CONCLUSIÓN FINAL DEL MENÓN

SÓCRATES. No me importa ya; conversaré con él en otra ocasión, Menón. Por lo que a nosotros toca, si en este discurso hemos examinado la cuestión y hemos hablado como debíamos, se sigue que la virtud no es un don de la naturaleza ni algo que pueda enseñarse o aprenderse, sino que llega por influencia divina sin intervención de la inteligencia, a no ser que encontrara, por causalidad, a algún político que sea capaz de transmitir su saber sobre la virtud a otro. Si llega a encontrarse uno, diremos de él que es, entre los vivos, lo que Tiresias entre los muertos, si hemos de creer a Homero, que dice de este adivino: que es único sabio en los infiernos, pues los demás revolotean como sombras. En la misma forma, semejante hombre sería, respecto de los demás, en lo relativo a la virtud, lo que la realidad es a la sombra.

MENÓN. Me parece perfectamente dicho, Sócrates.

SÓCRATES. Resulta, por consiguiente, de este razonamiento, Menón, que la virtud viene par un don del dios a los que la poseen. Pero, nosotros no sabremos la verdad sobre esta materia, sino cuando, antes de examinar como la virtud se encuentra en los hombres, emprendamos indagar lo que ella es en sí misma. Pero es tiempo ya de que me vaya a otra parte. Con respecto a ti, persuade a tu huésped Anito, y convéncele de lo mismo de que tú estás persuadido, para que así sea más tratable. Además, si lo consigues, harás un servicio a los atenienses.

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