ACERCA DE LA SINCERIDAD

Casi en torno a lo mismo gira el término medio de la jactancia y la ironía, y también carece de nombre. No estará mal examinar bien estas disposiciones, pues aquí podremos conocer mejor lo que se refiere al carácter después de recorrer una por una sus modalidades y convencernos más de que las virtudes son disposiciones intermedias, después de haber visto que en todos los casos es así. Hemos hablado de los que en la convivencia tratan a las personas desde el punto de vista de agradar o desagradar, hablemos ahora, de los que son verdaderos o falsos, tanto en sus palabras como en sus acciones o pretensiones. Pues bien, el jactancioso parece atribuirse lo que le da gloria, y ello sin pertenecerle o en mayor medida de lo que le pertenecen; el irónico, por el contrario, negar lo que le pertenece o quitarle importancia, y el término medio, ser un hombre sincero tanto en su vida como en sus palabras, que reconoce que se dan en él las cualidades que tiene, y ni más ni menos. Cada una de estas cosas puede hacerse con algún propósito o sin ninguno. Y todo hombre, actúa y vive de acuerdo con su carácter, si no actúa con vistas a alguna cosa. Por lo mismo, la falsedad es, vil y reprensible, y la verdad noble y laudable. Así  también el hombre sincero, que es un término medio, es laudable, y los falsos son ambos reprensibles, pero más el jactancioso. Hablemos de ambos, y en primer lugar del sincero. No estamos tratando del hombre que dice la verdad en sus contratos, ni en las cosas que se refieren a la justicia o la injusticia ( pues esto sería propio de otra virtud ), sino del que es sincero en sus palabras y en su vida cuando el serlo no supone diferencia alguna y por el mero hecho de tener tal carácter. Tal hombre parecería ser un hombre cabal. Pues el que ama la verdad y la dice cuando da lo mismo decirla o no, la dirá aun mas cuando no da lo mismo: entonces se guardará de mentir considerándolo vergonzoso, el que antes se guardaba de la mentira, por la mentira misma. Tal hombre merece ser alabado,- más bien se inclina a decir menos de lo que es la verdad, lo cual parece de mejor gusto, porque las exageraciones son odiosas. El que se atribuyes más de lo que le corresponde, sin proponerse nada, produce la impresión de un ser despreciable ( pues en otro caso no se complacería en la falsedad ), pero evidentemente es más vanidoso que malo. Si lo hace con alguna finalidad, el que lo hace por la gloria o el honor no es excesivamente reprensible, - el que lo hace por dinero o por lo que es un medio para obtener dinero es mas vergonzoso ( el ser jactancioso no está en la capacidad, sino en la decisión, pues se es jactancioso en virtud de un hábito y por tener tal índole determinada ),- así como se es embustero o porque se complace uno en la mentira misma o porque aspira a la gloria o a la ganancia. Pues bien, los que son, jactanciosos por amor a la gloria se atribuyen cualidades que provocan alabanzas o felicitaciones,- los que por amor a la ganancia, se atribuyen las dotes que pueden beneficiar a su prójimo y cuya inexistencia puede ocultarse, por ejemplo, dicen ser adivinos, sabios o médicos. Por eso la mayoría de los hombres fingen cosas de esta naturaleza y se jactan de ellas: se dan efectivamente en ellas las condiciones que hemos dicho. Los irónicos, que dicen menos de lo que es, tienen en evidentemente un carácter más agradable, pues no parecen hablar así por lucro, sino por rehuir la ostentación. Estos niegan sobre todo poseer las cualidades que son muy estimadas, como hacía Sócrates. A los que niegan poseer cualidades pequeñas y manifiestas se les da el nombre de hipócritas y son más despreciables; y en ocasiones tal actitud parece jactancia, como la de los laconios con su vestido, pues no sólo es jactancioso el exceso, sino la excesiva deficiencia. En cambio, los que usan moderadamente la ironía y la emplean a propósito de cosas que saltan demasiado a la vista ni son manifiestas, nos resultan agradables. El jactancioso parece, pues, el opuesto al sincero, pues es peor (que el irónico).
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Aristóteles. Etica a Nicomáco. Libro IV, 7 )

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