ESCUELA ESCÉPTICA
Timón de Fliunte
Timón de Fliunte,
hijo de Timarco, era un bailarín. Nació en el 322, año más año menos, y muy
pronto se trasladó a Megara, donde siguió las lecciones de Estilpón. Era
tuerto y amante del vino. Se convirtió al escepticismo después de haber
conocido a Pirrón. Su encuentro se produjo por la calle, mientras se dirigían
al estadio. Aristocles, un peripatético que lo odiaba, comenta el episodio
diciendo: «Timón, hombre inepto, ¿no crees en nada y pretendes decir que has
conocido a Pirrón? ¿Y el mismo estupendo Pirrón, en aquel fausto día,
mientras se encaminaba a presenciar las competiciones píticas, sabía que iba
allí o caminaba a ciegas, como un lelo?»
De Timón de Fliunte nos han llegado sólo pocos fragmentos, entre ellos una
frase: «Me niego a afirmar que la miel sea dulce, pero puedo confirmar que
me parece dulce.» Los escépticos como Pirrón, por tanto, no niegan la
existencia del parecer, sino sólo la del ser, de la verdad incontrovertible. Un
escéptico, podría, incluso, militar en una institución religiosa, o política,
oficiar de sacerdote, soldado o asesor, pero lo importante es que cumpla con sus
deberes sin creer dogmáticamente en lo que hace. Tal vez nos sentiríamos
tentados a condenar sin paliativos este modo de pensar, tachándolo de inmoral.
Resistamos a la tentación, por el contrario, e imaginemos durante un instante
qué cambios se producirían en nuestra vida si, en algunas situaciones, antes
de precipitarnos con la lanza en ristre, pudiéramos detenernos un momento a
pensar: «Lo que yo creo ahora absolutamente cierto, mañana podría ser sólo
probable.»
Pues bien, eso es, más o menos, la epoché: la suspensión del juicio.
Apliquémosla al fanatismo de las Brigadas Rojas, a la embriaguez maoísta de
1968 y a las varias persecuciones religiosas que han ensangrentado la historia,
e imaginemos los resultados.
Después de Timón, el escepticismo se lava las manos y para ocuparse de la
banca se ofrece un tal Arcesilao, hijo de Seutes, nacido en Pítane en el 315
a.C., fundador de media. Podíamos esperar cualquier cosa del pensamiento
griego, menos que se convocara a un platónico para guiar a la patrulla de los
escépticos. En realidad, significaba casi lo mismo que saltar una especie de «muralla
de Berlín»: Arcesilao pasaba del mundo suprasensible de Platón al pirroniano
de la negación total. Claro que, si lo pensamos bien, Sócrates ya había usado
el «saber de no saber», pero en clave irónica y siempre como ganzúa para
forzar el descubrimiento de una verdad moral (cuya existencia, en cualquier
caso, no se ponía nunca en duda). -Arcesilao fusionó las dos doctrinas y así
impregnó de escepticismo a toda la Academia.
Entre los académicos-escépticos merece ser recordado Carnéades, el «quién
era ése» de don Abbondio. Con Carnéades estamos en pleno segundo siglo antes
de Cristo: en efecto, el filósofo nació en Cirene en el 213 y murió en el
128. Se dice que era un hombre de vasta cultura y de excepcional habilidad
oratoria. Su fama está vinculada sobre todo a un viaje que hizo a Roma como
embajador junto con el aristotélico Cristolao y el estoico Diógenes de
Bablionia. Objetivo del viaje era solicitar la anulación de una multa de
cincuenta talentos aplicada a la ciudad de Atenas. Al encontrarse en la capital
del mundo, los tres filósofos pensaron que era buena ocasión para mostrar a
los romanos la capacidad de los griegos en el arte dialéctico, por lo que,
yendo al Foro, se exhibieron en algunos antílogos, es decir conferencias
durante las que el mismo orador sostenía en la primera parte una tesis y en la
segunda la opuesta. Los jóvenes romanos, un poco porque todo lo que viniera de
la Hélade los fascinaba, y otro poco porque estaban más abiertos a las
novedades, aplaudieron con entusiasmo; no ocurrió igual con los ancianos, y en
particular con Catón el Viejo,
que veía en los intelectuales un peligro de corrupción para la República.
Precisamente porque el éxito de los tres filósofos lo alarmó, Catón se
dirigió al Senado y tanto alborotó que los hizo expulsar del país como
indeseables.
Así era Catón: baste con pensar que consideraba virtuoso sólo a quien vivía
en la máxima austeridad. Para los demás no sentía ni pizca de piedad o
tolerancia: una vez hizo expulsar a un senador, Manilio, porque lo había visto
abrazar a su mujer en la plaza pública. Consideraba a los esclavos como bestias
de carga: los azuzaba a unos contra otros para mejor tenerlos sometidos a su
poder, y cuando eran viejos prefería venderlos a seguir manteniéndolos. Si
alguno de ellos se equivocaba, lo hacía condenar a muerte por sus compañeros
para estrangularlo después con sus propias manos. Desconfiaba de la filosofía
y de todo el que tuviera ideas.
Una última curiosidad sobre los escépticos, quienes, si ya no creían en nada,
figurémonos la opinión que podían tener de los adivinos. He aquí al respecto
lo que pensaba uno de ellos, Favorino de Arciate ( 80-160 d.C. ). La invectiva está
dirigida contra los astrólogos.
« ... esta
especie de trucos y tunantadas ha sido ideada por gorrones y gente que se gana
la vida con las propias mentiras. Todos éstos por el solo hecho de que algunos
fenómenos terrestres como las mareas dependen de la luna, pretenden hacernos
creer que también todos los otros asuntos humanos, sean grandes o pequeños,
están gobernados por los astros. Pero a mí me parece tonto pensar que, sólo
porque la luna hace subir un poco el nivel de¡ mar, también el pleito que uno
entabla, por ejemplo, contra los vecinos por las tuberías para la distribución
de¡ agua, o con un coinquilino por una pared en común, pueda tener sus orígenes
y dirección en el cielo.»