Después de esto hablemos
de la templanza, ya que ésta parece ser virtud de las parte irracional. Ya hemos
dicho que la templanza es un término medio respecto de los placeres.
Determinemos ahora a qué placeres se refiere. Distingamos, pues, los del cuerpo y los del
alma como la afición a los honores y a aprender en efecto,
cada uno se complace en aquello a lo cual siente afición sin que su cuerpo sea
afectado en nada sino más bien su mente. A los que persiguen estos placeres no
se los llama ni morigerados, ni licenciosos. Igualmente, tampoco a los que buscan
todos los demás placeres que no son corporales, pues los que son aficionados a oír
historias o a narrar, o a pasarse los días comentando cualquier sucedido, los
llamamos charlatanes, pero no licenciosos, como tampoco a los que se afligen por
pérdidas de dinero o amigos. La templanza tendría por objeto los placeres corporales, pero tampoco todos ellos, - pues a los que se deleitan con lo que se
ve
por los ojos, como los colores, las formas y el dibujo, no se les llama ni morigerados ni licenciosos, sin embargo podría parecer que puede gozarse de
estas cosas como es debido, o con exceso o defecto. Análogamente con los
placeres del oído. A los que se deleitan excesivamente con las melodías o la
representación escénica nadie los llama licenciosos, ni morigerados
a los que lo hacen como es debido. Ni a los que disfrutan con el olfato, salvo
por accidente: a los que se deleitan con los aromas de frutas o rosas o incienso,
no los llamamos licenciosos, sino más bien a los que se deleitan con perfumes
o manjares. En efecto, los licenciosos se deleitan con éstos porque les traen a
la memoria el objeto de sus deseos. También puede verse a los demás, cuando
tienen hambre, deleitarse con el olor de la comida,- pero el deleitarse con
tales cosas es propio del licencioso, porque para él, son objeto de deseo.
Tampoco para los demás animales hay placer en estas sensaciones excepto por
accidente, pues los perros no experimentan placer al oler las liebres, sino al
comerlas, si bien el olor hace que las perciban,- tampoco el le6n lo experimenta
con el mugido del buey, sino al devorarlo,- pero se da cuenta de que está cerca
con el mugido, y por eso parece experimentar placer con él,- y del mismo modo,
tampoco por ver a un ciervo o una cabra montés, sino porque tendrá comida. Sin
embargo, la templanza y el desenfreno tienen por objeto los placeres de que
participan también los demás animales, placeres que por eso parecen serviles y
bestiales, y estos son los del tacto y los del gusto. Pero el gusto
parece usarse poco o nada, porque lo propio del gusto es discernir los sabores, lo que hacen
los catadores de vinos y los que sazonan manjares, pero no
experimentan placer con ello, menos los licenciosos, sino en el goce afectivo,
que se produce enteramente por medio del tacto, tanto en la comida como en la
bebida y en los placeres sexuales. Por eso un glotón pedía a los dioses que
su gaznate se volviera más largo que el de una grulla, por atribuir al contacto
el placer que experimentaba. Por tanto, el más común de los sentidos es el que
tiene que ver con el desenfreno, y con razón se censura éste, porque se da en
nosotros no en cuanto somos hombres, sino en cuanto animales.
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