Comenzamos nuestra exposición situándonos en los
versículos 427d-432b de la República. Estamos en el momento en que Sócrates ha dado ya por fundada su ciudad
ideal. A partir de ahora intentara averigüar en que lugar, dentro de tal ciudad
ideal, estaría situada la justicia y en cuál la
injusticia y en que se diferencia la una de la otra y cuál de las dos debe alcanzar
el que ha de ser feliz. Para averiguar todo ello Sócrates le pide a
Adimánto
que comience tal investigación procurándose, de dónde sea, la luz necesaria, y, si
es necesario, que llame en su auxilio a su hermano Glaucón así como a
Polemárco
y a los demás personajes presentes en el diálogo de la República. Adimánto protesta contra esta sugerencia de Sócrates y le recuerda que ha
sido él mismo quien había prometió llevar a cabo tal investigación. Sócrates reconoce que es
verdad lo que Adimánto dice. Solicita, sin embargo, ayuda a los presentes para llevar a
cabo tal investigación. A partir de ahí, Sócrates, inicia su investigación para
descubrir la esencia de la justicia y la injusticia en una ciudad. Para lograrlo,
comienza hablando de las cuatro virtudes que deben acompañar a toda realidad que
sea considerada como absolutamente buena: prudencia, valor, templanza, justicia. TEXTO1E -Da, pues, ya por
Comienza su estudio por el análisis de la Prudencia. En primer lugar afirma que
una ciudad prudente es aquella que acierta en sus determinaciones y que tal
acierto es un modo de ciencia, es decir, un tipo de saber. A continuación
analiza a quienes, dentro de la ciudad, pertenece tal tipo de saber. Va descartando toda
una serie de oficios (constructores, carpinteros, broncistas, agricultores) para
acabar afirmando que, a partir de los análisis realizados anteriormente en relación con
ciudad recientemente fundada, parecen existir determinados ciudadanos (los guardianes
perfectos) que no se preocupan por aspectos particulares de la ciudad sino por ella entera
en lo que se refiere a llevar lo mejor posible sus relaciones en el interior
y con las demás ciudades. Afirma que poseen la ciencia de la preservación
y que, en virtud de tal ciencia, ello permite que la ciudad acierte en sus determinaciones
y sea, con ello, verdaderamente prudente. Finaliza señalando que curiosamente, en
comparación con los representantes de los otros oficios dentro de la ciudad, es mucho menor
el número de los sujetos poseedores de la virtud de la prudencia. Ello le lleva a
concluir que una ciudad fundada conforme a naturaleza puede ser toda entera prudente por
la clase de gente más reducida que en ella hay, que es la que la preside y gobierna y a
la que propiamente pertenece el nombre de prudente.{Ver texto1e}
A continuación analiza Sócrates el Valor. Señala que una ciudad es valerosa
gracias a la existencia de una clase o estamento que la defiende. Define la virtud del
valor como aquella que es capaz de mantener en toda circunstancia la opinión acerca
de las cosas que se han de temer en el sentido de que éstas son siempre las mismas y
tales cuales el legislador las prescribió en la educación. Es decir constancia
en las opiniones que se han de temer y obediencia. En este contexto,
afirma que el valor es una especie de conservación y ello por lo siguiente:
mantenerse firme en las opiniones sobre las cuestiones que se han de temer sin desecharlas
jamás implica un gran valor interno de conservar lo adquirido. Describe
también
un ejemplo que ayude a entender lo que quiere decir: los tintoreros cuando tiñen
las lanas para que queden de color púrpura, eligen primeramente las de color blanco y las
cuidan con esmero para que adquieran el mayor brillo posible. Después las tiñen y lo que
queda teñido por este procedimiento conserva de modo indeleble su tinte. Pues bien, del
mismo modo debería educarse, primeramente, con gran esmero a los jóvenes guardianes en la
música y la gimnasia. Ello les permite les permite brillar para recibir una especie
de teñido que se conserve también de modo indeleble en relación con las cosas que se han
de temer y las que no. Tal teñido no deberían llevárselo ni los placeres, ni los
miedos, ni la concupiscencia. Pues bien, esta fuerza de preservación en las opiniones
rectas, en todo tipo de circunstancias, acerca de las cosas que deben ser temidas es
la virtud del valor. Y tal cualidad, presente también en una clase reducida de la
ciudad, es lo que hace a ésta realmente valerosa.{Ver texto2e}
Ahora comienza Sócrates el estudio de la virtud de la templanza. Comienza
señalando que se parece más que las anteriores a la armonía musical ya que
esta virtud se define como un orden y dominio de los placeres y de la concupiscencia.
Además suele afirmarse también que quien posee la virtud de la templanza posee
también un
dominio sobre sí mismo lo que, a primera vista, resulta paradójico
pues el que es dueño de sí mismo es también esclavo y el esclavo resulta que es
también
dueño de sí mismo. Sócrates señala, sin embargo, que la solución ante esta aparente
paradoja pasa por entender realmente lo que se quiere decir con ello; y es que en el alma
del un mismo hombre existe algo que es mejor y algo que es peor; y cuando lo que
por naturaleza es mejor domina a lo peor, se dice que aquel es dueño de sí mismo.
Pues bien, sobre esta definición de templanza Sócrates propone echar una ojeada a la ciudad
que podría definirse como templada y señala que, en coherencia con lo establecido hasta
ahora, debería ser aquella que se proclama dueña de sí misma debido a que en
ella lo mejor se sobrepone a lo peor. Ahora bien, en la ciudad recién fundada nos
encontramos con que los llamados a gobernar, por ser los mejores. son aquellos
que han logrado vencer lo peor en sus almas y sobreponerse sobre los apetitos de los
menos capacitados para gobernar, pero que, a su vez, reconocen el dominio de los
mejores. Por lo tanto parece que una ciudad así (como la defendida por Sócrates) es
dueña de sus concupiscencias y apetitos, y, por tanto, temperante. Ahora bien, en una
ciudad temperante la virtud de la templanza no es propiedad y característica,
como sucede con la prudencia y el valor, únicamente de los llamados a gobernar
(dueños de sí mismos por gobernar en ellos lo mejor) sino también de los gobernados (que
aceptan dejarse gobernar por los más templados). Por ello, afirma Sócrates, la
templanza se extiende por la ciudad entera, logrando que canten lo mismo (de ahí su
parecido con la armonía musical) los más débiles, los más fuertes y los de en medio.
En definitiva, la templanza es concordia y armonía entre las distintas clases o
estamentos de la ciudad. En conclusión: la templanza es en la ciudad una virtud
general de todos los ciudadanos; los guardianes auxiliares han de poseer
también
la virtud del valor; y los guardianes perfectos (gobernantes) deben poseer,
además de la templanza y del valor, la virtud de la prudencia. De este modo cada clase
tiene su virtud propia y diferencial.
{Ver texto3e}
Presentación
(427d-429a)
-Nada de eso --objetó Glaucón-, porque prometiste hacer
tú mismo la investigación, alegando que no
te era lícito dejar de dar favor a la justicia en la medida de tus fuerzas y por todos
los medios.
-Verdad es lo que me recuerdas -repuse yo- y así se ha de hacer; pero es preciso que
vosotros me ayudéis en la empresa.
-Así lo haremos -replicó.
-Pues por el procedimiento que sigue -dije- espero hallar lo que buscamos: pienso que
nuestra ciudad, si está rectamente fundada, será completamente buena.
-Por fuerza -replicó.
-Claro es, pues, que será prudente, valerosa, moderada y justa.
-Claro.
-¿Por tanto, sean cualesquiera las que de estas cualidades encontremos en ella, el resto
será lo que no hayamos encontrado?
-¿Qué otra cosa cabe?
-Pongo por caso: si en un asunto cualquiera de cuatro a cosas buscamos una, nos daremos
por satisfechos una vez que la hayamos, reconocido, pero, si ya antes habíamos llegado a
reconocer las otras tres, por este mismo hecho quedará patente la que nos falta; pues es
manifiesto que no era otra la que restaba..
-Dices bien --observó.
-¿Y así, respecto a las cualidades enumeradas, pues que son también cuatro, se ha de
hacer la investigación del mismo modo?
-Está claro.
-Y me parece que la primera que salta a la vista es la prudencia;
y algo extraño se muestra en relación con ella.
-¿Qué es ello? -preguntó.
-Prudente en verdad me parece la ciudad de que hemos venido hablando; y esto por ser
acertada en sus determinaciones. ¿No es así?
-Sí.
-Y esto mismo, el acierto, está claro que es un modo de ciencia,
pues por ésta es por la que se acierta y no por la ignorancia.
-Está claro.
-Pero en la ciudad hay un gran número y variedad de ciencias.
-¿Cómo no?
-¿Y acaso se ha de llamar a la ciudad prudente y acertada por el saber de los
constructores?
-Por ese. saber no se la llamará así -dijo-, sino maestra en construcciones.
-Ni tampoco habrá que llamar prudente a la ciudad por la ciencia de hacer muebles, si
delibera sobre la manera de que éstos resulten lo mejor posible.
-No por cierto.
-¿Y qué? ¿Acaso por el saber de los broncistas o por algún otro semejante a éstos?
-Por ninguno de ésos --contestó.
-Ni tampoco la llamaremos prudente por la producción de los frutos de la tierra, sino
ciudad agrícola.
-Eso parece.
-¿Cómo, pues? ----dije-. ¿Hay en la ciudad fundada hace un momento por nosotros algún
saber en determinados ciudadanos con el cual no resuelve sobre este o el otro particular
de la ciudad, sino sobre la ciudad entera, viendo el modo
de que ésta lleve lo mejor posible sus relaciones en el interior y con las demás
ciudades?
-Sí, lo hay.
-¿Y cuál es --dije- y en quiénes se halla?
-Es la ciencia de la preservación --,dijo- y se
halla en aquellos jefes que ahora llamábamos perfectos guardianes.
-¿Y cómo llamaremos a la ciudad en virtud de esa ciencia?
-Acertada en sus determinaciones -repuso- y verdaderamente prudente.
-¿Y de quiénes piensas -pregunté- que habrá mayor número en nuestra ciudad, de
broncistas o de estos verdaderos guardianes?
-Mucho mayor de broncistas -respondió.
-¿Y así también --dije- estos guardianes serán los que se hallen en menor número de todos aquellos que por su ciencia reciben una
apelación determinada?
-En mucho menor número.
-Por lo tanto, la ciudad fundada conforme a naturaleza
podrá ser toda entera prudente por la clase de gente más reducida que en ella hay, que
es aquella que la preside y gobierna; y éste, según parece, es el linaje que por fuerza natural resulta más corto y al cual
corresponde el a participar de este saber, único que entre todos merece el nombre de
prudencia.
-Verdad pura es lo que dices --observó.
-Hemos hallado, pues, y no sé cómo, esta primera de las cuatro cualidades y la parte de
la ciudad donde se encuentra.
-A mí, por lo menos -dijo-, me parece que la hemos hallado satisfactoriamente.
Resumen1
Presentación
TEXTO2E -Pues si pasamos al
(429a-430c)
-¿Y cómo?
-¿Quién ---dije yo-- podría llamar a la ciudad cobarde o valiente mirando a otra cosa
que no fuese la parte de ella que la defiende y se pone en campaña a su favor?
-Nadie podría darle esos nombres mirando a otra cosa -replicó.
-En efecto -agregué-, los demás que viven en ella, sean cobardes o valientes, no son
dueños, creo yo, de hacer a aquélla de una manera u otra.
-No, en efecto.
-Y así, la ciudad es valerosa por causa de una clase de
ella, porque en dicha parte posee una virtud tal como para mantener en toda circunstancia
la opinión acerca de las cosas que se han de temer en el sentido de que éstas son
siempre las mismas y tales cuales el legislador las prescribió en la educación. ¿O no
es esto lo que llamas valor?
-No he entendido del todo lo que has dicho --contestó.
-Afirmo --dije- que el valor es una especie de conservación.
-¿Qué clase de conservación?
-La de la opinión formada por la educación bajo la ley acerca de cuáles y cómo son las
cosas que se han de temer. Y dije que era conservación en toda circunstancia porque la
lleva adelante, sin desecharla jamás, el que se halla entre dolores y el que entre
placeres y el que entre deseos y el que entre espantos.
Y quiero representarte, si lo permites, a qué me parece que es ello semejante.
-Sí, quiero.
-Sabes --dije-- que los tintoreros, cuando han de teñir lanas
para que queden de color de púrpura, eligen primero, de entre tantos colores como hay,
una sola clase, que es la de las blancas; después las preparan previamente, con prolijo
esmero, cuidando de que adquieran el mayor brillo posible, y así las tiñen. Y lo que
queda teñido por este procedimiento resulta indeleble en su tinte, y el lavado, sea con
detersorios o sin ellos, no puede quitarle su brillo; y también sabes cómo resulta lo
que no se tiñe así, bien porque se empleen lanas de otros colores o porque no se
preparen estas mismas previamente.
-Sí --contestó--; queda desteñido y ridículo.
-Pues piensa -repliqué yo- que otro tanto hacemos nosotros en la medida de nuestras
fuerzas cuando elegimos los soldados y los educamos en la música y en la gimnástica: no
creas que preparamos con ello otra cosa sino el que, obedeciendo lo mejor posible a
las leyes, reciban una especie de teñido, para que, en
virtud de su índole y crianza obtenida, se haga indeleble su opinión acerca de las cosas
que hay que temer y las que, no; y que tal teñido no se lo puedan llevar esas otras
lejías tan fuertemente dísolventes que son el placer, más terrible en ello que
cualquier sosa o lejía, y el pesar, el miedo y la
concupiscencia, más poderosos que cualquier otro detersorio. Esta fuerza y preservación en toda circunstancia de la
opinión recta y legítima acerca de las cosas que han de ser temidas y de las que no es
lo que yo llamo valor y considero como tal si tú no dices otra cosa.
-No por cierto ---,dijo-; y, en efecto, me parece que a esta misma recta opinión acerca
de tales cosas que nace sin educación, o sea, a la animal
y servil, ni la consideras enteramente legítima ni le das el nombre de valor, sino otro
distinto.
-Verdad pura es lo que dices ---observé.
-Admito, pues, que eso es el valor.
-Y admite -agregué,-- que es cualidad propia de la
ciudad y acertarás con ello. Y en otra ocasión, si quieres, trataremos mejor acerca del
asunto, porque ahora no es eso lo que estábamos investigando, sino la justicia; y ya es
bastante, según creo, en cuanto a la búsqueda de aquello otro.
-Tienes razón --dijo.
valor y a la
parte de la ciudad en que reside y por la que toda ella ha de ser llamada valerosa, no me
parece que la cosa sea muy difícil de percibir.
-¿Y cómo?
-¿Quién ---dije yo-- podría llamar a la ciudad cobarde o valiente mirando a otra cosa
que no fuese la parte de ella que la defiende y se pone en campaña a su favor?
-Nadie podría darle esos nombres mirando a otra cosa -replicó.
-En efecto -agregué-, los demás que viven en ella, sean cobardes o valientes, no son
dueños, creo yo, de hacer a aquélla de una manera u otra.
-No, en efecto.
-Y así, la ciudad es valerosa por causa de una clase de
ella, porque en dicha parte posee una virtud tal como para mantener en toda circunstancia
la opinión acerca de las cosas que se han de temer en el sentido de que éstas son
siempre las mismas y tales cuales el legislador las prescribió en la educación. ¿O no
es esto lo que llamas valor?
-No he entendido del todo lo que has dicho --contestó.
-Afirmo --dije- que el valor es una especie de conservación.
-¿Qué clase de conservación?
-La de la opinión formada por la educación bajo la ley acerca de cuáles y cómo son las
cosas que se han de temer. Y dije que era conservación en toda circunstancia porque la
lleva adelante, sin desecharla jamás, el que se halla entre dolores y el que entre
placeres y el que entre deseos y el que entre espantos.
Y quiero representarte, si lo permites, a qué me parece que es ello semejante.
-Sí, quiero.
-Sabes --dije-- que los tintoreros, cuando han de teñir lanas
para que queden de color de púrpura, eligen primero, de entre tantos colores como hay,
una sola clase, que es la de las blancas; después las preparan previamente, con prolijo
esmero, cuidando de que adquieran el mayor brillo posible, y así las tiñen. Y lo que
queda teñido por este procedimiento resulta indeleble en su tinte, y el lavado, sea con
detersorios o sin ellos, no puede quitarle su brillo; y también sabes cómo resulta lo
que no se tiñe así, bien porque se empleen lanas de otros colores o porque no se
preparen estas mismas previamente.
-Sí --contestó--; queda desteñido y ridículo.
-Pues piensa -repliqué yo- que otro tanto hacemos nosotros en la medida de nuestras
fuerzas cuando elegimos los soldados y los educamos en la música y en la gimnástica: no
creas que preparamos con ello otra cosa sino el que, obedeciendo lo mejor posible a
las leyes, reciban una especie de teñido, para que, en
virtud de su índole y crianza obtenida, se haga indeleble su opinión acerca de las cosas
que hay que temer y las que, no; y que tal teñido no se lo puedan llevar esas otras
lejías tan fuertemente dísolventes que son el placer, más terrible en ello que
cualquier sosa o lejía, y el pesar, el miedo y la
concupiscencia, más poderosos que cualquier otro detersorio. Esta fuerza y preservación en toda circunstancia de la
opinión recta y legítima acerca de las cosas que han de ser temidas y de las que no es
lo que yo llamo valor y considero como tal si tú no dices otra cosa.
-No por cierto ---,dijo-; y, en efecto, me parece que a esta misma recta opinión acerca
de tales cosas que nace sin educación, o sea, a la animal
y servil, ni la consideras enteramente legítima ni le das el nombre de valor, sino otro
distinto.
-Verdad pura es lo que dices ---observé.
-Admito, pues, que eso es el valor.
-Y admite -agregué,-- que es cualidad propia de la
ciudad y acertarás con ello. Y en otra ocasión, si quieres, trataremos mejor acerca del
asunto, porque ahora no es eso lo que estábamos investigando, sino la justicia; y ya es
bastante, según creo, en cuanto a la búsqueda de aquello otro.
-Tienes razón --dijo.
Resumen1
Presentación
TEXTO3E -Dos, pues, son las cosas --dije- que nos quedan por observar en la
ciudad: la
(430c-432b)
-Exactamente.
-¿Y cómo podríamos hallar la justicia para no hablar todavía acerca de la templanza?
-Yo, por mi parte --dijo-, no lo sé, ni querría que se declarase lo primero la
justicia, puesto que aún no hemos examinado la templanza; y, si quieres darme gusto, pon
la atención en ésta antes que en aquélla.
-Quiero en verdad -repliqué- y no llevaría razón en negarme.
-Examínala, pues ---dijo.
-La voy a examinar -contesté-. Y ya a primera vista, se parece más que todo lo
anteriormente examinado a una especie de modo musical o armonía.
-¿Cómo?
-La templanza -repuse- es un orden y dominio de placeres y concupiscencia según el dicho
de los que hablan, no sé en qué sentido, de ser dueños de sí mismos; y también hay
otras expresiones que se muestran como rastros de aquella cualidad. ¿No es así?
-Sin duda ninguna --contestó.
-Pero ¿eso de «ser dueño de sí mismos» no es
ridículo? Porque el que es dueño de sí mismo es también esclavo, y el que es esclavo,
dueño; ya que en todos estos dichos se habla de una misma persona.
-¿Cómo no?
-Pero lo que me parece --dije- que significa esa expresión es que en el alma del mismo
hombre hay algo que es mejor y algo que es peor; y cuando lo
que por naturaleza es mejor domina a lo peor, se dice que «aquél es dueño de sí
mismo», lo cual es una alabanza, pero cuando, por mala crianza o companía, lo mejor
queda en desventaja y resulta dominado por la multitud de lo peor, esto se censura como
oprobio, y del que así se halla se dice que está dominado por sí mismo y que es un
intemperante.
-Eso parece, en efecto --observó.
-Vuelve ahora la mirada -dije- a nuestra recién
fundada ciudad y encontrarás dentro de ella una de estas dos cosas; y dirás que con
razón se la proclama dueña de sí misma si es que se ha de llamar bien templado y dueño
de sí mismo a todo aquello cuya parte mejor se sobrepone a lo peor.
-La miro, en efecto -respondió-, y veo que dices verdad.
-Y de cierto, los más y los más varios apetitos, concupiscencias y desazones se pueden
encontrar en los niños y en las mujeres y en los domésticos y en la mayoría de los
hombres que se llaman libres, aunque carezcan de valía.
-Bien de cierto.
-Y, en cambio, los afectos más sencillos y moderados, los que son conducidos por la
razón con sensatez y recto juicio, los hallarás en unos pocos, los de mejor índole y
educación.
-Verdad es --dijo.
-Y así ¿no ves que estas cosas existen también en la ciudad y que en ella los apetitos
de los más y más ruines son vencidos por los apetitos y la inteligencia de los menos y
más aptos?
-Lo veo ---dijo.
-Sí hay, pues, una ciudad a la que debarnos llamar dueña de sus
concupiscencias y apetitos y dueña también ella de sí misma, esos títulos hay
que darlos a la nuestra.
-Enteramente --- dijo.
-¿Y conforme a todo ello no habrá que llamarla asimismo temperante?
-En alto grado -contestó.
-Y si en alguna otra ciudad se hallare una sola opínión, lo mismo en los gobernantes que
en los gobernados, respecto a quiénes deben gobernar, sin duda se hallará también en
ésta. ¿No te parece?
-Sin la menor duda --dijo.
-¿Y en cuál de las dos clases de ciudadanos
dirás que reside la templanza cuando ocurre eso? ¿En los gobernantes o en los
gobernados?
-En unos y otros, creo -repuso.
-¿Ves, pues -dije yo--, cuán acertadamente predecíamos hace un momento que la templanza
se parece a una cierta armonía musical?
-¿Y por qué?
-Porque, así como el valor y la prudencia, residiendo en una parte de la ciudad, la hacen
a toda ella el uno valerosa y la otra prudente, la templanza no obra igual, sino que se
extiende por la ciudad entera, logrando que canten lo mismo y en perfecto unísono los más débiles, los más fuertes y los de en
medio, ya los clasifiques por su inteligencia, ya por su fuerza, ya por su número o
riqueza o por cualquier otro semejante respecto; de suerte que podríamos con razón
afirmar que es templanza esta concordia, esta armonía
entre lo que es inferior y lo que es superior por naturaleza sobre cuál de esos dos
elementos debe gobernar ya en la ciudad, ya en cada individuo.
-Así me parece en un todo -repuso.
Resumen1
Presentación
LIBRO IV REPÚBLICA
LA JUSTICIA
(432b-434d)
432b-434d
TEXTO1F
(432b-433a)
-Bien -dije yo-; tenemos vistas tres cosas de la ciudad según
parece; pero ¿cuál será la cualidad restante por la que aquélla alcanza su virtud? Es
claro que la
justicia.
-Claro es.
-Así, pues, Claucón, nosotros tenemos que rodear la mata, como unos cazadores, y aplicar la atención, no sea que se nos
escape la justicia y, desapareciendo de nuestros ojos, no podamos verla más. Porque es
manifiesto que está aquí; por tanto, mira y esfuérzate en observar por sí la ves antes
que yo y puedes enseñármela.
-¡Ojalá! --dijo él-, pero mejor te serviré si te sigo y alcanzo a ver lo que tú me
muestres.
-Haz, pues, conmigo la invocación y sígueme ---dije.
-Así haré -replicó- , pero atiende tú a darme guía.
-Y en verdad --,dije yo- que estamos en un lugar difícil y sombrío,
porque es oscuro y poco penetrable a la vista. Pero, con todo, habrá que ir.
-Vayamos, pues -exclamó.
Entonces yo, fijando la vista, dije: -¡Ay, ay, Glaucón! Parece que tenemos un rastro y creo que no se nos va a escapar la presa.
-¡Noticia feliz! --dijo él.
-En verdad ---dije-- que lo que me ha pasado es algo estúpido.
-¿Y qué es ello?
-A mi parecer, bendito amigo, hace tiempo que está la cosa rodando ante nuestros pies y
no la veíamos incurriendo en el mayor de los ridículos. Como aquellos que, teniendo algo
en la mano, buscan a veces lo mismo que tienen, así nosotros no mirábamos a ello, sino
que dirigíamos la vista a lo lejos y por eso quizá no lo veíamos.
-¿Qué quieres decir? -preguntó.
-Quiero decir -repliqué- que en mi opinión hace tiempo que estábamos hablando y oyendo
hablar de nuestro asunto sin darnos cuenta de que en realidad de un modo u otro
hablábamos de él.
-Largo es ese proemio -dijo- para quien está deseando
escuchar.
justicia.
-Claro es.
-Así, pues, Claucón, nosotros tenemos que rodear la mata, como unos cazadores, y aplicar la atención, no sea que se nos
escape la justicia y, desapareciendo de nuestros ojos, no podamos verla más. Porque es
manifiesto que está aquí; por tanto, mira y esfuérzate en observar por sí la ves antes
que yo y puedes enseñármela.
-¡Ojalá! --dijo él-, pero mejor te serviré si te sigo y alcanzo a ver lo que tú me
muestres.
-Haz, pues, conmigo la invocación y sígueme ---dije.
-Así haré -replicó- , pero atiende tú a darme guía.
-Y en verdad --,dije yo- que estamos en un lugar difícil y sombrío,
porque es oscuro y poco penetrable a la vista. Pero, con todo, habrá que ir.
-Vayamos, pues -exclamó.
Entonces yo, fijando la vista, dije: -¡Ay, ay, Glaucón! Parece que tenemos un rastro y creo que no se nos va a escapar la presa.
-¡Noticia feliz! --dijo él.
-En verdad ---dije-- que lo que me ha pasado es algo estúpido.
-¿Y qué es ello?
-A mi parecer, bendito amigo, hace tiempo que está la cosa rodando ante nuestros pies y
no la veíamos incurriendo en el mayor de los ridículos. Como aquellos que, teniendo algo
en la mano, buscan a veces lo mismo que tienen, así nosotros no mirábamos a ello, sino
que dirigíamos la vista a lo lejos y por eso quizá no lo veíamos.
-¿Qué quieres decir? -preguntó.
-Quiero decir -repliqué- que en mi opinión hace tiempo que estábamos hablando y oyendo
hablar de nuestro asunto sin darnos cuenta de que en realidad de un modo u otro
hablábamos de él.
-Largo es ese proemio -dijo- para quien está deseando
escuchar.
Resumen2
Presentación
TEXTO2F -Oye, pues -le advertí-, por si digo algo a que valga. Aquello que
desde el
(433a-434d)
-En efecto, eso decíamos.
-Y también de cierto oíamos decir a otros muchos y dejábamos nosotros sentado
repetidamente que el hacer cada uno lo suyo y no multiplicar sus actividades era la
justicia.
-Así de cierto lo dejamos sentado.
-Esto, pues, amigo ---dije-, parece que es en cierto modo la justicia: el hacer cada uno
lo suyo. ¿Sabes de dónde lo infiero?
-No lo sé; dímelo tú -replicó.
-Me parece a mí ---dije- que lo que faltaba en la ciudad después de todo eso que dejamos
examinado -la templanza, el valor y la prudencia- es aquello otro que a todas tres da el vigor necesario a su nacimiento y que, después de nacidas,
las conserva mientras subsiste en ellas. Y dijimos que si encontrábamos aquellas tres, lo
que faltaba era la justicia.
-Por fuerza --,dijo.
-Y si hubiera necesidad -añadí- de decidir cuál de estas cualidades constituirá
principalmente con su presencia la bondad de nuestra
ciudad, sería difícil determinar si será la igualdad de opiniones de los gobernantes y
de los gobernados o el mantenimiento en los soldados de la opinión legítima sobre lo que
es realmente temible y lo que no o la inteligencia y la vigilancia existente en los
gobernantes o si, en fin, lo que mayormente hace buena a la ciudad es que se asiente en el
niño y en la mujer y en el esclavo y en el hombre libre y en el artesano y en el
gobernante y en el gobernado eso otro de que cada uno haga lo suyo y no se dedique a más.
-Cuestión difícil ---dijo-. ¿Cómo no?
-Por ello, según parece, en lo que toca a la excelencia de la ciudad esa virtud de que
cada uno haga en ella lo que le es propio resulta émula de la prudencia, de la templanza
y del valor.
-Desde luego -dijo.
-Así, pues, ¿tendrás a la justicia como émula de e aquéllas para la perfección de la
ciudad?
-En un todo.
-Atiende ahora a esto otro y mira si opinas lo mismo: ¿será a los gobernantes a quienes
atribuyas en la ciudad el juzgar los procesos?
-¿Cómo no?
-¿Y al juzgar han de tener otra mayor preocupación que la de que nadie posea lo ajeno ni
sea privado de lo propio?
-No, sino ésa.
-¿Pensando que es ello justo?
-Sí.
-Y así, la posesión y práctica de lo que a cada uno
es propio será reconocida como justicia.
-Eso es.
-Mira, por tanto, si opinas lo mismo que yo: el que el carpintero
haga el trabajo del zapatero o el zapatero el del carpintero o el que tome uno los
instrumentos y prerrogativas del otro o uno solo trate de hacer lo de los dos trocando todo lo demás ¿te parece que podría dañar
gravemente a la ciudad?
-No de cierto -dijo.
-Pero, por el contrario, pienso que, cuando un artesano
u otro que su índole destine a negocios privados, engreído por su riqueza o por el
número de los que le siguen o por su fuerza o por otra cualquier cosa semejante, pretenda
entrar en la clase de los guerreros, o uno de los guerreros en la de los consejeros o
guardianes, sin tener mérito para ello, y así cambien entre sí sus instrumentos y
honores, o cuando uno solo trate de hacer a un tiempo los oficios de todos, entonces creo,
como digo, que tú también opinarás que semejante trueque
y entrometimiento ha de ser ruinoso para la ciudad.
-En un todo.
-Por tanto, el entrometimiento y trueque mutuo de estas tres clases es el mayor daño de
la ciudad y más que ningún otro podría ser con plena razón calificado de crimen.
-Plenamente.
-¿Y al mayor crimen contra la propia ciudad no habrás de calificarlo de injusticia?
-¿Qué duda cabe?
-Eso es, pues, injusticia. Y a la inversa, diremos: la actuación en lo que les es propio
de los linajes de los traficantes, auxiliares y guardianes, cuando cada uno haga lo suyo
en la ciudad, ¿no será justicia, al contrario de aquello otro, y no hará justa a la
ciudad misrna?
-Así me parece y no de otra manera -dijo él.
principio, cuando fundábamos la ciudad,
afirmábamos que había que observar en toda circunstancia, eso mismo o una forma de eso
es a mi parecer la justicia. Y lo que establecimos y repetimos muchas veces, si bien te
acuerdas, es que cada uno debe atender a una sola de las cosas de la ciudad: a aquello
para lo que su naturaleza esté mejor dotada.
-En efecto, eso decíamos.
-Y también de cierto oíamos decir a otros muchos y dejábamos nosotros sentado
repetidamente que el hacer cada uno lo suyo y no multiplicar sus actividades era la
justicia.
-Así de cierto lo dejamos sentado.
-Esto, pues, amigo ---dije-, parece que es en cierto modo la justicia: el hacer cada uno
lo suyo. ¿Sabes de dónde lo infiero?
-No lo sé; dímelo tú -replicó.
-Me parece a mí ---dije- que lo que faltaba en la ciudad después de todo eso que dejamos
examinado -la templanza, el valor y la prudencia- es aquello otro que a todas tres da el vigor necesario a su nacimiento y que, después de nacidas,
las conserva mientras subsiste en ellas. Y dijimos que si encontrábamos aquellas tres, lo
que faltaba era la justicia.
-Por fuerza --,dijo.
-Y si hubiera necesidad -añadí- de decidir cuál de estas cualidades constituirá
principalmente con su presencia la bondad de nuestra
ciudad, sería difícil determinar si será la igualdad de opiniones de los gobernantes y
de los gobernados o el mantenimiento en los soldados de la opinión legítima sobre lo que
es realmente temible y lo que no o la inteligencia y la vigilancia existente en los
gobernantes o si, en fin, lo que mayormente hace buena a la ciudad es que se asiente en el
niño y en la mujer y en el esclavo y en el hombre libre y en el artesano y en el
gobernante y en el gobernado eso otro de que cada uno haga lo suyo y no se dedique a más.
-Cuestión difícil ---dijo-. ¿Cómo no?
-Por ello, según parece, en lo que toca a la excelencia de la ciudad esa virtud de que
cada uno haga en ella lo que le es propio resulta émula de la prudencia, de la templanza
y del valor.
-Desde luego -dijo.
-Así, pues, ¿tendrás a la justicia como émula de e aquéllas para la perfección de la
ciudad?
-En un todo.
-Atiende ahora a esto otro y mira si opinas lo mismo: ¿será a los gobernantes a quienes
atribuyas en la ciudad el juzgar los procesos?
-¿Cómo no?
-¿Y al juzgar han de tener otra mayor preocupación que la de que nadie posea lo ajeno ni
sea privado de lo propio?
-No, sino ésa.
-¿Pensando que es ello justo?
-Sí.
-Y así, la posesión y práctica de lo que a cada uno
es propio será reconocida como justicia.
-Eso es.
-Mira, por tanto, si opinas lo mismo que yo: el que el carpintero
haga el trabajo del zapatero o el zapatero el del carpintero o el que tome uno los
instrumentos y prerrogativas del otro o uno solo trate de hacer lo de los dos trocando todo lo demás ¿te parece que podría dañar
gravemente a la ciudad?
-No de cierto -dijo.
-Pero, por el contrario, pienso que, cuando un artesano
u otro que su índole destine a negocios privados, engreído por su riqueza o por el
número de los que le siguen o por su fuerza o por otra cualquier cosa semejante, pretenda
entrar en la clase de los guerreros, o uno de los guerreros en la de los consejeros o
guardianes, sin tener mérito para ello, y así cambien entre sí sus instrumentos y
honores, o cuando uno solo trate de hacer a un tiempo los oficios de todos, entonces creo,
como digo, que tú también opinarás que semejante trueque
y entrometimiento ha de ser ruinoso para la ciudad.
-En un todo.
-Por tanto, el entrometimiento y trueque mutuo de estas tres clases es el mayor daño de
la ciudad y más que ningún otro podría ser con plena razón calificado de crimen.
-Plenamente.
-¿Y al mayor crimen contra la propia ciudad no habrás de calificarlo de injusticia?
-¿Qué duda cabe?
-Eso es, pues, injusticia. Y a la inversa, diremos: la actuación en lo que les es propio
de los linajes de los traficantes, auxiliares y guardianes, cuando cada uno haga lo suyo
en la ciudad, ¿no será justicia, al contrario de aquello otro, y no hará justa a la
ciudad misrna?
-Así me parece y no de otra manera -dijo él.
Resumen2
Presentación
LIBRO IV REPÚBLICA
Concordancia entre justicia individual y ciudadana
(434d-441c)
434d-441c
TEXTO1G
(434d-436a)
-No lo digamos todavía con voz muy recia --observó--; antes bien,
si, trasladando la idea formada a cada uno de los hombres, reconocemos que allí es
también justicia, concedámoslo sin más, porque ¿qué otra cosa cabe oponer? Pero, si
no es así, volvamos a otro lado nuestra atención. Y ahora terminemos nuestro examen en
el pensamiento de que, si tomando algo de mayor extensión entre los seres que poseen la
justicia, nos esforzáramos por intuirla allí, sería luego más fácil observarla en un
hombre solo. Y de cierto nos pareció que ese algo más extenso es la ciudad y así la
fundamos con la mayor excelencia posible, bien persuadidos de que en la ciudad buena era
donde precisamente podría hallarse la justicia.
Traslademos,
pues, al individuo lo que allí se nos mostró y, si hay conformidad, será ello bien; y,
si en el individuo aparece como algo distinto, volveremos a la ciudad a hacer la prueba, y
así, mirando al uno junto a la otra y poniéndolos en contacto y roce, quizá
conseguiremos que brille la justicia como fuego de enjutos y, al hacerse visible, podremos
afirmarla en nosotros mismos.
-Ese es buen camino -dijo- y así hay que hacerlo.
-Ahora bien --,dije-; cuando se predica de una cosa que es lo mismo que otra, ya sea
más grande o más pequeña, ¿se entiende que le es semejante
o que le es desemejante en aquello en que tal cosa se predica?
-Semejante --contestó.
-De modo que el hombre justo no diferirá en nada de la ciudad justa en lo que se refiere
a la idea de justicia, sino que será semejante a ella.
-Lo será -replicó.
-Por otra parte, la ciudad nos pareció ser justa cuando
los tres linajes de naturalezas que hay en ella hacían cada una lo propio suyo; y nos
pareció temperada, valerosa y prudente por otras determinadas condiciones y dotes de
estos mismos linajes.
-Verdad es.
-Por lo tanto, amigo mío, juzgaremos que el individuo que tenga en su propia alma estas
mismas especies merecerá, con razón, los mismos
calificativos que la ciudad cuando tales especies tengan las mismas condiciones que las de
aquélla.
-Es ineludible --dijo.
-Y henos aquí -dije---, ¡oh, varón admirable!, que hemos dado en un ligero problema acerca del alma, el de si tiene en sí misma esas
tres especies o no.
-No me parece del todo fácil -replícó--; acaso, Sócrates, sea verdad aquello que suele
decirse, de que lo bello es difícil.
-Tal se nos muestra --dije-. Y has de saber, Glaucón, que, a mi parecer, con métodos tales como los que ahora venimos empleando en
nuestra discusión no vamos a alcanzar nunca lo que nos proponemos, pues el camino que a
ello lleva es otro más largo y complicado; aunque éste quizá no desmerezca de nuestras
pláticas e investigaciones anteriores.
-¿Hemos, pues, de conformarnos? --dijo-. A mí me basta, a lo menos por ahora.
-Pues bien ---dije-, para mí será también suficiente en un todo.
-Entonces - dijo- sigue tu investigación sin desmayo.
-¿No nos será absolutamente necesario -proseguí- el reconocer que en cada uno de nosotros se dan las mismas especies y modos de
ser que en la ciudad? A ésta, en efecto, no llegan de ninguna otra parte sino de nosotros
mismos. Ridículo sería pensar que, en las ciudades a las que se acusa de índole
arrebatada, como las de Tracía y de Escitia y casi todas las de la región norteña, este
arrebato no les viene de los individuos; e igualmente el amor al saber que puede
atribuirse principalmente a nuestra región y no menos la avaricia que suele a achacarse a
los fenicios o a los habitantes de Egipto.
-Bien seguro --dijo.
-Así es, pues, ello --dije yo- y no es difícil reconocerlo.
-No de cierto.
Traslademos,
pues, al individuo lo que allí se nos mostró y, si hay conformidad, será ello bien; y,
si en el individuo aparece como algo distinto, volveremos a la ciudad a hacer la prueba, y
así, mirando al uno junto a la otra y poniéndolos en contacto y roce, quizá
conseguiremos que brille la justicia como fuego de enjutos y, al hacerse visible, podremos
afirmarla en nosotros mismos.
-Ese es buen camino -dijo- y así hay que hacerlo.
-Ahora bien --,dije-; cuando se predica de una cosa que es lo mismo que otra, ya sea
más grande o más pequeña, ¿se entiende que le es semejante
o que le es desemejante en aquello en que tal cosa se predica?
-Semejante --contestó.
-De modo que el hombre justo no diferirá en nada de la ciudad justa en lo que se refiere
a la idea de justicia, sino que será semejante a ella.
-Lo será -replicó.
-Por otra parte, la ciudad nos pareció ser justa cuando
los tres linajes de naturalezas que hay en ella hacían cada una lo propio suyo; y nos
pareció temperada, valerosa y prudente por otras determinadas condiciones y dotes de
estos mismos linajes.
-Verdad es.
-Por lo tanto, amigo mío, juzgaremos que el individuo que tenga en su propia alma estas
mismas especies merecerá, con razón, los mismos
calificativos que la ciudad cuando tales especies tengan las mismas condiciones que las de
aquélla.
-Es ineludible --dijo.
-Y henos aquí -dije---, ¡oh, varón admirable!, que hemos dado en un ligero problema acerca del alma, el de si tiene en sí misma esas
tres especies o no.
-No me parece del todo fácil -replícó--; acaso, Sócrates, sea verdad aquello que suele
decirse, de que lo bello es difícil.
-Tal se nos muestra --dije-. Y has de saber, Glaucón, que, a mi parecer, con métodos tales como los que ahora venimos empleando en
nuestra discusión no vamos a alcanzar nunca lo que nos proponemos, pues el camino que a
ello lleva es otro más largo y complicado; aunque éste quizá no desmerezca de nuestras
pláticas e investigaciones anteriores.
-¿Hemos, pues, de conformarnos? --dijo-. A mí me basta, a lo menos por ahora.
-Pues bien ---dije-, para mí será también suficiente en un todo.
-Entonces - dijo- sigue tu investigación sin desmayo.
-¿No nos será absolutamente necesario -proseguí- el reconocer que en cada uno de nosotros se dan las mismas especies y modos de
ser que en la ciudad? A ésta, en efecto, no llegan de ninguna otra parte sino de nosotros
mismos. Ridículo sería pensar que, en las ciudades a las que se acusa de índole
arrebatada, como las de Tracía y de Escitia y casi todas las de la región norteña, este
arrebato no les viene de los individuos; e igualmente el amor al saber que puede
atribuirse principalmente a nuestra región y no menos la avaricia que suele a achacarse a
los fenicios o a los habitantes de Egipto.
-Bien seguro --dijo.
-Así es, pues, ello --dije yo- y no es difícil reconocerlo.
-No de cierto.
Resumen3
Presentación
TEXTO2G -Lo que ya es más
(436a-437b)
-Eso me parece a mí también --dijo.
-He aquí, pues, cómo hemos de decidir si esos elementos son los mismos o son diferentes.
-¿C
-Es claro que un mismo ser no admitirá el hacer o sufrir cosas contrarías al mismo tiempo, en la misma parte de sí
mismo y con relación al mismo objeto; de modo que, si hallamos que en dichos elementos
ocurre eso, vendremos a saber que no son uno solo, sino varios.
-Conforme.
-Atiende, pues, a lo que voy diciendo.
-Habla -dijo.
-¿Es acaso posible -dije- que una misma cosa se esté quieta y se mueva al mismo tiempo
en una misma parte de sí misma?
-De ningún modo.
-Reconozcámoslo con más exactitud para no vacilar en
lo que sigue: si de un hombre que está parado en un sitio, pero mueve las manos y la
cabeza, dijera alguien que está quieto y se mueve al mismo tiempo, juzgaríamos que no se
debe decir así, sino que una parte de él está quieta y otra se mueve; ¿no es eso?
-Eso es.
-Y si el que dijere tal cosa diera pábulo a sus facecias pretendiendo que las peonzas están en reposo y se mueven enteras cuando bailan
con la púa fija en un punto o que pasa lo mismo con cualquier otro objeto que da vueltas
sin salirse de un sitio, no se lo admitiríamos, porque no permanecen y se mueven en la
misma parte de sí mismos. Diríamos que hay en ellos una línea recta y una
circunferencia y que están quietos por su línea recta puesto que no se inclinan a
ningún lado, pero que por su circunferencia se mueven en redondo; y que, cuando inclinan
su línea recta a la derecha o a la izquierda o hacia adelante o hacia atrás al mismo
tiempo que giran, entonces ocurre que no están quietos en ningún respecto.
-Y eso es lo exacto ---dijo.
-Ninguno, pues, de semejantes dichos nos conmoverá ni nos persuadirá
en lo más mínimo de que haya algo que pueda sufrir ni ser ni obrar dos cosas contrarias
al mismo tiempo en la misma parte de sí mismo y a en relación con el mismo objeto.
-A mí por lo menos no -aseveró.
-No obstante --dije-, para que no tengamos que alargarnos saliendo al encuentro de
semejantes objeciones y sosteniendo que no son verdaderas, dejemos sentado que eso es así
y pasemos adelante reconociendo que, si en algún modo se nos muestra de modo distinto que como queda dicho, todo lo que saquemos de
acuerdo con ello quedará vano.
-Así hay que hacerlo -aseguró.
-Eso me parece a mí también --dijo.
-He aquí, pues, cómo hemos de decidir si esos elementos son los mismos o son diferentes.
-¿C
-Es claro que un mismo ser no admitirá el hacer o sufrir cosas contrarías al mismo tiempo, en la misma parte de sí
mismo y con relación al mismo objeto; de modo que, si hallamos que en dichos elementos
ocurre eso, vendremos a saber que no son uno solo, sino varios.
-Conforme.
-Atiende, pues, a lo que voy diciendo.
-Habla -dijo.
-¿Es acaso posible -dije- que una misma cosa se esté quieta y se mueva al mismo tiempo
en una misma parte de sí misma?
-De ningún modo.
-Reconozcámoslo con más exactitud para no vacilar en
lo que sigue: si de un hombre que está parado en un sitio, pero mueve las manos y la
cabeza, dijera alguien que está quieto y se mueve al mismo tiempo, juzgaríamos que no se
debe decir así, sino que una parte de él está quieta y otra se mueve; ¿no es eso?
-Eso es.
-Y si el que dijere tal cosa diera pábulo a sus facecias pretendiendo que las peonzas están en reposo y se mueven enteras cuando bailan
con la púa fija en un punto o que pasa lo mismo con cualquier otro objeto que da vueltas
sin salirse de un sitio, no se lo admitiríamos, porque no permanecen y se mueven en la
misma parte de sí mismos. Diríamos que hay en ellos una línea recta y una
circunferencia y que están quietos por su línea recta puesto que no se inclinan a
ningún lado, pero que por su circunferencia se mueven en redondo; y que, cuando inclinan
su línea recta a la derecha o a la izquierda o hacia adelante o hacia atrás al mismo
tiempo que giran, entonces ocurre que no están quietos en ningún respecto.
-Y eso es lo exacto ---dijo.
-Ninguno, pues, de semejantes dichos nos conmoverá ni nos persuadirá
en lo más mínimo de que haya algo que pueda sufrir ni ser ni obrar dos cosas contrarias
al mismo tiempo en la misma parte de sí mismo y a en relación con el mismo objeto.
-A mí por lo menos no -aseveró.
-No obstante --dije-, para que no tengamos que alargarnos saliendo al encuentro de
semejantes objeciones y sosteniendo que no son verdaderas, dejemos sentado que eso es así
y pasemos adelante reconociendo que, si en algún modo se nos muestra de modo distinto que como queda dicho, todo lo que saquemos de
acuerdo con ello quedará vano.
-Así hay que hacerlo -aseguró.
Resumen3
Presentación
TEXTO3G -¿Y acaso -proseguí- el asentir y el negar, el desear algo y el
rehusarlo, el atraerlo y el rechazarlo y todas las cosas de este
(437b-439a)
-Sí -dijo-; entre las contrarias las pongo.
-¿Y qué? - continué --, ¿El hambre y la sed y en general todos
los apetitos y el querer y el desear, no referirás todas estas cosas a las especies que
quedan mencionadas? ¿No dirás, por ejemplo, que el alma del que apetece algo tiende a aquello que apetece o que atrae a sí aquello
que desea alcanzar o bien que, en cuanto quiere que se le entregue, se da asentimiento a
sí misma como si alguien le preguntara, en el afán de conseguirlo?
-Así lo creo.
-¿Y qué? ¿El no desear ni querer ni apetecer no lo pondrás, con el rechazar y el despedir de sí mismo, entre los contrarios
de aquellos otros términos?
-¿Cómo no?
-Siendo todo ello así, ¿no admitiremos que hay una clase especial de apetitos y que los que más a la vista están son
los que llamamos sed y hambre?
-Lo admitiremos --dijo.
-¿Y no es la una apetito de bebida y la otra de comida?
-Sí.
-¿Y acaso la sed, en cuanto es sed, podrá ser
en el alma apetito de algo más que de eso que queda dicho,como, por ejemplo, la sed será
sed de una bebida caliente o fría o de mucha o poca bebida o, en una palabra, de una
determinada clase de bebida? ¿O más bien, cuando a la sed se agregue un cierto calor,
traerá éste consigo que el apetito sea de bebida fría y, cuando se añada un cierto
frío, hará que sea de bebida caliente? ¿Y asimismo, cuando por su intensidad sea
grande
la, sed, resultará sed de mucha bebida, y cuando pequeña, de poca? ¿Y la sed en sí no
será en manera alguna apetito de otra cosa sino de lo que le es natural, de la bebida en
sí, como el hambre lo es de la comida?
-Así es -dijo-; cada apetito no es apetito más que de aquello que le conviene por
naturaleza; y cuando le apetece de tal o cual calidad, ello depende de algo accidental que se le agrega.
-Que no haya, pues -añadí yo-, quien nos coja de sorpresa
y nos perturbe diciendo que nadie apetece bebida, sino buena bebida, ni comida, sino
buena comida. Porque todos, en efecto, apetecernos lo bueno;
por tanto, si la sed es apetito, será apetito de algo bueno, sea bebida u otra cosa, e
igualmente los demás apetitos.
-Pues acaso ---dijo- piense decir cosa de peso el que tal habla.
-Como quiera que sea -concluí-, todas aquellas cosas que por su índole tienen un objeto,
en cuanto son de tal o cual modo se refieren, en mi opinión, a tal o cual clase de
objeto; pero ellas por sí mismas, sólo a su objeto
propio.
-No he entendido - dijo.
-¿No has entendido -pregunté- que lo que es mayor lo es porque es mayor que otra cosa?
-Bien seguro.
-¿Y esa otra cosa será algo más pequeño?
-Sí.
-Y lo que es mucho mayor será mayor que otra cosa mucho más pequeña. ¿No es así?
-Sí.
-¿Y lo que en un tiempo fue mayor, que lo que fue más pequeño; y lo que en lo futuro ha
de ser mayor, que lo que ha de ser más pequeño?
-¿Cómo no? -replicó.
-¿Y no sucede lo mismo con lo más respecto de lo menos y con lo doble respecto de la
mitad y con todas las cosas de este tenor y también con lo más pesado respecto de lo
más ligero e igualmente con lo caliente respecto de lo frío y con todas las cosas
semejantes a éstas?
-Enteramente.
-¿Y qué diremos de las ciencias? ¿No ocurre lo mismo?
La ciencia en sí es ciencia del conocimiento en sí o de aquello, sea lo que quiera, a
que deba asignarse ésta como a su objeto; una ciencia o tal o cual ciencia lo es de uno y
determinado conocimiento. Pongo por ejemplo: ¿no es cierto que, una vez que se creó la
ciencia de hacer edificios, quedó separada de las demás ciencias y recibió con ello el
nombre de arquitectura?
-¿Cómo no?
-¿Y no fue así por ser una ciencia especial distinta de todas las otras?
-Sí.
-Así, pues, ¿no quedó calificada cuando se la entendió como ciencia de un objeto
determinado? ¿Y no ocurre lo mismo con las otras artes y ciencias?
-Así es.
-Reconoce, pues -dije yo-, que eso era lo que yo quería decir antes, si es que lo has
entendido verdaderamente ahora: que las cosas que se predican como propias de un objeto lo
son por sí solas de este objeto solo; y de tales o cuales objetos, tales determinadas
cosas. Y no quiero decir con ello que como sean los objetos, así serán también ellas,
de modo que la ciencia de la salud y la enfermedad sea igualmente sana o enferma, sino
que, una vez que esta ciencia no tiene por objeto el de la ciencia en sí, sino otro
determinado, y que éste es la enfermedad y la salud, ocurre que ella misma queda
determinada como ciencia y eso hace que no sea llamada ya ciencia a secas ., sino ciencia
especial de algo que se ha agregado, y se la nombra medicina.
-Lo entiendo -dijo- y me parece que es así.
Resumen3
Presentación
TEXTO4G -¿Y la sed? -pregunté---. ¿No la pondrás por su a naturaleza
entre aquellas cosas que tienen un objeto? Porque la sed lo es sin duda de...
(439a-441c)
-Sí ---,dijo-; de bebida.
-Y así, según sea la sed de una u otra bebida será también ella de una u otra clase;
pero la
-Conforme en todo.
-El alma del sediento, pues, en cuanto tiene sed no
desea otra cosa que beber y a ello tiende y hacia ello se lanza.
-Evidente.
Por lo tanto, si algo alguna vez la retiene en su sed tendrá que haber en ella alguna
cosa distinta de aquella que siente la sed y la impulsa
como a una bestia a que beba, porque, como decíamos, una misma cosa, no puede hacer lo
que es contrario en la misma parte de sí misma, en relación con el mismo objeto y al mismo tiempo.
-No de cierto.
--Como, por ejemplo, respecto del arquero no sería bien, creo yo, decir que sus manos
rechazan y atraen el arco al mismo tiempo, sino que una lo rechaza y la otra lo atrae.
-Verdad todo -dijo.
-¿Y hemos de reconocer que algunos que tienen sed no quieren beber?
-De cierto --dijo-, muchos y en muchas ocasiones.
-¿Y qué -pregunté yo-- podría decirse acerca de esto? ¿Que no hay en sus almas algo
que les impulsa a beber y algo que los retiene, esto último diferente y más poderoso que aquello?
-Así me parece --,dijo.
-¿Y esto que los retiene de tales cosas no nace, cuando nace, del razonamiento, y aquellos otros impulsos que les mueven
y arrastran no les vienen, por el contrario, de sus padecimientos y enfermedades?
-Tal se muestra.
-No sin razón, pues --dije-, juzgaremos que son dos cosas diferentes la una de la otra,
llamando, a aquello con que razona, lo racional del alma, y a aquello con que desea y
siente hambre y sed y queda perturbada por los demás apetitos, lo irracional y concupiscible, bien avenido con ciertos hartazgos y
placeres.
-No; es natural --dijo- que los consideremos así.
-Dejemes, pues, definidas estas dos especies que se dan en el alma -seguí yo-. Y la cólera y aquello con que nos encolerizamos, ¿será una
tercera especie o tendrá la misma naturaleza que alguna de esas dos?
-Quizá --dijo- la misma que la una de ellas, la concupiscible.
-Pues yo -repliqué- oí una vez una historia a la que me atengo como prueba, y es ésta: Leoncio, hijo de Aglayón, subía del Pireo por la parte
exterior del muro del norte cuando advirtió unos cadáveres que estaban echados por tierra al lado del verdugo. Comenzó entonces a sentir deseos de verlos, pero
al mismo tiempo le repugnaba y se retraía; y así estuvo luchando y cubriéndose el
rostro hasta que, vencido de su apetencia, abrió enteramente los ojos y, corriendo hacía
los muertos, dijo: «¡Ahí los tenéis, malditos, saciaos del hermoso espectáculo!
-Yo también lo había oído --dijo.
-Pues esa historia -observé- muestra que la cólera combate
a veces con los apetitos como cosa distinta de ellos.
-Lo muestra, en efecto ---dijo.
-¿Y no advertimos también en muchas otras ocasiones ---dije-, cuando las concupiscencias
tratan de hacer fuerza a alguno contra la razón, que él se insulta a sí mismo y se
irrita contra aquello que le fuerza en su interior y que, como en una reyerta entre dos
enemigos, la cólera se hace en el tal aliada de la
razón? En cambio, no creo que puedas decir que hayas advertido jamás- ni en ti mismo ni
en otro, que, cuando la razón determine que no se ha de hacer una cosa, la cólera se
oponga a ello haciendo causa común con las concupiscencias.
-No, por Zeus --dijo.
-¿Y qué ocurre -pregunté- cuando alguno cree obrar injustamente? ¿No sucede que,
cuanto más gene- cuando alguno cree obrar injustamente? ¿No sucede que, cuanto
más generosa sea su índole, menos puede irritarse aunque sufra hambre o frío u otra
cualquier cosa de este género por obra de quien en su concepto le aplica la justicia y
que, como digo, su cólera se resiste a levantarse contra éste?
-Verdad es ---dijo.
-¿Y qué sucede, en cambio, cuando cree que padece
injusticia? ¿No hierve esa cólera en él y se enoja y se alía con lo que se le muestra
como justo y, aun pasando hambre y frío y todos los rigores de esta clase, los soporta
hasta triunfar de ellos y no cesa en sus nobles resoluciones hasta que las lleva a
término o perece o se aquieta, llamado atrás por su propia razón como un perro por el
pastor?
-Exacta es esa comparación que has puesto
--dijo-; y, en efecto, en nuestra ciudad pusimos a los auxiliares como perros a
disposición de los gobernantes, que son los pastores de aquélla.
-Has entendido perfectamente -observé- lo que quise decir; ¿y observas ahora este otro
asunto?
-¿Cuál es él?
-Que viene a revelársenos acerca de la cólera lo
contrario de lo que decíamos hace un momento; entonces pensábamos que era algo
concupiscible y ahora confesamos que, bien lejos de ello, en la lucha del alma hace armas
a favor de la razón.
-Enteramente cierto --dijo.
-¿Y será algo distinto de esta última o un modo de ella de suerte que en el alma o
resulten tres especies, sino dos sólo, la racional
y la concupiscible? ¿O bien, así como en la ciudad eran tres los linajes que la
mantenían, el traficante, el auxiliar y el deliberante, así habrá también un
tercero en el alma, el irascible, auxiliar por naturaleza del racional cuando no se
pervierta por una mala crianza?
-Por fuerza ---dijo-- tiene que ser ése el tercero.
-Sí -aseveré - con tal de que se nos revele distinto
del racional como ya se nos reveló distinto del concupiscible.
-Pues no es difícil percibirlo --dijo-. Cualquiera puede ver en niños pequeños que, desde el punto en que nacen, están
llenos de cólera; y, en cuanto a la razón, algunos me parece que no la alcanzan nunca y
los más de ellos bastante tiempo después.
-Bien dices, por Zeus --observé-. También en las bestias puede verse que ocurre como tú
dices; y a más de todo servirá de testimonio aquello
de Homero que dejamos mencionado más arriba:
«Pero a su alma increpó golpeándose el pecho y le dijo ... » En este
pasaje, Homero, representó manifiestamente como cosas distintas a lo uno increpando a lo
otro: aquello que discurre sobre el bien y el mal contra lo que sin discurrir se
encoleriza.
-Enteramente cierto es lo que dices - afirmó.
Resumen3
Presentación
LIBRO IV REPÚBLICA
Sobre el hombre valeroso, prudente, templado y
justo
(441c-443b)
441c-443b
TEXTO1H
(441c-443b)
-Así, pues --,dije yo----, hemos llegado a
puerto, aunque con trabajo, y reconocido en debida forma que
en el alma de cada uno hay las mismas clases que en la ciudad y en el mismo número.
-Así es.
-¿Será, pues, forzoso que el individuo sea prudente de la misma manera y por la misma razón que lo es la ciudad?
-¿Cómo no?
-¿Y que del mismo modo que y por el mismo motivo que es valeroso el individuo, lo sea la
ciudad tambien, y que otro tanto ocurra en todo lo demás que en uno y otra hace
referencia a la virtud?
-Y así, Glaucón, pienso que reconoceremos también que el individuo será justo de la
misma manera en que lo era la ciudad.
-Forzoso es también ello.
-Por otra parte, no nos hemos olvidado de que ésta era justa porque cada una de sus tres
clases hacía en ella aquello que le era propio.
-No creo que lo hayamos olvidado -dijo.
-Así, pues, hemos de tener presente que cada uno de nosotros
sólo será justo y hará él también lo propio suyo en cuanto cada una de las cosas que
en él hay hago lo que le es propio.
-Bien de cierto --dijo-, hay que- tenerlo presente.
-¿Y no es a lo racional a quien compete el gobierno,
por razón de su prudencia y de la previsión que ejerce sobre el alma toda, así como a
lo irascible el ser su súbdito y aliado?
-Enteramente.
-¿Y no será, como decíamos, la combinación de la
música y la gimnástica la que pondrá a los dos en acuerdo, dando tensión a lo uno y
nutriéndolo con buenas palabras y enseñanzas y haciendo con sus consejos que el
otro remita y aplacándolo con la armonía y el ritmo?
-Bien seguro ---dijo.
-Y estos dos, así criados y verdaderamente instruidos y educados en lo suyo, se
impondrán a lo concupíscible, que, ocupando la mayor
parte del alma de cada cual, es por naturaleza insaciable de bienes; al cual tienen que
vigilar, no sea que, repleto de lo que llamamos placeres
del cuerpo, se haga grande y fuerte y, dejando de obrar lo propio suyo, trate de
esclavizar y gobernar a aquello que por su clase no le corresponde y trastorne enteramente
la vista de todos.
-No hay duda --dijo.
-¿Y no serán también estos dos --dije yo-- los que mejor velen
por el alma toda y por el cuerpo contra los enemigos de fuera, el uno tomando
determinaciones, el otro luchando en seguimiento del que manda y ejecutando con su valor
lo determinado por él?
-Así es.
-Y, según pienso, llamaremos a cada cual valeroso por
razón de este segundo elemento, cuando, a través de dolores y placeres, lo
irascible conserve el juicio de la razón sobre lo que es temible y sobre lo que no lo es.
-Exactamente --dijo.
-Y le llamaremos prudente por aquella su pequeña
porción que mandaba en él y daba aquellos preceptos, ya que ella misma tiene entonces en
sí la ciencia de lo conveniente para cada cual y para la comunidad entera con sus tres
partes.
-Sin duda ninguna.
-¿Y qué más? ¿No lo llamaremos temperante por el
amor y armonía de éstas cuando lo que gobierna y lo que es gobernado convienen en que lo
racional debe mandar y no se sublevan contra ello?
-Eso y no otra cosa es la templanza --dijo--, lo mismo en la ciudad que en el particular.
-Y será asimismo justo por razón de aquello que tantas
veces hemos expuesto.
-Forzosamente,
-¿Y qué? -dije-. ¿No habrá miedo de que se nos oscurezca
en ello la justicia y nos parezca distinta de aquella que se nos reveló en la ciudad?
-No lo creo -replicó.
-Hay un medio -observé- de que nos afirmemos enteramente, si es que aún queda
vacilación en nuestra alma: bastará con aducir ciertas normas corrientes.
-¿Cuáles son?
-Por ejemplo, si tuviéramos que ponernos de acuerdo
acerca de la ciudad de que hablábamos y del varón que por naturaleza y crianza se
asemeja a ella, ¿nos parecería que el tal, habiendo recibido un depósito de oro o
plata, habría de sustraerlo? ¿Quién dirías que habría de pensar que lo había hecho
él antes que los que no sean de su condición?
-Nadie --contestó.
-¿Y así, estará nuestro hombre bien lejos de cometer sacrilegios, robos o traiciones
privadas o públicas contra los amigos o contra las ciudades?
-Bien lejos.
-Y no será infiel en modo alguno ni a sus juramentos ni a sus otros acuerdos.
-¿Cómo habría de serio?
-Y los adulterios, el abandono de los padres y el menosprecio de los dioses serán propios
de otro cualquiera, pero no de él.
-De otro cualquiera, en efecto ---contestó.
-¿Y la causa de todo eso no es que cada una de las cosas
que hay en él hace lo suyo propio tanto en lo que toca a gobernar como en lo que toca a
obedecer?
-Esa y no otra es la causa.
-¿Tratarás, pues, de averiguar todavía si la justicia es cosa distinta de esta virtud
que produce tales hombres y tales ciudades?
-No, por Zeus ---dijo.
-Así es.
-¿Será, pues, forzoso que el individuo sea prudente de la misma manera y por la misma razón que lo es la ciudad?
-¿Cómo no?
-¿Y que del mismo modo que y por el mismo motivo que es valeroso el individuo, lo sea la
ciudad tambien, y que otro tanto ocurra en todo lo demás que en uno y otra hace
referencia a la virtud?
-Y así, Glaucón, pienso que reconoceremos también que el individuo será justo de la
misma manera en que lo era la ciudad.
-Forzoso es también ello.
-Por otra parte, no nos hemos olvidado de que ésta era justa porque cada una de sus tres
clases hacía en ella aquello que le era propio.
-No creo que lo hayamos olvidado -dijo.
-Así, pues, hemos de tener presente que cada uno de nosotros
sólo será justo y hará él también lo propio suyo en cuanto cada una de las cosas que
en él hay hago lo que le es propio.
-Bien de cierto --dijo-, hay que- tenerlo presente.
-¿Y no es a lo racional a quien compete el gobierno,
por razón de su prudencia y de la previsión que ejerce sobre el alma toda, así como a
lo irascible el ser su súbdito y aliado?
-Enteramente.
-¿Y no será, como decíamos, la combinación de la
música y la gimnástica la que pondrá a los dos en acuerdo, dando tensión a lo uno y
nutriéndolo con buenas palabras y enseñanzas y haciendo con sus consejos que el
otro remita y aplacándolo con la armonía y el ritmo?
-Bien seguro ---dijo.
-Y estos dos, así criados y verdaderamente instruidos y educados en lo suyo, se
impondrán a lo concupíscible, que, ocupando la mayor
parte del alma de cada cual, es por naturaleza insaciable de bienes; al cual tienen que
vigilar, no sea que, repleto de lo que llamamos placeres
del cuerpo, se haga grande y fuerte y, dejando de obrar lo propio suyo, trate de
esclavizar y gobernar a aquello que por su clase no le corresponde y trastorne enteramente
la vista de todos.
-No hay duda --dijo.
-¿Y no serán también estos dos --dije yo-- los que mejor velen
por el alma toda y por el cuerpo contra los enemigos de fuera, el uno tomando
determinaciones, el otro luchando en seguimiento del que manda y ejecutando con su valor
lo determinado por él?
-Así es.
-Y, según pienso, llamaremos a cada cual valeroso por
razón de este segundo elemento, cuando, a través de dolores y placeres, lo
irascible conserve el juicio de la razón sobre lo que es temible y sobre lo que no lo es.
-Exactamente --dijo.
-Y le llamaremos prudente por aquella su pequeña
porción que mandaba en él y daba aquellos preceptos, ya que ella misma tiene entonces en
sí la ciencia de lo conveniente para cada cual y para la comunidad entera con sus tres
partes.
-Sin duda ninguna.
-¿Y qué más? ¿No lo llamaremos temperante por el
amor y armonía de éstas cuando lo que gobierna y lo que es gobernado convienen en que lo
racional debe mandar y no se sublevan contra ello?
-Eso y no otra cosa es la templanza --dijo--, lo mismo en la ciudad que en el particular.
-Y será asimismo justo por razón de aquello que tantas
veces hemos expuesto.
-Forzosamente,
-¿Y qué? -dije-. ¿No habrá miedo de que se nos oscurezca
en ello la justicia y nos parezca distinta de aquella que se nos reveló en la ciudad?
-No lo creo -replicó.
-Hay un medio -observé- de que nos afirmemos enteramente, si es que aún queda
vacilación en nuestra alma: bastará con aducir ciertas normas corrientes.
-¿Cuáles son?
-Por ejemplo, si tuviéramos que ponernos de acuerdo
acerca de la ciudad de que hablábamos y del varón que por naturaleza y crianza se
asemeja a ella, ¿nos parecería que el tal, habiendo recibido un depósito de oro o
plata, habría de sustraerlo? ¿Quién dirías que habría de pensar que lo había hecho
él antes que los que no sean de su condición?
-Nadie --contestó.
-¿Y así, estará nuestro hombre bien lejos de cometer sacrilegios, robos o traiciones
privadas o públicas contra los amigos o contra las ciudades?
-Bien lejos.
-Y no será infiel en modo alguno ni a sus juramentos ni a sus otros acuerdos.
-¿Cómo habría de serio?
-Y los adulterios, el abandono de los padres y el menosprecio de los dioses serán propios
de otro cualquiera, pero no de él.
-De otro cualquiera, en efecto ---contestó.
-¿Y la causa de todo eso no es que cada una de las cosas
que hay en él hace lo suyo propio tanto en lo que toca a gobernar como en lo que toca a
obedecer?
-Esa y no otra es la causa.
-¿Tratarás, pues, de averiguar todavía si la justicia es cosa distinta de esta virtud
que produce tales hombres y tales ciudades?
-No, por Zeus ---dijo.
Presentación
LIBRO IV REPÚBLICA
La justicia virtud interior
(443-444b)
443b-444b
TEXTO1I
(443b-444b)
-Cumplido está, pues, enteramente nuestro ensueño: aquel presentimiento que referíamos de que, una
vez que empezáramos a fundar nuestra ciudad, podríamos, con la ayuda de algún dios,
encontrar un cierto principio e imagen de la justicia.
-Bien de cierto.
-Teníamos, efectivamente, Glaucón, una cierta semblanza de la justicia, que, por ello,
nos ha sido de provecho: aquello de que quien por naturaleza es zapatero debe hacer
zapatos y no otra cosa, y el que constructor, construcciones, y así los demás.
-Tal parece.
-Y en realidad la justicia parece ser algo así, pero no en lo que se refiere a la acción
exterior del hombre, sino a la interior sobre sí
mismo y las cosas que en en hay; cuando éste no deja que ninguna de ellas haga lo que es
propio de las demás ni se interfiera en las actividades de los otros linajes que en el
alma existen, sino, disponiendo rectamente sus asuntos domésticos, se rige y ordena y se
hace amigo de sí mismo y pone de acuerdo sus tres elementos exactamente como los tres
términos de una armonía, el de la cuerda grave, el de la alta, el de la media y cualquiera otro que pueda haber entremedio; y después
de enlazar todo esto y conseguir de esta variedad su propia unidad, entonces es cuando,
bien templado y acordado, se pone a actuar así
dispuesto ya en la adquisición de riquezas, ya en el cuidado de su cuerpo, ya en la
política, ya en lo que toca a sus contratos privados, y en todo esto juzga y denomina
justa y buena a la acción que conserve y corrobore ese estado y prudencia al conocimiento
que la presida y acción injusta, en cambio, a la que destruya esa disposición de cosas e
ignorancia a la opinión que la rija.
-Verdad pura es, Sócrates, lo que dices ---observó.
-Bien -repliqué-; creo que no se diría que mentíamos si afirmáramos que habíamos
descubierto al hombre justo y a la ciudad justa y la justicia que en ellos hay.
-No, de cierto, por Zeus --dijo.
-¿Lo afirmaremos, pues?
-Lo afirmaremos. ensueño: aquel presentimiento que referíamos de que, una
vez que empezáramos a fundar nuestra ciudad, podríamos, con la ayuda de algún dios,
encontrar un cierto principio e imagen de la justicia.
-Bien de cierto.
-Teníamos, efectivamente, Glaucón, una cierta semblanza de la justicia, que, por ello,
nos ha sido de provecho: aquello de que quien por naturaleza es zapatero debe hacer
zapatos y no otra cosa, y el que constructor, construcciones, y así los demás.
-Tal parece.
-Y en realidad la justicia parece ser algo así, pero no en lo que se refiere a la acción
exterior del hombre, sino a la interior sobre sí
mismo y las cosas que en en hay; cuando éste no deja que ninguna de ellas haga lo que es
propio de las demás ni se interfiera en las actividades de los otros linajes que en el
alma existen, sino, disponiendo rectamente sus asuntos domésticos, se rige y ordena y se
hace amigo de sí mismo y pone de acuerdo sus tres elementos exactamente como los tres
términos de una armonía, el de la cuerda grave, el de la alta, el de la media y cualquiera otro que pueda haber entremedio; y después
de enlazar todo esto y conseguir de esta variedad su propia unidad, entonces es cuando,
bien templado y acordado, se pone a actuar así
dispuesto ya en la adquisición de riquezas, ya en el cuidado de su cuerpo, ya en la
política, ya en lo que toca a sus contratos privados, y en todo esto juzga y denomina
justa y buena a la acción que conserve y corrobore ese estado y prudencia al conocimiento
que la presida y acción injusta, en cambio, a la que destruya esa disposición de cosas e
ignorancia a la opinión que la rija.
-Verdad pura es, Sócrates, lo que dices ---observó.
-Bien -repliqué-; creo que no se diría que mentíamos si afirmáramos que habíamos
descubierto al hombre justo y a la ciudad justa y la justicia que en ellos hay.
-No, de cierto, por Zeus --dijo.
-¿Lo afirmaremos, pues?
-Lo afirmaremos.
Resumen5
Presentación
LIBRO IV REPÚBLICA
Sobre la injusticia
(444b-445e)
444b-445e
TEXTO1J -Bien -dije-, después de esto creo que hemos de examinar la
(444b-445e)
-Claro está.
-¿No será necesariamente una sedición de aquellos
tres elementos, su empleo en actividades diversas y ajenas y la sublevación de una parte
contra el alma toda para gobernar en ella sin pertenecerle el mando, antes bien, siendo
esas partes tales por su naturaleza que a la una le convenga estar sometida y a la otra
no, por ser especie regidora? Algo así diríamos, creo yo, y añadiríamos que la
perturbación y extravío de estas especies es injusticia e indisciplina y vileza e
ignorancia, y, en suma, total perversidad.
-Eso precisamente --dijo.
-Así, pues ---dije yo-, el hacer cosas injustas, el violar la justicia e igualmente el
obrar conforme a ella ¿son cosas todas que ahora distinguimos ya con claridad si es que
hemos distinguido la injusticia y la justicia?
-¿Cómo es ello?
-Porque en realidad --dije- en nada difieren de las cosas sanas ni de las enfermizas, ellas en el alma como éstas en el cuerpo.
-¿De qué modo? -preguntó.
-Las cosas sanas producen salud, creo yo; las enfermizas, enfermedad.
-Sí.
-¿Y el hacer cosas justas no produce justicia y el obrar injustamente injusticia?
-Por fuerza.
-Y el producir salud es disponer los elementos que hay en
el cuerpo de modo que dominen o sean dominados entre sí conforme a naturaleza; y el
producir enfermedad es hacer que se manden u obedezcan unos a otros contra naturaleza .
-Así es.
-¿Y el producir justicia --- dije- no es disponer los elementos del alma para que dominen
o sean dominados entre sí conforme a naturaleza; y el producir injusticia, el hacer que
se manden u obedezcan unos a otros contra naturaleza?
-Exactamente -replicó.
-Así, pues, según se ve, la virtud será una cierta o
salud, belleza y bienestar del alma; y el vicio,
enfermedad, fealdad y flaqueza de la misma.
-Así es.
-¿Y no es cierto que las buenas prácticas llevan a la consecución de la virtud y las
vergonzosas a la del vicio?
-Por fuerza.
-Ahora nos queda, según parece, investigar, si
conviene obrar justamente, portarse bien y ser justo, pase o no inadvertido el que tal
haga, o cometer injusticia y ser injusto con tal de no pagar la pena y verse reducido a
mejorar por el castigo.
-Pues a mí, ¡oh, Sócrates! -dijo-, me parece ridícula
esa investigación si resulta que, creyendo, como creemos, que no se puede vivir una vez
trastornada y destruida la naturaleza del cuerpo, aunque se tengan todos los alimentos y
bebidas y toda clase de riquezas y poder, se va a poder vivir cuando se trastorna y
pervierte la naturaleza de aquello por lo que vivimos, haciendo el hombre cuanto le venga
en gana excepto lo que le puede llevar a escapar del vicio y a conseguir la justicía y la
virtud. Esto suponiendo que una y otra se revelen tales como nosotros hemos referido.
-Ridículo de cierto -dije-, pero, de todos modos, puesto que hemos llegado a punto en que
podemos ver con la máxima claridad que esto es así, no hemos de renunciar a ello por cansancio.
-No, en modo alguno, por Zeus -replicó; no hay que renunciar.
-Atiende aquí, pues --dije-, para que veas cuántas son las especies que, a mi parecer,
tiene el vicio: por lo menos las más dignas de consideración.
-Te sigo atentamente -repuso él-. Ve diciendo.
-Pues bien ---dije-, ya que hemos subido a estas alturas de la discusión, se me muestra
como desde una atalaya que hay una sola especie de virtud e
innumerables de vicio; bien que de estas últimas son cuatro las más dignas de
mencionarse.
-¿Cómo lo entiendes? -preguntó.
-Cuantos son los modos de gobierno con forma propia
- dije-, tantos parece que son los modos del alma.
-¿Cuántos?
-Cinco -contesté--, los de gobierno; cinco, los del alma.
-Dime cuáles son --dijo.
-Afirmo - dije - que una manera de gobierno es aquella de que nosotros hemos discurrido,
la cual puede recibir dos denominaciones;
cuando un hombre solo se distingue entre los gobernantes, se llamará reino, y cuando son
muchos, aristocracia.
-Verdad es -dijo.
-A esto lo declaro como una sola especie --observé-; porque, ya sean muchos, ya uno solo,
nadie tocará a las leyes importantes de la ciudad si se atiene a la crianza y educación
que hemos referido.
-No es creíble -contestó.
injusticia.
-Claro está.
-¿No será necesariamente una sedición de aquellos
tres elementos, su empleo en actividades diversas y ajenas y la sublevación de una parte
contra el alma toda para gobernar en ella sin pertenecerle el mando, antes bien, siendo
esas partes tales por su naturaleza que a la una le convenga estar sometida y a la otra
no, por ser especie regidora? Algo así diríamos, creo yo, y añadiríamos que la
perturbación y extravío de estas especies es injusticia e indisciplina y vileza e
ignorancia, y, en suma, total perversidad.
-Eso precisamente --dijo.
-Así, pues ---dije yo-, el hacer cosas injustas, el violar la justicia e igualmente el
obrar conforme a ella ¿son cosas todas que ahora distinguimos ya con claridad si es que
hemos distinguido la injusticia y la justicia?
-¿Cómo es ello?
-Porque en realidad --dije- en nada difieren de las cosas sanas ni de las enfermizas, ellas en el alma como éstas en el cuerpo.
-¿De qué modo? -preguntó.
-Las cosas sanas producen salud, creo yo; las enfermizas, enfermedad.
-Sí.
-¿Y el hacer cosas justas no produce justicia y el obrar injustamente injusticia?
-Por fuerza.
-Y el producir salud es disponer los elementos que hay en
el cuerpo de modo que dominen o sean dominados entre sí conforme a naturaleza; y el
producir enfermedad es hacer que se manden u obedezcan unos a otros contra naturaleza .
-Así es.
-¿Y el producir justicia --- dije- no es disponer los elementos del alma para que dominen
o sean dominados entre sí conforme a naturaleza; y el producir injusticia, el hacer que
se manden u obedezcan unos a otros contra naturaleza?
-Exactamente -replicó.
-Así, pues, según se ve, la virtud será una cierta o
salud, belleza y bienestar del alma; y el vicio,
enfermedad, fealdad y flaqueza de la misma.
-Así es.
-¿Y no es cierto que las buenas prácticas llevan a la consecución de la virtud y las
vergonzosas a la del vicio?
-Por fuerza.
-Ahora nos queda, según parece, investigar, si
conviene obrar justamente, portarse bien y ser justo, pase o no inadvertido el que tal
haga, o cometer injusticia y ser injusto con tal de no pagar la pena y verse reducido a
mejorar por el castigo.
-Pues a mí, ¡oh, Sócrates! -dijo-, me parece ridícula
esa investigación si resulta que, creyendo, como creemos, que no se puede vivir una vez
trastornada y destruida la naturaleza del cuerpo, aunque se tengan todos los alimentos y
bebidas y toda clase de riquezas y poder, se va a poder vivir cuando se trastorna y
pervierte la naturaleza de aquello por lo que vivimos, haciendo el hombre cuanto le venga
en gana excepto lo que le puede llevar a escapar del vicio y a conseguir la justicía y la
virtud. Esto suponiendo que una y otra se revelen tales como nosotros hemos referido.
-Ridículo de cierto -dije-, pero, de todos modos, puesto que hemos llegado a punto en que
podemos ver con la máxima claridad que esto es así, no hemos de renunciar a ello por cansancio.
-No, en modo alguno, por Zeus -replicó; no hay que renunciar.
-Atiende aquí, pues --dije-, para que veas cuántas son las especies que, a mi parecer,
tiene el vicio: por lo menos las más dignas de consideración.
-Te sigo atentamente -repuso él-. Ve diciendo.
-Pues bien ---dije-, ya que hemos subido a estas alturas de la discusión, se me muestra
como desde una atalaya que hay una sola especie de virtud e
innumerables de vicio; bien que de estas últimas son cuatro las más dignas de
mencionarse.
-¿Cómo lo entiendes? -preguntó.
-Cuantos son los modos de gobierno con forma propia
- dije-, tantos parece que son los modos del alma.
-¿Cuántos?
-Cinco -contesté--, los de gobierno; cinco, los del alma.
-Dime cuáles son --dijo.
-Afirmo - dije - que una manera de gobierno es aquella de que nosotros hemos discurrido,
la cual puede recibir dos denominaciones;
cuando un hombre solo se distingue entre los gobernantes, se llamará reino, y cuando son
muchos, aristocracia.
-Verdad es -dijo.
-A esto lo declaro como una sola especie --observé-; porque, ya sean muchos, ya uno solo,
nadie tocará a las leyes importantes de la ciudad si se atiene a la crianza y educación
que hemos referido.
-No es creíble -contestó.
Resumen6
Presentación
AUXILIO
Fundada la ciudad, Sócrates le pide a
Adimanto que continúe la investigación procurandose de dónde sea la luz necesaria y, si
es necesario, que pida auxilio a su hermano Glaucón así como a Polemarco
y a los demás. Y es que se trata de averigüar, a partir de ahora, en que lugar de la
ciudad se podría encontrar la justicia. Adimanto protesta contra esta sugerencia de
Sócrates y le recuerda que ha sido él mismo quien prometió llevar a cabo tal
investigación. Sócrates reconoce que es verdad lo que Adimanto dice. Solicita, sin
embargo, ayuda a los presentes para llevar a cabo tal investigación.
SITIO DE LA JUSTICIA Y DE LA INJUSTICIA
A partir de ahora se trataría de averigüar en que
lugar de la ciudad se halla la justicia y en cuál la injusticia y en que se diferencia
la una de la otra y cuál de las dos debe alcanzar el que ha de ser
féliz. Platón no parece incluir en
su ciudad ideal la perfeción absoluta de todos sus ciudadanos; caben, sin duda, en ella
imperfecciones individuales. Por otra parte la injusticia sólo puede ser definida en
relación con la justicia.
OBJECCIÓN
Adimanto recuerda a Sócrates lo que había prometido en
368 c.
CIUDAD COMPLETAMENTE BUENA
A partir de ahora, Sócrates, inicia su investigación para
descubrir el lugar de la justicia y la injusticia en una ciudad. Para lograrlo,
comienza hablando de las cuatro virtudes que deben acompañar a toda realidad que
sea considerada como absolutamente buena: prudencia, valor, templanza,
justicia. Es la primera vez
que aparece enunciada y explicada la doctrina de las cuatro virtudes cardinales si
entendemos por tales aquellas cuyo conjunto forma la perfecta bondad. Es imposible saber
si esta doctrina fue tomada por Platón de la opinión común. Es verdad que Píndaro
habla ya de las «cuatro virtudes que lleva consigo la vida humana», pero no
dice cuáles sean éstas. Por otra parte, Platón parece referirse a ello como punto ya
establecido de doctrina ética, no como a una división hecha ocasionalmente en
relación con las cuatro clases de ciudadanos de su estado ideal según opinaba Schleiermacher.
TRES Y LA QUE RESTA
Se ha puesto de relieve la ingenuidad de la aplicación de
este procedimiento lógico y matemático a la investigación ética. No es rara en Platón
esta extralimitación del método matemático, y de ello se hallarán otras
pruebas en este mismo tratado; pero acaso tenga razón Shorey al suponer que Platón no
se ilusiona aquí sobre el valor probativo del procedimiento y se sirve de él sólo
para exponer lo aceptado y convenido por otras razones.
LA PRUDENCIA
Sócrates comienza su estudio analizando la virtud de la Prudencia.
En primer lugar afirma que una ciudad prudente es aquella que acierta en sus
determinaciones y que tal acierto es un modo de ciencia, es decir, un tipo de
saber.
ALGO EXTRAÑO
Anuncia aquí aquello que luego se va a ver (428 e), que
esa prudencia, existiendo no más que en una pequeña porción de
ciudadanos, hace prudente a la ciudad entera,
Por otra parte, esta prudencia que aquí Platón requiere para los guardianes, ¿es una
prudencia meramente política o presupone el conocimiento de la idea del bien en sí? No
puede negarse que algunos toques del discurso (429 e, 441 c) parecen abonar lo segundo,
como reconoce el mismo Adam, aunque partidario de la opinión contraria.
MODO DE CIENCIA
Platón parte del concepto pitagórico de euboulía, «buen
consejo, acierto o prudencia política», y lo distingue de los otros conocimientos.
Esto no entraña que él se limite a reproducir esa misma concepción del saber como
cualidad propia de sus guardianes.
PRUDENCIA Y CIUDAD ENTERA
Sócrates analiza a continuación a quienes,
dentro de la ciudad, pertenece el tipo de saber al que se ha referido anteriormente. Va
descartando oficios ( constructores, carpinteros, broncistas,
agricultores ) para acabar afirmando que, a partir de los análisis realizados
anteriormente en relación con ciudad recientemente fundada, parecen existir ciudadanos, (los guardianes perfectos) que no se preocupan por aspectos
particulares de la ciudad, sino por ella entera en lo que se refiere a llevar
lo mejor posible sus relaciones en el interior y con las demás ciudades.
CIENCIA DE LA PRESERVACIÓN
Los guardianes perfectos son prudentes porque
poseen la ciencia de la preservación y, en virtud de tal ciencia, la ciudad acierta
en sus determinaciones y es, con ello, prudente. Por lo tanto, la ciudad
es prudente por la prudencia de sus guardianes como el hombre es prudente
por la prudencia de su razón: una consideración semejante se aplicará a las otras
tres
virtudes en la comparación de las clases de la sociedad con las partes del
alma
individual.
CIUDAD VALEROSA
Un ciudad valerosa será aquella que posee,
dentro de ella, un linaje valeroso, es decir, un linaje que, por un lado, muestra una
«constancia de la recta opinión sobre las cosas que se han de temer», pero, puesto
que esta opinión es prescrita por el legislador, el valor es también obediencia,
y ésta es una idea hondamente griega (recuérdese, por ejemplo, el epigrama de Simónides
a los muertos de las Termópilas). Por su parte, Aristóteles en Etica a Nicómaco
1129b 19-20, afirma que «también ordena la ley hacer las casas de valor».
Queda claro está, el valor filosófico, de más alta especie, que no se basa en
opinión, sino en conocimiento.
ESPECIE DE CONSERVACIÓN
Sócrates describe el valor como una especie
de conservación pues esta virtud se define, sobre todo, por la capacidad que permite
a quien la posee de mantenerse firme en las opiniones que se han de temer sin
desecharlas jamás. Esto implica un gran valor interno de conservar lo adquirido.
ESPANTOS
Lo que Socrates quiere decir aquí lo expresa claramente
Tucídides cuando afirma: «Con razón podrían ser considerados como los más fuertes
de espíritu los que conocen más claramente lo que es terrible y lo que es placentero y
no por ello rehúyen los peligros.
LANAS
En el simil de las lanas, Sócrates, describe el
proceso de elaboración y tratamiento de las mismas: hay, pues, primeramente una selección
de las lanas que se han de teñir y que han de ser blancas; luego unas preparación
de las mismas que sabemos consistía en impregnarlas de una solución secante para
dejarlas en condiciones de absorber mejor el tinte; y por último el teñido mismo.
Es clara la correspondencia de cada una de estas operaciones: elección de los que han de
ser soldados; educación de los mismos e infusión de la opinión indeleble acerca de las
cosas que deben ser temidas.
TEÑIDO
Aqui el simil del teñido de las lanas se aplica a
los guardianes-auxiliares. Del mismo modo que se eligen las mejores lanas
se deberían elegir (recordar el proceso de selección) los mejores guardianes;
del mismo modo que se preparan las lanas para absorver el mejor tinte, así
tambien se debería educar a los guardianes en las música y en gimnasia y en la
educación de como mantenerse indelebles en sus opiniones.
LEJIA
Plat
FUERZA Y PRESERVACIÓN
Despues de todo lo dicho no es de extrañar que Sócrates define el valor
como una fuerza y preservación en toda circunstancia de la opinión recta y
legítima acerca de las cosas que han de ser temidas y de las que no.
EDUCACIÓN ANIMAL
Resulta extraño que Sócrates hable de «recta
opinión» con referencia a las bestias. En este sentido no es enteramente
satisfactoria la explicación de Adam y otros que lo refieren a aquellos casos en que el
animal obra obedeciendo la recta opinión de su amo. Claro queda, sin embargo, que Platón
quiere decir que el valor irracional, aunque bien dirigido, v. gr., por el
instinto, no merece ser considerado como verdadero valor. Se ha interpretado este
pasaje como anticipación de Laques, 197 a y sigs., lo cual es imposible según la
cronología a que nos atenemos.
CUALIDAD DE LA CIUDAD
Parece indicar con ello que el valor tal como se
ha descrito, si existe en los defensores de la ciudad, hace que la ciudad sea valerosa
(cf. supra, 429 b) y, por lo tanto, se convierte en virtud propia suya. Menos claro
resulta que Platón quiera fijar aquí el valor político como una especie de valor
inferior al valor filosófico (basado en el conocimiento propio, no ya en la opinión recibida
del legislador) y superior al valor sólo aparente del animal o del esclavo.
ESPECIE DE ARMONÍA MÚSICAL
En el análisis de la virtud de la templanza, Sócrates,
comienza señalando que se parece más que las anteriores a la armonía musical
ya que esta virtud se define como un orden armónico y dominio de los apetitios.
SER DUEÑO DE SÍ MISMO
Sócrates halla a primera vista una paradoja en
aquello de «ser dueño de sí mismo» y explica su verdadero sentido: resulta paradójico
afirmar que alguien es dueño de sí mismo, pues el que es dueño de sí mismo es tambien
esclavo y el esclavo resulta que es tambien dueño de sí mismo.
ALGO MEJOR Y ALGO PEOR
Sócrates señala, sin embargo, que la solución ante
esta aparente paradoja pasa por entender realmente lo que se quiere decir cuando se
afirma que algo o alguien es dueño de sí mismo; y es que en el alma del un
mismo hombre, afirma Sócrates, existe algo que es mejor y algo que es peor. Pues
bien, cuando lo que por naturaleza es mejor domina a lo peor, se dice que aquel
es dueño de sí mismo.
CIUDAD RECIEN FUNDADA
Sobre la concepción anterior de la virtud de la
templanza, Sócrates, propone echar una ojeada a la recien fundada ciudad
con el objeto de señalar cuando podría definirse como templada. En coherencia con lo
establecido hasta ahora afirma que ésta debería ser aquella que se proclama dueña
de sí misma debido a que en ella lo mejor se sobrepone a lo peor. Ahora
bien, en la ciudad recien fundada nos encontramos con que los llamados a gobernar,
por ser los mejores son aquellos que han logrado vencer lo peor en sus almas y
sobreponerse sobre los apetitos de los menos capacitados para gobernar, pero que,
a su vez, reconocen el dominio de los mejores. Por lo tanto parece que una ciudad asi -
como la defendida por Sócrates - es dueña de sus apetitos, y, por tanto,
temperante.
SE CREEN LIBRES
Pero que no lo son en realidad, pues se hallan esclavizados
a sus malos deseos: esta falta de libertad del hombre intemperante será tema
favorito de la filosofía posterior. Por lo que se refiere a las mujeres, Platón las
considera en general menos capaces que a los hombres del dominio sobre las pasiones; pero
la diferencia no es nada radical, pues, por un lado, los hombres sólo en minoría son
temperantes, y además de las mujeres hay algunas que lo son, puesto que se les permite
ser guardianas de la ciudad.
CIUDAD TEMPERANTE
Ciudad temperante es, por tanto, aquella en dónde
la virtud de la templanza hace a la ciudad dueña de sí misma, dominadora de los
placeres y deseos y concorde en la opinión de gobernantes y gobernados sobre el problema
del mando.
DOS CLASES
Aristóteles y otros parecen haber profesado, contra la que
aquí dice Platón, que la sopbrosyne, pues entraña sumisión, es la virtud
propia
de las clases inferiores; pero, entendida en su más alto sentido, deben tenerla también
los gobernantes, ya que incluye la buena disposición de cada cual en el desempeño de su
función, y ésta está subordinada al bien del conjunto.
PERFECTO UNÍSONO
En todo este párrafo se mezcla lo recto (armonía musical)
con lo metafórico (concordia de la ciudad) de manera que no puede reproducir la
traducción diá pasón en sentido musical significa propiamente «a octava»; pero
como el acorde de octava era considerado por los griegos como el más perfecto,
fácilmente confundible al oído con el unísono, es claro que aquí se quiere indicar la
más perfecta concordia de opinión entre las clases de la sociedad. No habiendo, por lo
tanto, más que dos notas musicales, es imposible seguir extendiendo la semejanza
a los tres grupos de ciudadanos de que después se habla.
CONCORDIA
Aunque esta definición de la templanza no incluye sino el
último carácter señalado en ella, es claro que supone los otros dos: dominio propio,
esta es, de lo mejor sobre lo peor, y dominio sobre los placeres y deseos, porque
sólo en ellos puede haber acuerdo presupuestos la prudencia y el valor. Así resulta que
la templanza es en la ciudad virtud general de todos los ciudadanos, mientras que
los guardianes auxiliares han de poseer también el valor; y los gobernantes,
estas dos virtudes y la prudencia. De ese modo, cada clase tiene una virtud propia y
diferencial.
SIMIL CAZADORES
Sócrates comienza su investigación de un modo algo
misterioso y con el objeto de excitar la curiosidad de los oyentes. Habla de la
justicia como de algo que sabemos que tiene que estar ya presente y la compara con
una pieza de caza a la cual, aún teniéndola a la vista, no somos capaces de
reconocer.
Los símiles tomados de la caza son muy del gusto de Platón: la especie de caza a que
aquí se hace referencia consistía en tender la red alrededor de la mata donde estaba la
liebre mientras los cazadotes esperaban en torno para perseguirla si rodaba fuera de
aquélla.
INVOCACIÓN
Conforme a la piadosa costumbre del cazador de invocar
previamente a Apólo y Ártemis.
LUGAR SOMBRIO
Metáfora de la que Sócrates se sirve, en su búsqueda de
la Justicia, para excitar la curiosidad de los oyentes. Despues resultará que
ese lugar sombrío era mucho más claro de lo que, en principio, se pensaba.
RASTRO
Sócrates, de pronto, habla de un rastro que
conduce a la justicia y finaliza afirmando que ésta parece ser algo que tenemos
ante nuestras narices y que con ella nos sucede lo mismo que aquellos, que teniendo
algo en la mano, bucan lo mismo que ya tienen en su poder.
ESTUPIDO
Sócrates dice sentirse estupido al descubrir que la pieza que
desean cazar, en este caso la Justicia, es algo que tienen delante como más
tarde se descubrirá: la justicia está presente como algo que da vigor y nacimiento a
las otras virtudes. Despues de analizar esas virtudes, como ya se ha hecho,
Sócrates, descubre como la justicia se nos muestra como algo nítido.
DESEANDO ESCUCHAR
La alusión a la caza y la viva representación que le
sigue con sus toques de la vida cotidiana no han hecho otra cosa que excitar la curiosidad
del oyente como conviene al punto capital que va a ser elucidado.
DEJAMOS SENTADO
Esta aserción, sin embargo, no se encuentra en cuanto ya
dicho en La República ni en los anteriores diálogos de Platón. Por otra
parte, la misma definición que aquí se da de la justicia la dan Cármides y
Critias de
la templanza en el Cármides («el hacer lo propio de uno mismo»), donde es
discutida por Sócrates (161 b, y Timeo 72 a). Platón parece aquí
rectificar la opinión vulgar y establecer que ese concepto de hacer cada uno lo suyo
corresponde a la justicia, no a la templanza. Y ello sería enteramente claro si, conforme
a una conjetura de Adam, en la frase anterior en vez de «era la
justicia» se dijera «era
la templanza». Así, después de mencionada la opinión común aceptada
anteriormente por los mismos que ahora la recuerdan, vendría la rectíficación en lo que
sigue.
VIGOR A SU NACIMIENTO
Sócrates señala que ha inferido su definición de la
Justicia como un residuo del estudio de las otras virtudes. Y es que despues de
haber descubierto las virtudes de la prudencia, el valor y la templanza,
faltaría la virtud que les da vigor y las conserva despues de su
nacimiento. El razonamiento está un tanto abreviado y por ello resulta oscuro: supuestas
ya las tres primeras virtudes, prudencia, valor y templanza, en las que se ha abarcado
todo el cuerpo social, la que quede como necesaria a la ciudad será la justicia conforme
a la teoría de los residuos (428 a); por otra parte, esa virtud que queda ha
de dar a las otras tres el vigor necesario.Y ello consiste en hacer cada uno lo suyo;
luego la justicia es hacer cada uno lo suyo.
BONDAD EN LA CIUDAD
Y es que, según Sócrates, si alguien tuviera que
responder a la pregunta de cual de todas las virtudes hace con su presencia totalmente
buena a una ciudad, no sería muy correcto afirmar que es aquella que mantiene a los
soldados en la opinión legítima sobre lo que es realmente temible;{valor} o
la que se asienta en el niño, la mujer, el esclavo, el hombre libre, el artesano o el
gobernante y gobernado; {templanza} o la que permite la igualdad de opiniones
entre gobernantes y gobernados.{prudencia} Y es que estas virtudes, aunque hacen a
una ciudad entera prudente,valerosa y templada, no pertenecen por igual a todos
los ciudadanos. Sin embargo, el que dentro de una ciudad cada uno haga en ella lo que
es propio parece que generaliza y sintetiza las otras virtudes en una sóla. Y ello
parece que se corresponde con la justicia.
JUZGAR EN LOS PROCESOS
En 428 d, es donde se ha establecido que la prudencia
es el saber que resuelve sobre el modo de que la ciudad lleve lo mejor posible sus
relaciones en el interior, etc., y que este saber se halla en los jefes que se llaman perfectos
guardianes. Es claro que en la ciudad ha de haber jueces y que éstos, dada
la clasificación platónica, no pueden ser otros que los gobernantes.
POSESIÓN Y PRÁCTICA DE LA JUSTICIA
Según Socrates la posesión y la práctica de lo
que a cada uno es propio constituye la justicia. Hay aquí una cierta confusión
producida al querer Platón relacionar su concepto de la justicia con la opinión común
de que ésta consiste en dar a cada uno lo suyo; porque, en rigor, no es lo mismo la posesión
de una cosa que la práctica de una profesión, aunque en un sentido amplio pueda
considerarse lo uno incluido en lo otro.
EL CARPINTERO Y SUS FUNCIONES
Por lo tanto, si un carpintero se dedica hacer el
trabajo del zapatero y viceversa o un artesano pretende entrar en la clase de los
guerreros, o uno de los guerreros en las de los consejeros o guardianes, sin tener merito
para ello, es evidente que tal trueque en las funciones sería ruinoso para una ciudad.
TROCANDO TODO LO DEMÁS
«Todo lo demás, se entiende con la excepción
que Sócrates va a señalar en lo que sigue: las funciones propias de gobernantes y
gobernados.
EL ARTESANO Y SUS FUNCIONES
Por lo tanto, si un carpintero se dedica hacer el trabajo
del zapatero y viceversa o un artesano pretende entrar en la clase de los
guerreros, o uno de los guerreros en las de los consejeros o guardianes, sin tener merito
para ello, es evidente que tal trueque en las funciones sería ruinoso para una ciudad.
TRUEQUE DE FUNCIONES
Platón tiene aquí su mente puesta en los políticos
improvisados de Atenas. Las aserciones que siguen se encuentran ya más arriba en 421.
CRIMEN CONTRA LA CIUDAD
El entrometimiento y trueque mutuo de los linajes
existentes en la ciudad, es el mayor daño de la ciudad y su mayor
crimen. Y tal crimen no sería otra cosa que la injusticia.
LA INJUSTICIA
Por consiguiente, concluye Sócrates, parece que hemos
cazado no solamente la justicia, como sinónimo de actuación en lo que
le es
propio a cada uno de los linajes de la ciudad, sino tambien a la injusticia como
sinónimo del entrometimiento, y, por tanto, el hacer dejación de sus funciones propias
como estamento social.
LO SEMEJANTE TIENDE A LO SEMEJANTE
El punto de partida acerca del porque no tiene porque
existir gran diferencia entre ciudad justa e individuo justo es, de
alguna forma, la creencia en la ley de la tendencia de lo igual hacia lo igual.
Sócrates afirma que cuando se predica algo de una cosa que es lo mismo que en otra, ya
sea más grande o más pequeña, parece evidente que ese algo será semejante tanto en una
cosa como en la otra. Por consiguiente, si ese algo es la idea de justicia,
parece la justicia no diferirá en nada en un hombre justo y en una ciudad
justa.
LA CIUDAD JUSTA
Socrates hace referencia a lo establecido anteriormente
acerca de que una ciudad justa aparece cuando los tres linajes de
naturalezas que hay en ella hacían cada uno lo suyo propio; y, al mismo tiempo, se nos
mostró como temperada, valerosa y prudente por otras condiciones presentes en
estos mismos linajes. Pues bien, ahora se trataría de analizar si el individuo tiene
en su propia alma estas mismas especies con el objeto de ver si se nos aparecen los
mismos calificativos que en la ciudad. Este planteamiento le llevará a Sócrates a
analizar si es posible descubrir en el alma humana estos tres linajes
ya que si ello es cierto entonces tendríamos que reconocer que en cada uno de
nosotros se dan las mismas especies y modos de ser que en la ciudad.
ESPECIES DE ALMA
Para el rigor de la conclusión debería haber dicho
«linajes» como arriba. Es claro que Platón admite en el alma, mientras está
encarnada, distintos elementos que llama indiferentemente eíde, géne, mére y que
se traducen, conforme a su sentido etimológico, «especies, linajes, partes»,
igual que cuando se trató de las clases de la ciudad. Esto plantea el problema de la
simplicidad del alma como ser inmaterial; y, aunque Platón no suscita aquí directamente
la cuestión, puede entenderse que para él las especies, linajes o partes del alma no son
más que sus diferentes modos de operación. Del modo de ser del alma una vez que está
separada del cuerpo se trata en el libro X.
PROBLEMAS RELACIONADOS CON EL ALMA
Sócrates plantea aquí el problema que analizará de modo
detallado más adelante: si el alma tiene en sí tres especies o linajes o no.
METODO INSUFICIENTE
El sentido de este párrafo no resulta obvio y ha dado
origen a muchas discusiones; puede entenderse, sin embargo, que, al hablar de la
insuficiencia del método, Platón se refiere no a la presente cuestión psicológica,
sino al problema ético de la definición de las virtudes a que aquél sirve de
introducción; y con respecto a este fundamental asunto sostiene que hace falta un
procedimiento más largo y complicado que se descarta en este lugar.
LA CIUDAD Y CADA UNO
Según Sócrates no es un absurdo identificar los linajes
de la ciudad con los linajes del alma indiviudual ya que a las ciudades las
hacen los individuos lo que explicaría que se hablase de ciudades de índole
arrebatada como Tracia y Escitia; o ciudades amantes del saber como la misma Atenas;
o ciudades en donde reina la avaricia como suele decirse de los fenicios y de los
habitantes de Egipto. De todos modos,
que la índole de un estado o ciudad dependa de la de sus ciudadanos y que haya estados de
tres clases distintas según el temple de los que lo forman, no implica que en
cada ciudadano hayan de darse las notas o elementos a ellos correspondientes; Platón
vuelve, pues, un tanto apresuradamente a su tema favorito de la ecuación entre el
individuo y el Estado. Por lo demás, las gentes salvajes del Norte son presentadas como
prototipos del temperamento colérico, así como los pueblos comerciales de Fenicia y
Egipto sirven de representación del temperante.
DIFICIL DE SABER
La dificultad a la que Sócrates se refiere está
relacionado con algo que ya había planteado anteriormente y que es necesario resolver: ¿hacemos
las cosas por medio de una sola especie de alma, o, siendo ellas tres, hacemos cada cosa
por una de ellas?
ENTENDEMOS
La capacidad de entender parece estar relacionada
con una de las especies del alma: la racional.
NOS ENCOLERIZAMOS
La capacidad de encolerizarse parece estar
relacionada con otra de las especies del alma: la irascible.
APETECEMOS
La capacidad de apetecer parece estar relacionada
con otra de las especies del alma: la concupiscible.
SUFRIR COSAS CONTRARIAS
Formúlase aquí, por primera vez en la literatura griega, el
principio de contradicción; y es de notar que se hace con aquellas precisiones que
han de preservar su vigencia contra los adversarios y en cuya necesidad había de insistir
machaconamente Aristóteles. Tal rigor era preciso para prevenir así la respuesta de los
heracliteos, supuestos negadores del principio, como las argucias de los sofistas:
en este espíritu se dan las explicaciones subsiguientes.
EXACTITUD
En relación con el principio de contradicción,
Sócrates, exige aclaraciones que nos situen en su plano exacto ante el significado de tal
principio. Por eso al formular el principio de contradicción como aquel en
dónde es imposible que un mismo ser admita hacer o sufrir cosas contrarias al mismo
tiempo, Sócrates, intenta fundamentar la seguridad del mismo con el objetivo
de no dudar en absoluto de él ante los ataques y argucias de los sofistas. Asi
analiza criticamente los ataques a este principio, por ejemplo, a partir de aquellos que
podrían afirmar que es posible que un hombre se mueva y esté quieto al mismo tiempo,
ya que podría estar quieto y, al mismo tiempo, mover las manos y la cabeza. Pues bien,
Sócrates, quiere aclarar con exactitud que en este caso no habría alteración en el
principio de contradicción ya que una parte de él estaría quieta y otra estaría
moviéndose. Y el principio establece que no puede ser que algo se mueva y esté
quieto al mismo tiempo en una misma parte de sí misma.
LAS PEONZAS
Siguiendo con el tema de la necesidad de aclarar con
exactitud el significado del principio de contradicción, Sócrates, analiza el ejemplo de
las peonzas que están en reposo y se mueven enteras cuando bailan con la púa
fija en un punto sin salirse de su sitio. Tampoco valdría este caso, afirma Sócrates,
como ejemplo de principio de contradicción ya que no permanecen y se mueven al mismo
tiempo en la misma parte de sí mismos sino que en ellos hay una linea recta y una
circunferencia y que están quietos por su linea recta, puesto que no se inclinan a
ningún lado, pero que por lo que se refiere a su circunferencia se mueven en redondo.
Por lo tanto, en este caso, no estarían quietos y, al mismo tiempo, moviéndose en una
misma parte de la peonza. Por otro lado, cuando la linea recta se inclina a la
derecha o a la izquierda, hacia delante o hacia atrás al mismo tiempo que gira
circularmente, entonces ocurrre que no están quietos en ningún respecto.
NO DEJARSE PERSUADIR
En definitiva, Sócrates quiere dejar claramente
establecido lo siguiente: no debemos dejarnos nunca conmover ni persuadir por estas
argucias acerca que algo pueda sufrir ni ser ni obrar dos cosas contrarias al mismo
tiempo.
DE MODO DISTINTO
Platón siente aquí, comno luego Aristóteles, que el
Principio de contradicción no puede ser probado; y por ello, después de haber
explicado su alcance, sigue adelante con la irónica observación de que, si flaquea su
evidencia, carecerá de base todo cuanto establezca en adelante.
TENDENCIA
Sócrates hace referencia a apetitos que son
contrarios entre sí ya que mientras unos tienden a la satisfacción de algo,
otros muestran rechazo a llevar a cabo esa tendencia. Por ejemplo, es evidente que el
hambre y la sed son apetitos que tienden a ser satisfechos.
RECHAZO
Sócrates hace referencia a apetitos que son
contrarios entre sí ya que mientras unos tienden a la satisfacción de algo,
otros rechazan tan apetencia. Por ejemplo, es evidente que el que se ponde en huelga
de hambre rechaza la tendencia natural a calmar el apetito del hambre.
APETITOS
Sócrates describe como apetitos básicos al hambre
y la sed.
LA SED EN CUANTO ES SED
Aquí empieza una digresión de carácter lógico en que
Platón demuestra que cada apetito tiene un objeto específico propio y
que, si este objeto aparece a veces con notas calificativas distintas, ello depende de
elementos variables y no esenciales que se agregan a dicho apetito. La demostración se
hace en el ejemplo de la sed y la argumentación concluye en 439a.
ALGO ACCIDENTAL
Sócrates afirma que lo de menos son las cualidades
que acompañan a los apetitos o deseos, como puede ser que la comida sea fría o la bebida
caliente. Cada apetito no es apetito más que de aquello que le conviene por
naturaleza; y cuando le apetece de tal o cual cualidad, ello depende de algo
accidental que se le agrega.
POR SORPRESA
Sócrates pone sobreaviso a sus interlocutores para que no
sean cogidos por sorpresa, por ejemplo, con las argucias de los sofistas que
podrían afirmar que nadie apetece bebida, sino buena bebida, ni comida sino buena
comida; para concluir que los apetitos son el deseo de algo bueno y placentero.
Sócrates rechaza esta posición para señalar que cada apetito desea realmente aquello
que le conviene por naturaleza (la sed desea la bebida; el hambre la comida....). Los
añadidos son algo accidental.
APETITO DE LO BUENO
Es lo más importante del argumento: todos los apetitos
son por sí de algo bueno, pero, si nos concretamos al apetito mismo, esta bondad de
lo apetecido puede ser sólo aparente; sobre la bondad real del objeto
no puede juzgar el apetito, sino la razón. Hay, pues, que quitar la nota de «buena
en la bebida que es objeto de la sed.
OBJETO PROPIO
Pero no solamente cada apetito tiende hacia lo que desea
por naturaleza sino que tiene tambien su propio objeto, es decir, un objeto en
sí mismo y diferente de los demás. Tal objeto, además, podrá ser general o
específico.
LAS CIENCIAS
Así, por ejemplo, decimos que la ciencia en sí
tiene por objeto general el conocimiento en sí. Ahora bien, tambien puede haber una
ciencia que tenga su objeto específico. Asi, por ejemplo, una vez que se creó la ciencia
de hacer edificios, ésta quedó separada de las demás ciencias y recibió el nombre de
arquitectura, es decir, quedó calificada como ciencia que posee un objeto
específico. En definitiva, una vez que una ciencia ya no tiene por objeto el de la
ciencia en sí, sino otro determinado, ella misma queda determinada como ciencia y eso
hace que no sea llamada ya ciencia a secas, sino ciencia especial de algo que se le ha
agregado.
LA MEDICINA
Observación que tiende a precisar y a evitar malas
inteligencias y confusiones siempre teinibles de un adversario sofístico y enredador: hay
una correspondencia de extensión entre la ciencia y su objeto, pero esto no quiere decir
que la ciencia sea de la misma naturaleza que su objeto. La ciencia de las
enfermedades no ha de ser una ciencia enferma, ni la ciencia del mal una ciencia mala.
ALMA DEL SEDIENTO
El alma del sediento, en cuanto tiene sed, no
desea otra cosa que beber y hacia ello tiende.
EVIDENTE
Conclusión del argumento iniciado en 437 d. Con
ello se vuelve al punto capital de la distinción entre los elementos del alma; y se
empieza por distinguir entre lo concupiscible y lo racional.
COSA DISTINTA
Si algo retiene a la tendencia natural del alma
que lleva al sediento a intentar calmar su sed tendrá que ser alguna cosa distinta
a aquello que la impulsa a desear beber, ya que como hemos establecido anteriormente,
una misma cosa no puede hacer lo que es contrario en la misma parte de sí misma en
relación con el mismo objeto y al mismo tiempo.
AL MISMO TIEMPO
Al hablar de la «sed del alma» y de «una
misma cosa no puede hacer...y al mismo tiempo etc.», presenta Platón el concepto de
unidad del alma.
IMPULSO
Establecido todo lo anterior, Sócrates, plantea a
Adimanto
si acaso no es cierto que existen algunos que tienen sed y, al mismo tiempo, no
quieren beber. Adimanto responde que sí. Pues bien, según Sócrates, ello significa
que tiene que haber en su alma un objeto específico, relacionado con lo que les
impulsa
a beber y otro relacionado con algo que los retiene en tal impulso.
RETENCIÓN
Establecido todo lo anterior, Sócrates plantea a Adimanto
si acaso no es cierto que existen algunos que tienen sed y, al mismo tiempo, no
quieren beber. Adimanto responde que sí. Pues bien, según Sócrates, ello significa
que tiene que haber en su alma un objeto específico,relacionado con lo que les impulsa a
beber y otro relacionado con algo que los retiene en tal
impulso.
RAZONAMIENTO
El objeto relacionado con la retención nace del
razonamiento. Por ello, afirma Sócrates, llamaré a aquello con lo que se razona, lo
racional del alma. Con esta afirmación, Sócrates, lo que realmente quiere es
mostrar que lo racional es algo totalmente distinto de lo concupiscible.
CONCUPISCIBLE
El objeto relacionado con el deseo y sensación,
por ejemplo, de hambre o sed nace de lo irracional y concupiscible. Con
esta afirmación, Sócrates, lo que realmente quiere es mostrar que lo concupiscible
que es algo totalmente distinto de lo racional.
LA CÓLERA
Pero no finaliza aquí el análisis ya que, tanto Sócrates
como Adimanto, son conscientes de que tienen que descubrir en el individuo no dos sino
tres linajes dentro del alma individual. Por ello, Sócrates pregunta tambien acerca
de si la cólera y aquello que nos permite hacerlo será una tercera especie o
será de la misma naturaleza que las otras dos especies descritas. En principio, Adimanto,
señala que parece ser de la misma naturaleza que lo concupiscible.
LA CÓLERA Y LO RACIONAL
Se ha notado que la correspondencia entre los tres
elementos del alma y las tres clases de la ciudad quiebra un poco en este
punto, porque la clase de los gobernantes no es sino una selección de la clase
de los guardianes, mientras que lo racional no es una parte selecta de la
colérico, sino algo esencialmente diferente.
LEONCIO
Sócrates no tiene tan claro que la
cólera y lo concupiscible sean de la misma naturaleza. Para demostrarlo se
sirve de una anécdota: un cierto Leoncio subía al Pireo por la parte exterior
del muro norte cuando advierte la presencia de unos cadáveres que estaban en tierra al
lado del vérdugo. Comienza a sentir deseos de verlos, pero, al mismo tiempo, una
repugnancia que le retraía a hacerlo. Así estuvo luchando y cubriéndose el
rostro hasta que, vencido por su apetencia, abrió enteramente los ojos y corriendo hacia
los muertos dijo: ¡Ahí los teneis, malditos, saciaos de hermoso espectáculo!
VERDUGO
Sobre este Leoncio y su carácter sensual y liviano hay
conservado un texto de la comedia Las buhoneras de Teopompo, representada
entre el 410 y el 400, lo que no aporta grandes conclusiones cronológicas. El muro norte
de los dos que limitaban el camino del Pireo era llamado también muro
exterior, porque el
opuesto o del sur quedaba entre él y el que conducía al Falero, el otro puerto de
Atenas, y era, por tanto, interior. Sin duda el verdugo, cuando pasó Leoncio, se
disponía a arrojar los cadaveres de los ejecutados en el báratro u hondo
barranco, lugar común para este efecto situado fuera de los muros.
COMBATE
La conclusión que Sócrates deduce aparece ahora clara:
la historia nos muestra que la cólera combate a veces los apetitos como algo distinta a
ellos.
ALIADA DE LA RAZÓN
Sócrates señala tambien que la anécdota interior
nos demuestra que cuando entran en conflicto los deseos concupiscibles y la
razón, la cólera se hace aliada de la razón no haciendo nunca causa común con
las concupiscencias. La alianza de la cólera con la razón es bien conocida por la
intetpretación corriente del consejo paulino (Epb. IV 26): irascimini et nolite
peccare. De donde algunos escritores eclesiásticos llamaron a la ira instrumentum
virtutis. Sabido es que los estoicos, por el contrario, condenaron toda clase de ira,
y que esto fue motivo de perpetuas diferencias entre ellos y los platónicos.
PADECE INJUSTICIA
«La ira se produce a la aparición de la injusticia -dice
Aristóteles, Eth. Nic, 1135 b 28-29-; pero obsérvese que Platón sigue ha blando
aquí únicamente del hombre de índole generosa.
COMPARACIÓN
Sócrates compara la cólera con un perro que
obedece a su pastor y con los auxiliares que,como perros de raza, están siempre
al servicio de los gobernantes.
REVELACIÓN
Según Sócrates el análisis realizado sobre la naturaleza
de la cólera nos ha revelado a ésta como lo contrario de lo que podíamos
pensar hace un momento. Pensábamos que era algo concupiscible y ahora confesamos
que en la lucha del alma hace armas a favor de la razón.
TRES ESPECIES EN EL ALMA
Sócrates, concluye afirmando que, de momento, parece que
hemos descubierto lo siguiente: del mismo modo que en la ciudad eran tres los linajes
que la mantenían, el traficante, el auxiliar y el deliberante, así parece que existen
tres linajes dentro del alma humana, el racional, el concupiscible y el irascible.
Este último se nos manifiesta como un auxiliar por naturaleza de lo racional,
siempre, claro está, que no ser pervierta por una mala crianza.
DISTINTO
Distinguido lo irascible (colérico) de lo
concupiscible se
hace preciso distinguirlo tambien de lo racional. Esto lo consigue, Sócrates,
mediante el ejemplo del caso de los niños y de los animales y el testimonio de
un verso de Homero ya citado en 390 d. El resultado final es la
confirmación de la correspondencia entre las especies y las clases de la ciudad.
MUNDO DE LOS NIÑOS
Parece evidente que los niños cuando nacen están
llenos de cólera y la razón parece que no la alcanzan hasta muchos más tarde, e
incluso, muchos no llegan a alcanzarla nunca. Lo mismo sucede en las bestias.
TESTIMONIO
Cita que, según Sócrates, probaría que cólera y
razón son cosas distintas. En la frase de Homero: Pero a su alma increpó
golpeándose el pecho y le dijo....; es evidente, según Sócrates, que son dos cosas
distintas el que increpa y el que es increpado.
DE LA MISMA MANERA
Ahora bien, si lo dicho anteriormente es cierto, entonces
el individuo que sea prudente lo deberá de ser por la misma razón que lo es la
ciudad; y lo mismo habría que decir del valeroso y el templado.
JUSTICIA EN EL SUJETO
Si hemos visto que una ciudad era justa porque
cada una de sus tres clases hacía en ella aquello que le era propio, así tambien el
sujeto individual solamente será justo si hace tambien lo propio en cuanto cada
una de las cosas, que en él hay. Esas cosas que en él hay son,
evidentemente, las tres especies de alma.
GOBIERNO
Sócrates señala que sería a lo racional
a quien compete el gobierno, por razón de su prudencia, sobre el alma toda.
SUBDITO
Por su parte, a lo irascible le correspondería el
ser el súbdito y aliado de la razón.
COMBINACIÓN MUSICA-GIMNASIA
Se ha observado que, aunque Platón habla aquí de los efectos
de la combinación de música y gimnástica y no de los particulares de una y otra (ver
411 e), en realidad, sólo menciona los de la música («dando tensión a lo
uno», es decir a lo racional), por lo que Adam sospecha haya una preparación para el intelectualismo de los libros VI y VII. Sea lo que sea,
la idea que aquí se refleja es que mediante la combinación de la música y de la
gimnasia se logrará que la razón, con sus consejos de tipo armónico y
rítmico, consiga que la parte irascible remita y se aplaque.
OCUPANDO
De la misma manera que la clase inferior o de los
traficantes era la más numerosa en la ciudad asi (ver. 428 e) así sucede con la
parte concupiscible en relación con el alma.
LO QUE LLAMAMOS PLACERES
Dice «llamamos placeres» para indicar que no lo
son en realidad.
EL VALEROSO
El valeroso sería el individuo que, a través de
lo irascible, sabe conservar el juicio de la razón sobre lo que es temible y
sobre lo que no lo es.
PRUDENTE
Por su parte el hombre prudente será aquel que,
sobre la base de la pequeña porción racional presente en él, da preceptos a
lo irascible pues posee la ciencia de lo conveniente para cada cual y para
la comunidad entera con sus tres partes.
JUSTO
Por último, será justo el individuo que posea un tipo de
alma en donde cada uno de sus linajes ejerce la función que le es propia por
naturaleza.
TEMOR A OSCURECIMIENTO
Sócrates expresa aquí el temor de que, al trasladar la
idea de justicia de la ciudad al individuo, se borre u oscurezca de modo que
resulte imposible de reconocer. Para demostrar que no es así, Platón recurre a una prueba
de orden común: el varón que se asemeje a la ciudad que hemos ideado como justa, ¿podría
ser injusto en el sentido ordinario de la palabra?
EJEMPLO
Con el objeto de responder a la pregunta planteada
anteriormente, Sócrates pone el ejemplo de un sujeto, que vive en una ciudad como la
recien fundada y con un alma gemela a tal ciudad, y que recibe un depósito de oro o
plata. Lo lógico sería que intentase robarlo antes que él otro que no tuviese el
mismo tipo de educación y que viviese en una ciudad no justa. Lo mismo podría decirse en
lo que se refiere al cometer sacrilegios, traciones privadas o públicas, adulterios,
cumplimiento de promesas, respeto a los padres, etc. Platón reproduce en este pasaje la concepción
común del hombre justo con su honestidad y lealtad en la vida pública y en la privada,
incluida la nota de cusébeia o piedad considerada como justicia para con los
dioses. Pero, si tales son las notas exteriores y visibles de la justicia, su raíz es la
que se ha expuesto ya al considerarla en la ciudad y ahora va a aplicarse al individuo.
CAUSA DEL COMPORTAMIENTO
La razón de su comportamieno justo, en relación con el sujeto del
ejemplo anterior, no sería otro que el que cada una de las partes de su alma hace lo
suyo propio tanto en lo que toca a gobernar como en lo que toca a obedecer.
IMAGEN DE JUSTICIA
Conforme a lo establecido en 434 d-e se ha comenzado por
buscar la justicia en algo de mayor extensión (la ciudad), donde era más fácil
intuirla, para luego observarla en el individuo; ahora hace ver que aquella justicia
observada en la ciudad no era más que una imagen o semblanza de la
verdadera justicia que
se halla en el hombre cuando cada una de las partes de su alma hace lo que le es
propio.
Aquella imagen o semblanza es, sin embargo, útil porque nos conduce a la realidad. Otros
interpretan la mente platónica de manera distinta y ven en el proceso una elevación a la
pura idea de justicia desde sus distintas manifestaciones o revelaciones parciales (eídola)
así en el Estado como en el individuo: la fórmula «hacer cada uno lo
suyo» no
sería más que una de estas imágenes o semblanzas.
EN LO INTERIOR
Y es que una vez que se ha descubierto en el
alma de cada sujeto la naturaleza de la justicia, la justicia presente en la ciudad es
realmente una imagen o semblanza de la verdadera justicia que está dentro del hombre
mismo cuando cada una de las partes de su alma hace lo que le es propio. Por ello afirma
que la justicia realmente consiste en algo que se refiere no a la acción exterior del
hombre sino a su interior.
GRAVE, ALTA, MEDIA
Los intérpretes modernos se inclinan a creer que el autor
se refiere a las cuerdas correspodientes a las tres notas fundamentales de la escala:
primera (grave), octava (alta) y cuarta (media); el escoliasta, en cambio, cuenta dos
octavas con sus notas extremas (grave y alta) y entiende por media la última de la
primera octava, que es la primera de la segunda y, por lo tanto, común a ambas. En uno u
otro caso, las tres notas pueden ser llamadas «términos» (de intervalos armónicos).
Platón deja entrever que la armonía debe alcanza también a las notas intermedias
comprendidas entre estas fundamentales, lo que, respecto de lo comparado, quiere decir que
su división en tres elementos no es exhaustiva (Adám). Queda por observar que los
vocablos usados en el original por Platón no expresan el tono de las notas, sino la
posición de las cuerdas en el octacordio.
BIEN ACORDADO
Cuando el hombre no deja que ninguna de las partes de su
alma haga lo que es propio de las demás, ni que se interfiera en las actividades de los
otros linajes que en el alma existen, sino que se rige y ordena y se hace amigo de sí
mismo y pone de acuerdo sus tres elementos de un modo armónico, entonces es cuando, bien
templado y acordado, se pone a actuar ya en política, ya en lo que toca a sus contratos
privados, de una forma justa y buena. Con un alma así no se diría mentira al afirmar que
estamos ante un hombre justo en una ciudad justa y a la justicia
que en ellos hay.
OPINIÓN Y CONOCIMIENTO
Por primera vez se presenta aquí la oposición entre conocimiento
y opinión, que tendrá ulterior y amplio desarrollo.
LA INJUSTICIA
El tema de la injusticia
es tratado extensamente por Platón en los libros VIII y IX; aquí no hay más que
un bosquejo preliminar en que Platón saca las consecuencias inmediatas de lo tratado y
recoge conceptos de la opinión común acerca de aquélla como lo ha hecho antes con la
justicia.( 442 d).
SEDICIÓN
Es evidente que, según la concepción platónica, no
sería absurdo considerar a la injusticia como una especie de sedición.
Tal sedición se produciría cuando asistimos a la sublevación de una parte del
alma en contra del conjunto ordenado y acordado; y esto sucede cuando, por ejemplo, lo concupiscible o lo irascible deciden gobernar sin pertenecerles el
mando.
INJUSTICIA COMO ENFERMEDAD
Sócrates aplica aquí la concepción hipocrática de la salud y de la
enfermedad. Según Hipócrates, la salud consiste en la buena
proporción y la buena mezcla de la sangre, la flema y la bílis; cuando hay exceso
o defecto de alguno de estos humores o están separados o defectuosamente mezclados, se
produce la enfermedad. Pues bien, según Sócrates la injusticia
es una enfermedad pues permite que, o bien en el individuo, o en la
colectividad, los que mandan u obedezcan lo hacen contra natura.
PRODUCIR SALUD
Sócrates aplica aquí la concepción hipocrática de la salud y de la
enfermedad. Según Hipócrates, la salud consiste en la buena
proporción y la buena mezcla de la sangre, la flema y la bílis; cuando hay exceso
o defecto de alguno de estos humores o están separados o defectuosamente mezclados, se
produce la enfermedad. Pues bien, según Sócrates, la justicia
es salud. Y es, que del mismo modo que la salud consiste en disponer los elementos
de cuerpo de modo que dominen o sean dominados entre sí conforme a naturaleza;
producir justicia no sería otra cosa que disponer los elementos del alma para
que dominen o sean dominados entre sí conforme a naturaleza.
JUSTICIA COMO VIRTUD
Por todo ello, la virtud de la justicia se nos
aparece como salud y bienestar del alma.
INJUSTICIA COMO VICIO
El vicio, por su parte, se nos aparece como
enfermedad y flaqueza del alma.
OTRA INVESTIGACIÓN
A finales del libro IV, Sócrates, plantea la
necesidad de investigar, en relación con la justicia, si conviene obrar justamente,
portarse bien y ser justo, pase o no inadvertido el que tal haga, o cometer injusticia y
ser injusto con tal de no pagar la pena y verse reducido a mejorar por el castigo.
INVESTIGACIÓN RIDICULA
Adimanto señala que, despues de todo lo visto, le
parece ridícula tal investigación ya que del mismo modo que resultaría absurdo
defender que es preferible la enfermdead del cuerpo a la salud, del mismo modo, tambien,
es ilógico afirmar que es preferible la enfermedad del alma a su bienestar.
NO RENUNCIAR
Sócrates reconoce que efectivamente parece ridículo el
plantear tal análisis. Sin embargo, afirma, que, puesto que se ha llegado a un punto de
máxima claridad, sería importante no renunciar a tal análisis. Y es que cuando
se ha descubierto como puede destruirse el alma, mediante la injusticia, no estaría de
más señalar que la vida del hombre malvado y disoluto puede recobar su valor cuando
empieza a actuar para salir del vicio y recobrar la virtud.
UNA SOLA ESPECIE DE VIRTUD
Sócrates afirma que hay una sola especie de virtud
e inumnerables del vicio. El principio de la unidad de la virtud y variedad
del vicio había sido desde antiguo profesado por los pitagóricos y fue
despues repetido por Aristóteles (Ethica a Nicómaco 1106 b 28 y sigs.).
MODOS DE GOBIERNO
Sócrates deducirá las especies de vicio o injusticia
a partir del estudio que en los libros VIII-IX realizará sobre las diferentes formas
de gobierno existentes en las ciudades. Allí, de modo magistral, establecerá una
conexión entre ciudad y sujeto individual. El estudio del
caracter psicológico concordante con cada una de las formas de gobierno injusto
nos revelará como es el sujeto injusto que con tal ciudad se corresponde.
CINCO FORMAS DE GOBIERNO
Aunque Sócrates habla de 5 formas de gobierno hay
que tener claro que son 4 las formas que considera como modos de gobierno
injusto (timocracia, oligarquía, democracia y tiranía) y
solamente uno como modo de gobierno justo (Aristocracia).
DENOMINACIONES DEL GOBIERNO JUSTO
En verdad Platón nos ha presentado a los gobernantes de su
ciudad como una clase y, por tanto, como una pluralidad; aquí apunta que el gobernante
puede ser uno solo y distintas indicaciones en el resto de la obra (540 a y sigs.,
576 e, 587 b) nos llevan a la conclusión de que consídera a la monarquía
sólo
como una forma especial de aristocracia. En El político, por el contrario
(301 y sig.), al hacer la clasificación de los regímenes en monarquías, aristocracias y
democracias con los tres tipos degenerados correspondientes se marca una distinción
fundamental entre los dos. En definitiva, de los cinco modos de gobierno sólo existe un
único justo. Este modo o forma de gobierno justo puede recibir dos denominaciones: cuando
un hombre sólo se distingue entre los gobernantes (reino o monarquía) y cuando son
muchos los que gobiernan (aristocracia).