe estar dispuesto a lo más difícil como a una fiesta suya, hallarse sano y salvo.
Lo mejor pertenece a los míos y a mí; y si no nos lo dan, lo tomamos: - ¡el mejor alimento, el cielo más puro, los pensamientos más fuertes, las mujeres más hermosas!» -
Así habló Zaratustra; mas el rey de la derecha replicó: «¡Qué raro! ¡Se han escuchado alguna vez tales cosas inteligentes de boca de un sabio!
Y, en verdad, lo más raro en un sabio es que, además, hable con inteligencia y no sea un asno».
Así habló el rey de la derecha, y se extrañó; pero el asno, con malvada voluntad, dijo I-A a su discurso. Éste fue el comienzo de aquel largo festín que en los libros de historia se llama «la Cena,. Durante ella no se habló de otra cosa que del hombre superior.


Presentación
















Del hombre superior

Cuando por primera vez fui a los hombres cometí la tontería propia de los eremitas, la gran tontería: me instalé en el mercado.
Y cuando hablaba a todos hablaba a nadie. Y por la noche tuve como compañeros a volatineros y cadáveres; y yo mismo era casi un cadáver.
Mas a la mañana siguiente llegó a mí una nueva verdad: entonces aprendí a decir «¡Qué me importan el mercado y la plebe y el ruido de la plebe y las largas orejas de la plebe!»
Vosotros hombres superiores, aprended esto de mí: en el mercado nadie cree en hombres superiores. Y si queréis hablar allí, ¡bien! Pero la plebe dirá parpadeando «todos somos
iguales».
«Vosotros hombres superiores, - así dice la plebe parpadeando - no existen hombres superiores, todos somos iguales, el hombre no es más que hombre, ¡ante Dios - todos somos iguales!»
¡Ante Dios! - Mas ahora ese Dios ha muerto. Y ante la plebe nosotros no queremos ser iguales. ¡Vosotros hombres superiores, marchaos del mercado !

2
¡Ante Dios! - ¡Mas ahora ese Dios ha muerto! Vosotros hombres superiores, ese Dios era vuestro máximo peligro.
Sólo desde que él yace en la tumba habéis vuelto vosotros a resucitar. Sólo ahora llega el gran mediodía, sólo ahora se convierte el hombre superior - ¡en señor!
¿Habéis entendido esta palabra, oh hermanos míos? Estáis asustados: ¿sienten vértigo vuestros corazones? ¿Veis abrirse aquí para vosotros el abismo? ¿Os ladra aquí el perro infernal?
¡Bien! ¡Adelante! ¡Vosotros hombres superiores! Ahora es cuando gira la montaña del futuro humano. Dios ha muerto: ahora nosotros queremos - que viva el superhombre.

3
Los más preocupados preguntan hoy: «¿Cómo se conserva el hombre?» Pero Zaratustra pregunta, siendo el único y el primero en hacerlo: «¿Cómo se supera al hombre?»
El superhombre es lo que yo amo, él es para mí lo primero y lo único, - y no el hombre: no el prójimo, no el más pobre, no el que más sufre, no el mejor -
Oh hermanos míos, lo que yo puedo amar en el hombre es que es un tránsito y un ocaso. Y también en vosotros hay muchas cosas que me hacen amar y tener esperanzas.
Vosotros habéis despreciado, hombres superiores, esto me hace tener esperanzas. Pues los grandes despreciadores son los grandes veneradores.
En el hecho de que hayáis desesperado hay mucho que honrar. Porque no habéis aprendido cómo resignaros, no habeis aprendido las pequeñas corduras.
Hoy, en efecto, las gentes pequeñas se han convertido en los señores: todas ellas predican resignación y modestia y cordura y laboriosidad y miramientos y el largo etcétera de las pequeñas virtudes.
Lo que es de especie femenina, lo que precede de especie servil y, en especial, la mezcolanza plebeya: eso quiere ahora enseñorearse de todo destino del hombre - ¡oh náusea!, ¡náusea!, ¡náusea!
Eso pregunta y pregunta y no se cansa: «¿Cómo se conserva el hombre, del modo mejor, más prolongado, más agradable?» Con esto - ellos son los señores de hoy.
Superadme a estos señores de hoy, oh hermanos míos, - a estas gentes pequeñas: ¡ellas son el máximo peligro del superombre!
¡Superadme, hombres superiores, las pequeñas virtudes, las pequeñas corduras, los miramientos minúsculos, el bullicio de hormigas, el mísero bienestar, la «felicidad de los más»-!
Y antes desesperar que resignarse. Y, en verdad, yo os amo porque no sabéis vivir hoy, ¡vosotros hombres superiores! Ya que asi es como vosotros vivís - ¡del modo mejor!

4
¿Tenéis valor, oh hermanos míos? ¿Sois gente de corazón?  ¿No valor ante testigos, sino el valor del eremita y del águila, del cual no es ya espectador ningún Dios?
A las almas frías, a las acémilas, a los ciegos, a los borrachos, a ésos yo no los llamo gente de corazón. Corazón tiene el que conoce el miedo, pero domeña el miedo, el que ve el abismo, pero con orgullo.
El que ve el abismo, pero con ojos de águila, el que aferra el abismo con garras de águila: ése tiene valor.

5
El hombre es malvado» - así me dijeron, para consolarme, los más sabios. ¡Ay, si eso fuera hoy verdad! Pues el mal es la mejor fuerza del hombre.
«
El hombre tiene que mejorar y que empeorar» - esto es lo que yo enseño. Lo peor es necesario para lo mejor del superhombre.
Para aquel predicador de las pequeñas gentes acaso fuera bueno que él sufriese y padeciese por el pecado del hombre. Pero yo me alegro del gran pecado como de mi gran consuelo. -
Esto no está dicho, sin embargo, para orejas largas. No toda palabra conviene tampoco a todo hocico. Éstas son cosas delicadas y remotas: ¡hacia ellas no deben alargarse pezuñas de ovejas!

6
Vosotros hombres superiores, ¿creéis acaso que yo estoy aquí para arreglar lo que vosotros habéis estropeado?
¿O que quiero prepararos para lo sucesivo un lecho más cómodo a vosotros los que sufrís?  ¿O mostraros senderos nuevos y más fáciles a vosotros los errantes, extraviados, perdidos en vuestras escaladas?
¡No! ¡No! ¡Tres veces no! Deben perecer cada vez más, cada vez mejores de vuestra especie, - pues vosotros debéis tener una vida siempre peor y más dura. Sólo así - - sólo así crece el hombre hasta aquella altura en que el rayo cae sobre él y lo hace pedazos: ¡suficientemente alto para el rayo!
Hacia lo poco, hacia lo prolongado, hacia lo lejano tienden mi mente y mi anhelo: ¡qué podría importarme vuestra mucha corta, pequeña miseria!
¡Para mí no sufrís aún bastante! Pues sufrís por vosotros, no habéis sufrido aún por el hombre. ¡Mentiríais si dijeseis otra cosa! Ninguno de vosotros sufre por aquello por lo que yo he sufrido. - -

7
No me basta con que el rayo ya no cause daño. Yo no quiero desviarlo: debe aprender - a trabajar para mí. -
Hace ya mucho tiempo que mi sabiduría se acumula como una nube, se vuelve más silenciosa y oscura. Así hace toda sabiduría que alguna vez debe parir rayos. Para estos hombres de hoy no quiero yo ser luz ni llamarme luz. A éstos - quiero cegarlos: ¡rayo de mi sabiduría! ¡Sácales los ojos!

8
No queráis nada por encima de vuestra capacidad: hay una falsedad perversa en quienes quieren por encima de su capacidad.
¡Especialmente cuando quieren cosas grandes! Pues despiertan desconfianza contra las cosas grandes, esos refinados falsarios y comediantes: -
- hasta que finalmente son falsos ante sí mismos, gente de ojos bizcos, madera carcomida y blanqueada, cubiertos con un manto de palabras fuertes, de virtudes aparatosas, de obras falsas y relumbrantes.
¡Tened en esto mucha cautela, vosotros hombres superiores! Pues nada me parece hoy más precioso y raro que la honestidad.
Este hoy, ¿no es de la plebe? Mas la plebe no sabe lo que es grande, lo que es pequeño, lo que es recto y honesto: ella es inocentemente torcida, ella miente siempre.

9
Tened hoy una sana desconfianza, ¡vosotros hombres superiores, hombres valientes! ¡Hombres de corazón abierto! ¡Y mantened secretas vuestras razones! Pues este hoy es de la plebe.
Lo que la plebe aprendió en otro tiempo a creer sin razones, ¿quién podría - destruírselo mediante razones?
Y en el mercado se convence con gestos. Las razones, en cambio, vuelven desconfiada a la plebe.
Y si alguna vez la verdad venció allí, preguntaos con sana desconfianza: «¿Qué fuerte error ha luchado por ella?»
¡Guardaos también de los doctos! Os odian: ¡pues ellos son estériles! Tienen ojos fríos y secos, ante ellos todo pájaro yace desplumado.
Ellos se jactan de no mentir, mas incapacidad para la mentira no es ya, ni de lejos, amor a la verdad. ¡Estad en guardia!
¡Falta de fiebre no es ya, ni de lejos, conocimiento! A los espíritus resfriados yo no les creo. Quien no puede mentir no sabe qué es la verdad.

10
Si queréis subir a lo alto, ¡emplead vuestras propias piernas! ¡No dejéis que os lleven hasta arriba, no os sentéis sobre espaldas y cabezas de otros!
¿Tú has montado a caballo? ¿Y ahora cabalgas velozmente hacia tu meta? ¡Bien, amigo mío! ¡Pero también tu pie tullido va montado sobre el caballo!
Cuando estés en la meta, cuando saltes de tu caballo: precisamente en tu altura, hombre superior - ¡darás un traspié!

11
¡Vosotros creadores, vosotros hombres superiores! No se está grávido más que del propio hijo.
¡No os dejéis persuadir, adoctrinar! ¿Quién es vuestro prójimo? Y aunque obréis «por el prójimo», - ¡no creéis, sin embargo,por él!
Olvidadme ese «por», creadores: precisamente vuestra virtud quiere que no hagáis ninguna cosa «por» y «a causa de» y «porque». A estas pequeñas palabras falsas debéis cerrar vuestros oídos.
El «por el prójimo, es la virtud tan sólo de las gentes pequeñas: entre ellas se dice «tal para cual» y «una mano lava la otra»: - ¡O tienen ni derecho ni fuerza de exigir vuestro egoismo!
¡En vuestro egoísmo, creadores, hay la cautela y la previsión de la embarazada! Lo que nadie ha visto aún con sus ojos, el fruto: eso es lo que vuestro amor entero protege y cuida y alimenta.
¡Allí donde está todo vuestro amor, en vuestro hijo, allí está también toda vuestra virtud! Vuestra obra, vuestra voluntad es vuestro «prójimo»: ¡no os dejéis inducir a admitir falsos valores!

12
¡Vosotros creadores, vosotros hombres superiores! Quien tiene que dar a luz está enfermo; y quien ha dado a luz está impuro.
Preguntad a las mujeres: no se da a luz porque ello divierta. El dolor hace cacarear a las gallinas y a los poetas.
Vosotros creadores, en vosotros hay muchas cosas impuras. Esto se debe a que tuvisteis que ser madres.
Un nuevo hijo: ¡oh, cuánta nueva suciedad ha venido también con él al mundo! ¡Apartaos! ¡Y quien ha dado a luz debe lavarse el alma hasta limpiarla!

13
¡No seáis virtuosos por encima de vuestras fuerzas! ¡Y no queráis de vosotros nada que vaya contra la verosimilitud!
¡Caminad por las sendas por las que ya caminó la virtud de vuestros padres! ¿Cómo querríais subir alto si no sube con vosotros la voluntad de vuestros padres?
¡Mas quien quiera ser el primero vea de no convertirse también en el último! ¡Y allí donde están los vicios de vuestros padres no debéis querer pasar vosotros por santos!
Si los padres de alguien fueron aficionados a las mujeres y a los vinos fuertes y a la carne de jabalí: ¿qué ocurriría si ese alguien pretendiese de sí la castidad?
¡Una necedad sería eso! Mucho, en verdad, me parece para ése el que se contente con ser marido de una o de dos o de tres mujeres.
Y si fundase conventos y escribiese encima de la puerta: «el camino hacia la santidad», - yo diría: ¡para qué!, ¡eso es una nueva necedad!
Ha fundado para sí mismo un correccional y un asilo: ¡buen provecho! Pero yo no creo en eso.
En la soledad crece lo que uno ha llevado a ella, también el animal interior. Por ello resulta desaconsejable para muchos la soledad.
¿Ha habido hasta ahora en la tierra algo más sucio que los santos del desierto? En torno a ellos no andaba suelto tan sólo el demonio, - sino también el cerdo.

14
Tímidos, avergonzados, torpes, como un tigre al que le ha salido mal el salto: así, hombres superiores, os he visto a menudo apartaros furtivamente a un lado. Os había salido mal una
tirada de dados.
Pero vosotros, jugadores de dados, ¡qué importa eso! ¡No habíais aprendido a jugar y a hacer burlas como se debe! ¿No estamos siempre sentados a una gran mesa de burlas y de juegos?
Y aunque se os hayan malogrado grandes cosas, ¿es que por ello vosotros mismos - os habéis malogrado? Y aunque vosotros mismos os hayáis malogrado, ¿se malogró por ello - el hombre? Y si el hombre se malogró: ¡bien!, ¡adelante!

15
Cuanto más elevada es la especie de una cosa, tanto más raramente se logra ésta. Vosotros hombres superiores, ¿no sois todos vosotros - malogrados?
¡Tened valor, qué importa! ¡Cuántas cosas son aún posibles! ¡Aprended a reíros de vosotros mismos como hay que reír!
¡Por qué extrañarse, por lo demás, de que os hayáis malogrado y os hayáis logrado a medias, vosotros semidespedazados! ¿Es que no se agolpa y empuja en vosotros - el futuro del
hombre?
Lo más remoto, profundo, estelarmente alto del hombre, su fuerza inmensa: ¿no hierve todo eso, chocando lo uno con lo otro, en vuestro puchero?
¡Por qué extrañarse de que más de un puchero se rompa! ¡Aprended a reíros de vosotros mismos como hay que reír! Vosotros hombres superiores, ¡oh, cuántas cosas son aún posibles!
Y, en verdad, ¡cuántas cosas se han logrado ya! ¡Qué abundante es esta tierra en pequeñas cosas buenas y perfectas, en cosas bien logradas!
¡Colocad pequeñas cosas buenas y perfectas a vuestro alrededor, hombres superiores! Su áurea madurez sana el corazón. Lo perfecto enseña a tener esperanzas.

16
¿Cuál ha sido hasta ahora en la tierra el pecado más grande? ¿No lo ha sido la palabra de quien dijo: «¡Ay de aquellos que ríen aquí!»
¿Es que él no encontró en la tierra motivos para reír? Lo que ocurrió es que buscó mal. Incluso un niño encuentra aquí motivos.
Él - no amaba bastante: ¡de lo contrario nos habría amado también a nosotros los que reímos! Pero nos odió y nos insultó, nos prometió llanto y rechinar de dientes!
¿Es que hay que maldecir cuando no se ama? Esto - me parece un mal gusto. Pero así es como actuó aquel incondicional. Procedía de la plebe.
Y él mismo no amó bastante: de lo contrario se habría enojado menos porque no se lo amase. Todo gran amor no quiere amor: - quiere más.
¡Evitad a todos los incondicionales de esa especie! Es una pobre especie enferma, una especie plebeya: contemplan malignamente esta vida, tienen mal de ojo para esta tierra.
¡Evitad a todos los incondicionales de esa especie! Tienen pies y corazones pesados: - no saben bailar. ¿Cómo iba a ser ligera la tierra para ellos?

17
Por caminos torcidos se aproximan todas las cosas buenas a su meta. Semejantes a los gatos, ellas arquean el lomo, ronronean interiormente ante su felicidad cercana, - todas las cosas buenas ríen.
El modo de andar revela si alguien camina ya por su propia senda: ¡por ello, vedme andar a mí! Mas quien se aproxima a su meta, ése baila.
Y, en verdad, yo no me he convertido en una estatua, ni estoy ahí plantado, rígido, insensible, pétreo, cual una columna: me gusta correr velozmente.
Y aunque en la tierra hay también cieno y densa tribulación: quien tiene pies ligeros corre incluso por encima del fango y baila sobre él como sobre hielo pulido.
Levantad vuestros corazones, hermanos míos, ¡arriba!, ¡más arriba! ¡Y no me olvidéis tampoco las piernas! Levantad también vuestras piernas, vosotros buenos bailarines y aún mejor: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza!

18
Esta corona del que ríe, esta corona de rosas: yo mismo me he puesto sobre mi cabeza esta corona, yo mismo he santificado mis risas. A ningún otro he encontrado suficientemente fuerte hoy para hacer esto.
Zaratustra el bailarín, Zaratustra el ligero, el que hace señas con las alas, uno dispuesto a volar, haciendo señas a todos los pájaros, preparado y listo, bienaventurado en su ligereza: -
Zaratustra el que dice verdad, Zaratustra el que ríe verdad, no un impaciente, no un incondicional, sí uno que ama los saltos y las piruetas; ¡yo mismo me he puesto esa corona sobre mi cabeza!

19
Levantad vuestros corazones, hermanos míos, ¡arriba!, ¡más arriba!, ¡y no me olvidéis tampoco las piernas! Levantad también vuestras piernas, vosotros buenos bailarines, y aún mejor: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza!
También en la felicidad hay animales pesados, hay cojitrancos de nacimiento. Extrañamente se afanan, como un elefante que se esforzase en sostenerse sobre la cabeza.
Pero es mejor estar loco de felicidad que estarlo de infelicidad, es mejor bailar torpemente que caminar cojeando.
Aprended, pues, de mí mi sabiduría: incluso la peor de las cosas tiene dos reversos buenos, -
-incluso la peor de las cosas tiene buenas piernas para bailar: ¡aprended, pues, de mí, hombres superiores, a teneros sobre vuestras piernas derechas!
¡Olvidad, pues, el poner cara de atribulados y toda tristeza plebeya! ¡Oh, qué tristes me parecen hoy incluso los payasos de la plebe! Pero este hoy es de la plebe.

20
Haced como el viento cuando se precipita desde sus cavernas de la montaña: quiere bailar al son de su propio silbar, los mares tiemblan y dan saltos bajo sus pasos.
El que proporciona alas a los asnos, el que ordeña a las leonas, ¡bendito sea ese buen espíritu indómito, que viene cual viento tempestuoso para todo hoy y toda plebe,
- que es enemigo de las cabezas espinosas y cavilosas, y de todas las mustias hojas y yerbajos: alabado sea ese salvaje, bueno, libre espíritu de tempestad, que baila sobre las ciénagas y las tribulaciones como si fueran prados!
El que odia los tísicos perros plebeyos y toda cría sombría y malograda: ¡bendito sea ese espíritu de todos los espíritus libres, la tormenta que ríe, que sopla polvo a los ojos de todos los pesimistas, purulentos!
Vosotros hombres superiores, esto es lo peor de vosotros: ninguno habéis aprendido a bailar como hay que bailar - ¡a bailar por encima de vosotros mismos! ¡Qué importa que os hayáis malogrado!
¡Cuántas cosas son posibles aún! ¡Aprended, pues, a reíros de vosotros sin preocuparos de vosotros! Levantad vuestros corazones, vosotros buenos bailarines, ¡arriba!, ¡más arriba!
¡Y no me olvidéis tampoco el buen reír!
Esta corona del que ríe, esta corona de rosas: ¡a vosotros, hermanos míos, os arrojo esta corona! Yo he santificado el reír; vosotros hombres superiores, aprendedme - ¡a reír!


Presentación
















La canción de la melancolia

Mientras Zaratustra pronunciaba estos discursos se encontraba cerca de la entrada de su caverna; y al decir las últimas palabras se escabulló de sus huéspedes y huyó por breve espacio de tiempo al aire libre.
«¡Oh puros aromas en torno a mí, exclamó, oh bienaventurado silencio en torno a mí! Mas ¿dónde están mis animales? ¡Acercaos, acercaos, águila mía y serpiente mía!
Decidme, animales míos: esos hombres superiores, todos ellos - ¿es que acaso no huelen bien? ¡Oh puros aromas en torno a mí! Sólo ahora sé y siento cuánto os amo, animales míos.»
-Y Zaratustra repitió: «¡Yo os amo, animales míos!» El águila y la serpiente se arrimaron a él cuando dijo estas palabras, y levantaron hacia él su mirada. De este modo estuvieron juntos los tres en silencio, y olfatearon y saborearon juntos el aire puro. Pues el aire era allí fuera mejor que junto a los hombres superiores.

2
Mas apenas había abandonado Zaratustra su caverna cuando el viejo mago se levantó, miró sagazmente a su alrededor y dijo: «¡Ha salido!
Y ya, hombres superiores - permitidme cosquillearos con este nombre de alabanza y de lisonja, como él mismo - ya me acomete mi perverso espíritu de engaño y de magia, mi demonio melancólico,
- el cual es un
adversario a fondo de este Zaratustra: ¡perdonadle! Ahora quiere mostrar su magia ante vosotros, justo en este instante tiene su hora; en vano lucho con este espíritu malvado.
A todos vosotros, cualesquiera sean los honores que os atribuyáis con palabras, ya os llaméis "los espíritus libres" o "los veraces", o "los penitentes del espíritu", o "los liberados de las cadenas", o "los hombres del gran anhelo",
- a todos vosotros que sufrís de la gran náusea como yo, a quienes el viejo Dios se les ha muerto sin que todavía ningún nuevo Dios yazga en la cuna entre pañales, - a todos vosotros os es propicio mi espíritu y mi demonio-mago.
Yo os conozco a vosotros, hombres superiores, yo lo conozco a él, - yo conozco también a ese espíritu maligno, al cual amo a mi pesar, a ese Zaratustra: él mismo me parece, con mucha frecuencia, semejante a la bella máscara de un santo,
- semejante a una nueva y extraña máscara, en la que se complace mi espíritu malvado, el demonio melancólico: - yo amo a Zaratustra, así me parece a menudo, a causa de mi espíritu malvado. -
Pero ya me acomete y me subyuga este espíritu de la melancolía, este demonio del crepúsculo vespertino: y, en verdad, hombres superiores, se le antoja -
- ¡abrid los ojos! - se le antoja venir desnudo, si como hombre o como mujer, aún no lo sé: pero llega, me subyuga, ¡ay!, ¡abrid vuestros sentidos!
El día se extingue, para todas las cosas llega ahora el atardecer, incluso para las cosas mejores; ¡oíd y ved, hombres superiores, qué demonio es, ya hombre, ya mujer, este espíritu de la melancolía vespertina!»
Así habló el viejo mago, miró sagazmente a su alrededor y luego cogió su arpa.

3
Cuando el aire va perdiendo luminosidad,
Cuando ya el consuelo del rocío
Cae gota a gota sobre la tierra,
No visible, tampoco oído: -
Pues delicado calzado lleva
El consolador rocío, como todos los suaves consoladores -:
Entonces tú te acuerdas, te acuerdas, ardiente corazón,
De cómo en otro tiempo tenías sed,
De cómo achicharrado y cansado, tenías sed
De lágrimas celestes y gotas de rocío,
Mientras en los amarillos senderos de hierba
Miradas del sol vespertino malignamente
Corrían a tu alrededor a través de negros árboles,
Ardientes y cegadoras miradas del sol, contentas de causar
daño.

«¿El pretendiente de la verdad? ¿Tú? - así se burlaban ellas -
No! ¡Sólo un poeta!
Un animal, un animal astuto, rapaz, furtivo
Que tiene que mentir,
Que, sabiéndolo, queriéndolo, tiene que mentir:
Ávido de presa,
Enmascarado bajo muchos colores,

Para sí mismo máscara,
Para sí mismo presa -
¿Eso - el pretendiente de la verdad?
iNo! ¡Sólo necio! ¡Sólo poeta!
Sólo alguien que pronuncia discursos abigarrados,
Que abigarradamente grita desde máscaras de necio,
Que anda dando vueltas por engañosos puentes de palabras.
Por multicolores arcos iris,
Entre falsos cielos
Y falsas tierras,
Vagando, flotando, -
¡Sólo necio! ¡Sólo poeta!


¿Eso - el pretendiente de la verdad?
No silencioso, rígido, liso, frío,
Convertido en imagen,
En columna de Dios,
No colocado delante de templos,
Como guardián de un Dios:
¡No! Hostil a tales estatuas de la verdad,
Más familiarizado con las selvas que con los templos,
Lleno de petulancia gatuna,
Saltando por toda ventana,
¡Sus! a todo azar,
Olfateando todo bosque virgen,
Olfateando anhelante y deseoso
De correr pecadoramente sano, y policromo, y bello,
En selvas vírgenes,
Entre animales rapaces de abigarrado pelaje,
De correr robando, deslizándose, mintiendo,
Con belfos lascivos,
Bienaventuradamente burlón, bienaventuradamente infernal,
Bienaventuradamente sediento de sangre: -

O, semejante al águila que largo tiempo,
Largo tiempo mira fijamente los abismos,
Sus abismos:--
¡Oh, cómo éstos se enroscan hacia abajo,
Hacia abajo, hacia dentro,
Hacia profundidades cada vez más hondas! -
¡Luego,
De repente, derechamente,
Con extasiado vuelo,
Lanzarse sobre corderos,
Caer de golpe, voraz,
Ávido de corderos
Enojado contra todas las almas de cordero,
Furiosamente enojado contra todo lo que tiene
Miradas de cordero, ojos de cordero, lana rizada,
Aspecto gris, corderil benevolencia de borrego!

Así,
De águila, de pantera
Son los anhelos del poeta,
Son tus anhelos bajo miles de máscaras,
¡Tú necio! ¡Tú poeta!

Tú que en el hombre has visto
Tanto un Dios como un cordero -:
Despedazar al Dios que hay en el hombre
Y despedazar al cordero que hay en el hombre,
Y reír al despedazar -

¡Ésa, ésa es tu bienaventuranza!
¡Bienaventuranza de una pantera y de un águila!
¡Bienaventuranza de un poeta y de un necio!» - -

Cuando el aire va perdiendo luminosidad,
Cuando ya la hoz de la luna

Entre rojos purpúreos:
-Hostil al día,
A cada paso secretamente
Segando inclinadas praderas de rosas,
Hasta que éstas caen,
Se hunden pálidas hacia la noche: -

Así caí yo mismo en otro tiempo
Desde la demencia de mis verdades,
Desde mis anhelos del día,
Cansado del día, enfermo de luz,
- Me hundí hacia abajo, hacia la noche, hacia la sombra:
Por una sola verdad
Abrasado y sediento:
- ¿Te acuerdas aún, te acuerdas, ardiente corazón,
De cómo entonces sentías sed? -
Sea yo desterrado
De toda verdad,
¡Sólo necio!
¡Sólo poeta!


Presentación
















De la ciencia

Así cantó el mago; y todos los que se hallaban reunidos cayeron como pájaros, sin darse cuenta, en la red de su astuta y melancólica voluptuosidad. Sólo el concienzudo del espíritu no había quedado preso en ella: él le arrebató aprisa el arpa al mago y exclamó: «¡Aire! ¡Dejad entrar aire puro! ¡Haced entrar a Zaratustra! ¡Tú vuelves sofocante y venenosa esta caverna, tú, perverso mago viejo!
Con tu seducción llevas, falso, refinado, a deseos y selvas desconocidos. ¡Y ay cuando gentes como tú hablan de la verdad y la encarecen!
¡Ay de todos los espíritus libres que no se hallan en guardia contra tales magos! Perdida está su libertad: tú enseñas e induces a volver a prisiones, -
- tú viejo demonio melancólico, en tu lamento resuena un atractivo reclamo, ¡te pareces a aquellos que con su alabanza de la castidad invitan secretamente a entregarse a voluptuosidades!»
Así habló el concienzudo; y el viejo mago miró a su alrededor, disfrutó de su victoria y se tragó, en razón de ella, el disgusto que el concienzudo le causaba. «¡Cállate!, dijo con voz modesta,las buenas canciones quieren tener buenos ecos; después de canciones buenas se debe callar durante largo tiempo.
Así hacen todos éstos, los hombres superiores. Mas sin duda tú has entendido poco de mi canción. Hay en ti poco de espíritu de magia.
«Me alabas, replicó el escrupuloso, al segregarme de ti, ¡bien! Pero vosotros, ¡qué veo! Todos vosotros seguís ahí sentados con ojos lascivos - :
Vosotros, almas libres, ¡dónde ha ido a parar vuestra libertad! Casi os asemejáis, me parece, a aquellos que han contemplado durante largo tiempo a muchachas perversas bailar desnudas: ¡también vuestras almas bailan!
En vosotros, hombres superiores, tiene que haber más que en mí de eso que el mago llama su malvado espíritu de magia y de engaño: - sin duda tenemos que ser distintos.
Y, en verdad, juntos hemos hablado y pensado bastante, antes de que Zaratustra volviese a su caverna, como para que yo no supiese: nosotros somos distintos.
Buscamos también cosas distintas aquí arriba, vosotros y yo. Yo busco, en efecto, más seguridad, por ello he venido a Zaratustra. Él es aún, en efecto, la torre y la voluntad más firme-
- hoy, cuando todo vacila, cuando la tierra entera tiembla. Pero vosotros, cuando miro los ojos que ponéis, casi me parece que lo que buscáis es más inseguridad,
- más horrores, más peligro, más terremotos. Vosotros apetecéis, casi me lo parece, perdonad mi presunción, vosotros hombres superiores -
- vosotros apetecéis la peor y más peligrosa de las vidas, la cual es la que más temo yo, la vida de animales salvajes, vosotros apetecéis bosques, cavernas, montañas abruptas y abismos laberínticos.
Y no los guías que sacan del peligro son los que más os agradan, sino los que sacan fuera de todos los caminos, los seductores. Pero si tales apetencias son reales en vosotros, también me parecen, a pesar de ello, imposibles.
El miedo, en efecto, - ese es el sentimiento básico y hereditario del hombre; por el miedo se explican todas las cosas, el pecado original y la virtud original. Del miedo brotó también rni virtud, la cual se llama: ciencia.
El miedo, en efecto, a los animales salvajes - fue lo que durante más largo tiempo se inculcó al hombre, y asimismo al animal que el hombre oculta y tiene dentro de sí mismo: - Zaratustra llama a éste "el animal interior"
Ese prolongado y viejo miedo, finalmente refinado, espiritualizado, intelectualizado: - hoy me parece, llámase: ciencia. -
Así habló el concienzudo; mas Zaratustra, que justo en ese momento volvía a su caverna y habia oído y adivinado las últimas palabras, arrojó al concienzudo un puñado de rosas y se rió de sus «verdades». «¿Cómo, exclamó, ¿qué acabo de oír? En verdad, me parese que tú eres un necio o que lo soy yo mismo: y tu verdad voy a ponerla inmediatamente cabeza abajo.
El miedo, en efecto, - es nuestra excepción. Pero el valor y la aventura y el gusto por lo incierto, por lo no osado, - el valor me parece ser la entera prehistoria del hombre.
A los animales más salvajes y valerosos el hombre les ha envidiado y arrebatado todas sus virtudes: sólo así se convirtió - en hombre.
Ese valor, finalmente refinado, espiritualizado, intelectualizado, ese valor humano con alas de águila y astucia de serpiente: ese, me parece, llámase hoy - »
«¡Zarathustra! gritaron como con una sola boca todos los que se hallaban sentados juntos, y lanzaron una gran carcajada; y de ellos se levantó como una pesada nube. También el mago rió y dijo con tono astuto: «¡Bien! ¡Se ha ido, mi espíritu malvado!
¿Y no os puse yo mismo en guardia contra él al decir que es un embustero, un espíritu de mentira y de engaño?
Especialmente, en efecto, cuando se muestra desnudo. ¡Mas qué puedo yo contra sus perfidias! ¿He creado yo a él y al mundo?
¡Bien! ¡Seamos otra vez buenos y tengamos buen humor! y aunque Zaratustra mire con malos ojos - ¡vedlo!, está enojado conmigo-:
-antes de que la noche llegue aprenderá de nuevo a amarme y a alabarme, pues no puede vivir mucho tiempo sin cometer tales tonterías.
Él - ama a sus
enemigos: de ese arte entiende mejor que ninguno de los que yo he visto. Pero de ello se venga - ¡en sus amigos!»
Así habló el viejo mago, y los hombres superiores le aplaudieron: de modo que Zaratustra dio una vuelta y fue estrechando, con maldad y amor, la mano a sus amigos, - como uno que tiene que reparar algo y excusarse con todos. Y cuando, haciendo esto, llegó a la puerta de su cavrerna, he aquí que tuvo deseos de salir de nuevo al aire puro de fuera y a sus animales, - y se escabulló fuera.


Presentación
















Entre hijas del desierto

¡No te vayas!, dijo entonces el caminante que se llamaba a sí mismo la sombra de Zaratustra, quédate con nosotros, de lo contrario podría volver a acometernos la vieja y sorda tribulación.
Ya el viejo mago nos ha prodigado sus peores cosas, y mira, el buen papa piadoso tiene lágrimas en los ojos y ha vuelto a embarcarse totalmente en el mar de la melancolía.
Estos reyes, sin duda, siguen poniendo ante nosotros buena cara: ¡esto es lo que ellos, en efecto, mejor han aprendido hoy de todos nosotros! Mas si no tuvieran testigos, apuesto a que también en ellos recomenzaría el juego malvado -
¡el juego malvado de las nubes errantes, de la húmeda melancolía, de los cielos cubiertos, de los soles robados, de los rugientes vientos de otoño!
- el juego malvado de nuestro rugir y gritar pidiendo socorro: ¡quédate con nosotros, oh Zaratustra! ¡Aquí hay mucha miseria oculta que quiere hablar, mucho atardecer, mucha nube, mucho aire enrarecido!
Tú nos has alimentado con fuertes alimentos para hombres y con sentencias vigorosas: ¡no permitas que, para postre, nos acometan de nuevo los espíritus blandos y femeninos!
¡Tú eres el único que vuelves fuerte y claro el aire a tu alrededor! ¿He encontrado yo nunca en la tierra un aire tan puro como junto a ti, en tu caverna?
Muchos países he visto, mi nariz ha aprendido a examinar y enjuiciar aires de muchas clases: ¡mas en tu casa es donde mis narices saborean su máximo placer!
A no ser que, - a no ser que -, ¡oh, perdóname un viejo recuerdo! Perdóname una vieja canción de sobremesa que compuse una vez hallándome entre hijas del desierto:
- junto a las cuales, en efecto, había un aire igualmente puro, luminoso, oriental; ¡allí fue donde más alejado estuve yo de la nubosa, húmeda, melancólica Europa vieja!
Entonces amaba yo a tales muchachas de Oriente y otros azules reinos celestiales, sobre los que no penden nubes ni pensamientos.
No podréis creer de qué modo tan gracioso se estaban sentadas, cuando no bailaban, profundas, pero sin pensamientos, como pequeños misterios, como enigmas engalanados con cintas, como nueces de sobremesa - multicolores y extrañas, ¡en verdad!, pero sin nubes: enigmas que se dejan adivinar: por amor a tales muchachas compuse yo entonces un salmo de sobremesa.»
Así habló el viajero y sombra; y antes de que alguien le respondiese había tomado ya el arpa del viejo mago - y cruzado las piernas; entonces miró, tranquilo y sabio, a su alrededor: - y con las narices aspiró lenta e inquisitivamente el aire, como alguien que en países nuevos gusta un aire nuevo y extraño. Luego comenzó a cantar con una especie de
rugido.

2
El desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desiertos!
¡Ah! ¡Qué solemne!
¡Qué efectivamente solemne!
¡Qué digno comienzo!
¡Qué áfricamente solemne!
Digno de un león
O de un moral mono aullador -
- Pero nada para vosotras,
Encantadoras amigas,
A cuyos pies por vez primera
A mi, a un europeo,
Entre palmeras
Se le concede sentarse. Sela


¡Maravilloso, en verdad!
Ahora estoy aquí sentado,
Cerca del desierto y ya
Tan lejos otra vez de él,
Y tampoco en absoluto convertido en desierto todavía:
Sino engullido
Por este perqueñísimo oasis -:
- Hace un instante abrió con un bostezo
Su amable hocico,
El más perfumado de todos los hociquitos:
Y yo caí dentro de él,
Hacia abajo, a través - entre vosotras,
Encantadoras amigas! Sela.

¡Gloria, gloria a aquella ballena si a su huésped
Tan bien trató!- ¿entendéis
Mi docta alusión?
Gloria a su vientre
Si fue asi
Un vientre-oasis tan agradable
Como éste: cosa que, sin embargo, dudo,

- Pues yo vengo de Europa,
La cual es más incrédula que todas
Las esposas algo viejas.
¡Quiera Dios mejorarla!
¡Amén!

Ahora estoy aquí sentado,
En este pequeñísimo oasis,
Semejante a un dátil,
Moreno lleno de dulzura, chorreando oro, ávido
De una redonda boca de muchacha,
Y, aún más, de helados
Níveos cortantes incisivos dientes
De muchacha: por los que languidece
El corazón de todos los ardientes dátiles. Sela.

Semejante, demasiado semejante
A dichos frutos meridionales,
Estoy aquí tendido, mientras pequeños
Insectos alados
Me rodean danzando y jugando,
Y asimismo deseos y ocurrencias
Aún más pequeños,
Más locos más malignos -
Rodeado por vosotras
Mudas, llenas de presentimientos
Muchachas-gatos,
Dudú y Suleica,
-Circumesfingeado, para en una palabra
Amontonar muchos sentimientos:
(¡Dios me perdone
Este pecado de lengua!)
- Aquí estoy yo sentado, olfateando el mejor aire de todos,
Aire de paraíso en verdad,
Ligero aire luminoso, estriado de oro,

Todo el aire puro que alguna vez
Cayó de la luna -
¿Se debió esto al azar
u ocurrió por petulancia?
Como cuentan los viejos poetas.
Pero yo, escéptico, en duda
Lo pongo, pues vengo
De Europa,
La cual es más incrédula que todas
Las esposas algo viejas.
¡Quiera Dios mejorarla!
¡Amén!

Sorbiendo este aire bellísimo,
Hinchadas las narices como cálices,
Sin futuro, sin recuerdos,
Así estoy aquí sentado,
Encantadoras amigas
Y contemplo cómo la palmera,
Igual que una bailarina,
Se arquea y pliega y las caderas mece,
- ¡Uno la imita si la contempla largo tiempo!
¿Igual que una bailarina, que, a mi parecer,
Durante largo tiempo ya, durante peligrosamente largo tiempo,
Siempre, siempre se sostuvo únicamente sobre una sola pierna?
-¡Y que por ello olvidó, a mi parecer,
La otra pierna
En vano, al menos, he buscado la alhaja gemela
Echada de menos
- Es decir, la otra pierna -
En la santa cercanía
De su encantadora, graciosa
Faldita de encajes, ondulante como un abanico.
Sí, hermosas amigas,
Si del todo queréis creerme:
¡La ha perdido!
¡Ha desaparecido!

¡Desaparecido para siempre!
¡La otra pierna!
¡Oh, lástima de esa otra amable pierna!
¿Dónde - estará y se lamentará abandonada?
¿La pierna solitaria?
¿Llena de miedo acaso a un
Feroz monstruo-león amarillo
De rubios rizos? O incluso ya
Roída, devorada-
Lamentable, ¡ay! ¡ay! ¡Devorada! Sela.

¡Oh, no lloréis
Tiernos corazones!
¡No lloréis,
Corazones de dátil! ¡Senos de leche!
¡Corazones-saquitos
De regaliz!
¡No llores más,
Palida Dudú!
¡Sé hombre, Suleica! ¡Ánimo! ¡Ánimo!
-¿O acaso vendría bien
Un tónico
Un tónico para el corazón?
¿Una sentencia ungida?
¿Una exhortación solemne? -

¡Ah! ¡levántate, dignidad!
¡Dignidad de la virtud! ¡Dignidad del europeo!
¡Sopla, vuelve a soplar,
Fuelle de la virtud!
¡Ah!

¡Rugir una vez más aún,
Rugir moralmente!
¡Como león moral
Rugir ante las hijas del desierto!
¡Pues el aullido de la virtud,
Encantadoras muchachas,
Es, más que ninguna otra cosa,
El ardiente deseo, el hambre voraz del europeo!
De nuevo estoy en pie,
Como europeo
¡No puede hacer otra cosa, Dios me ayude!
¡Amén!

El desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desiertos!


Presentación
















El despertar

Tras la canción del viajero y sombra la caverna se llenó de repente de ruidos y risas; y como los huéspedes reunidos hablaban todos a la vez, y tampoco el asno, animado por ello, continuó callado, se apoderó de Zaratustra una pequeña aversión y una pequeña burla contra sus visitantes: aunque al mismo tiempo se alegrase de su regocijo. Pues le parecía un signo de curación. Así, se escabulló afuera, al aire libre, y habló a sus animales.
«¿Dónde ha ido ahora su aflicción?, dijo, y ya se había recobrado de su pequeño hastío, - ¡junto a mí han olvidado, según me parece, el gritar pidiendo socorro!
- si bien, por desgracia, todavía no el gritar.» Y Zaratustra se tapó los oídos, pues en aquel momento el I-A del asno se mezclaba extrañamente con los ruidos jubilosos de aquellos
hombres superiores.
«Están alegres, comenzó de nuevo a hablar, y, ¡quién sabe!, tal vez lo estén a costa de quien los hospeda; y si han aprendido de mí a reír, no es, sin embargo, mi risa la que han aprendido.
¡Mas qué importa ello! Son gente vieja: se curan a su manera, ríen a su manera; mis oídos han soportado ya cosas peores y no se enojaron.
Este día es una victoria: ¡ya cede, ya huye el espíritu de la pesadez, mi viejo archienemigo! ¡Qué bien quiere acabar este día que de modo tan malo y difícil comenzó!
Y quiere acabar. Ya llega el atardecer: ¡sobre el mar cabalga él, el buen jinete! ¡Cómo se mece, el bienaventurado, el que torna a casa, sobre la purpúrea silla de su caballo!
El cielo mira luminoso, el mundo yace profundo: ¡oh, todos vosotros, gente extraña que habéis venido a mí, merece la pena ciertamente vivir a mi lado!»
Así habló Zaratustra. Y de nuevo llegaron desde la caverna los gritos y
risas de los hombres superiores: entonces él comenzó de nuevo.
Pican, mi cebo actúa, también de ellos se aleja su enemigo, el espíritu de la pesadez. Ya aprenden a reírse de sí mismos: ¿oigo bien?
Mi alimento para hombres causa efecto, mi sentencia sabrosa y fuerte: y, en verdad, ¡no los he alimentado con legumbres flatulentas! Sino con alimento para guerreros, con alimento para conquistadores: nuevos apetitos he despertado.
Nuevas esperanzas hay en sus brazos y en sus piernas, su corazón se estira. Encuentran nuevas palabras, pronto su espíritu respirará petulancia.
Tal alimento no es desde luego para niños, ni tampoco para viejecillas y jovencillas anhelantes. A éstas se les convencen las entrañas de otra manera; no soy yo su médico y maestro.
La náusea se retira de esos hombres superiores: ¡bien!, ésta es mi victoria. En mi reino se vuelven seguros, toda estúpida vergüenza huye, ellos se desahogan.
Desahogan su corazón, retornan a ellos las horas buenas, de nuevo se huelgan y rumian, - se vuelven agradecidos.
Esto lo considero como el mejor de los signos: el que se vuelvan agradecidos. Dentro de poco inventarán fiestas y levantarán monumentos en recuerdo de sus vieias alegrías.
¡Son convalecientes! Así habló Zaratustra alegremente a su corazón, y miraba a lo lejos; mas sus animales se arrimaron a él y honraron su felicidad y su silencio.

2
Mas de repente el oído de Zaratustra se asustó: en efesto, la caverna, que hasta entonces estuvo llena de ruidos y de risas, quedó súbitamente envuelta en un silencio de muerte; - y su nariz olió un humo perfumado y un efuvio de incienso, como de piñas al arder.
«¿Qué ocurre? ¿Qué hacen?», se preguntó, y deslizóse a escondidas hasta la entrada para poder observar, sin ser visto, a sus huéspedes. Pero, ¡maravilla sobre maravilla!, ¡qué cosas tuvo que ver entonces con sus propios ojos!
«¡Todos ellos se han vuelto otra vez piadosos, rezan, están locos!» - dijo, en el colmo del asombro. Y, ¡en verdad!, todos aquellos hombres superiores, los dos reyes, el papa jubilado, el mago perverso, el mendigo voluntario, el caminante y sombra, el viejo adivino, el concienzudo del espíritu y el más feo de los hombres: todos ellos estaban arrodillados, como niños y como viejecillas crédulas, y adoraban al asno. Y justo en aquel momento el más feo de los hombros comenzaba a gorgotear y a resoplar, como si de él quisiera salir algo inexpresable; y cuando realmente consiguió hablar, he aquí que se trataba de una piadosa y extraña letanía en loor del asno adorado e incensado. Y esta letanía sonaba así:

¡Amén! ¡Y alabanza y honor y sabiduría y gratitud y gloria y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos!
-Y el asno rebuznó I-A
Él lleva nuestra carga, él tomó figura de siervo, él es paciente de corazón y no dice nunca no; y quien ama a su Dios, lo castiga.
- Y el asno rebuznó I-A.
El no habla: excepto para decir siempre sí al mundo que él creó: así alaba a su mundo. Su astucia es la que no habla: de este modo rara vez se equivoca.
- Y el asno rebuznó I-A.
Camina por el mundo sin ser notado. Gris es el color de su cuerpo, en ese color oculta su virtud. Si tiene espíritu, lo esconde; pero todos creen en sus largas orejas.
- Y'el asno rebuznó I-A.
¡Qué oculta sabiduría es ésta, tener orejas largas y decir únicamente si y nunca no! ¿No ha creado el mundo a su imagen', es decir, lo más estúpido posible?
- Y el asno rebuznó I-A.
Tú recorres caminos derechos y torcidos; te preocupas poco de lo que nos parece derecho o torcido a nosotros los hombres. Más allá del bien y del mal está tu reino. Tu inocencia está en no saber lo que es inocencia.
- Y el asno rebuznó I-A.
Mira cómo tú no rechazas a nadie de tu lado, ni a los mendigos ni a los reyes. Los niños pequeños los dejas venir a ti y cuando los muchachos malvados te seducen, dices tú con toda sencillez I-A.
- Y el asno rebuznó I-A.
Tú amas las asnas y los higos frescos, no eres un remilgado. Un cardo te cosquillea el corazón cuando sientes hambre. En esto está la sabiduría de un Dios.
-Y el asno rebuznó I-A.


Presentación
















La fiesta del asno

En este punto de la letanía no pudo Zaratustra seguir dominándose, gritó también él I-A, más fuerte que el propio asno, y se lanzó de un salto en medio de sus enloquecidos huéspedes. «¿Qué es lo que estáis haciendo, hijos de hombres?, exclamó mientras arrancaba del suelo a los que rezaban. Ay, si os contemplase alguien distinto de Zaratustra:
¡Todo el mundo juzgaría que vosotros, con vuestra nueva fe, sois los peores blasfemos o las más tontas de todas las viejecillas!
Y tú mismo, tú viejo papa, ¿como cuadra contigo el que adores de tal modo aquí a un asno como si fuese Diosl» -
«Oh Zaratustra, respondió el papa, perdóname, pero en asuntos de Dios yo soy más ilustrado que tú. Y ello es justo. ¡Es preferible adorar a Dios bajo esta forma que bajo ninguna! Medita sobre esta sentencia, noble amigo: enseguida adivinarás que en tal sentencia se esconde sabiduría.
Aquel que dijo "Dios es espíritu" - fue el que dio hasta ahora en la tierra el paso y el salto más grande hacia la incredulidad: ¡no es fácil reparar el mal que esa frase ha hecho en la tierra!
Mi viejo corazón salta y retoza al ver que en la tierra hay todavía algo que adorar. ¡Perdónale esto, oh Zaratustra, a un viejo y piadoso corazón de papa!
-Y tú, dijo Zaratustra al caminante y sombra. ¿Tú te denominas y te crees un espíritu libre? ¿Y te entregas aquí a tales actos de idolatría y comedias de curas?
¡Peor, en verdad, te comportas tú aquí que con tus perversas muchachas morenas, tú perverso creyente nuevo!
-Bastante mal, respondió el caminante y sombra, tienes razón: ¡mas qué puedo hacer! El viejo Dios vive de nuevo, oh Zaratustra, digas lo que digas.
El más feo de los hombres es culpable de todo: él es quien ha vuelto a resucitarlo. Y aunque dice que en otro tiempo lo mató: la muerte no es nunca, entre los dioses, más que un prejuicio.
«Y tú, dijo Zaratustra, tú perverso mago viejo, ¡qué has hecho! ¿Quién va a creer en ti en lo sucesivo, en esta época libre, si tú crees en tales asnadas divinas?
Ha sido una estupidez lo que has hecho: ¡cómo has podido cometer, tú inteligente, tal estupidez!»
«Oh, Zaratustra, respondió el mago inteligente, tienes razón, ha sido una estupidez, - y me ha costado bastante cara.»
- «Y tú sobre todo, dijo Zaratustra al concienzudo del espíritu; ¡reflexiona un poco y ponte el dedo en la nariz! ¿No hay aquí nada que repugne a tu conciencia?  ¿No es tu espíritu demasiado puro para estas oraciones y para el tufo de estos hermanos de oración?»
«Algo hay en ello, respondió el concienzudo del espíritu y se puso el dedo en la nariz, algo hay en este espectáculo que incluso hace bien a mi conciencia.
Tal vez a mí no me sea lícito creer en Dios: pero lo cierto es que en esta figura es en la que Dios me parece máximamente creible.
Dios debe ser eterno, según el testimonio de los más piadosos: quien tanto tiempo tiene se toma tiempo. Del modo más lento y estúpido posible: de ese modo alguien así puede llegar muy lejos.
Y quien tiene demasiado espíritu querría sin duda estar loco por la estupidez y la necedad mismas. ¡Reflexiona sobre ti mismo, oh Zaratustra!
Tú mismo - ¡en verdad!, también tú podrías sin duda convertirte en asno a fuerza de riqueza y sabiduría.
¿No le gusta a un sabio perfecto caminar por los caminos más torcidos? La evidencia lo enseña, oh Zaratustra, -¡tu evidencia!»
- «Y también tú, por fin, dijo Zaratustra y se volvió hacia el más feo de los hombres, el cual continuaba tendido en el suelo, elevando el brazo hacia el asno (le daba, en efecto, vino de beber). Di, inexpresable, ¿qué has hecho? Me pareces transformado, tus ojos arden, el manto de lo sublime rodea tu fealdad: ¿qué has hecho?
¿Es verdad lo que éstos dicen, que tú has vuelto a resucitarlo? ¿Y para qué? ¿No estaba muerto y liquidado con razón?
Tú mismo me pareces resucitado: ¿qué has hecho?, ¿por qué tú te has dado la vuelta? ¿Por qué tú te has convertido? ¡Habla tú,el inexpresable!»
«Oh Zaratustra, respondió el más feo de los hombres, ¡eres un bribón!
Si él vive aún, o si vive de nuevo, o si está muerto del todo, - ¿quién de nosotros dos lo sabe mejor? Te lo pregunto.
Pero yo sé una cosa, - de ti mismo la aprendí en otro tiempo, oh Zaratustra: quien más a fondo quiere matar, ríe.
"No con la cólera, sino con la risa se mata" - así dijiste tú en otro tiempo, Oh Zaratustra, tú el oculto, tú el aniquilador sin cólera, tú santo peligroso, - ¡eres un bribón!»

2
Y entonces sucedió que Zaratustra, asombrado de tales respuestas de bribones, dio un salto atrás hacia la puerta de su caverna, y, vuelto hacia todos sus huéspedes, gritó con fuerte voz:
«¡Oh vosotros todos, vosotros pícaros, payasos! ¡Por qué os desfiguráis y os escondéis delante de mí!
¡Cómo se os agitaba, sin embargo, el corazón a cada uno de vosotros de placer y de maldad por haberos vuelto por fin otra vez como niños pequeños, es decir, piadosos, -
- por obrar por fin otra vez como niños, es decir, por rezar, juntar las manos y decir "Dios mío"!
Mas ahora abandonad este cuarto de niños, mi propia caverna, en la que hoy están como en su casa todas las niñerías.
¡Refrescad ahí fuera vuestra ardiente petulancia de niños y el ruido de vuestros corazones!
Ciertamente: mientras no os hagáis como niños pequeños no entraréis en aquel reino de los cielos. (Y Zaratustra señaló con las manos hacia arriba.)
Mas nosotros no queremos entrar en modo alguno en el reino de los cielos: nos hemos hecho hombres, -y por eso queremos el reino de la tierra.»

3
Y de nuevo comenzó Zaratustra a hablar. «¡Oh, mis nuevos amigos, dijo, - vosotros gente extraña, hombres superiores, cómo me gustáis ahora, -
- desde que os habéis vuelto alegres otra vez! Todos vosotros, en verdad, habéis florecido: paréceme que flores tales como vosotros tienen necesidad de nuevas fiestas,
- de un pequeño y valiente disparate, de algún culto divino y alguna fiesta del asno, de algún viejo y alegre necio-Zaratustra, de un vendaval que os despeje las almas con su soplo.
¡No olvidéis esta noche y esta fiesta del asno, hombres superiores! Esto lo habéis inventado vosotros en mi casa, y yo lo tomo como un buen presagio, - ¡tales cosas sólo las inventan
los convalecientes!
Y cuando volváis a celebrarla, esta fiesta del asno, ¡hacedlo por amor a vosotros, hacedlo también por amor a mí! ¡Y en memoria mía!»

Así habló Zaratustra.


Presentación
















La canción del noctámbulo

Entretanto todos, uno detrás de otro, habían ido saliendo fuera, al aire libre y a la fresca y pensativa noche; Zaratustra mismo llevó de la mano al más feo de los hombres para mostrarle su mundo nocturno y la gran luna redonda y las plateadas cascadas que había junto a su caverna. Al fin se detuvieron unos junto a otros, todos ellos gente vieja, mas con un corazón valiente y consolado, y admirados en su interior de sentirse tan bien en la tierra; y la quietud de la noche se adentraba cada vez más en su corazón. Y de nuevo pensó Zaratustra dentro de sí:
-¡Oh, cómo me agradan ahora estos hombres superiores!» - pero no lo expresó, pues honraba su felicidad y su silencio.-
Mas entonces ocurrió la cosa más asombrosa de aquel asombroso y largo día: el más feo de los hombres comenzó de nuevo, y por última vez, a gorgotear y a resoplar, y cuando consiguió hablar, una pregunta saltó, redonda y pura, de su boca, una pregunta buena, profunda, clara, que hizo agitarse dentro del cuerpo el corazón de todos los que le escuchaban.
«Amigos míos todos, dijo el más feo de los hombres, ¿qué os parece? Gracias a este día - yo estoy por primera vez contento de haber vivido mi vida entera.
Y no me basta con atestiguar esto. Merece la pena vivir en la tierra: un solo día, una sola fiesta con Zaratustra me ha enseñado a amar la tierra.
¿Esto era - la vida? quiero decirle yo a la muerte.¡Bien! ¡Otra vez!
Amigos míos, ¿qué os parece? ¿No queréis vosotros decirle a la muerte, como yo: ¿Esto era - la vida?  Gracias a Zaratustra, ¡bien! ¡Otra vez!» - -
Así habló el más feo de los hombres; y no faltaba mucho para la medianoche. ¿Y qué creéis que ocurrió entonces? Tan pronto como los hombres superiores oyeron su pregunta cobraron súbitamente consciencia de su transformación y curación, y de quién se la había proporcionado: entonces se precipitaron hacia Zaratustra, dándole gracias, rindiéndole veneración, acariciándolo, besándole las manos, cada cual a su manera propia: de modo que unos reían, otros lloraban. El
viejo adivino bailaba de placer; y aunque, según piensan algunos narradores, entonces se hallaba lleno de dulce vino, ciertamente se hallaba aún más lleno de dulce vida y había alejado de sí toda fatiga. Hay incluso quienes cuentan que el asno bailó en aquella ocasión: pues no en vano el más feo de los hombres le había dado antes a beber vino. Esto puede ser así, o también de otra manera; y si en verdad el asno no bailó aquella noche, ocurrieron entonces, sin embargo, prodigios mayores y más extraños que el baile de un asno. En resumen, como dice el proverbio de Zaratustra: «¡qué importa ello!»

2
Mas Zaratustra, mientras esto ocurría con el más feo de los hombres, estaba allí como un borracho: su mirada se apagaba, su lengua balbucía, sus pies vacilaban. ¿Y quién adivinaría los pensamientos que entonces cruzaban por el alma de Zaratustra?  Mas fue evidente que su espíritu se apartó de él y huyó hacia adelante y estuvo en remotas lejanías, por así decirlo «sobre una elevada cresta, como está escrito, entre dos mares, - entre lo pasado y lo futuro, caminando como una pesada nube». Poco a poco, sin embargo, mientras los hombres superiores lo sostenían con sus brazos, volvió un poco en sí y apartó
con las manos la aglomeración de los veneradores y preocupados; mas no habló. De repente volvió con rapidez la cabeza, pues parecía oír algo: entonces se llevó el dedo a la boca y dijo: «¡Ve-
nid!»
Y al punto se hizo el silencio y la calma en derredor; de la profundidad, en cambio, subía lentamente el sonido de una campana. Zaratustra se puso a escuchar, lo mismo que los hombres superiores; luego volvió a llevarse el dedo a la boca y volvió a decir: «¡Venid! ¡Venid! ¡Se acerca la medianoche!» - y su voz estaba cambiada. Pero continuaba sin moverse del sitio: entonces se hizo un silencio más grande y una mayor calma, y todos escucharon, también el asno, y los dos animales heráldicos de Zaratustra, el águila y la serpiente, y asimismo la caverna de Zaratustra y la luna redonda y fría y hasta la propia noche. Zaratustra se llevó por tercera vez el dedo a la boca y dijo:
¡Venid! ¡ Venid! ¡Caminemos ya! Es la hora: ¡caminemos en la noche!

3
Vosotros hombres superiores, la medianoche se aproxima: ahora quiero deciros algo al oído, como me lo dice a mí al oído esa vieja campana, -
- de modo tan íntimo, tan terrible, tan cordial como me habla a mí esa campana de medianoche, que ha tenido mayor número de vivencias que un solo hombre:
- que ya contó los latidos de dolor del corazón de vuestros padres - ¡ay!, ¡ay!, ¡cómo suspira!, ¡cómo ríe en sueños!, ¡la vieja, profunda, profunda medianoche!
¡Silencio! ¡Silencio! Ahora se oyen muchas cosas a las que por el día no les es lícito hablar alto; pero ahora, en el aire fresco, cuando también el ruido de vuestros corazones ha callado, -
- ahora hablan, ahora se dejan oír, ahora se deslizan en las almas nocturnas y desveladas: ¡ay!, ¡ay!, ¡cómo suspira!, ¡cómo ríe en sueños!
-¿no oyes cómo de manera íntima, terrible, cordial te habla a ti la vieja, profunda, profunda medianoche?
¡Oh hombre, presta atención!

4
¡Ay de mí! ¿Dónde se ha ido el tiempo? ¿No se ha hundido en pozos profundos?  El mundo duerme ¡Ay! ¡Ay! El perro aúlla, la luna brilla. Prefiero morir, morir, a deciros lo que en este momento piensa mi corazón de medianoche.
Ya he muerto. Todo ha terminado. Araña, ¿por qué tejes tu tela a mi alrededor? ¿Quieres sangre? ¡Ay! ¡Ay!, el rocío cae, la hora llega-
- la hora en que tirito y me hielo, la hora que pregunta y pregunta y pregunta: «¿Quién tiene corazón suficiente para esto?
- ¿quién debe ser señor de la tierra? El que quiera decir: ¡asi debéis correr vosotras, corrientes grandes y pequeñas!»
- la hora se acerca: oh hombre, tú hombre superior, ¡presta atención!, este discurso es para oídos delicados, para tus oídos - ¿qué dice la profunda medianoche?

5
Algo me arrastra, mi alma baila. ¡Obra del día! ¡Obra del día! ¿Quién debe ser señor de la tierra?
La luna es fría, el viento calla. ¡Ay! ¡Ay! ¿Habéis volado ya bastante alto? Habéis bailado: pero una pierna no es un ala.
Vosotros bailarines buenos, todo placer ha acabado ahora, el vino se ha convertido en heces, todas las copas se han vuelto blandas, los sepulcros balbucean.
No habéis volado bastante alto: ahora los sepulcros balbucean: «¡redimid a los muertos! ¿Por qué dura tanto la noche? ¿No nos vuelve ebrios la luna?»
Vosotros hombres superiores, ¡redimid los sepulcros, despertad a los cadáveres! Ay, ¿por qué el gusano continúa royendo? Se acerca, se acerca la hora, -
- retumba la campana, continúa chirriando el corazón, sigue royendo el gusano de la madera, el gusano del corazón ¡Ay! ¡Ay! ¡El mundo es profundo!

6
¡Dulce lira! ¡Dulce lira! ¡Yo alabo tu sonido, tu ebrio sonido de sapo! - ¡desde cuánto tiempo, desde qué lejos viene hasta mí tu sonido, desde lejos, desde los estanques del amor!
¡Vieja campana, dulce lira! Todo dolor te ha desgarrado el corazón, el dolor del padre, el dolor de los padres, el dolor de los abuelos, tu discurso está ya maduro, -
- maduro como áureo otoño y áurea tarde, como mi corazón de eremita - ahora hablas: también el mundo se ha vuelto maduro, el racimo negrea,
- ahora quiere morir, morir de felicidad. Vosotros hombres superiores, ¿no oléis algo? Misteriosamente gotea hacia arriba un aroma,
- un perfume y aroma de eternidad, un rosáceo, oscuro aroma, como de vino áureo, de vieja felicidad,
- de ebria felicidad de morir a medianoche, que canta: ¡el mundo es profundo, y más profundo de lo que el día ha pensado!

7
¡Déjame! ¡Déjame! Yo soy demasiado puro para ti. ¡No me toques! ¿No se ha vuelto perfecto en este instante mi mundo?
Mi piel es demasiado pura para tus manos. ¡Déjame, tú día estúpido, grosero, torpe! ¡No es más luminosa la medianoche!
Los más puros deben ser señores de la tierra, los más desconocidos, los más fuertes, las almas de medianoche, que son más luminosas y profundas que todo día.
Oh día, ¿andas a tientas detrás de mí? ¿Extiendes a tientas tu mano hacia mi felicidad? ¿Soy yo para ti rico, solitario, un tesoro escondido, un depósito de oro?
Oh mundo, ¿me quieres a mí? ¿Soy para ti mundano? ¿Soy para ti espiritual?! ¿Soy para ti divino? Pero, día y mundo, vosotros sois demasiado torpes, -
- tened manos más inteligentes, tendedlas hacia una felicidad más profunda, hacia una infelicidad más profunda, tendedlas hacia algún dios, no hacia mí:
- mi infelicidad, mi felicidad son profundas, oh día extraño, pero yo no soy un Dios, un infierno divino: profundo es su dolor.

8
¡El dolor de Dios es más profundo, oh mundo extraño! ¡Tiende tus manos hacia el dolor de Dios, no hacia mí! ¡Qué soy yo! Una dulce lira ebria, una lira de medianoche, una campana-sapo que nadie entiende, pero que tiene que hablar delante de sordos, oh hombres superiores! ¡Pues vosotros no me comprendéis!
¡Todo acabó! ¡Todo acabó! ¡Oh juventud! ¡Oh mediodía! ¡Oh tarde! Ahora han venido el atardecer y la noche y la medianoche, - el perro aúlla, el viento:
-¿no es el viento un perro? Gimotea, gañe, aúlla. ¡Ay!, ¡ay! ¡cómo suspira!, ¡cómo ríe, cómo resuella y jadea la medianoche!
¡Cómo habla sobria en este momento, esa ebria poetisa!, ¿acaso ha ahogado en más vino su embriaguez?, ¿se ha vuelto superdespierta?, ¿rumia?
- su dolor es lo que ella rumia, en sueños, la vieja y profunda medianoche, y, aún más, su placer. El placer, en efecto, aunque el dolor sea profundo: el placer es aún más profundo que el sufrimiento.

9
¡Tú vid! ¿Por qué me alabas? ¡Yo te corté, sin embargo! Yo soy cruel, tú sangras: - ¿qué quiere esa alabanza tuya de mi crueldad ebria?
«Lo que llegó a ser perfecto, todo lo maduro - ¡quiere morir!», así hablas tú. ¡Bendita, bendita sea la podadera del viñador!: Mas todo lo inmaduro quiere vivir: ¡ay!
El dolor dice: «¡Pasa! ¡Fuera tú, dolor!» Mas todo lo que sufre quiere vivir, para volverse maduro y alegre y anhelante,
- anhelante de cosas más lejanas, más elevadas, más luminosas. «Yo quiero herederos, así dice todo lo que sufre, yo quiero hijos, no me quiero a mí»,
mas el placer no quiere herederos, ni hijos, - el placer se quiere a sí mismo, quiere eternidad, quiere retorno, quiere todo-idéntico-a- sí-mismo-eternamente.
El dolor dice: «¡Rómpete, sangra, corazón! ¡Camina, pierna! ¡Ala, vuela! ¡Arriba! ¡arriba! ¡Dolor!» ¡Bien! ¡Adelante! Oh viejo corazón mío: el dolor dice:¡pasa!»

10
Vosotros hombres superiores, ¿qué os parece? ¿Soy yo un adivino? ¿Un soñador? ¿Un borracho? ¿Un intérprete de sueños? ¿Una campana de medianoche?
¿Una gota de rocío? ¿Un vapor y perfume de la eternidad?
¿No lo oís? ¿No lo oléis? En este instante se ha vuelto perfecto mi mundo, la medianoche es también mediodía, -
el dolor es también placer, la maldición es también bendición,la noche es también sol, - idos o aprenderéis: un sabio es también un necio.
¿Habéis dicho sí alguna vez a un solo placer? Oh amigos míos, entonces dijisteis sí también a todo dolor. Todas las cosas están encadenadas, trabadas, enamoradas, -
-¿habéis querido en alguna ocasión dos veces una sola vez, habéis dicho en alguna ocasión ¡tú me agradas, felicidad! ¡Sus! ¡Instante!»! ¡Entonces quisisteis que todo vuelva!
- todo de nuevo, todo eterno, todo encadenado, trabado, enamorado, oh, entonces amasteis el mundo,
- vosotros eternos, amadlo eternamente y para siempre: y también al dolor decidle: ¡pasa, pero vuelve! Pues todo placer quiere- ¡eternidad!

11
Todo placer quiere la eternidad de todas las cosas, quiere miel, quiere heces, quiere medianoche ebria, quiere sepulcros, quiere consuelo de lágrimas sobre los sepulcros, quiere dorada luz de atardecer -
-¡que no quiere el placer!, es más sediento, más cordial, más hambriento, más terrible, más misterioso que todo sufrimiento, se quiere a sí mismo, muerde el cebo de sí mismo, la voluntad de anillo lucha en él,
- quiere amor, quiere odio, es sumamente rico, regala, disipa, mendiga que uno lo tome, da gracias al que lo toma, quisiera incluso ser odiado, -
- es tan rico el placer, que tiene sed de dolor, de infierno, de odio, de oprobio, de lo lisiado, de mundo, - pues este mundo, ¡oh, vosotros lo conocéis bien!
Vosotros hombres superiores, de vosotros siente anhelo el placer, el indómito, bienaventurado, - ¡de vuestro dolor, oh fracasados! De lo fracasado siente anhelo todo placer eterno.
Pues todo placer se quiere a sí mismo, ¡por eso quiere también sufrimiento! ¡Oh felicidad, oh dolor! ¡Oh, rómpete, corazón! Vosotros hombres superiores, aprendedlo, el placer quiere eternidad,
- el placer quiere eternidad de todas las cosas, ¡quiere profunda, profunda eternidad!

12
¿Habéis aprendido mi canción? ¿Habéis adivinado lo que quiere decir? ¡Bien! ¡Adelante! Vosotros hombres superiores, ¡cantadme ahora, pues, mi canto de ronda!
¡Cantadme ahora vosotros la canción cuyo título es Otra vez cuyo sentido es «¡ Por toda la eternidad!, cantadme vosotros, hombres superiores, el canto de ronda de Zaratustra!

¡Oh hombre! ¡Presta atención!
¿Qué dice la profunda medianoche?
«Yo dormía, dormía, -
De un profundo soñar me he despertado:
EI mundo es profundo,
Y más profundo de lo que el día ha pensado.
Profundo es su dolor.
El placer - es aún más profundo que el sufrimiento:
El dolor dice: ¡pasa!
Mas todo placer quiere eternidad -,
- ¡Quiere profunda, profunda eternidad!»


Presentación
















El signo

A la mañana después de aquella noche Zaratustra se levantó de su lecho, se ciñó los rinones y salió de su caverna, ardiente y fuerte como un sol matinal que viene de oscuras montañas.
«Tú gran
astro, dijo, como había dicho en otro tiempo, profundo ojo de felicidad, ¡qué sería de toda tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!
Y si ellos permaneciesen en sus aposentos mientras tú estás ya despierto y vienes y regalas y repartes: ¡cómo se irritaría contra esto tu orgulloso pudor!
¡Bien!, ellos duermen todavía, esos hombres superiores, mientras que yo estoy despierto: ¡ésos no son mis adecuados compañeros de viaje! No es a ellos a quienes yo aguardo aquí en mis montañas.
A mi obra quiero ir, a mi día: mas ellos no comprenden cuáles son los signos de mi mañana, mis pasos - no son para ellos un toque de diana.
Ellos duermen todavía en mi caverna, sus sueños siguen rumiando mis mediasnoches. El oído que me escuche a mí, - el oído obediente  falta en sus miembros.
- Esto había dicho Zaratustra a su corazón mientras el sol se elevaba: entonces se puso a mirar inquisitivamente hacia la altura, pues había oído por encima de sí el agudo grito de su águila. «¡Bien!, exclamó mirando hacia arriba, así me gusta y me conviene. Mis animales están despiertos, pues yo estoy despierto.
Mi águila está despierta y honra, igual que yo, al sol. Con garras de águila aferra la nueva luz.  Vosotros sois mis animales adecuados; yo os amo. ¡Pero todavía me faltan mis hombres adecuados!» -
Así habló Zaratustra; y entonces ocurrió que de repente se sintió como rodeado por bandadas y revoloteos de innumerables pájaros, - el rumor de tantas alas y el tropel en torno a su cabeza eran tan grandes que cerró los ojos. Y, en verdad, sobre él había caído algo semejante a una nube, semejante a una nube de flechas que descargase sobre un nuevo enemigo. Pero he aquí que se trataba de una nube de amor, y caía sobre un nuevo amigo.
«¿Qué me ocurre!», pensó Zaratustra en su asombrado corazón, y lentamente dejóse caer sobre la gran piedra que se hallaba junto a la salida de su caverna. Mientras movía las manos a su alrededor y encima y debajo de sí, y se defendía de los cariñosos pájaros, he aquí que le ocurrió algo aún más raro: su mano se posó, en efecto de manera imprevista sobre una espesa y cálida melena y al mismo tiempo resonó delante de él un rugido, - un suave y prolongado rugido de león.
«El signo llega», dijo Zaratustra, y su corazón se transformó. Y, en verdad, cuando se hizo claridad delante de él vio que a sus pies yacía un amarillo y poderoso animal, el cual estrechaba su cabeza entre sus rodillas y no quería apartarse de él a causa de su amor, y actuaba igual que un perro que vuelve a encontrar a su viejo dueño. Mas las palomas no eran menos vehementes en su amor que el león; y cada vez que una paloma se deslizaba sobre la nariz del león éste sacudía la cabeza y se maravillaba y reía de ello.
A todos ellos Zaratustra les dijo tan sólo una única frase: «mis hijos están cerca, mis hijos»", _ entonces enmudeció del todo. Mas su corazón estaba aliviado y de sus ojos goteaban lágrimas y caían en sus manos. Y no prestaba ya atención a ninguna cosa, y estaba allí sentado, inmóvil y sin defenderse ya de los animales. Entonces las palomas se pusieron a volar de un lado para otro y se le posaban sobre los hombros y acariciaban su blanco cabello y no se cansaban de manifestar su
cariño y su júbilo. El fuerte león, en cambio, lamía siempre las lágrimas que caían sobre las manos de Zaratustra y rugía y gruñía tímidamente. Así se comportaban aquellos animales.
Todo esto duró mucho tiempo, o poco tiempo: pues, hablando propiamente, para tales cosas no existe en la tierra tiempo alguno. - Mas entretanto los hombres superiores que estaban dentro de la caverna de Zaratustra se habían despertado y estaban disponiéndose para salir en procesión a su encuentro y ofrecerle el saludo matinal: habían encontrado, en efecto, cuando se despertaron, que él no se hallaba ya entre ellos. Mas cuando llegaron a la puerta de la caverna, y el ruido de sus pasos los precedía, el león enderezó las orejas con violencia, se apartó súbitamente de Zaratustra y lanzóse, rugiendo salvajemente, hacia la caverna; los hombres superiores, cuando le oyeron rugir, gritaron todos como con una sola boca y retrocedieron huyendo y en un instante desaparecieron.
Mas Zaratustra, aturdido y distraído, se levantó de su asiento, miró a su alrededor, permaneció de pie sorprendido, interrogó a su corazón, volvió en sí, y estuvo solo. «¿Qué es lo que he oído?, dijo por fin lentamente, ¿qué es lo que me acaba de ocurrir?»
Y ya el recuerdo volvía a él, y comprendió con una sola mirada todo lo que habia acontecido entre ayer y hoy. «Aquí está, en efecto, la piedra, dijo y se acarició la barba, en ella me encontraba sentado ayer por la mañana; y aquí se me acercó el adivino, y aquí oí por vez primera el grito que acabo de oír, el gran grito de socorro.
Oh vosotros hombres superiores, vuestra necesidad fue la que aquel viejo adivino me vaticinó ayer por la mañana, -
- a acudir a vuestra necesidad quería seducirme y tentarme: oh Zaratustra, me dijo, yo vengo para seducirte a tu último pecado.
¡A mi último pecado!, exclamó Zaratustra y furioso se rió de sus últimas palabras:¿qué se me había reservado como mi último pecado?»
- Y una vez más Zaratustra se abismó dentro de sí y volvió a sentarse sobre la gran piedra y reflexionó. De repente se levantó de un salto, -
«¡Compasión! ¡La compasión por el hombre superior!, gritó, y su rostro se endureció como el bronce. ¡Bien! ¡Eso - tuvo su tiempo!
Mi sufrimiento y mi compasión - ¡qué importan! ¿Aspiro yo acaso a la felicidad? ¡Yo aspiro a mi obra!
¡Bien! El león ha llegado, mis hijos están cerca, Zaratustra está ya maduro, mi hora ha llegado: -
Ésta es mi mañana, mi día comienza: ¡asciende, pues, asciende tú, gran mediodía!» - -

Así habló Zaratustra, y abandonó su caverna, ardiente y fuerte como un sol matinal que viene de oscuras montañas.


Inicio
Presentación


Fin de ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA

















SOBRE UNA PIEDRA:
Esta piedra situada junto a la salida de la caverna de Zaratustra volverá a ser mencionada en el último capítulo de esta parte. En el capítulo titulado El Signo Zarathustra la llama la «gran piedra». Quizás encierre una maliciosa alusión a la «piedra» sobre la que está asentada la Iglesia. Ver La ofrenda de la miel .


Ofrenda miel















BUSCAR CON LA MIRADA LA FELICIDAD:
Zaratustra repetirá estas mismas palabras al final de obra: ver El signo.


Ofrenda miel















HABLANDO DE LA PEZ:
La palabra alemana Pech empleada por Zaratustra tiene el doble sentido de «pez» y de «mala suerte».


Ofrenda miel















LLEGA A SER EL QUE ERES:
«Llega a ser el que eres» es frase de Pindaro (Piticas, II, 72. Nietzcche la utilizó como subtítulo de Ecce Homo:Cómo se llega a ser lo que se es».


Ofrenda miel















AGUARDANDO LOS SIGNOS:
Los signos que Zaratustra aguarda son la bandada de palomas y el león riente. Ver, en la tercera parte, De tablas viejas y nuevas.


Ofrenda miel















EL TIENE QUE VENIR:
En La Genealogía de la moral describe Nietzsche a «ese que ha de venir» con las siguientes palabras: «Ese hombre del futuro, que nos liberará del ideal existente hasta ahora y asimismo de lo que tuvo que nacer de ese ideal, de la gran náusea, de la voluntad de la nada, del nihilismo, ese toque de campana del mediodia y de la gran decisión, que de nuevo libera la voluntad, que devuelve a la tierra su meta y al hombre su esperanza, ese anticristo y antinihilista, ese vencedor de Dios y de la nada -alguna vez tiene que llegar.


Ofrenda miel















NUESTRO GRAN HAZAR:
«Hazar» significa periodo de mil años. Al usar la expresión biblica de «reino de los mil años» (Apocalípsis, 20) Zaratustra contrapone implícitamente el reino del hombre» al «reino de Dios.


Ofrenda miel
















UNA DURA ROCA PRIMITIVA:
Sigue Nietzsche oponiendo el «reino del hombre» al «reino de Dios». No podemos olvidar que también la Iglesia está «edificada sobre una piedra: ver Evangelio de Mateo, 16, 18.


Ofrenda miel















GRITO DE SOCORRO:
Sobre este «grito de auxilio dice Nietzsche en Ecce Homo: «Permanecer aquí dueño de la situación, lograr aquí que la altura de la tarea propia permanezca limpia de los impulsos mucho más bajos y mucho más miopes que actúan en las llamadas acciones desinteresadas, esta es la prueba, acaso la última prueba que un Zaratustra tiene que rendir -su auténtica de demostración de de fuerzas.
Grito de socorro















COMER Y BEBER EN SU MESA:
Véase, en la segunda parte, El adivino.


Grito de socorro















ESTOY SECO:
La expresión alemana im Trocknen sitzen tiene un doble sentido; uno, literal: estar (una barca) fuera del agua (en seco)», y otro, figurado: «no tener alguien nada de dinero. Esto le permite a Zaratustra dar su irónica respuesta, pues quiere decir: ¿Es que yo soy un insolvente, sin nada de dinero?


Grito de socorro















MI ÚLTIMO PECADO:
Ver, en la tercera parte, De tablas viejas y nuevas, y en esta cuarta parte, El grito de socorro, El más feo de los hombres y El Signo.


Grito de socorro















HA LLEGADO LA HORA:
Véase, en la segunda parte, De los grandes acontecimientos, en la tercera parte, De la bienaventuranza no querida, y, en esta cuarta parte, A Mediodía.


Grito de socorro















EL BAILE DEL ÚLTIMO HOMBRE ALEGRE:
Posible réplica de Nietzsche a Goethe, quien, a la muerte del principe de Ligne, escribió un requiem «por el hombre más alegre de este siglo.


Grito de socorro















¡NO! ¡NO! ¡TRES VECES NO!
¡No! ¡No! ¡Tres veces no!» Zaratustra repetirá varias veces en lo sucesivo esta misma exclamación; ver El más feo de los hombres, El saludo y Del hombre superioor.


Grito de socorro















MIS DOMINIOS:
Esta afirmación de Zaratustra de que éstos son sus dominios» será contradicha mas tarde por «el concienzudo del espíritu». Ver La sanguijuela.


Grito de socorro















COMO FLAMENCOS:
Véase, en la tercera parte, De tablas viejas y nuevas. Alli Zaratustra aplica este calificativo a los cortesanos.


Coloquio con reyes















QUE IMPORTAN LOS REYES:
Vease, en la tercera parte, De tablas viejas y nuevas.


Coloquio con reyes















GOLPES EN EL PECHO:
Expresión bíblica, tomada del Evangelio de Lucas, 18, 13: «El publicano... se daba golpes de pecho, diciendo: ¡Oh Dios, sé propicio a mi, pecador!


Coloquio con reyes















DIOS MISMO SE HIZO JUDIO:
En Crepúsculo de los ídolos afirma Nietzsche: «No sin sutileza se ha dicho: il est indigne des grands coeurs de répandre le truble qu'ils ressentent: sólo hay que añadir que puede ser asimismo grandeza de alma el no tener miedo de las cosas más indignas. Una mujer que ama sacrifica su honor; un hombre del conocimiento que sacrifica acaso su humanidad; un Dios que amaba se hizo judio».


Coloquio con reyes















RISA BURLONA EN EL ESPEJO:
Ver, en la segunda parte, El niño del espejo.


Coloquio con reyes















LA BUENA  GUERRA SANTIFICA TODA CAUSA:
Ver, en la primera parte, De la guerra y el pueblo guerrero.


Coloquio con reyes















ME ALEJO A TODA PRISA:
Zaratustra utiliza esta misma fórmula en los capítulos siguientes para despedirse «a toda prisa» de los personajes con que va encontrándose; ver La sanguijuela, El jubilado, y El mendigo voluntario.


Coloquio con reyes















COMO LA EVIDENCIA ENSEÑA:
Más adelante, en La fìesta del asno, el «concienzudo del espiritu» empleará esta misma fórmula para ironizar sobre Zaratustra.


La sanguijuela















EL LAMENTO DEL MAGO:
En un principio Nietsche pensó titular el capítulo El mago con el nombre de El penitente de espíritu. El largo «lamento» del mago (reflejo de la figura de Wagner) que viene a continuación fue compuesto por Nietzsche en el otoño de 1884 y llevaba entonces el título de El poeta. - El tormento del creador. En otra copia manuscrita le puso estos dos títulos: De la séptima soledad, luego borrado, y El pensamiento. De hecho este poema no se hallaba destinado originalmente a Así habló Zaratustra, pero Nietzsche lo insertó en él al componer la cuarta parte. De la importancia que este poema tenia para Nietzsche da idea el hecho de que más tarde lo incorporase a los Ditirambos de Dioniso, bajo el título de Lamento de Ariadna. Alli lleva al final una «respuesta» de Dioniso, quien, tras un rayo, «se hace visible con una belleza de esmeralda». La citada respuesta dice así:

¡Sé inteligente, Ariadna!...
Tienes oídos pequeños, tienes mis oídos:
¡Introduce en ellos una palabra inteligente! -
¿No tenemos que odiarnos primero a nosotros mismos cuando
debemos amarnos a nosotros mismos?...
Yo soy tu laberinto...


El Mago















AL DIOS DESCONOCIDO:
Yá en su juventud (en el otono de 1864) había compuesto Nietzsche una poesia con el titulo Al dios desconocido. El «dios desconocido, alude al Dios encontrado por Pablo en el Areópago de Atenas (ver Hechos de los Apóstoles, 17, 23).


El Mago















REVIENTA LA RANA:
Alusión a la conocida fábula narrada por Fedro.


El Mago















TRIBULACIÓN EMBOZADA:
Ver, en la segunda parte, De los sacerdotes.


El Jubilado















EN BUSCA DEL EREMITA:
El papa jubilado viene en busca del eremita con el que Zaratustra se encontró al bajar por vez primera de las montañas. Ver Prólogo de Zarathustra.


El Jubilado















TU LO HAS DICHO:
Frase evangélica, empleada por Jesús en su respuesta a Pilato. Ver el Evangelio de Marcos 15, 2: «Pilato lo interrogó: ¡Tú eres el rey de los judíos! Jesús le contestó: Tú lo has dicho».


El Jubilado















ILUSTRADO EN ASUNTOS DE DIOS:
Un poco más tarde, en La fìesta del asno, el Papa jubilado volverá a replicarle a Zaratustra que, en asuntos de Dios, él es más ilustrado».


El Jubilado















EL DIOS ESCONDIDO:
El Dios escondido» es expresión biblica; ver Isaías, 45, 15: «Es verdad, Tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, el Salvador».


El Jubilado















ADULTERIO EN LA PUERTA DE SU FE:
Una ampliación de esta afirmación puede verse en El Anticristo.


El Jubilado















DIOS QUE CONSTRUYE INFIERNO PARA SUS FAVORITOS:
Un desarrollo de esta idea puede verse en el apartado 269 de Más allá del bien y del mal.


El Jubilado















VENGANZA DIVINA DE SUS PUCHEROS:
Töpfe und Geschöpfe. Nietzsche aprovecha aqui una expresiva aliteración en alemán para aludir al hecho narrado por la Biblia de que Dios hizo al hombre de barro, como un alfarero. Ver Génesis, 2, 7: «Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo».


El Jubilado















MAL COMIENZO DEL DÍA:
En El saludo, Zaratustra comprobará que este día que comenzó de modo tan malo y dificil «va a acabar bien».


El más feo de los hombres















VALLE DEL MUERTE DE LA SERPIENTE:
En Las mil y una noches Simbad el marino describe con palabras muy parecidas un valle que contempló desde una colina durante su segundo viaje: también aquel valle está llena de serpientes gordas.


El más feo de los hombres















UN GORGOTEO Y UN RESUELLO:
Zaratustra mencionará otras dos veces este «gorgoteo que produce el más feo de los hombres cuando quiere comenzar a hablar, como si fuera tartamudo; ver El despertar, y La canción del sonámbulo.


El más feo de los hombres















PARA TODOS Y PARA NADIE:
Alusión al subtitulo de esta obra: Un libro para todos y para nadie.


El más feo de los hombres















MIS RINCONES MÁS SUCIOS:
Véase el apartado 16 de El Anticrísto: Ese Dios penetra a rastras en la caverna de toda virtud privada.


El más feo de los hombres















EL OLOR DE LAS VACAS CALDEÓ SU CORAZÓN:
En Ecce homo Nietzsche describe un hecho similar, que le ocurrió a él mismo: «Hallándome en un estado semejante, yo adverti en una ocasión la proximidad de un rebaño de vacas, antes de haberlo visto, por el retorno de pensamientos más suaves, más humanitarios: aquello tenia en sí calor....»


Mendigo voluntario















EL RUMIAR:
Sobre el significado del «rumiar» en Nietzsche puede verse La genealogía de la moral.


Mendigo voluntario















ASPIRACIÓN A TODO LO PROHIBIDO:
«Contigo he aspirado a todo lo prohibido» : la «sombra» de Zaratustra se aplica a sí misma la fórmula de Ovidio (3 Amores, 4, 17): nitimur ni vetitum, que Nietzsche utiliza también en Más allá del bien y del mal y en la Genealogía de la moral. En Ecce homo dice de ella: «Bajo este signo vencerá un día mi filosofía, pues hasta ahora lo único que se ha prohibido siempre, por principio, ha sido la verdad.


La sombra















LA INOCENCIA DE LAS MENTIRAS:
En Más allá del bien y del mal, Nietsche afirma: Hay una inocencia en la mentira que es señal de que se cree con buena fe en una cosa.


La sombra















PERFECCIÓN DEL MUNDO EN ESTE INSTANTE:
En la primera parte, Las viejecillas y las jovencillas, dice Zaratustra que la mujer piensa así «cuando obedece desde la plenitud del amor»


A mediodía















RESUCITADOS POR TODAS PARTES:
Nietzsche alude aquí al episodio evangélico según el cual, tras la muerte de Jesús, veíanse por todas partes resucitados. Ver el Evangelio de Mateo, 27, 50-53: «Jesús dio otro fuerte grito y exhaló el espíritu. Entonces la cortina del santuario se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las piedras se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habian muerto resucitaron; después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchas».


El saludo















AL PAN PAN Y AL VINO VINO:
Deutsch und deutlich: frase hecha alemana similar a la española «al pan pan, y al vino vino». Se basa en que deutsch y deutlich tienen la misma raiz, diot, «pueblo. El rey de la izquierda replicará inmediatamente a Zaratustra que deutsch estaria mejor emparentado con derb, «tosco». Deutsch und derb, la expresión usada por el rey, podría traducirse por a lo bestia»


El saludo















VINO Y PAN:
El título de este apartado es una clara referencia a la «Ultima Cena» de Jesús, narrada por los Evangelios. La palabra alemana empleada, Abendmahl, subraya aún más que la castellana la citada alusión. Para despejar dudas esta alusión al «pan» y al «vino» vuelve a subrayar lo indicado, es decir, el intencionado paralelismo entre esta Cena y la narrada en los Evangelios.


La cena















LOS DOS CORDEROS:
Sobre la procedencia de estos dos corderos ver, en la tercera parte, El convaleciente. Además, si se tiene en cuenta que Jesús es llamado también «el Cordero», se verá que el antagonismo entre esta Cena y la evangélica alcanza aquí su cumbre.


La cena















EL HOMBRE TIENE QUE MEJORAR Y EMPEORAR:
«El hombre tiene que mejorar y que empeorar» es enseñanza repetida a lo largo de toda esta obra; ver, en la segunda parte, De la cordura respecto a los hombres; y en la tercera parte, De tablas viejas y nuevas, y El convaleciente.


Hombre superior















LOS ÚLTIMOS NO SERÁN LOS PRIMEROS:
Paráfrasis del Evangelio de Mateo, 19, 30: «Los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros.


Hombre superior















EL ANIMAL INTERIOR:
Más tarde el concienzudo del espiritu aludirá a este «animal interior» mencionado aquí por Zaratustra. Ver De la ciencia. Nietzsche utiliza el mismo término, inwendig, empleado por Lutero en su traducción de Romanos, 7, 22. En ese pasaje Pablo alude a «el hombre interior» ( der inwendige Mensch ). Este «animal interior» ( das inwendige Gethier ) es, pues, clara antítesis del hombre paulino.


Hombre superior















LOS SANTOS DEL DESIERTO:
Irónica alusión realista a san Antonio Abad, padre de los eremitas y protector de los animales, el cual suele ser representado en compañía de un cerdo. El «cerdo» actúa aqui como metáfora de la «suciedad» en todos los sentidos.


Hombre superior















LA LIGERA TIERRA:
Ver, en la tercera parte, Del espiritu de la pesadez, en donde Zaratustra rebautiza a la tierra con el nombre de «La Ligera».


Hombre superior















CORONA DE ROSAS:
Esta corona de rosas aparece como antítesis de la «corona de espinas» de que hablan los Evangelios. Ver el Evangelio de Mateo, 27, 27-29: «Los soldados... trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza.


Hombre superior















ZARATHUSTRA EL QUE DICE VERDAD Y RIE VERDAD:
En alemás Nietzsche utiliza los términos Wahrsager y Wahrlacher.
Wahrsager significa, por su composición, el que dice (sagen) verdad (Wahr); y asimismo el adivino. Por su parte, Wuhrlacher es palabra creada por Nietzsche por analogía con la anterior.
El significado de este juego de palabras sería, pues: Zaratustra es el que vaticina (o dice verdad) tanto con sus palabras como con sus risas.


Hombre superior















ADVERSARIO A FONDO DE ZARATHUSTRA:
La palabra alemana utilizada aqui por Nietzsche ( Widersacher ) es el término empleado en la traducción de la Biblia de Lutero para designar al demonio.


Canción melancolía















NUEVO DIOS EN LA CUNA:
Alusión al portal de Belén; ver el Evangelio de Lucas, 2, 12: «El ángel les dijo: "... os doy esta señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre"»


Canción melancolía















¡SOLO NECIO! ¡SOLO POETA!
Al igual que ocurre con la canción anterior, también este poema fue compuesto por Nietzsche en el otoño de 1884 y no estaba destinado originariamente a Así habló Zaratustra. Con algunas variantes, Nietzsche lo insertó entre los Ditirambos de Dioniso con el titulo de ¡Sólo necio! ¡Sólo poeta!


Canción melancolía















AMAR A SUS ENEMIGOS Y VENGARSE EN LOS AMIGOS:
Ver el Evangelio de Mateo, 5, 44: «Amad a vuestros enemigos»


De la ciencia















CANTAR CON UNA ESPECIE DE RUGIDO:
También este poema, compuesto en el otoño de 1884, se halla recogido en los Ditirambos de Dioniso con el título de Entre hijas del desierto. En realidad Nietzsche inserta en los Ditirambos todo este capitulo, incluida la parte inicial en prosa; en el poema introduce algunos ligeros cambios y. sobre todo, le añade unos versos finales.


Hijas del desierto















SELA:
Nietzsche toma la palabra Sela de los salmos bíblicos, en los que aparece con mucha frecuencia. Aunque el significado de esta palabra es discutido, parece que era una indicación musical y marcaba una pausa.


Hijas del desierto















LA DOCTA ALUSIÓN:
La «docta alusión» se refiere, evidentemente, al episodio bíblico de Jonás, tragado por una ballena. Ver Jonás, 2, 1.


Hijas del desierto















DUDÚ Y SULEICA:
Estos dos nombres los tomó Nietzsche , sin duda, el primero del canto sexto del Don Juan de Byron, y el segundo del Diván oriental-occidental, de Goethe.


Hijas del desierto















CIRCUMESFINGEADO:
Estamos ante una palabra inventada por Nietzsche: umsphinxt y que tiene el sentido de algo que está rodeado de esfinges».


Hijas del desierto















¡DIOS ME AYUDE!:
Expresión muy difundida en Alemania y que se atribuye a Lutero, quien la habria pronunciado el 18 de abril de 1521 en la Dieta de Worms. Con ella parece haber acabado su respuesta a la pregunta de si queria retractarse. Nietzsche la emplea varias veces; por ejemplo, en La genealogía de la moral, tratado tercero, «¿Qué significan los ideales ascéticos?»


Hijas del desierto















GRITOS Y RISAS DE LOS HOMBRES SUPERIORES:
Estos «gritos y risas» de los hombres superiores le parecen a Zaratustra una buena señal, al contrario que los «gritos y bailes» del pueblo, que enfurecen a Moisés hasta el punto de llevarlo a romper las tablas de la ley (véase Éxodo, 32, 15-20).


El despertar















EL REBUZNAR DEL ASNO:
Zaratustra acumula en esta sola frase hasta cuatro citas literales de la Biblia, a saber: Salmo, 68, 20: «Dios lleva nuestra carga»; Filipenses, 2, 7: «Dios tomó figura de siervo»; Números, 14, 18: «Dios es paciente y misericordioso»; y (cambiando el sentido) Hebreos, 12, 5: «El Señor, a quien ama, lo castiga». Por otra parte, como el rebuzno del asno es siempre I-A  (que en alemán significa también «si» ), Zaratustra puede afirmar que el Señor (=asno) no dice nunca no.
El despertar















EL COLOR FAVORITO DEL ASNO:
Nietzsche utiliza el término Leibfarber : literalmente "color del cuerpo"; pero tambien, en el uso ordinario, "color favorito". El color favorito de los asnos suele ser el grís .


El despertar















MUCHACHOS MALVADOS:
En Provervios, 1, 10 se dice: Hijo mío, si intentan engañarte los pervertidos,no cedas.
Nietzsche utiliza la traducción luterana, que aquí dice böse Buben (muchachos malvados)


El despertar















LA FIESTA DEL ASNO:
Un título anterior para este apartado era La  vieja y la nueva fe. Este es el  título de la obra de D. F. Strauss contra la cual publicó Nietzsche en 1873 la primera de sus Consideraciones intempestivas. De todas formas conviene tener en cuenta que la fiesta del asno se relata propiamente en el apartado anterior.


Fiesta del asno















HACEDLO EN MEMORIA MÍA:
Remedo de 1 Corintios, 11, 24: «El Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria mía". Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo: "Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria mia"».


Fiesta del asno















LA CANCIÓN DEL NOCTÁMBULO:
En todas las ediciones de Asi habló Zaratustra, posteriores a la realizada por Nietzsche mismo, este apartado ha llevado el titulo de La canción ebria. Tal cambio se basaba en que, en su ejemplar personal impreso, Nietzsche había escrito ese otro titulo sobre el título La canción del noctambulo. Aquí se restituye el título original; es posible que Nietzsche hubiera modificado el titulo él mismo


Canción del noctámbulo















EL GRAN ASTRO:
Zaratustra reproduce aquí la misma invocación al sol que pronunció al comienzo de la obra; ver el Prólogo de Zarutustra.


El signo















LOS HOMBRES SUPERIORES DUERMEN:
Reminiscencia bíblica con lo que sucede con los discípulos de Jesús en el monte de los Olivos; ver el Evangelio de Mateo, 26, 40: «Se acercó a sus discipulos y los encontró dormidos.


El signo















EL OIDO OBEDIENTE:
Zaratustra reclama aqui para si el «oido obediente» (das gehorchende Okr). Antes, sin embargo, ha dicho, en la tercera parte, De tablas viejas y nuevas que "quien obedece, no se oye a sí mismo   (wer gehorcht, der hört sich selbst nicht).

El signo