La Magnanimidad parece,
incluso por su nombre, tener por objeto cosas grandes. Veamos en primer lugar qué
cosas. Es lo mismo considerar la disposición que considera el hombre que la
posee.
Se tiene por magnánimo al que tiene grandes pretensiones y es digno de ellas
...... de acuerdo con su mérito ...... Es, pues, magnánimo el que hemos dicho.
El que merece cosas pequeñas y pretende ésas, es modesto, pero no magnánimo
ya que la magnanimidad implica grandeza, lo mismo que la hermosura se da en un cuerpo
grande -, los
pequeños serán primorosos y bien proporcionados, pero hermosos no. El que se
juzga, a sí mismo digno de grandes cosas siendo indigno es vanidoso, el que se
cree digno de cosas mayores de las que en realidad merece no siempre es
vanidoso. El que se juzga digno de menos de lo que merece es pusilánime ..... El
magnánimo es, pues, un extremo desde el punto de vista de la grandeza, pero en
cuanto su actitud es la debida, es un medio, porque sus pretensiones son conformes a sus méritos; los
otros se exceden o se quedan cortos. Por tanto, si se
cree digno de grandes cosas, siéndolo, y sobre todo de las más excelentes,
tendrá por objeto sobre todo una cosa. El mérito se dice con relación a
los bienes exteriores, y podemos considerar como el mayor aquel que asignamos a
los dioses, y al que aspiran más que a otro alguno los que tienen dignidades, y
con el cual se premian las acciones más gloriosas: tal es el honor; éste es sin
duda el mayor de los bienes exteriores. Luego el objeto
respecto del cual e
magnánimo tiene le actitud debida son los honores y la privación de ellos. Y no hay
que insistir en que es claro que los magnánimos tienen que ver con el honor: es
el honor, sobre todo de lo que se creen dignos, y con razón. El Pusilánime se
queda corto tanto en relación consigo mismo como con la pretensión del
magnánimos. El Vanidoso se excede por lo que a él mismo se refiere, pero no
sobrepasa al magnánimo. El magnánimo es digno de las mayores cosas, será el
mejor de todos, pues el que es mejor que otros es siempre digno de cosas
mayores, y el
mejor de todos de las más grandes. Por consiguiente, el verdaderamente magnánimo tiene
que ser bueno. Incluso podría parecer que es propio del magnánimo la grande en todas las
virtudes, y en modo alguno le cuadraría huir desenfrenadamente o cometer injusticias:
¿con qué fin, en efecto, haría cosas deshonrosas quien no sobrestima nada? Y
si lo consideráramos punto por punto nos resultaría completamente absurdo un
hombre magnánimo que no fuera bueno. Además, tampoco sería digno de honor si
fuera malo, porque el honor es el premio de la virtud y se tributa a los buenos.
Parece,
por tanto, que la magnanimidad es un como ornato de las virtudes: pues las realza
y no se da sin ellas. Por eso es difícil ser de verdad magnánimo, porque no es
posible sin cabal nobleza ..... Así, pues, como se ha dicho, el magnánimo tiene que
ver sobre todo con los honores, pero también se comporta moderadamente respecto
de la riqueza, el poder, y toda buena o mala fortuna, sea ésta como fuere, y no
sentirá alegría excesiva en la prosperidad ni excesivo pesar en el infortunio.
Ni
siquiera respecto del honor se comporta como si fuera para él de la máxima
importancia,
el poder y la riqueza, en efecto, se procuran por el honor; al menos los que los
poseen quieren ser honrados por ellos, pero aquel para quien el honor es algo pequeño
estima también pequeño todas las demás. Por esto parecen ser altaneros ..... Y
es tal, que hace beneficios, pero se avergüenza de recibirlos-, porque lo
primero es propio de un superior, lo segundo de un inferior. Y responde a los
beneficios con más, porque de esta manera el que empezó contraerá además una
deuda con él y saldrá favorecido. También parecen recordar el bien que hacen,
pero no el que reciben ( porque el que recibe un bien es inferior al que lo hace,
y el magnánimo quiere ser superior ), y oír hablar del primero con agrado y del
último con desagrado. Por eso Tetis no menciona a Zeus los favores que ella le ha
hecho, ni los laconios al dirigirse a los atenienses, sino los que han recibido.
Es también propio del magnánimo no necesitar nada o apenas, pero estar
muy dispuesto a prestar servicios, y ser altivo con los que están en posición
elevada y con los afortunados, pero mesurado con los de nivel medio, porque la
superioridad sobre los primero es difícil y respetable, pero sobre los
últimos es
fácil, y el adoptar con aquellos un aire grave no indica mala crianza,
pero seria
grosero hacerlo entre los humildes, lo mismo que usar la fuerza contra los
débiles. Y no ir en busca de las cosas que se estiman o a donde otros ocupan
los primeros puestos y permanecer inactivo y remiso a no ser allí donde se
ofrezca
un honor o empresa grande, y ser hombre de pocos hechos, pero grandes y de renombre. Tiene que ser también
hombre de antipatías y simpatías
manifiestas
( porque el ocultarlas es propio del miedoso e implica mayor despreocupación por
la verdad que por la opinión ) y hablar y actuar con franqueza ( tiene, en efecto,
libertad de palabra porque es desdeñoso, y veraz salvo por ironía: es irónico
con el vulgo ):no puede vivir orientando su vida hacia otro, a no ser hacia un
amigo; porque es de esclavos, y por eso todos los aduladores son serviles y los de
baja condición son aduladores. Tampoco es propenso a la admiración, porque nada es
grande para él. Ni rencoroso, pues no es propio del magnánimo guardar las
cosas en la memoria, especialmente malas, sino más bien pasarlas por alto. Tampoco es
murmurador, pues no hablará
ni de sí mismo ni de otro; pues le tiene
sin cuidado que lo alaben o que critiquen a los demás; por otra parte no es
propenso a tributar alabanzas, y, por lo mismo, no habla tampoco mal ni aun de
sus enemigos, a no ser para injuriarlos. Tratándose de las cosas necesarias y
pequeñas es el menos propenso a lamentarse y a pedir, pues es propio de un
hombre serio tener esta actitud respecto de esas cosas. Y es hombre que
preferirá poseer cosas hermosas e improductivas mejor que productivas y
útiles, porque las primeras se bastan más a sí mismas. Los movimientos sosegados
parecen propios del magnánimo, y una voz grave y un modo de hablar reposado; no es,
en efecto, apresurado el que se afana por pocas cosas, ni vehemente aquel a
quien nada parece grande, y éstas son las causas de la voz aguda y de la
rapidez. Tal es, pues, el magnánimo. El que peca por defecto es pusilánime, y el
que peca por exceso, vanidoso. Ahora bien, tampoco a éstos se los considera malos,
pues no hacen mal a nadie, sino equivocados. Efectivamente, el pusilánime,
siendo digno de cosas buenas, se priva a sí mismo de lo que merece, y parece tener
algún vicio por el hecho de que no se cree a sí mismo digno de esos bienes y
no se conoce a sí mismo; pues desearía aquello de que es digno, ya que es
bueno. Estos no parecen ciertamente necios, sino más bien retraídos. Pero tal
opinión parece además hacerlos peores: todos los hombres, en efecto, aspiran a
lo que es conforme a sus merecimientos, y ellos se apartan incluso de las
acciones y ocupaciones nobles por ser indignos de ellas, e igualmente de los
bienes exteriores. Por otra parte, los vanidosos son necios y no se conocen a sí
mismos, y esto es manifiesto-, en efecto, sin ser dignos de ello acometen
empresas honrosas y después hacen mal papel. Se adornan con ropas, aderezos y
cosas tales y quieren que los éxitos que la suerte les depara sean conocidos de
todos, y hablan de ellos para ser por ellos honrados. Pero la pusilanimidad es
más contraria a la maldad que la vanidad, pues es a la vez más frecuente y peor.
La magnanimidad tiene por objeto los grandes honores, como se ha dicho.
|