San Agustin (354-430)
(Vida y Obras)

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  1. San Agustin nació en Tagaste, norte de Africa, el año 354. En las Confesiones afirma: "Yo fui concebido en iniquidad y me alimentó en pecados mi madre en su seno"; desde el comienzo queda clara la estructura de las "Confesiones"; el hombre pecador, caído, conducido a la verdad por la gracia divina.
  2. Educado cristianamente por su madre Mónica (aunque no bautizado, según entonces era costumbre) se trasladó a Madaura en 365 y más tarde a Cartago (370) a estudiar retórica: anduvo entonces "apartado de Ti ... amar y ser amado era la cosa más dulce para mi, sobre todo si podía gozar del cuerpo del amante ... quería mi madre que no fornicase".
  3. La lectura del "Hortensia, de Cicerón (373) "cambió mis afectos y mudó hacia Ti, Señor, mis súplicas ... suspiraba por la inmortalidad de la sabiduría". Leyó entonces las Sagradas Escrituras y las consideró "indignas de parangonarse con los escritos de Tulio".
  4. Más adelantes se hace maniqueo (lo sería durante nueve años) por tres razones principales: porque suministraban una explicación racional del mundo, porque su atribución del origen del mal a un principio sustancial independiente le eximia de responsabilidad en sus pecados y porque le satisfacía su concepción corpórea de Dios ya que "no te buscaba con la inteligencia sino con los sentidos de la carne".
  5. Después abre una escuela de Retórica y dice vivir entregado "al vago ardor de mi pasión" (tuvo por entonces un hijo) y a la astrología que dispensa al hombre de culpa. 
  6. La lectura de Aristóteles y otros filósofos hizo tambalear sus creencias maniqueas: sus dudas se referían a los números, sucesión de las estaciones y cuestiones astrológicas; el obispo maniqueo Fausto no consiguió aclararlas y Agustín se distanció de la secta, mas no hasta el punto de separarse definitivamente de ella. Aun después de su marcha a Roma (año 383), su pensamiento conciliaba el escepticismo académico ("se debe dudar de todas las cosas") con la concepción maniquea del mal y la ausencia de culpa humana, con la creencia en la corporeidad de Dios y del mal y con la aceptación de la critica maniquea a las Escrituras. 
  7. En el 384 se traslada a Milán "desesperado ya de que hubiera para el hombre algún camino que le condujera a Ti": al descubrirle San Ambrosio la interpretación alegórica de las Escrituras "según el espíritu", rechaza el apego critico de los maniqueos a la letra, mas la imposibilidad de concebir una sustancia espiritual hacía que "si por una parte la fe católica no me parecía vencida, aún no me parecía vencedora". "Dudando de todas las cosas y fluctuando" llegó, sin embargo, a dar "preferencia a la doctrina católica" a partir de la reflexión sobre el importante lugar de la creencia en la vida humana. Creyente en "que existías (Dios) y tenias cuidado del género humano", cierto "de que dos y tres son cinco", sin embargo, "retenía mi corazón de todo asentimiento" y deseaba entregarse "a la sola investigación de la verdad". Mas se veía impedido por sus "deseos de honores, riquezas y matrimonio .. de felicidad temporal" y "pensaba que había de ser muy desgraciado si me veía privado de las caricias de la mujer", La autoevidencia de este conflicto interno de voluntades "casi me convencía de que allí estaba la causa del pecado" y de que por tanto el origen del mal se encontraba en el libre albedrío. 
  8. Fue entonces cuando leyó "ciertos libros de los platónicos" (algunas Enéadas de Plotino) encontrando en ellos la teoría del Verbo divino, mas no los dogmas de la Encarnación y la Redención. "Y amonestado de aquí a volver a mi mismo, entré en mi interior guiado por Ti... y vi con el ojo de mi alma." sobre mi mente", una luz inconmutable", se le apareció entonces la indubitabilidad de la existencia de la verdad. Mas no comprendía aún la Encarnación y el papel Mediador de Jesús y se entregó a la lectura de las Escrituras, "y con preferencia a todos al apóstol Pablo." y comprendí y hallé que todo cuanto de verdadero había yo leído allí, se decía aquí realzado con tu gracia". "Cierto estaba de tu vida eterna ... mas sentíame todavía fuertemente ligado a la mujer"; "así vine a entender por propia experiencia cómo la carne apetece contra el espíritu y el espíritu contra la carne". La conversión intelectual necesitaba aún para consumarse la conversión de la voluntad: "Todo ello consistía en no querer lo que yo quería y en querer lo que Tú querías". 
  9. Fue la orden divina de leer un pasaje del Apóstol y la exhortación de éste ("no cuides de la carne con demasiados deseos") lo que provocó que "se disiparan todas las tinieblas de mis dudas". Se retiró entonces a Casiciaco y se entregó a la búsqueda de la verdad; en las obras que allí compuso ("De beata vita", "De ordine", "Contra Academicos", "Soliloquia" y "De inmortalitate anima") se contienen las principales nociones filosóficas sobre las que siempre girará: la noción de orden jerárquico y total del universo gobernado por Dios, la concepción eudamonista de la sabiduría como búsqueda de la felicidad (únicamente encontrable en Dios, la autoevidencia de la verdad por certeza de la duda, de las verdades lógicas y matemáticas y la universalidad de las reglas morales, y la noción de verdad como regla inmutable que revela la existencia de Dios.

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CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LA FILOSOFÍA AGUSTINIANA

  1. Estrecha imbricación entre razón y fe, filosofía y teología. El interés principal de su pensamiento es la relación del alma con Dios y es en ese marco en el que deben encuadrarse todos los problemas; tal relación no es exclusiva ni principalmente intelectual por lo mismo que el itinerario hacia Dios tampoco lo es (crucial papel de la voluntad, del amor): el alma recuerda, entiende y quiere, su certeza lo es no sólo de que "piensa", sino simultáneamente de que "vive" y de que "es". En cuanto memoria, conocimiento y amor, el alma es imagen de la Trinidad.
  2. El alma tiene el conocimiento de verdades con carácter inmutable y necesario. Eso revela que en el hombre hay algo que le trasciende y ese algo, realidad puramente inteligible, necesaria, inmutable, eterna, vida de nuestra vida, "más interior a nosotros mismos que nuestro propio interior", es Dios.
  3. En su concepción de Dios, San Agustin se distancia de toda la tradición platónico-cristiana precedente, tanto griega como latina; frente al Dios neoplatónico "más allá del ser", San Agustín restablece al Dios cristiano en el plano del ser: Dios es "ipsum esse", essentia. inmutabilidad, identificado al "mundo platónico (las "ideas" no son "producidas" por Dios, sino consustanciales a Dios).
  4. El abismo platónico entre lo inteligible y lo sensible lo convierte San Agustín en infinita distancia entre Dios y las criaturas que sólo se salva en virtud de la creación libre y voluntaria del mundo por Dios. El ser, lo necesario, lo inteligible, lo inmutable, lo eterno, queda del lado de Dios; el no-ser, lo contingente, lo sensible, lo mutable y caduco, lo temporal, quedan del lado del mundo creado.
  5. La creación lo es a partir de la nada, y no es en el tiempo porque antes de la creación no había tiempo; con el mundo creado nace el tiempo. Dios creó de una sola vez todo lo que ha sido, es y será, y lo creó como rationes seminales, potencias invisibles, gérmenes de las cosas que habrían de desarrollarse en el tiempo.
  6. Las ideas son consustanciales a Dios. Esto implica - contrariamente a Plotino - la indistinción del Nous y el Uno y la consiguiente "esencialización" de éste así como -también contrariamente a Plotino- la Creación del mundo sensible a partir de la nada. En consecuencia, no hay lugar para la proodos
  7. Al no haber procesión (proodos) a partir de lo Uno (Dios) - como pensaba Plotino - no hay materia como negatividad. Para San Agustin la materia es creada y tiene por lo tanto existencia positiva; y en cuanto creada por Dios es por tanto en sí misma buena y no origen del mal. Éste no es ya algo necesario, según el neoplatonismo algo que será necesariamente superado en el retorno, sino que nace de la voluntad, del mal uso del libre albedrío. Representa la ausencia de un determinado bien en una naturaleza que debiera poseerlo. No otra cosa es el pecado, que consiste en volverse de espaldas a Dios: el alma se orienta a la materia, se esclaviza al cuerpo y deja de reconocerse en su íntima verdad. Caída, es incapaz de levantarse por sus solas fuerzas, y necesita de la gracia divina. Ésta es el origen incluso de la fe y está sometida a la absoluta predestinación divina; no suprime el libre albedrío, sino que lo convierte en libertad. La afirmación agustiniana del pecado original y su transmisión a todo el género humano desde Adán es en cierto modo la consecuencia de dos premisas enraizadas en su propia experiencia: la afirmación de la salvación y la convicción de que el hombre es incapaz por sí solo de alcanzar el bien.
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FILOSOFÍA DE LA HISTORIA EN SAN AGUSTÍN

INTRODUCCIÓN
a) El cristianismo nace dentro del pueblo judío en un momento en que tal pueblo forma parte del imperio romano. Este pueblo tiene como base fundamental de su religión el creer profundamente que tal pueblo, y sólo él, es el elegido de Dios. "Ahora, si escucháis mi voz y guardáis mi alianza, seréis mi pueblo peculiar entre todos los pueblos....Tales son las palabras que tu dirás al pueblo de Israel". (Exodo, XIX, 5-6). "Yo os haré mi pueblo y seré vuestro Dios" (Exodo, VI,7). Es, por consiguiente, un pacto entre dos, del cual (así se interpretó en un primer momento) quedan excluidos todos los demás pueblos, y también todos los demás dioses. Esto explica que Israel haya partido a la conquista de otros pueblos, mucho más preocupado por la esclavitud o incluso por destruirlos, que por hacerles entrar con él en la comunidad religiosa en la que tendrían puesto todos los adoradores del verdadero Dios.
b) Esta actitud primera del pueblo judío sufrirá un intento de renovación por parte de los profetas los cuales predican una religión algo más amplia y comprensiva aunque no sin caer en graves contradicciones. Y esto, por lo siguiente: este universalismo tiene su base en la concepción judía de un Dios único y creador de todos los hombres. De ahí se deducía que Yavhé era el Dios de todos y no solamente del pueblo judío. " El Dios que ha creado el cielo y la tierra no es un Dios entre los otros dioses....¿No soy yo, Yavhé, el único y nadie más que yo....volveos todos a mí y sereis salvos, confines todos de la tierra " (Isaías XLV, 20-24). Ahora bien, si Dios es el único que merece realmente esta calificación ¿cómo iba a ser el único pueblo llamado a rendirle culto? Y ¿por qué iba a ser Israel el único que iba a salvarse? Parece que los profetas estarían defendiendo un concepción universalista de la religión. Pero la cosa no es tan sencilla.
c) La concepción, aparentemente universalista, defendida por los profetas habría que situarla en un ámbito concreto so pena de no entenderla bien. En primer lugar, el universalismo que ahora aparece en Israel no tiene nada que ve con la la visión religiosa helenística que intenta sincretizar todo tipo distinto de religión. Y es que este tipo de sincretismo no dejaba de seguir siendo politeismo. Y lo que caracteriza, sin embargo, al pueblo judío es el culto a Yavhé como único Dios. El verdadero Dios no se concilia con los otros, simplemente niega su existencia y los elimina. La nueva orientación universalista no implica, por tanto, contaminación con otros dioses sino la creencia de que Yavhé es el único Dios y el más poderoso. En este sentido, como creador y padre de todos los hombres, y no solamente de los judíos, Yavhé, se consideraba con pleno derecho el Dios de todos y no solamente del pueblo judío. En este contexto es donde habría que situar esta nueva orientación de los profetas: el Dios de Israel, dado que había creado el universo y todo lo que existe en él, debía imponerse sobre todos los demás y, en este sentido, no sería el dios únicamente de los judíos sino de toda humanidad. Es un universalismo de tipo imperialista.
d) Además este universalismo, presente en los profetas, no implica que el nacionalismo religioso judío desaparezca y quede eliminado en Israel. Continúa estando muy presente la convicción de que toda sociedad ha de realizarse en torno al pueblo de Israel. Nada más natural, por tanto, que concebir a Jerusalén como el centro del culto futuro y ve a todas las naciones reunidas alrededor del altar de Javhé, para formar, con los restos de Israel, la sociedad de adoradores de Israel.
e) Ningún profeta ha representado mejor este hecho que
ISAIAS. Todo pueblo soberano que colabore en la obra de la salvación de Israel se encuentra asociado a la obra de Dios, como instrumento suyo. Así, por ejemplo, en Isa. XLV, 17, "Ciro es el úngido de Dios encargado de la reedificación del templo de Jerusalén". Comienza hablarse de la figura de "siervo de Javhé" encargado de llevar a cabo el universalismo preconizado. "Yo te hago luz de las gentes para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra" (Isaias XLIX,6) Su universalismo, por tanto, sigue siendo de tipo judaico. Además el reino de Jerusalén es temporal. Cuando el siervo de Javhé habla del triunfo futuro de Jerusalén, todavía está pensando en una judea temporal. Todos sus hijos se reúnen a su alrededor; las riquezas del mundo entero se amontonan ante el altar de Javhé ya que "extranjeros reedificarán tus muros y sus reyes estarán a tu servicio", sin posibilidad de tener opción ya que todas las naciones y los reinos que no te sirven perecerán y serán exterminados. En resumen, así en el segundo ciclo de Isaías, el universalismo del profeta sigue esencialmente un judaismo ya que el imperialismo de tipo religioso-judaico, es quien domina el panorama.
f) Y esta es la contradicción: se habla de universalismo pero sin abandonar, al mismo tiempo, el particularismo extremo y violento de los medios para conseguirlo. Los textos bíblicos hablan siempre de la invasión del mundo por el pueblo de Dios o de la sumisión de todo el mundo al pueblo de Dios. El drama del pueblo de Israel consistía en defender por un lado la existencia de una sociedad universal bajo el mando de un único Dios, pero, al mismo tiempo, a la hora de plasmar dicha sociedad no podía por menos que entrar en contradicción con los pueblos que le rodeaban. De ahí su dilema: o bien integarse, como un pueblo más, en la sociedad universal de Cristo; o bien obstinarse en la tarea de ensanchar hasta los límites de la humanidad un grupo étnico particular. Esto significaba tener que aceptar que la revelación había sido destinada a toda la humanidad en general y no a un grupo étnico particular.
h) Con San Pablo se produce un cambio total de perspectiva. Ahora serán la fe en Jesucristo y el bautismo los medios mediante los cuales el cristianismo intentó plasmar su ideal de universalismo (Marcos XVI, 16) a través de la Iglesia, anunciando, a su vez, un reino que no era de este mundo. Las discusiones planteadas entre Pedro y Pablo y la distinción persistente entre Iglesia y Sinagoga y los Gentiles, demuestran claramente cuanto trabajo costó lograr esta súbita ampliación de perspectiva (Galatas II, 8). Gracias a San Pablo, la noción cristiana de una sociedad verdaderamente católica acabó por triunfar. "Los gentiles son herederos con los judíos, y miembros del mismo cuerpo, y que participaron de la promesa de Dios por Jesucristo mediante el evangelio" (Efesos III, 6,7). "No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre; no hay varón o hembra, porque todos sois una persona en Cristo" (Galatas III,26-28).
Al hacer a todos los fieles miembros de un mismo cuerpo místico, esta doctrina fijaba, de una vez para todas, la naturaleza de la nueva sociedad. No una sociedad nacional, puesto que el evangelio era predicado a todas las naciones; ni una sociedad internacional, ya que, en adelante, no habría para ella ni griego ni judío, y hacía abstracción de todas las naciones. En una palabra, el nuevo reino no era de este mundo: vivir en él, era vivir en los cielos.
i) Este nuevo espíritu debió jugar un papel más importante del que se cree durante la decadencia de Roma y en los tiempos de los Padres de la Iglesia. El discurso de Celso señala claramente el peligro que implicaba para el imperio romano el intemporalismo defendido por los cristianos a los que reprochaba su desinterés por los asuntos públicos. La acusación de Celso parece que dejó, por ejemplo, a Orígenes, totalmente indiferente: ¿por qué habrían de ocuparse los cristianos de los asuntos del imperio? Tienen sus iglesias, cada una de las cuales está organizada como una patria (Carta a Diógenes ).
j) Esta situación, sin embargo, cambia totalmente a partir de la conversión del emperador Constantino. Esto hizo que la jerarquía de la Iglesia comenzara a ejercer una influencia preponderante en los ámbitos del Estado. Como cristiano hasta el mismo emperador estaba sometido a la Iglesia y la prueba de ello es la "bronca" que San Ambrosio echa al emperador Teodosio después de la matanza de Tesalónica en el año 390 d. d. Cristo. Desde estos momentos los obispos dan a entender que el imperio tiene su suerte ligada a la Iglesia y que la fidelidad al uno se identifica con la fidelidad al otro.
k) En el año 410, al mando de Alarico, los godos invaden y saquean Roma. Desde la conversión de Constantino, (Edicto de Milan en el 313) los paganos no había cesado de predecir que el abandono de los dioses de Roma sería su ruina. Los cristianos habían sostenido, sin embargo, que la prosperidad del imperio estaba estrechamente ligada a la Iglesia y, he ahí que, de repente, el imperio estaba en ruinas. Esto significaba claramente un triunfo de las tesis paganas.
l) Pues bien, el pensamiento político de San Agustín, habría que situarlo dentro de este contexto: hacer frente a estas tesis paganas y justificar a la iglesia y al cristianismo. Su Ciudad de Dios es la mejor prueba de ello.
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INFLUENCIAS EN LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA EN SAN AGUSTÍN

  1. Para el filósofo griego lo que pasa en el tiempo no es propiamente temporal; en el tiempo suceden cosas pero no pasa nada que sea absolutamente decisivo o dramático.

  2. Para el cristiano, sin embargo, hay un acontecimiento que divide y casi enemista los tiempos: la llegada del Mesías y su paso por la tierra divide el tiempo en dos. No es de extrañar que San Agustín pida a la fe que ilumine a la razón en su visión de la historia y del tiempo.

  3. La filosofía de la historia de San Agustín es una teología de la historia, es decir, la justicia de Dios en la historia y la justificación de esa justicia. La historia, en este sentido, es castigo pero también redención de ese castigo. Para el cristiano, la historia se inicia mediante el pecado, es decir, mediante el quebrantamiento de la ley divina; pero el pecado es sólo la condición necesaria de la historia, no su sustancia. La historia, por tanto, es la historia de los pecados humanos; pero también la salvación de los mismos. Por ello, no es una comedia divina o humana, ni tampoco una tragedia, sino un drama. La historia para San Agustín es el gran drama de la salvación. 

  4. La visión de la historia de San Agustín no puede desligarse del momento en que escribe la Ciudad de Dios (413 d. d. Cristo) es decir, en el momento de la filtración de los pueblos bárbaros dentro del imperio romano. A los ojos de San Agustín esto se presenta como el punto final del drama y el inicio de una época nueva. Es en este contexto en donde San Agustín elabora su teología de la historia. 

  5. La historia comienza propiamente cuando nace el tiempo y el mundo y el hombre por voluntad de Dios. Al dictado imperioso de su voz surge la materia y la forma, la figura de la masa y la masa misma. El tiempo adquiere sentido desde el momento en que a lo largo de él se desenvuelve lo que es esencialmente temporal: la persona humana y su dramática historia. Esta visión dramática de la historia no está presente en los griegos (ni siquiera en los estoicos y neoplatónicos). Para ellos la historia es algo que se repite eternamente a lo largo de ciclos que se van y vuelven. La historia es la misma naturaleza que evoluciona destruyendo y construyendo incesantemente los mundos. El hombre debe comprender este hecho como algo necesario y dejarse llevar por los acontecimientos ya que no tiene sentido rebelarse contra la naturaleza y consiguientemente la historia de esa naturaleza en donde estamos insertados. Para el cristianismo la historia es lineal y en ella no hay lugar para la apatheia y la tranquilidad de aceptar los acontecimientos. La historia es vivir sin reposo hasta que el corazón descanse en Dios. En la historia no hay paz ni sosiego. El sosiego solo es posible en aquella ciudad de los elegidos en donde ya no hay tiempo, y, por tanto, lugar para la discordia.

  6. Para el primitivo griego había muchas ciudades y una sola patria: la suya. Para el romano había una sola ciudad e infinitas patrias porque todo lugar era patria para el ciudadano. Ahora, para el cristiano, hay dos ciudades y una sola patria verdadera: la patria de la ciudad de Dios.

  7. La diferencia entre ciudad de Dios y ciudad terrena constituye el eje de la teología agustiniana. La ciudad divina es la ciudad de los ángeles que han perseverado y de los hombres destinados a la salvación. La ciudad terrena es la ciudad de los ángeles caídos y de los hombres a quienes la gracia no les ha alcanzado. Pero estas dos ciudades no aparecen en la tierra claramente diferenciadas. La separación es solamente interna y en realidad solo es conocida por Dios. Y ello es así hasta tal punto que no basta siquiera estar a la sombra de la iglesia para tener certidumbre de pertenecer a la ciudad de Dios. La pertenencia definitiva a la ciudad divina está solo en manos de Dios, en su presciencia divina.

  8. La presciencia y providencia divinas explican que no puede suceder nada en la historia que ya no estuviera previsto por Dios desde toda la eternidad. Esto último nos pone en relación con la concepción agustiniana de la LIBERTAD. Para San Agustín el hombre es libre por gozar, por la gracia de Dios, de la libertad. El conflicto que se plantea entre predestinación y libertad es un problema del cual San Agustín es consciente. De todos modos su análisis no deja de ser chocante: el hombre es libre solo en tanto que hace libremente lo que Dios sabe que ha de hacer libremente. Dios concedió la libertad a Adán, pero una libertad concedida a un ser insuficiente y finito hizo que Adán no fuera capaz de mantenerse en la inocencia primitiva. Ahora es necesaria la gracia de Dios para que el hombre pueda no pecar o si peca ser perdonado por Dios. Sea lo que sea la historia comienza con un pecado que es original y originario, sabido por Dios de antemano, pero que procede del mal uso de libertad por parte del hombre.
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LA CIUDAD DE DIOS

La CIUDAD de la que habla San Agustín está claramente definida desde el principio de su obra:

  1. Dios es su fundador y su rey; ella vive, aquí debajo de la fe; peregrina entre los impíos, el término de tal peregrinación es el reino de los cielos. Se trata, pues, del proceso de una sociedad sobrenatural en su origen y en su esencia, y, por ello, la denomina como Civitas Dei.

  2. Tal Ciudad de Dios tiene que vivir de forma provisional insertada con aquella otra sociedad que no vive la fe, es decir la civitas terrena. Los cristianos forman parte de una y de otra ciudad. Son miembros del Estado y, en este contexto, su religión les impone el deber de comportarse en relación con el mismo, como ciudadanos ejemplares. La única diferencia es que mientras unos actúan por intereses humanos, los otros lo hacen por piedad hacia Dios. No existen razones, según San Agustín, que impidan que las dos ciudades puedan vivir armónicamente.

  3. La ciudad de Dios es la encargada de conducir a los hombres hacia la felicidad que todos buscan y que la ciudad terrestre es incapaz de proporcionarles. Mientras que en la ciudad terrenal existen diferentes opciones en el terreno del conocimiento, la moral, etc; la ciudad de Dios no reconoce más que una, formulada por un pequeño número de autores sagrados que dicen todos lo mismo. Esta diferencia fundamental explica que la actitud de la ciudad de Dios, con respecto a la sabiduría, no sea la del estado pagano. Este último se desinteresa de lo que enseñan los filósofos; por ello el nombre místico del nombre de la ciudad terrestre es Babilonia, que quiere decir "confusión". En ella se enseña la verdad junto a la falsedad. De ahí que la nueva sociedad, el magisterio divino que ejerce la ciudad de Dios, tiene por fin mantener la unidad de la sabiduría revelada, que es la ley constitutiva de la ciudad de Dios.

  4. El libro XII de "La Ciudad de Dios" deja claro cómo la encarnación y sacrificio de Cristo termina con el mito griego de los ciclos cósmicos, instaurando una concepción rectilínea del tiempo. Cristo murió una vez para siempre llenando con su pleno sentido la historia, que no es cíclica y uniforme, sino que tiene un principio, un medio y un acabamiento; San Agustín concibe este acontecimiento crucial como la "redención de la esclavitud del tiempo"; pero tal redención sólo se realiza como condenación a peregrinar en el tiempo, como condenación a la historia: paradójicamente, es la historia la que nos redime del tiempo; pero sólo porque en ella se hace presente la eternidad por medio del sacrificio de Cristo. Es la eternidad la que manifestándose en la historia da sentido al tiempo. En cuanto tal, la historia es la lucha de dos ciudades, la Ciudad de Dios y la Ciudad del Diablo, Jerusalén y Babilonia; el dinamismo de esa lucha se halla regido por tres principios: la divina Providencia, el libre albedrío y las fuerzas secretas del mal. Todo está sometido al primero, pero al querer Dios la libertad de las criaturas y del mismo diablo, el libre albedrío se convierte en causa segunda, origen del mal, actuando a su vez en la historia como con-causa. Se genera así la dialéctica de los dos amores como motor de la historia: el amor de Dios y el amor (mal entendido) de sí mismo, la soberbia y el egoísmo.

  5. Aunque las dos ciudades tienen una existencia mística, espiritual, y no se identifican en sus limites y componentes con ninguna organización temporal, San Agustín tiende en ocasiones a confundir la Ciudad de Dios con la Iglesia, y la Ciudad del Diablo con el Estado. Esta abusiva asimilación está en el origen de lo que se llamará "agustinismo politico" o completa supeditación del poder temporal al poder espiritual.
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EL PENSAMIENTO POLÍTICO  
de San Agustín puede interpretarse de formas diferentes:

  1. Personalmente San Agustín se representó la situación política de los cristianos viendo la ciudad de Dios continuando su peregrinación a través de la ciudad terrestre y reclutando en ésta miembros de toda condición, de toda nacionalidad, que utilizan la relativa paz de la ciudad terrestre para gozar un día de la paz suprema de la Ciudad de Dios. La ciudad de Dios es distinta de la Ciudad terrestre pero compatible con ella. No existe, por tanto, una identificación clara de la Iglesia con la Ciudad de Dios.
  2. Sin embargo, esta visión agustiniana podía servir de base para justificar otras visiones diferentes. Así un día será necesario invocarlo para legitimar el derecho arbitrario que la Iglesia tenía en los asuntos del imperio. Ya en el año 492, el Papa Gelasio, hace notar que el emperador es hijo de la Iglesia, no su jefe, y que el poder temporal y el religioso son distintos. De esta manera, el rey está sometido al obispo en el orden espiritual, como el obispo lo está en el orden temporal. No se plantea aún el problema de la autoridad directa o indirecta del Papa sobre el emperador. Para sostener claramente esta tesis antes debería identificarse claramente la ciudad de Dios con la Iglesia, algo que sucederá más tarde. Consiguientemente aunque tal identificación no parece estar presente de modo claro en San Agustín, lo cierto es que está contenido de forma latente en su teoría de la "civitas dei, hoc est eius ecclesia".
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SOBRE EL TIEMPO

  1. No es exagerado decir que el tiempo es un invento judío. Aunque quizá habría que matizar que lo específicamente israelita es el tiempo lineal, frente al no­tiempo del Mito y al tiempo cíclico del logos griego. El paso griego del Mito al Logos (el nacimiento de la filosofía) conlleva, de hecho, el paso de la atemporalidad al tiempo cíclico.
  2. Y es que el espíritu griego se desarrolla sobre un paradigma espacial más que temporal, es decir, piensa el mundo como un cosmos que lleva a cabo movimiento regular y ordenado. En este sentido, el tiempo es algo que está en movimiento. Esto es lo que explica que en el griego arcaico no haya ninguna palabra que pueda ser correctamente traducida como "el" tiempo: chronos significa siempre "un" tiempo, un "espacio de tiempo", y aion es "un" tiempo finito, un "destino", una vida; ni uno ni otro son el tiempo uniforme e infinito. Y cuando Aristóteles en su Física se vea obligado a afrontar esta noción de la infinitud, a partir de su definición del tiempo como "el número del movimiento según el antes y el después", sólo podrá concebirla como tiempo cíclico o movimiento circular, sin comienzo ni final, siempre igual, cuyo "agente" no puede ser sino un motor inmóvil", Dios.
  3. Pues bien, la noción hebrea de creación elabora una concepción del tiempo que es rigurosamente incompatible con la ontología griega. Para el pensamiento hebreo el mundo "histórico" tiene un principio. Tal principio lo sitúa, en un primer momento, en el amor conyugal entre Dios (Esposo) e Israel (Esposa) en su Alianza. Sobre esta base, la historia no es otra cosa que la patética tragedia de las constantes vicisitudes de ese amor, de los encuentros y separaciones de los amantes, de sus uniones y abandonos. Y esa historia es trágica porque es eternamente inacabada, inconclusa, abierta.
  4. Más adelante, en el judaismo post-exílico, lleno de influjos mazdeístas y gnósticos, renuncia a este eterno inacabamiento y concibe la historia como caminando hacia el eschaton (el fin de los tiempos). A partir de ahora la historia no es ya el flujo y reflujo del amor entre Dios y su pueblo sino la lucha entre las fuerzas del bien y del mal, entre el reino de la luz y el reino de las tinieblas, entre Israel y sus enemigos. Ahora el triunfo final de Israel será obra de un Mesías enviado por Dios. Ahora la historia tiene un acabamiento, un final, una consumación gloriosa: el advenimiento del Reino de Dios.
  5. En este sentido, la historia ya no es considerada como una eterna tragedia sino como "progreso". Además, el sentido del tiempo (que sigue siendo lineal) se sitúa, sobre todo, en el futuro; el presente es sólo un medio para llegar a él. 
  6. Este tiempo lineal que conduce a la Salvación será hondamente afectado por la inflexión paulina. El cristianismo paulino intenta conciliar dos tiempos distintos, o mejor dicho superpone sobre el tiempo lineal de la historia el no-tiempo del Mito, siendo éste el que da sentido a aquél. Lo esencial se juega en la eternidad, en el plan creador y salvador de Dios prescrito desde siempre en el no-tiempo. Pero se desarrolla en la historia, en el tiempo lineal de la caída y la redención. Los "dos tiempos" se unen en un punto -la crucifixión- ritualmente reactualizado por la conversión interior del creyente. Por él, la eternidad penetra la historia y la dota de sentido, haciendo que ese sentido (la Salvación) no se sitúe ya en el futuro sino en el presente (a través de la participación en la vida eterna de Cristo por la fe).
  7. Pues bien, el movimiento por el que San Pablo interiorizó la salvación conduce inevitablemente al tiempo interior de San Agustin.
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El tiempo en San Agustín

La metafísica agustiniana es directamente dependiente de la ontología "platónica" del Creador y la criatura. Lo eterno queda del lado de Dios, lo temporal del lado de lo sensible, de lo creado, Pero "estando fija, la eternidad que no es futura ni pretérita, dicta los tiempos futuros y pretéritos"; "¿qué es, pues, el tiempo? - se pregunta San Agustín - Si nadie me lo pregunta lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta no lo sé", Pues el pretérito ya no es, el futuro todavía no es, y el presente sólo es tiempo cuando deja de ser presente y pasa a ser pretérito; si se mantuviera como presente, ya no sería tiempo sino eternidad. Ni el pasado ni el presente ni el futuro parecen ser tiempo. Y, sin embargo, es un hecho que medimos el tiempo y hablamos de "tiempo largo" y "tiempo breve", Pero no podemos medirlo en lo sensible mismo que siempre pasa y no queda y en el que nada puede llegar a "ser", sino que lo medimos en el alma, Sólo en ella existen los tres tiempos (pasado, presente y futuro) y existen sólo como presente: como presente de cosas pasadas (la memoria), como presente de cosas presentes (visión) y como presente de cosas futuras (expectación), El tiempo sólo existe porque el alma "espera, atiende y recuerda. a fin de que aquello que espera pase por aquello que atiende a aquello que recuerda".

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