Algunos piensan que el llegar a ser buenos
es obra de la
naturaleza, otros que del hábito, otros que de la instrucción. En cuanto a la naturaleza, es evidente que no está en nuestra mano, sino que por alguna causa
divina sólo la poseen los verdaderamente afortunados; el razonamiento y la
instrucción quizá no tienen fuerza en todos los casos, sino que requieren que
el alma del discípulo haya sido trabajada de antemano por los hábitos, como
tierra destinada a alimentar semilla,...pues el que vive según sus pasiones no
prestará oídos a la razón que intente disuadirlo....En general, la pasión no
parece ceder ante el razonamiento, sino ante la fuerza. Es preciso, por tanto,
encontrar desde joven la dirección recta para la virtud si no se ha educado uno
bajo tales leyes, porque la vida templada y firme no es agradable al vulgo, y
menos a los jóvenes. Por esta razón es preciso que la educación y las
costumbres estén reguladas por leyes....Y no basta con haber tenido una
educación y vigilancia adecuadas en la juventud, sino que es preciso en la
madurez practicar lo que antes se aprendió, y acostumbrarse a ello, y también
para eso necesitamos leyes y, en general, para toda la vida, porque la mayor
parte de los hombres obedecen más bien a la necesidad que a la razón, y a los
castigos que a la bondad.
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