EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA


ENSAYO DE AUTOCRÍTICA
(AL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA)
(Friedrich Nietzsche)

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Presentación
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1
Sea lo que sea aquello que esté a la base de este libro problemático: una cuestión de primer rango y máximo atractivo tiene que haber sido, y ademas una cuestión profundamente personal - testimonio de ello es la época en la cual surgió, pese a la cual surgió, la excitante época de la guerra franco-alemana de 1870-71. Mientras los estampidos de la batalla de Wörth se expandían sobre Europa. el hombre caviloso y amigo de de enigmas que a quien se le deparó la paternidad de este libro estaba en un rincón cualquiera de los Alpes, muy sumergido en sus cavilaciones y enigmas, en consecuencia muy preocupado y despreocupado a la vez, y redactaba sus pensamientos sobre los griegos, - núcleo del libro extaño y difícilmente accesible a que va a estar -dedicado este tardio prólogo (o epilogo). Unas semanas mas tarde: y también él se encontraba bajo los muros de Metz, no desembarazado aún de los signos de interrogación que había colocado junto a la presunta «
jovialidad de los griegos y junto al arte griego; hasta que por fin, en aquel mes de hondísima tensión en que en Versalles se deliberaba sobre la paz, también él consiguió hacer la paz consigo mismo,y mientras convalecía lentamente de una enfermedad que había contraido en el campo de batalla, comprobó en sí de manera definitiva el nacimiento de la tragedia en el espiritu de la música. - ¿En la música? ¿Música y tragedia?  ¿Griegos y música de tragedia? ¿Griegos y la obra de arte del pesimismo? La especie más lograda de hombres habidos hasta ahora, la mas bella, la más envidiada, la que más seduce a vivir, los griegos - ¿cómo?  ¿es que precisamente ellos tuvieron necesidad de la tragedia? ¿Más aún-del arte?  ¿Para qué el arte griego?
Se adivina el lugar en que con estas preguntas quedaba colocado el gran signo de interrogación acerca del valor de la existencia.  ¿Es el pesimismo, necesariamente, signo de declive, de ruina, de fracaso, de instintos fatigados y debilitados? - ¿Como lo fue entre los indios, como lo es, según todas las apariencias, entre nosotros los hombres y europeos «modernos»?  ¿Existe un pesimismo de la fortaleza? ¿Una predilección intelectual por las cosas duras, horrendas, malvadas, problemáticas de la existencia, predilección nacida de un bienestar, de una salud desbordante, de una plenitud de la existencia?  ¿Se da tal vez un sufrimiento causado por esa misma sobreplenitud? ¿Una tentadora valentía de la más aguda de las miradas, valentía que anhela lo terrible, por considerarlo el enemigo, el digno enemigo en el que poder poner a prueba su fuerza? ¿En el que ella quiere aprender qué es «el sentir miedo»? ¿Qué significa, justo entre los griegos de la epoca mejor, más fuerte, más valiente, el mito trágico?   ¿Y el fenómeno enorme de lo dionisíaco? ¿Qué significa, nacida de él, la tragedia? -Y por otro lado: aquello de que murió la tragedia, el socratismo de la moral, la dialéctica, la suficiencia y la jovialidad del hombre teórico - ¿cómo?  ¿no podría ser justo ese socratismo un signo de declive, de fatiga, de enfermedad, de unos instintos que se disuelven de modo anárquico?  ¿Y la «jovialidad griega del helenismo tardío, tan sólo  arrebol de crepúsculo? ¿La voluntad epicúrea contra el pesimismo, tan sólo una precaución del hombre que sufre? Y la ciencía misma, nuestra ciencia-sí, ¿qué significa en general, vista como síntoma de vida, toda ciencia? ¿Para qué, peor de donde toda ciencia? ¿Cómo? ¿Acaso es el cientificismo nada más que un miedo al pesimismo y una escapatoria frente a él? ¿Una defensa sutil obligada contra la verdad?
¿Y  hablando en términos morales, algo asi como cobardia y falsedad? ¿Hablando en términos no-morales, una astucia?  Oh Sócrates, Sócrates, ¿fue ése acaso tu secreto? Oh ironista misterioso, ¿fue ésa acaso tu - ironia?--


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2
Lo que yo conseguí aprehender entonces, algo terrible y peligroso, un problema con cuernos, no necesariamente un toro precisamente, en todo caso un problema nuevo: hoy yo diría que fue el problema de la ciencia misma - la ciencia concebida por vez primera como problemática, como discutible. Pero el libro en que entonces encontraron desahogo mi valor y mi suspicacía juveniles - ¡qué libro tan
imposible  tenía que surgir de una tarea tan contraria a la juventud! Construido nada más que a base de vivencias propias prematuras y demasiado verdes, todas las cuales estaban junto al umbral de lo comunicable, colocado en el terreno del arte-pues el problema de la ciencia no puede ser conocido en el terreno de la ciencia -, acaso un libro para artistas dotados accesoriamente de capacidades analíticas y retrospectivas (es decir, para una especie excepcional de artistas, que hay que buscar y que ni siquiera se querría buscar...), lleno de innovaciones psicológicas y de secretos de artista, con una metafísica de artista en el trasfondo, una obra juvenil llena de valor juvenil y de juvenil melancolía, independiente, obstinadamente autónoma incluso allí donde parece plegarse a una autoridad y a una veneración propia, en suma, una primera obra, también en el mal sentido de la expresión, que, pese a su problema senil, adolece de todos los defectos de la juventud, sobre todo de su excesiva longitud, de su «tormenta y arrebato, (Sturm und Drang): por otra parte, teniendo en cuenta el éxito que obtuvo (especialmente en el gran artista a que ella se dirigia como para un dialogo, en Richard Wagner), un libro probado, quiero decir, un libro que, en todo caso, ha satisfecho «a los mejores de su tiempo». Ya por esto debería ser tratado con cierta deferencia y silencio; a pesar de ello yo no quiero reprimir del todo el decir cuán desagradable se me aparece ahora, cuán extraño es ahora ante mi dieciséis años despues, -ante unos ojos más viejos, cien veces más exigentes, pero que en modo alguno se han vuelto más fríos, ni tampoco más extraños a aquella tarea a la que este temerario libro osó por vez primera acercarse - ver la ciencia con la óptica del artista, y el arte, con la de la vida.........

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3
Dicho una vez más, hoy es para mí un libro imposible, - lo encuentro, mal escrito, torpe, penoso, frenético de imagenes y confuso a causa de ellas, sentimental, acá y alla azucarado hasta lo femenino, desigual en el tempo [ritmo] sin voluntad de limpieza lógica, muy convencido, y por ello, eximiendose de dar demostraciones, desconfiando incluso de la pertinencia de dar demostraciones, como un libro para iniciados, como una «música» para aquellos que han sido bautizados en la música, que desde el comienzo de las cosas están ligados por experiencias artisticas comunes y raras, como signo de reconocimiento para quienes sean in artibus (en cuestiones artísticas) parientes de sangre, - un libro altanero y entusiasta, que de antemano se cierra a profanum vulgus (vulgo profano) de los cultos» mas aún que al «pueblo, pero que, como su influjó demostró y demuestra, tiene que ser tambien bastante experto en buscar sus compañeros de entusiasmo y en atraerlos hacia nuevos senderos ocultos y hacia nuevas pistas de baile. Aquí hablaba en todo caso,- esto se admitió con tanta curiosidad como repulsa - una voz extraña, el discípulo de un «dios desconocido» todavía, que por el momento se escondía bajo la capucha del docto, bajo la  pesadez  y el desabrimiento  dialéctico del alemán, incluso bajo los malos modales del wagneriano; había aquí un espíritu que sentía necesidades nuevas, carentes aún de nombre, una memoria rebosante de preguntas, experiencias, secretos, a cuyo margen estaba escrito el nombre Dioniso como un signo más de interrogación: aqui hablaba-así se dijo la gente con suspicacia - una especie de alma mistica y casi menádica, que con esfuerzo y de manera arbitraria, casi indecisa sobre si lo que quería era comunicarse u ocultarse, parecía balbucear en un idioma extraño. Esa «alma nueva habria debido cantar- ¡y no hablar! Qué lástima que lo que yo tenia entonces que decir no me atreviera a decirlo como poeta: ¡tal vez habra sido capaz de hacerlo! O, al menos, como filólogo: - ¡pues todavía hoy para el filólogo está casi todo por descubrir y desenterrar aún en este campo. Sobre todo el problema de que aquí hay un problema, -y de que, ahora y antes, mientras no tengamos una respuesta a la pregunta  ¿qué es lo dionisíaco?», los griegos continúan siendo completamente desconocidos e inimaginables...


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4
Sí, ¿qué es lo dionisiáco? En este libro hay una respuesta a esa pregunta - en él habla alguien que «sabe, el iniciado y discipulo de su dios. Tal vez ahora yo hablaría con más cautela y menos elocuencia acerca de una cuestión psicológica tan dificil como es el origen de la  tragedia entre los  griegos. Una cuestión fundamental es la relación del griego con el dolor, o su  grado de sensibilidad, - ¿permaneció idéntica a sí misma esa relación?, ¿o se invirtió? - la cuestión de si realmente su cada vez más fuerte anhelo de belleza, de fiestas, de diversiones, de   nuevos cultos, surgió de una carencia, de una privación, de la melancolía, del dolor. Suponiendo, en efecto,que- precisamente esto fuese verdadero - y Pericles (o Tucídides)  nos lo da a entender en el gran discurso fúnebre-: ¿de dónde tendria que proceder el anhelo contrapuesto a éste y surgido antes en el tiempo, el anhelo de lo feo, la buena y rigurosa voluntad, propia del heleno primitivo, de pesimismo, de mito trágico, de dar imagen a todas las cosas terribles, malvadas, enigmáticas, aniquiladoras, funestas que hay en el fondo de la existencia, - ¿de dónde tendría que provenir entonces la tragedia?  ¿Acaso del placer, de la fuerza, de una salud desbordante, de una plenitud demasiado grande?  ¿Y qué significado tiene entonces, hecha la pregunta fisiologicamente, aquella demencia de que surgió tanto el arte trágico como el cómico, la demencia dionisíaca? ¡Cómo! ¿Acaso no es la demencia, necesariamente, síntoma de degeneración, de declive, de una cultura demasiado tardia? ¿Existen acaso - una pregunta para médicos de locos - neurosis de la salud?, de la juventud y juvenilidad de los pueblos? ¿A qué apunta aquella síntesis de dios y macho cabrio que se da en el sátiro? ¿En razón de qué vivencia de sí mismo, para satísfacer a qué impulso tuvo el griego que imaginarse como un sátiro al entusiasta y hombre primitivo dionisíaco? Y en lo que se refiere al origen del coro trágico: ¿hubo acaso arrebatos endémicos en aquellos siglos en que el cuerpo griego florecía, y el alma griega desbordaba de vida? ¿Visiones y alucinaciones que se transmitían a comunidades enteras, a asambleas enteras reunidas para el culto? ¿Y si ocurriera que los griegos tuvieron, precisamente en medio de la riqueza de su juventud, la voluntad de lo trágico y fueron pesimistas?, ¿que fue justo la demencia, para emplear una frase de Platón, la que trajo las máximas bendiciones sobre la Hélade?, ¿y que, por otro lado, y a la inversa, fue precisamente en los tiempos de su disolución y debilidad cuando los griegos se volvieron cada vez más optimistas, más superficiales,  más comediantes también más ansiosos de lógica y de logicización del mundo, es decir, a la vez «más joviales.» y «más científicos» ¿Y si tal vez, a despecho de todas las «ideas modernas» y los prejuicios del gusto democrático, pudieran la victoria del optimismo, la racionalidad predominante desde entonces, el utilitarismo práctico y teórico, así como la misma democracia, de la que son contemporáneos, - ser un sintoma de fuerza declinante, de vejez inminente, de fatiga fisiológica (Y precisamente no-el pesimismo)  ¿Fue Epicuro un optimista- precisamente en cuanto hombre que sufría? -- Ya se ve que es todo un fardo de dificiles cuestiones el que este libro cargó sobre sus espaldas - ¡añadamos además su cuestión más dificil! ¿Qué significa, vista con la óptica de la vida, - la moral?....

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5
Ya en el «Prólogo a Richard Wagner» el arte - y no la moral - es presentado como la actividad propiamente metafísica del hombre; en el libro mismo reaparece en varias ocasiones la agresiva tesis de que sólo como fenómeno estético está justificada la existencia del mundo. De hecho el libro entero no conoce, detrás de todo acontecer, más que un sentido y un ultra-sentido de artista, - un «dios», si se quiere, pero, desde luego, tan solo un dios-artista completamente amoral y desprovisto de escrúpulos, que tanto en el construir como el destruir, en el bien como en el mal, lo que quiere es darse cuenta de su placer y su soberanía idénticos, un dios-artista que, creando mundos, se desembaraza de la necesidad implicada en la plenitud y la sobreplenitud, del sufrimiento de las antitesis en él acumuladas. El mundo, en cada instante la alcanzada redención de dios, en cuanto es la visión eternamente cambiante, eternamente nueva del ser más sufriente, más antitético, más contradictorio, que únicamente en la apariencia sabe redimirse: a toda esta metafísica de artista se la puede denominar arbitraria, ociosa, fantasmagórica -, lo esencial en esto está en que ella delata ya un espíritu que alguna vez, pese a todos los peligros, se defenderá contra la interpretación y el significado morales de la existencia. Aqui se anuncia, acaso por vez primera, un pesimismo «más allá del bien y del mal», aquí se deja oir y se formula aquella «
pervesidad de los sentimientos» contra la que Schopenhauer no se cansó de disparar de antemano sus más coléricas maldiciones y piedras de rayo, - una filosofía que osa situar, rebajar la moral misma al mundo de la apariencia y que la coloca no  entre las «apariencias» (en el sentido de este terminus technicus idealista), sino entre los «engaños, como apariencia, ilusión, error, interpretación, aderezamiento, arte. Acaso donde mejor pueda medirse la profundidad de esta tendencia antimoral es en el precavido y hostil silencio con que en el libro entero se trata al cristianismo, - el cristianismo en cuanto es la más aberrante variación sobre el tema moral que la humanidad ha llegado a escuchar hasta este momento. En verdad, no existe antitesis más grande de la interpretación y justificación puramente estéticas del mundo, tal como en este libro se las enseña, que la doctrina cristiana, la cual es y quiere ser sólo moral, y con sus normas absolutas, ya con su veracidad de Dios por ejemplo, relega el arte, todo arte, al reino de la mentira, - es decir, lo niega, lo reprueba, lo condena. Detrás de semejante modo de pensar y valorar, el cual, mientras, sea de alguna manera auténtico, tiene que ser hostil al arte, percibía yo tambien desde siempre siempre lo hostil a la vida, la rencorosa, vengativa aversión contra la vida misma: pues toda vida se basa en la apariencia, en el arte, en el engaño, en la óptica, en la necesidad de lo perspectivístico y del error. El cristianismo fue desde el comienzo, de manera esencial y básica, náusea y fastidio contra la vida sentidos por la vida, náusea y fastidio que no hacían más que disfrazarse, ocultarse, ataviarse con la creencia en «otra» vida distinta o «mejor». El odio al «mundo», la maldición de los afectos, el miedo a la belleza y a la sensualidad, un más allá inventado para calumniar mejor al más acá, en el fondo un anhelo de hundirse en la nada, en el final, en él reposo, hasta llégar al «sábado de los sábados» - todo esto, asi como la incondicional voluntad del cristianismo de admitir valores sólo morales me pareció siempre la forma más peligrosa y siniestra de todas las formas posibles de una «voluntad de ocaso»; al menos, un signo de enfermedad, fatiga, desaliento, agotamiento, empobrecimiento hondísimos de la vida, - pues ante la moral  (especialmente ante la moral cristiana, es decir, incondicional ) la vida tiene que carecer de razón de manera constante e inevitable, ya que la vida es algo esencialmente amoral, -la vida, finalmente, oprimida bajo el peso del desprecio y del eterno «no», tiene qtre ser sentida como indigna de ser apetecida, como lo no-válido en sí. La moral misma- ¿cómo?, ¿acaso sería la moral una «voluntad de negación de la vida», un instinto secreto de aniquilación, un princípio de ruina, de empequeñecimiento, de calumnia, un comienzo del final? ¿Y en consecuencia, el peligro de los peligros?... Contra la moral, pues, se levantó entonces, con este libro problematico, mi instinto, como un instinto defensor de la vida, y se inventó una doctrina y una valoración radicalmente opuestas de la vida, una doctrina y una valoración puramente artísticas, anticristianas. ¿Cómo denominarlas?   En cuanto filólogo y hombre de palabras las bauticé, no sin cierta libertad- ¿pues quién conocería el verdadero nombre del Anticristo? - con el nombre de un dios griego:
las llame Dionisiacas. -

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6
¿Se entiende cuál es la tarea que yo osé rozar ya con este libro?...  ¡Cuánto lamento ahora el que no tuviese yo entonces el valor (¿o la inmodestia?) de permitirme, en todos los sentidos, un lenguaje propio para expresar unas intuiciones y osadías tan propias, -el que imentase expresar penosamente, con fórmulas schopenhauerianas y kantianas, unas valoraciones extrañas y nuevas, que iban radicalmente en contra tanto del espíritu de Kant y de Schopenhauer como de su gusto! ¿Cómo pensaba, en efecto, Schopenhuer acerca de la tragedia?  «Lo que otorga tragico el empuje peculiar hacia la elevación» - dice en El mundo como voluntad y representación, - «es la aparición del conocimiento de que el mundo,  la vida no pueden dar una satisfacción auténtica, y, por tanto, no son dignos de nuestro apego: en esto consiste el espíritu trágico -, ese espíritu lleva, según esto, a la resignación». ¡Oh, de qué modo tan distinto me hablaba Dioniso a mí! ¡Oh, cuán lejos de mí se hallaba entonces justo todo ese resignacionismo! - Pero en el libro hay algo mucho peor, que yo ahora lamento más aún que el haber oscurecido y estropeado con fórmulas schopenhauerianas unos presentimientos dionisiacos: a saber, ¡el haberme echado a perder en absoluto el grandioso problema griego, tal como a mí se me había aparecido, por la injerencia de las cosas modernísimas! ¡El haber puesto esperanzas donde nada había que esperar, donde todo apuntaba, con demasiada claridad, hacia un final! ¡El haber comenzado a descarriar, basándome en la última música alemana, acerca del «ser alemán», como si éste se hallase precisamente en trance de descubrirse y de reencontrarse a sí mismo - y esto en una época en que el espiritu alemán, que no hacia aún mucho tiempo había tenido la voluntad de dominar sobre Europa, la fuerza de guia  a Europa, acababa de presentar su abdicación definitiva e irrevocable, y, bajo la pomposa excusa de fundar un Reich, realizaba su tránsito a la mediocrización, a la democracia y a las «ideas modernas»! De hecho, entre tanto he aprendido a pensar sin esperanza ni indulgencia alguna acerca de ese «ser alemán», y asimismo acerca de la música alemana de ahora, la cual es romanticismo de los pies a la cabeza y la menos griega de todas las formas posibles de arte: además, una destrozadora de nervios de primer rango, doblemente peligrosa en un pueblo que ama la bebida y honra la oscuridad como una virtud, es decir. en su doble condición de narcótico que embriaga y, a la vez obnubila. - Al margen, claro está, de todas las esperanzas apresuradas y de todas las erróneas aplicaciones a la realidad del presente con que yo me eché a perder entonces mi primer libro, permanecerá en lo sucesivo el gran signo de interrogación dionisíaco, tal como fue en él planteado, también en lo que se refiete a la música: ¿cómo tendría que estar hecha una música que no tuviese ya un origen romántico, como lo tiene la música alemana, - sino un origen dionisíaco?...

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7
- Pero, señor mío, ¿qué es romanticismo en el mundo entero si su libro no es romanticismo? ¿Es que el odio profundo contra el «
tiempo de ahora», contra la «realidad» y las «ideas modernas», puede ser llevado más lejos de lo que se llevó en su metafísica de artista? - la cual prefiere creer hasta en la nada, hasta en el demonio, antes que en el «ahora»? ¿No se oye, por debajo de toda su polifonía contrapuntística y de su seducción de los oidos, el zumbido de un bajo continuo de cólera y de placer destructivo, una rabiosa resolución contra todo lo que es «ahora», una voluntad que no está demasiado lejos del nihilismo práctico y que parece decir « ¡prefiero que nada sea verdadero antes de que vosotros tengáis razón, antes de que vuestra verdad tenga razón! » Escuche usted mismo, señor pesimista y eridiosador del arte, con un oído un poco más abierto, un único pasaje escogido de su libro, aquel pasaje que habla, no sin elocuencia, de los matadores de dragones, y que sin duda tiene un sonido capcioso y embaucador para oidos y corazones jóvenes: ¿o es que no es ésta la genuina y verdadera profesión de fe de los románticos de 1830 bajo la máscara de pesimismo de 1850, tras de la cual confesión se preludia aún el usual final de los románticos, - quiebra, hundimiento, retorno y prosternación ante una vieja fe, ante el viejo dios...? ¿O es que ese su libro de pesimista no es un fragmento de antihelenidad y de romanticismo, incluso algo «tan embriagador como obnubilante», un narcótico en todo caso, hasta un fragmento de música, de música alemana? Escúchese:

Imaginémonos una generación que crezca con esa intrepidez de la mirada, con esa heróica tendencia hacia lo enorme, imaginémonos el paso audaz de esos matadores de dragones, la orgullosa temeridad con que vuelven la espalda a todas las doctrinas de debilidad del optimismo, para «vivir resueltamente» en lo entero y pleno: ¿acaso no sería necesario que el hombre trágico de esa cultura, en su autoeducación para la seriedad y para el horror, tuviese que desear un arte nuevo, el arte del consuelo metafísico, la tragedia, como la Helena a él debida, y que exclamar con Fausto:
¿Y no debo yo, con la violencia más llena de anhelo, traer a la vida esa figura única entre todas?

«¿Acaso no sería necesario?»...¡No, tres veces no!, jóvenes románticos: ¡no seria necesario! Pero es muy probable que eso finalice asi, que vosotros finalicéis así, es decir, consolados», como está escrito, pese a toda la autoeducación para la seriedad y para el horror, «metafisicamente consolados», en suma, como finalizan los románticos, cristianamente... ¡No! Vosotros deberíais aprender antes el arte del consuelo intramundano, - vosotros deberíais aprender a reir, mis jovenes amigos, si es que, por otro lado, quereis continuar siendo completamente pesimistas; quizás a consecuencia de ello, como reidores, mandeis alguna vez al diablo todo el consuelismo metafísico- ¡y, en primer lugar, la metafisica! O, para decirlo con el lenguaie de aquel trasgo dionisiáco que lleva  el nombre de Zarathustra:

Levantad vuestros corazones, hermanas míos, -¡arriba! ¡más arriba! ¡Y no me olvidéis tampoco las piernas! Levantad también vuestras piernas, vosotros buenos bailarines, y mejor aún: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza!
Esta corona del que rie, esta corona de rosas: yo mismo la he puesto sobre mi cabeza   esta corona, yo mismo he santificado mis risas. A ningún otro he encontrado suficientemente fuerte hoy para hacer esto. Zaratustra el bailarin, Zaratustra el ligero, el que hace señas con las alas, uno dispuesto a volar, que hace suyos a todos los pájaros, preparado y listo bienaventurado en su ligereza: - Zaratustra el que dice verdad, Zaratustra el que rie verdad, no un impaciente, no un incondicional, sí uno que ama los saltos y las piruetas: ¡yo mismo me he puesto esa corona sobre mi cabeza!
Esta corona del que ríe, esta corona de rosas: ¡a vosotros, hermanos míos, os arrojo esta corona! Yo he santificado el reir; vosotros hombres superiores, aprended ¡a reir!

Así habló Zarathustra, cuarta parte.



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PROLOGO A RICHARD WAGNER
(
Friedrich Nietzsche)

Con el fin de mantener lejos de mí todas las críticas, irritaciones y malentendidos a que los pensamientos reunidos en este escrito darán ocasión, dado el carácter peculiar de nuestro público estético, y con el fin también de poder escribir las palabras introductorias con idéntica delicia contemplativa de la cual él mismo, como petrefacto de hojas buenas y enaltecedoras, lleva los signos en cada hoja, voy a imaginarme el instante en que usted, mi muy venerado amigo, recibirá este escrito: cómo, acaso tras un paseo vespertino por la nieve invernal, mira usted el Prometeo desencadenado en la portada, lee mi nombre, y en seguida queda convencido de que, sea lo que sea aquello que se encuentre en este escrito, su autor tiene algo serio y urgente que decir, y asimismo que, en todo lo que él ideó, conversaba con usted como con alguien que estuviera presente, y sólo le era licito escribir cosas que respondiesen a esa presencia. Usted recordará entonces que yo me concentré en estos pensamientos al mismo tiempo en que surgía su magnífico escrito conmemorativo sobre Beethoven, es decir, en medio de los horrores y sublimidades de la guerra. que acababa de estallar. Sin embargo, errarían quienes acaso pensasen, a propósito de esa concentración, en la antítesis entre excitación patriótica y disipación estética, entre seriedad valiente y juego jovial: a éstos, si leen realmente este escrito, acaso les quede claro, para estupor suyo, con que problema seriamente alemán tenemos que habérnoslas, el cual es situado por nosotros con toda propiedad en el centro de las esperanzas alemanas, como vértice y punto de viraje. Pero acaso cabalmente a ésos mismos les resultará escandaloso el ver que un problema estético es tomado tan en serio, en el caso, desde luego, de que no sean capaces de reconocer en el arte nada más que un accesorio divertido, nada más que un tintineo, del que sin duda se puede prescindir, añadido a la «seriedad de la existencia»: como si nadie supiese qué es lo que significa semejante «seriedad de la exístencia» cuando se hace esa contrapoción. A esos hombres serios sírvales para enseñarles que yo estoy convencido de que el arte es la tarea suprema y la actividad propiamente metafísica de esta vida, en el sentido del hombre a quien quiero que quede dedicado aquí este escrito, como a mi sublime precursor en esa vía.

Basilea, fin del año 1871.


Presentación

























































































































































































































































































































































LO APOLINEO Y LO DIONISIACO
(Sueño y Embriaguez)

Mucho es lo que habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos llegado no sólo a la intelección lógica, sino a la seguridad inmediata de la intuición de que el desarrollo del arte está ligado a la duplicidad de lo apolineo y de lo dionisiáco: de modo similar a como la generación depende de la dualidad de los sexos, entre los cuales la lucha es constante y la reconciliación se efectúa sólo periódicamente. Esos nombres se los tomamos en préstamo a los griegos, los cuales hacen perceptibles al hombre inteligente las profundas doctrinas secretas de su vision del arte, no, ciertamente, con conceptos, sino con las figuras incisivamente claras del mundo de sus dioses. Con sus dos divinidades artísticas, Apolo y Dioniso, se enlaza nuestro conocimiento de que en el mundo griego subsiste una antítesis enorme, en cuanto a origen y metas, entre el arte del escultor, arte apolíneo, y el arte no escultórico de la música, que es el arte de Dioniso: esos dos instintos tan diferentes marchan uno al lado de otro, casi siempre en abierta discordia entre sí y excitándose mutuamente a dar a luz frutos  nuevos y cada vez más vigorosos, para perpetuar en ellos la lucha de aquella antítesis, sobre la cual sólo en apariencia tiende un puente la común palabra «arte»: hasta que, finalmente, por un milagroso acto metafísico de la «voluntad helénica, se muestran apareados entre sí, y en ese apareamiento acaban engendrando la obra de arte a la vez dionisíaca y apolínea de la tragedia ática.
Para poner más a nuestro alcance esos dos instintos imaginémooslos, por el momento, como los mundos artísticos separados del sueño y de la embriaguez entre los cuales fenómenos fisiológicos puede advertirse una antítesis correspondiente a la que se da entre lo apolíneo y lo dionisíaco. En el sueño fue donde, según Lucrecio, por vez primera se presentarn ante las almas de los hombres las espléndidas figuras de los dioses, en el sueño era donde el gran escultor veía la fascinante estructura corporal de seres sobrehumanos, y el poeta helénico, interrogado acerca de los secretos de la procreación poética, habría mencionado asimismo el sueño y habría dado una instrucción similar a la que da Hans Sachs en Los maestros cantores:

Amigo mío, ésa es precisamente la obra del poeta,
el interpretar y observar sus sueños.
Creedme, la ilusión más verdadera del hombre
se le manifiesta en el sueño:
todo arte poético y toda poesía
no es más que interpretación de sueños que dicen la verdad.

La bella apariencia de los mundos oníricos, en cuya producción cada hombre es artista completo, es el presupuesto de todo arte figurativo, mas aún, también, como veremos, que una mitad importante de la poesía. Gozamos en la comprensión inmediata de la figura, todas las formas nos hablan, no existe nada indiferente ni innecesario. En la vida suprema de esa realidad onírica tenemos, sin embargo, el sentimiento traslúcido de su apariencia: al menos ésta es mi experiencia, en favor de cuya reiteración, más aún, normalidad, yo podría aducir varios testimonios y declaraciones de los poetas. El hombre filosófico tiene incluso el presentimiento de que tambien por  debajo de esta realidad en que nosotros vivimos y somos yace  oculta una realidad del todo distinta, esto es, que también aquélla es una apariencia: y Schopenhauer llega a decir que el signo distintivo de la aptitud filosófica es ese don gracias al cual los seres humanos y todas las cosas se nos presentan a veces como meros fantasmas o imágenes oníricas. La relación que el filósofo mantiene con la realidad de la existencia es la que el hombre sensible al arte mantiene con la realidad del sueño; la contempla con minuciosidad y con gusto: pues de esas imágenes saca él su interpretación de la vida, mediante esos sucesos se ejercita para la vida. Y no son sólo acaso las imágenes agradables y amistosas las que él experimenta en sí con aquella inteligibilidad total: también las   cosas serias, oscuras, tristes, tenebrosas, los obstáculos súbitos, las bromas del azar, las esperas medrosas, en suma, toda la «divina comedia» de la vida, con su Inferno, desfila ante él, no sólo como un juego de sombras - pues también él vive y sufre en esas escenas - y, sin embargo, tampoco sin aquella fugaz sensación de apariencia; y tal vez más de uno recuerde, como yo, haberse gritado a veces en los peligros y horrores del sueño, animándose a sí mismo, y con éxito: «¡Es un sueño! ¡Quiero seguir sonándolo! » Así me lo han contado también personas que fueron capaces de prolongar durante tres y más noches consecutivas la causalidad de uno y el mismo sueño: hechos éstos que dan claramente testimonio de que nuestro ser más íntimo, el substrato común de todos nosotros, experimenta el sueño en sí con profundo placer y con alegre necesidad.
Esta alegre necesidad propia de la experiencia onírica fue expresada asimismo por los griegos en su Apolo: Apolo, en cuanto dios de todas las fuerzas figurativas, es a la vez el dios vaticinador. El, que es, según su raíz, «el Resplandeciente», la divinidad de la luz, domina también la bella apariencia del mundo interno de la fantasía. La verdad superior, la perfección propia de estos estados, que contrasta con la sólo fragmentariamente inteligible realidad diurna, y además  profunda consciencia de que en el dormir y el soñar la naturaleza produce unos efectos salvadores y auxiliadores, todo eso es a la vez el análogo simbólico de la capacidad vaticinadora y, en general, de las artes, que son las que hacen posible y digna de vivirse la vida. Pero esa delicada línea que a la imagen onírica no le es lícito sobrepasar para no producir un efecto patológico, ya que, en caso contrario, la apariencia nos engañaría presentándose como burda realidad -no es lícito que falte tampoco en la imagen de Apolo: esa mesurada limitación, ese estar libre de las emociones más salvajes, ese sabio sosiego del dios-escultor. Su ojo tiene que ser «solar», en conformidad con su origen; aun cuando esté encolerizado y mire con malhumor, se halla bañado en la solemnidad de la bella apariencia. Y así podría aplicarse a Apolo, en un sentido excéntrico, lo que Schopenhauer dice del hombre cogido en el velo de Maya. El mundo como voluntad y representación,: «Como sobre el mar embravecido, que, ilimitado por todos lados, levanta y abate rugiendo montañas de olas, un navegante está en una barca, confiando en la débil embarcación; así está tranquilo, en medio de un mundo de tormentos, el hombre individual, apoyado y confiando en el principium individuationis  [principio de individuación]. Más aún, de Apolo había que decir que en él han alcanzado su expresión más sublime la confianza inconcusa en ese principium y el tranquilo estar allí de quien se halla cogido en él, e incluso se podría designar a Apolo como la magnífica imagen divina del principium individuationis, por cuyos gestos y miradas nos hablan todo el placer y sabiduría de la apariencia, junto con su belleza.
En ese mismo pasaje nos ha descrito Schopenhauer el enorme espanto que se apodera del ser humano cuando a éste le dejan súbitamente perplejo las formas de conocimiento de la apariencia, por parecer que el principio de razón sufre, en alguna de sus configuraciones, una excepción. Si a ese espanto le añadimos el éxtasis delicioso que, cuando se produce esa misma infracción del principium individuationis, asciende desde el fondo más íntimo del ser  humano, y aún de la misma naturaleza, habremos echado una mirada a la esencia de lo dionisiaco, a lo cual la analogía de la embriaguez es la que más lo aproxima a nosotros. Bien por el influjo de la bebida narcótica, de la que todos los hombres y pueblos originarios hablan con himnos, bien con la aproximación poderosa de la primavera, que impregna placenteramente la naturaleza toda, despiértanse aquellas emociones dionisíacas en cuya intensificación lo subjetivo desaparece hasta llegar al completo olvido de sí. También en la Edad Media alemana iban rodando de un lugar para otro, cantando y bailando bajo el influjo de esa misma violencia dionisíaca, muchedumbres cada vez mayores: en esos danzantes de San Juan y San Vito reconocemos nosotros los coros báquicos de los griegos, con su prehistoria en Asia menor, que se remontan hasta Babilonia y hasta los saces orgiásticos. Hay hombres que, por falta de experiencia o por embotamiento de espíritu, se apartan de esos fenómenos como de «enfermedades populares, burlándose de ellos o lamentándolos, apoyados en el sentimiento de su propia salud: los pobres no sospechan, desde luego, qué color cadavérico y qué aire fantasmal ostenta precisamente esa «salud» suya cuando a su lado pasa rugiendo la vida ardiente de los entusiastas dionisíacos.
Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo se renueve la alianza entre los seres humanos: también la naturaleza enajenada, hostil o subyugada celebra su fiesta de reconciliación como su hijo perdido, el hombre. De manera espontánea ofrece la tierra sus dones, y pacíficamente se acercan los animales rapaces de las rocas y del desierto. De flores y guirnaldas está recubierto el carro de Dioniso: bajo su yugo avanzan la pantera y el tigre. Transfórmese el himno A la alegría de Beethoven en una pintura y no se quede nadie rezagado con la imaginación cuando los millones se postran estremecidos en el polvo: así sera posible aproximarse a lo dionisíaco. Ahora el esclavo es hombre libre, ahora quedan rotas todas las rígidas, hostiles delimitaciones que la necesidad, la arbitrariedad o la «moda insolente» han establecido entre los hombre.
Ahora, en el evangelio de la armonía universal, cada uno se siente no sólo reunido, reconciliado, fundido con su prójimo, sino uno con él, cual si el velo de Maya estuviese desgarrado y ahora sólo ondease de un lado para otro, en jirones, ante lo misterioso Uno primordial. Cantando y bailando manifiéstase el ser humano como miembro de una comunidad superior: ha desaprendido a andar y a hablar y está en camino de echar a volar por los aires bailando.Por sus gestos habla la transformación mágica. Al igual que ahora los animales hablan y la tierra da leche y miel, también en él resuena algo sobrenatural: se siente dios, él mismo camina ahora tan estático y erguido como en sueños veía caminar a los dioses. El ser humano no es ya un artista, se ha convertido en una obra de arte: para suprema satisfacción deleitable de lo Uno primordial, la potencia artística de la naturaleza entera se revela aquí bajo los estremecimientos de la embriaguez. El barro más noble, el mármol más precioso son aqui amasados y tallados, el ser humano, y a los golpes de cincel del artista dionisíaco de los mundos resuena la llamada de los misterios eleusinos: «¿Os postráis, millones? ¿ Presientes tú al creador, oh mundo?»


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LO APOLINEO Y LO DIONISÍACO EN EL MUNDO GRIEGO
(Antítesis y Reconciliación)

Hasta ahora hemos venido considerando lo apolíneo y su antítesis, lo dionisíaco, como potencias artísticas que brotan de la naturaleza misma, sin mediación del artista humano, y en las cuales encuentran satisfacción por vez primera y por vía directa los instintos artísticos de aquella: por un lado, como mundo de imágenes del sueño, cuya perfección no mantiene conexión ninguna con la altura intelectual o con la cultura artística del hombre individual, por otro lado, como realidad embriagada, la cual, a su vez, no presta atención a ese hombre, sino que intenta incluso aniquilar al individuo y redimirlo mediante un sentimiento místico de unidad. Con respecto a esos estados artísticos inmediatos de la naturaleza todo artista es un «imitador»,y, ciertamente, o un artista apolíneo del sueño o un artista dionisíaco de la embriaguez, o en fin - como, por ejemplo, en la tragedia griega - a la vez un artista del sueño y un artista de la embriaguez: a este último hemos de imaginárnoslo más o menos como alguien que, en la borrachera dionisíaca y en la autoalienación mística, se prosterna solitario y apartado de los coros entusiastas, y al que entonces se le hace manifiesto, a través del influjo apolíneo tal sueno, su propio estado, es decir, su unidad con el fondo más íntimo del mundo, en una imagen onírica simbólica.
Tras estos presupuestos y contraposiciones generales acerquémonos ahora a los griegos para conocer en qué grado y hasta qué altura se desarrollaron en ellos esos instintos artísticos de la naturaleza: lo cual nos pondrá cn condiciones de entender y apreciar con más hondura la relación del artista griego con sus arquetipos, o, según la expresión aristotélica, «la imitación de la naturaleza». De los sueños de los griegos, pese a toda su literatura onírica y a las numerosas anécdotas sobre ellos, sólo puede hablarse con conjeturas, pero, sin embargo, con bastante seguridad: dada la aptitud plástica de su ojo, increíblemente precisa y segura, así como su luminoso y sincero placer por los colores............ No precisamos, en cambio, hablar sólo con conjeturas cuando se trata de poner al descubierto el abismo enorme que separa a los griegos dionisiacos de los bárbaros dionisíacos. En todos los confines del mundo antiguo - para dejar aquí de lado el mundo moderno -, desde Roma hasta Babilonia, podemos demostrar la existencia de festividades dionisíacas, cuyo tipo, en el mejor de los casos, mantiene con el tipo de las griegas la misma relación que el sátiro barbudo, al que el macho cabrío prestó su nombre y sus atributos, mantiene con Dioniso mismo. Casi en todos los sitios la parte central de esas festividades consistía en un desbordante desenfreno sexual, cuyas olas pasaban por encima de toda institución familiar y de sus estatutos venerables; aquí eran desencadenadas precisamente las bestias más salvajes de la naturaleza, hasta llegar a aquella atroz mezcolanza de voluptuosidad y crueldad que a mí me ha parecido siempre el auténtico «bebedizo de las brujas». Contra las febriles emociones de esas festividades, cuyo conocimiento penetraba hasta los griegos por todos los caminos de la tierra y del mar, éstos, durante algún tiempo, estuvieron completamente asegurados y protegidos, según parece, por la figura, que aquí se yergue en todo su orgullo, de Apolo, el cual no podía oponer la cabeza de Medusa a ningún poder más peligroso que a ese poder dionisíaco, grotescamente descomunal. En el arte dórico ha quedado eternizada esa actitud de mayestática repulsa de Apolo.Más dificultosa e incluso imposible se hizo esa resistencia cuando desde la raíz más honda de lo helénico se abrieron paso finalmente instintos similares: ahora la actuación del dios délfico se limitó a quítar de las manos de su poderoso adversario, mediante una reconciliación concertada a tiempo, sus aniquiladoras armas. Esta reconciliación es el momento más importante en la historia del culto griego: a cualquier lugar a que se mire, son visibles las revoluciones provocadas por ese acontecimiento. Fue la reconciliación de dos adversarios, con determinación nítida de sus líneas fronterizas, que de ahora en adelante tenían que ser respetadas, y con envío periódico de regalos honoríficos; en el fondo, el abismo no había quedado salvado. Mas si nos fijamos en el modo como el poder dionisíaco se reveló bajo la presión de ese tratado de paz, nos daremos cuenta ahora de que, en comparación con aquellos saces babilónicos y su regresión desde el ser humano al tigre y al mono, las orgías dionisíacas de los griegos tienen el significado de festividades de redención del mundo y de días de transfiguración. Sólo en ellas alcanza la naturaleza su júbilo artístico, sólo en ellas el desgarramiento del principium individuationis se convierte en un fenómeno artístico. Aquel repugnante bebedizo de brujas hecho de voluptuosidad y crueldad carecía aquí de fuerza: sólo la milagrosa mezcla y duplicidad de afectos de los entusiasmos  dionisíacos recuerdan aquel bebedizo - como las medicinas nos traen a la memoria los venenos mortales -, aquel fenómemo de que los dolores susciten placer, de que el júbilo a rranque al pecho sonidos atormentados. En la alegría más alta resuenan el grito del espanto o el lamento nostálgico por una pérdida insustituible. En aquellas festividades griegas prorrumpe, por así decirlo, un rasgo sentimental de la naturaleza, como si ésta hubiera de sollozar por su despedazamiento en individuos. El canto y el lenguaje mímico de estos entusiastas de dobles sentimientos fueron para el mundo de la Grecia de Homero algo nuevo e inaudito: y en especial prodújole horror y espanto a ese mundo la música dionisíaca. Si bien, según parece, la música era conocida ya como un arte apolíneo, lo era, hablando con rigor, tan sólo como oleaje del ritmo, cuya fuerza figurativa fue desarrollada hasta convertirla en exposición de estados apolíneos. La música de Apolo era arquitectura dórica en sonidos, pero en sonidos sólo insinuados, como son los propios de la cítara. Cuidadosamente se mantuvo apartado, como no-apolíneo, justo el elemento que constituye el carácter de la música dionisíaca y, por tanto, de la música como, la violencia estremecedora del sonido, la corriente unitaria de la melodía y el mundo completamente incomparable de la armonía. En el ditirambo díonisíaco el hombre es estimulado hasta la intensificación máxima de todas sus capacidades simbólicas; algo jamás sentido aspira a exteriorizarse, la aniquilación del velo de Maya, la unidad como genio de la especie, más aún, de la naturaleza. Ahora la esencia de la naturaleza debe expresarse simbólicamente; es necesario un nuevo mundo de símbolos, por lo pronto el simbolismo corporal entero, no sólo el simbolismo de la boca, del rostro, de la palabra, sino el gesto pleno del baile, que mueve rítmicamente todos los miembros....El servidor ditirámbico de Dioniso es entendido, pues, tan sólo por sus iguales. ¡Con qué estupor tuvo que mirarle el griego apolíneo! Con un estupor que era tanto mayor cuanto que con él se mezclaba el terror de que en realidad todo aquello no le era tan extraño a él, más aún, de que su consciencia apolínea le ocultaba ese mundo dionisíaco sólo como un velo.


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LO APOLINEO Y LO DIONISÍACO
(El sí de los griegos, a través de sus dioses, a una vida trágica)

Para comprender esto tenemos que desmontar piedra a piedra, por así decirlo, aquel primoroso edificio de la czrltura apolinea, hasta ver los fundamentos sobre los que se asienta. Aquí descubrimos en primer lugar las magníficas figuras de los dioses olímpicos, que se yerguen en los frontones de ese edificio y cuyas hazañas, representadas en relieves de extraordinaria luminosidad, decoran sus frisos. El que entre ellos esté también Apolo como una divinidad particular junto a otras y sin la pretensión de ocupar el primer puesto, es algo que no debe inducirnos a error. Todo ese mundo olímpico ha nacido del mismo instinto que tenía su figura sensible en Apolo, y en este sentido nos es lícito consíderar a Apolo como padre del mismo.¿Cuál fue la enorme necesidad de que surgió un grupo tan resplandeciente de seres olímpicos?  Quien se acerque a estos Olímpicos llevando en su corazón una religión distinta y busque en ellos altura ética, más aún, santidad, espiritualización incorpórea, misericordiosas miradas de amor, pronto tendrá que volverles las espaldas, disgustado y decepcionado. Aquí nada recuerda la ascética, la espiritualidad y el deber: aquí nos habla  tan sólo una existencia exuberante, más aún, triunfal, en la que está divinizado todo lo existente, lo mismo si es bueno que si es malo. Y así el espectador quedará sin duda atónito ante ese fantástico desbordamiento de vida y se preguntará qué bebedizo mágico tenían en su cuerpo esos hombres altaneros para gozar de la vida de tal modo, que a cualquier lugar a que mirasen tropezaban con la risa de Helena, imagen ideal de su existencia, «flotante en una dulce sensualidad». Pero a este espectador vuelto ya de espaldas tenemos que gritarle: No te vayas de aquí, síno oye primero lo que la sabiduría popular griega dice de esa misma vida que aquí se des-pliega ante ti con una jovialidad tan inexplicable. Una vieja leyenda cuenta que durante mucho tiempo el rey Midas había intentado cazar en el bosque el sabio Sileno, acompañante de Dioniso, sin poder cogerlo. Cuando por fin cayó en sus manos, el rey pregunta qué es lo mejor y más preferible para el hombre. Rígido e inmóvil calla el demón; hasta que, forzado por el rey, acaba prorrumpiendo en estas palabras, en medio de una risa estridente: «Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti - morir pronto
¿Qué relación mantiene el mundo de los dioses olímpicos con esta sabiduría popular? ¿Qué relación mantiene la visión extasiada del martir torturado con sus suplicios? Ahora la montaña mágica del Olimpo se abre a nosotros, por así decirlo, y nos muestra sus raíces. El griego conoció y sintió los horrores y espantos de la existencia: para poder vivir tuvo que colocar delante de ellos laa resplandeciente criatura onírica de los Olímpicos. Aquella enorme desconfianza frente a los poderes titánicos de la naturaleza, aquella moira [destino] que reinaba despiadada sobre todos los conocimientos, aquel buitre del gran amigo de los hombres, Prometeo, aquel destino horroroso del sabio Edipo, aquella maldición de las estirpe de los Atridas, que compele a Orestes a asesinar a su madre, en suma, toda aquella filosofía del dios de los bosques junto con sus ejemplificaciones míticas, por la que perecieron los melancólicos etruscos, - fue superada constantemente, una y otra vez, por los gricgos, o, en todo caso, encubierta y sustraída a la mirada, mediante aquel mundo intermedio artístico de los Olímpicos......  Aquel pueblo tan excitable en sus sentimientos, tan impetuoso en sns deseos, tan excepcionalmente capacitado para el sufrimiento, ¿de qué otro modo habría podido soportar la existencia, si en sus dioses ésta no se le hubiera mostrado circundada de
una aureola superior?.......  La existencia bajo el luminoso resplandor solar de tales dioses es sentida como lo apetecible de suyo, y el auténtico dolor de los hombres homéricos se réfiere a la separación de esta existencia, sobre todo a la separación ptonta: de modo que ahora podría decirse de ellos, invirtiendo la sabiduría silénica, «lo peor de todo es para ellos ellos el morir pronto, y lo peor en segundo lugar, el llegar a morir alguna vez». Siempre que resuena el lamento, éste habla del Aquiles «de corta vida». del cambio y paso del género humano cual hojas de árboles, del ocaso de la época heróica. No es indigno del más grande de los heroes el anhelarr seguir viviendo. aunque sea como jornalero.. En el estadio apolineo la «voluntad desea con tanto ímpetu esta existencia, el hombre homérico se siente tan identificado con ella, que incluso el lamento se convierte en un canto de alabanza de la misma.


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LO UNO PRIMORDIAL
(La redención)

En efecto, cuanto más advierto en la naturaleza aquellos instintos artísticos omnípotentes, y, en ellos, un ferviente anhelo de apariencia, de lograr una redención mediante la apariencia, tanto mas empujado me siento a la conjetura metafísica de que lo verdaderamente existente, lo Uno primordial, necesita a la vez, en cuanto es lo eternamente sufriente y contradictorio, para su permanente redención, la visión extasiante, la apariencia placentera: nosotros, que estamos completamente presos en esa apariencia y que consistimos en ella, nos vemos obligados a sentirla como lo verdaderamente no existente, es decir, como un continuo devenir en el tiempo, el espacio y la causalidad, dicho con otras palabras, como la realidad empírica. Por tanto, si prescindimos por un instante de nuestra propia «realidad», si concebimos nuestra existencia empírica, y también la del mundo en general, como una representación de lo Uno primordial engendrada en cada momento, entonces tendremos que considerar ahora el sueño como la apariencia de la apariencia y, por consiguiente, como una satisfacción aún más alta del ansia primordial de apariencia. Por este mismo motivo es por lo que el núcleo más íntimo de la naturaleza siente ese placer indescriptible por el artista ingenuo y por la obra de arte ingenua, la cual es asimismo sólo «apariencia de la apariencia». Rafael, que es uno de esos «ingenuos» inmortales, nos ha representado en una pintura simbólica ese quedar la apariencia despotenciada a apariencia, que es el proceso primordial del artista ingenuo y a la vez de la cultura apolínea. En su Transfiguración la mitad inferior, con el muchacho poseso, sus desesperados portadores, los perplejos y angustiados discipulos, nos muestra el reino del eterno dolor primordial, fundamento único del mundo: la «apariencia» es aquí reflejo de la contradicción eterna, madre de las cosas. De esa apariencia se eleva ahora, cual un perfume de ambrosía, un nuevo mundo aparencial, casi visionario, del cual nada ven los que se hallan presos en la primera apariencia-un luminoso flotar en una delicia purísima y en una intuición sin dolor que irradia desde unos ojos muy abiertos. Ante nuestras miradas tenemos aqui, en un simbolismo artístico, supremo. tanto aquel mundo apolineo de la belleza como su substrato, la horrorosa sabiduría de Sileno, y comprendemos por intuición su necesidad recíproca. Pero Apolo nos sale de nuevo al encuentro como la divinización del principium individuationis, sólo en el cual se hace realidad la meta eternamente alcanzada de lo Uno primordial, su redención mediante la apariencia: él nos muestra con gestos sublimes como es necesario el mundo entero del tormento, para que ese mundo empuje al individuo a engendrar la vision redentora, y cómo luego el individuo, inmerso en la contemplación de ésta, se halla sentado tranquilamente, en medio del mar, en su barca oscilante.


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GERMENES DE LA TRAGEDIA ÁTICA
(Homero y Arquíloco)

Hasta aquí he venido desarrollando ampliamente la observación hecha por mí al comienzo de este tratado: cómo lo dionisíaco y lo apolineo, dando a luz sucesivas criaturas siempre nuevas,  e intensificándose mutuamente, dominaron el ser helenico: como de la edad de «acero», con sus titanomaquias y su ruda filosofía popular, surgió, bajo la soberanía del instinto apolíneo de belleza, el mundo homérico, cómo esa magnificencia «ingenua» volvió a ser engullida por la invasora corriente de lo dionisíaco, y cómo frente a este nuevo poder lo apolíneo se eleva a la rígida majestad del arte dórico y de la contemplación dórica del mundo. Si de esta manera la historia helénica más antigua queda escindida, a causa de la lucha entre aquellos dos principios hostiles, en cuatro grandes estadios artísticos: ahora nos vemos empujados a seguir preguntando cuál es el plan último de ese devenir y de esa agitación, en el caso de que no debamos considerar tal vez el último período alcanzado, el período del arte dórico, como la cumbre y el propósito de aquellos instintos artísticos: y aquí se ofrece a nuestras miradas la sublime y alabadísima obra de arte de la tragedia ática y del ditirambo dramático como meta común de ambos instintos, cuyo misterioso enlace matrimonial se ha enaltecido, tras prolongada lucha anterior, en tal hijo - que es a la vez Antígona y Casandra  -
Nos acercamos ahora a la auténtica meta de nuestra ínvestigación, la cual está dirigida al conocimiento del genio dionisiaco-apolíneo y de su obra de arte, o al menos a la comprensión llena de presentimientos del misterio de esa unidad. Ante todo vamos a preguntar aquí cuál es el lugar donde se hace notar por vez primera en el mundo helenico ese nuevo germen que evolucionará después hasta llegar a la tragedia y al ditirambo dramático. Sobre esto la Antigüedad misma nos ofrece gráficamente una aclaración al colocar juntos, en esculturas, gemas, etc., como progenitores y precursores de la poesía griega, a Homero y Arquiloco, con el firme sentimiento de que sólo a estos dos se los ha de reputar por naturalezas igual y plenamente originales, de las cuales sigue fluyendo una corriente de fuego sobre toda la posteridad griega. Homero, el anciano soñador absorto en sí mismo, el tipo de artista apolíneo, ingenuo, mira estupefacto la apasionada cabeza de Arquíloco, belicoso :servidor de las musas..... En lo que se refiere a Arquíloco, la investigación erudita ha descubierto que fue él quien introdujo en la literatura la canción popular (Volkslied), y que es este hecho el que le otorga en la estimación general de los griegos aquella posición única junto a Homero. Mas ¿qué es la canción popular, en contraposición a la epopeya, plenamente apolínea? No otra cosa que el perpetuum vestigíum [vestigio perpetuo] de una unión de lo apolíneo y lo dionisiaco; su enorme difusión, que se extiende a todos los pueblos y que se acrecienta con frutos siempre nuevos, es para nosotros un testimonio de la fueza de ese doble ínstinto artístíco de la naturaleza: el cual deja sus huellas en la canción popular de manera análoga a como los movimientos orgiástico de un pueblo se perpetúan en su música.
Precisamente este Arquíloco nos asusta, junto a Homero, por el grito de su odio y de su mofa, por las ebrias explosiones de su concupiscencia: él, el primer artista llamado subjetivo, ¿no es, por este motivo, el no-artista propiamente dicho? ¿De dónde precede entonces la veneración que le tributó a él, al poeta, precisamente también el oráculo délfico, hogar del arte «objetivo». Ante todo, como artista dionisíaco identificado plenamente con el Uno primordal, con su dolor y su contradición, y produce una réplica de ese Uno primordial en forma de música, aun cuando, por otro lado, ésta ha sido llamada con todo derecho una repetición del mundo y un segundo vaciado del mismo; después esa música se le hace visible de nuevo, bajo el efecto apolíneo del sueño, cono en una imagen simbólica...... Cuando Arquíloco, el primer lírico de los griegos, proclama su furioso amor y a la vez su desprecio por las hijas de Licambes, no es su pasión la que baila ante nosotros en un torbellino orgiástico: a quien vemos es a Dioniso y a las ménades, a quien vemos es al embriagado entusiasta Arquíloco echado a dormir -tal como Eurípides nos describe el dormir en Las bacantes, un dormir en una elevada pradera de montaña, al sol de mediodía -: y ahora Apolo se le acerca y le toca con el laurel. La transformación mágica dionisíaco-musical del dormido lanza ahora a su alrededor, por así decirlo, chispas-imágenes, poesías líricas, que, en su despliegue supremo, se llanan tragedias y ditirambos...... En verdad Arquiloco, el hombre que arde de pasión, que ama y odia con pasión,es tan sólo una visión del genio, el cual no es ya Arquíloco, sino el genio del mundo, que expresa simbólicamenre su dolor primordial en ese simbolo que es el hombre Arquíloco......


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EL CORO TRÁGICO

Tenemos que recurrir ahora a la ayuda de todos los principios artísticos examinados hasta este momento para orientarnos dentro del laberinto, pues asi es como tenemos que designar el origen de la tragedia griega....La tradición nos dice resueltamente que la tragedia surgió del coro trágico y que en su origen era únicamente coro y nada mas que coro.... .En el contexto de la reflexiones sobre el coro trágico es una intuición muy valiosa la realizada por Schiller en el famoso prólogo de La novia de Mesina, en donde considera el coro como un muro viviente tendido por la tragedia a su alrededor para aislarse nítidamente del mundo real y preservar su suelo ideal y su libertad poética..... Y es que en el coro trágico el sátiro, en cuanto coreuta dionisíaco, vive en una realidad admitida por la religión, bajo la sanción del mito y del culto. El hecho de que la tragedia comience con él y de que por su boca hable la sabiduría dionisíaca de la tragedia es un fenómeno que a nosotros nos estraña tanto como el que la tragedia tenga su génesis en el coro. Acaso ganemos un punto de partida para el estudio de este problema si yo lanzo la aseveración de que el sátiro, el ser natural fingido, mantiene con el hombre civilizado la misma relación que la música dionisíaca mantiene con la cívilización. De esta última, afirma Richard Wagner, que la música la deja en suspenso (aufgehoben) al modo como la luz del dia deja en suspenso el resplandor de una lámpara. De igual manera, creo yo, el griego civilizado se sentía a sí mismo en suspenso en presencia del coro satírico: y el efecto más inmediato de la tragedia dionisíaca es que el Estado y la sociedad y, en general, los abismos que separan a un hombre de otro dejan paso a un prepotente sentimiento de unidad, que retrotrae todas las cosas al corazón de la naturaleza. El consuelo metafísico -que, como yo insinúo ya aquí, deja en nosotros toda verdadera tragedia-de que en el fondo de las cosas, y pese a toda la mudanza de las apariencias, la vida es indestructiblemente poderosa y placentera, ese consuelo aparece con corpórea evidencia como coro de sátiros, como coro de seres naturales que, por asi decirlo, viven inextinguiblemente por detrás de toda civilización y que, a pesar de todo el cambio de las generaciones y de la historia de los pueblos, permanecen eternamente los mismos.
Con este coro es con el que se consuela el heleno dotado de sentimientos profundos y de una capacidad única para el sufrimiento más delicado y más pesado, el heleno que ha penetrado con su incisiva mirada tanto en el terríble proceso de destrucción propio de la denominada historia universal como en la crueldad de la naturaleza, y que corre peligro de anhelar una negación budista de la voluntad. A ese heleno lo salva el arte, y mediante el arte lo salva para sí - la vida....... El éxtasis del estado dionisíaco, con su aniquilación de las barreras y límites habituales de la existencia, contiene su efecto, mientras dura, un elemento letárgico, en el que se sumergen todas las vivencias personales del pasado.....El hecho de que, sin embargo, el coro estuviese compuesto de seres bajos y serviles, más aún, al principio sólo de sátiros cabrunos,....   ahora hemos comprendido que en el fondo, el escenario, junto con la acción, fue pensado originariamente sólo como una visión, que la única «realidad» es cabalmente el coro, el cual genera de sí la visión y habla de ella con el simbolismo total del baile, de la música y de la palabra. Este coro contempla en su visión a su señor y maestro Dioniso, y por: ello es eternamente el coro servidor: él ve cómo aquél, el dios que sufre y se glorifica, y por ello él mismo no actúa. En esta situación de completo servicio al dios el coro es, sin embargo, la expresión suprema, es decir, dionisíaca de la de la naturaleza, y por ello, al igual que ésta pronuncia en su entusiasmo oráculos y sentencias de sabiduria: por ser el coro que participa del sufrimiento es a la vez el coro sabio, que proclama la verdad desde el corazón del mundo.  Así es como surgre aquella figura fantasmagórica que parece tan escandalosa, del sátiro sabio y entusiasmado, que es a la vez el hombre en contraposición al dios, reflejo de la naturaleza y de sus instintos más fuertes, más aún, símbolo de la misma, y a la vez pregonero de su sabiduría y de su arte:  músico, poeta, bailarín, visionario en una sola persona. Según este conocimiento y según la tradición, al principio, en el período más antiguo de la tragedia, Dioniso, héroe genuino del escenario y punto central de la visión, no está verdaderamente presente, sino que sólo es representado como presente: es decir, en su origen la tragedia es sólo «coro» y no «drama». Más tarde se hace el ensayo de mostrar como real al dios y de representar como visible a cualquier ojo la figura de la visión, junto con todo el marco transfigurador: así es como comienza el «drama» en sentido estricto. Ahora se le encomienda al coro ditirámbico la tarea de excitar dionisíacamente hasta tal grado el estado de ánimo de los oyentes, que cuando el héroe trágico aparezca en la escena éstos no vean acaso el hombre cubierto con una máscara deforme, sino la figura de una visión, nacida, por así decirlo, de su propio éxtasis.. Imaginémonos a Admeto recordando en profunda meditación a su esposa Alcestis que acaba de fallecer, y consumiéndose totalmente en la contemplación espiritual de la misma - cómo de repente conducen hacia él, albierta por un velo. una figura femenina de formas semejantes a las de aquella, de andar parecido: imaginémonos su súbita y trémula inquietud, su impetuoso comparar, su convicción instintiva y tendremos así algo análogo al sentimiento con que el espectador agitado por la excitación dionisíaca veía avanzar por el escenario al dios con cara sufrimiento se había ya identificado..... Este es el estado apolíneo del sueño, en el cual el mundo del día queda cubierto por un velo, y ante nuestros ojos nace, en un continno combio, un mundo nuevo, más claro, más comprensible, más conmovedor que aquél, y, sin embargo, mas parecido a las sombras. Según esto, nosotros recibimos en la tragedia una antítesis radical:  en la lírica dionisíaca del coro y, por otro lado, en el onírico mundo apolineo de la escena. Las apariencias apolineas, en las cuales Dionisio se objetiva, no son ya "un mar eterno, un cambiante mecerse, un ardiente vivir", como lo es la música del coro.... ahora son la claridad....ya que Dionisio no habla ya por medio de fuerzas, sino como heroe épico.


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EDIPO Y PROMETEO

El personaje más doliente de la escena griega, el desgraciado Edipo, fue concebido por Sófocles como el hombre noble que, pese a su sabiduría, está destinado al error y a la miseria, pero que al final ejerce a su alrededor, en virtud de su enorme sufrimiento, una fuerza arcaica y bienhechora, la cual sigue actuando incluso después de morir él. El hombre noble no peca, quiere decirnos el profundo poeta: tal vez a causa de su obrar perezcan toda ley, todo orden natural, incluso el mundo moral, pero cabalmente ese obrar es el que traza un círculo mágico y superior de efectos, que sobre las ruinas del viejo mundo derruido fundan un mundo nuevo. Esto es lo que quiere decirnos el poeta, en cuanto es a la vez un pensador religioso: como poeta, primero nos muestra el nudo prodigiosamente embrollado de un proceso, nudo que el juez va desatando lentamente, lazo tras lazo, para su propia perdición: la alegría genuinamentc helénica por esta desatadura dialéctica es tan grande, que sobre obra entera se extiende por este motivo un soplo de jovialidad superior que quita por todas partes sus púas a los horrendos presupuestos de aquel proceso. En Edipo en Colono nos encontramos con esa misma jovialidad, pero encumbrada hasta una transfiguración infinita: frente al anciano castigado por un exceso de miseria, que está entregado puramente como paciente a todo lo que sobre él cae -encuéntrase la jovialidad sobreterrenal, que desde la esfera divina desciende hasta aquí abajo y nos da a entender que es con su comportamiento puramente pasivo con lo que el héroe  alcanza su actividad suprema, la cual se extiende mucho más allá de su vida, mientras que todos sus pensamientos y deseos conscientes en la vida an:erior le han conducido sólo a la pasividad...... ¡Edipo, asesino de su padre, Edipo, esposo de su madre, Edipo, solucionador del enigma de la Esfinge! ¿Qué nos dice la misteriosa trinidad de estos actos fatales? Hay una antiquísima creencia popular, especialmente persa, según la cual un mago sabio, sólo puede nacer de un incesto: cosa que, con respecto a.Edipo, que resuelve el enigma y que se casa con su madre. hemos de interpretar sin demora en el sentido de que allí donde unas fuerzas adivinatorias y mágicas quebrantan el sortilegio del presente y del futuro, la rígida ley de la individuación y, en genernl, la magia propiamente dicha de la naturaleza, allí tiene que haber antes, como causa, una enorme transgresión de la naturaleza -- como aqui el incesto -; pues, ¿cómo se podría forzar a la naturaleza a entregar sus secretos a no ser oponiéndole una resistencia victoriosa, es decir, mediante lo innatural? Este es el conocimiento que yo veo expresado en aquella espantosa trinidad de destinos de Edipo: el mismo que soluciona el enigma de la naturaleza - de aquella Esfinge biforme - tiene que transgredir también, como asesino de su padre y esposo de su madre, los órdenes más sagrados de la naturaleza. Más aun el mito parece querer susurrarnos que la sabiduría, y precisamente la sabiduría dionisíaca, es una atrocidad contra naturaleza, que quien con su saber precipita a la naturaleza en el abismo de la aniquilación, ése tiene que experimentar también en sí mismo la disolución de la naturaleza......
A la aureola de la pasividad contrapongo yo ahora la aureola de la actividad, que con su resplandor circunda al Prometeo de Ésquilo..... Con Prometeo, alzándose hasta lo titánico, conquista el hombre su propia cultura y compele a los dioses a aliarse con él, pues en sus manos tiene, con su sabiduría, la existencia y los límites de éstos. Pero lo más maravilloso en esa poesía sobre Prometeo, que por su pensamiento básico constituye el auténtico himno de la impiedad, es la profunda tendencia esquilea a la justicia: el inconmensurable sufrimiento del «individuo» audaz, por un lado, y, por otro, la indigencia divina, más aún: el presentimiento de un crepúsculo de los dioses, el poder propio de aquellos dos mundos de sufrimiento, que los constriñe a establecer una reconciliación, una unificación metafísica- todo esto trae con toda fuerza a la memoria el punto central y la tesis capital de la consideración esquilea del mundo, que ve a la Moira reinar como justicia eterna sobre dioses y hombres..... Con respecto a las divinidades el artista griego en especial experimentaba un oscuro sentimiento de dependencia recíproca: y justo en el Prometeo de Ésquilo está simbolizado ese sentimiento. El artista titánico encontraba en sí la altiva creencia de que a los hombres él podía crearlos, y a los dioses olímpicos, al menos aniquilarlos: y esto, gracias a su superior sabiduría, que él estaba obligado a expiar, de todos modos, con un sufrimiento eterno. El magnífico «poder» del gran genio, que ni siquiera al precio de un sufrimiento eterno resulta caro, el rudo orgullo del artista ese es el contenido y el alma de la poesía esquilea, mientras que, en su Edipo, Sófocles entona, como en un preludio, la canción victoriosa del santo. Pero tampoco con aquella interpretación dada por Ésquilo al mito queda escrutada del todo la asombrosa profundidad de su horror: antes bien, el placer del artista por el devenir, la jovialidad del crear artístico, que desafía toda desgracia, son sólo una nube y un cielo luminoso que se reflejan en un negro lago de tristeza..... Quien comprenda el núcleo más íntimo de la leyenda de Prometeo - a saber, la necesidad del sacrilegio, impuesta al individuo de aspiraciones titánicas -, tendrá que sentir también a la vez lo no-apolíneo de esa concepción pesimista; pues a los seres individuales Apolo quiere conducirlos al sosiego precisamente trazando líneas fronterizas entre ellos y recordando una y otra vez, con sus exigencias de conocerse a sí mismo y de tener moderación, que esas líneas fronterizas son las leyes más sagradas del mundo. De todos modos es lo dionisíaco quien toma  sobre sus espaldas las pequeñas ondulaciones particulares que son los individuos, de igual manera que el hermano de Prometeo, el titán Atlas, tomó sobre las suyas la tierra. en su afán titánico de llegar a ser, por así decirlo, el Atlas de todos los individuos y de llevarlos con anchas espaldas cada vez más alto y cada vez más lejos. Esto es lo que hay de común entre lo prometeico y lo dionisíaco. Así considerado, el Prometeo de Ésquilo es una máscara dionisíaca, mientras que con aquella profunda tendencia antes mencionada hacia la justicia Ésquilo le da a entender al hombre inteligente que por parte del padre desciende Apolo, dios de la individuación y los límites de la justicia. Y de este modo la dualidad del Prometeo de Ésquilo, su naturaleza a la vez dionisiaca y apolinea, podría ser expresada, en una fórmula conceptual, del modo siguiente: «Todo lo que existe es justo e injusto, y en ambos casos está ígualmente justificado.»
¡Ese es tu mundo! ¡Eso se llama un mundo!


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MITO DE PROMETO versus MITO PECADO ORIGINAL


La leyenda de Prometeo es posesión originaria de la comunidad entera de los pueblos arios y documento de su aptitud para lo trágico y profundo, más aún, no sería inverosímil que ese mito tuviese para el ser ario el mismo significado característico que el mito del pecado origínal tiene para el ser semítico, y que entre ambos mitos existiese un grado de parentesco igual al que existe entre hermano y hermana. El presupuesto de ese mito de Prometeo es el inmenso valor que una humanidad ingenua otorga al fuego, verdadero
Paladio de toda cultura ascendente: pero que el hombre disponga libremente del fuego, y no lo reciba tan sólo por un regalo del cielo, como rayo incendiario o como quemadura del sol que da calor, eso es algo que a aquellos contemplativos hombres primeros les parecía un sacrilegio, un robo hecho a la naturaleza divina. Y de este modo el primer problema filosófico establece inmediatamente una contradicción penosa e insoluble entre hombre y dios, y coloca esa contradicción como un peñasco a la puerta de toda cultura. Mediante un sacrilegio conquista la humanidad las cosas óptimas y supremas de que ella puede participar, y tiene que aceptar por su parte las consecuencias, a saber, todo el diluvio de sufrimientos y de dolores con que los Celestes ofendidos se ven obligados a afligir al género humano que noblemente aspira hacia lo alto: es éste un pensamiento aspero, que, por la dignidad que confiere al sacrilegio, contrasta extrañamente con el mito semitico del pecado original, en el cual se considera como origen del mal la curiosidad, el engaño mentiroso, la facilidad para dejarse seducir, la concupiscencia, en suma, una serie de afecciones preponderantemente femeninas. Lo que distingue a la visión aria es la idea sublime del pecado activo como virtud genuinamente prometeica: con lo cual ha sido encontrado a la vez el sustrato ético de la tragedia pesimista, como justificación del mal humano, es decir, tanto de la culpa humana como del sufrimiento causado por ella.... En el afán heroico del individuo por acceder a lo universal, en el intento de rebasar el sortilegio de la individuación y de querer ser él mismo la esencia única del mundo, el individuo padece en sí la contradicción primordial oculta en las cosas, es decir, comete sacrilegios y sufre. Y así los arios conciben el sacrilegio como un varón, y los semitas el pecado como una mujer, de igual manera que el  varón el que comete el primer sacrilegio y la mujer la que comete el primer pecado.


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SOBRE LA NATURALEZA DE DIONISIO

Es una tradición irrefutable que, en su forma más antigua, la tragedia griega tuvo como objeto único los sufrimientos de Dioniso, y que durante larguísimo tiempo el único héroe presente en la escena fue cabalmente Dioniso. Mas con igual seguridad es lícito afirmar que nunca, hasta Eurípides, dejó Dioniso de ser el héroe tragico, y que todas las famosas figuras de la escena griega, Prometeo, Edipo etc., son tan sólo máscaras de aquel héroe originario, Dioniso.... El único Dioniso verdaderamente real aparece con una pluralidad de figuras, con la máscara de un héroe que lucha, y, por asi decirlo, aparece preso en la red de la voluntad individual. En su forma de hablar y de actuar ahora, el dios que aparece se asemeja a un individuo que yerra, anhela y sufre: y el que llegue a aparecer con tal precisión y claridad épicas es efecto del Apolo intérprete de sueños, que mediante aquella apariencia simbólica le da al coro una interpretación de su estado dionisíaco. En verdad, sin embargo, aquel héroe es el Dioniso sufriente de los Misterios, aquel dios que experimenta en sí los sufrimentos de la individuación, del que mitos maravillosos cuentan que, siendo niño, fue despedazado por los Titanes, y que en ese estado es venerado como Zagreo, con lo cual se sugiere que ese despedazarniento, el sufrimiento dionisíaco propiamente dicho, equivale a una transformación en aire, agua, tierra y fuego, y que nosotros hemos de considerar por tanto, el estado de individuación como la fuente y razón primordial de todo sufrimiento, como algo rechazable de suyo. De la sonrisa de ese Dioniso surgieron los dioses olímpicos de sus lágrimas, los seres humanos. En aquella existencia de dios despedazado Dioniso posee la doble naturaleza de un demón cruel y salvaje Y de un soberano dulce y clemente. Lo que los epoptos esperaban era, sin embargo, un renacimiento de Dioniso.... Y sólo por esa esperanza aparece un rayo de alegría en el rostro del mundo desgarrado roto en individuos: el mito ilustra esto con la figura de Deméter absorta en un duelo eterno, la cual por vez primera vuelve a alegrarse cuando se le dice que de nuevo puede el dar a luz a Dioniso. En las intuiciones aducidas tenemos ya juntos todos los componentes de una consideración profunda y pesimista del mundo, y junto con esto la doctrina místerica de la tragedia: el conocimiento básico de la unidad de todo lo existente.


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EURÍPIDES Y LA MUERTE DE LA TRAGEDIA

La agonía de la tragedia fue obra de Eurípides y su creación de aquel género artístico posterior que es conocido con el nombre de comedia ática nueva....Con Eurípides el espectador fue llevado al escenario. Quien haya visto cuál es la materia de que los trágicos prometeicos anteriores a Eurípides formaban a sus héroes, y cuán lejos de ellos estaba el propósito de llevar a la escena la máscara fiel de la realidad, ése estará enterado también de la tendencia completamente divergente de Eurípides. Gracias a él el hombre de la vida cotidiana dejó el espacio reservado a los espectadores e invadió la escena, el espejo, en el que antes se manifestaban tan sólo los rasgos grandes y audaces, mostró ahora aquella meticulosa fidelidad que reproduce concienzudamente también las lineas mal trazadas de la naturaleza de Ulises, el heleno típico del arte antiguo, quedó arhora rebajado, entre las manos de los nuevos poetas, a la figura del graeculus, y éste es el que a partir de ese momento ocupa, como esclavo doméstico bonachón y pícaro a la vez, el centro del interés dramático. Lo que, en Las ranas de Aristófanes, Euripides cuenta entre sus méritos, a saber, el haber liberado con sus remedios caseros al arte trágico de su pomposa obesidad, eso es algo que puede rastrearse ante todo en sus héroes trágicos. En lo esencial, lo que el espectador veía y oía ahora en el escenario euripideo era a su doble, y se alegraba de que éste supiese hablar tan bien.... Mediante este cambio repentino del lenguaje público Eurípides hizo posible la comedia nueva. Pues a partir de ahora no fue ya un secreto de qué modo y con qué sentencias podía la vida cotidiana representarse a sí misma en la escena. La mediocridad burguesa, sobre la que Eurípides edificó todas sus esperanzas políticas, tomó ahora la palabra, después de que, hasta ese momento, quienes habían determinado el carácter del lenguaje habían sido, en la tragedia el semidiós, y en la comedia el sátiro borracho o semihombre. Y de esta manera el Eurípides aristofaneo destaca en su honor que lo que él ha expuesto ha sido la vida y las ocupaciones generales, conocidas por todos, cotidianas, para hablar sobre las cuales está capacitado todo el mundo.....Con Eurípides los poetas trágicos estaban tan muertos como la tragedia. Al abandonar a ésta, sin embargo, el heleno había abandonado la creencia en su propia inmortalidad, no sólo la creencia en un pasado ideal, sino también la creencia en un futuro ideal.....Pero sucedió, además, que en esta penosa situación, Eurípides, encontró otro espectador que no comprendía la tragedia y que, por ellos no la estimaba. Aliado con él, fuele lícito atreverse a iniciar, desde su aislamiento, la enorme lucha contra las obras de arte de Ésquilo y de Sófocles..... Ese otro espectador es, evidentemente, Sócrates.


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SÓCRATES ANTE LA TRAGEDIA

Dioniso había sido ahuyentado ya de la escena trágica, y lo había sido por un poder demónico que hablaba por boca de Eurípides. También Euripides era, en cierto sentido, solamente una máscara: la divinidad que hablaba por su boca no era Dioniso, ni tampoco Apolo, sino un demón que acababa de nacer, llamado Sócrates. Esta es la nueva antítesis: lo dionisíaco y lo socrático, y la obra de arte de la tragedia pereció por causa de ella....Nos será lícito acercarnos ahora a la esencia del socratismo estético, cuya ley suprema dice más o menos así: todo tiene que ser inteligible para ser bello; lo cual es el principio paralelo del socrático solo el sapiente es virtuoso..... Sócrates era, pues, aquel segundo espectador que no comprendía la tragedia antigua y que, por ello, no la estimaba; aliado con él, Eurípides se atrevió a ser el heraldo de una nueva forma de creación artística. Si la tragedia antigua pereció a causa de él, entonces el socratismo estético es el principio asesino; y puesto que la lucha estaba dirigida contra lo dionisiaco del arte anterior, en Sócrates reconocemos el adversario de Dioniso, el nuevo Orfeo que se levanta contra Dionisio y que, aunque destinado a ser hecho pedazos por las ménades del tribunal ateniense, obliga a huir, sin embargo, al mismo dios prepotente: el cual, como hizo en otro tiempo cuando huyó de Licurgo, rey de los edones, buscó la salvación en las profundidades del mar, es decir, en las místicas olas de un culto secreto, que poco a poco invadió el mundo entero.....
Que en su tendencia Sócrates se halla estrechamente relacionado con Eurípides es cosa que no se le escapó a la Antigüedad de su tiempo; y la expresión más elocuente de esa afortunada sagacidad es aquella leyenda que circulaba por Atenas, según la cual Sócrates ayudaba a Eurípides a escribir sus obras. Ambos nombres eran pronunciados a la vez por los partidarios de los «buenos tiempos viejos» cuando se trataba de enumerar a los seductores del pueblo en aquella época.....Aristófanes pasó a demostrar, basándome en la sensibilidad antigua, la estrecha conexión que existe entre Sócrates y Eurípides; en este sentido hay que recordar especialmente que Sócrates, como adversario del arte trágico, se abstenía de concurrir a la tragedia, y sólo se incorporaba a los espectadores cuando se representaba una nueva obra de Eurípides. Lo más famoso es, sin embargo, la aproximación de ambos nombres en la sentencia del oráculo délfico, el cual dijo que Sócrates era el más sabio de los hombres, pero a la vez sentenció que a Eurípides le correspondía el segundo premio en el certamen de la sabiduría. Tercero en esa graduación quedó Sófocles.......
Pero la frase más aguda a favor de aquel nuevo e inaudito aprecio del saber y de la inteligencia la pronunció Sócrates cuando encontró que él era el único en confesarse que no sabía nada; mientras que, en su deambular crítico por Atenas, por todas partes topaba, al hablar con los más grandes hombres de Estado, oradores, poetas y artistas, con la presunción del saber. Con estupor advertía que todas aquellas celebridades no tenian una idea correcta y segura ni siquiera de su profesión, y que la ejercían únicamente por instinto. «Unicamente por instinto»: con esta expresión tocamos el corazón y el punto central de la tendencia socrática. Con ella el socratismo condena tanto el arte vigente como la ética vigente: cualquiera que sea el sitio a que dirija sus miradas inquisidoras, lo que ve es la falta de inteligencia y el poder de la ilusión, y de esa falta infiere que lo existente es íntimamente absurdo y repudiable. Partiendo de ese único punto Sócrates creyó tener que corregir la existencia..... Esta es la enorme perplejidad que con respecto a Sócrates se apodera siempre de nosotros, y que una y otra vez nos estimula a conocer el sentido y el propósito de esa aparición, la más ambigua de la Antigüedad. ¿Quién es este que se permite atreverse a negar. él solo, el ser griego?....
Una clave para entender él ser de Sócrates ofrécenosla aquel milagroso fenómeno llamado «demón de Sórates» En situaciones especiales, en las que vacilaba su enorme
entendimiento, éste encontraba un firme sostén gracias a una voz divina que en tales momentos se dejaba oir. Cuando viene, esa voz siempre disuade.   En esta naturaleza del todo anormal la sabiduría instintiva se muestra únicamente para enfrentarse acá y allá al conocer consciente, poniendo obstáculos. Mientras que en todos los hombres productivos el instinto es precisamente la fuerza creadora y afirmativa, y la consciencia adopta una actitud crítica y disuasiva: en Sócrates el instinto se convierte en un crítico, la consciencia. en un creador - ¡una verdadera monstruosidad per defectum! Y, ciertamente, aqui advertimos un monstruoso defectus de toda disposidón mistica, hasta el punto de que a Sócrates habría que llamarlo el. no-mistico específico, en el cual, por  una superfetación, la naturaleza lógica tuvo un desarrollo tan excesivo como en el místico lo tiene aquella sabiduría instintiva....
La enorme rueda motriz del socratismo lógico está en marcha, por así decirlo, detrás de Sócrates, y que hay que intuirla a través de éste como a través de una sombra....Cuando Sócrates fue conducido ante el foro del Estado griego, sólo una forma de condena era aplicable, el destierro;..... Pero el que se le sentenciase a muerte, y no a destierro únicamente, eso parece haberlo impuesto el mismo Sócrates, con completa claridad y sin el horror natural a la muerte: se dirijió a ésta con la misma calma con que, según la descripción de Platón, es el último de los bebedores en abandonar el simposio al amanecer, para comenzar un nuevo día; mientras a sus espaldas quedan, sobre los bancos y por el suelo. los adormecidos
comensales, para soñar con Sócrates, el verdadero erótico. El Sócrates moribundo se convirtió en el nuevo ideal, jamás visto antes en parte alguna, de la noble juventud griega: ante esa imagen se postró, con todo ardiente fervor de su alma de entusiasmo, sobre todo Platón, el joven heleno típico.....
De todos modos aquel lógico despótico tenía a veces, en efecto, fente al arte, el sentimiento de una laguna, de un vacío, de un semirreproche, de un deber acaso desatendido. Con mucha frecuencia se le presentaba en sueños, como él cuenta en la cárcel a sus amigos, una y la misma aparición, que siempre le decía igual cosa: «¡Sócrates, cultiva la música!» Hasta sus últimos días Sócrates se tranquiliza con la opinión de que su filosofar es el arte supremo de las musas, y no cree que una divinidad le invite a cultivar aquella «música vulgar, popular». Finalmente, en la cárcel, para descargar del todo su conciencia moral, decidese a cultivar también aquella música tan poco apreciada por él. Y con esos sentimientos compone un proemio en honor de Apolo y pone en verso algunas fábulas de Esopo. Lo que le empujó a realizar esos ejercicios fue algo semeiante a aquella demónica voz admonitoria, fue su intuición apolínea de no comprender, lo mismo que si fuera un rey bárbaro, una noble estatua de un dios, y de correr peligro de pecar contra su divinidad-por su incomprensión.


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MUSICA DIONISÍACA

Antes de lanzarnos en medio de esas luchas, recubrámonos con la armadura de los conocimientos que hemos conquistado hasta ahora. Al contrario de todos aquellos que se afanan por derivar las artes de un pnncipio único, considerado como fuente vital necesaria de toda obra de arte, yo fijo mi mirada en aquellas dos divinidades artisticas de los gríegos, Apolo y Dioniso, y reconozco en ellas los representantes vivientes e intuitivos de dos mundos artísticos díspares en su esencia más honda y en sus metas más altas.Apolo está ante mí como el transfigurador genio del principium individuationis [principio de individuaclon], único mediante el cual puede alcanzarse de verdad la redención en la apariencia: mientras que, al místico grito jubiloso de Dioniso, queda roto el sortilegio de la individuación y abierto el camino hacia las Madres del ser, hacia el núcleo más íntimo de las cosas.
Esta antítesis enorme que se abre como un abismo entre el arte plástico, en cuanto arte apolíneo, y la múslca, en cuanto arte dionisíaco, se le ha vuelto tan manifiesta a uno solo de los grandes pensadores, que aun careciendo de esta guía del simbolismo de los dioses helénicos, reconoció a la música un carácter y un origen diferentes con respecto a todas las demás artes, porque ella no es, como éstas, reflejo de la apariencia, sino de manera inmediata reflejo de la voluntad misma, y por tanto representa, con respecto a todo lo fisico del mundo, lo metafisico, y con respecto a toda apariencia, la cosa en si (Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación). Sobre este conocimiento, que es el más importante de toda la estética, y sólo con el cual comienza ésta, tomada en un sentido realmente serio, ha impreso Richard Wagner  su sello, para corroborar su eterna verdad, cuando en su Beethoven establece que la música ha de ser juzgiada según unos principios estéticos completamente distlntos a todas las artes figurativas, y, desde luego, no según la categoría de la belleza: aunque una estética errada, de la mano de un arte extraviado y degenerado, se haya habituado a exigir de la música, partiendo de aquel concepto de belleza vigente en el mundo figurativo, un efecto similar al exigido a las obras del arte figurativo, a saber, la excitación del agrado por las formas bellas. Tras el conocimiento de aquella antítesis enorme yo senti una fuerte necesidad de acercarme a la esencia de la tragedia griega, y con ello a la revelación más honda del genio helénico..... ¿qué efecto estético surge cuando aquellos dos poderes artísticos, de suyo separados, de lo apolíneo y de lo dionisíaco, entran juntos en actividad?....... Siguiendo la doctrina de Schopenhauer nosotros concebimos la música como el lenguaje inmediato de la voluntad y sentimos incitada nuestra fantasía a dar forma a aquel mundo de espíritus quc nos habla, mundo invisible y, sin embargo, tan vivamente agitado... bajo el influjo de una música verdaderamente adecuada la imagen y el concepto alcanzan una significatividad más alta. Dos clases de efectos son, pues, los que la música dionisíaca suele ejercer sobre la facultad artística apolínea: la música incita a intuir simbolicamente la universalidad dionisíaca, y la música hace aparecer además la imagen simbólica era una significatividad suprerna. De estos hechos, en sí comprensibles y no inasequibles a una observación un poco profunda, infiero yo la aptitud de la música para hacer nacer el mito, es decir, el eiemplo significativo, y precisamente el mito trágico: el mito que habla en símbolos acerca del conocimiento dionisíaco.. ..... Lo trágico no es posible derivarlo honestamente en modo alguno de la esencia del arte, tal como se concibe comúnmente éste, según la categoría única de la apariencia y de la belleza; sólo partiendo del espíritu de la música comprendemos la alegría por la aniquilación del individuo. Pues es en los ejemplos individuales de tal aniquilación donde se nos hace comprensible el fenómeno del arte dionisíaco, el cual expresa la voluntad en su omnípotencia, por así decirlo, detrás del principio individzudtionis (principio de individuación), la vida eterna más allá de toda apariencia y a pesar de toda aniquilación. La alegría metafísica por lo trágico es una trasposción de la sabiduría dionisíaca instintivamente inconsciente al lenguaie de la imagen: el héroe, apariencia suprema de la voluntad, es negado, para placer nuestro, porque es sólo apariencia, y la vida eterna de la voluntad no es afectada por su aniquilación. «Nosotros creemos en la vida eterna», así esclama la tragedia; mientras que la música es la Idea inmediata de esa vida. Una meta completamente distinta tiene el arte del escultor: el sufrimiento del individuo lo supera Apolo aquí mediante la glorificación luminosa de la eternidad de la apaviencia, la belleza triunfa aquí sobre el sufrimiento inherente a la vida, el dolor queda en cierto sentido borrado de los rasgos de la naturaleza gracias a una mentira. En el arte dionisíaco y en su simbolismo trágico la naturaleza misma nos interpela con su voz verdadera, no cambiada: «¡Sed como yo! ¡Sed, bajo el cambio incesante de las apariencias, la madre primordial que eternamente crea, que eternamente compele a existir, que eternamente se apacigua con este cambio de las apariencias!»


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EL RENACIMIENTO DE LA TRAGEDIA

¿Cuándo necesitaríamos nosotros más que ahora, que estamos asistiendo al renacimiento de la tragedia y corremos peligro de no saber de dónde viene ella, de no poder explicarnos a dónde quiere ir?.... Que nadie intente debilitar nuestra fe en un renacimiento ya inminente de la Antigüedad griega; pues en ella encontramos la única esperanza de una renovación y purificación del espíritu alemán por la magia de fuego de la música. ¿Qué otra cosa podríamos mencionar que, en la desolación y decaimiento de la cultura de ahora, pudiese despertar alguna expectativa consoladora para el futuro. En vano andamos al acecho de una única raíz que haya echado ramas vigorosas, de un pedazo de tierra sana y fértil: por todas partes polvo, arena, rigidez, consunción. Aquí un hombre aislado y sin consuelo no podría elegir mejor símbolo que el caballero con la muerte y el diablo, tal como nos lo dibujó Durero, el caballero recubierto con su armadura, de dura, broncínea mirada,
que emprende su camino de espanto, sin que lo desvíen sus horripilantes compañeros, y, sin embargo, desesperanzado,con el corcel y el perro. Nuestro Schopenhauer fue un caballero dureriano de ese tipo: le faltaba toda esperanza, pero quería la verdad. No existe su igual. Mas, cuando lo toca la magia dionisíaca, ¡cómo cambia de pronto ese desierto, que acabamos de describir tan sombríamente, de nuestra fatigada cultura! Un viento huracanado coge todas las cosas inertes, podridas, quebradas, atrofiadas, las envuelve, formando un remolino, en una roja nube de polvo y se las lleva cual un buitre a los aires. Perplejas buscan lo desaparecido nuestras miradas: pues lo que ellas ven ha ascendido como desde un foso hasta una luz de oro, tan pleno y verde, tan exuberantemente vivo, tan nostálgicamente inconmensurable. La tragedia se asienta en medio de ese desbordamiento de vida, sufrimiento y placer, en un éxtasis sublime, y escucha un canto lejano y melancólico-éste habla de las Madres del ser, cuyos nombres son: Ilusión, Voluntad, Dolor. -Sí, amigos míos, creed conmigo en la vida dionisíaca y en el renacimiento de la tragedia. El tiempo del hombre socrático ha pasado: coronaos de hiedra, tomad en la mano el tirso y no os maravilléis
si el tigre y la pantera se tienden acariciadores a vuestras rodillas. Ahora osad ser hombres trágicos: pues seréis redimidos. ¡Vosotros acompañaréis al cortejo dionisíaco  desde India hasta Grecia! ¡Armaos para un duro combate, pero creed en los milagros de vuestro dios!


Presentación

























































































































































































































































































































































TRISTÁN E ISOLDA

Mas si preguntamos cuál fue la medicina que permitió a los griegos, en su gran época, pese al extraordinario vigor de sus instintos dionisíacos y políticos, no quedar agotados ni por un ensimismamiento extático ni por una voraz ambición de poder y de honor universales, sino alcanzar aquella mezcla magnífica que tiene un vino generoso, el cual calienta y a la vez suscita un estado de ánimo contemplativo, tenemos que acordarnos del poder enorme de la tragedia, poder que excita, purifica y descarga la  vida entera del pueblo....La tragedia absorbe en sí el orgiasmo musical más alto, de modo que es ella la que, tanto entre los griegos como entre nosotros, lleva derechamente la música a su perfección, pero luego sitúa junto a ella el mito trágico y el héroe trágico, el cual entonces, semejante a un Titán poderoso, toma sobre sus espaldas el mundo dionisíaco entero y nos descarga a nosotros de él: mientras que por otro lado, gracias a ese mismo mito trágico sabe la tragedia redimirnos, en la persona del heroe trágico, del ávido impulso hacia esa existencia, y con mano amonestadora nos recuerda otro ser y otro placer superior, para el cual el héroe combatiente, lleno de presentimientos, se prepara con su derrota, no con sus victorias. Entre la vigencia universal de su música y el oyente dionisíacamente receptivo la tragedia interpone un símbolo sublime, el mito, y despierta en aquél la apariencia de que la música es sólo un medio supremo de exposisición. destinado a dar vida al mundo plástico del mito. Confiando en ese noble engaño, le es lícito ahora a a la tragedia mover sus miembros en el baile ditirámbico y entregarse sin reservas a un orgiástico sentimiento de libertad, en el cual a ella, en cuanto música en sí, no le estaría permitido, sin aquel engaño, regalarse. El mito nos protege de la música, de igual manera que es él el que por otra parte otorga a ésta la libertad suprema. A cambio de esto la música presta al mito, para corresponder a su regalo una significatividad metafísica tan insistente y persuasiva, cual no podrían alcanzarla jamás, sin aquella ayuda única, la palabra y la imagen; y,  en especial, gracias a ella recibe el espectador trágico cabalmente aquel seguro presentimiento de un placer supremo, al que conduce el camino que pasa por el ocaso y por la negación, de tal modo que le parece oír el abismo más íntimo de las cosas le habla perceptiblemente a él..... En el ejemplo siguiente no me referiré a quienes utilizan las imágenes de los sucesos escénicos, las palabras y afectos de los personajes que actúan, para aproximarse con esa ayuda al sentimiento musical....He de dirigirme tan sólo, por el contrario, a quienes están emparentados directamente con la música, a aquellos que, por decirlo así, tienen en ella su seno materno y se relacionan con las cosas únicamente a través de relaciones musicales inconscientes. A esos músicos genuinos es a quienes yo dirijo la  pregunta de si pueden imaginarse un hombre que sea capaz de escuchar el tercer acto de Tristán e Isolda sin ninguna ayuda de palabra e imagen, puramente como un enorme movimiento sinfónico, y que no expire, desplegando espasmódicamente todas las alas del alma. Un hombre que, por asi decirlo, haya aplicado, como aquí ocurre, el oído al ventrículo cardíaco de la voluntad universal, que sienta cómo el furioso deseo de existir se efunde a partir de aquí, en todas las venas del mundo, cual una corriente estruendosa o cual un delicadísimo arrollo pulverizado, ¿no quedará destrozado bruscamente? Protegido por la miserable envoltura de cristal del individuo humano, debería soportar el percibir el eco de innumerables gritos de placer y dolor que llegan del «vasto espacio de la noche de los mundos», sin acogerse inconteniblemente, en esta danza pastoral de la metafísica, a su patria primordial. Pero si semejante obra puede ser escuchada como un todo sin negar la existencia individual, si semejante creación ha podido ser creada sin triturar a su creador - ¿dónde obtendremos la solución de tal contradicción? Entre nuestra excitación musical suprema y aquella música se interponen aquí el mito trágico y el héroe trágico, los cuales no son en el fondo más que un símbolo de hechos universalísimos, acerca de los cuales sólo la música puede hablar por vía directa. Mas en cuanto es un símbolo, si nuestra manera de sentir fuese la de seres puramente dionisíacos, entonces el mito permanecería a nuestro lado completamente inatendido e ineficaz...La fuerza apolinea, sin embargo, dirigida al restablecimiento del casi triturado individuo, irrumpe aquí con el bálsamo saludable de un engaño delicioso: de repente creemos estar viendo nada más que a Tristán, que inmóvil y con voz sofocada se pregunta: «la vieja melodía, ¡por qué me despierta!» Y lo que antes nos parecía un gemido hueco brotado del centro del ser, ahora quiere decirnos tan sólo cuán «desierto y vacío está el mar». Y cuando imaginábamos extinguirnos sin aliento, en un espasmódico estirarse de todos los sentimientos, y sólo una pequeña cosa nos ligaba a esta existencia, ahora oímos y vemos tan sólo al héroe herido de muerte, que, sin embargo, no muere, y que desesperadamente grita: «¡Anhelar! ¡Anhelar! ¡Anhelar, al morir, no morir de anhelo! »  Y si antes el júbilo del cuerno, tras tal desmesura y tál exceso de voraces tormentos, nos partió el corazón, casi como el más grande de los tormentos, ahora entre nosotros y ese «júbilo en sí» está Kurwenal, el cual grita de alegría mirando hacia el barco que trae a Isolda. Por muy violentamente que la compasión nos invada, en cierto sentido es ella, sin embargo, la que nos salva del sufrimiento primordial del mundo, de igual modo que es la imagen simbólica del mito la que nos salva de la intuición inmediata de la Idea suprema del mundo, y son el pensamiento y la palabra los que nos salvan de la efusión no refrenada de la voluntad inconsciente. Gracias a este magnífico engaño apolíneo parécenos que incluso el reino mismo de los sonidos sale a nuestro encuentro como un mundo plástico, que también en este mundo ha sido modelado y acuñado plásticamente, como en la más delicada y expresiva de las materias, sólo el destino de Tristán e Isolda. De este modo lo apolíneo nos arranca de la universalidad dionisíaca y nos hace extasiarnos con los individuos; a ellos encadena nuestro movimiento de compasión, mediante ellos calma el sentimiento de belleza, que anhela formas grandes y sublimes; hace desfilar ante nosotros imágenes de vida y nos incita a captar con el pensamiento el núcleo vital en ellas contenido. Con la energia enorme de la imagen, del concepto, de la doctrina ética, de la excitación simpática, lo apolíneo arrastra al hombre fuera de su autoaniquilación orgiástica y, pasando engañosamente por alto la universalidad del suceso dionisíaco, le lleva a la ilusión de que él ve una sola imagen del mundo, por ejemplo Tristán e Isolda, y que, mediante la música, tan sólo la verá mejor y más intimamente.  ¿Qué no logrará la magia terapéutica de Apolo, si incluso en nosotros puede suscitar el engaño de que realmente lo dionisíaco, puesto al servicio de lo apolíneo, es capaz de intensificar los efectos de éste, más aún, de que la música es incluso en su esencia el arte de representar un contenido apolíneo?....Por todo ello, la música es la auténtica Idea del mundo, el drama es tan sólo un reflejo de esa idea, una aislada sombra de la misma.....El mito trágico sólo resulta inteligible como una representación simbólica de las sabiduría dionisíaca por medios artísticos apolíneos; él lleva el mundo de la apariencia a los límites en que ese mundo se niega a sí mismo e intenta refugiarse de nuevo en el seno de las realidades verdaderas y únicas; donde luego, con Isolda,  parece entonar así su metafísico canto de cisne

Del mar de la delicia
en la ondeante crecida,
de las olas perfumadas
en el retumbante sonido,
de la respiración del mundo
en el anheloso todo -
ahogarse - hundirse -
¡inconsciente - supremo placer!


Presentación

























































































































































































































































































































































META SUPREMA DE LA TRAGEDIA

Si con nuestro análisis se hubiera llegado al resultado de que aquello que de apolíneo hay en la tragedia ha conseguido, gracias a su engaño, una victoria completa sobre el elemento dionisíaco primordial de la música, y que se ha aprovechado de ésta para sus propósitos, a saber, para un esclarecimiento máximo del drama, habría que añadir, desde luego, una restricción muy importante: en el punto más esencial de todos aquel engaño queda roto y aniquilado. El drama, que con la ayuda de la música se despliega ante nosotros con una claridad, tan iluminada desde dentro, de todos los movimientos y figuras, como si nosotros estuviésemos viendo surgir el tejido en el telar, subiendo y bajando - alcanza en cuanto totalidad un efecto que está más allá de todos los efectos artisticos apolíneos. En el efecto de conjunto de la tragedia lo dionisíaco recobra la preponderancia; la tragedia concluye con un acento que jamás podría brotar del reino del arte apolíneo. Y con esto el engaño apolíneo se muestra como lo que es, como el velo que mientras dura la tragedia recubre el auténtico efecto dionisíaco: el cual es tan poderoso, sin embargo, que al final empuja al drama apolíneo mismo hasta una esfera en que comienza a hablar con sabiduría dionisíaca y en que se niega a sí mismo y su visibilidad apolínea. La difícil relación que entre lo apolíneo y lo dionisíaco se da en la tragedia se podría simbolizar realmente mediante una alianza fraternal de ambas divinidades: Dioniso habla el lenguaje de Apolo, pero al final Apolo habla el lenguaje de Dioniso: con lo cual se ha alcanzado la meta suprema de la tragedia y del arte en general.


Presentación

























































































































































































































































































































































JUEGO DIONISÍACO

Hemos hablado de la alianza fraternal de Apolo y Dionisio como la cúspide tanto de los propositos artísticos apolineos como  de los dionisíacos....A quien no haya experimentado esa vivencia, la de tener que mirar y al mismo tiempo desear ir más allá del mirar, le resultará difícil imaginarse cuán nítidos y claros subsisten juntos y son sentidos juntos esos dos procesos en la consideración del mito trágico: mientras que los espectadores verdaderamente estéticos me confirmarán que: entre los efectos peculiares de la tragedia, el más notable es esa coexistencia. Basta con transferir este fenómeno del espectador estético a un proceso análogo que se da en el artista trágico para haber comprendido la génesis del mito trágico. Con la esfera del arte apolíneo comparte éste el placer pleno por la apariencia y por la vision, y a la vez niega ese placer y tiene una satisfacción aún más alta en la aniquilación del mundo de la apariencia visible. El contenido del mito trágico es, en primer término, un acontecimiento épico, con la glorificación del héroe luchador: mas, ¿de dónde procede aquella tendencia, en sí enigmática, a que el sufrimiento que hay en el destino del héroe, las superaciones más dolorosas. las antítesis más torturantes de los motivos, en suma, la ejemplificación de aquella sabiduría de Sileno, o, expresado en términos estéticos, lo feo y disarmónico sean representados una y otra vez de nuevo.....Pues el hecho de que en la vida los acontecimientos se desarrollen de una manera tan trágica es lo que menos explicaría la génesis de una forma artística; ya que el arte no es sólo una imitación de la realidad natural, sino precisamente un suplemento metafísico de la misma, colocado junto a ella para superarla. En la medida en que pertenece al arte, el mito trágico participa también plenamente de ese propósito metafísico de transfiguración, propio del arte en cuanto tal: ¿qué es lo que el mito trágico transfigura, sin embargo, cuando presenta el mundo aparencial bajo la imagen del héroe que sufre? ...¿En qué consiste el placer estético con que hacemos desfilar ante nosotros las imágenes? Yo pregunto por el placer estético, y sé muy bien que muchas de esas imágenes pueden producir además, en ocasiones, un deleite moral, por ejemplo en forma de compasión o de triunfo moral. Mas quien el efecto de lo trágico quisiera derivarlo únicamente de esas fuentes morales, como solía hacerse en la estética no hace mucho tiempo, no crea que con eso ha hecho algo por el arte: el cual, en su campo, tiene que exigir ante todo pureza. Para aclarar el mito trágico la primera exigencia es cabalmente la de buscar el placer peculiar de él en la esfera estética pura, sin ínvadir el terreno de la compasión, del miedo, de lo moralmente sublime. ¿Cómo lo feo y lo disarmónico, que son el contenido del mito trágico, pueden suscitar un placer estético? Aquí se hace necesario elevarse, con una audaz arremetida, hasta una metafísica del arte, al repetir yo mi anterior tesis de que sólo como fenómeno estetico aparecen justificados la existencia y el mundo: en ese sentido es justo el mito trágico el que ha de convencernos de que incluso lo feo y disarmónico son un juego artístico que la voluntad juega consigo misma, en la eterna plenitud de su placer. Este fenómeno primordial del arte dionisíaco, difícil de aprehender, no se vuelve comprensible más que por un camino directo, y es aprehendido inmediatamente en el significado milagroso de la disonancia musical.... El placer que el mito trágico produce tiene idéntica patria que la sensación placentera de la disonancia en la música. Lo dionisíaco, con su placer primordial percibido incluso en el dolor, es la matriz común de la música y del mito trágico..... Pues ahora comprendemos qué quiere decir el que en la tragedia nosotros queramos mirar y a la vez deseemos ir más allá del mirar: en lo que respecta a la disonancia empleada artísticamente, habríamos de caracterizar ese estado diciendo que nosotros queremos oir y a la vez deseamos ir más allá del oír. Ese aspirar a lo infinito, el aletazo del anhelo dentro del máximo placer por la realidad claramente percibida, nos recuerdan que en ambos estados hemos de reconocer un fenómeno dionisíaco, el cual vuelve una y otra vez a revelarnos, como efluvio de un placer primordial, la construcción y destrucción por juego del mundo individual. de modo parecido a como la fuerza formadora del mundo es comparada por Heraclito el Oscuro a un niño que, jugando, coloca piedras aca y allá y construye montones de arena y luego los derriba. Así, pues, para apreciar correctamente la aptitud dionisíaca de un pueblo tendremos que pensar no sólo en la música del pueblo, sino, con igual necesidad, en el mito trágico de ese pueblo como segundo testigo de aquella aptitud.


Presentación

























































































































































































































































































































































ENSAYO DE AUTOCRÍTICA:
Este importantisimo «Ensayo de autocritica» fue añadido por Nietzsche en 1886 a la tercera edición de su obra. En un borrador para este prólogo Nietzsche lamenta su «romanticismo» en la época (1870-1871) en que escribió el libro (romanticismo que lo «condenó» a someterse a la fascinación de Wagner, «el más grande de todos los románticos»); lamenta también el haberse expresado en fórmulas schopenhauerianas; y dice por fin que, afortunadamente, tuvo uuna hora de iluminación, acerca de cuál es mi puesto - la hora en que Richard Wagner me habló de los éxtasis que sabía extraer de la Cena cristiana». Sobre esto último véase la nota 72 del traductor a F. Nietzsche, La genealogía de la moral.


Ensayo autocrítica

























































































































































































































































































































































JOVIALIDAD GRIEGA:
Jovialidad: Heiterkeit. De ordinario esta palabra alemana suele traducirse por serenidad», sobre todo cuando se habla de la serenidad griega» (griechische Heiterkeit). Aquí se traducirá
sistemáticamente por «jovialidad» (y heiteter por «jovial»), por creer que caracteriza mejor lo que Nietzsche quiere decir. En todo caso, quien prefiera «serenidad» puede hacer fálllmente la sustitución cuando en las págínas siguientes tropiece con «jovialidad» o «jovial», pues la traducción se atiene con todo rigor a la norma indicada.
La jovialidad griega» fue, por otro lado, uno de los títulos pensados por Nietzsche para este libro.


Autocrítica1

























































































































































































































































































































































LIBRO IMPOSIBLE:
Ein unmögliches Buch
. Nietzsche subraya sin duda el término para llamar la atención sobre el doble significado que el adjetivo unmöglich (imposible) puede tener en alemán. «Un libro imposible» es un libro que no se puede escribir, llevar a cabo.
«Un libro imposible» es, también, un libro que no se puede leer, entender.


Autocrítica2

























































































































































































































































































































































PERVERSIDAD DE LOS SENTIMIENTOS:
Schopenhauer habla de esta «perversidad de los sentimientos, (Perversität der Gesinnung) en Parerga y Paralipómena, II capítulo 8, 109, titulado «Sobre la ética». El contexto es el siguiente: «Pensar que el mundo tiene meramente un significado físico, pero no un significado moral, es el error más grande, el más nocivo, el fundamental, la auténtica perversidad de los sentimientos, y en el fondo es sin duda tamlién lo que la fe ha personifícado en el Anticristo
Autocrítica5

























































































































































































































































































































































TIEMPO DE AHORA: (Jetztzeit)
Contra este término ideado por Jean Paul, y contra su significado polemiza constantemente
Schopenhauer. También Nietzsche y sus amigos E. Rohde y C. v. Gersdorff se refieren a él despectivamente en sus cartas con mucha frecuencia. En Nietzsche esta palabra tiene siempre un significado peyorativo.


Autocrítica7

























































































































































































































































































































































PORTADA DEL NACIMIENTO TRAGEDIA:
Nietzsche alude a la viñeta que aparece en la portada de su libro. Esta fue dibujada por el escultor Leopold Rau, de Berlín y por causa de ella se retrasó la publicación de la obra. Nietzsche encontró magnífico el trabajo. En carta al editor, E. W. Fritsch lo califica de «pequeña obra maestra, que de manera sencilla dice muchas cosas y muy serias» (carta de 27 de noviembre de 1871). Parece que también a los amigos de Nietzsche les causó igual entusiasmo. Excepto a E. Rohde, que, o era el único de buen gusto, o era el único sincero. Rohde escribió a Nietzsche (carta de 7 de marzo de 1872) que la viñeta no le gustaba. Criticó «la mano derecha, la cabeza del buitre y la cabeza [de Prometeo], que resulta evidentemente demasiado pequeña y está mal colocada sobre el cuello». Wilamowitz no desaprovechó la ocasión de aludir a esta viñeta para burlarse del gusto artístico de Nietzsche.
Prólogo

























































































































































































































































































































































HOMENAJE A BEETHOVEN:
Para conmemorar el primer centenario del nacimiento de Beethoven (diciembre de 1870) Richard Wagner había proyectado una serie de actos musicales durante ese año, que no pudieron llevarse a efecto por causa del estallido de la guerra franco-prusiana. En sustitución de los mismos, decidió honrar a Beethoven con un escrito que, con el título Beethoven, se publicó en noviembre de 1870.


Prólogo

























































































































































































































































































































































INSTINTO:
Trieb. Pese a los equívocos a que pudiera dar lugar, se debe traducir siempre siempre Trieb por instinto. Nietzsche toma este término, así como el de Kunsttrieb [instinto artístico], del vocabulario de Schopenhauer. Sin duda hay que entender «instinto» en un sentido muy amplio, como tendencia hacia».


Sueño-Embriaguez

























































































































































































































































































































































VOLUNTAD:
Cónviene advertir que, a lo largo de toda esta obra, la palabra «voluntad» (Wille) es usada siempre en el sentido que tiene en Schopenhauer. No significa, pues, una facultad individual o colectiva, sino, como dice Schopenhauer, «el centro y núcleo del mundo». Como cosa en sí la voluntad es una, pero es múltiple en sus formas fenoménicas, a las que el espacio y el tiempo sirven de «principio de individuación». Más adelante dirá el mismo Nietzsche: «La voluntad, tomada esta palabra en sentido schopenhaueriano, es decir, como antitesis del estado de ánimo estético, puramente contemplativo, exento de voluntad
Sueño-Embriaguez

























































































































































































































































































































































HANS SACHS EN LOS MAESTROS CANTORES:
En la primera edición Nietzsche hacía referencia a unos versos de Friedrich Hebbel. Despues
Nietzsche sustituyó la cita de Hebbel por la de Wagner. Los versos de Hebbel pertenecen a su epigrama Traum und Poesi [Sueño y poesia], versos 5-10. Los de Hans Sachs se encuentran
en Los maestros cantores de Nuremberg  (acto III, escena II; coloquio con Walter).


Sueño-Embriaguez

























































































































































































































































































































































EL RESPLANDECIENTE:
El significado etimológico de Apolo [Appó-llon) sigue siendo materia de discusión entre los especialistas, aunque nadie niega que fuera la divinidad de la luz. Al decir que Apolo significa
etimológicamente der Erscheinende Nietzsche tenía en alemán un facil pretexto para hacerlo divinidad del Schein [brillo, apariencia] y ponerlo en relación con Erscheinung [apariencia, aparición, fenómeno]. Si se tiene en cuenta que el vocabulario empleado por Nietzsche aquí es el schopenhaueriano y kantiano, basado, por tanto, en la contraposición entre «la cosa en sí» [das
Ding an sich y «la apariencia» [die Erscheinung], se comprenderá mejor la relación establecida por Nietzsche entre Apolo y «la apariencia».


Sueño-Embriaguez

























































































































































































































































































































































SOLAR:
El adjetivo «solar» (sonnenhaft) aplicado a «ojo» [Auge] lo toma Nietzsche de Goethe:

Si el ojo no fuera solar,
no podría ver jamás el sol;
Si en nosotros no hubiera la fuerza propia de Dios,
¿cómo podria extasiarnos lo divino?

Sueño-Embriaguez

























































































































































































































































































































































PRINCIPIUM INDIVIDUATIONIS:
Principium individuationis
es expresión que aparecerá a menudo en lo sucesivo. El principio de individuación equivale en Schopenhauer al espacio y el tiempo. Según él, el espacio y el tiempo singularizan lo que es, en principio, idéntico; por ellos la unidad esencial del todo se convierte en una multiplicidad. He aqui sus palabras: «Pues el tiempo y el espacio son aquello en virtud de lo cual lo que en su esencia y según el concepto es uno y lo mismo, aparece como vario, como múltiple, bien en la sucesión, bien en la simultaneidad; son, por consiguients: el principizrm individuationis
Sueño-Embriaguez

























































































































































































































































































































































SACES ORGIÁSTICOS:
Los saces (o saceos) eran un pueblo nómada del Asia antigua, del cual hablan, entre otros, Hesíodo y Jenofonte, en el sentido indicado por Nietzsche.


Sueño-Embriaguez

























































































































































































































































































































































LO UNO PRIMORDIAL:
«Lo Uno primordial»: das Ur-Eine. Nietzsche toma esta expresión del vocabulario de Schopenhauer. También toma de él uso y el abuso de Ur- antepuesto a numerosas palabras. Sanchez Pascual dice que, para unificar la traducción, ha vertido siempre Ur - por «primordial», excepto en dos o tres casos en que aparece Urmensch [primer hombre].


Sueño-Embriaguez

























































































































































































































































































































































¿OS POSTRAIS MILLONES?
Como es bien sabido, estas palabras pertenecen a la oda A la alegría, de Schiller, y fueron utilizadas por Beethoven para el final de su Novena Sinfonía. En la primera edición este párrafo acababa así: «¡Os postráis, millones!» Wilamowitz criticó el que Nietzsche no se hubiese dado cuenta de que, en Schiller, esas palabras son interrogativas. En la segunda edición Nietzsche, además de poner la interrogación, añadió la frase: «¿Presientes tú al creador, oh mundo?»
Sueño-Embriaguez

























































































































































































































































































































































IMITADOR:
Nietzsche alude aquí a la conocida expresión de Aristóteles según la cual todas las obras poéticas son  imitaciones (mimesis).


Antítesis-Reconciliación

























































































































































































































































































































































LA CABEZA DE MEDUSA:
Wilamowitz
criticó a Nietzsche el que éste creyese que Apolo oponía a sus enemigos la Medusa, en vez de la égida. Rohde le replicó («confiándole el secreto») que justamente en la égida se encuentra la cabeza de Medusa y que es lo principal de ella. Nietzsche dice a Rohde en una carta que al escribir esta frase pensaba en el Apolo del Belvedere.


Antítesis-Reconciliación

























































































































































































































































































































































DITIRAMBO DIONISÍACO:
El ditirambo es una canción cultual en honor de Dioniso, y posteriormente de otras divinidades, en el que solían alternar el solista y el coro.


Antítesis-Reconciliación

























































































































































































































































































































































FRONTONES:
En la primera edición Nietzsche hablabla de figuras de dioses que se erguían «en el tejado y en el frontón». A Wilamowitz no le fue difícil burlarse de Nietzsche, por el hecho de que éste hubiera visto estatuas de dioses en el tejado de los templos griegos.


Si a la vida

























































































































































































































































































































































FRISOS:
En la primera edición Nietzsche hablaba de hazañas de dioses que decoraban «frisos y paredes». Por el mismo motivo que el indicado en la nota anterior, Nietzsche eliminó la palabra «paredes» en la segunda edición.


Si a la vida

























































































































































































































































































































































EL DEMÓN:
No debe confundirse con el «demonio» (Teufel, en alemán) de la teologia cristiana. Nietzsche está haciendo referencia al daímon griego, que él escribe Dämon. Entre los griegos clásicos, el demón es algo intermedio entre lo divino y lo mortal. Para Sócrates, es una «aparición» que le habla sobre todo en sueños, según cuenta él mismo.
Si a la vida

























































































































































































































































































































































MORIR PRONTO:
Ver Apolodoro. Bibl. II, 6,3


Si a la vida

























































































































































































































































































































































LA TRANSFIGURACIÓN:
Esta conocida pintura de Rafael, realizada entre 1517 y 1520 y que hoy se encuentra en la Pinacoteca Vaticana, suele considerarse como la máxima expresión del arte de su autor.


Uno primordial

























































































































































































































































































































































ANTIGONA Y CASANDRA:
El sarcástico comentario de Wilamowitz a esta frase es el siguiente: «Quien aclare estas últimas palabras, a las que cuadra la frase de Mefistófeles acerca del acertijo de las brujas, recibirá de mí una recompensa adecuada. Davos sum, non Oedipus (Soy Davos, no Edipo)
Para la referencia a Mefistófeles, ver Fausto, versos 2342 y siguientes.
La frase final, Davos sum, non Oedipus, es una conocida respuesta dada por Davos en La Andriana (I, 2, 23), de Terencio.
Homero y Arquíloco

























































































































































































































































































































































LA NOVIA DE MESINA:
En su edición de La novia de Mesina (Tübingen, 1803), Schiller antepuso un prólogo titulado «Sobre el uso del coro en la tragedia», al que aquí se refiere Nietzsche y del que cíta a continuación varios párrafos.


Coro trágico

























































































































































































































































































































































COREUTA:
Coreuta
: miembro del coro en el teatro griego.


Coro trágico

























































































































































































































































































































































PALADIO:
Estatua divina
dotada de propiedades mágicas, que se suponía representaba a la diosa Palas y que garantizaba la integridad de la ciudad que lo guardaba y le tributaba culto


Prometeo-Pecado original

























































































































































































































































































































































ZAGREO:
Sobre el despedezamiento de Dioniso por los Titanes véase Orphicorum Fragmenta, fr. 210.  «Zagreo» es considerado como «el primer Dioniso». Es un dios órfico, y su leyenda pertenece a la teología de los misterios órficos. De la unión de los restos que quedaron nació «el segundo Dioniso».
Naturaleza Dionisio

























































































































































































































































































































































EPOPTO:
Epopto: iniciado en los misterios de Eleusis.


Naturaleza Dionisio


























































































































































































































































































































































GRAECULUS:
Graeculus
es el término despectivo con que los autores romanos designaban en general a los griegos y, sobre todo, a los caracteres bajos y taimados que aparecían en el teatro.


Eurípides

























































































































































































































































































































































LAS RANAS:
Se corresponde con los versos 420-426 de Las ranas. Más adelante, en la conferencia Sócrates y la  tragedia cita Nietzsche completos estos versos.


Eurípides

























































































































































































































































































































































LEYENDA DE LICURGO:
Según la leyenda, este Licurgo mitológico (que no tiene nada que ver con el histórico Licurgo, rey de Esparta) cerró el paso a Díoniso cuando éste quiso atravesar Tracia para dirigirse contra los indios, y capturó a las bacantes que acompañaban al dios, así como a los sátiros de su cortejo. El propio Dioniso, para salvarse, tuvo que arrojarse al mar, donde se refugió junto a Tetis.
Sócrates

























































































































































































































































































































































SÓCRATES AYUDA A EURÍPIDES:
Esta leyenda la narra Diógenes Laercio, II, 5, 2.


Sócrates

























































































































































































































































































































































SEGUNDO PREMIO:
Este oráculo se encuentra en los escoliastas a la Apología, de Platón (237 b).
Sócrates

























































































































































































































































































































































SOLO SÉ QUE NO SÉ NADA:
Ver Platón, Apología , 321 c.


Sócrates

























































































































































































































































































































































DAIMON DISUASOR:
Ver Platón, Apología, 31 d.


Sócrates

























































































































































































































































































































































SÓCRATES ERÓTICO:
Ver Platón, El banquete, 223 c-d.


Sócrates

























































































































































































































































































































































FABULAS DE ESOPO:
Ver Platón, El Fedón, 60 d.


Sócrates

























































































































































































































































































































































CABALLERO CON LA MUERTE Y EL DIABLO ( Durero ):
Nietzsche vuelve a comparar a Schopenhauer con el caballero del famoso grabado de Durero en La genealogia de la moral.
Renacimiento tragedia

























































































































































































































































































































































LAS MADRES DEL SER:
Die Mütter des Seins: Wahn, Wille, Wehe. Esta frase, enigmática a primera vista, ha dado lugar a prolongadas discusiones e incluso a alguna tesis doctoral (R. Dowerg: Friedrich Nietzsches «Geburt der Tragödie» in ihrer Beziehung zur Philosophie Schopenhauers, Leipzig, 1902). En su composición intervinieron probablemente dos reminiscencias. Una, la de las famosas Madres, de que habla Goethe en su Fausto (versos 6217 y ss.). Y, por otro lado, el vocabulario y las ideas de Schopenhauer. En los trabajos preparatorios, Nietzsche había calificado a estas tres entidades ( Ilusión, Voluntad, Dolor ) primero de «Madres de la tragedia», y luego de «abismos de la tragedia». Que, por otro lado, Nietzsche buscó aqui un efecto literario basado en la aliteración parece evidente.


Renacimiento tragedia

























































































































































































































































































































































CORTEJO DIONISÍACO:
En su obra Geist und Leben.Varia Nietscheana (Bonn, 1951), p. 39, M. Landmann sugiere que, hiponoéticamente, Nietzsche quiso indicar con esta frase un tránsito de Schopenhauer (que era, en efecto, un admirador de la filosofia india) a Wagner (que en esta epoca era para Nietzsche el renovador del drama musical griego).


Renacimiento tragedia

























































































































































































































































































































































VASTO ESPACIO DE LA NOCHE DE LOS MUNDOS:
Escuchar y ver Tristán e Isolda en acto III, escena I


Tristán e Isolda

























































































































































































































































































































































LA VIEJA MELODÍA, ¡POR QUÉ ME DESPIERTA!
Escuchar y ver Tristán e Isolda en acto III, escena I


Tristán e Isolda

























































































































































































































































































































































¡ANHELAR!
Escuchar y ver Tristán e Isolda en acto III, escena I.


Tristán e Isolda

























































































































































































































































































































































PALABRAS FINALES DE ISOLDA:
Con estas palabras de Isolda ( Acto III ) acaba la opera de Wagner Tristán e Isolda.


Tristán e Isolda