Como existen dos clases de
virtud, la díanoética y la ética, la dianoética debe su origen y su
incremento principalmente a la enseñanza y por eso requiere experiencia y
tiempo; la ética, en cambio, procede de la costumbre, por lo que hasta su
nombre se forma mediante una pequeña modificación de "costumbres".
De esto resulta también evidente que ninguna de las virtudes éticas se produce
en nosotros por naturaleza, ya que ninguna cosa natural se modifica por
costumbre, - por ejemplo, la piedra que por naturaleza se mueve hacia abajo, no
se la podría acostumbrar a moverse hacia arriba, aunque se intentara
acostumbrarla lanzándola hacia arriba diez mil veces, - ni al fuego a moverse
hacia abajo, ni ninguna otra cosa de cierta naturaleza podría acostumbrarse a
tener otra distinta. Por tanto, las virtudes no se producen ni por naturaleza,
ni contra naturaleza, sino por tener aptitud natural para recibirlas y
perfeccionarlas mediante la costumbre. Además, en todo aquello que es resultado
de nuestra naturaleza adquirimos primero la capacidad y después producimos la
operación ( esto es evidente en el caso de los sentidos: no adquirimos los
sentidos por ver muchas veces u oír muchas veces, sino a la inversa: los usamos
porque los tenemos, no los tenemos por haberlos usado),- en cambio, adquirimos
las virtudes mediante el ejercicio previo, como en el caso de las demás artes:
pues lo que hay que hacer después de haber aprendido, lo aprendemos haciéndolo;
por ejemplo, nos hacemos constructores construyendo casas y citaristas tocando
la cítara. Así también practicando la justicia nos hacemos justos,
practicando la templanza, templados, y practicando la fortaleza, fuertes....
Además, las mismas causas y medios producen toda virtud y la destruyen,
lo mismo que las artes: pues tocando la cítara se hacen tanto los buenos como
los malos citaristas; y análogamente los constructores de casas y todas los demás:
construyendo bien serán buenos constructores y construyendo mal, malos. Si no
fuera así, no habría ninguna necesidad de maestros, sino que todos serían de
nacimiento buenos o malos. Y lo mismo ocurre con las virtudes: es nuestra
actuación en nuestras transacciones con los demás hombres lo que nos hace a
unos justos y a otros injustos, y nuestra actuación en los peligros y la
habituación a tener miedo o ánimo lo que nos hace a unos valientes y a otros
cobardes; y lo mismo ocurre con los apetitos y la ira: unos se vuelven moderados
y apacibles y otros desenfrenados o iracundos, los unos por haberse comportado
así en estas materia, y los otros de otro modo. En una palabra, los hábitos se
engendran por las operaciones semejantes. De ahí la necesidad de realizar
cierta clase de acciones, puesto que a sus diferencias corresponderán los hábitos.
No tiene, por consiguiente, poca importancia el adquirir desde jóvenes tales o
cuales hábitos, sino muchísima, o mejor dicho, total. Por tanto, puesto que el
presente tratado no es teórico como los otros (pues no investigamos para saber
qué es la virtud, sino para ser buenos, ya que en otro caso sería totalmente
inútil),tenemos que considerar lo relativo a las acciones, cómo hay que
realizarías: son ellas en efecto las que determinan la calidad de los hábitos,
como hemos dicho.
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