San Agustin (354-430)
(Vida y Obras)
CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LA FILOSOFÍA AGUSTINIANA
FILOSOFÍA DE LA HISTORIA EN SAN AGUSTÍN
INTRODUCCIÓN
a) El cristianismo nace
dentro del pueblo judío en un momento en que tal pueblo forma
parte del imperio romano. Este pueblo tiene como base fundamental de su
religión el creer profundamente que tal pueblo, y sólo él, es el elegido de
Dios. "Ahora, si escucháis mi voz y guardáis mi alianza, seréis mi
pueblo peculiar entre todos los pueblos....Tales son las palabras que tu dirás
al pueblo de Israel". (Exodo, XIX, 5-6). "Yo os haré mi pueblo
y seré vuestro Dios" (Exodo, VI,7). Es, por consiguiente, un pacto
entre dos, del cual (así se interpretó en un primer momento) quedan excluidos
todos los demás pueblos, y también todos los demás dioses. Esto explica que
Israel haya partido a la conquista de otros pueblos, mucho más preocupado por
la esclavitud o incluso por destruirlos, que por hacerles entrar con él en la
comunidad religiosa en la que tendrían puesto todos los adoradores del
verdadero Dios.
b) Esta actitud primera del
pueblo judío sufrirá un intento de renovación por parte de los profetas
los cuales predican una religión algo más amplia y comprensiva aunque
no sin caer en graves contradicciones. Y esto, por lo siguiente: este
universalismo tiene su base en la concepción judía de un Dios único y creador
de todos los hombres. De ahí se deducía que Yavhé era el Dios de todos y no
solamente del pueblo judío. " El Dios que ha creado el cielo y la
tierra no es un Dios entre los otros dioses....¿No soy yo, Yavhé, el único y
nadie más que yo....volveos todos a mí y sereis salvos, confines todos de la
tierra " (Isaías XLV, 20-24). Ahora bien, si Dios es el único que
merece realmente esta calificación ¿cómo iba a ser el único pueblo llamado a
rendirle culto? Y ¿por qué iba a ser Israel el único que iba a salvarse?
Parece que los profetas estarían defendiendo un concepción universalista de la
religión. Pero la cosa no es tan sencilla.
c) La concepción,
aparentemente universalista, defendida por los profetas habría que situarla en
un ámbito concreto so pena de no entenderla bien. En primer lugar, el
universalismo que ahora aparece en Israel no tiene nada que ve con la la visión
religiosa helenística que intenta sincretizar todo tipo distinto de
religión. Y es que este tipo de sincretismo no dejaba de seguir siendo politeismo.
Y lo que caracteriza, sin embargo, al pueblo judío es el culto a Yavhé como
único Dios. El verdadero Dios no se concilia con los otros, simplemente niega
su existencia y los elimina. La nueva orientación universalista no implica, por
tanto, contaminación con otros dioses sino la creencia de que Yavhé es el
único Dios y el más poderoso. En este sentido, como creador y padre de todos
los hombres, y no solamente de los judíos, Yavhé, se consideraba con pleno
derecho el Dios de todos y no solamente del pueblo judío. En este contexto es
donde habría que situar esta nueva orientación de los profetas: el Dios de
Israel, dado que había creado el universo y todo lo que existe en él, debía imponerse
sobre todos los demás y, en este sentido, no sería el dios únicamente de
los judíos sino de toda humanidad. Es un universalismo de tipo imperialista.
d) Además este
universalismo, presente en los profetas, no implica que el nacionalismo
religioso judío desaparezca y quede eliminado en Israel. Continúa estando muy
presente la convicción de que toda sociedad ha de realizarse en torno al pueblo
de Israel. Nada más natural, por tanto, que concebir a Jerusalén como el
centro del culto futuro y ve a todas las naciones reunidas alrededor del altar
de Javhé, para formar, con los restos de Israel, la sociedad de adoradores de
Israel.
e) Ningún profeta ha
representado mejor este hecho que ISAIAS.
Todo pueblo soberano que colabore en la obra de la salvación de Israel se
encuentra asociado a la obra de Dios, como instrumento suyo. Así, por ejemplo,
en Isa. XLV, 17, "Ciro es el úngido de Dios encargado de la
reedificación del templo de Jerusalén". Comienza hablarse de la
figura de "siervo de Javhé" encargado de llevar a cabo el
universalismo preconizado. "Yo te hago luz de las gentes para llevar mi
salvación hasta los confines de la tierra" (Isaias XLIX,6) Su
universalismo, por tanto, sigue siendo de tipo judaico. Además el reino de
Jerusalén es temporal. Cuando el siervo de Javhé habla del triunfo futuro de
Jerusalén, todavía está pensando en una judea temporal. Todos sus hijos se
reúnen a su alrededor; las riquezas del mundo entero se amontonan ante el altar
de Javhé ya que "extranjeros reedificarán tus muros y sus reyes
estarán a tu servicio", sin posibilidad de tener opción ya que todas
las naciones y los reinos que no te sirven perecerán y serán exterminados. En
resumen, así en el segundo ciclo de Isaías, el universalismo del profeta sigue
esencialmente un judaismo ya que el imperialismo de tipo religioso-judaico, es
quien domina el panorama.
f) Y esta es la
contradicción: se habla de universalismo pero sin abandonar, al mismo tiempo,
el particularismo extremo y violento de los medios para conseguirlo. Los textos
bíblicos hablan siempre de la invasión del mundo por el pueblo de Dios o de la
sumisión de todo el mundo al pueblo de Dios. El drama del pueblo de Israel
consistía en defender por un lado la existencia de una sociedad universal bajo
el mando de un único Dios, pero, al mismo tiempo, a la hora de plasmar dicha
sociedad no podía por menos que entrar en contradicción con los pueblos que le
rodeaban. De ahí su dilema: o bien integarse, como un pueblo más, en la
sociedad universal de Cristo; o bien obstinarse en la tarea de ensanchar hasta
los límites de la humanidad un grupo étnico particular. Esto significaba tener
que aceptar que la revelación había sido destinada a toda la humanidad en
general y no a un grupo étnico particular.
h) Con San Pablo se produce
un cambio total de perspectiva. Ahora serán la fe en Jesucristo y el bautismo
los medios mediante los cuales el cristianismo intentó plasmar su ideal de
universalismo (Marcos XVI, 16) a través de la Iglesia, anunciando, a su vez, un
reino que no era de este mundo. Las discusiones planteadas entre Pedro y Pablo y
la distinción persistente entre Iglesia y Sinagoga y los Gentiles, demuestran
claramente cuanto trabajo costó lograr esta súbita ampliación de perspectiva
(Galatas II, 8). Gracias a San Pablo, la noción cristiana de una sociedad
verdaderamente católica acabó por triunfar. "Los gentiles son herederos
con los judíos, y miembros del mismo cuerpo, y que participaron de la promesa
de Dios por Jesucristo mediante el evangelio" (Efesos III, 6,7). "No
hay ya judío o griego, no hay siervo o libre; no hay varón o hembra, porque
todos sois una persona en Cristo" (Galatas III,26-28).
Al hacer a todos los fieles miembros de
un mismo cuerpo místico, esta doctrina fijaba, de una vez para todas, la
naturaleza de la nueva sociedad. No una sociedad nacional, puesto que el
evangelio era predicado a todas las naciones; ni una sociedad internacional, ya
que, en adelante, no habría para ella ni griego ni judío, y hacía
abstracción de todas las naciones. En una palabra, el nuevo reino no era de
este mundo: vivir en él, era vivir en los cielos.
i) Este nuevo espíritu
debió jugar un papel más importante del que se cree durante la decadencia de
Roma y en los tiempos de los Padres de la Iglesia. El discurso de Celso
señala claramente el peligro que implicaba para el imperio romano el
intemporalismo defendido por los cristianos a los que reprochaba su desinterés
por los asuntos públicos. La acusación de Celso parece que dejó, por ejemplo,
a Orígenes, totalmente indiferente: ¿por qué habrían de
ocuparse los cristianos de los asuntos del imperio? Tienen sus iglesias, cada
una de las cuales está organizada como una patria (Carta a Diógenes ).
j) Esta situación, sin
embargo, cambia totalmente a partir de la conversión del emperador Constantino.
Esto hizo que la jerarquía de la Iglesia comenzara a ejercer una influencia
preponderante en los ámbitos del Estado. Como cristiano hasta el mismo
emperador estaba sometido a la Iglesia y la prueba de ello es la
"bronca" que San Ambrosio echa al emperador Teodosio después de la
matanza de Tesalónica en el año 390 d. d. Cristo. Desde estos momentos los
obispos dan a entender que el imperio tiene su suerte ligada a la Iglesia y que
la fidelidad al uno se identifica con la fidelidad al otro.
k) En el año 410, al mando
de Alarico, los godos invaden y saquean Roma. Desde la conversión de
Constantino, (Edicto de Milan en el 313) los paganos no había cesado de predecir que el abandono de los
dioses de Roma sería su ruina. Los cristianos habían sostenido, sin embargo,
que la prosperidad del imperio estaba estrechamente ligada a la Iglesia y, he
ahí que, de repente, el imperio estaba en ruinas. Esto significaba claramente
un triunfo de las tesis paganas.
l) Pues bien, el pensamiento político de San
Agustín, habría que situarlo dentro de este contexto: hacer frente a estas
tesis paganas y justificar a la iglesia y al cristianismo. Su Ciudad de Dios es
la mejor prueba de ello.
INFLUENCIAS EN LA
FILOSOFÍA DE LA HISTORIA EN
SAN AGUSTÍN Para el filósofo griego lo que pasa en el tiempo no es propiamente temporal;
en el tiempo suceden
cosas pero no pasa nada que sea absolutamente decisivo o dramático. Para el cristiano,
sin embargo, hay un acontecimiento que divide y casi enemista los tiempos: la
llegada del Mesías y su paso por la tierra divide el tiempo en dos. No es de
extrañar que San Agustín pida a la fe que ilumine a la razón en su visión de
la historia y del tiempo. La filosofía de la
historia de San Agustín es una teología de la historia, es decir, la justicia
de Dios en la historia y la justificación de esa justicia. La historia, en
este sentido, es castigo pero también redención de ese castigo. Para el
cristiano, la historia se inicia mediante el pecado, es decir, mediante el
quebrantamiento de la ley divina; pero el pecado es sólo la condición necesaria
de la historia, no su sustancia. La historia, por tanto, es la historia de los
pecados humanos; pero también la salvación de los mismos. Por ello, no es una
comedia divina o humana, ni tampoco una tragedia, sino un drama. La historia
para San Agustín es el gran drama de la salvación. La visión de la historia
de San Agustín no puede desligarse del momento en que escribe la Ciudad de Dios
(413 d. d. Cristo) es decir, en el momento de la filtración de los pueblos
bárbaros dentro del imperio romano. A los ojos de San Agustín esto se presenta
como el punto final del drama y el inicio de una época nueva. Es en este
contexto en donde San Agustín elabora su teología de la historia. La historia comienza
propiamente cuando nace el tiempo y el mundo y el hombre por voluntad de Dios.
Al dictado imperioso de su voz surge la materia y la forma, la figura de la masa
y la masa misma. El tiempo adquiere sentido desde el momento en que a lo largo
de él se desenvuelve lo que es esencialmente temporal: la persona humana y su
dramática historia. Esta visión dramática de la historia no está presente en
los griegos (ni siquiera en los estoicos y neoplatónicos). Para ellos la
historia es algo que se repite eternamente a lo largo de ciclos que se van y
vuelven. La historia es la misma naturaleza que evoluciona destruyendo y
construyendo incesantemente los mundos. El hombre debe comprender este hecho
como algo necesario y dejarse llevar por los acontecimientos ya que no tiene
sentido rebelarse contra la naturaleza y consiguientemente la historia de esa
naturaleza en donde estamos insertados. Para el cristianismo la historia es
lineal y en ella no hay lugar para la apatheia y la tranquilidad de aceptar los
acontecimientos. La historia es vivir sin reposo hasta que el corazón descanse
en Dios. En la historia no hay paz ni sosiego. El sosiego solo es posible en
aquella ciudad de los elegidos en donde ya no hay tiempo, y, por tanto, lugar
para la discordia. Para el primitivo griego había muchas ciudades y una sola
patria: la suya. Para el romano había una sola ciudad e infinitas patrias
porque todo lugar era patria para el ciudadano. Ahora, para el cristiano, hay dos
ciudades y una sola patria verdadera: la patria de la ciudad de Dios. La diferencia entre ciudad
de Dios y ciudad terrena constituye el eje de la teología agustiniana. La
ciudad divina es la ciudad de los ángeles que han perseverado y de los hombres
destinados a la salvación. La ciudad terrena es la ciudad de los ángeles caídos y de los hombres a quienes la gracia no les ha alcanzado. Pero estas dos
ciudades no aparecen en la tierra claramente diferenciadas. La separación es
solamente interna y en realidad solo es conocida por Dios. Y ello es así hasta
tal punto que no basta siquiera estar a la sombra de la iglesia para tener
certidumbre de pertenecer a la ciudad de Dios. La pertenencia definitiva a la
ciudad divina está solo en manos de Dios, en su presciencia divina. La
presciencia y providencia divinas explican que no puede suceder nada en la
historia que ya no estuviera previsto por Dios desde toda la eternidad. Esto último nos pone en
relación con la concepción agustiniana de la LIBERTAD. Para San Agustín el
hombre es libre por gozar, por la gracia de Dios, de la libertad. El conflicto
que se plantea entre predestinación y libertad es un problema del cual San
Agustín es consciente. De todos modos su análisis no deja de ser chocante: el
hombre es libre solo en tanto que hace libremente lo que Dios sabe que ha de
hacer libremente. Dios concedió la libertad a Adán, pero una libertad
concedida a un ser insuficiente y finito hizo que Adán no fuera capaz de
mantenerse en la inocencia primitiva. Ahora es necesaria la gracia de Dios para
que el hombre pueda no pecar o si peca ser perdonado por Dios. Sea lo que sea la
historia comienza con un pecado que es original y originario, sabido por Dios de
antemano, pero que procede del mal uso de libertad por parte del hombre.
Indice
Principal
LA CIUDAD DE DIOS
La CIUDAD de la que habla San Agustín está claramente definida desde el
principio de su obra: Dios es su fundador y su rey; ella vive, aquí debajo de
la fe; peregrina entre los impíos, el término de tal peregrinación es el
reino de los cielos. Se trata, pues, del proceso de una sociedad sobrenatural en
su origen y en su esencia, y, por ello, la denomina como Civitas Dei. Tal Ciudad
de Dios tiene que vivir de forma provisional insertada con aquella otra sociedad
que no vive la fe, es decir la civitas terrena. Los cristianos forman parte de
una y de otra ciudad. Son miembros del Estado y, en este contexto, su religión
les impone el deber de comportarse en relación con el mismo, como ciudadanos
ejemplares. La única diferencia es que mientras unos actúan por intereses
humanos, los otros lo hacen por piedad hacia Dios. No existen razones, según
San Agustín, que impidan que las dos ciudades puedan vivir armónicamente.
La ciudad de Dios es la encargada de conducir a los hombres hacia la felicidad
que todos buscan y que la ciudad terrestre es incapaz de proporcionarles.
Mientras que en la ciudad terrenal existen diferentes opciones en el terreno del
conocimiento, la moral, etc; la ciudad de Dios no reconoce más que una, formulada por
un pequeño número de autores sagrados que dicen todos lo mismo. Esta
diferencia fundamental explica que la actitud de la ciudad de Dios, con respecto a la
sabiduría, no sea la del estado pagano. Este último se desinteresa de lo que
enseñan los filósofos; por ello el nombre místico del nombre de la ciudad
terrestre es Babilonia, que quiere decir "confusión". En ella se
enseña la verdad junto a la falsedad. De ahí que la nueva sociedad, el
magisterio divino que ejerce la ciudad de Dios, tiene por fin mantener la unidad de la
sabiduría revelada, que es la ley constitutiva de la ciudad de Dios.
El libro XII de "La Ciudad de Dios" deja claro cómo la
encarnación y sacrificio de Cristo termina con el mito griego de los ciclos
cósmicos, instaurando una
concepción rectilínea del tiempo. Cristo murió una
vez para siempre llenando con su pleno sentido la historia, que no es cíclica y
uniforme, sino que tiene un principio, un medio y un acabamiento; San Agustín
concibe este acontecimiento crucial como la "redención de la esclavitud
del tiempo"; pero tal redención sólo se realiza como condenación a
peregrinar en el tiempo, como condenación a la historia: paradójicamente, es
la historia la que nos redime del tiempo; pero sólo porque en ella se hace
presente la eternidad por medio del sacrificio de Cristo. Es la eternidad la que
manifestándose en la historia da sentido al tiempo. En cuanto tal, la historia
es la lucha de dos ciudades, la Ciudad de Dios y la Ciudad del Diablo,
Jerusalén y Babilonia; el dinamismo de esa lucha se halla regido por tres
principios: la divina Providencia, el libre albedrío y las fuerzas secretas del
mal. Todo está sometido al primero, pero al querer Dios la libertad de las
criaturas y del mismo diablo, el libre albedrío se convierte en causa segunda,
origen del mal, actuando a su vez en la historia como con-causa. Se genera así
la dialéctica de los dos amores como motor de la historia: el amor de Dios
y el amor (mal entendido) de sí mismo, la soberbia y el egoísmo.
Aunque las dos ciudades tienen una existencia mística, espiritual, y no se
identifican en sus limites y componentes con ninguna organización temporal, San
Agustín tiende en ocasiones a confundir la Ciudad de Dios con la Iglesia, y la
Ciudad del Diablo con el Estado. Esta abusiva asimilación está en el origen de
lo que se llamará "agustinismo politico"
o completa supeditación del
poder temporal al poder espiritual.
Indice
Principal
EL PENSAMIENTO POLÍTICO
de San Agustín puede interpretarse de formas diferentes:
Ciudad de Dios
Gráfico
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SOBRE EL TIEMPO
tiempo interior
de San Agustin.
Ciudad de Dios
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